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La civilización, en cuanto irracionalidad racionalizada, hace que la rebelión de la naturaleza se

le integre como un medio más, como un instrumento más.

El Darwinismo constituye uno de los mojones de la ilustración popular que, con lógica
incontestable, trazaron los rumbos del camino hacia la presente situación cultural: Uno de los
factores de la civilización podría ser descrito como sustitución paulatina de la selección natural
por la actuación racional. La supervivencia —o, digamos, el éxito— depende de la
adaptabilidad del individuo a las coerciones a que lo somete la sociedad.

La auto-conservación del individuo presupone su adaptación a las exigencias de la


conservación del sistema.

Cuantos más aparatos inventemos destinados a dominar la naturaleza, tanto más debemos
servir a éstos para sobrevivir.

Como resultado final del proceso tenemos, por un lado, el yo, el ego abstracto, vaciado de
toda substancia salvo de su intento de convertir todo lo que existe en el cielo y sobre la tierra
en medio para su preservación y, por otro, una naturaleza huera, degradada a mero material,
mera substancia que debe ser dominada sin otra finalidad que la del dominio.

El incremento de la libertad (mayor capacidad de elegir frente a las variadas posibilidades de


producción) ha producido un cambio en el carácter de la libertad.

La exigencia de adaptación existió también en el pasado; la diferencia está en la solicitud con la


que uno se somete, en el grado de penetración de esa actitud en el ser de los hombres,
penetración que ha modificado la naturaleza de la libertad lograda. Y esa diferencia antes que
nada reside en el hecho de que la humanidad moderna no se entrega a este proceso como un
niño que tiene confianza natural en la autoridad, sino como un adulto que abandona la
individualidad que ha conquistado.

Por un lado, la naturaleza se vio desprovista de todo sentido o valor interno. Por el otro, al
hombre le quitaron todas las metas salvo la de la auto conservación. El hombre intenta
convertir todo lo que está a su alcance en un medio para ese fin.

La transformación total del mundo en un mundo más de medios que de fines es en sí


consecuencia del desarrollo histórico de los métodos de producción. Al tornarse más
complejas y más reificadas la producción material y la organización social, se hace cada vez
más difícil reconocer a los medios como tales, ya que adoptan la apariencia de entidades
autónomas.

Estos ejemplos son traídos a colación sólo para indicar que la razón pragmática no es nada
nuevo. Pero es cierto que la filosofía que la respalda, la concepción de que la razón, esa
máxima potencia del hombre, sólo tiene que habérselas con instrumentos, más aun, que
es ella misma un instrumento, se expresa hoy día con mayor claridad y se ve más
generalmente aceptada que antes. El principio de dominio es el ídolo al que se sacrifica
todo.

El principio de dominio, que primitivamente se fundaba en la vio-lencia brutal, fue


adquiriendo en el transcurso del tiempo un carácter más espiritual.
Sociología francesa:
Demostró que todo el orden lógico, toda la estructura-ción de los conceptos según
prioridad y posterioridad, subordinación y supraordinación, y el deslinde de sus zonas y
fronteras en cada caso, reflejan las condiciones sociales y la división de trabajo.

En la crisis contemporánea el problema del mimetismo se presenta con carácter de


particular urgencia. La civilización comienza con lo impulsos miméticos innatos en el
hombre, que este, sin embargo, debe trascender y sublimar. El progreso cultural en su
totalidad, así como también la educación individual —vale decir, los procesos filogenéti-cos
y ontogenéticos de la civilización—, consiste en gran medida en el hecho de transformar
comportamientos miméticos en comportamien-tos racionales.

Tal es el esquema de todas las así llamadas rebeliones de la natura-leza a través de la


historia. Cada vez que la naturaleza es elevada a la categoría de principio supremo y se
convierte en arma del pensamien-to contra el pensamiento, contra la civilización, el pensar
se transfor-ma en una suerte de hipocresía y crea mala conciencia.

Pero cuando los filósofos y los políticos renuncian a la razón, al capitular ante la realidad,
se produce una forma mucho más grave de regresión, que culmina en forma inevitable en
una confusión entre verdad filosófica y autoconservación despiadada y guerra.
En una palabra, para bien y para mal, somos los herederos de la Ilus-tración y del progreso
técnico.

El único modo de socorrer a la naturaleza con-siste en liberar de sus cadenas a su aparente


adversario, el pensar in-dependiente.

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