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UNIDAD 3

Razón y lenguaje: la escuela de Port-Royal

Índice esquemático

1. El racionalismo de la Minerva

2. Elipsis y estructura lógica subyacente

3. Chomsky y la cuestión de la lingüística “cartesiana”

4. Descartes y el carácter definitorio del lenguaje

5. La Grammaire como primera gramática filosófica

6. Relaciones entre gramática y lógica según la escuela de Port-Royal

7. Signos naturales y signos de institución. Signo e idea

1. El racionalismo de la Minerva

En el Renacimiento las investigaciones gramaticales pierden

contacto con la filosofía, extrayendo su impulso de muy diferentes

fuentes intelectuales. Los principales factores que incidieron en esta

separación, que vino a durar un siglo, hasta mediados del XVI, fueron

de muy diferente índole. Por una parte, el intento de recuperación de la

cultura clásica y la revalorización de las lenguas vernáculas dio a los


estudios lingüísticos una dimensión filológica de la que antes carecían.

Las lenguas clásicas, recuperadas en su pureza, fueron objeto de

gramáticas prácticas, destinadas a su enseñanza y difusión entre las

personas cultas. Lo mismo sucedió (a finales del siglo XV y durante el

XVI) con las lenguas vernáculas, de las que también se elaboraron las

primeras gramáticas de esa clase. La orientación práctica de estas

gramáticas hacía innecesarias las reflexiones teóricas de carácter

filosófico, y exigían más bien un esfuerzo investigador basado en el

hallazgo de similitudes y diferencias entre las lenguas conocidas.

Indirectamente, el progreso en el uso de las lenguas vernáculas y la

concomitante decadencia del uso del latín como koiné o lengua de uso

general, impulsó la investigación sobre las posibilidades de una lengua

artificial común, una characteristica universal o lenguaje filosófico, en el

siglo XVI.

Por otro lado, el Renacimiento se caracterizó por un rechazo de

la filosofía dominante en la Edad Media en todos los campos del saber,

el aristotelismo, que nutría también las especulaciones lógico-

lingüísticas. Este rechazo se hizo patente muchas veces mediante el

abandono de criterios sustantivos o racionales en la elaboración de

gramáticas, y en la elección de perspectivas prescriptivas (o formales,

como en el caso de Petrus Ramus). Sólo cuanto el aristotelismo

medieval encontró una alternativa filosófica en el racionalismo y

empirismo del siglo XVII, los estudios lingüísticos recobraron la

dimensión teórica perdida.


No obstante, a mediados y finales del XVI, concluida la labor

filológica de los humanistas, existió una serie de autores que planteó

sus investigaciones lingüísticas como una indagación de las causas de

la naturaleza y estructura de la lengua latina. Entre estos autores, que

influyeron de forma importante en la lingüística del XVII, merece la

pena destacar a Francisco Sánchez de las Brozas (El Brocense,

Sanctius). Su obra, Minerva, sive de causis lingua latina (1587),

constituye un punto de referencia necesario para captar las líneas de

continuidad entre la investigación lingüística en el Renacimiento y en la

Ilustración.

La Minerva hace explícito su rechazo de las gramáticas

prácticas anteriores, que su autor considera carentes de fundamento

racional, dogmáticas. El Brocense pretende descubrir las razones

profundas de la organización gramatical de las lenguas y, en particular,

del latín. Para ello, aunque reconoce influencias como la de los

gramáticos latinos, Escalígero y Petrus Ramus, no admite más

autoridad que la propia luz de la razón. La razón fundamenta el uso

lingüístico, que no es arbitrario, y éste a su vez se hace patente en los

textos. La razón ilumina tanto los estudios gramaticales como los

lógicos, que el Brocense considera distintos pero estrechamente

relacionados. El gramático tiene como objeto la «etimología», el estudio

de las partes de la oración, y, sobre todo, la «sintaxis», el análisis de la

expresión oracional correcta (congruens oratio). Por su parte, el lógico

estudia las significaciones y cómo se encadenan dialécticamente en el

razonamiento. En la concepción del Brocense, la gramática es una


disciplina formal o semi-formal, que define la corrección (ahora

diríamos gramaticalidad) de las expresiones lingüísticas, no basándose

en su significado, sino en las formas de su combinación.

2. Elipsis y estructura lógica subyacente

Una de las teorías expuestas en la Minerva que más ha llamado

la atención de la lingüística moderna es su tratamiento de la elipsis

(libro IV). En ella se ha querido ver un precedente de la distinción

posterior entre estructura profunda y estructura superficial. Según el

Brocense, la oración tiene una estructura lógica fija que no siempre se

hace patente en la forma en que se presenta. La estructura lógica

determina la corrección de la construcción y la elipsis es la falta de una

palabra o varias en esa construcción. El proceso de interpretación de

una expresión elíptica consiste en suplir los elementos «sin los que la

razón gramatical no puede permanecer firme». Entre estos considera el

Brocense que se encuentran el nombre y el verbo (SN+SV). La elipsis

puede afectar tanto a ellos como al resto de las categorías

gramaticales. Otro caso en que la estructura real de la oración no se

corresponde con su estructura aparente es el del zeugma. El zeugma

se produce «cuando a un solo verbo se refieren muchas oraciones, de

suerte que si se coloca sola cualquiera de ellas se echa de menos el

elemento verbal». La conexión que entonces se establece no es entre

categorías suboracionales, sino entre propias oraciones. Por ejemplo,


la conjunción sólo puede ser conectiva oracional, y no liga en realidad

nombres o verbos («Pedro canta y ríe» = «Pedro canta y Pedro ríe»).

Más allá de las particulares instituciones gramaticales del

Brocense, la importancia de su obra lingüística hay que encontrarla en

su actitud decididamente anti-descriptiva y teórica, en su defensa del

libre examen racional de los datos lingüísticos y en su rechazo de la

autoridad como criterio justificativo. Por ello, no es de extrañar que la

Minerva ejerciera una amplia influencia en el surgimiento de la

lingüística racionalista de la Escuela de Port-Royal, a mediados del

siglo XVII.

3. N. Chomsky y la cuestión de la lingüística `cartesiana´

En la filosofía contemporánea del lenguaje, la teoría lingüística

racionalista ha constituido un objeto de renovado interés a partir de los

años sesenta, por obra y gracia de su reevaluación en la obra del más

famoso lingüista contemporáneo, N. Chomsky. Lo que Chomsky

consideraba «lingüística cartesiana» (N. Chomsky, 1966) no era sino una

reconstrucción interesada de algunas ideas filosóficas sobre el lenguaje que

se extendían a lo largo de tres siglos (XVII, XVIII y XIX). Chomsky construía

un collage prescindiendo de los habituales criterios de rigor histórico y ese

abandono era perfectamente consciente por su parte. Según el mismo

afirmaba, no se puede mostrar a individuo alguno que haya sostenido

todos los puntos de vista que esbozaremos (LC pág. 16) y, además,

«algunos de los más activos colaboradores en este sentido (en el de la

teoría lingüística) se habrían considerado seguramente decididos

adversarios de la doctrina cartesiana (LC, pág. 16). Por otra parte, Chomsky
admitía que la «lingüística cartesiana» no formaba parte estricta de las

tesis filosóficas de Descartes: el propio Descartes dedicó poca atención al

lenguaje y sus escasas observaciones están sujetas a diversas

interpretaciones (LC, pág. 16). En consecuencia, el concepto de «lingüística

cartesiana» que Chomsky utilizó era sumamente flexible y, por tanto, poco

sensible a las críticas que, con criterios estrictamente historicistas, se le

hicieron. Por decirlo de otro modo, Chomsky no estaba tan interesado en

rescatar o reivindicar una teoría del lenguaje bien determinada como en

subrayar ciertas constantes a lo largo de la historia de las ideas sobre el

lenguaje. Esas constantes, que no constituían un cuerpo teórico articulado,

son las que le importaba destacar, presentando sus propias concepciones

como prolongación de ellas. Con ello, Chomsky caía, de una forma quizás

deliberada, en dos de los defectos más corrientes en los procesos de

interpretación histórica: la descontextualización y la extrapolación.

Descontextualización, porque Chomsky evaluaba, por ejemplo, las tesis de

Descartes sobre las ideas innatas prescindiendo de su trabazón teórica con

otras doctrinas cartesianas, como la tesis de la doble sustancia.

Extrapolación, porque Chomsky pretendía imbuir de significación actual un

cuerpo de ideas elaborado en el siglo XVII con un horizonte de problema

científicos muy diferente del actual.

De acuerdo con sus propias palabras, la noción de «lingüística

cartesiana» que le interesaba era la siguiente: Con la combinación

«lingüística cartesiana» deseo caracterizar una constelación de ideas e

intereses que aparecen en la tradición de la «gramática universal» o

«filosófica» que se desarrolla a partir de la Grammaire Génerale et

raisonnée de Port Royal (1660); en la lingüística general que se desarrolló

durante el período romántico y sus consecuencias inmediatas; y en la

filosofía racionalista de la mente que, en parte, constituye para ambas un

fondo común (LC, pág. 15). Es decir, se trataba de una serie de obras que,

desde Port-Royal a Humboldt, participan todas de una ambición común:


encontrar, en la pluralidad de las lenguas, principios unificadores que

puedan ponerse en relación con características cognoscitivas (espirituales)

del entendimiento humano. Para Chomsky esta lingüística cartesiana se

opone sin más a la lingüística empírica, cuyo representante moderno

identifica con la lingüística taxonómica y estructuralista.

Interesa insistir en la heterogeneidad de esta noción de

lingüística cartesiana que Chomsky defendió. En ella caben tanto

Arnauld y Lancelot, como J. Harris (Hermes) o Herder y Humboldt. Se

trata de una noción inaplicable cuando lo que interesa es la historia de

las ideas lingüísticas, cuando de lo que se trata es de evaluar la

dimensión exacta de las innovaciones lingüísticas del cartesianismo y

su repercusión en períodos posteriores. En este sentido lo primero que

llama la atención es la dificultad en definir un concepto medianamente

riguroso de lingüística cartesiana, hasta el punto que diferentes autores

modernos consideran que tal concepto no es sino un mito propiciado

por el propagandismo chomskiano.

4. Descartes y el carácter definitorio del lenguaje

El primer obstáculo que hay que superar, si se quiere hablar de

lingüística cartesiana, es el de la carencia prácticamente completa de

alusiones a problemas lingüísticos en las obras del propio Descartes.

Solamente en la parte V del Discurso del Método hace referencia

Descartes al lenguaje en un texto que ha sido citado profusamente (por

supuesto, también por N. Chomsky, LC, págs. 18-19). Este texto

aparece en el contexto de las reflexiones de Descartes sobre los límites


de las explicaciones mecanicistas y la imposibilidad de que tal tipo de

explicaciones alcancen al comportamiento humano. Tras afirmar que

no habría medio de distinguir entre el comportamiento de una máquina

y un animal no humano, asevera que no sucedería lo mismo en el caso

del ser humano: “tendríamos siempre medios seguros para reconocer

que no por eso serían verdaderos hombres. El primero de ellos es que

jamás podrían usar palabras ni otros signos componiéndolas como

hacemos nosotros para manifestar a los demás nuestros

pensamientos. Pero se puede concebir una máquina que exprese

palabras e, incluso, emita algunas respuestas a acciones de tipo

corporal que se le causen y que produzcan cambios en sus órganos

[ ...] Pero jamás ocurre que coloque sus palabras de modos diversos

para replicar apropiadamente a todo lo que se pueda decir en su

presencia, como hasta el más ínfimo de los tipos humanos puede

hacer”. En este texto Chomsky (LC, pág. 19 y ss.) vio la primera

enunciación explícita de la capacidad creadora del lenguaje y su

virtualidad como criterio de demarcación entre la animalidad y la

humanidad. Pero este texto no hasta por sí solo para definir una

escuela de pensamiento en el sentido habitual, sobre todo cuando la

idea enunciada en él no determina la dirección de una tarea de

investigación en el ámbito específicamente lingüístico. En este sentido

contrasta con otra idea mencionada por Descartes en una carta a

Mersenne, en Noviembre de 1629, la de un lenguaje universal que

unificara la expresión del pensarniento y del conocimiento. Como es

bien sabido, este proyecto de lingua universalis no es específicamente


cartesiano, aunque racionalistas como Leibniz trataran de llevarlo a

cabo. Provenía fundamentalmente de la necesidad de encontrar una

nueva lengua común que, desempeñara el papel que, hasta entonces,

había venido desempeñando el latín. Pero también tenía un sentido

filosófico, al menos en la concepción cartesiana. De acuerdo con

Descartes, en las ideas operaba un principio de composición, de lo

simple a lo complejo. La filosofía consistía en sacara a la luz esas ideas

simples de las que se derivaban todas las ideas. Esta base

composicional es la que al parecer inspiró a G. Dalgarno al elaborar su

Ars Signorum (1661), proyecto de semántica universal. A diferencia de

J. Wilkins, en cuyo Essay towards a Real Character (1668) intentaba

una taxonomía de la realidad y, luego, un sistema de designación

universal de esa clasificación unívoca, Dalgarno propuso una

combinatoria conceptual. Dividiendo los conceptos en sus elementos

constituyentes, se lograría alcanzar sus últimos componentes, un

sistema de primitivos conceptuales (y semánticos) que permitirían

expresar los sistemas conceptuales de todas las lenguas. Dalgarno fue

el que aparentemente inspiró las concepciones del primer W. Leibniz

sobre la characteristica universalis, y en ello reside la filiación

racionalista del proyecto en cuestión.

El texto de Descartes tan frecuentemente citado no es sino parte de

un razonamiento cuyo objetivo es más metafísico y religioso que lingüístico

y metodológico. Descartes trata de establecer, contra la opinión de los

«espíritus débiles» alejados del recto camino de la virtud que el alma

humana y animal no son de la misma naturaleza y, además, que la

naturaleza única del alma humana es independiente completamente del


cuerpo. La reflexión sobre el comportamiento lingüístico sólo adquiere

sentido dentro del marco de ese razonamiento y, fuera de él, adquiere

cualquier otro. Forma parte de la polémica, muy antigua, sobre la

naturaleza del alma de los animales y las dificultades que existían, si se

admitía su existencia, para probar la tesis de la inmortalidad del alma

humana. Asegurar que el lenguaje es un medio específicamente humano

de comunicación, presente en todos los hombres, incluso entre los

depravados y estúpidos, sin exceptuar siquiera a los idiotas, no era sino un

modo de garantizar el carácter diferencial y unitario del alma humana.

La creatividad lingüística, en el sentido moderno, no es una

preocupación primordial del siglo XVII, sino del XVIII y del idealismo

romántico, y está ligada a la exaltación de la libertad humana y de su

capacidad cognoscitiva y artística. Aunque Chomsky citó a Port-Royal y a

Cordemoy como los introductores de la idea de que la lengua produce

resultados infinitos con medios finitos, esta idea se encuentra por lo menos

ya en la Minerva del Brocense, de la que posiblemente la tomaron Arnauld

y Lancelot. Y lo que es más, esta idea no va ligada, como en la actualidad,

a la de la restricción de la forma de la gramática, sino que es independiente

de ella. Las concepciones gramaticales de Amauld y Lancelot no están

influidas por la tesis de la creatividad lingüística, sino en todo caso por

concepciones metafísicas y epistemológicas de Descartes, en particular por

su teoría de las ideas, sistematizada en la Lógica de Port-Royal. Esa

influencia se ejerció no solamente sobre la Gramática General, sino

también sobre obras posteriores, como el Discourse Physique de la Parole,

de Cordemoy (1668). En realidad, el fundamento epistemológico de la

semiología de Port-Royal no cambiará ni en la obra de J. Locke ni en la

posterior de los enciclopedistas.

5. La Grammaire como primera gramática filosófica


Si hay algún sentido en que se pueda considerar que existe una

lingüística de inspiración cartesiana, es indudable que la Grammaire de

Arnauld y Lancelot ha de ser considerada un ejemplo paradigmático. De

hecho fue considerada en los siglos posteriores, y por el propio Chomsky,

como una aplicación natural del sistema de Descartes: Saint-Beuve, autor

de una monumental obra sobre Port-Royal, afirmaba que las teorías

expuestas en la Grammaire constituían una rama del cartesianismo que el

propio Descartes no había impulsado (Saint-Beuve, 1888, pág. 539 del vol.

III).

Ahora bien, la popularidad que la Grammaire conoció en el siglo

XVII, y sobre todo en el XVIII (cuatro ediciones en el XVII y nueve en el

XVIII) no tienen su causa en su supuesta filiación cartesiana, sino en el

auge del género que la Grammaire inauguraba prácticamente: el de la

gramática filosófica o universal que, más allá de las particularidades de las

lenguas, busca 'principios unificadores, en estrecha conexión con la lógica,

que revelen características eternas e inmutables de la mente humana’. Con

el declinar de este género en el siglo XIX y el correspondiente florecer de la

filología comparada e histórica, la popularidad y el prestigio de la

Grammaire fue decreciendo, hasta el punto de ser considerada una

excrecencia curiosa de una nefasta confusión entre lógica y lingüística. Si

no se puede atribuir a Chomsky el mérito de una rigurosa reconstrucción

histórica, se puede admitir que ha sido él el principal impulsor de su

reconsideración y, mediante ésta, la de toda una revaloración crítica de la

lingüística y filosofía del lenguaje anterior al siglo XIX.

La Grammaire fue fruto de la colaboración de un filósofo y un

lingüista. A. Arnauld, el filósofo, jansenista, coautor con J. Nicole de la

Logique, no puede ser considerado un cartesiano estricto, llegando a

polemizar en diversas ocasiones con el propio Descates. El lingüista, C.

Lancelot, había sido el autor de diversas gramáticas, de tipo práctico, del


latín, griego, italiano y español. Era buen conocedor de la tradición

gramatical y fue a su través como se ejerció la influencia del Brocense y de

sus comentadores Scioppius y Vossius. Posteriormente, la Grammaire y la

Logique se citaban conjuntamente, como si constituyeran dos realizaciones

complementarias de un mismo programa de investigación o pedagógico.

Tanto es así que F. Thurot, en su prólogo a la traducción del Hermes de J.

Harris (1795), pudo afirmar: la gramática general y filosófica existió

finalmente para nosotros cuando nuestra lengua había adquirido su mayor

perfección; y una observación que no es menos digna de atraer nuestra

atención es que no tuvimos una buena gramática general sino cuando

comenzamos a tener buenos gramáticas particulares; que la mejor lógica

que apareció siguió de cerca a la mejor gramática, y que todas estas obras

fueron creación de los mismos autores, o al menos de unos autores que

pusieron en común sus trabajos y reflexiones (pág. 76).

La naturaleza exacta de la colaboración entre Arnauld y Lancelot se

desconoce, porque la comunidad de Port-Royal seguía la regla del

anonimato. No obstante, parece que quien suscitaba los problemas era

Lancelot, en la medida en que estaba capacitado para el estudio lingüístico

comparativo. Arnauld, por su parte, trataba de situar estos problemas en

un marco conceptual en el cual tuvieran sentido y solución: El compromiso

en que me vi, mas por azar que por elección, de trabajar en las gramáticas

de distintas lenguas, me ha llevado frecuentemente a inquirir las razones

de varias cosas que son comunes a todas las lenguas o particulares de

algunas de ellas. Pero habiendo encontrado a veces dificultades que me

detenían, las comuniqué a uno de mis amigos, en reuniones, quien, sin

haberse aplicado jamás a esta clase de ciencia, no dejó de darme muchas

sugerencias para resolver mis dudas. Y mis preguntas mismas fueron

causa de que él hiciera reflexiones diversas acerca de los verdaderos

fundamentos del hablar (Prefacio de Lancelot, págs. 3-4). Lancelot recogió

pues las reflexiones filosóficas de Arnauld y las incorporó a la Gramática,


utilizándolas corno hilo conceptual de la obra. Estas reflexiones filosóficas

atañen especialmente a las relaciones entre los conceptos y los signos, y a

la crítica de las concepciones gramaticales tradicionales, utilizando para

ello el análisis comparativo del francés, el latín, el griego, el hebreo, el

italiano, el español y el alemán. Estas lenguas son, por orden de

importancia, las utilizadas como fuentes de datos para demostrar las tesis

especulativas de la Gramática general.

6. Gramática y lógica según la escuela de Port-Royal

La Gramática contenía las cuatro partes tradicionales en los

manuales al uso por entonces: la Ortografía (Capítulos I y II), Prosodia

(Capítulos III a VI), Analogía (capítulos VII a XXIII) y Sintaxis (capítulo XXIV).

La peculiaridad de la Gramática general, en cuanto a organización, residía

en que, entre la primera y la segunda parte de la obra, existía un capítulo

que ponía en relación las palabras (los morfemas léxicos) con la teoría

lógica del juicio, entendiendo éste como operación mental primordial, esto

es, que trataba de ligar la tipología léxica con la estructura del

pensamiento. Esta estrecha conexión entre gramática y lógica se acentuó

poco después con la publicación en 1662 de la Logique ou l´art de penser,

del propio Arnauld y J. Nicole. De hecho, en la 5.ª edición de esta última

obra se añadieron los capítulos I y II de la segunda parte, que están

tomados literalmente de la Gramática general, y está comprobado que

ambos ensayos se redactaron en la misma época (1659) y de forma

complementaria. En cualquier caso, las dos obras exponen una misma

concepción del lenguaje, del pensamiento y de las relaciones entre ambos,

y así fueron consideradas en siglos posteriores, como exponentes de una

misma teoría.

En la obra de Arnauld y Lancelot, la gramática se describe como un

arte del habla y la lógica como un arte del pensar. Dada la

estrecha conexión que las concepciones cartesianas establecían


entre una y otro no es de extrañar que ambas disciplinas fueran

consideradas como complementarias. Esta conexión consistía en lo

siguiente: hablar es una actividad física, UNIDAD 3

Razón y lenguaje: la escuela de Port-Royal

Índice esquemático

8. El racionalismo de la Minerva

9. Elipsis y estructura lógica subyacente

10. Chomsky y la cuestión de la lingüística “cartesiana”

11. Descartes y el carácter definitorio del lenguaje

12. La Grammaire como primera gramática filosófica

13. Relaciones entre gramática y lógica según la escuela de Port-Royal

14. Signos naturales y signos de institución. Signo e idea

1. El racionalismo de la Minerva

En el Renacimiento las investigaciones gramaticales pierden

contacto con la filosofía, extrayendo su impulso de muy diferentes

fuentes intelectuales. Los principales factores que incidieron en esta

separación, que vino a durar un siglo, hasta mediados del XVI, fueron

de muy diferente índole. Por una parte, el intento de recuperación de la


cultura clásica y la revalorización de las lenguas vernáculas dio a los

estudios lingüísticos una dimensión filológica de la que antes carecían.

Las lenguas clásicas, recuperadas en su pureza, fueron objeto de

gramáticas prácticas, destinadas a su enseñanza y difusión entre las

personas cultas. Lo mismo sucedió (a finales del siglo XV y durante el

XVI) con las lenguas vernáculas, de las que también se elaboraron las

primeras gramáticas de esa clase. La orientación práctica de estas

gramáticas hacía innecesarias las reflexiones teóricas de carácter

filosófico, y exigían más bien un esfuerzo investigador basado en el

hallazgo de similitudes y diferencias entre las lenguas conocidas.

Indirectamente, el progreso en el uso de las lenguas vernáculas y la

concomitante decadencia del uso del latín como koiné o lengua de uso

general, impulsó la investigación sobre las posibilidades de una lengua

artificial común, una characteristica universal o lenguaje filosófico, en el

siglo XVI.

Por otro lado, el Renacimiento se caracterizó por un rechazo de

la filosofía dominante en la Edad Media en todos los campos del saber,

el aristotelismo, que nutría también las especulaciones lógico-

lingüísticas. Este rechazo se hizo patente muchas veces mediante el

abandono de criterios sustantivos o racionales en la elaboración de

gramáticas, y en la elección de perspectivas prescriptivas (o formales,

como en el caso de Petrus Ramus). Sólo cuanto el aristotelismo

medieval encontró una alternativa filosófica en el racionalismo y

empirismo del siglo XVII, los estudios lingüísticos recobraron la

dimensión teórica perdida.


No obstante, a mediados y finales del XVI, concluida la labor

filológica de los humanistas, existió una serie de autores que planteó

sus investigaciones lingüísticas como una indagación de las causas de

la naturaleza y estructura de la lengua latina. Entre estos autores, que

influyeron de forma importante en la lingüística del XVII, merece la

pena destacar a Francisco Sánchez de las Brozas (El Brocense,

Sanctius). Su obra, Minerva, sive de causis lingua latina (1587),

constituye un punto de referencia necesario para captar las líneas de

continuidad entre la investigación lingüística en el Renacimiento y en la

Ilustración.

La Minerva hace explícito su rechazo de las gramáticas

prácticas anteriores, que su autor considera carentes de fundamento

racional, dogmáticas. El Brocense pretende descubrir las razones

profundas de la organización gramatical de las lenguas y, en particular,

del latín. Para ello, aunque reconoce influencias como la de los

gramáticos latinos, Escalígero y Petrus Ramus, no admite más

autoridad que la propia luz de la razón. La razón fundamenta el uso

lingüístico, que no es arbitrario, y éste a su vez se hace patente en los

textos. La razón ilumina tanto los estudios gramaticales como los

lógicos, que el Brocense considera distintos pero estrechamente

relacionados. El gramático tiene como objeto la «etimología», el estudio

de las partes de la oración, y, sobre todo, la «sintaxis», el análisis de la

expresión oracional correcta (congruens oratio). Por su parte, el lógico

estudia las significaciones y cómo se encadenan dialécticamente en el

razonamiento. En la concepción del Brocense, la gramática es una


disciplina formal o semi-formal, que define la corrección (ahora

diríamos gramaticalidad) de las expresiones lingüísticas, no basándose

en su significado, sino en las formas de su combinación.

2. Elipsis y estructura lógica subyacente

Una de las teorías expuestas en la Minerva que más ha llamado

la atención de la lingüística moderna es su tratamiento de la elipsis

(libro IV). En ella se ha querido ver un precedente de la distinción

posterior entre estructura profunda y estructura superficial. Según el

Brocense, la oración tiene una estructura lógica fija que no siempre se

hace patente en la forma en que se presenta. La estructura lógica

determina la corrección de la construcción y la elipsis es la falta de una

palabra o varias en esa construcción. El proceso de interpretación de

una expresión elíptica consiste en suplir los elementos «sin los que la

razón gramatical no puede permanecer firme». Entre estos considera el

Brocense que se encuentran el nombre y el verbo (SN+SV). La elipsis

puede afectar tanto a ellos como al resto de las categorías

gramaticales. Otro caso en que la estructura real de la oración no se

corresponde con su estructura aparente es el del zeugma. El zeugma

se produce «cuando a un solo verbo se refieren muchas oraciones, de

suerte que si se coloca sola cualquiera de ellas se echa de menos el

elemento verbal». La conexión que entonces se establece no es entre

categorías suboracionales, sino entre propias oraciones. Por ejemplo,


la conjunción sólo puede ser conectiva oracional, y no liga en realidad

nombres o verbos («Pedro canta y ríe» = «Pedro canta y Pedro ríe»).

Más allá de las particulares instituciones gramaticales del

Brocense, la importancia de su obra lingüística hay que encontrarla en

su actitud decididamente anti-descriptiva y teórica, en su defensa del

libre examen racional de los datos lingüísticos y en su rechazo de la

autoridad como criterio justificativo. Por ello, no es de extrañar que la

Minerva ejerciera una amplia influencia en el surgimiento de la

lingüística racionalista de la Escuela de Port-Royal, a mediados del

siglo XVII.

3. N. Chomsky y la cuestión de la lingüística `cartesiana´

En la filosofía contemporánea del lenguaje, la teoría lingüística

racionalista ha constituido un objeto de renovado interés a partir de los

años sesenta, por obra y gracia de su reevaluación en la obra del más

famoso lingüista contemporáneo, N. Chomsky. Lo que Chomsky

consideraba «lingüística cartesiana» (N. Chomsky, 1966) no era sino una

reconstrucción interesada de algunas ideas filosóficas sobre el lenguaje que

se extendían a lo largo de tres siglos (XVII, XVIII y XIX). Chomsky construía

un collage prescindiendo de los habituales criterios de rigor histórico y ese

abandono era perfectamente consciente por su parte. Según el mismo

afirmaba, no se puede mostrar a individuo alguno que haya sostenido

todos los puntos de vista que esbozaremos (LC pág. 16) y, además,

«algunos de los más activos colaboradores en este sentido (en el de la

teoría lingüística) se habrían considerado seguramente decididos

adversarios de la doctrina cartesiana (LC, pág. 16). Por otra parte, Chomsky
admitía que la «lingüística cartesiana» no formaba parte estricta de las

tesis filosóficas de Descartes: el propio Descartes dedicó poca atención al

lenguaje y sus escasas observaciones están sujetas a diversas

interpretaciones (LC, pág. 16). En consecuencia, el concepto de «lingüística

cartesiana» que Chomsky utilizó era sumamente flexible y, por tanto, poco

sensible a las críticas que, con criterios estrictamente historicistas, se le

hicieron. Por decirlo de otro modo, Chomsky no estaba tan interesado en

rescatar o reivindicar una teoría del lenguaje bien determinada como en

subrayar ciertas constantes a lo largo de la historia de las ideas sobre el

lenguaje. Esas constantes, que no constituían un cuerpo teórico articulado,

son las que le importaba destacar, presentando sus propias concepciones

como prolongación de ellas. Con ello, Chomsky caía, de una forma quizás

deliberada, en dos de los defectos más corrientes en los procesos de

interpretación histórica: la descontextualización y la extrapolación.

Descontextualización, porque Chomsky evaluaba, por ejemplo, las tesis de

Descartes sobre las ideas innatas prescindiendo de su trabazón teórica con

otras doctrinas cartesianas, como la tesis de la doble sustancia.

Extrapolación, porque Chomsky pretendía imbuir de significación actual un

cuerpo de ideas elaborado en el siglo XVII con un horizonte de problema

científicos muy diferente del actual.

De acuerdo con sus propias palabras, la noción de «lingüística

cartesiana» que le interesaba era la siguiente: Con la combinación

«lingüística cartesiana» deseo caracterizar una constelación de ideas e

intereses que aparecen en la tradición de la «gramática universal» o

«filosófica» que se desarrolla a partir de la Grammaire Génerale et

raisonnée de Port Royal (1660); en la lingüística general que se desarrolló

durante el período romántico y sus consecuencias inmediatas; y en la

filosofía racionalista de la mente que, en parte, constituye para ambas un

fondo común (LC, pág. 15). Es decir, se trataba de una serie de obras que,

desde Port-Royal a Humboldt, participan todas de una ambición común:


encontrar, en la pluralidad de las lenguas, principios unificadores que

puedan ponerse en relación con características cognoscitivas (espirituales)

del entendimiento humano. Para Chomsky esta lingüística cartesiana se

opone sin más a la lingüística empírica, cuyo representante moderno

identifica con la lingüística taxonómica y estructuralista.

Interesa insistir en la heterogeneidad de esta noción de

lingüística cartesiana que Chomsky defendió. En ella caben tanto

Arnauld y Lancelot, como J. Harris (Hermes) o Herder y Humboldt. Se

trata de una noción inaplicable cuando lo que interesa es la historia de

las ideas lingüísticas, cuando de lo que se trata es de evaluar la

dimensión exacta de las innovaciones lingüísticas del cartesianismo y

su repercusión en períodos posteriores. En este sentido lo primero que

llama la atención es la dificultad en definir un concepto medianamente

riguroso de lingüística cartesiana, hasta el punto que diferentes autores

modernos consideran que tal concepto no es sino un mito propiciado

por el propagandismo chomskiano.

4. Descartes y el carácter definitorio del lenguaje

El primer obstáculo que hay que superar, si se quiere hablar de

lingüística cartesiana, es el de la carencia prácticamente completa de

alusiones a problemas lingüísticos en las obras del propio Descartes.

Solamente en la parte V del Discurso del Método hace referencia

Descartes al lenguaje en un texto que ha sido citado profusamente (por

supuesto, también por N. Chomsky, LC, págs. 18-19). Este texto

aparece en el contexto de las reflexiones de Descartes sobre los límites


de las explicaciones mecanicistas y la imposibilidad de que tal tipo de

explicaciones alcancen al comportamiento humano. Tras afirmar que

no habría medio de distinguir entre el comportamiento de una máquina

y un animal no humano, asevera que no sucedería lo mismo en el caso

del ser humano: “tendríamos siempre medios seguros para reconocer

que no por eso serían verdaderos hombres. El primero de ellos es que

jamás podrían usar palabras ni otros signos componiéndolas como

hacemos nosotros para manifestar a los demás nuestros

pensamientos. Pero se puede concebir una máquina que exprese

palabras e, incluso, emita algunas respuestas a acciones de tipo

corporal que se le causen y que produzcan cambios en sus órganos

[ ...] Pero jamás ocurre que coloque sus palabras de modos diversos

para replicar apropiadamente a todo lo que se pueda decir en su

presencia, como hasta el más ínfimo de los tipos humanos puede

hacer”. En este texto Chomsky (LC, pág. 19 y ss.) vio la primera

enunciación explícita de la capacidad creadora del lenguaje y su

virtualidad como criterio de demarcación entre la animalidad y la

humanidad. Pero este texto no hasta por sí solo para definir una

escuela de pensamiento en el sentido habitual, sobre todo cuando la

idea enunciada en él no determina la dirección de una tarea de

investigación en el ámbito específicamente lingüístico. En este sentido

contrasta con otra idea mencionada por Descartes en una carta a

Mersenne, en Noviembre de 1629, la de un lenguaje universal que

unificara la expresión del pensarniento y del conocimiento. Como es

bien sabido, este proyecto de lingua universalis no es específicamente


cartesiano, aunque racionalistas como Leibniz trataran de llevarlo a

cabo. Provenía fundamentalmente de la necesidad de encontrar una

nueva lengua común que, desempeñara el papel que, hasta entonces,

había venido desempeñando el latín. Pero también tenía un sentido

filosófico, al menos en la concepción cartesiana. De acuerdo con

Descartes, en las ideas operaba un principio de composición, de lo

simple a lo complejo. La filosofía consistía en sacara a la luz esas ideas

simples de las que se derivaban todas las ideas. Esta base

composicional es la que al parecer inspiró a G. Dalgarno al elaborar su

Ars Signorum (1661), proyecto de semántica universal. A diferencia de

J. Wilkins, en cuyo Essay towards a Real Character (1668) intentaba

una taxonomía de la realidad y, luego, un sistema de designación

universal de esa clasificación unívoca, Dalgarno propuso una

combinatoria conceptual. Dividiendo los conceptos en sus elementos

constituyentes, se lograría alcanzar sus últimos componentes, un

sistema de primitivos conceptuales (y semánticos) que permitirían

expresar los sistemas conceptuales de todas las lenguas. Dalgarno fue

el que aparentemente inspiró las concepciones del primer W. Leibniz

sobre la characteristica universalis, y en ello reside la filiación

racionalista del proyecto en cuestión.

El texto de Descartes tan frecuentemente citado no es sino parte de

un razonamiento cuyo objetivo es más metafísico y religioso que lingüístico

y metodológico. Descartes trata de establecer, contra la opinión de los

«espíritus débiles» alejados del recto camino de la virtud que el alma

humana y animal no son de la misma naturaleza y, además, que la

naturaleza única del alma humana es independiente completamente del


cuerpo. La reflexión sobre el comportamiento lingüístico sólo adquiere

sentido dentro del marco de ese razonamiento y, fuera de él, adquiere

cualquier otro. Forma parte de la polémica, muy antigua, sobre la

naturaleza del alma de los animales y las dificultades que existían, si se

admitía su existencia, para probar la tesis de la inmortalidad del alma

humana. Asegurar que el lenguaje es un medio específicamente humano

de comunicación, presente en todos los hombres, incluso entre los

depravados y estúpidos, sin exceptuar siquiera a los idiotas, no era sino un

modo de garantizar el carácter diferencial y unitario del alma humana.

La creatividad lingüística, en el sentido moderno, no es una

preocupación primordial del siglo XVII, sino del XVIII y del idealismo

romántico, y está ligada a la exaltación de la libertad humana y de su

capacidad cognoscitiva y artística. Aunque Chomsky citó a Port-Royal y a

Cordemoy como los introductores de la idea de que la lengua produce

resultados infinitos con medios finitos, esta idea se encuentra por lo menos

ya en la Minerva del Brocense, de la que posiblemente la tomaron Arnauld

y Lancelot. Y lo que es más, esta idea no va ligada, como en la actualidad,

a la de la restricción de la forma de la gramática, sino que es independiente

de ella. Las concepciones gramaticales de Amauld y Lancelot no están

influidas por la tesis de la creatividad lingüística, sino en todo caso por

concepciones metafísicas y epistemológicas de Descartes, en particular por

su teoría de las ideas, sistematizada en la Lógica de Port-Royal. Esa

influencia se ejerció no solamente sobre la Gramática General, sino

también sobre obras posteriores, como el Discourse Physique de la Parole,

de Cordemoy (1668). En realidad, el fundamento epistemológico de la

semiología de Port-Royal no cambiará ni en la obra de J. Locke ni en la

posterior de los enciclopedistas.

5. La Grammaire como primera gramática filosófica


Si hay algún sentido en que se pueda considerar que existe una

lingüística de inspiración cartesiana, es indudable que la Grammaire de

Arnauld y Lancelot ha de ser considerada un ejemplo paradigmático. De

hecho fue considerada en los siglos posteriores, y por el propio Chomsky,

como una aplicación natural del sistema de Descartes: Saint-Beuve, autor

de una monumental obra sobre Port-Royal, afirmaba que las teorías

expuestas en la Grammaire constituían una rama del cartesianismo que el

propio Descartes no había impulsado (Saint-Beuve, 1888, pág. 539 del vol.

III).

Ahora bien, la popularidad que la Grammaire conoció en el siglo

XVII, y sobre todo en el XVIII (cuatro ediciones en el XVII y nueve en el

XVIII) no tienen su causa en su supuesta filiación cartesiana, sino en el

auge del género que la Grammaire inauguraba prácticamente: el de la

gramática filosófica o universal que, más allá de las particularidades de las

lenguas, busca 'principios unificadores, en estrecha conexión con la lógica,

que revelen características eternas e inmutables de la mente humana’. Con

el declinar de este género en el siglo XIX y el correspondiente florecer de la

filología comparada e histórica, la popularidad y el prestigio de la

Grammaire fue decreciendo, hasta el punto de ser considerada una

excrecencia curiosa de una nefasta confusión entre lógica y lingüística. Si

no se puede atribuir a Chomsky el mérito de una rigurosa reconstrucción

histórica, se puede admitir que ha sido él el principal impulsor de su

reconsideración y, mediante ésta, la de toda una revaloración crítica de la

lingüística y filosofía del lenguaje anterior al siglo XIX.

La Grammaire fue fruto de la colaboración de un filósofo y un

lingüista. A. Arnauld, el filósofo, jansenista, coautor con J. Nicole de la

Logique, no puede ser considerado un cartesiano estricto, llegando a

polemizar en diversas ocasiones con el propio Descates. El lingüista, C.

Lancelot, había sido el autor de diversas gramáticas, de tipo práctico, del


latín, griego, italiano y español. Era buen conocedor de la tradición

gramatical y fue a su través como se ejerció la influencia del Brocense y de

sus comentadores Scioppius y Vossius. Posteriormente, la Grammaire y la

Logique se citaban conjuntamente, como si constituyeran dos realizaciones

complementarias de un mismo programa de investigación o pedagógico.

Tanto es así que F. Thurot, en su prólogo a la traducción del Hermes de J.

Harris (1795), pudo afirmar: la gramática general y filosófica existió

finalmente para nosotros cuando nuestra lengua había adquirido su mayor

perfección; y una observación que no es menos digna de atraer nuestra

atención es que no tuvimos una buena gramática general sino cuando

comenzamos a tener buenos gramáticas particulares; que la mejor lógica

que apareció siguió de cerca a la mejor gramática, y que todas estas obras

fueron creación de los mismos autores, o al menos de unos autores que

pusieron en común sus trabajos y reflexiones (pág. 76).

La naturaleza exacta de la colaboración entre Arnauld y Lancelot se

desconoce, porque la comunidad de Port-Royal seguía la regla del

anonimato. No obstante, parece que quien suscitaba los problemas era

Lancelot, en la medida en que estaba capacitado para el estudio lingüístico

comparativo. Arnauld, por su parte, trataba de situar estos problemas en

un marco conceptual en el cual tuvieran sentido y solución: El compromiso

en que me vi, mas por azar que por elección, de trabajar en las gramáticas

de distintas lenguas, me ha llevado frecuentemente a inquirir las razones

de varias cosas que son comunes a todas las lenguas o particulares de

algunas de ellas. Pero habiendo encontrado a veces dificultades que me

detenían, las comuniqué a uno de mis amigos, en reuniones, quien, sin

haberse aplicado jamás a esta clase de ciencia, no dejó de darme muchas

sugerencias para resolver mis dudas. Y mis preguntas mismas fueron

causa de que él hiciera reflexiones diversas acerca de los verdaderos

fundamentos del hablar (Prefacio de Lancelot, págs. 3-4). Lancelot recogió

pues las reflexiones filosóficas de Arnauld y las incorporó a la Gramática,


utilizándolas corno hilo conceptual de la obra. Estas reflexiones filosóficas

atañen especialmente a las relaciones entre los conceptos y los signos, y a

la crítica de las concepciones gramaticales tradicionales, utilizando para

ello el análisis comparativo del francés, el latín, el griego, el hebreo, el

italiano, el español y el alemán. Estas lenguas son, por orden de

importancia, las utilizadas como fuentes de datos para demostrar las tesis

especulativas de la Gramática general.

6. Gramática y lógica según la escuela de Port-Royal

La Gramática contenía las cuatro partes tradicionales en los

manuales al uso por entonces: la Ortografía (Capítulos I y II), Prosodia

(Capítulos III a VI), Analogía (capítulos VII a XXIII) y Sintaxis (capítulo XXIV).

La peculiaridad de la Gramática general, en cuanto a organización, residía

en que, entre la primera y la segunda parte de la obra, existía un capítulo

que ponía en relación las palabras (los morfemas léxicos) con la teoría

lógica del juicio, entendiendo éste como operación mental primordial, esto

es, que trataba de ligar la tipología léxica con la estructura del

pensamiento. Esta estrecha conexión entre gramática y lógica se acentuó

poco después con la publicación en 1662 de la Logique ou l´art de penser,

del propio Arnauld y J. Nicole. De hecho, en la 5.ª edición de esta última

obra se añadieron los capítulos I y II de la segunda parte, que están

tomados literalmente de la Gramática general, y está comprobado que

ambos ensayos se redactaron en la misma época (1659) y de forma

complementaria. En cualquier caso, las dos obras exponen una misma

concepción del lenguaje, del pensamiento y de las relaciones entre ambos,

y así fueron consideradas en siglos posteriores, como exponentes de una

misma teoría.

En la obra de Arnauld y Lancelot, la gramática se describe como un

arte del habla y la lógica como un arte del pensar. Dada la estrecha

conexión que las concepciones cartesianas establecían entre una y otro no


es de extrañar que ambas disciplinas fueran consideradas como

complementarias. Esta conexión consistía en lo siguiente: hablar es una

actividad física, pero trascendente, en el sentido de que los sonidos que

emitimos, ordenados e interpretados de acuerdo con el sistema de la

lengua, manifiestan el espíritu, la sustancia inmaterial o pensante. El

sistema de la lengua, el orden, está dirigido a expresar la estructura del

orden espiritual, y es a eso a lo que se llama significar. El lenguaje está tan

ligado a la expresión del pensamiento que resulta difícil imaginar a éste sin

aquél: cuando pensamos en soledad, las cosas no se presentan a nuestro

espíritu sino mediante las palabras con que nos hemos acostumbrado a

revestirlas cuando hablamos con los demás (Lógica, capítulo 1 de la

Segunda Parte).

Esta estrecha vinculación entre lenguaje y pensamiento se

evidencia en la teoría del signo presentada en la gramática, que constituye

un campo adecuado para advertir el carácter innovador del cartesianismo

lingüístico respecto a la tradición medieval y renacentista.

7. Signos naturales y signos de institución. Signo e idea

Como se ha visto en el tema anterior, los modistae consideraban

que la relación semiótica implicaba tres niveles: el de la realidad, el del

entendimiento y el del lenguaje. Su aristotelismo les inclinaba a pensar que

las propiedades de la realidad conformaban las de los conceptos y éstos a

su vez la naturaleza de la organización léxica de la lengua. En contaste con

esta concepción, Arnauld y Lancelot expresan la suya en el Preámbulo de la

Gramática: La gramática es el arte de hablar. Hablar es expresar uno sus

pensamientos por medio de signos, que los hombres han inventado para

ese fin. Se encontró que los más cómodos eran los sonidos y las voces.

Pero como los sonidos pasan, se inventaron otros signos para hacerlos

durables y visibles: los caracteres de la escritura, que los griegos llamaron

grammata, de donde ha venido la palabra gramática. Así, se pueden


considerar dos cosas en esos signos. La primera, lo que son ellos por su

naturaleza; es decir, en tanto que sonidos y caracteres. La segunda, su

significación, es decir, la manera como los hombres se sirven de ellos para

significar sus pensamientos (Gramática, pág. 40 de la ed. esp.).

Como se puede advertir, desaparece en esta concepción semiótica

cualquier referencia a la realidad y a su estructura como causa última de

fenómenos lingüísticos. Lo esencial de la palabra, al margen de su índole

material, es que constituye una señal de lo que ocurre en el espíritu: Hasta

aquí no hemos considerado en la palabra sino lo que tiene de material, y

que es común, al menos en cuanto al sonido, a los hombres y a los

papagayos. Nos queda por examinar lo que tiene ella de espiritual, que

constituye una de las mayores ventajas del hombre por encima de todos

los demás animales, y que es una de las mayores pruebas de la razón. Es

el uso que hacemos de ella para significar nuestros pensamientos, y esta

invención maravillosa de componer con veinticinco o treinta sonidos esa

infinita variedad de palabras que, no teniendo nada similar en sí a lo que

ocurre en nuestro espíritu, no dejan de descubrir a los demás todo el

secreto de él, y de hacer entender a los que en él no pueden penetrar, todo

lo que concebimos y todos los diversos movimientos de nuestro alma

(Gramática, II, capítulo l).

Tres ideas interesa subrayar en este texto

1) el uso del lenguaje en cuanto criterio diferenciador entre los hombres y

los animales, y su existencia como prueba de la de la mente de los demás y

de la unicidad de la razón. Se trata de una idea que se encuentra también

en Descartes, pero que no constituye por sí sola una nota característica de

una escuela de pensamiento. Reflexiones parecidas sobre el carácter

excepcional del lenguaje humano se pueden encontrar en Aristóteles y en

los estoicos, y a todo lo largo de la Edad Media y el Renacimiento.


2) La base finita de la combinatoria lingüística. Aunque en esta idea ha

querido ver Chomsky una anticipación genial de su propia concepción de la

gramática como conjunto de reglas recursivas, lo cierto es que Arnauld y

Lancelot se refieren aquí a lo que se denomina primera articulación

lingüística, esto es, al hecho de que los recursos fonológicos del lenguaje

humano son finitos, a pesar de que sean capaces de constituir infinidad de

palabras. Pero no se menciona que ese mismo carácter se extiende a la

segunda articulación lingüística, a las reglas que rigen la combinación de

palabras para formar oraciones gramaticales.

3) La convencionalidad de la unión entre sonido y significado. Tampoco se

trata de una idea novedosa, porque esa convencionalidad era una tesis

común desde Aristóteles y los estoicos. Lo que sí está claramente

expresado, pero en la Lógica (I, cap. IV, agregado en 1683) es la distinción

entre signos naturales y signos de institución, como los califica Arnauld: La

tercera división de los signos es que los hay naturales, que no dependen de

la fantasía de los hombres, como una imagen que aparece en un espejo es

un signo natural de aquel a quien representa: y que hay otros que no son

sino de institución y de establecimiento, ya sea que tengan alguna

relación lejana con la cosa figurada, ya sea que no la tengan en absoluto.

Así, las palabras son signos de institución de los pensamientos, y los

caracteres lo son de la palabra (Lógica I, capítulo IV).

Pero esta claridad de concepción respecto al carácter sustitutivo de

los símbolos queda enturbiada cuando se considera el análisis de Arnauld

en la Lógica: Cuando se concibe un objeto en sí mismo y en su propio ser,

sin fijar la vista del espíritu en lo que él puede representar, la idea que de

ello se tiene es una idea de cosa, como la idea de la tierra, del sol. Pero

cuando no se mira un determinado objeto sino como representativo de

otro, la idea que se tiene de él es una idea de signo, y ese primer objeto se
llama signo. Es así como se miran de ordinario los mapas y los cuadros. Así,

el signo encierra dos ideas: una, de la cosa representativa, otra, de la cosa

representada, y su naturaleza consiste en excitar la segunda por la primera

(Lógica 1, capitulo IV).

Es decir, Arnauld distingue en el signo (incluido el lingüístico) la

imagen que se tiene de ese signo de la imagen que se tiene de lo

representado, estableciendo entre ambas una relación causal: sólo se

puede acceder al sentido del símbolo mediante la representación mental de

éste. Con esta concepción, pretendía rechazar Arnauld el sensualismo

aristotélico y medieval, que hacía residir en los sentidos el origen de todo

conocimiento: la relación propiamente semiótica es una relación entre

ideas y no entre realidades físicas y conceptuales. Es en este sentido en el

que se puede hablar propiamente de una teoría cartesiana del signo,

puesto que la relación semiótica se traslada de plano: desde el plano de la

realidad al plano de las ideas.

Es importante señalar que la estrecha vinculación establecida por

los supuestos epistemológicos racionalistas entre lenguaje y pensamiento

determinó una visión parcial del funcionamiento de aquél. Efectivamente,

el lenguaje es concebido en Port-Royal como expresión y representación

del pensamiento; en consecuencia se considera que su principal función

semiótica es la apofántica, la afirmación de ese pensamiento en el juicio.

Otras funciones semióticas características de los procesos de interrelación

comunicativa humana, o bien son ignoradas, o bien son consideradas como

un producto secundario de esa primordial función semiótica. Para decirlo

brevemente, el lenguaje, dentro de esa corriente racionalista, será

considerado como un sistema de representación antes que un sistema de

comunicación. Se ignorarán así dimensiones importantes del lenguaje y se

impedirá la captación integral de su naturaleza.


En resumen, en la medida en que se puede hablar de giro

cartesiano en lingüística, en especial en la teoría del signo, éste es antes

epistemológico que metodológico y ontológico. De hecho, ese giro

cartesiano tiene como consecuencia en los siglos XVII y XVIII un predominio

progresivo de la gramática sobre la lógica. De una forma cada vez más

radical, se impone la opinión de que las ideas están intrínsecamente unidas

a hechos lingüísticos. Por consiguiente, si se concibe el razonamiento o la

inferencia como el encadenamiento de esas ideas, el instrumento primario

para su análisis es la gramática. Por tanto, ese giro cartesiano reside en el

desplazamiento del interés intelectual de la realidad al sujeto, del lenguaje

concebido como un reflejo de la realidad al lenguaje concebido como

espejo del pensamiento. Y en este sentido se puede considerar que existe

un cierto paralelismo con lo acaecido en la lingüística del siglo XX, puesto

que la teoría chomskiana ha supuesto un desplazamiento similar.


pero trascendente, en el sentido de que los sonidos que emitimos,

ordenados e interpretados de acuerdo con el sistema de la lengua,

manifiestan el espíritu, la sustancia inmaterial o pensante. El sistema de la

lengua, el orden, está dirigido a expresar la estructura del orden espiritual,

y es a eso a lo que se llama significar. El lenguaje está tan ligado a la

expresión del pensamiento que resulta difícil imaginar a éste sin aquél:

cuando pensamos en soledad, las cosas no se presentan a nuestro espíritu

sino mediante las palabras con que nos hemos acostumbrado a revestirlas

cuando hablamos con los demás (Lógica, capítulo 1 de la Segunda Parte).

Esta estrecha vinculación entre lenguaje y pensamiento se

evidencia en la teoría del signo presentada en la gramática, que constituye

un campo adecuado para advertir el carácter innovador del cartesianismo

lingüístico respecto a la tradición medieval y renacentista.

7. Signos naturales y signos de institución. Signo e idea

Como se ha visto en el tema anterior, los modistae consideraban

que la relación semiótica implicaba tres niveles: el de la realidad, el del

entendimiento y el del lenguaje. Su aristotelismo les inclinaba a pensar que

las propiedades de la realidad conformaban las de los conceptos y éstos a

su vez la naturaleza de la organización léxica de la lengua. En contaste con

esta concepción, Arnauld y Lancelot expresan la suya en el Preámbulo de la

Gramática: La gramática es el arte de hablar. Hablar es expresar uno sus

pensamientos por medio de signos, que los hombres han inventado para

ese fin. Se encontró que los más cómodos eran los sonidos y las voces.

Pero como los sonidos pasan, se inventaron otros signos para hacerlos

durables y visibles: los caracteres de la escritura, que los griegos llamaron

grammata, de donde ha venido la palabra gramática. Así, se pueden

considerar dos cosas en esos signos. La primera, lo que son ellos por su

naturaleza; es decir, en tanto que sonidos y caracteres. La segunda, su


significación, es decir, la manera como los hombres se sirven de ellos para

significar sus pensamientos (Gramática, pág. 40 de la ed. esp.).

Como se puede advertir, desaparece en esta concepción semiótica

cualquier referencia a la realidad y a su estructura como causa última de

fenómenos lingüísticos. Lo esencial de la palabra, al margen de su índole

material, es que constituye una señal de lo que ocurre en el espíritu: Hasta

aquí no hemos considerado en la palabra sino lo que tiene de material, y

que es común, al menos en cuanto al sonido, a los hombres y a los

papagayos. Nos queda por examinar lo que tiene ella de espiritual, que

constituye una de las mayores ventajas del hombre por encima de todos

los demás animales, y que es una de las mayores pruebas de la razón. Es

el uso que hacemos de ella para significar nuestros pensamientos, y esta

invención maravillosa de componer con veinticinco o treinta sonidos esa

infinita variedad de palabras que, no teniendo nada similar en sí a lo que

ocurre en nuestro espíritu, no dejan de descubrir a los demás todo el

secreto de él, y de hacer entender a los que en él no pueden penetrar, todo

lo que concebimos y todos los diversos movimientos de nuestro alma

(Gramática, II, capítulo l).

Tres ideas interesa subrayar en este texto

1) el uso del lenguaje en cuanto criterio diferenciador entre los hombres y

los animales, y su existencia como prueba de la de la mente de los demás y

de la unicidad de la razón. Se trata de una idea que se encuentra también

en Descartes, pero que no constituye por sí sola una nota característica de

una escuela de pensamiento. Reflexiones parecidas sobre el carácter

excepcional del lenguaje humano se pueden encontrar en Aristóteles y en

los estoicos, y a todo lo largo de la Edad Media y el Renacimiento.

2) La base finita de la combinatoria lingüística. Aunque en esta idea ha

querido ver Chomsky una anticipación genial de su propia concepción de la

gramática como conjunto de reglas recursivas, lo cierto es que Arnauld y


Lancelot se refieren aquí a lo que se denomina primera articulación

lingüística, esto es, al hecho de que los recursos fonológicos del lenguaje

humano son finitos, a pesar de que sean capaces de constituir infinidad de

palabras. Pero no se menciona que ese mismo carácter se extiende a la

segunda articulación lingüística, a las reglas que rigen la combinación de

palabras para formar oraciones gramaticales.

3) La convencionalidad de la unión entre sonido y significado. Tampoco se

trata de una idea novedosa, porque esa convencionalidad era una tesis

común desde Aristóteles y los estoicos. Lo que sí está claramente

expresado, pero en la Lógica (I, cap. IV, agregado en 1683) es la distinción

entre signos naturales y signos de institución, como los califica Arnauld: La

tercera división de los signos es que los hay naturales, que no dependen de

la fantasía de los hombres, como una imagen que aparece en un espejo es

un signo natural de aquel a quien representa: y que hay otros que no son

sino de institución y de establecimiento, ya sea que tengan alguna

relación lejana con la cosa figurada, ya sea que no la tengan en absoluto.

Así, las palabras son signos de institución de los pensamientos, y los

caracteres lo son de la palabra (Lógica I, capítulo IV).

Pero esta claridad de concepción respecto al carácter sustitutivo de

los símbolos queda enturbiada cuando se considera el análisis de Arnauld

en la Lógica: Cuando se concibe un objeto en sí mismo y en su propio ser,

sin fijar la vista del espíritu en lo que él puede representar, la idea que de

ello se tiene es una idea de cosa, como la idea de la tierra, del sol. Pero

cuando no se mira un determinado objeto sino como representativo de

otro, la idea que se tiene de él es una idea de signo, y ese primer objeto se

llama signo. Es así como se miran de ordinario los mapas y los cuadros. Así,

el signo encierra dos ideas: una, de la cosa representativa, otra, de la cosa


representada, y su naturaleza consiste en excitar la segunda por la primera

(Lógica 1, capitulo IV).

Es decir, Arnauld distingue en el signo (incluido el lingüístico) la

imagen que se tiene de ese signo de la imagen que se tiene de lo

representado, estableciendo entre ambas una relación causal: sólo se

puede acceder al sentido del símbolo mediante la representación mental de

éste. Con esta concepción, pretendía rechazar Arnauld el sensualismo

aristotélico y medieval, que hacía residir en los sentidos el origen de todo

conocimiento: la relación propiamente semiótica es una relación entre

ideas y no entre realidades físicas y conceptuales. Es en este sentido en el

que se puede hablar propiamente de una teoría cartesiana del signo,

puesto que la relación semiótica se traslada de plano: desde el plano de la

realidad al plano de las ideas.

Es importante señalar que la estrecha vinculación establecida por

los supuestos epistemológicos racionalistas entre lenguaje y pensamiento

determinó una visión parcial del funcionamiento de aquél. Efectivamente,

el lenguaje es concebido en Port-Royal como expresión y representación

del pensamiento; en consecuencia se considera que su principal función

semiótica es la apofántica, la afirmación de ese pensamiento en el juicio.

Otras funciones semióticas características de los procesos de interrelación

comunicativa humana, o bien son ignoradas, o bien son consideradas como

un producto secundario de esa primordial función semiótica. Para decirlo

brevemente, el lenguaje, dentro de esa corriente racionalista, será

considerado como un sistema de representación antes que un sistema de

comunicación. Se ignorarán así dimensiones importantes del lenguaje y se

impedirá la captación integral de su naturaleza.

En resumen, en la medida en que se puede hablar de giro

cartesiano en lingüística, en especial en la teoría del signo, éste es antes


epistemológico que metodológico y ontológico. De hecho, ese giro

cartesiano tiene como consecuencia en los siglos XVII y XVIII un predominio

progresivo de la gramática sobre la lógica. De una forma cada vez más

radical, se impone la opinión de que las ideas están intrínsecamente unidas

a hechos lingüísticos. Por consiguiente, si se concibe el razonamiento o la

inferencia como el encadenamiento de esas ideas, el instrumento primario

para su análisis es la gramática. Por tanto, ese giro cartesiano reside en el

desplazamiento del interés intelectual de la realidad al sujeto, del lenguaje

concebido como un reflejo de la realidad al lenguaje concebido como

espejo del pensamiento. Y en este sentido se puede considerar que existe

un cierto paralelismo con lo acaecido en la lingüística del siglo XX, puesto

que la teoría chomskiana ha supuesto un desplazamiento similar.

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