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LAS DEMOCRACIAS
Leonardo M o rlin o
1. Introducción
mundial, lo han usado como símbolo, como palabra mágica en tom o a la que
agregar los mayores consensos posibles, sino también porque desde hace siglos
ha sido objeto de la atención y reflejdón del pensamiento poh'tico occidental.
La diversidad de significados y la ambivalencia ideológica que el término s i p e
teniendo aún hoy han llevado a algunos autores a proponer el abandonarlo cuando
se trata de traducirlo en el plano empírico. No es éste el lugar para reconstruir
los distintos significados dados a «democracia» por las diferentes ideologías, y,
sobre todo, no es ésta una tarea específica de los estudiosos de la ciencia política.
El prim er punto que hay que fijar ha sido recordado por S a r t o r i « E l término
democracia indica bien un conjunto de ideales, bien un sistema político, caracte
rística que comparte con los términos comunismo y socialismo... [A diferencia
de éstos] la democracia no se ha identificado nunca con una corriente concreta de
pensamiento; es más bien un producto de todo el desarrollo de la civilización
occidental. Y la democracia, cuanto más ha asumido un significado elogioso uni
versalmente reconocido, más ha sufrido una evaporización conceptual, convirtién
dose en la etiqueta más indefinida de su género. No todos los sistemas poMticos
se llaman socialistas, pero incluso los sistemas comunistas afirman ser democrá
ticos... la democracia resume todo.»
Si, acotando el campo, nos referimos a una definición de democracia como
régimen político, es posible tratar de establecer tanto definiciones de democracia
como régimen ideal como definiciones empíricas sobre las reaüzaciónes concretas
del prmcipio democrático. Partiendo de las primeras, una definición normativa
capaz de recoger mucho consenso entre los estudiosos ^ es la siguiente: la demo
cracia es aquel régimen político que postula una «necesaria correspondencia entre
los actos de gobierno y los deseos de aquellos que son afectados por eüos» o
bien, en una versión un poco distinta, un régimen poHtico caracterizado por «la
continua capacidad de respuesta (responsiveness) del gobiemo a las preferencias
de sus ciudadanos, considerados políticamente iguales» *.
Tales definiciones, sin embargo, tienen carencias en el plano normativo y no
dejan de plantear espinosos problemas empíricos. De hecho, una cuidada y exhaus
tiva definición de regímenes democráticos ideales debería señalar también los
mecanismos considerados más idóneos tanto en la formación autónoma de los
«deseos» o de las «preferencias» o de las «demandas», como en la toma de deci
siones, así como, por último, en la ejecución de esas decisiones. En otras palabras,
cualquier definición exhaustiva, normativa o no, de un régimen democrático debe
contemplar los tres momentos o aspectos principales de un régimen político y no
sólo fundamentahnente el tercero, como hacen, en mayor medida, la definición
de May y, en menor medida, la de Dahl (en la que es hnportante, de hecho, la
referencia a los «ciudadanos poh'ticamente ip a les» ).
Además, ambas defitniciones plantean problemas empíricos bastante importan
tes y, desde un cierto punto de vista, irresolubles. Ante todo, cómo ver hasta qué
punto ciertos sistemas políticos reales se acercan, o se alejan, de la «correspon-
poMtico. Esta definición se d is tin p e respecto a las otras citadas antes tanto porque
insiste más en el aspecto genético — cómo nace y se forma un régimen demo
crático— como porque se refiere indirectamente a ciertas condiciones socio-eco-
nómicas
Colocar, en el centro de la definición el acuerdo-compromiso conduce también
a una posterior observación que por su importancia merece un tratamiento aparte,
aunque sea rápido. Una parte im portante de la teoría democrática ha subrayado
siempre el carácter central del principio mayoritario. Este principio, exaltado y
subrayado por ciertos sistemas electorales, llamados precisamente mayoritarios,
establece que en las distintas instancias de decisión, y no sólo en la electoral, la
mayoría de las preferencias deben prevalecer, determinando el resultado de la de
cisión. Tal prmcipio, aunque efectivamente aplicado en a lp n o s casos concretos,
y en ciertos países, no es ni el único prmcipio de base de un régimen democrático,
como recuerda la definición genética que acabamos de proponer, ni se aplica
siempre en el funcionamiento real de muchas democracias ni, dentro de ellas, de
muchas estructuras de decisión.
El límite y las características del prm cipio mayoritario han sido bien analiza
das incluso recientem ente‘I Aquí queremos poner de manifiesto, sencillamente,
cómo el principio mayoritario puede ser incongruente con los mismos regímenes
democráticos reales. Y no sólo porque una aplicación rígida de tal principio po
dría acabar penalizando a las mismas minorías, creando las condiciones para la
crisis del sistema y contraviniendo la regla democrática — a veces implícita, pero
tácitamente garantizada— según la cual también las minorías deben ser protegi
das, sino sobre todo porque en un régimen democrático y, más concretamente, en
sus organismos de decisión la regla prevalente de hecho no es la mayoritaria, sino
incluso la de la unanimidad que surge de los acuerdos alcanzados. Ya recordaba
K elsen“ que «todo el procedimiento parlam entario... basado sobre discursos
y réplicas, sobre argumentos y contraargumentos, tiende a lograr un compromiso.
Este es el verdadero significado del principio de mayoría en la democracia real...
Una rápida m irada a la graxis parlamentaria basta para demostrar cómo el prin
cipio mayoritario se afirma precisamente, en el sistemé parlamentario, como un
principio de compromiso, de transacción de los antagonismos poHticos», Y, por
otra parte, «compromiso sip ifica; posponer de lo que divide a los socios, en favor
de lo que les une. Todo trueque, todo acuerdo es un compromiso, porque com
promiso. significa tolerancia recíproca»
E l.a rp m e n to que acabamos de presentar sirve a Kelsen para sostener, en el
plano normativo, que son preferibles las soluciones electorales proporcionales a
las mayoritarias. Aquí, sin embargo, se retoma en otra clave: para mostrar cómo,
no queriendo renunciar a él, probablemente por motivos de valor, el propio Kelsen
se ve obligado a lim itar el principio mayoritario y a m ostrar cómo la búsqueda
de un acuerdo es una parte fundam ental de la praxis parlamentaria. Una parte de
la teoría decisional da un importante paso hacia adelante en esta dirección. Por
ejemplo, en su «teoría de los comités» Sartori observa cómo en los distintos siste
mas políticos y, sobre todo, en los democráticos, existen pequeños grupos «insti
3. Indicadores y medidas
Son muy numerosos los autores que sobre todo en los años sesenta y setenta,
siguiendo el impulso cuantitativista, han propuesto indicadores y medidas de la
democracia Algunos de ellos se han referido directamente al «desarrollo» demo
crático como aspecto clave que hay que medir^‘. En realidad, tanto para estos
autores como para todos los demás, los indicadores se extraían del análisis de los
mecanismos «de entrada» de las liberal-democracias o bien de algunos aspectos
referentes a las estructuras de decisión, de partidos, electorales, de los regíme
nes considerados. Más allá de distintos aspectos más estrictamente técnicos, el
mayor problema de esos indicadores y sus correspondientes medidas viene dado
4. Tipologías -demoeráticas
Podemos pasar ahora a la pregunta: ¿es posible establecer .tipos que hagan
entender mejor las diferencias y variaciones entre reahdades distintas, aunque
mientos adquiridos en estos últimos años sobre los diversos países y en diferen
tes sectores.
^ M o r l i n o . L., Come cambiano i regimi politici, Milán, Angeli, 1980; trad. castellana,
Cómo cambian los regímenes políticos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985.
HtJRWiTZ, L., A n Index of Democratic Political Stability: A Methodological Note, y Demo
cratic Political Stability. Some Traditional Hypotheses Reexamined, ambos en «Comparative
Political Studies», 4, 1971.
^ G r i f f i t h , E, S.; P la m e n a t z , J., y P e n n o c k , J. R., Cultural Prerequisites- to a Sucessfully
Functioning Democracy: a Symposium, en «American Political Science Review», 50. 1956.
® D a h l , R. A., Who governs?. New Haven, Yale University Press, 1961; P u tn a m , R. D .,
The Beliefs of Politicians, New Haven, Yale University Press, 1973; B u d g e , I., Agreement and
the Stability of Democracy, Chicago, Markham Publisliing Co., 1970.
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casi de modo ejemplar, algunos valores y actitudes que, si están presentes en los
estratos políticamente más activos, favorecen una democracia; la creencia en la
legitimidad “ de las instituciones; dentro de ciertos límites y con algunas califi
caciones, la creencia en la capacidad del régimen de resolver los problemas que
tiene que afrontar (efectividad); la confianza recíproca entre los actores de un
sistema político; la disponibilidad para cooperar, sin excluir la posibilidad de
competir; la disponibilidad para el acuerdo, el compromiso
Los intentos más articulados y fundados de identificar los valores que plantean
las mejores bases culturales para un régimen democrático — más exactamente, para
una democracia’ estable— pueden considerarse el de Almond y Verba y el de
Eckstein. Para los primeros, la cultura que mejor sostiene un sistema de este tipo
es la llamada cultura cívica. A partir de una investigación pionera realizada en
los Estados Unidos de Norteamérica, Gran Bretaña, Alemania, Méjico e Italia, los
autores llegan a la conclusión de que tal cultura se caracteriza por participación,
por una actividad política viva (que, sin embargo, no pone en peligro o en duda
la autoridad política), por un compromiso civil moderado, por la ausencia de
disensos profundos, por la confianza en el propio ambiente social, por el respeto
a la autoridad, pero también por un sentido de independencia, y actitudes favora
bles hacia las estructuras políticas ’I
La contribución de Eckstein puede iguahnente inscribirse entre las que anali
zan los factores culturales. Más exactamente, la explicación de la estabilidad
democrática y, a fo rtio r i, de la existencia de una democracia reside en la con
gruencia entre «modelos de autoridad». Con esa expresión se entienden todas las
relaciones de subordinación típicas de cualquier formación social y política. Hay
congruencia cuando los modelos de autoridad a nivel gubernamental son más o
menos similares (según la mayor o menor distancia entre ellos) a los propios de
la sociedad civil. Muchos otros aspectos más y otras dimensiones precisan los di
versos elementos de esa t e o r í a p e r o el punto clave sigue siendo el señalado^.
Eckstein recoge y desarrolla con mucho rigor y coherencia un aspecto recordado
por distintos autores, precisamente el de la autoridad en sus implicaciones psico
lógicas, sociales y políticas.
En los años transcurridos desde la investigación de Almond y Verba y poste
riormente, el sector de estudios referidos a la cultura política, basado en técnicas
de sondeo y de análisis de datos obtenidos de ellos, se ha desarrollado enorme
mente. Incluso aunque muchos estudiosos están dispuestos a reconocer la impor
tancia de la existencia de determinados valores para la existencia y el mánteni-
miento de un régimen democrático, ha seguido sin cambios la discusión acerca
de cuáles son exactamente el complejo de valores y actitudes realmente impor-
* D a h l , R . A ., Poliarchy..., o p . cit.
® D a h l , R. A., Poliarchy..., op. cit.; trad. italiana, pp. 86-88.
L ipset, S. M., Political Man. The Social Bases of Politics, Nueva York, Doubleday &
Co., I960, pp. 4647.
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relación necesaria; si, además, las variables cruciales que favorecen ese ordena
miento político son otras e incluso no son un resultado obligado de aquella estruc-
■ tura económica, entonces el ordenamiento político democrático se convierte efec
tivamente sólo en un conjunto de procedimientos o reglas formalizadas que pueden
coexistir con distintos ordenamientos económicos. Es posible mantener la hipótesis ’
del mantenimiento de una democracia de masas y, al mismo tiempo, la transfor
mación profunda de las estructuras económicas subyacentes. Este es precisamente
el fenómeno más llamativo que ha tenido lugar en las economías industrializadas
de Occidente y en el enorme crecimiento de los densos lazos que existen entre las
instituciones políticas y la economía. A dónde llevarán esas transformaciones o en
qué direcciones más concretas han desembocado o desembocarán es una pregunta
de gran importancia a la que no se puede responder de manera exhaustiva en este
lugar, pero sobre la que volveremos al final de este capítulo.
Como se ha señalado al principio de este apartado, se puede afrontar el espi
noso problema de las condiciones más favorables para un sistema democrático
desde una perspectiva completamente distinta colocándose en un marco histórico
más concreto y tratando de contestar a aquella pregunta referida a un determi
nado grupo de países. Esta es la perspectiva adoptada por un grupo de estudiosos
de la instauración de la democracia en Europa Occidental. Así, basándose en
investigaciones del profesor alemán Hintze Barrington Moore identifica las con
diciones de fondo que en países como G ran Bretaña o Francia e incluso los Estados
Unidos conducen al resultado democrático**. Moore considera un único proceso
de cambió cuyos factores explicativos esenciales son los siguientes. P rim er fa cto r:
existencia de «un equilibrio tal que impida la afirmación de una monarquía dema
siado fuerte o de una aristocracia terrateniente demasiado independiente». Más
exactamente, una experiencia de m onarquía absoluta es un elemento favorable al
resultado democrático, en cuanto que el poder del monarca pone un freno y es
capaz de controlar el posible poder excesivo de la aristocracia terrateniente. Por
otra parte, una experiencia persistente y fuerte de poder monárquico absoluto
a la larga debilita la posibilidad y capacidad de acción autónoma de la nobleza, y
en este sentido aporta una contribución negativa al resultado democrático. De ahí
que el equilibrio sea esencial. Segundo fa cto r: «el giro hacia una forma adecuada
de agricultura mercantil o por parte de la aristocracia terrateniente o por parte de
la clase campesina». O bien la transformación económica primero en sentido mer
cantil, y después en la dirección de la industrialización es esenciarpara las trans
formaciones políticas que examinamos. Sin embargo, Moore no hace de la indus
trialización el requisito crucial de la transformación democrática. Tercer factor:
® En cuanto al problema que consideramos (por qué se forma una oligarquía competitiva,
sobre bases representativas liberales), diversos autores han realizado aportaciones muy rele
vantes. Por ejemplo, sería bastante provechoso un análisis de diversos escritos de Weber.
Pero Hintze parece ser el autor que de modo más sistemático y convincente ha dado una
respuesta a ese problema. Como hemos visto, estrechamente relacionado con este tema está
el otro de la formación del estado de Europa occidental. Aquí sólo'lo hemos tocado de pasada.
Para mayores profundizaciones, remitimos a Poggi (1978) y a Tñly (1984).
B. Moore considera poco importante el análisis de las condiciones de democratización
de los países más pequeños, en cuanto que «las causas decisivas de sus estructuras políticas
se encuentran fuera de sus confines» (Moore, 1969, X V III). Esta tesis ha sido cuestionada
por distíntos autores que han puesto en evidencia la originalidad en las democratizacio
nes de diferentes países europeos pequeños y medianos. Sobre este tema, véanse, por ejemplo,
Dahl (1970), Rokkan (1982), Rustow (1971).
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® M o o r e , B., jr., Social Origins of Dictatorship and Democracy; trad, castellana, Los orí
genes sociales de la dictadura y de la democracia, Barcelona, Península, 1973.
“ P a s q u in o , G., Le crisi di transizione: critica alie tesi di Barrington Moore, en L. P e l l i
cani (ed.), Sociología delle rivoluzioni, Nápoles, Guida, 1976.
® R o k k a n , S ., Citiziens, Elections, Parties, Oslo, Universitetforlaget, 1970; trad, italiana,
Cittadini, elezioni, partiti, Bolonia, 11 Mulino, 1982, p p . 150-153.
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