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Mario Benedetti
Ewald Weitzdörfer (Universidad Franchoschuele Kempten, Alemania)
Pero luego, la estructura del tiempo pierde gradualmente el hilo. Ya no armoniza con
el sentimiento temporal de Rivera y, habiéndose liberado de él, parece asumir su propia
vida:
Este tipo de vida le culmina de una gran dicha que no sabe explicar.
Leemos por ejemplo que después de una cena en el hotel «su alegría era
decididamente inexplicable» (172). Se siente repuesto en la despreocupación
de la niñez: «experimentó un bienestar semejante a cuando era niño» (172) y
se conmueve hasta llorar en su agradecimiento, cuando piensa en lo buena que
es la compañía aérea, que le facilita todo esto; «consagró cinco minutos a
reconocer la bondad de la Compañía que financiaba tan generosamente la
involuntaria demora de sus pasajeros. 'Siempre viajaré por LCA' (539) murmuró
en voz alta, y los ojos se le llenaron de lágrimas» (173).
Algo más frío que antes... Sí, la lluvia ha traído el frío. Estos vientos
del noreste hacen siempre lo mismo, ¿verdad? Si no llueve hace un
vendaval de tres días. A lo mejor el tiempo se aclarará hasta la noche,
muchas veces es así(540).
A pesar de los esfuerzos de los mecánicos no queda mucha esperanza de una posible
reutilización próxima del aparato o, para volver a la imagen del enfermo, de un
restablecimiento inminente del paciente. El título del cuento «Acaso irreparable» parece
corroborar esas sospechas. Sin embargo, cosas de esta índole pertenecen a un mundo
que ya no es el mundo de Sergio Rivera y que, por consiguiente, no puede preocuparle.
Sólo una vez más, su nueva existencia roza su vida anterior, cuando Sergio percibe la
presencia de su hijo, ahora ya mayor, con una chica en el aeropuerto ante el fondo
acústico de los usuales anuncios de los altavoces. Los dos jóvenes habían venido a
Europa para una estancia más larga en Viena y Nuremberg respectivamente. Durante la
escala en este aeropuerto intercambian sus direcciones. Cuando la chica se entera de que
Eduardo Rivera se quedará un año entero en Viena, exclama: «¿Y tu viejo no protesta?»
(175). A esta pregunta sigue el final sorprendente del cuento:
El muchacho empezó a decir algo. Desde su sitio, Sergio no pudo
entender las palabras porque en ese preciso instante el parlante (la
misma voz femenina de siempre, aunque ahora extrañamente cascada)
informaba: «LCA comunica que, en razón de desperfectos técnicos, ha
resuelto cancelar su vuelo 914 hasta mañana, en hora a determinar».
Sólo cuando el anuncio llegó a su término, la voz del adolescente fue
otra vez audible para Sergio: «Además, no es mi viejo sino mi
padrastro. Mi padre murió hace años, ¿sabés?, en un accidente de
aviación (175).