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Dale una oportunidad…

Ahí está Alma, recorriendo los pasillos del refugio para mascotas. Aquella chica de cuerpo rollizo y
baja estatura, tez trigueña y cabello rubio desteñido, era una voluntaria encargada de revisar que
los animales estuvieran bien antes de cerrar el lugar cada noche. Conocía los nombres de cada uno
y durante el trayecto les hablaba.

–Huesitos ya duérmete –Le decía cariñosamente a un cachorro de puddle recién llegado que
llora mucho cuando se le encierra.

– ¡Manchas, deja de morder tu cobija! –regaña a un criollo que era muy ansioso y arrasaba
con todo lo que podía.

Casi siempre tardaba una hora en ello, terminando con el más viejo del refugio; su nombre es
Rocky. Un pitbull que recogieron de una familia descuidada. Siempre estuvo amarrado con una
cadena, no le daban de comer, ni agua y carecía de un techo que le resguardara de las
inclemencias del tiempo. Una denuncia fue lo que le salvo de aquella mala vida y dado que era
casero, se sometía más con Alma que el resto de los perros, por eso era su consentido.

Cada que ella llega a la jaula del noble viejo, aquel simpático animal se pone panza para arriba
esperando que ella le froté con suavidad o que juegue con él un rato. Ese lapso en ocasiones se
prolonga cerca de 20 minutos. Para Alma eso realmente no importa pues ella vive cerca del
albergue y todas las noches pasa por ella su amigo Octavio, el cual trabaja en un taller mecánico
unas cuadras más adelante. Él la ha cuidado desde que eran niños, pues la ve como su hermana y
también le tiene mucho afecto a los perros, por ello no le pesa esperarla.

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