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ESTÉTICA

Según su etimología, el término estética proviene del griego aistêtikos (de


aesthesis) que significa “lo que afecta a los sentidos”, es decir, la
“sensibilidad”, la “sensación”, la “percepción”. De manera que, en una
primera aproximación, lo propiamente estético se relaciona con lo sensible,
con la manera en que una persona percibe un objeto concreto por medio de
los sentidos y con las sensaciones que ese objeto le produce, ya sean de
agrado o de desagrado.
En la vida cotidiana, las personas opinan sobre un
libro, una película o una obra de teatro y dicen que
es divertido, aburrido, cómico, conmovedor o que
está bien o mal hecho o actuado. Escuchan una
canción y dicen que les gusta o que es triste o alegre;
o se maravillan con un paisaje como las cataratas del
Iguazú o con una pintura; o dicen que un actor o una actriz son bellos. En
todos estos casos, las personas emiten juicios estéticos sobre las cosas y el
mundo. Es decir, frente a otro ser humano, un objeto natural o creado por el
hombre, las personas describen las sensaciones –de agrado o de desagrado-
que experimentan.
El término estética fue utilizado por primera vez en 1750 por el filósofo
alemán Alexander Baumgarten (1714-1762). Este definía a
la belleza como la armonía y la correspondencia entre los
aspectos y el conjunto de una obra dada. Para el filósofo, el
fin de la belleza era “gustar y promover el deseo”.
Sin embargo, el objetivo de la estética como rama de la
filosofía no es definir la belleza ni buscar sus fines. Las
cuestiones estéticas incluyen preguntas como ¿qué hace
bellas a las cosas? ¿Por qué algunas cosas son consideradas
bellas o no bellas según los momentos históricos? ¿Qué es el arte? ¿Qué
relaciones existen entre arte y política?
La estética es la parte de la filosofía que se dedica al estudio teórico de la
belleza, el arte y el gusto.

La autonomía de la obra de arte

Una obra de arte es el resultado de la aplicación de una técnica sobre un


material. Así, una pintura como La Gioconda resulta de la
aplicación de ciertos óleos de colores sobre una tela. En el
momento en que la obra fue producida, este tipo de trabajos
podría realizarse con el fin de cumplir una función que para
nosotros hoy cumple la fotografía: dejar plasmada de manera
permanente una imagen.
Ahora bien, podemos decir que en realidad toda producción
humana es el resultado de la aplicación de una técnica a un
material. De hecho, es lo que nos permite diferenciar un objeto cultural de
uno natural. Entonces: ¿cuál es la particularidad de estos objetos culturales
que denominamos obras de arte?
Las obras de arte tienen la particularidad de que la aplicación de la
técnica no sigue de manera necesaria las normas sociales que determinan
cómo deben producirse los objetos y cuál debe ser su utilidad. Las obras de
arte (una escultura, una instalación, una performance, una novela) son
objetos o situaciones que tienen una forma de manifestarse
independientemente respecto de las leyes que rigen para otros objetos
culturales.
El artista puede hacer un uso libre de a técnica
cuando manipula un material. Pensemos, por ejemplo,
en los collages que realiza Antonio Berni manipulando
materiales del tipo más variado. El uso de los materiales
puede no responder a las reglas habituales y hasta
puede contradecir modos de fabricación o producción
sociales habituales.
En definitiva, la autonomía de la obra de arte expresa
la autonomía del individuo respecto de esas leyes
generales de producción de los objetos. Por ello, el
“objeto artístico” será juzgado de manera diferente de cómo se juzgan y
valoran los otros objetos culturales.

Miradas sobre el arte y la belleza


Platón y Aristóteles

Para comprender sus ideas, hay que tener en cuenta dos cuestiones. La
primera, tiene que ver con que no hay en los filósofos clásicos un concepto de
arte como el que tenemos nosotros. Platón y Aristóteles lo englobaban bajo
el concepto más amplio de técnica.
La técnica era la habilidad para realizar algo. Dentro de las técnicas y,
consecuentemente, de las artes, se consideraban los oficios y cualquier
actividad que implicaba la posesión de una habilidad física omental
particular para realizar una obra.
Al arte no era juzgado como una esfera de actividad independiente de las
otras actividades que pudiera realizar un individuo. No había nada
particularmente especial en la producción de una escultura, una pintura o
un poema así como tampoco lo había en quien lo realizaba, es decir, en el
artista.
La segunda cuestión se relaciona con que en tanto que el arte no
constituye una esfera autónoma de la praxis, está íntimamente ligado a la
concepción que estos filósofos tenían del conocimiento.

Platón: la mímesis

En El Sofista, Platón presenta el arte como técnica humana de producción


de obras. También hace referencia a este tema en varios pasajes de
República, en Leyes y Fedro. En estos trabajos sostiene que si prestamos
debida atención, veremos que no todas las copias existentes son iguales.
Cierto es que el mundo sensible es copia o imitación del mundo inteligible;
pero hay imitaciones en un sentido aún más estrecho: la de aquellos
productos de la técnica que imitan a los objetos sensibles. Esto es, hay
objetos que son imágenes de imágenes: las pinturas, los poemas, las
canciones son imágenes de los objetos sensibles
que son, a su vez, imágenes de las ideas.
Al ser imágenes de imágenes son menos
verdaderas aún que los objetos sensibles porque
están más alejadas de los verdaderos seres, las
ideas eternas y perfectas.
Estas imágenes o imitaciones son verdaderas
y no verdaderas a la vez. ¿Cómo explica Platón
esta contradicción? Dice que son verdaderas
porque se parecen a los objetos, pero no son verdaderas porque no pueden
cumplir con sus funciones. Por ejemplo: una escultura puede representar a
Sócrates y es verdadera en tanto sea una imagen del filósofo; pero no puede
hacer lo que el maestro de Platón hace y, en ese sentido, la escultura es
falsa.
Las obras de arte son evaluadas en función de su parecido con lo real que
pretenden imitar. Pero para poder hacer esa evaluación es necesario tener
conocimiento del original. Si las obras de arte son copias de los objetos
sensibles, que son copias de las Ideas, tener conocimiento del original
implica, entonces, tener conocimiento de las ideas.

Platón: acerca de la belleza

Para Platón la belleza se puede encontrar en los objetos más variados.


Los cuerpos, las instituciones, el conocimiento, las leyes, etc., pueden ser
bellos. Pero no tienen en sí la verdadera belleza porque, en tanto objetos
empíricos o cosas concretas, la belleza en ellos puede cambiar o desaparecer.
Una flor es bella cuando nace, pero no lo es cuando se marchita. Entonces,
¿dónde reside la verdadera belleza?
Sabemos que para cada cosa que existe en el mundo sensible hay una idea
que le sirve de fundamento en el mundo inteligible. Si hay belleza en el
mundo sensible, entonces, debe ser por imitación de la idea de belleza del
mundo inteligible. Para Platón lo único que en realidad es bello es,
justamente, la idea de belleza. Las cosas pueden ser bellas en un aspecto
más que en otro, o sólo comparadas con alguna otra cosa, pero no son bellas
en sí, como lo es la idea de belleza.
La concepción platónica de la belleza se nutre de una concepción
matemática: lo bello será aquello que responda a las proporciones
matemáticas. Pero lo bello es, también, lo bueno.

Aristóteles: mímesis y catarsis


Aristóteles está de acuerdo con Platón en el hecho de que el arte es el
resultado de una imitación: el arte opera también por mímesis. Pero no tiene
con respecto a esta una visión pesimista con
la de maestro. De hecho, la imitación es un
instinto natural en el hombre. A través de la
póiesis, de la práctica, del hacer, las personas
pueden imitar lo que las rodea y por medio de
esto llegar también a tener un conocimiento.
Cuando vemos una pintura, por ejemplo, o
una escultura, reconocemos un objeto. Este
reconocimiento es una de las formas posibles
de llegar al conocimiento del objeto que la imagen representa. Y como nos
acerca conocimiento, y el conocimiento genera placer, el hombre encuentra
placer en esta posibilidad de reconocimiento.
A diferencia de Platón, para Aristóteles la contemplación de imágenes no
nos aleja del conocimiento propiamente dicho sino que más bien nos acerca a
él; tampoco nos hace vivir en el engaño. Y al valoración positiva se extiende
al punto de sostener que la póiesis no es resultado de una mera inspiración
divina sobre la que no se tiene ninguna injerencia, sino que el artista
participa activamente en ella.
La mirada positiva sobre la imitación también se hace evidente a partir
de otro concepto: el de catarsis. En el lenguaje coloquial solemos usar ese
término para referirnos a lo que hace alguien cuando cuenta algo que lo
abruma o lo pone mal con el fin de “sacárselo de encima”. Este uso, proviene
del griego y significa “purificación”. Remite al proceso que permite
deshacerse de las impurezas que puede tener un hombre. ¿Cómo es posible
hacer catarsis? Por imitación.
Aristóteles identifica dos artes que tienen por objetivo imitar las acciones
humanas: la comedia y la tragedia. Para hacerlo, ambas recurren a la
combinación de ritmo, verso y melodía. A pesar de estas coincidencias,
presentas diferencias tanto en lo que representan como en el efecto que
logran.
Mientras que la comedia imita las acciones de hombres de condición
moral baja o reprobable, la tragedia representa la de los que tienen una
condición moral elevada. Cuando como
espectadores estamos frente a una tragedia, nos
identificamos con los sucesos que le pasan al
protagonista, sentimos que lo que le sucede a él,
nos pasa también a nosotros.
En Poética, Aristóteles nos dice que la
tragedia es capaz de provocar en quien la
contempla sentimientos de pena, compasión o
dolor. Esta contemplación, que nos permite compartir con el protagonista los
sucesos de la historia, hace que los espectadores se purifiquen, saquen de sí
esos mismos sentimientos. Quien contempla una tragedia, así, se libera de
sus propios sentimientos negativos a partir de la identificación con los
sentimientos negativos que al héroe le provocan sus desventuras.
“Arte” en la Edad Media

Los medievales dividieron las artes o destrezas según cómo se realizaban:


a las que exigían sólo un esfuerzo mental, las llamaron artes liberales y, a
las que requerían de un esfuerzo físico, las denominaron artes vulgares,
comunes o artes mecánicas. Esta distinción heredaba cierto menosprecio por
las tareas manuales respecto de las intelectuales que existía ya en la
mentalidad de los antiguos. Para los
medievales, las artes liberales eran muy
superiores a las artes mecánicas. Según la
clasificación trazada por Marciano Capella
(escritor enciclopédico del S.V), las siete
artes liberales estaban divididas, a su vez,
en el trívium, compuesto por las tres artes
de la elocuencia (Gramática, Lógica y Retórica), y el quadrivium, que incluía
las ciencias matemáticas (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música).
En la Edad Media, la mayoría de las que hoy consideramos bellas artes,
no se encontraba ni entre las artes liberales, ni entre las mecánicas.

Modernidad e independencia del arte a partir de Kant

Kant va a indagar en las condiciones generales de formulación de los


juicios estéticos o del gusto, en tanto estos son enunciados, expresan nuestro
juicio o valoración de que algo es bello.
En la historia del arte, la pregunta planteada en estos términos cobra
especial importancia porque implica comenzar a pensar el arte como una
esfera autónoma, desligada de la esfera del conocimiento y la moral.

Las condiciones de posibilidad de lo estético

Cuando juzgamos una obra en términos de belleza, lo hacemos sobre la


base de apreciaciones subjetivas, individuales. Lo mismo sucede, dirá Kant,
cuando juzgamos lo sublime de una obra; el filósofo utiliza esta palabra para
calificar los elementos de grandeza, de sencillez o lo admirable que tiene una
obra de arte, un objeto.
Evidentemente, para Kant, en la valoración de lo
bello o de lo sublime toman parte elementos
subjetivos, individuales.
En el juicio estético, no importa el objeto real.
Cuando realizamos un juicio estético no ponemos en
relación la representación del objeto con el objeto
mismo; ponemos en relación la representación del
objeto con el sentimiento subjetivo de placer o
displacer que dicha representación nos despierta. Y si esto es posible es
porque todos los seres humanos tenemos imaginación.
La imaginación es la facultad que todos poseemos de representar un
objeto aunque este no esté presente. Y dado que la imaginación es una
facultad común a todos los seres humanos, el placer obtenido en la
experiencia estética se puede compartir, es comunicable. De allí, entonces,
su carácter universal.

Acerca de lo bello

En el juicio de gusto no estamos haciendo referencia al objeto dado a


nuestra experiencia. Decir de un objeto que es bello, no implica estar
remitiéndose a una característica o propiedad del objeto, sino al agrado o
desagrado que la representación del objeto despierta en el sujeto.
Cuando estamos ante la experiencia estética, ante la experiencia de lo
bello, el objeto en tanto tal no importa. El placer estético, para Kant, es
libre, y no está atado a ningún tipo de interés.

Reflexiones sobre el arte en el Siglo XX

La consideración de que un tipo de actividad constituye una esfera


autónoma implica tener en cuenta que de sus propias reglas de
funcionamiento. La independencia que paulatinamente, a partir de la
modernidad, el arte fue adquiriendo respecto de otras prácticas sociales,
impuso temas, modos específicos de representar y de pensar, además de
contextos de circulación particulares tanto para los
artistas como para sus obras.
El arte se volvió una praxis valorada socialmente,
el artista devino un sujeto de características poco
corrientes y el resultado de su trabajo, la obra de
arte, un producto al que se le asignó un lugar
especial. Para “disfrutar” de la obra, el público debía
concurrir a los museos, los teatros, el cine, etc.
Los criterios y contenidos que se han establecido
en la modernidad fueron abonando una forma de
comprensión de lo artístico que perduró de manera bastante homogénea
hasta comienzos del S. XX y de la que aún nosotros somos en parte
deudores.
Pero a lo largo de la historia siempre surgen períodos en los que los modos
dominantes de actuar, de producir o de pensar se ponen en entredicho.
Varios acontecimientos del S. XX contribuyeron a un replanteo que produjo
la revisión de cómo debía pensarse el arte y cuál era su función social.

En los primeros decenios del S. XX, Marcel Duchamp busca generar un


impacto en el espectador que sacuda los presupuestos tradicionales del arte.
Como él mismo afirma, pretende tomar los objetos de los ready made (“ya
hecho”: objetos comunes, banales, que no parecen estar destinados a que los
apreciemos en sentido estricto) y “arrojarlos por la cabeza de la
provocación”. ¿Qué pretende revolucionar con este gesto? La costumbre, la
creencia establecida de que el arte es un asunto que no tenía que ver con la
vida cotidiana, que es para una élite de entendidos que pueden producir y
apreciar objetos especiales, sublimes.
En la década de los ´60, otro de tantos artistas que contribuyeron a
cuestionamiento de lo dado en el arte es Andy Warhol, uno de los mayores
representantes del pop art. Warhol toma también elementos cotidianos y los
convierte en objeto de sus obras. Lo mismo hace con
personajes famosos de su época sin importar que fueran
artistas, deportistas o políticos. Sin tener la misma
intención disruptiva que Duchamp, Warhol más bien
adscribe a incorporar la multiplicidad de fenómenos que la
época pone a su disposición para que comiencen a ser
leídos en clave estética: una lata cualquiera de sopa
producido industrialmente, incluso un ícono sexual como Marilyn Monroe.
Si los ready made o los objetos de Warhol rompen la frontera que se solía
levantar entre lo banal y lo corriente, entre los objetos cotidianos y sin valor
estético y lo especial, lo sublime o lo bello de las obras de arte, entonces,
¿dónde está el límite entre lo que es arte y lo que no lo es?

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