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Habitamos en el lenguaje

Albino Gómez Para LA NACION

Los seres humanos somos seres lingüísticos. Nuestras experiencias


se realizan desde el lenguaje, y es a través de él que damos sentido a
nuestra existencia. Nietzsche decía que el lenguaje es una prisión de
la cual no podemos escapar, y es bien conocida la sentencia de
Heidegger: "El lenguaje es la casa del ser".

Precisamente fue a partir de las teorías de estos dos filósofos, que


representan puntos de ruptura en la evolución del pensamiento
occidental, y de Ludwig Wittgenstein, con el llamado "giro
lingüístico", que se abrió un camino hacia una comprensión
diferente de las relaciones entre los seres humanos y el lenguaje,
desde la cual éste pasó a ocupar un lugar central. Siglos atrás se
consideraba que el lenguaje era sólo un instrumento para describir lo
que percibíamos o expresar pensamientos y sentimientos. La
concepción tradicional suponía que la realidad antecedía al lenguaje
y que éste se limitaba a dar cuenta de ella.

Una interpretación generativa y activa fue reemplazando esa


interpretación pasiva del lenguaje, que lo reducía a su rol
descriptivo. Las ciencias sociales en general, pero también la biología
y las llamadas "ciencias duras", como la matemática y la física,
fueron reconociendo en los últimos años la importancia decisiva del
lenguaje en la comprensión de la vida humana.

Tengamos en cuenta que cada día, en nuestras interacciones,


expresamos ideas, sentimientos y deseos, preguntamos, sugerimos,
saludamos, invitamos, elogiamos, bromeamos, nos justificamos, nos
disculpamos, perdonamos, recomendamos, censuramos, ofrecemos,
aceptamos, ordenamos, aconsejamos, advertimos, pedimos,
suplicamos, exigimos, conjeturamos, autorizamos, juzgamos.
Además, con esos actos del habla, eventualmente buscamos lograr
ciertos efectos en nuestros oyentes, tales como convencerlos,
persuadirlos, disuadirlos, sorprenderlos, inspirarlos, instruirlos, etc.
Y cada vez que lo hacemos, nos comprometemos de alguna forma
con nuestro interlocutor, con nosotros mismos y, en definitiva -
conscientes o no de ello-, con la comunidad en la cual hablamos. Así,
de alguna manera percibimos que nuestras palabras tienen eficacia,
que nuestro hablar produce o puede producir modificaciones en el
ámbito en el que nos desenvolvemos.

Por otra parte, actos del habla como "los declaro marido y mujer" o
"instituyo como heredero" o "yo te bautizo" -dichos con un adecuado
respaldo institucional- y otros de uso tan frecuente como "te
prometo", "te acuso", "te prohíbo" ponen al descubierto que muchas
realidades sociales lo son únicamente en virtud de las palabras.
Cuando decimos a alguien "te juro", no estamos describiendo un
juramento, estamos realmente haciéndolo.
El estudio del lenguaje como acción tuvo su origen en la filosofía del
lenguaje. Fue J. L. Austin el primero en sugerir que la emisión de un
enunciado conlleva la realización de acciones a través de las
palabras. Y como lo señaló J. Searle siguiendo a Austin, "hablar un
lenguaje es realizar actos de acuerdo con reglas". Para Austin y para
Searle, como también para Habermas, el acto del habla es un tipo de
acción, y sus teorías abordan el estudio del lenguaje desde la
interacción social. Por ello, la filosofía del lenguaje sostiene que éste
no sólo nos permite hablar sobre las cosas, sino que además crea
realidades, hace que sucedan cosas. Y la forma en que lo externo
existe para nosotros es lingüística.

Desde luego, hay dominios existenciales no lingüísticos, pero sólo


desde el lenguaje nos es posible darles un sentido y reconocer su
importancia. Es innegable que el mar seguirá siendo mar aun si no lo
nombramos. Pero es sólo desde el lenguaje como adquiere un
sentido para cada uno de nosotros y para cada cultura, siendo
lingüística la forma en que esa realidad existe.

Diferentes autores coinciden en señalar que el lenguaje no es un


mero medio entre el sujeto y la realidad, ni tampoco un vehículo
transparente o elemento accesorio para reflejar las representaciones
del pensamiento, sino que posee una entidad propia que impone sus
límites y determina, en cierta manera, tanto el pensamiento como la
realidad. Las nuevas teorías sostienen que el lenguaje es acción,
porque no solamente hablamos de las cosas, sino que, al hablar,
alteramos el curso de los acontecimientos. Y además de intervenir en
ellos, establecemos relaciones, definimos la forma en que somos
vistos por los demás. Pero también nuestra identidad es un
fenómeno lingüístico.

Como resultado de las innovaciones tecnológicas, se están


transformando nuestras categorías mentales, la manera en que
pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Estamos
enfrentando una transformación en la forma de comunicarnos. La
profusión de medios de comunicación, las configuraciones de
multimedia y el avance de la informática han ido produciendo una
transformación de revolucionarias dimensiones en las relaciones
económicas, políticas y sociales, en la organización de la vida, en las
formas de convivencia, en nuestros modos de pensar y
comunicarnos, que da lugar a nuevas concepciones y nuevas teorías
en todos los campos del saber humano. Por eso, el lenguaje
electrónico ha cambiado la forma en la que convivimos.

La búsqueda actual de los lingüistas y filósofos radica en la


construcción de paradigmas sobre la significación y la
interpretación, que den cuenta de la inmensa complejidad de lo real,
de la polifonía discursiva y de la diversidad compatible con la
unidad. Por ello es importante que empecemos a reconocer que los
seres humanos somos eminentemente sujetos discursivos, que
actualizamos discursos sociales en una acción comunicativa
significativa.

Las últimas teorías tienden a realzar el papel de la acción


comunicativa en la construcción del conocimiento. Esta perspectiva
considera el lenguaje no sólo un sistema de formas lingüísticas, sino
también un sistema de valores ontológicos, sociales y culturales que
influye en la construcción misma del sujeto social. Todo esto en el
marco de una realidad social discursiva que convierte nuestra
experiencia en conocimiento. Ello torna ineludible dar cuenta del
poder mediador de la palabra en el proceso de construcción de
sentido del mundo natural, social y cultural.

Nuevas realidades exigen respuestas diferentes. En la era del


conocimiento, de la incesante innovación, necesitamos nuevos
paradigmas para sentar las bases de una democracia duradera, para
aprender a convivir en la cultura de la complejidad y la diversidad.
Sin embargo, todavía no pareciera comprenderse la extrema
gravedad que implica el creciente deterioro en el uso del lenguaje,
oral o escrito, y la necesidad de su preservación y enriquecimiento,
en la vida y en los medios. Porque su deterioro afecta en el mismo
grado al pensamiento y a la comunicación. © LA NACION

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