de lo que es bueno y justo tanto en la vida pública como en la vida privada.
Nunca se verá la humanidad libre de los males que la aquejan, así pensaba yo, mientras no se hagan cargo de los negocios públicos los representantes de la verdadera y auténtica filosofía, o al menos mientras los investidos del poder público, llevados de un impulso divino, no se decidan a ocuparse seriamente en la verdadera filosofía» (Carta VII, 324bs). El tema que aquí se preludia se desenvolverá a lo largo de la vida de Platón. Su filosofía será el camino hacia la verdad y con ello el camino hacia el bien en la vida privada y en la pública. De ahí su lucha contra todos aquellos que no tienen el auténtico saber del verdadero ser del hombre, su lucha concretamente contra sofistas y retóricos. Son «artistas de la moda y cocineros» que solo miran lo que a las gentes puede agradar, que adulan y seducen con bellos discursos y bellas apariencias, pero nada saben de lo que el hombre propiamente es y de lo que debe hacer. Enseñar a los hombres, ésa es la misión de la filosofía. Y ahí verá su propia misión Platón. En su primera juventud debió dedicarse a ensayos poéticos y escarceos dramáticos. Una vez que conoció a Sócrates, echó decididamente al fuego sus dramas y consagró para siempre su vida a la filosofía, es decir, al conocimiento científico de la verdad y del bien. Tras las perturbaciones que siguieron a la muerte de Sócrates, huye a Megara a reunirse con Euclides. Hacia el 395-394 está de nuevo en Atenas y toma parte en la guerra de Corinto. Entre el 390 y el 388 se da a viajar. Visita Egipto y Cirene y por fin arriba a Tarento, donde entabla amistad personal con Arquitas. Es el encuentro con el pitagorismo, que dejará su huella profunda en todo el pensamiento subsiguiente de Platón. Su doctri- na de la preexistencia de las almas, sus ideas pedagógicas, sus concepciones ético-políticas, sus mitos escatológicos y particularmente los métodos cien- tíficos y orden de vida de la Academia reflejarán esta influencia pitagórica. Por mediación de Arquitas Platón llegó a la corte del tirano de Siracusa, Dionisio I. Tuvo la pretensión de mover a este príncipe a hacer realidad en su Estado los ideales ético-políticos que él acariciaba. Pero el autócrata resultó ser demasiado débil y desordenado para hacer regla de su conducta la razón en vez del capricho. La aventura terminó en que por intrigas de Dionisio, Platón fue vendido como esclavo en la plaza pública de Egina. Felizmente para Platón, en aquel difícil trance fue casualmente descubierto y rescatado por un socrático de la escuela de Cirene, Anníceris. Vueltos los dos amigos a Atenas, Platón quiso devolver el precio de su rescate; pero Anníceris se negó a aceptarlo, y entonces Platón con aquel dinero adquirió unos jardi- nes contiguos al santuario del héroe Academo, y allí fundó su «Academia» en el 387. Si todo sucedió tal como se nos narra, resultaría que la primera universidad europea se levantó con el dinero de la venta de un filósofo. Parece que Platón dio más importancia en su Academia a la enseñanza oral que a la actividad literaria. Al escribir lo llamaba él «un bello juego»