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Carlos M-Castro
Más silencio. No. Más ruido. Desorden, espasmo ocular ante el caos: realidad que se
resiste al verbo. Queda una habitación sin ocupante; despacio, al ritmo de lo indomable,
el polvo y su fauna, el moho y su bioma retomarán lo que siempre supimos suyo: imperio
violado por el terror que nos inflige nuestro propio rostro al distinguir los márgenes de
nuestra casa ajena. Entonces el estruendo sobrevuela los muebles, las formas, la ilusión
del esquema. El estruendo se instala, inquilino/ex-rehén, en el rincón vacío.
Un domador de los ríos sin cauce que rugen el mundo sin explicarlo se ha ido. Sin
explicarlo, se ha ido. Ahí van sin ribera sus aguas, sin amo sus tigres, su orquesta sin fon
y cada discurso sin fin. Ulises Juárez Polanco ha muerto.
II
Al tercer día, frente a la roca inmóvil, me escribía un amigo en común, recién bañado en
desconsuelo, con un seguro olor a desamparo. Más silencio, decía, más silencio tras el
que se ha retirado antes de tiempo. Y no. Lo contrario. Más ruido. Queda la fiesta sin uno
de sus anfitriones. Escribir, editar libros y revistas, organizar coloquios... ¿no es todo eso
acaso un ejercicio ingenieril para encauzar la realidad que, desbordada, nos anega? ¿No
son los escritores, finalmente, intérpretes del caos?
III
El mundo se iba a terminar aquel año. 2012 sería el fin y para mí lo fue y todo lo contrario.
Nunca fuimos grandes amigos, aunque por esas fechas nos acercamos mucho. Luego de
ejecutar satisfactoriamente la edición de mi primer y hasta ahora único libro, de hacerme
parte del proyecto que mencioné antes y visitarme incluso mientras convalecía de una
crisis psicótica de la que apenas logré salir ileso, su camino volvió a encontrarse con el
mío en una muy inverosímil circunstancia: Ulises fue mi celestino.
Durante ese septiembre, un día, tras presentarse una novela de otro escritor
nicaragüense en cierta librería de Managua, alguien propuso atravesar la calle y, con el
reciente cumpleaños de un amigo asistente al evento como pretexto, sentarnos en torno a
una mesa a hacer lo que sabíamos: charlar, urdir conspiraciones, prepararnos para el final
del mundo. Y Ulises, el buen Uli, que por entonces empezaba a salir con Marjorie, al
verme huir sobre la excusa de una jornada tempranera de trabajo al día siguiente, me
señaló a una recién llegada que yo no conocía y, para convencerme de continuar con ellos
esa noche, me dijo: «Está soltera».
IV
Septiembre, 2017