Concepto. La idea de r. se encuentra expresada en el
neoplatonismo con el término epistrofé, que vertido al latín resulta ser reditio. Como sinónimo de reditio surgió reflexio, sustantivo verbal procedente de reflectere. Históricamente, al concepto de r. responde con más exactitud el término reditio que reflexio, ya que aquél engloba todo tipo de acepción dado al término, mientras éste posee matices fundamentalmente gnoseológicos y psicológicos. Con estas precisiones etimológicas, únicamente se intenta advertir la no univocidad del término. Efectivamente, es diverso el sentido y matiz que toma según distintos casos y autores. Básicamente, son cuatro sus acepciones: metafísica, gnoscológica, lógica y psicológica. A nivel filosófico puede entenderse la r. en cuatro sentidos distintos: como conocimiento de que se conoce, como conocimiento discursivo o comparativo, como conciencia o conocimiento de sí mismo, y como autopresencia activa de un ser. En el lenguaje llano del pueblo, el adjetivo reflexivo mantiene un significado más etimológico caracterizando al individuo que sólo juzga o actúa cuando considere que tiene suficientes elementos de juicio para decidirse. La r., como autopresencia activa de un ser a sí mismo (aspecto metafísico), está íntimamente ligada a la conciencia. La conciencia, como hecho psicológico que produce conocimiento de sí mismo, es propia de los seres dotados de la facultad espiritual denominada entendimiento (v. HOMBRE III, 5). En el tema de la conciencia (v.), del yo (v.) y del entendimiento (v.) está implicado el aspecto psicológico de la r.; en este sentido se puede distinguir el conocimiento de un objeto exterior, el conocimiento de sí mismo y el conocimiento de que conocemos; este último también puede denominarse reflexión. Al mencionar el tema del conocimiento (v.) entramos en el aspecto gnoseológico de la r., que es base del uso del término r. en un sentido lógico: se emplea también dicho término para referirse al conocimiento discursivo o indirecto (V. RACIOCINIO; SILOGISMO) propio del entendimiento como razón (v.), conocimiento que sigue un determinado proceso para llegar de unas verdades a otras (V. DEDUCCIÓN; INDUCCIÓN; MÉTODO; etc.), y que es diverso del conocimiento directo o intuitivo (V. APREHENSIÓN; INTUICIÓN) propio del entendimiento como inteligencia (v.). Dentro del aspecto o consideración psicológica de la r., a veces se utiliza también este término para referirse a determinadas actividades de algunos sentidos internos (v. PERCEPCIÓN; SENSACIÓN). Además del uso psicológico-gnoseológico de la palabra r. en la descripción de los procesos cognoscitivos del entendimiento y de los sentidos internos, en ocasiones se usa también en otro sentido psicológico: para referirse a la actividad de la voluntad (v.) antes de decidirse a juzgar o actuar, usando de su libertad (v.); pero, propiamente, esa actividad, previa al juicio o decisión, es del entendimiento como razón (se decide y actúa después de la r.). Por consiguiente, para el estudio y comprensión sistemática de la r., remitimos a los artículos de esta Enciclopedia que se han ido mencionando; especialmente v.: HOMBRE III, 5; ENTENDIMIENTO; CONCIENCIA; YO; VOLUNTAD; LIBERTAD; CONOCIMIENTO; RAZÓN; RACIOCINIO. Por tanto, aquí se hará solamente un recorrido histórico del uso de la palabra r. por los autores, que va comprendiendo unos u otros de los sentidos apuntados. Historia. El término citado epistrofé, usado por los neoplatónicos (v.), está emparentado con la noesis noeseos aristotélica. En efecto, Aristóteles (v.) atisba la primera matización metafísica de lo que posteriormente se denominaría reflexión. Sus apuntes responden a un planteamiento estrictamente ontológico con consecuencias gnoseológicas. Con base en la teoría del acto (v.) y la potencia (v.), afirma que los seres inteligentes finitos, en virtud de esa energeia (potencialidad activa) que es constitutiva en ellos, pueden objetivarse a sí mismos. Pueden desdoblarse (potencialidad activa) y conocerse como un objeto (v.), frente a frente. En esta posibilidad de desdoblamiento reside el precedente aristotélico de una consideración de la reflexión. El Acto puro, prosigue Aristóteles, carente de toda potencialidad, siendo pura entelejeia, carece de ese carácter negativo que es la posibilidad de desdoblamiento; constitutivamente es eterna autopresencialidad (V. DIOS IV). Aunque la estructura sistemática sea distinta a la aristotélica, el proceso lógico con que los neoplatónicos se remontan a la idea de r. es similar al proceso con que el Estagirita da las primeras pinceladas a la referida idea. El grado de valor ontológico de una cosa está en razón directa con su autopresencialidad. El ser perfecto, el ser necesario, es precisamente el epistreptikón pros cautón. Dentro de una dialéctica espíritu-materia, como es la neoplatónica, la r. es entendida coom el carácter propio del entendimiento (v.) y como signo de su inmaterialidad (v.). En resumen, la r. es el indicio de la inmaterialidad y, por ende, indicio del valor ontológico. Para S. Agustín (v.), el fundamento de la r. es metafísico. Obsérvese que se dice metafísico y no ontológico, y la razón estriba en que la base sobre la que se asienta su idea de r. es antropológica, y la antropología para el converso de Tagaste es parte integrante de la Metafísica. Y tal fundamento metafísico es su concepción "dualista" del ser humano, según la cual cuerpo y alma no forman una estructura unitaria (como pensaban Aristóteles y S. Tomás), sino dos entidades independientes y accidentalmente unidas. Sobre tales presupuestos, de influencia claramente neoplatónica, puede comprenderse cómo el pensador cristiano no podía en manera alguna participar de la tesis por la que se afirma que lo corporal puede de alguna manera influir en lo anímico (V. ABSTRACCIÓN), ya que lo inferior jamás puede obrar sobre lo superior, aun cuando sea posible lo contrario. S. Agustín piensa que el conocimiento de los sentidos tiene valor desde el ángulo del «hombre exterior», pero cuando la inteligencia quiere volver sobre sí misma, cobrar conciencia de sí propia, en definitiva, reflexionar, debe desconectarse del material suministrado por su fachada exterior para profundizar más en su interioridad con la energía así ganada (De Trinitate, X,3,5; X,8,11; Epíst. 147,XVII, 42). Lo que acontece es que cuando el alma ejercita su capacidad de r., que como se ha señalado es privativa de ella, repara en la existencia de una luz por la que le es dado contemplar las ideas (v.), existentes en la inteligencia divina, y con cuya visión llega al conocimiento de lo auténticamente real. El alma -el hombre interior- al volver la mirada sobre sí cobra conciencia de su enigmaticidad, de su propia abisalidad, que únicamente puede tornársele inteligible cuando la contemple bañada en la luz divina: «Confiese, pues, lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí, lo sé porque Tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía en tu presencia» (Confesiones, X,5,7).