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EL MANIFIESTO DE PEPITO

“¡Se acerca la hora!” gritaba una comadrona con su delantal medio puesto y
bastante sucio; “¡Avísenle a Don Pepe, no sea que llegue tarde!”.
Todos esos gritos abarrotaban un pequeño pueblo establecido en las inmensas
llanuras europeas pero extrañamente rodeado de un denso bosque mágico. Cada
alarido anunciaba con bombos y platillos el nacimiento de Pepito, el hijo de Don
Pepe y Doña Pepa, el alcalde y la primera dama.
Don Pepe se encontraba revisando algunos documentos cuando uno de sus amigos
corrió con la noticia, y sin pensarlo, el novato padre le arrebata la prisa al viento
para llegar a tiempo a la casa de la partera del pueblo.
Y tan mágico como el bosque de ese pueblo fue el momento en que los ojos del
inocente Pepito abrieron para conocer el maravilloso mundo. El pequeño poblado
se inundó de fiestas, jolgorio y júbilo tanto así que alcanzó para celebrar años
enteros de vida del precioso infante.
Cada año había payasos, magos, tortas, dulces y serpentinas para celebrar cada
cumpleaños de Pepito. El pueblo amaba a este niño que impregnaba felicidad, una
gran dosis de esperanza, tranquilidad y ternura.
Ya se aproximaba su décimo cumpleaños y para celebrarlo ya no habrían payasos,
magos, tortas, dulces y serpentinas; el pequeño Pepito debía cumplir con una de
las tradiciones más antiguas y especiales de la aldea: cazar al ciervo dorado.
El ciervo dorado era una extraña criatura que enaltecía la belleza del bosque mágico
que rodeaba a la pequeña aldea. Cazarlo a los 10 años era símbolo de abundancia
y prosperidad para el pueblo. Sin embargo ya habían pasado muchos años de que
alguno de los niños hubiese podido encontrarlo, así que Don Pepe tenía toda la
esperanza con su pequeño Pepito.
Para alcanzar este cometido, Don Pepe llevaba algún tiempo entrenando a Pepito
para aguzar su vista, mejorar la puntería y claro está, reconocer al ciervo dorado.
En medio de su angelical inocencia, Pepito estaba absolutamente emocionado
porque podría enorgullecer a su padre y traer al pueblo la misma felicidad que se
sintió cuando su madre lo trajo al mundo.
Estaba a un día de su cumpleaños y Pepito no quería fallar, así que abriendo campo
en su pequeña mentecita se dilucidaba la idea de explorar el bosque antes del gran
festín. Esperaba encontrar el ciervo dorado antes de cazarlo. No quería fallar.
Sin que nadie lo supiera, el pequeño Pepito se adentró sin permiso alguno a las
entrañas de este hermoso bosque. Ante los ojos del niño, solo se observaban los
rayos del sol iluminando por entre las copas de los árboles el revolotear de los
pájaros, el correr de los animales, la silueta de las flores y majestuosidad que este
hermoso espacio irradiaba. Simplemente mágico.
Pero para infortunio de Pepito, en medio de tanta belleza faltaba el brillo del fino
pelaje del ciervo dorado. Sus ojos de color fuego, sus cascos dorados y su elegante
galopar estaban ausentes en este paradisiaco paisaje.
Pasaban las horas y el sol ya estaba en busca de su hogar en el horizonte. Pepito
no perdía la esperanza pero sus pies no respondían a sus órdenes, así que al llegar
a un pequeño riachuelo decidió sentarse en una piedra que se encontraba a un
costado de éste. Mientras Pepito pensaba en cómo encontrar al ciervo, de un
momento a otro sintió un fuerte golpe en la cabeza.
Saliendo de aquel estado de inconciencia, abrió sus ojos y frente a él estaba este
flamante ciervo dorado tal cual y mucho más magnífico a como su padre lo había
descrito. En medio del susto, sorpresa e intriga, Pepito pasó la noche en el bosque
conversando con esta criatura mágica.
Muy temprano en la mañana, Pepito salió del bosque al encuentro con sus
preocupados padres quienes lo recibieron con un gran abrazo. “¡Hoy es un gran día,
hijo!” decían sus padres a los cuales Pepito respondía “¡De verdad, que es un gran
día!”.
Llegadas las horas de la tarde, la gente estaba reunida a las afueras del pueblo
esperando impacientemente el momento en que el hijo del alcalde cazaba al
increíble ciervo dorado.
Pasando por en medio de la multitud se abría paso Pepito. Vítores, halagos y flores
adornaban el camino que marcaba el niño junto con sus orgullosos padres.
Pepito se ubicó a un extremo de la muchedumbre y el regocijo se hizo notar cuando
de un lado del bosque mágico sale caminando elegantemente el ciervo dorado. Las
miradas estaban atentas esperando a que las delicadas manos del niño cogieran el
arco e incrustaran las flechas en el torso del precioso animal y así traer nuevamente
prosperidad y abundancia al pueblo. Pero tal cosa no ocurrió.
Las miradas ahora desesperadas de la romería se fijaban en el papel que Pepito
sacaba de uno de sus bolsillos.
Mirando a todos, Pepito desplegó su arrugado papel y lo leyó:
“En mi décimo aniversario me corresponde cazar a las más bellas criaturas que este
mágico bosque ha podido engendrar. Es tradición, un acto moral.
Pero ayer, mientras ustedes se preparaban para este momento, tuve el placer de
hablar con esta criatura que me llevó a lo más interno del bosque en donde los
demás ciervos dorados viven en madrigueras para ocultarsen de nosotros.
Estaba asustado, nervioso y parte de mí quería cazarlos a todos. Pero George, el
ciervo dorado que ustedes ven aquí, se sentó al lado mío y me contó el dolor que
sienten cada vez que hemos asesinado a alguno de sus miembros de la manada.
Hay muchas historias que mis oídos tuvieron la fortuna de oír, historias dolorosas
de por cierto.
Por eso hoy, padres y amado pueblo, sensibilizado por tanto sufrimiento quiero
decirles que tomo las buenas enseñanzas que me han dejado a mi corta edad para
servir de puente entre la manada de ciervos dorados y nosotros.
Es hora de preocuparnos por estos pobres animales que se ven amenazados con
el nacimiento de un nuevo poblador en nuestra aldea.
Por eso, con este vínculo quiero ofrecerles alimento a los ciervos dorados de
nuestras huertas a favor de abundancia y prosperidad que su presencia nos puede
traer sin necesidad de aniquilar a ningún otro miembro de esta mágica manada.
Amo mi pueblo y amo a estos ciervos también”.
La mirada atónita de los pobladores no les permitió mascullar palabra alguna.
Aún bajo la misma sorpresa, Don Pepe se acercó a su hijo, lo abrazó y se dirigió a
su pueblo: “Este es el manifiesto de Pepito. Ahora son nuevos tiempos”
Las personas de este pueblo fueron absolutamente felices durante mucho tiempo
ya que tuvieron mucho más que abundancia y prosperidad. Los habitantes de este
pequeño pueblo incrustado en un bosque mágico en alguna parte de las llanuras
europeas aprendieron a valorar su entorno, a encontrar más ciervos dorados y
redactar más manifiestos de Pepito.
MORALEJA
En nuestro tiempo y aplicado al área de la salud, el ciervo dorado es la vida que se
ve amenazada con el nacer de nuevas tecnologías, por eso Pepito representa la
bioética que nace bajo la luz de la ética (Don Pepe) para tender puentes entre los
ciervos dorados y Don Pepe, para unir los conceptos clásicos de una disciplina
milenaria como lo es la ética con el contexto vertiginoso de las nuevas
biotecnologías.
El manifiesto de Pepito (el nacimiento de la bioética) no busca alejar a su padre Don
Pepe (la ética) de los ciervos dorados (la vida), por el contrario pretende preservar
a estos ciervos dorados con la huerta de su padre (los lineamientos básicos de la
ética) poniendo a su disposición alimentos con el fin de alcanzar la abundancia y
prosperidad sin tener que aniquilar a ningún miembro de esta mágica manada a
expensas de una tradición (preservación de la vida bajo el contexto de las nuevas
biotecnologías).

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