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Etnografía de las colecciones prehispánicas de

restos humanos en la Sierra del Nayar y en


Sinaloa (siglos XVI-XVIII) y sus analogías con
material arqueológico Nayarita

Enriqueta M. Olguín*

En el presente ensayo se hace un recuento que expone las prácticas tafonómicas,


guerreras y religiosas, que seguían diferentes grupos étnicos prehispánicos que
habitaron parte de los actuales territorios de Nayarit y Sinaloa durante los siglos
XVI-XVIII. Prácticas que se evidenciaron en la integración de colecciones de
diferentes partes corporales, incluyendo cráneos y pieles craneofaciales, según
refieren las fuentes históricas y se puede observar en el contexto arqueológico de
una de esas colecciones que data de entre el año Cero y 300 d. C., y que se
suman al largo listado de rasgos culturales que relacionan la Sierra del Nayar con
el territorio que llamamos hoy día Sinaloa y Durango.
Desde 1983, quien suscribe observó grandes similitudes entre las
descripciones etnográficas de varios rasgos culturales de los grupos
prehispánicos que habitaban el actual Estado de Sinaloa, durante el siglo XVI, y
el material arqueológico, que data de entre el año Cero y 750 d. C., que se halló
en una excavación en el cerro del Huistle, Huejuquilla el Alto, Jalisco, sitio
ubicado en el piamonte de la Sierra Madre Occidental.1 El número de estos
rasgos es considerable, y las comparaciones hechas se han podido publicar en

––––––––––––––
*
Doctora en Estudios Mesoamericanos por la UNAM, Universidad Autónoma del Estado de
Hidalgo, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, CEDICSO Siglo XXI.
1
Archivo Técnico de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la
Ciudad de México, ATA. Marie-Areti Hers, Excavaciones Arqueológicas en el Cerro del Huistle,
Huejuquilla el Alto, Jalisco. Mecanuscritos correspondientes a las temporadas 1978, 1979, 1981.
México. 1978, 1979, 1981a; 1978 pp. 254-255; 1979, pp. 53-61, 87-180; Marie-Areti Hers, Los
Toltecas en Tierras Chichimecas, 1a. ed., México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad
Nacional Autónoma de México, Cuadernos de Historia del Arte, núm. 35, 1989, p. 55.

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varias ocasiones,2 aunque otras sólo se han podido exponer.3 En esta ocasión,
se añade a la lista de esos rasgos la costumbre prehispánica de coleccionar
partes corporales humanas: piernas, brazos, caderas y cabezas (completas o
incompletas).
En el ámbito de la arqueología, la etnografía y la antropología física del
periodo postclásico, en el centro de Mesoamérica es común encontrar
información sobre las colecciones de cabezas humanas que impresionaron a
los primeros conquistadores españoles. Estas colecciones reciben el nombre de
tzompantlis; la palabra tzompantli viene de la voz náhuatl tzontla, cabeza,4 por
lo que las colecciones de partes corporales que se presentan en el noroeste de
Mesoamérica no deben llamarse así. La Dra. Carmen Pijoan, de la Dirección
de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia,
afirma que este tipo de colecciones tampoco puede llamarse tzompantlis,
––––––––––––––
2
Enriqueta M. Olguín, "Presuntas piedras de Shamán procedentes del Norte de México
(extracto de un inédito)", en Memorias del VII Congreso de Historia Regional, 1a. ed., Culiacán,
Sinaloa, México, Área de Historia, Escuela de Historia, Instituto de Investigaciones Económicas y
Sociales, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1991a, pp. 223-249; Enriqueta M. Olguín,
"Ornamentos arqueológicos de concha: indicadores de relaciones entre Casas Grandes y la Sierra
del Nayar", en Actas del Segundo Congreso de Historia Regional Comparada, 1ª ed., Ciudad
Juárez, Chihuahua, México, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1991b, pp. 13-28;
Enriqueta M. Olguín, "Especulaciones sobre el uso de wampums en el noroeste de México", en
Memoria del XVI Simposio de Historia y Antropología de Sonora, 1a. ed., Hermosillo, Sonora,
México, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Sonora, 1993, pp. 59-88;
Enriqueta M. Olguín, "Ornamentos de concha: indicadores de relevancia social y mediadores
diplomáticos en un área del occidente de México", en Arqueología del Occidente de México:
Nuevas Aportaciones, 1a. ed., Zamora, Michoacán, México. Eduardo Williams y Robert Novella,
El Colegio de Michoacán, 1994, pp. 183-216; Enriqueta M. Olguín, “Comparaciones entre ajuares
funerarios del NW de México y del SW de los Estados Unidos. El Cerro del Huistle, Guasave y
Ridge Ruin”, en Memoria del XVI Congreso Nacional de Historia Regional, Culiacán, 1a. ed.,
Sinaloa, México, Ed. Universidad Autónoma de Sinaloa, 2001, pp. 355-374.
3
Enriqueta M. Olguín, "Ídolos-ofrendas del noroeste de México según las fuentes
etnohistóricas", Culiacán, Sinaloa, México, conferencia en la Escuela de Historia de la
Universidad Autónoma de Sinaloa, 1991, 7 de marzo; Enriqueta M. Olguín, "Ropa bordada con
concha: el NW de México y Tula", expuesto en el Congreso de Investigación y Posgrado, Pachuca,
Hidalgo, México, Universidad Autónoma de Hidalgo, Delegación Oriente Centro, Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología, 1997, del 23 al 26 de junio; Enriqueta M. Olguín, “Atuendos
arqueológicos de concha: comparaciones entre la coraza de Tula, Hidalgo, los ajuares de concha
de Huitzilapa y los del cerro del Huistle, Jalisco”, expuesto en La Antropología Mexicana frente al
siglo XXI, XXV. Mesa redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, San Luis Potosí, México,
Sociedad Mexicana de Antropología, 1998, del 12 al 18 de julio.
4
Simeon Remí, Diccionario de la Lengua Nahuatl o Mexicana, 4a ed., México, Siglo XXI,
1977, p. 736.

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porque las cabezas incluídas en ellas recibieron un tratamiento muy distinto al
que se sometieron las cabezas que integraban los tzompantlis en el corazón de
Mesoamérica.5
Según las fuentes históricas en el noroeste de Mesoamérica se
coleccionaron, junto con las diferentes partes corporales y las cabezas
humanas, pieles craneofaciales y de brazos. Pero la forma de tratar esos restos
apenas ha merecido atención.
Ahora se sabe que los habitantes históricos de la Sierra del Nayar (coras) y
varios grupos indígenas que habitaban el territorio que actualmente pertenece a
los estados de Sinaloa y Durango (tepagües, tegüecos, acaxees, xiximes,
chinipas, guazaparis, temoris, zuaques y tepehuanes) daban diferentes
tratamientos a distintas porciones de los cuerpos de sus enemigos, a los
cadáveres de sus jefes más apreciados y sus seres queridos.
En 1584 los coras de Huaynamota dieron muerte a dos predicadores, fray
Andrés de Ayala y fray Francisco Gil, así como a un niño hijo del cacique del
pueblo de Maguapam o Naguapam con el que los coras siempre “traían
guerras”. Luego de matar a sus víctimas a palos y flechazos los indios coras les
cortaron las cabezas, las cocieron y las descarnaron para usar los cráneos
completos “en sus bailes, en señal de victoria, como todos los chichimecos
tienen costumbre...”.6 Esta acción provocó que Miguel de Caldera, capitán de
la frontera de Colotlán, entrara en territorio cora a pacificar a los indios. Fue
entonces cuando pudo entrevistarse con el jefe indio Nayarit, quien en señal de
amistad le regaló dos niños “para que se los comiera”.7
La suerte de los cuerpos que perdían la cabeza es incierta; en un caso,
Tello, primero, dice que los indios echaron los cuerpos en un "muladar" que
estaba junto a la iglesia del lugar, y luego dice que los echaron en un hoyo.8
Según este dato pudiera pensarse que se deshacían de los cuerpos, tal vez sin
enterrarlos; pero esta inferencia puede ser errónea, pues hay noticias sobre
prácticas antropofágicas de los coras. Así, en 1672, los coras serranos atacaron
a los coras huayamotecos.
––––––––––––––
5
Dra. Carmen Pijoan (comunicación personal, noviembre 16 del 2002).
6
Padre Antonio Tello, Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco. Libro
Segundo, Guadalajara, Jalisco, México, 1a. ed., Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de
Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia e Instituto Nacional de Antropología
e Historia, (1653) 1968, pp. 176-177, t. III.
7
Phil Powel, Capitán Mestizo: Miguel de Caldera y la Frontera Norteña. La Pacificación de
los Chichimecas (1548-1597), México, 1a. ed., Fondo de Cultura Económica, 1980, pp. 138-139.
8
Padre Antonio Tello, Op. cit., p. 177, t. III.

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Esta jente [los coras de la Sierra] pues, vaja a Guaynamota muy de hordinario, y en
hallando algunos Guaynamotecos descuydados en sus sementeras los matan y
llevan para comer; y aora abrá ocho meses mataron dos Yndias que avían ydo las
pobres al rrío, y el marido de la una questava zerca, acudiendo a las vozes, vió
desde un altillo cómo las matavan y partían, y... las vaziaron las tripas para
llevarlas... 9
Nótese aquí, primero, que esto ocurría de manera común, y que además
del desmembramiento de los cuerpos la cita da cuenta detallada de la
evisceración ventral de los cadáveres.
Y estos y otros hechos atrozes que hazen cada día los hazen así de hurto, porque los
Yndios Guaynamotecos son mucho más valientes, y si no tuvieran el freno de la
justicia y temor de castigo por esta parte ellos hizieran mayores males a los Coras, y
aun dizen ellos que los acavarían. Suelen parezer los Coras en unos altos peñascos
sobre el rrío enfrente de Guaynamota quando ya ven que son sentidos, y de allí
baldonar a los Yndios cristianos... y dizen quellos no an menester ganados, que
buena estancia tienen en Guynamota para comer carne.10
No hay mayor información que aclare o confirme lo dicho en la cita. Es
poco probable que la carne humana se consumiera de modo continuo, sin
restricción alguna, pues de ser así los grupos humanos serranos no hubiesen
podido subsistir como sociedades.
Sobre las prácticas de evisceración y desmembramiento, dice el padre
Arlegui que en la Provincia de Zacatecas eran comunes,11 y para tener cabal
comprensión sobre las dimensiones de esta costumbre debemos precisar que,
según el texto citado, la Provincia de Zacatecas comprendía un territorio
extenso. El mismo cronista dice que los tepehuanes siguieron estas prácticas en
1616, durante su gran rebelión.
...y es costumbre de todos estos bárbaros que á cuantos llegan á coger, hacen sus
cuerpos pedazos, y sacándoles el corazón, si pueden antes de que mueran por los
pechos, enredan sus entrañas entre espinozas zarzas con que dejaban en los caminos

––––––––––––––
9
Lázaro Domingo de Arregui, Descripción de la Nueva Galicia, Sevilla, 1a. ed.,
Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de la Universidad de Sevilla, XXIV,
serie 3ra., núm. 3, (1619) 1946, p. 85.
10
Arregui, Descripción de la Nueva Galicia..., ibid.
11
José Arlegui, Crónica de la Provincia de Nuestro Padre San Francisco de Zacatecas,
México, 1a ed. reimpresa en México por Cumplido, Calle de los Rebeldes, núm. 2, (1737)
1851, p. 138.

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y los pueblos, donde cometieron estas maldades, los corazones, entrañas y demás
trozos de humanos...12
Encontramos, así, otra variante de evisceración: en este caso no sólo se
esparce el contenido ventral sino también el torácico, despreciando el corazón
y sin importar el derroche de sangre. Detalle que contrasta con otra
información, donde este tejido es muy apreciado.
Torquemada refiere que una ocasión que los coras huaynamotecos dieron
muerte a indios que estaban en paz, indios amigos, de la sierra de Tepec, que el
cronista denomina tepecanos, persiguieron a los agresores. Durante el
desarrollo de la acción un tepecano logró flechar en el corazón a un
huaynamoteco, luego de lo cual el tepecano se precipitó a beber la sangre del
moribundo:
...y muchos de sus compañeros, con cuchillos a partirlo, para llevárselo a sus
ranchos, a comerlo; y viéndolo algunos de nuestros españoles, estorvaron aquel
inhumano hecho, reprehendiéndoles la crueldad; pero agraviáronse tanto los indios
de ello, que aquella noche se bolbieron a sus tierras mil de ellos, afrentados y
sentidos, de que no les huviesen dejado vengar de su enemigo, á la vsanza de su
bestialidad.13
Por otra parte los coras también solían conservar, en lugares considerados
santuarios, esqueletos completos y armados. A la fecha se ignora si acaso se les
daba algún tratamiento a los cadáveres para preservarlos de la descomposición,
o si sólo se conservaban los huesos en posición anatómica. Sobre este
particular existe poca información, que se analiza enseguida.
El padre José Ortega dice que en el año de 1500 un indio llamado Naye
gobernaba el Gran Nayar, y que sus dominios se extendían: hacia el sur, hasta
las costas de la mar, y hacia el norte hasta Mazapil;14 al oriente sus dominios
llegaban a la frontera de Huejuquilla; mientras que hacia el poniente
alcanzaban el mar.15 El indio principal era tan importante que recibió como
regalo una hoja de espada por parte del capitán Miguel de Caldera. El editor de
––––––––––––––
12
Arlegui, Op. cit., pp. 182-183.
13
Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, 3 tomos, México, 1a. ed. Porrúa, Biblioteca
Porrúa, (1615), 1969, p. 585, t. II.
14
José de Ortega, Historia de Nayarit, Sonora y Ambas Californias: Apostólicos afanes de
la Compañía de Jesús en la América Septentrional, México, 1a. ed. Layac, (1754) 1944, p.16.
15
Urbano de Covarrubias, "Algunos Triunfos Particulares que ha Conseguido Nuestra
Santa Fé Católica de la Fatal Idolatría en la Provincia de San Joseph del Nayarit, Nuevo Reino de
Toledo", en Boletín del Archivo General de la Nación, Primera Serie, t. X, núm. 2, pp. 327-347,
México, 1a. ed., Archivo General de la Nación, (1730) 1939, pp. 339-340.

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Covarrubias dice que este indio es el mismo Yca del que habla el padre José
Ortega, quien afirma que construyó un templo, en la Mesa del Nayar, que
dedicó al Sol. A su muerte el cuerpo de Yca, junto con la espada, se llevó a
Toacaimota o Tzacaimota, lugar ubicado tal vez en la Mesa del Cangrejo,
contigua a la Mesa del Nayar hacia el poniente.16 Ahí “...pusieron su cadáver
en una silla en que ya casi desecho le hallaron los padres”.17 En 1722 el padre
Covarrubias entró al santuario, cuya entrada era difícil de localizar, el primero
de ellos logró observar, entonces: “... un señor ídolo, cuya contextura
componían secos huesos y humanos, cubierto de pies a cabeza de adornos
convenientes...por morrión cercaba sus secos cascos un sombrerillo...”.18
Este esqueleto fue trasladado a la Ciudad de México, donde se quemó
públicamente. En los documentos administrativos se le describe como un
ídolo, que consiste en una osamenta “de crecida estatura”.19
El padre Antonio Arias de Saavedra enriquece la descripción del padre
Covarrubias, al afirmar que en el santuario de Tzacaimota, dedicado a Nayarit,
los coras realizaban mitotes (llamados también bailes y borracheras) que
invariablemente concluían en guerras o muertos; ahí, dentro de una modesta
construcción, los coras conservaban:
... una sala con una messa en medio rodeada de quatro cadáveres secos y enjutos,
que son el de Don Francisco Nayaryt, Don Pedro Huaynoli- Don Alonso Yoquary,
i Don Luys Vrysti sentados en unas sillas que llaman yipalliz. Que como no los
amortajan ni entierran á lo largo sino que sentados, i crusadas las manos, i atadas
sobre las piernas, ai faςilidad de que quedan después de secos sentados; i a todos
sus muertos los entran en algunos Cobachones entre peñasquerías donde algunos se
conservan con la frialdad i sequedad de las peñas advirtiendo que huvo otros quatro
Cuerpos de sus asςendientes que por la resolussión de la materia han quitado, i
puesto éstos, i siempre con unos mesmos nonbres i así han mirado a los
desςendientes desta Genealogía no como á Reyes, i Señores Naturales sino como á
––––––––––––––
16
Ortega, Op. cit., pp. 16, 158, 166; Arias de Saavedra, Antonio, "Información rendida por
el Padre Antonio Arias y Saavedra Acerca del Estado de la Sierra del Nayarit en el Siglo XVIII", en
Nayarit: Colección de Documentos Inéditos, Históricos y Etnográficos acerca de la Sierra de ese
Nombre, pp. 7-35, Guadalajara, Jalisco, México, 1a., ed., A. Santoscoy, (1672) 1899, p. 14.
17
Ortega, ibid.
18
Covarrubias, Op. cit., pp. 339-340.
19
Ortega, Op. cit., p. 208; Moreno de los Arcos, Roberto, "Autos seguidos por el Provisor
de Naturales del Arzobispado de México contra el ídolo del Gran Nayar (1722-1723).
Introducción y Transcripción", en Tlalocan, México, vol. X, pp. 377-464. México, 1a. ed.,
Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp.
387-390.

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cuerpos que han de tener aquel assiento de aquel culto, i adorassión. Los que agora
están sentados, i adorados les tienen vestidos, y adornados con muchos quetzales de
plata, i plumas Blancas de todos Colores...20
El apelativo Nayarit corresponde a varias entidades. Nayerit, Nayarit o
Nayar es el fuego; es también el Sol, llamado Tota Otayaoppa, Padre
Común,21 Padre de los vivientes.22 Esta misma deidad tenía un carácter
guerrero, es Piltzintli.23 Los sacerdotes que le rendían culto se asimilaban a la
deidad o viceversa, de modo que las crónicas hablan de varios santuarios
donde estaba el gran Nayarit, porque al paso del tiempo había existido una
sucesión de sacerdotes del culto al Sol, Nayarit, Piltzintli, que tenían también
poder político y guerrero sobre los coras que habitaban un gran espacio
geográfico. De este asunto ya se ha encargado Marie-Areti Hers.24
... en una silla pusieron el cadáver... trabando cuando se deshizo el esqueleto con
varios hilos. Fue tan abultado que como se reconocía en lo desmedido de su
calavera, parecía según proporción simétrica de siete cuartos su estatura...25
El “ídolo del Gran Nayarit”, llamado también Piltzintli o Theopiltzintli,26
recibía adoración desde las fronteras de Huejuquilla hasta la Costa Pacífica.27
El padre Arlegui testimonia que en el santuario de Tenzompa, hacia
1737, los nayaritas: “... tenían un cadáver sin que faltase hueso alguno... de tal
forma unidos unos con otros los huesos, que sólo la carne y nervios faltaban
que unidos con unas cañuelas, los tenían amarrados...”.28
Como hemos visto hasta aquí, las fuentes históricas informan que los
coras nayaritas se ocupaban de diferentes partes corporales de sus enemigos,
incluyendo sus cabezas; es evidente que practicaban la evisceración, aunque
sólo hay dos referencias sobre el particular. Es preciso notar que esas prácticas

––––––––––––––
20
Arias, Op. cit., pp. 16-20.
21
Covarrubias, Op. cit., pp. 342-343.
22
Ortega, Op. cit., p. 19.
23
Arias, Op. cit., pp. 6-17.
24
Marie-Areti Hers, "Los Coras en la Época de la Expulsión Jesuíta", en Revista de
Historia Mexicana, vol. XXVII, núm.1, México, 1a. ed. El Colegio de México, 1977, pp. 17-49.
25
Ortega, Op. cit., p. 12.
26
Arias, Op. cit., pp. 16-20.
27
Covarrubias, Op. cit., pp. 340; Padilla Matías de la Mota, Conquista del Reino de la
Nueva Galicia en la América Septentrional, Guadalajara, Jalisco, México, 1a. ed., Instituto
Jalisciense de Antropología e Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad
de Guadalajara, Colección Histórica de Obras Facsimilares, (1742), 1981, p. 64.
28
Arlegui, Op. cit., p. 158.

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se desarrollaban de modo oportunista, cuando las víctimas eran capturadas, si
la ocasión lo permitía.
Aparte de coleccionar trofeos humanos, los coras colocaban cadáveres de
algunas personas en lugares donde imperaban bajas temperaturas y escasa
humedad, de manera que los cuerpos se conservaban enjutos y secos.
Para el caso del actual territorio del Estado de Sinaloa, Pérez de Ribas
dice que los diferentes grupos que lo habitaban eran culturalmente diversos
(agricultores permanentes, agricultores ocasionales, pescadores y cazadores-
recolectores).29 Pese a sus diferentes economías, todos solían cortar las cabezas
de sus enemigos para usarlas en sus “bailes y borracheras”, también llamados
mitotes; ritos religiosos especialmente concurridos, prolongados y ruidosos,
tanto que los tambores, gritos y alaridos de los participantes se llegaban a
escuchar a una legua de distancia.30
En esas ceremonias, que antecedían cualquier encuentro guerrero o que
se celebraban después de sacrificar a un enemigo o ganar una batalla, había
oráculos masculinos en el caso de indios sinaloas, zuaques, tegüecos y acaxees,
y oráculos femeninos en el caso de los coras y tepehuanes.31
A tal punto llegó la costumbre de tepagües y tegüecos de coleccionar
cabezas y otros miembros, que preferían cremar los cuerpos de sus seres
queridos para evitar que el enemigo los mutilara y exhibiera como trofeos.32 A
juzgar por esta información, es posible que las cabezas de los enemigos no sólo
se cortaran durante las batallas, sino que también se adquirieran de cadáveres
que se llegaban a encontrar o a sacar de sus tumbas.
Vale aclarar que tepagües y tegüecos, aliados ocasionales de los
españoles, desprendían las cabezas de los cuerpos de un tajo. Pérez de Ribas
describe el procedimiento: “...lo hazen con grande facilidad y destreza
torciéndola [la cabeza], y desencaxando el huesso del celebro, la tronchan; y si

––––––––––––––
29
Wilfrido Ibarra Escobar, “El Mundo Prehispánico en Sinaloa”, en Clío, Revista de la
Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, núm. 2, Culiacán, Sinaloa, México,
1a., ed. Universidad Autónoma de Sinaloa. 1991, pp. 33-36.
30
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los Triunfos de Nuestra Santa Fé entre Gentes, las
más Bárbaras y Fieras del Nuevo Orbe: Conseguidos por los Soldados de la Milicia de la
Compañía de IEVUS en las Missiones de la Provincia de Nueva España, 1a. ed. Madrid. Impreso
por Alonso Paredes, Junto a los Estudios de la Compañía. 1645, pp. 9, 187-188 (este ejemplar
puede consultarse en la Biblioteca Justo Sierra de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en
la Ciudad de México).
31
Ibid., pp. 17, 18, 39, 52, 76, 102, 137, 487, 625.
32
Ibid., p. 211.

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no tienen cuchillo para cortar la carne, lo hazen con la vña del pulgar que
tienen muy crecida...”33
El padre Arlegui dice, también, que la cabeza se desprendía usando la
uña de uno de los dedos pulgares, que se dejaban crecer para ese propósito, o
bien empleando un cuchillo.34 El padre Hernando de Santarén dice que usaban
una hachuela, como se verá con detalle después. Antes de ser amigos de los
españoles, los sinaloas le cortaron la cabeza de ese modo al cadáver del padre
Gonzalo de Tapia, cuyo cráneo usaron como recipiente para beber. El padre
Arlegui dice que esta práctica era común entre los indios de la Provincia de
Zacatecas: “para beber [del cráneo] con... alegría en señal de victoria”.35 A
Gonzálo de Tapia también le cortaron el brazo izquierdo, que rellenaron de
paja para luego guardarlo como trofeo, como se detallará más adelante.36
Otros indios amigos de los españoles, que en su momento ayudaron a
someter a los tegüecos, solían desollar las cabezas de modo que se conservara
la piel craneofacial, provista de cabellos y la tenilla de la nariz. Con esta última
parte se suspendía la piel, amarrándola de una cuerda hecha de ciertas raíces
que se daban en el monte. Las colecciones de esas pieles craneofaciales se
usaban también para bailar cuando triunfaban en la guerra.37 Pero había indios
amigos que pertenecían a otras etnias ya citadas, por lo que era común que
luego de las batallas los indios amigos de Nueva Vizcaya regresaran con los
españoles mostrándoles las cabezas humanas que habían logrado.38 Los
acaxees también coleccionaban los huesos de sus enemigos, entre quienes
figuraban los xiximes39 con quienes sostenían guerra constante, ya fuera que
los emboscaran o bien que prepararan una lucha cuerpo a cuerpo. No era
necesario que estuvieran en guerra declarada, los acaxees podían salir a “cazar”
alguna de sus víctimas buscándolas entre el monte o cuando estaban ocupadas
en sus campos de cultivo.40
Habiendo dado muerte a algún enemigo, el acaxee le cortaba la cabeza al
cadáver usando una hachuela que para ello tenían lista siempre, la operación era
rápida; después tomaba la cabeza y se la llevaba a su pueblo para bailar con ella.
––––––––––––––
33
Ibid., p. 76.
34
Arlegui, Op. cit., p. 138.
35
Ibid.
36
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 50-51.
37
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 187-188.
38
Pérez de Ribas, ibid; Arlegui, Op. cit., p. 167.
39
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 531.
40
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 11.

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Si traen algún cuerpo, media legua antes de llegar al pueblo –para que las mujeres
que ayunaban mientras iban a la guerra, y las demás que están en el pueblo salgan a
recebir–, ellos esperan en su puesto que para esto tienen señalado, donde hay
muchas piedras de manera de canal, larga de más de 40 pies y cubierta como
albañal, por las cuales van metiendo los cuerpos que traen, y dan a las mujeres las
manos para que las lleven colgadas al cuello como nóminas.41
Luego, los acaxees se reunían en alguna de sus rancherías para celebrar la
captura.42 Pérez de Ribas dice que las reuniones se efectuaban en “la casa o
ramada del Cacique”,43 pero no precisa en qué etnia observó esto.
Santarén dice que los acaxees desmembraban por las coyunturas a los
muertos que habían podido hacer, sin romper los huesos. Ya hechos “cuartos”,
los colocaban en dos ollas grandes. Ahí la carne se hervía junto con frijoles,44
que les servían de garbanzos45 y “maíz cocido”46 durante dos días y dos
noches, de modo que los huesos salieran limpios del caldo, sin nada de carne.
El líquido que se cocía en las dos ollas tenía una textura espesa "como la del
atole", mientras hervía dos indios ancianos lo observaban, mientras que los
demás bailaban y cantaban las hazañas logradas contra sus enemigos durante
todo el proceso de cocción; luego todos comían y bebían del guiso. Primero le
daban de comer a su dios de la guerra; enseguida comía quien había dado
muerte al difunto ya cocinado. En la misma celebración, al que había hecho el
cadáver le perforaban el labio inferior traspasándolo de modo completo hasta
las encías, y en el hueco le colocaban un hueso “que tiene un botón por dentro
y que sale como tres dedos del labio”, descripción que puede corresponder al
algún hueso de un pie o de una mano; “... Y este hueso trae toda la vida en
señal de ser valiente. Y si ha muerto dos, le hacen dos agujeros; y si tres, tres.
Y yo he visto indios que tenían tres”.47
Andrés Pérez de Ribas describe la ceremonia de un modo diferente. Dice
que quien primero probaba el potaje era quien había hecho la presa, y que sólo
se perforaba el labio inferior al cazador si “desde muchacho” no se le había

––––––––––––––
41
Hernando de Santarén apud Luis González Rodríguez, “La Etnografía Acaxee de
Hernando de Santarén”, en Tlalocan, vol. VIII, pp. 355-394, México, Instituto de Investigaciones
Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 375.
42
Ibid., p. 375.
43
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 18.
44
Santarén, ibid.
45
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 473.
46
Santarén, ibid.
47
Santarén, ibid.

16 Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34


hecho horadación alguna. El mismo cronista agrega que luego de toda la
ceremonia se le ofrecía un recipiente, con tan preciada comida, al ídolo que
“solían tener en su casa algunos”.48
Una vez terminada la celebración acaxee “... dan [de la comida] a las
personas que ayunaron para esta victoria”. Si acaso llevaban algún prisionero,
los acaxees le ataban las manos atrás y lo amarraban a un poste, mientras ellos
bailaban alrededor suyo hasta que alguien se fastidiaba y le daba en la cabeza
con una macana, luego lo desmembraban en cuartos y lo ponían a hervir.49
Santarén dice que todos los huesos los guardaban como trofeos dentro de
una casa “para perpetua memoria y ejemplo de los hijos de los hechos de sus
padres y antepasados”, y para exaltar los ánimos de los guerreros antes de dar
batalla.50 Pérez de Ribas afirma que los acaxees conservaban las calaveras
“colgadas por sus casas”,51 y que solían ofrendar un hueso, colgándolo de un
árbol, pero no menciona a quién o a qué se le ofrendaba.52 Los acaxees
coleccionaban no sólo las cabezas y los brazos, sino también los pies de los
enemigos.53
Los xiximes, enemigos de los acaxees, también tenían en mucho la
captura de trofeos de guerra; les daban el mismo tratamiento a los cadáveres
que sus contrarios. Los xiximes descarnaban el cráneo y lo colgaban, junto con
otros huesos, de un poste de madera que se fijaba en la plaza; se ignora qué
sucedía con la carne, la piel y el pelo de los cráneos. Sobre lo que ocurría con
la carne del cuerpo el testimonio es claro, ocurría lo mismo que entre los
acaxees. Pérez de Ribas dice que durante una de tantas rebeliones xiximes
contra los españoles, estos últimos llegaron a un asentamiento rebelde en
donde percibieron un apetitoso olor que provenía de una gran olla donde se
podía ver que hervía un potaje de frijoles, maíz y carne. La escena sólo era
parte de un contexto nada agradable para los ojos europeos:
hallaron un espectáculo que a todos nos dio harto horror y pesar. Y fue unas ollas de
carne humana al fuego, y un corazón de hombre en un asadorcillo y los ojos
sacados y puestos sobre una hoja de maíz, y la calavera mondada, con las demás

––––––––––––––
48
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 473-474.
49
Santarén, ibid.
50
Santarén, Op. cit., pp. 375-376 y 385-386.
51
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 473-474.
52
Santarén, Op. cit., pp. 385-386.
53
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 9.

Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34 17


osamentas colgadas de un palo, que para este efecto habían fijado en medio de la
plaza.54
A pesar de la existencia del poste especial para exhibir los trofeos, Pérez de
Ribas dice que los xiximes, como los acaxees, solían colgar los huesos y las
calaveras de las paredes y puertas de sus casas, y de los árboles que tenían cerca
de ellas.55
Aparentemente los xiximes tenían también la costumbre de llevar en la
barbilla algunos huesos clavados,56 aunque Santarén no especifica si eran o no
huesos humanos puede suponerse que acontecía lo mismo que en el caso acaxee.
Tanto para el caso acaxee como para el xixime, es incierto si entre las
preseas figuraban las entrañas del enemigo, o bien si éstas se abandonaban en
los mismos lugares donde ocurrían las capturas.
Más al norte, los chinipas seguían la misma costumbre de coleccionar
cabezas, además de otros huesos, de sus enemigos, los indios guazaparis y los
indios temoris, quienes hacían lo propio con las cabezas chinipas. Los chinipas
guardaban los huesos de sus enemigos en cestos que tenían depositados en sus
casas, los huesos se usaban para bailar y festejar los triunfos guerreros.57
Según las fuentes, sólo en el caso del cráneo descarnado del padre
Gonzalo de Tapia los tegüecos hicieron un corte para que una porción de él
tuviera forma de xícara, y usarlo para beber. También coleccionaban brazos, o
cuando menos la piel de éstos. Así ocurrió con el brazo izquierdo del padre
Tapia; la extremidad fue expuesta al fuego cuando menos tres veces, tal vez
para que fuera más fácil desollarlo y luego pudiese rellenarse con paja.58
Más al norte, en la provincia de Culiacán, los zuaques también
coleccionaban las cabezas y brazos de los enemigos, incluso de españoles.59
Resumiendo, todos los grupos mencionados en las fuentes históricas
citadas, daban tratamientos parecidos a los cuerpos de sus enemigos.

––––––––––––––
54
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 537.
55
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 531. Por lo que corresponde al trato que los acaxees daban a
sus muertos era el siguiente: “... [a sus muertos los] encongían luego en muriendo, antes de que se
helasen, las rodillas con la boca, y así los tenían hasta que se helaban y quedaban hechos una
bola. Y así los metían en alguna covezuela, sin echarles tierra encima, y tapaban la boca de la
cueva o metíanle debajo de alguna peña...” (Santarén, Op. cit., p. 391).
56
Santarén Op. cit., p. 365.
57
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 222-223. w. Ibarra, ibid.
58
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 50-51, 76.
59
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 28-32.

18 Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34


Podían conservar cráneos de ambos sexos provistos de carne, piel y pelo; o
bien los cráneos ya sin carne ni piel; se apreciaban pieles craneofaciales y la piel
de alguna extremidad rellena con paja. Esos despojos se exhibían y/o se
mantenían suspendidos en postes de madera o cuerdas, y de árboles en lugares
especiales en plazas de pequeñas rancherías, frente a las casas habitación o en su
interior. También había recintos construidos para resguardarlos. De suerte que en
la Sierra del Nayar y en el noroeste se dieron diversas clases de colecciones.
Ingerían la carne de todo el cuerpo, descuartizándolo e hirviendo
miembros completos sin romper los huesos largos. Las vísceras ventrales se
enredaban en los árboles del campo de batalla, o se desechaban tirándolas al
río. El corazón y la sangre recibían otro tratamiento.
No hay duda de que los grupos indígenas de la Sierra del Nayar y del
noroeste de Mesoamérica sobre los que hablan las fuentes históricas, tuvieron las
mismas prácticas de decapitación, evisceración, desmembramiento y
preservación de la piel de diversas partes corporales. Lo mismo puede suponerse
sobre la costumbre de conservar esqueletos completos. Tampoco hay duda de
que la arqueología y la antropología física de las diferentes regiones geográficas,
y de los territorios que ocuparon tales grupos deben prestar atención a este rasgo
cultural para rastrearlo a través del tiempo y espacio. Hasta ahora la información
arqueológica y de antropología física da cuenta de la existencia de la
decapitación, el desmembramiento y la integración de una colección de
diferentes partes corporales en el cerro del Huistle, en la Sierra del Nayar, que
data de hacia (ca) 750 d. C.60 este rasgo cultural se suma a otros de los que se ha
hablado antes, como se dijo al inicio del presente. El problema, entonces, es
enlazar la información arqueológica fechada así con la información histórica, es
decir, la cuestión es salvar un hiatus de más de mil años sobre los que ignoramos
las pautas de desarrollo social que se dieron en una gran área cuyo nexo fue el
territorio de las provincias de Centispac, Aztatlán-Acaponeta y Chametla, cuyas
respectivas extensiones llegaban a traslaparse y confundirse entre los siglos XVI-
XVIII, ya iniciada la época colonial.
El problema sólo podrá resolverse haciendo más exploraciones
arqueológicas que expliquen las interrelaciones que se dieron entre los
diferentes grupos prehispánicos que habitaron la gran porción de Sierra Madre
Occidental que se ubica en los actuales estados de Nayarit, Sinaloa y Durango.
El supuesto anterior tiene como base, además de los items arqueológicos que
se citaron durante el inicio de esta exposición, la extensión geográfica en la que
––––––––––––––
60
Hers, Los Toltecas..., pp. 56-60.

Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34 19


se le daba culto a Tayaoppa, Nayar o Piltzintli dentro de la sierra y en la costa
Pacífica, involucrando el territorio de las provincias citadas; la convivencia
multiétnica que se daba ahí; el hecho de que los grupos étnicos que vivían en
dichas provincias realizaban sus ceremonias religiosas (mitotes) donde se
bailaba, se cantaba y había oráculos; y el hecho de que en la sierra los grupos
vivían en guerra constante, compartiendo códigos militares muy parecidos.
En términos generales, la información histórica referida exige que los
estudios de antropología física y de arqueología sobre las colecciones de los
restos óseos que incluyen cabezas y otras partes del cuerpo humano (en las
zonas geográficas que aquí se han citado como territorios de los grupos étnicos
mencionados), necesariamente deben considerar lo siguiente:
1) No es posible aceptar que entre los indios de los grupos étnicos citados
el consumo de carne humana fuera equiparable al consumo de carne animal,
pues ninguna sociedad puede organizarse siguiendo esta pauta de conducta.
Por el contrario, las prácticas antropofágicas necesariamente están inscritas en
un ritual y un contexto ideológico y religioso complejo. La extensión de esta
práctica remite a una serie de creencias que eran comunes entre todos los
grupos étnicos hasta aquí nombrados.
2) Queda claro que el contexto arqueológico ritual de las colecciones de
partes corporales humanas es muy difícil de identificar debido a que, por una
parte, no sólo se coleccionaban huesos sino también pieles craneofaciales que
se suspendían de la tetilla de la nariz; la importancia extrema que tenía el
cabello para prácticamente todos los grupos de indios del noroeste, incluso de
los que ocupaban el norte de la frontera mesoamericana, sugiere que también
serían coleccionables los cueros cabelludos, que en un contexto arqueológico
difícilmente se preservan. Por otra parte, en el noroeste aparentemente se
carecía de recintos especiales para guardar las colecciones de cráneos, pieles
craneofaciales y otros huesos, piezas que solían colgarse de cualquier poste o
árbol, o que podían resguardarse en cualquier casa habitación.
3) Considerando que no sólo las cabezas eran importantes para los
guerreros de los grupos étnicos de que aquí se habla, el tratamiento del tronco y
de los miembros de los cuerpos decapitados merece también mucha atención,
por ello es necesario buscar huellas de corte en todos los huesos, sobre todo en
los huesos largos (que según las fuentes históricas procuraban conservarse sin
romperlos) y sus articulaciones, además de huellas de exposición al fuego ya
fuera de manera directa o indirecta. Asimismo, deben buscarse elementos que
evidencien acciones que impliquen el desmembramiento de cuerpos

20 Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34


humanos,61 su cocción e ingesta. Como ejemplo están los huesos hervidos y
calcinados que reporta Gabriela Zepeda en el sitio denominado La Casita,
perteneciente a la cultura Aztatlán,62 y ubicado cerca de Ixtlán, Nayarit, restos
que ameritan un cuidadoso análisis.
4) Sin duda, también es necesario buscar huellas de corte en las vértebras
cervicales o en las bases de los cráneos que se hayan podido hacer: con la uña
del dedo pulgar; con un cuchillo o con una hachuela. Como ejemplo de esta
búsqueda y de sus resultados están los cráneos de la colección que conformó el
Entierro 57 del cerro del Huistle, Huejuquilla el Alto, Jalisco, considerado
como un tzompantli,63 inventariados por Antonio Pompa y Padilla,64 y
estudiados por Gerardo Valenzuela, Carmen Pijoan y Josefina Bautista,65 todos
ellos antropólogos físicos.
––––––––––––––
61
Entierro 59, Caja 19,1981: Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981; Entierros 59, 60, 61, 62,
Entierro 59, corresponde a un adulto femenino; presenta ligera deformación en el plano lámbdico;
se desarrolló, de manera asimétrica, más en el lado derecho que en el izquierdo; data de entre Cero
y 300 d. C.; la Dra. Carmen Pijoan encontró evidencias de sífilis endémica y huellas de
desmembramiento en cóndilos femorales y en una cabeza de húmero, tarea para la que se empleó
una técnica que ha detectado desde 5,000 a. C., en San Lorenzo. (Dra. Carmen Pijoan,
comunicación personal, noviembre 16 del 2002).
62
Gabriela Zepeda García-Moreno, Ixtlán. Ciudad del Viento, México, 1a. ed., Secretaría
de Educación Pública, CONAFE, Instituto Nacional de Antropología e Historia; Ingenieros Civiles
Asociados, 1994, pp. 5, 65. Otro ejemplo es el Cráneo 57-19, (Caja 18, 1981: Huejuquilla el Alto,
Jalisco, 1981; Entierro 57, Cráneos del 13 al 20, Cráneo 57-19: consiste en sólo un parietal roto
por exposición al fuego en seco), datan de Cero-300 d. C.
63
Hers, Los Toltecas…., pp. 87-118.
64
Archivo Técnico de Arqueología, INAH, en adelante ATA, José Antonio Pompa y Padilla,
“Estudio Osteológico del Material recuperado por la Misión arqueológica Belga en la Sierra del
Nayar Temporada 1981 (mecanografiado)”, 1983, apud ATA, Hers, “Informe de las
Excavaciones... 1981”, ATA.
65
Gerardo Valenzuela Jiménez, Carmen Pijoan, Josefina Bautista, Enriqueta M. Olguín, “El
conjunto Funerario 57 de Huejuquilla, Jalisco. Interpretación de las Alteraciones Tafonómicas”,
ponencia dictada en el Coloquio del Seminario de Tafonomía en Huesos Humanos, del 9 al 11 de
diciembre del 2002, Auditorio Bernardino de Sahagún, Museo Nacional de Antropología. Organizado
por la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2002. Aunque
no se publicó este trabajo, en las siguientes notas se citan las referencias de varios ejemplares óseos que
en la actualidad se encuentran depositados en la Bodega de la Dirección de Antropología Física del
Instituto Nacional de Antropología e Historia. En la colección arqueológica ósea del Huistle hay
ejemplares que muestran cortes en la base de algunas cabezas, es el caso de los siguientes especímenes:
Cráneo 57-7, Caja 17, 1981:Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Entierro 57, Cráneos del 7 al 12, Cráneo
57-7: Cráneo adulto masculino, dolicocéfalo, muy alto y muy alargado; con perforación en la región
bregmática y corte sobre occipital; Cráneo 57-11, Caja 17, 1981: Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981,
Entierro 57, Cráneos del 7 al 12, Cráneo 57-11:adulto, masculino; dolicocéfalo; exostosis auditiva,

Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34 21


5) También debe prestarse atención a la presencia arqueológica de
contextos que sugieran el almacenamiento de huesos sometidos al calor, ya sea
sin conexión anatómica o en conexión anatómica, que revele el uso de hilos
para conservar armado un esqueleto. También es necesario buscar diminutas
perforaciones que se hicieran para lograr el mismo propósito, en todos los otros
huesos.
6) Deben buscarse perforaciones en los cráneos, aunque éstas no
necesariamente tienen que presentarse debido a que las cabezas también se
suspendían de los cabellos.66
7) Deben buscarse cortes bien definidos en porciones de cráneo que
sugieran la elaboración de recipientes, como ocurrió en un ejemplar del Cerro
del Huistle, al que se le dio, con un corte, forma de xícara.67

epigenético, en los dos lados; no está deformado; presenta dos perforaciones, una en la línea media sobre
parietal y otra sobre el frontal, a la derecha de la línea media; presenta huellas de corte en la base; Cráneo
57-12, Caja 17, 1981: Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Entierro 57, Cráneos del 7 al 12, Cráneo 57-12:
adulto, masculino joven, presenta poco desgaste dental; presenta deformación tabular erecta en plano
lámbdico y huella de banda; presenta una perforación sobre parietal derecho y huellas de corte en la
base. Todos los cráneos que constituyen el Entierro 57, datan de 500-750 d.C. (ATA, Marie-Areti Hers,
“Informe de las Excavaciones del Cerro del Huistle Realizadas por la Misión Arqueológica Belga en
1981”, (mecanuscrito), Expediente 13-27, 1981, p. I; Hers, Los Toltecas…, p. 60, fig. 3.
66
Sirvan de ejemplo los siguientes especímenes: Cráneo 8 (Caja 3, 1979; 81 Hue IV, E’10,
Octubre 22, 1981 Nivel 1; Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Pozo E’10 Nivel 1, Entierro 15:
Cráneo 8: adulto, femenino; probablemente con trepanación en el parietal izquierdo); Cráneo n. 7
(Caja 2, 1981; Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Entierro 15 E’10, Cráneo n. 7 TP E 8: Adulto,
masculino incompleto con ligera deformación tabular-erecta; trepanación sobre parietal cerca de la
sutura lamdoidea; presenta hiperosteosis; Pérdida de piezas dentales en vida); Cráneo n. 8, Caja
2,1981; Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Entierro 15 E’10, Cráneo n. 8: masculino, adulto,
incompleto, fragmentado con huellas de trepanación sin regeneración ósea; Cráneo 57-13, Caja
18, 1981: Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Entierro 57, Cráneos del 13 al 20, Cráneo 57-13:
muy incompleto, sólo hay frontal y parietales; presenta deformación tabular erecta con perforación
en la región bregmática superior; Cráneo 3, Caja 20,1 981:Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981,
Osario s/n, Cráneos del 1 al 6, Cráneo 3: cráneo infantil, con deformación tabular erecta, con
huella ligera de banda postcoronal, de menos de dos años de edad, presenta criba orbital en ambos
lados; presenta hiperostosis sobre occipital y un agujero sobre parietal derecho por percusión.
Todos los restos que proceden del Entierro 15, denominado también Entierro 25 o Entierro 15-
25, u Osario, datan de entre Cero-300 d.C.; mientras que el Entierro 57 data de hacia 500-750.
(ATA, Hers, Marie-Areti, “Informe de las Excavaciones del Cerro del Huistle... 1981..., p. I; Marie-
Areti Hers, Los Toltecas…, p. 60, fig. 3.
67
Se trata del Cráneo 57-18 (Caja 18, 1981: Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Entierro 57,
Cráneos del 13 al 20, Cráneo 57-18: incompleto, consiste en parietal y temporal derechos;
presenta huella de corte sagital); data de 500-750 d.C.

22 Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34


8) Es menester atender al contexto arqueológico, individual o múltiple, de
cráneos y otras partes corporales, que puedan presentarse asociados a un poste
solitario al descubierto; a una armazón de postes al descubierto; a un árbol; o a
una habitación cerrada.
9) Se debe prestar atención al hecho de que en los entierros primarios se
encuentren otros huesos que no son parte del esqueleto del entierro, pero que
puedan estar asociados a él como ofrendas o como parte de su atavío.
10) Es evidente que hay que considerar la existencia de otros tratamientos
que se daban a las partes blandas del cuerpo, y que no pueden identificarse en
el contexto arqueológico. Es el caso de las vísceras ventrales, de los ojos y del
corazón. Aunque los xiximes y los tepehuanes colgaban las entrañas de sus
víctimas en los árboles que había en los lugares donde ocurrían las batallas,
mientras que los coras echaban las entrañas al río, había otros tratamientos para
ciertos órganos: Arlegui sugiere que los corazones también se colgaban de los
árboles; Pérez de Ribas vio un corazón sobre un asador y un par de ojos,
presumiblemente humanos, sobre una hoja de maíz.
11) Cuando se encuentran entierros cremados es necesario considerar que
posiblemente esta práctica estuvo relacionada, de manera indirecta, con la
costumbre de coleccionar cabezas y otras partes corporales, como sucedía entre
los tepagües y tegüecos que quemaban los cuerpos de sus seres queridos para
evitar que sus enemigos los usaran, de modo parcial o total, como trofeos. Bajo
esta información podrían interpretarse los entierros cremados que reportan
Isabel Kelly, Gordon Ekholm, Stuart Scott, Gálvez y Arturo Talavera.68 Así
como el Entierro 3, sin cremar, que se recuperó en las excavaciones de
salvamento durante el desarrollo del Proyecto Tres Ríos.69
Este último es un entierro doble que corresponde a un niño y a un
adolescente; en ambos casos faltan huesos craneales y largos. Este caso puede
corresponder a dos cuerpos recuperados de manos enemigas o a los restos que

––––––––––––––
68
Arturo Talavera, Enterramientos Humanos en la Prehispania Sinaloense, México, 1a.
ed., Instituto Nacional de Antropología e Historia, Dirección de Antropología Física, Sociedad
Sinaloense de Historia, Quinto Diplomado en Historia y Geografía de Sinaloa, Culiacán, Sinaloa,
1998, pp. 5-8, 33-39; Arturo Talavera, “Los Hombres de Hueso”, apud Zepeda, Ixtlán..., pp. 81-
99, 1994; p. 93.
69
María Antonieta Moguel Cos y Margarita Carballal Staedler, “Excavaciones
Arqueológicas en Culiacán”, en Historias de Sinaloa y otras Regiones. Memoria del XII Congreso
Nacional de Historia Regional, pp. 503-528, Culiacán, Sinaloa, México, 1a. ed., Comp. Gustavo
Aguilar Aguilar, Rigoberto A. Román Alarcón, Jorge Verdugo Quintero y César Aguilar Soto, ed.
Facultad de Historia, Universidad Autónoma de Sinaloa, 2002, pp. 516-518.

Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34 23


abandonaron los enemigos. El padre Arlegui refiere que cuando un grupo de
indios atacaba sorpresivamente a otro en algún asentamiento, no se respetaba
sexo ni edad.70 Los atacantes estrellaban a niños pequeños contra las rocas
hasta darles muerte.71 Precisa que los tepehuanes tenían esa costumbre,72 de
manera que la falta de huesos del Entierro 3, del Proyecto Tres Ríos, podría
interpretarse bajo esta óptica.
12) Es posible que en contextos arqueológicos serranos ubicados a gran
altura sobre el nivel del mar, se puedan encontrar momias o cuerpos que se
conservaron total o parcialmente, gracias a que el clima seco y el frío intenso
hayan evitado la descomposición, o bien que no se trate de momias sino de
esqueletos completos que haya recibido un trato especial debido a que eran
individuos muy importantes al interior de su grupo étnico.
Los posibles significados de la práctica de la antropofagia entre los
diferentes grupos étnicos mencionados, si bien son inciertos, seguramente
cambiaron en tiempo y espacio. Existe muy poca información al respecto.
Arlegui habla del caso de un renombrado curandero al que sus correligionarios
comieron, esperando que con esta acción adquirieran la sabiduría y habilidad
médica del finado.73 Pérez de Ribas refiere que el cuerpo de un valiente capitán
español fue consumido en su totalidad para adquirir algo de su renombrada
valentía.74 Arlegui hace un paralelo entre esta idea y el hecho de que los indios
preferían comer carne de mulas y caballos para ser tan ágiles y veloces como
ellos; que por la misma razón rechazaban la carne de vacas y novillos, pues
suponían que serían lentos y torpes si así lo hacían.75
Hay otros posibles significados sobre el hecho de coleccionar cabezas,
como sugiere la narración de Pérez de Ribas cuando se refiere a que un
hechicero tegüeco conservaba la cabeza de un capitán español dentro de una
olla y aseguraba que por las noches se podía escuchar la voz y el llanto de la
––––––––––––––
70
Arlegui, Op. cit., p.167.
71
Uno de los cráneos hallados cuando se excavó en el cerro del Huistle, podría ser la
evidencia no sólo de esta práctica sino del hecho que hasta los cráneos infantiles podían
coleccionarse, es el caso del Cráneo 3, (Caja 20,1 981:Huejuquilla el Alto, Jalisco, 1981, Osario
s/n, Cráneos del 1 al 6, Cráneo 3: cráneo infantil, con deformación tabular erecta, con huella ligera
de banda postcoronal, de menos de dos años de edad, presenta cribra orbital en ambos lados;
presenta hiperostosis sobre occipital y un agujero sobre parietal derecho por percusión); data de
Cero-300 d. C.
72
Arlegui, Op. cit., p.183.
73
Arlegui, Op. cit., p. 139.
74
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 31.
75
Arlegui, Ibid.

24 Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34


víctima en el momento en que se le decapitó.76 Podría suponerse que al retener
la cabeza del enemigo, el victimario aún podía hacerlo sufrir o controlar su
fuerza vital, ya separada del resto del cuerpo, pero no así de la testa.
Una información que proporciona el padre José Ortega sugiere, aunque
de manera imprecisa, un significado del hecho de conservar la piel craneofacial
provista de cabellos. Luego de que la Mesa del Nayar se toma en 1722,
muchos nayaritas huyen y se ocultan en las barrancas. El gobernador Miguel
de Cañas los persigue y manda que se les corte el pelo a los que logra capturar.
Este castigo propició que los indios que habían logrado huir se rindieran y
entregaran.77 Sobre este mismo aspecto es pertinente recordar que Pérez de
Ribas habla del gran aprecio que los indios del noroeste tenían por las
cabelleras de mujeres y hombres, y el hecho de que hacia el norte de la frontera
mesoamericana, en Mapimí, el cabello humano se cortara como símbolo de
máxima humildad para ofrendar a los dioses,78 tal vez el retener el cuero
cabelludo de alguien equivalía a humillarlo de manera permanente y constante.
Sobre el significado de la costumbre de conservar pieles de animales o
miembros humanos rellenos de paja, poco o nada dicen las fuentes. Parece que
tal costumbre significaba escarnio o burla para los enemigos. Es el caso de la
piel de zorro rellena de paja que los nayaritas les arrojan a algunos
misioneros79 cuando los echan de su territorio, costumbre que aún tienen los
coras modernos y que practican durante la celebración de Semana Santa. En
esa fiesta, los borrados arrojan pieles de zorros o mapaches rellenas de paja a
los curiosos turistas, como pude presenciar en el año 1981. Es también el caso
del brazo del padre Gonzalo de Tapia, que los indios arrojaron a los frailes y
que prepararon primero tatemándolo y luego rellenándolo con paja.
12) Queda pendiente explicar cómo a partir de las colecciones de diversas
partes corporales surge el tzompantli en el corazón de Mesoamérica, desde la
perspectiva planteada por Marie Areti Hers.80

––––––––––––––
76
Pérez de Ribas, Op. cit., p. 181.
77
Ortega, Op. cit., p. 174.
78
Pérez de Ribas, Op. cit., pp. 119, 694.
79
Ortega, Op. cit., p. 62.
80
Hers, Los Toltecas en Tierras Chichimecas..., ibid.

Clío, 2005, Nueva Época, vol. 5, núm. 34 25

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