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Eduardo de la Serna
La persecución – especialmente por parte de Antíoco IV, Epífanes (año 168 a.C.)
terminó de derrumbar la pertinencia de esta teología. Lo que cualquiera podía
experimentar era que a los malos les iba bien, y a los justos no solamente les iba
mal, sino que incluso eran asesinados. ¿Y Dios?, ¿no va a decir nada? Nace aquí
en algunos círculos un nuevo aporte teológico: la esperanza en la resurrección
(entendida en un primer momento como “revivificación”). Pero se crea o no en esto,
los sectores religiosos sostienen la importancia de mantener la fidelidad, sea con la
expectativa personal de resucitar, o sea como la convicción de que el pueblo de
Dios resistirá, sabrá resurgir.
Del mismo modo es una característica de los tiempos finales para los discípulos de
Pablo (Col 1,11; 1 Tim 6,11; 2 Tim 3,10; Tit 2,2; cf. 2 Tes 1,4; 3,5). De un modo
semejante lo utiliza el autor de la carta a los Hebreos (10,36; 12,1; cf. Sgo 1,3.4;
5,11) y – también uniéndola a la "piedad” el autor de 2 Pedro (1,6).
Pero – como era de esperar – el término adquiere una particular densidad en el libro
del Apocalipsis (x7).
Como se ve, en las situaciones de conflicto que le tocan vivir a las comunidades, el
autor rescata como obra principal (o una de ellas) la resistencia de la comunidad.
La resistencia pasa a engrosar la lista de las grandes obras cuando lo que la causa
es a su vez grande: la piedad, las obras de los santos… O también resistir a lo que
se opone al plan de Dios.
“La gloria de Dios es que el pobre viva” repetía mons. Romero parafraseando a san
Ireneo. Dios vive en los últimos de la historia hasta el punto de hacer de ellos
“vicarios de Cristo”. El pobre es un sacramento vivo de Cristo, y es a Él a quien se
hizo o dejó de hacer el bien ayudando o desentendiéndose de su situación.
Cuando la idolatría del Dios dinero lleva a desentenderse de los pobres, los
excluidos, los débiles es la confianza en Dios la que mueve a una resistencia
comprometida. Es el sufrimiento de los crucificados el que compromete en el
aguante. Son los pobres los vicarios de Cristo, y es a él a quien se hace o deja de
hacer lo hecho a los “pequeños hermanos”. Es Jesús, es el pobre el que hace que
“resistir con aguante” sea santo. Sea de los santos.
Pero queda todavía un paso más. Esa “vida creyente”, esa resistencia en muchas
ocasiones parece inhumana o imposible. El testimonio de los mártires es buen
ejemplo de ello. El “teólogo del Espíritu”, que es Pablo, nos da un aporte
fundamental. En una de sus clásicas “cadenas” afirma que
“nos jactamos (kaujáomai) hasta en las tribulaciones (thlypsis), sabiendo que la
tribulación engendra la paciencia (hypomonê); la paciencia, virtud probada
(dokimê); la virtud probada, esperanza (elpís), y la esperanza no falla, porque el
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos ha sido dado”. (Rm 5:3-5).
Y más adelante insiste:
“de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no
sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la
aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios”.
(8:26-27).
El espíritu se manifiesta en contraste con la debilidad (astheneía). Es sabido que el
“espíritu” es la fuerza que viene de Dios para sostener (synantilambanô, venir en
nuestra ayuda, se hace cargo de nuestra debilidad, el camino de los llamados a
seguir su voluntad y sus caminos. Con nuestras capacidades ni siquiera sabemos
cómo pedir (proseújomai), de allí que el espíritu intercede (hyperentugjanei, única
vez en la Biblia) con “gemidos” (la otra vez que se encuentra en el NT – Hch 7,34 –
traduce el término “clamores” (cf. Ex 2,24; 6,5). Estos gemidos no son la voz de un
bebé, sino los gritos del dolor, la opresión y el sufrimiento y por eso son
“inexpresables” (alálêtos, también única vez en la Biblia, literalmente: “sin
palabras”). Pero por eso es que Dios “no puede” permanecer indiferente ante el
“clamor”.