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Retrato hablado

Carlos M-Castro

Más silencio. No. Más ruido. Desorden, espasmo ocular ante el caos: realidad que se
resiste al verbo. Queda una habitación sin ocupante; despacio, al ritmo de lo indomable,
el polvo y su fauna, el moho y su bioma retomarán lo que siempre supimos suyo: imperio
violado por el terror que nos inflige nuestro propio rostro al distinguir los márgenes de
nuestra casa ajena. Entonces el estruendo sobrevuela los muebles, las formas, la ilusión
del esquema. El estruendo se instala, inquilino/ex-rehén, en el rincón vacío.

Un domador de los ríos sin cauce que rugen el mundo sin explicarlo se ha ido. Sin
explicarlo, se ha ido. Ahí van sin ribera sus aguas, sin amo sus tigres, su orquesta sin fon
y cada discurso sin fin. Ulises Juárez Polanco ha muerto.

II

Al tercer día, frente a la roca inmóvil, me escribía un amigo en común, recién bañado en
desconsuelo, con un seguro olor a desamparo. Más silencio, decía, más silencio tras el
que se ha retirado antes de tiempo. Y no. Lo contrario. Más ruido. Queda la fiesta sin uno
de sus anfitriones. Escribir, editar libros y revistas, organizar coloquios... ¿no es todo eso
acaso un ejercicio ingenieril para encauzar la realidad que, desbordada, nos anega? ¿No
son los escritores, finalmente, intérpretes del caos?

Estoy de vuelta sentado junto a Ulises, intento molestarlo, pasarme de listo,


hacerme el gracioso; de vez en cuando le respondo sin tanta vuelta innecesaria. Es otra
vez agosto y he tomado mi posición en esa mesa que quiero convertir en cuadrilátero
boxístico. Sin asomo de impaciencia, conduce la entrevista ignorando un pugilato mal
planteado, sin atender aviones de papel con intención de dardo. Aquella noche de
miércoles, lo que debía ser esgrima termina en simulacro coreográfico. El objetivo estaba,
sin embargo, claro: articular la voz de una generación cuya gramática podía casi por
entonces ser tocada. Cumpliendo su tarea, pues, puso detrás de la almohadilla aquel
determinante con la cifra de la década que habíamos recién concluido: #los2000,
membrete a cuyo pie firmamos sendos estados parciales de cuenta una veintena de sus
contemporáneos mayormente escépticos ante un proyecto de generación.

Estamos ahora, entonces, en medio de más ruido.

III

El mundo se iba a terminar aquel año. 2012 sería el fin y para mí lo fue y todo lo contrario.
Nunca fuimos grandes amigos, aunque por esas fechas nos acercamos mucho. Luego de
ejecutar satisfactoriamente la edición de mi primer y hasta ahora único libro, de hacerme
parte del proyecto que mencioné antes y visitarme incluso mientras convalecía de una
crisis psicótica de la que apenas logré salir ileso, su camino volvió a encontrarse con el
mío en una muy inverosímil circunstancia: Ulises fue mi celestino.

Durante ese septiembre, un día, tras presentarse una novela de otro escritor
nicaragüense en cierta librería de Managua, alguien propuso atravesar la calle y, con el
reciente cumpleaños de un amigo asistente al evento como pretexto, sentarnos en torno a
una mesa a hacer lo que sabíamos: charlar, urdir conspiraciones, prepararnos para el final
del mundo. Y Ulises, el buen Uli, que por entonces empezaba a salir con Marjorie, al
verme huir sobre la excusa de una jornada tempranera de trabajo al día siguiente, me
señaló a una recién llegada que yo no conocía y, para convencerme de continuar con ellos
esa noche, me dijo: «Está soltera».

Siguió que trasnoché; que la desconocida y yo, por un malentendido, bailamos


una pieza y al despedirnos me describió o descubrió constelaciones encima de nosotros;
que comencé con ella una correspondencia privada por Twitter al no atreverme a
molestarla directamente en su teléfono; que casi cada día busqué razones para verla y
Marjorie —su amiga— con Ulises me ayudaban a disipar contornos hostigosos de mis
invitaciones; que ella y yo formamos un solo pronombre y que efectivamente el mundo
se acabó y comenzó de nuevo, mejorado, para ambos.

IV

En la imagen yo fallo, pese a su defensa baja, un gancho de izquierda dirigido al rostro;


mi otro puño busca la boca de su estómago —maña de combinar ataque con ataque—,
pero su alcance superior se impone y, ante la excitación de un público de lujo que integran
Madeline Mendieta, Alejandra Sequeira y Enrique Delgadillo, me desfigura el rostro con
su derecha recta. La tomó Gloria Ruiz aquella noche después de la entrevista hace cinco
años. Él disfruta el simulacro; su rostro tiene más de niño descubriendo algún secreto que
de estratega planeando una conquista. Cuelgo la fotografía en esta habitación hecha de
signos; así lo quiero ver: feliz y combativo, inocente, certero. Ulises ahora descansa, la
lucha sigue.

Septiembre, 2017

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