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Por estos signos distintivos el racismo supone que determinados grupos tienen
ciertos rasgos distintivos de su personalidad (p.ej. criminalidad, temperamento o
desinterés por la educación) y capacidades (p.ej. música y deporte, pero no
dirección y física). Casi como si esas personas fuesen un grupo homogéneo y
dichas características fuesen «innatas» o no se pudiesen cambiar. Se parte
además de la suposición de que los límites de quién pertenece a un grupo o no
son claros y evidentes. Cabe destacar, que la mayor parte de las personas
reconocen y ven la diversidad del propio grupo (al que se pertenece), sobre todo
cuando se refiere a categorías de mayores dimensiones como nación
(ciudad/estado federado, Berlín, Baviera, etc.) y a la religión (protestantes,
católicos en Baviera vs católicos en España). Como contraste, los «otros» se
entiende que forman un grupo homogéneo. Se dice «todos» o «casi todos son
así», y las excepciones confirman la regla. Esto también forma parte del
pensamiento racista.
Ahora destaca menos que antes el color de la piel u otros aspectos físicos. Sin
embargo, las características físicas, el nombre, la forma de hablar o de vestirse se
asimilan como impulsos en abstracto para asignar a las personas a determinadas
«categorías culturales». Similar a la antigua forma de entender el racismo, estas
características culturales (incluida la religión) se asocian también a determinados
rasgos de personalidad y capacidades. Se tratan además como rasgos casi
biológicas e invariables que diferencian un grupo del otro. Esta observación racista
de la cultura se conoce por el nombre de «culturización».