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UNIVERSIDAD DE MORÓN.

FACULTAD DE
HUMANIDADES, FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA
EDUCACIÓN.

VIOLENCIA E
IRREFLEXIÓN:
Análisis sobre la naturalización de la
violencia en tres cuentos de Abelardo
Castillo.

Materia: Literatura Argentina II.

Profesor: Daniel Fara.

Profesor adjunto: Cecilia Fara

Alumno: Marisol Castillo.

Matrícula: 44013058.

1
“Quiero contarlo ahora, de pronto me dio miedo olvidar esta historia. Pero si yo la olvido nadie
podrá recordarla, y es necesario que alguien la recuerde”

En “Hernán”, de Abelardo Castillo.

Introducción:

La violencia y la crueldad son tópicos comunes en la literatura Argentina, en


ocasiones esa violencia se aborda desde hechos atroces, como puede ocurrir en la
venganza que lleva a cabo Emma Zunz, en el cuento homónimo de Borges, o también
podemos referirnos a parte de la literatura gauchesca, siendo un ejemplo claro de
violencia la poesía La refalosa, de Hilario Ascasubi, entre muchos ejemplos más, de
diversos géneros literarios.

Sería correcto afirmar que, para nosotros, la literatura argentina es atravesada


desde sus comienzos por una constante que, aunque variable es muy clara y definida: la
violencia. Nuestra literatura nacional está embebida por lo atroz, desde el estilo que
tienen algunos autores hasta los hechos de la trama en sí; a veces se puede dar en la
sintaxis, a veces en el juego con otras obras. Es la violencia, desde nuestra perspectiva, un
rasgo sobresaliente en la literatura nacional: la tensión de un policial negro, la
indiferencia de las clases pudientes, los crímenes mínimos, la violencia de estado; todas
son formas de esa violencia, que se hace literatura.

La intención de este escrito es analizar dos cuentos del narrador argentino


Abelardo Castillo: “La madre de Ernesto” y “Hernán”1, del libro Las otras puertas
(1961), en todas siguiendo una forma particular de violencia: la irreflexión; según es
propuesta por la filósofa alemana Hannah Arendt en su obra Eichmann en Jerusalén. Un
estudio acerca de la banalidad del mal2 y en la obra Sobre la violencia,3 también de la
misma autora. Nuestra hipótesis consiste en probar que la irreflexión es la característica
principal de la crueldad y su germen; que puede darse cotidianamente y pasar camuflada

1
Castillo, Abelardo. Cuentos completos. Alfaguara, Buenos Aires, 2012.
2
Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Lumen, Barcelona,
2003.
3
Arendt, Hannah. Sobre la violencia. Alianza, Madrid, 2006.

2
de costumbre, o ser percibida como insignificante. En los cuentos de Castillo es palpable
el papel que juegan las costumbres establecidas desde lo cotidiano, costumbres que
entrañan en sí mismas el germen de situaciones con mucha carga violenta, es nuestra
tarea para este trabajo, hacerlo evidente desde el marco teórico que proporciona Arendt,
con su concepto de la banalidad del mal.

Actuar irreflexivamente: Excesos de juventud

Junto con la crueldad y la irreflexión, otro hilo conductor importante para los tres
cuentos propuestos es la juventud, los excesos y el arrepentimiento del error. La juventud
puede ser caracterizada como la época de la acción antes que de la reflexión, de la
curiosidad, de la necesidad de vivir experiencias nuevas y a la vez la necesidad de ser
parte y ser aceptado por otros. A los personajes de los cuentos seleccionados les suceden
cosas triviales, que tejidas por todas las ansiedades y necesidades mencionadas, dan como
resultado una violencia inusitada desde la crueldad irreflexiva. Esta acción es
instrumental, y se justifica como tal. Hannah Arendt define la violencia como la falta de
capacidad para pensar claramente los hechos que se llevan a cabo y escribe que:

La violencia es, por naturaleza, instrumental; como todos los medios


siempre precisa de una guía y una justificación hasta lograr el fin que
persigue. Y lo que necesita justificación por algo, no puede ser la esencia
de nada.4(El subrayado es nuestro).

Esta esencia de nada, característica del instrumento en sí como un medio, se ve


claramente en las primeras líneas del cuento “La madre de Ernesto”, en donde lo que
seduce es una idea, que llaman turbadora y sucia, idea que es ajena, porque siempre la
culpa tiene que ser de otro. El cuento narrado en primera persona, cuenta la historia de un
grupo de amigos que hablan sobre la madre de un tercero, de Ernesto, a quien la mujer
había abandonado hacía un tiempo: “Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto.
Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que
recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela.”5, es obvio que la historia nos

4
Arendt, Hannah. Sobre la Violencia. P. 70.
5
Castillo, Abelardo. Op. Cit. p. 40.

3
refiere a un pueblo en donde todo se sabe, y todos mayormente se conocen, de ahí el tabú
de estar con la madre de un amigo. La madre de Ernesto es evocada a la memoria como
un objeto de deseo prohibido, como un tabú, porque es la madre de uno de sus amigos,
así la recuerda el narrador: “–Se acuerdan cómo era. Claro que nos acordábamos, hacía
tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de
maternal.”6 (El subrayado es nuestro). Sucede que esta mujer, al perder su condición de lo
que se llama comúnmente “buena mujer” y dejar a su esposo, incluso antes: por el sólo
hecho de ser atractiva anula su cualidad superficial de “madre” (Se la llama atorranta, se
dice que madre es hasta una cerda, se le dice descocada), se hace accesible, ya no a la
fantasía, sino materialmente: Julio sabe que ella ahora trabaja como prostituta en las
afueras del pueblo. La accesibilidad desde lo material para la realización de las fantasías
del grupo se hacía posible en el momento de desgracia de una mujer: desde una situación
vulnerable o quizá desde lo que podemos llamar tragedia de esta señora; que no es una
señora cualquiera y ajena, sino alguien íntimamente conocido.

El plan de Julio es simple: pasar la noche con la madre de Ernesto, el narrador


nos relata al comienzo los sentimientos que se suscitan ante la idea, comienzo
fundamental donde ya todo está dicho, luego restará la acción:

Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había


vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a
vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o
dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que
Julio nos había metido en la cabeza -porque la idea fue de él, de
Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia- nos hiciera sentir
culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un
sitio como aquél, nadie es puritano. Pero justamente por eso, porque
no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin
de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la
idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel.
Atractiva. Sobre todo, atractiva.7 (El subrayado es nuestro).

La idea era atractiva, por muy cruel y sucia, era fundamentalmente atractiva; y lo
era porque antes de ser atractiva era fácil, accesible: allí radica la cualidad principal de la
banalidad del mal, según lo describe Arendt, a veces y con frecuencia hacemos un mal
6
Ibidem.
7
Ibidem. p. 39.

4
porque se presenta fácil, y antes de reflexionar sobre los hechos simplemente actuamos,
el personaje de Julio remarca lo ordinario de la idea en sí misma:

–Se acuerdan cómo era.

Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos
acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal.

–Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros.

Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una


provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto.
Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo –quién
sabe– que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni
habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de
miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos
convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo
monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de
la madre de uno de nosotros.8 (El subrayado es nuestro).

Si el crimen no es propio, la reflexión no aparece. Siempre hay justificación,


siempre hay un alguien que aparece con una tentación para sacarnos la culpa de las
manos. En el cuento el personaje de Julio, amigo de quien narra la historia, funciona
como el chivo expiatorio para todos: la noticia llega de su boca, la idea de su cabeza y el
camino hasta el lugar en donde se encuentra trabajando la madre de Ernesto, se hace en el
auto que provee Julio. Si bien la reflexión existe por momentos en el relato, es ondulante,
va y viene, se enuncia y se vuelve a justificar en un tercero:

–Al fin de cuentas, es un castigo –tu voz, Aníbal, no era


convincente–: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea
atorranta.

–¡Qué castigo ni castigo!

Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro
que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más.9

8
Ibidem. p. 40.
9
Ibidem. p. 42.

5
La responsabilidad/no responsabilidad ondulante del cuento se hace comprensible
en el marco de lo aberrante, y sin embargo socialmente aceptado: la prostitución.
Groseramente se podría decir que alguien compra porque alguien ofrece, pero el que
ofrece vive circunstancias de marginación sin salida evidente en la mayoría de los casos,
en la historia, la madre de Ernesto es una víctima de la violencia y del abuso
reglamentado y justificado socialmente: el abuso corre por parte de estos tres amigos, que
se aprovechan “legalmente” desde lo que es cotidiano, de la situación de una “mala”
mujer. En cuanto a la semi-legalidad y la total aceptabilidad que se da en el sistema ya
burocratizado de un estado, y en este caso puntual podemos relacionarlo con el ejercicio
de la prostitución, Arendt dice lo siguiente:

Finalmente -volviendo a la primitiva denuncia del sistema como tal,


formulada por Sorel y Pareto - cuanto más grande sea la burocratización
de la vida pública, mayor será la atracción de la violencia. En una
burocracia completamente desarrollada no hay nadie con quien discutir, a
quien presentar agravios o sobre quien puedan ejercerse las presiones de
poder. La burocracia es la forma de Gobierno en la que todo el mundo
está privado de libertad política, del poder de actuar; porque el dominio
de nadie no es la ausencia de dominio, y donde todos carecen igualmente
de poder tenemos una tiranía sin tirano.10

Volvemos en este punto a varios temas recurrentes en la historia, con ejemplos ya


citados: la idea de la violencia es atractiva, y es atractiva porque forma parte de lo
socialmente aceptable (la idea de “todos lo hacen”, no seré culpado), esa atracción es
irreflexiva: somos crueles en la medida que no pensamos lo que estamos haciendo. La
banalidad del mal se resume en la narración de una forma radical, como un golpe bajo, es
la madre de Ernesto, la mala mujer, la atorranta, la descocada, quien hace el único acto de
reflexión y piensa en el otro, antes que en la palpable vergüenza de su situación:

Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una
sonrisa profesional; una sonrisa vagamente infame. (…)

Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que,


cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado
inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber
con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente,
hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio,

10
Arendt, Hannah. Sobre la violencia. p 110.

6
durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no.
Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con
miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado
algo a él, a Ernesto. Cerrándose el deshabillé lo dijo.11(El subrayado es
nuestro).

La madre de Ernesto piensa en su hijo y en la posibilidad de que algo le haya


sucedido, antes de pensar en la vergüenza que representa que los amigos de sus hijos la
vean en aquella situación, antes de pensar que están allí en calidad de clientes. Es esta
mujer la que no actúa de inmediato, los mira y piensa un poco más allá, para justificar la
presencia de los tres chicos; “Cerrándose el deshabillé lo dijo”, cerrando la posibilidad de
irreflexión.

Hernán, el héroe de todos.

En el cuento “Hernán”, de Castillo, volvemos a encontrarnos con historias que se


relacionan a la juventud y a la crueldad. La narración, también en primera persona, relata
hechos inconfesables del pasado, y se dirige a una persona en particular, a modo de
señalamiento acusatorio, como una forma de decir “yo me acuerdo” o “yo sé”. El narrador
nos cuenta la historia que gira alrededor del personaje de Hernán, un chico modelo:
inteligente y aceptado y admirado por todos. Un buen día llega al colegio una nueva
profesora de literatura, la señorita Eugenia: “Ella llegó al Colegio Nacional en el último año
de mi bachillerato. Entró a clase y desde el principio advertimos aquella cosa extravagante,
equívoca, que parecía trascender de sus maneras, de su voz, lo mismo que ese tenue aroma
a laurel”12, esta mujer insegura y de aspecto frágil se convierte de inmediato en fuente de
burlas y en material para apuestas: todo el relato gira entorno a un hecho infame, Hernán se
abusa de la confianza y el cariño de Eugenia, para después ridiculizarla y traicionarla frente
a todos: él era una persona para la señorita Eugenia, y otra distinta para todos sus
compañeros. Hannah Arendt escribe en Sobre la violencia, sobre esta característica del
hombre: “lo malo de los hombres es que pueden engañar”13. Es interesante también

11
Castillo, Abelardo. Op. Cit. p 45.
12
Ibidem.
13
Arendt, Hannah. Sobre la violencia. P. 79.

7
relacionarla con una de las capacidades lingüísticas, inherente al hombre: la prevaricación.
El lingüista Charles Hockett la define de la siguiente manera: “Los mensajes lingüísticos
pueden ser falsos (…).Esta propiedad que llamamos prevaricación, se halla en la base de la
mentira, de la ficción. (…) Ninguno de los otros sistemas animales de comunicación que se
conocen parecen presentar esta propiedad”14. Finalmente es el personaje de Hernán, el
admirado, quien comete el crimen más cruel, por la capacidad inherente al hombre que
tiene, es decir, mentir, para luego traicionar. Incluso podríamos ir más allá, y decir que
cumplir con la apuesta es también una forma de mentira, ya que el personaje no persigue en
ello un placer personal, sino cumplir con las expectativas del medio: “Tuvo el
presentimiento de que todo podía complicarse (…) pensó que se despreciaba. Pero ese día
la apuesta había sido aceptada y uno no podía echarse atrás, aunque tuviera que hacerle una
canallada brutal a la señorita Eugenia”15. Hernán en el acto mismo de cumplir la apuesta
miente, su violencia es nuevamente un instrumento que posibilita la renovación de una
aceptación general, no es una tentación a nivel personal.

En relación con lo dicho y la búsqueda de la satisfacción personal, podemos notar


que para Hernán atacar a alguien débil como la señorita Eugenia no es una tentación, él fue
el primero en darse cuenta del dominio que podía tener sobre aquella mujer:

Después pasaron muchos días, y no sé, no recuerdo cómo hizo


él para darse cuenta: acaso fue por aquellas miradas furtivas que, al
llegar a ciertos párrafos de los clásicos, la señorita Eugenia dirigía hacia
su banco, o acaso fue otra cosa. De todos modos, cuando se lo dijeron
ya lo sabía. "Me parece que la vieja...", le dijeron, y Hernán debió fingir
un asombro que jamás sintió, puesto que él lo había adivinado desde el
comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras de pájaro y su cara
triste de mujer sola16(El subrayado es nuestro)

La banalidad del mal es la acción no reflexiva del ejercicio del mal. Para el
personaje de Hernán herir a una persona con el fin de ganar una apuesta y burlarse de ella
no constituía una tentación o una necesidad personal: era sencillamente lo que se esperaba
de él, ya que era admirado y podía con todo. Herir a la señorita Eugenia se reduce
simplemente a una posibilidad cotidiana. El horror no se asoma siquiera, la tentación del

14
Hockett, Charles F. Curso de lingüística moderna. EUDEBA, Buenos Aires, 1971.p. 556.
15
Castillo, Abelardo. Op. Cit. P.59.
16
Castillo, Abelardo. Op. Cit. p. 57.

8
mal como tal no está, el mal es natural. A este propósito (y salvando las distancias en tanto
lo que constituye el tema del nazismo y su gravedad) podemos relacionarlo con lo que
Arendt escribe sobre la anulación de la tentación:

El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que


generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una
tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la inmensa
mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que
sus semejantes fueran enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a
la muerte lo sabían, aunque quizá muchos ignoraran los detalles más
horrendos), de no convertirse en cómplices de estos crímenes al beneficiarse
con ellos. Pero, bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resistir la
tentación17(El subrayado es nuestro).

La no tentación unida a la no reflexión da lugar al crimen, que nos enteramos hacia


el final, es el crimen del narrador mismo. Hernán se enuncia y se refiere a sí mismo en
tercera persona, para provocar un distanciamiento del hecho y poder hablar finalmente
sobre ello, si bien la reflexión se da, se realiza de manera oblicua (como lo hace también en
“La madre de Ernesto”) y como una necesidad catárquica.

La filósofa analiza esta banalidad del mal, en el personaje histórico de Adolf


Eichmann, teniente coronel de la SS nazi, en el marco del juicio que se realizó en su contra
en Jerusalén, personaje que al igual que Hernán no es nada estúpido, pero es
completamente irreflexivo y no encuentra placer en su ejercicio del mal:

Para expresarlo en palabras llanas, podemos decir que Eichmann,


sencillamente, no supo jamás lo que se hacía. (…)No, Eichmann no era
estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno
podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en
el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como
«banalidad», e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor
voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto
que tampoco podemos decir que sea algo normal o común.(…) En realidad,
una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal
alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos
los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.18(El subrayado
es nuestro).

17
Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. P. 91.
18
Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. P. 171.

9
Quizá lo más sorprendente del texto sea la capacidad intelectual sobresaliente del
personaje de Hernán, combinada con esta irreflexión y la consecuente crueldad. Tanto
Arendt desde su reflexión filosófica como Castillo desde su literatura nos advierten algo
importante: la cualidad del mal es irreflexiva, y se presenta todos los días. El vuelco
reflexivo en “Hernán” hacia el final, salva al narrador de su propia capacidad para hacer el
mal, enunciando lo que había pasado como una simple broma, tratando de darle el nombre
que corresponde: el de crimen cotidiano.

Conclusión

El mal a veces es simple, accesible, normal y atractivo, irreflexivo. A lo largo de


este escrito se llama la atención sobre situaciones que Abelardo Castillo toma de tema en
su literatura, para desarrollar la crueldad que habita en el ser humano, una maldad diaria
que con el paso de los años se vuelve monstruosidad, en una pesada monstruosidad que
debe ser enunciada para poder ser olvidada, que se vuelve confesión. Hannah Arendt
habla de la impotencia que se experimenta en la presencia del mal y sus consecuencias, a
veces materializadas en un número obsceno de víctimas y horrores, (a veces carente de
número exacto como es el caso de la prostitución y la trata de blancas) Arendt dice lo
siguiente: “Fue como si en aquellos últimos minutos resumiera la lección que su larga
carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que
las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.”19, esto referido a las últimas e
irreflexivas palabras de Eichmann. Allí donde las palabras y el pensamiento son
impotentes, la literatura se abre paso para rescatar estos hechos, inefables, mediante su
tratamiento del mal. Abelardo Castillo trata estos temas sobre la crueldad y la maldad en
su forma cotidiana, lo narra, lo vuelve a la vida y se hace visible. Castillo es en este
punto, un claro ejemplo de este acercamiento al mal, desde su narrativa, desde la
memoria, desde la impronta de un claro compromiso con la sociedad, que a veces
enferma con la peste del olvido.

19
Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. P. 151.

10
Bibliografía.

Arendt, Hannah. Sobre la violencia. Alianza, Madrid, 2006.

Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal.

Lumen, Barcelona, 2003.

Castillo, Abelardo. Cuentos completos. Anagrama, Buenos Aires, 2012.

Hockett, Charles F. Curso de lingüística moderna. EUDEBA, Buenos Aires, 1971.

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