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Gramsci
Notas
sobre
Maquiavelo,
sobre
la
política
y
sobre
el
Estado
moderno
1949
(selección)
Fetichismo
Cómo
se
puede
describir
el
fetichismo.
Un
organismo
colectivo
está
constituido
por
individuos
que
lo
forman
en
cuanto
se
dan
y
aceptan
activamente
una
jerarquía
y
una
dirección
determinada.
Si
cada
uno
de
los
componentes
concibe
al
organismo
colectivo
como
una
entidad
extraña
a
sí
mismo,
es
evidente
que
este
organismo
no
existe
más
de
hecho,
sino
que
se
transforma
en
un
fantasma
del
intelecto,
en
un
fetiche.
Hay
que
estudiar
si
este
modo
de
pensar,
muy
difundido,
no
es
un
residuo
de
la
transcendencia
católica
y
de
los
viejos
regímenes
paternalista
y
se
aplica
comúnmente
a
una
serie
de
organismos
como
el
Estado,
la
nación,
los
partidos
políticos,
etc.
Es
natural
que
suceda
en
la
iglesia,
ya
que
al
menos
en
Italia,
el
trabajo
secular
del
centro
vaticano
para
liquidar
toda
traza
de
democracia
interna
y
de
intervención
de
los
fieles
en
la
actividad
religiosa
ha
sido
plenamente
logrado
y
se
transformó
en
una
segunda
naturaleza
de
los
fieles,
aunque
haya
determinado
precisamente
esa
forma
especial
de
catolicismo
que
es
propia
del
pueblo
italiano.
Lo
sorprendente
y
característico
es
el
hecho
de
que
este
tipo
de
fetichismo
se
reproduzca
en
la
consideración
de
los
organismos
“voluntarios”,
no
públicos
o
estatales,
como
en
los
partidos
y
sindicatos.
Se
es
inducido
a
concebir
las
relaciones
entre
el
individuo
y
el
organismo
como
un
dualismo,
y
a
una
actitud
crítica
exterior
del
individuo
hacia
el
organismo
(si
la
actitud
no
es
de
una
admiración
entusiasta,
falta
de
crítica).
De
todas
maneras
una
relación
fetichista.
El
individuo
espera
que
el
organismo
actúe
aunque
él
no
lo
haga
y
no
reflexiona
que
por
ser
la
suya
una
actitud
muy
común,
el
organismo
es
necesariamente
inoperante.
Por
otro
lado,
hay
que
reconocer
que
estando
muy
difundida
una
concepción
determinista
y
mecánica
de
la
historia
(que
pertenece
al
sentido
común
y
esta
ligada
a
la
pasividad
de
lasa
grandes
masas
populares),
al
observar
cada
individuo
que
no
obstante
su
falta
de
intervención
algunas
cosas
ocurren,
termina
pensando
que
por
encima
de
los
individuos
existe
una
entidad
fantasmagórica,
la
autónoma,
que
no
piensa
con
ninguna
cabeza
concreta,
pero
que
sin
embargo
piensa,
que
no
se
mueve
con
determinadas
piernas
de
hombres,
pero
que
se
mueven,
etc.
Podría
parecer
que
algunas
ideologías,
como
la
del
idealismo
actual
(de
Hugo
Spirito),
que
identifican
individuo
y
Estado,
deberían
reeducar
las
conciencias
individuales;
pero
no
me
parece
que
esto
ocurra
en
los
hechos,
ya
que
la
identificación
es
meramente
verbal
y
verbalista.
Y
lo
mismo
puede
decirse
de
toda
forma
de
“centralismo
orgánico”
fundado
en
el
presupuesto
–verdadero
sólo
en
momentos
excepcionales
de
enardecimiento
de
las
pasiones
populares-‐
de
que
la
relación
entre
gobernantes
y
gobernados
está
dada
por
el
hecho
de
que
los
concretan
los
intereses
de
los
gobernados
y
“deben”
por
lo
tanto
lograr
su
consenso.
O
sea
que
debe
verificarse
la
identificación
del
individuo
con
el
todo,
siendo
el
todo
(cualquiera
que
fuese
el
organismo)
representado
por
los
dirigentes.
Así
como
para
la
iglesia
católica
un
concepto
tal
no
sólo
es
útil
sino
necesario
e
indispensable
–toda
forma
de
intervención
desde
abajo
disgregaría
a
la
iglesia,
como
se
observa
en
las
iglesias
protestantes-‐,
para
otros
organismos
es
una
cuestión
vital
el
logro
de
un
consenso
no
pasivo
e
indirecto,
sino
activo
y
directo,
o
sea
la
participación
de
los
individuas,
auque
esto
provoque
la
apariencia
de
disgregación
y
de
tumulto.
Una
conciencia
colectiva
y
un
organismo
viviente
se
forman
sólo
después
de
que
la
multiplicidad
se
ha
unificado
a
través
de
la
fricción
de
los
individuos
y
no
se
puede
afirmar
que
el
“silencio”
no
sea
multiplicidad.
Una
orquesta
en
la
que
cada
instrumento
ensaya
por
su
cuenta,
da
la
impresión
de
las
más
horrible
cacofonía;
estas
pruebas,
sin
embargo,
son
la
condición
necesaria
para
que
la
orquesta
actúe
como
un
sólo
instrumento.