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El gato en el cielo

Al terminar mi jornada, sueño despierta contigo en mis brazos. En realidad sueño mucho,
despierta y dormida. Pero por tu foto, la que me mandaste, en la que estás de perfil a la
cámara, con los ojos cerrados y los brazos abiertos, delante del monte San Cristóbal, he tenido
un sueño esta noche. En realidad, es una variante de un sueño antiguo.

Hace años atrás, cuando tenía unos doce, soñé que era verano y que partía con mis padres y
mis hermanos en un bus repleto de gente hacia la playa. Llegábamos al lugar de destino en
pleno día y la luz era cálidamente intensa y blanca. Yo sentía en el pecho toda la bondad solar.
y, con mucha excitación, me adelantaba a los otros para ver el mar. Corría hacia él para
mojarme los pies, cerraba los ojos y extendía los brazos para absorber plenamente el sonido
de las olas, ¡mi felicidad era completa! Entonces, al darme vuelta hacia los míos, con la
sonrisa llenándome la cara, me quedé estupefacta cuando comprobé que súbitamente el día se
había transformado en noche. Me di vuelta de nuevo, ahora preocupada, y el mar había
desaparecido, dejando en su lugar otra inmensidad: la del desierto confundiéndose en el
horizonte con la penumbra. Hacia todos lados se veía el mismo paisaje y, sintiendo la
opresión de tal soledad, tuve ganas de gritar. Me retuve, pues no era el primer sueño en el que
me pasaba que, creyendo estar acompañada, caía en la cuenta que estaba sola.

Un sereno estado de resignación vino a reemplazar la inquietud y levanté la mirada hacia el


hondo cielo estrellado. Un gato se dibujaba en su negrura, hecho de miles de estrellas
titillantes de armoniosos y vivos colores, dándole un aspecto vital, como si me dijera "hola",
como si nos conociéramos de antaño y como si en todo el universo y en medio de este paisaje
desolado fuéramos los únicos seres contactados.

Desperté, no como se despierta de una pesadilla, no. Ni agitada la respiración, ni angustiado
el pecho, ni ganas de llorar como otras veces. No podía ser entonces una pesadilla. ¿Qué era?
Lo que sentí fue una enorme melancolía rosa. No sentí tristeza, sino al contrario, ganas de
regresar al sueño.

Hasta aquí la historia de uno de los sueños que han marcado mis recuerdos. Y ahora la de tu
foto.
Tengo dieciséis, lo sé porque acabo de salir de la academia. Y como en los sueños lo absurdo
se hace coherente, la academia está en el monte San Cristóbal. Es casi de noche, y las
primeras estrellas comienzan a despuntar en este cielo limpio y otoñal. No hace frío, lo sé
porque vestimos ligero —somos masa, hay otros jóvenes que salen conmigo de clases— y
caminamos en alegres y desordenados grupos hacia la parada de bus. Miro hacia el cielo que
ahora está con la noche encima, buscando a mi gato, el del sueño. En su lugar, miles de
estrellas blancas que titilan me saludan y me dicen "hola". Y cuando vuelvo la vista hacia el
paradero de bus, no hay bus ni hay noche. Ni chicos de preparatoria, ni monte San Cristóbal a
mis espaldas... Nada sino una playa desértica y serena en donde de pronto me encuentro, con
el mar bramando dulcemente bajo mis pies, y frente a este océano radiante, alegre, a algunos
pasos de mí y de perfil, hay un joven barbudo que es el de la foto, los ojos cerrados y los
brazos abiertos. Y entonces, amor, quiero quedarme en el sueño.


Es cierto que mi mundo onírico es lo que le pido ser. Pero lo mágico, lo especial, lo que no
puede ser programado es que un sueño tan antiguo y fundamental haya sido recuperado por
mi subconsciente para fundirlo contigo. No sé qué seremos tu y yo en el futuro, amor, no sé
nada del mañana, pero lo que hoy siento por ti tiene toda la dimensión de mi sueño... y más.

Post-scriptum:

Te hablo desde el futuro, amor. Estoy siempre en mi playa, hoy desierta y otoñal. El bus que
debía llevarme a casa ya partió. Mi gato se ha transformado en la estrella del amanecer, ésa
que no es precisamente una estrella. Conozco al fin el significado de mi nombre. Es el mismo
que el de la estrella. El mar brama todavía, felino y manso, a mis pies.

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