Está en la página 1de 2

La Diosa Madre

I. "La credibilidad de un deporte está en vilo”, escribe esta revista para rematar un
artículo sobre el dopaje de la tenista María Sharapova, a la vez exagerando y reduciendo
el caso. Exagerándolo, porque el tenis se va a seguir jugando en todas partes como si
nada hubiera pasado. Y reduciéndolo, porque el descrédito no afecta solo el tenis, sino
todos los deportes que existen.

II. El boxeo, el billar, el ajedrez, los bolos, el béisbol, el jiu-jitsu, el fútbol del señor Sepp
Blatter. El fútbol americano. El precandidato presidencial Donald Trump se quejaba hace
unos días de que ese brutal deporte se había vuelto un juego de muñecas en el que ningún
verdadero macho se parte de verdad el cráneo en los encuentros frontales: según él, se ha
reblandecido tanto como los propios Estados Unidos bajo Barack Obama. Como si no
supiera Trump, como sabe todo el mundo, que esos choques de cabeza son tan simulados
como las peleas a muerte de la lucha libre mexicana. Todos los deportes están en manos
de tramposos, cuando no de mafiosos.

III Se acusa a la Sharapova de usar una droga prohibida (aunque desconocida) llamada
meldonium para mejorar su capacidad de juego. Pero ¿es que acaso no se dopan por igual
todos los tenistas, hombres, mujeres y niños? A Rafael Nadal lo acaba de acusar de
dopaje una exministra del deporte de Francia. ¿No se dopaba el ciclista Lance Armstrong,
que ganó cinco o seis veces el Tour de Francia? Y lo ganó contra cientos de ciclistas tan
dopados como él, porque todos se dopan. El mérito sigue siendo el mismo: si ninguno se
dopara, ni él ni los demás, también habría ganado. Lo que distingue a los mejores no es
que se dopen sino que, tan dopados como todos, siguen siendo mejores. ¿O es que los que
son mejores son sus respectivos médicos? El uno prefiere recetar anabolizantes y el otro
recomienda esteroides. O tal vez son los deportistas mismos los que escogen su droga
preferida, como han escogido su deporte: baloncesto para este, ping-pong para aquel. ¿Y
quién hace y deshace las reglas, quién prohíbe o autoriza? Panela sí, cocaína no. Los
dirigentes deportivos, que son unos señores gordos de anteojos negros que nunca han
hecho deporte y no han estudiado endocrinología. Para un deportista de elite, no doparse
consiste simplemente en ir un paso por delante de la prohibición decretada por esos
señores que no saben lo que decretan.

IV. Tampoco se entiende por qué está prohibido el dopaje en el deporte y no en otras
actividades. El canto: acabamos de ver en Bogotá los brincos increíbles del septuagenario
cantante Mick Jagger, reconocido adicto polimorfo. La poesía: todos los poetas de que se
tiene noticia han vivido drogados o borrachos. El gobierno: nuestro exbipresidente y hoy
senador Uribe se dopaba – o se sigue dopando, no sé- con unas goticas mágicas de
fórmula secreta que le suministraba una bruja. Y la expresidenta argentina Cristina
Kirchner abusa visiblemente del bótox.
El problema no es el dopaje químico, sino la corrupción pecuniaria. Por la corrupción no
solo se enriquecen fraudulentamente los burócratas que dirigen el deporte mundial –los
del fútbol de la Fifa, los del tenis de la ITF, los del ajedrez de la Fide, los de la natación
sincronizada de la Fina, los del béisbol de la Ibaf, etcétera–, sino que se pervierte el
deporte. Su objetivo no es ya el de educar un cuerpo sano para una mente sana, como
proponían los filósofos pedagogos de la antigüedad; sino el lucro. No es un objetivo
higiénico, ni lúdico, ni estético, ni ético; sino solamente crematístico. Y por eso no tiene
más reglas que la del dinero. Por eso se compran y se venden –en vez de ganarse o
perderse– los partidos de fútbol y las partidas de ajedrez, las competencias de esquí y las
peleas de boxeo. La corrupción viene de que el deporte, todos los deportes, se ha
convertido en un negocio colosal. Uno de los más grandes del mundo, comparable con el
de las drogas prohibidas y con el de las armas.

V. Eso no es así por el deporte mismo. Lo que multiplica su rentabilidad es la publicidad.


Señala SEMANA en su artículo que la Sharapova, por cada dólar que gana jugando tenis
profesionalmente (torneos, trofeos, presentaciones amistosas), gana otros seis en
contratos publicitarios. Sin ellos, perderá la bicoca de 142 millones de dólares (y se
terminará su carrera de mujer-anuncio). Ya se lo están cancelando sus patrocinadores,
que simulan escandalizarse ante el fraude de la tenista después de haberse beneficiado
durante años de su publicidad engañosa. Pues ¿por qué va a tener alguna autoridad sobre
la calidad de un automóvil Porsche una tenista profesional, cuando la empresa
Volkswagen que los fabrica falsifica las pruebas de sus motores? Vuelvo a lo mismo: así
hacen todos. Los que sí pueden saber algo de carros, como los pilotos de carreras, no
vacilan en promover bebidas gaseosas o relojes de submarinista. Y los futbolistas, cuando
corren por la cancha, anuncian líneas de aviación en la camiseta. La reina de Inglaterra
anuncia de todo: licores, zapatos, ropa, galletas, muebles: los fabricantes le pagan nada
menos que mil cien “garantías de calidad” (warrants of appointment). ¿Y cree alguien
que la reina bebe y come y se pone todo lo que anuncia?

VI. Es la Diosa Publicidad. Probablemente la fuerza del Mal más poderosa de toda la
historia humana. De ella dependen la economía, la política, las ciencias, las artes, la
moral. Toda nuestra civilización de consumo. Que no persigan, pues, a la bella María
Sharapova por meter meldonium, como no han debido perseguir nunca al feo Maradona
por meter cocaína. O bien que prohíban todos los deportes.
 

También podría gustarte