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ÍNDICE
Sinopsis Capítulo 14

Prólogo Capítulo 15

Capítulo 1 Capítulo 16

Capítulo 2 Capítulo 17

Capítulo 3 Capítulo 18

Capítulo 4 Capítulo 19

Capítulo 5 Capítulo 20

Capítulo 6 Capítulo 21

Capítulo 7 Capítulo 22

Capítulo 8 Capítulo 23

Capítulo 9 Capítulo 24

Capítulo 10 Epílogo

Capítulo 11 Notas

Capítulo 12 Sherry Thomas

Capítulo 13
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SINOPSIS
E n una persecución que ha abarcado continentes, Titus, Iolanthe, y
sus amigos se las han arreglado siempre para mantenerse un paso
por delante de las fuerzas Atlantes. Pero ahora el Bane, el monstruoso tirano
que abarca todo el mundo mágico, ha emitido su ultimátum: Titus debe
entregar a Iolanthe, o ver como todo su reino es destruido en una
devastación mortal. Quedándose sin tiempo y sin opciones, Iolanthe y Titus
deben actuar decisivamente para dar un golpe definitivo al Bane, poniendo
fin a su reinado de terror para siempre.

Sin embargo, llegar al Bane significa lograr lo imposible: encontrar una


manera de infiltrarse en su cripta en los más profundos recovecos de la
fortaleza más ferozmente custodiada en Atlantis. Y todo sólo se hace más
difícil cuando nuevas profecías salen a la luz, prediciendo un esfuerzo
condenado al fracaso...

Iolanthe y Titus pondrán su amor y sus vidas en la línea. Pero, ¿será


suficiente?

Con The Inmortal Heights, Sherry Thomas trae la aclamada trilogía de


Elemental a su impresionante conclusión.
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Para todos quienes han llevado esto tan lejos, esta historia es para ustedes.

Vivan para siempre.


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PRÓLOGO
Traducido por Otravaga

Corregido por Mari NC

E l muchacho cayó.

Alrededor de él, el fuego rugía. El humo negro se elevaba en nubes contra el


cielo nocturno, oscureciendo las estrellas. A lo lejos los wyverns se
zambullían y chillaban, sus siluetas iluminadas por sus propias llamas, una
luz cobriza tras escamas oscuramente iridiscentes.

—¡No! —gritó alguien—. ¡No!

Pero el muchacho no oyó nada. Su corazón ya había dejado de latir.


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CAPÍTULO 1
Traducido por Otravaga

Corregido por Mari NC

E n algún lugar del desierto más inmenso en la tierra, a más de mil


kilómetros al sur del Mar Mediterráneo y tan lejos al oeste del Mar
Rojo, se alzaba una línea de escarpados acantilados de arenisca. En lo alto
del cielo nocturno por encima de esta escarpadura flotaba una enorme señal
brillante como una llama, el fénix de guerra, cuya luz arrojaba un brillo color
naranja a kilómetros sobre las dunas de los alrededores.

Bajo el fénix de guerra, el aire parecía un poco distorsionado, debido a la


presencia de una cúpula campana, la cual, cuando se desplegaba en la
guerra, mantenía a una fuerza enemiga firmemente encerrada en su
interior.

La cúpula campana había sido establecida por Atlantis, el imperio más


poderoso de todos los tiempos que dominaba el mundo mago, dirigido por el
Bane, el más poderoso y temido mago vivo. Atrapado bajo la cúpula estaba
un regimiento de varios cientos de rebeldes que no tenían ni espléndidos
uniformes ni corceles lanzallamas, sino únicamente túnicas del desierto y
alfombras voladoras. Algunos rebeldes llevaban turbantes y kufiyyas1; otros,
despertados de su sueño y vestidos a toda prisa, tenían la cabeza
descubierta.

Entre este diverso grupo de combatientes de la resistencia, sin parecer ni


un poco fuera de lugar, estaban las presas del Bane: Su Alteza Serenísima
el Príncipe Titus VII, Maestro del Dominio, y la Señorita Iolanthe Seabourne,
la gran maga elemental de su tiempo.

1Kufiyya: También conocida como pañuelo palestino, es un pañuelo tradicional de Oriente


Medio y Arabia que suele llevarse envolviendo la cabeza de diversos modos, tanto para
proteger dicha parte del cuerpo del frío como del sol. En ambientes desérticos también
puede tener utilidad para proteger la boca y los ojos de la ventisca y la arena.
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Desde el día en que Iolanthe convocó por primera vez un relámpago, había
sido perseguida por los agentes de Atlantis. Pero no fue sino hasta hace poco
que había aprendido la simple, no obstante grotesca, razón por la cual la
quería el Bane: para alimentar una hazaña de magia de sacrificio que
prolongaría su vida y mantendría su control absoluto en el poder.

Ahora rodeados, ella estaba en una lucha por su vida. Pero en este preciso
momento, no estaba pensando en sí misma… no del todo, en cualquier caso.
Su mirada estaba en el muchacho que compartía su alfombra voladora, el
que sostenía su mano estrechamente en la suya.

A veces le sorprendía que lo hubiese conocido apenas poco más de seis


meses atrás: parecía que habían pasado toda su vida juntos, ambos
huyendo del peligro y arremetiendo hacia él. Casi no podía recordar un
momento antes de que hubiese sido arrastrada en esta vorágine de destino,
antes de que hubiese convertido en la ambición de su vida el acabar con el
reinado de tiranía del Bane.

Los ojos de él se encontraron con los suyos. Estaba asustado —sabía esto
porque él no le ocultaba su temor— pero más allá del miedo estaba una
voluntad inquebrantable. Toda su vida él se había preparado para el trabajo
duro, el peligro y el mayor sacrificio.

Ella le apretó la mano. Sobreviviremos a esto.

En la otra mano ella sostenía a Validus, la varita espada que había


pertenecido a Titus el Grande, unificador del Dominio. Levantó en alto la
varita. Al instante, arcos blancos de electricidad saltaron por el cielo
salpicado de estrellas. Al principio eso la había dejado atónita y todavía la
dejaba atónita, que semejante poder debiera ser concedido a un simple
mortal.

Un rayo cayó hacia el desierto, casi como el tronco de un brillante árbol


creciendo de arriba hacia abajo. Cuando atravesó el fénix de guerra, la gran
señal brilló y se expandió.

El propósito brotó en sus venas. El chisporroteo de la electricidad era una


marea creciente en su sangre. Y un salvajismo palpitaba en su corazón: no
más fingir, no más huir, sólo impulso contra impulso, poder contra poder.
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Con un crujido casi inaudible, su rayo chisporroteó en un escudo que había
sido colocado fuera de la cúpula campana.

Los gritos de consternación se alzaron a su alrededor, ahogando su propio


jadeo. Ella maldijo y recurrió de nuevo a los elementos. Decenas de rayos
golpearon el escudo, como gran cantidad de agujas brillantes lanzadas
contra un alfiletero, o los fuegos artificiales de una celebración de año nuevo
vueltos locos.

El escudo resistió.

Un resonante silencio se hizo eco en su cabeza.

—No se sorprende a Atlantis dos veces —dijo Titus, con mucha más calma
de la que ella sentía.

Horas antes —tantas cosas habían pasado desde entonces, se sentía como
si hubiesen pasado semanas, quizás incluso meses— ellos dos habían sido
descubiertos en su escondite y rodeados por jinetes de wyverns. Iolanthe,
con sus recuerdos aún suprimidos, había decidido que no había nada malo
en tratar de ver si la escritura oculta en la correa de su bolso, especialmente
la línea de El día en que nos conocimos, un rayo cayó, había sido literal.
Había convocado un rayo que había incapacitado a los jinetes de wyverns,
permitiéndole a Titus y a ella escapar a una seguridad temporal.

Pero esta vez Atlantis había venido preparado. Esta vez su dominio sobre los
relámpagos no le sería útil.

Como para subrayar la ventaja de Atlantis, el batallón wyvern rugió en


masa, un clamor que sacudió sus pulmones contra su caja torácica. Los
wyverns se habían cernido en una formación cerrada, pero ahora dos
puntas, como las de una pinza, se abrían paso hacia adelante desde la
oscura masa de reptiles, grupos de wyverns avanzando para encerrar a los
rebeldes en el centro.

El aire desplazado por sus alas hizo que la alfombra debajo de ella se
moviera de un lado a otro, como una balsa en un mar que se volvía más
agitado a cada momento. El calor de su respiración, incluso desde la
distancia, picaba contra su piel. Y aunque no podía olerlos a través de la
máscara que llevaba por recomendación de los rebeldes, sus fosas nasales
se sentían como si se quemaran con el hedor a azufre.
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Mohandas Kashkari, compañero de clase de Titus e Iolanthe en el Colegio
Eton, se detuvo junto a ellos.

—Tenemos que ponernos en formación.

Tardíamente, Iolanthe se dio cuenta de que los rebeldes habían maniobrado


en grupos de tres.

—Dos atacan, uno defiende: ese soy yo —explicó Kashkari a toda prisa
mientras ayudaba a Titus e Iolanthe a pasar a alfombras individuales—. Las
alfombras que les estoy dando han sido subordinadas a la mía: yo dirigiré
el grupo. Asegúrense de mantenerme a la vista.

Las alfombras habían sido formadas en forma de L, con una repisa inferior
para pararse en ella, un largo lado vertical para sostener al piloto erguido y
el extremo superior enrollado hacia abajo para hacer un cómodo pero sólido
soporte para la mano a la altura de la cintura.

—Es mejor pelear de pie —dijo Kashkari.

Iolanthe besó a Titus en la mejilla justo antes de que Kashkari separara sus
alfombras a la distancia correcta.

—Que el poder de los Ángeles te impulse a alturas inimaginables —dijo su


amado.

Era una vieja bendición, de una época en la que los poderes de los magos
elementales decidían el destino de los reinos. Ella contuvo el aliento. Esta
batalla que se libraba a su alrededor; ¿acaso su resultado también dependía
de ella?

—Que la Fortuna te proteja contra todos los enemigos —respondió ella, con
la voz temblando un poco—. A ti también, Kashkari.

—Que la Fortuna nos escude a todos. —La respuesta de Kashkari era


sombría, pero firme—. Y no me pierdan de vista.

Su alfombra saltó hacia la izquierda. Sus dedos se clavaron en el soporte de


mano: no había esperado el movimiento. Ahora comprendía las repetidas
instrucciones de Kashkari: ella necesitaba mantenerlo a la vista para que
alguna parte de su conciencia prestara atención a sus sutiles cambios de
peso y la preparara para cualquier cambio brusco de dirección o velocidad.
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—¿Acaso la base tiene alguna estrategia para hacer frente a un asedio? —le
preguntó Titus a Kashkari, su voz elevada por encima del estruendo general,
mientras escuadrones de rebeldes zigzagueaban alrededor de ellos,
gritándose los unos a los otros en una variedad de idiomas.

—No —respondió Kashkari, maniobrándolos hacia el centro de la multitud—


. Nuestra estrategia, en caso de descubrimiento, siempre ha sido evacuar al
personal y los equipos lo antes posible, no quedarse y luchar.

Pero con la cúpula campana en posición, esa opción preferida había


terminado. Todos ellos debían quedarse y luchar.

—¿Estás bien? —le preguntó Titus—. ¿Soñolienta?

Menos de tres días atrás, habían vuelto en sí en mitad del Sahara, sin saber
nada de cómo habían llegado allí, sabiendo nada más que no debían caer en
las garras de Atlantis. Pero tan pronto como habían comenzado su escape
se enteraron de que Iolanthe había sido encerrada en un círculo de sangre
hecho específicamente para ella. Incluso con Titus debilitando el poder del
círculo de sangre y la ayuda tanto de una triple dosis de panacea como de
un hechizo de congelación de tiempo, cruzar el círculo de la sangre casi mató
a Iolanthe. La panacea desde entonces la había mantenido bajo sedación
casi constante, para preservar su vida.

—Estoy despierta.

Casi nunca había estado más despierta, sus nervios vibrando.

Los rebeldes pasaban zumbando, entrecruzando su visión. Más allá de ellos,


los wyverns se extendían como la red de un pescador. Y más allá de ellos...

Con todo el caos, no se había dado cuenta de que a pesar de que un gran
número de jinetes de wyvern habían entrado en la cúpula campana, incluso
más permanecían afuera.

La llegada de aliados era la forma más segura de romper el asedio… y Titus


y ella tenían amigos en las inmediaciones: las fuerzas del Dominio estaban
en el Sahara, alertados de la presencia del príncipe por un fénix de guerra
que él había desplegado dos noches atrás. Pero ¿podrían romper esta
defensa?
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—¿Hay alguien trabajando en los translocadores? —preguntó ella, su pecho
apretado.

Los translocadores proporcionaban transporte instantáneo a destinos


lejanos. La base rebelde tenía dos, pero ninguno estaba funcionando.

—Sí —respondió Kashkari.

No parecía del todo seguro. Sin mencionar que no sabían si los


translocadores de los rebeldes habían sufrido una simple avería o si habían
sido comprometidos por Atlantis. Una vez que un translocador había sido
comprometido, era imposible saber dónde terminaría un mago.

Su incertidumbre debía haberse mostrado en su rostro.

—No te preocupes —dijo Kashkari—. Te protegeremos.

La había mal interpretado: deseaba ser ella quien pudiera protegerlos a


ellos. Sabía que los rebeldes se habían ofrecido voluntariamente para una
vida de peligro; pero si no fuese por ella, no estarían enfrentando la letalidad
del batallón wyvern en este mismo momento.

—Puedo luchar.

—Y nosotros también podemos hacerlo. Puede que no tengamos un plan


específico de contraataque en caso de asedio, pero hemos entrenado para
los wyverns, quienes no carecen de debilidades.

Uno podría encontrar una oportunidad para atacar el delicado estómago de


un wyvern… si uno podía durar el tiempo suficiente ante su fuego y saña.
Ella tendría esa oportunidad: el Bane la quería con vida y en buen estado;
un mago elemental muerto era inútil en la magia de sacrificio. El príncipe
también tenía una oportunidad: la satisfacción de deshacerse de él
probablemente no valía la pena una guerra sin cuartel contra el Dominio,
que, aunque bien pasado de sus días de gloria, todavía tenía suficiente
fuerza y poder mágico como para ser una espina en el costado de Atlantis.
Sin mencionar que una guerra semejante volvería vulnerable a Atlantis a los
ataques a otros frentes.

Los wyverns escupieron fuego, un enrejado hemisferio de llamas cayendo


estrepitosamente hacia los rebeldes. Un coro de lanzamiento de hechizos se
elevó. La mayor parte del fuego de dragón fue detenido por un muro de
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escudos, pero aquí y allá las borlas y flecos de una alfombra se incendiaron.
Iolanthe se había acostumbrado a las alfombras voladoras más modernas,
que se asemejaban a manteles y cortinas más que a alfombras reales. Pero
las alfombras usadas en la batalla eran de un aspecto más tradicional, con
frecuencia más gruesas y fuertes que sus homólogas hechas para
camuflarse y ser fáciles de transportar.

Ella les ordenó a los incendios en las alfombras que se extinguieran a sí


mismos. Ya los rebeldes en el frente estaban contraatacando, cayendo en
picada más abajo para que pudieran apuntarle a los wyverns por debajo.
Iolanthe esperaba que al menos un par de wyverns retrocedieran por el
dolor, sus alas aleteando salvajemente.

Sin reacción. Era como si los rebeldes hubieran despedido nubes de pétalos
y dientes de león, en lugar de hechizos que habrían masacrado elefantes y
rinocerontes.

Estallaron gritos en idiomas que Iolanthe no podía identificar, y mucho


menos entender.

—Los wyverns están acorazados —interpretó Kashkari—. No es metal, sino


placas de cuero de dragón en el vientre.

Los wyverns toleraban las armaduras metálicas… las placas de cuero de


dragón, no tanto. Si es que ellos entendían claramente que estaban siendo
atados a artilugios que una vez fueron partes del cuerpo de su propia
especie, nadie lo sabía. Pero los wyverns eran lo suficientemente inteligentes
como para que cualquier cosa hecha de cuero de dragón les repugnara.

Lo que significaba que se les había dado tragos amansadores previamente,


de modo que no lucharan contra la colocación de las placas. Un trago
amansador dado antes de una batalla desaceleraba los reflejos de un wyvern
normalmente rápidos como un rayo. Atlantis debía haber decidido que la
protección de las placas superaba las desventajas del trago amansador.

—Están preparados para ti —dijo Titus.

Por supuesto. Las placas metálicas contra las partes más sensibles de los
wyverns los habrían puesto en peligro cuando se enfrentaban a un mago
que dominaba el fuego. El cuero de dragón, por otro lado, era inmune al
fuego ordinario.
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Pero no era inmune al fuego de dragón.

Ella apuntó su varita y envió una corriente de fuego de dragón de vuelta al


wyvern que lo había arrojado. El jinete del wyvern lo giró bruscamente hacia
un lado para evitar el chorro de llamas. Iolanthe reunió las llamas de dos
wyverns cercanos en dos bolas de fuego y las arrojó al mismo wyvern,
pasando muy cerca de la cresta de un ala.

Un ruido como mil garras afiladas arañando sobre mil cristales chirrió
contra sus tímpanos. Al instante la noche se volvió más oscura. Contuvo la
respiración durante varios segundos antes de darse cuenta de que no era
algún nuevo y terriblemente poderoso acto de hechicería por parte de
Atlantis. Sólo era que todos los wyverns habían dejado de escupir fuego.

Así que no podía utilizar su propio fuego contra ellos.

No se sorprende a Atlantis dos veces.

Los wyverns, sin su fuego, eran escasamente menos mortales. Lo afilado de


sus garras y la dureza de sus alas eran igualados solamente por su feroz
inteligencia. Se lanzaron hacia los rebeldes, dientes y garras en ristre.

—No me gusta esto —dijo Titus oscuramente.

—Nunca te gusta nada, querido. —Pero a ella no le gustaba más que a él.

Los wyverns avanzaban desde todas las direcciones. Los rebeldes se


retiraron hacia el centro de su formación. Los wyverns empujaron más. Los
rebeldes se retiraron con más fuerza.

Los wyverns en el frente atacaron todos a la vez. Los rebeldes se dispersaron


como un banco de peces bombardeado por cormoranes zambulléndose.
Kashkari giró a Titus y a Iolanthe a la izquierda y hacia arriba para salir del
camino de un par de enérgicos wyverns. Iolanthe, que había olvidado de
nuevo mantener a Kashkari a la vista, se agarró a su alfombra, su
movimiento un tirón duro en su cuello.

Más wyverns se movieron rápidamente y sin control hacia los rebeldes,


obligando a cada escuadra de tres magos a valerse por sí sola. Kashkari los
viró a la derecha, para evitar ser golpeado por el ala de un wyvern. Iolanthe
convocó una esfera de fuego de tres metros de ancho y se la arrojó al jinete
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del wyvern más cercano: los wyverns no podían resultar heridos por el fuego
ordinario; pero los jinetes no eran tan invencibles.

El wyvern apartó de un golpe la bola de fuego con su ala. Iolanthe convocó


a una bola de fuego dos veces más grande en diámetro y la envió cayendo
en picado desde lo alto del jinete wyvern.

A pocos metros de distancia de la cabeza del jinete wyvern, su fuego se apagó


como la llama de una vela en un vendaval. Ella maldijo… había otros magos
elementales cerca, interfiriendo.

O al menos eso esperaba: que fueran otros magos elementales, y no el propio


Bane, tan poderoso como mago elemental como cualquiera que hubiera
vivido alguna vez.

Un trío de wyverns se zambulló hacia ellos. Kashkari cambió de dirección.


Iolanthe se aferró a su alfombra, una serie de hechizos abandonando sus
labios mientras un wyvern la pasaba zumbando… todos los cuales, por
desgracia, fueron desviados por las alas del wyvern.

—¡Desliga mi alfombra, Kashkari! —gritó Titus—. Lleva a Fairfax de nuevo


a la base.

Su amado no le temía a algo sin una causa. Pero todo lo que Iolanthe veía
eran jinetes wyvern y rebeldes en alfombras girando alrededor. Una fracción
de segundo más tarde, sin embargo, se hizo evidente que ellos tres habían
sido separados del resto de los rebeldes y estaban rodeados por los wyverns.

Sin pensarlo, ella dispuso que una masa de arena se levantara del suelo del
desierto. Los jinetes llevaban gafas protectoras y los wyverns tenían
párpados interiores resistentes pero transparentes que hacían su visión
inmune a motas voladoras. Aun así, la arena impedía y la arena oscurecía.
Por lo menos un tornado de arena la haría sentir menos visible, menos
expuesta.

Pero el suelo del desierto parecía haberse derretido en un mar de vidrio. Ni


un solo grano de arena saltó en el aire ante su orden. Los wyverns se
acercaron más. Ella convocó a las corrientes de aire para hacerlos
retroceder. En el momento en que lo hizo, sin embargo, sintió la presión de
contracorrientes: los magos elementales de Atlantis estaban neutralizándola
en todos los frentes.
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No estaba sola en su fracaso. Titus y Kashkari estaban intentando todo tipo
de hechizos en vano. No sabía sobre Kashkari, pero el príncipe era un
veterano en batallas de dragón… al menos en el Crisol, un libro de folclore
y cuentos de hadas que Iolanthe y él utilizaban como área de adiestramiento
para entrenarse para situaciones peligrosas. Pero por lo general, en esas
historias, los dragones eran pocos en número. Y si debían ser numerosos,
como en La Princesa Dragón, por lo menos el protagonista tenía una sólida
posición defensiva, como una fortaleza deteriorada pero todavía enorme, en
lugar de alfombras voladoras que no proporcionaban ninguna cubierta en
absoluto.

—¿Puedo teleportarla a la base, o ésta es una zona de no-teleportación? —


le preguntó Titus a Kashkari en un grito.

—¡Es una zona de no-teleportación!

Titus maldijo.

Más temprano esta misma noche, él había hecho que ellos dos saltaran al
suelo desde una altura de ochocientos metros, sin nada para ponerle fin a
su caída salvo sus poderes sobre el aire, porque no había querido ponerla
en riesgo al teleportarla: teleportarse tan pronto después de una lesión
potencialmente mortal podría matarla directamente.

¿Realmente se estaban quedando sin opciones?

Una escandalosa idea llameó a la vida. Ella siempre había pedido un rayo
desde arriba. Pero en la naturaleza, el relámpago no necesariamente se
originaba en el cielo. A veces las bolas de electricidad flotaban de la nada. A
veces un rayo viajaba desde el suelo hacia las nubes.

¿Podría hacerlo?

Apuntó su varita hacia abajo, sintiéndose tan tonta como lo había hecho la
primera vez que intentó convocar un rayo desde arriba.

—Relámpago.

No pasó nada.
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Un wyvern particularmente grande se lanzó hacia delante y extendió una
garra: la sacaría de la alfombra. La alfombra cayó directamente hacia abajo
y la garra falló su cabeza por centímetros.

Dos wyverns más siguieron el ejemplo del primero, atacándola desde


diferentes alturas, de modo que, aunque fuera a caer o a elevarse, ella no
sería capaz de evadirlos a ambos.

Intentó de nuevo por un rayo. Nada.

De alguna manera Kashkari los tiró de lado, con las garras del wyvern
pasando justo por encima del hombro del príncipe.

—¿Quieres que te teleporte al suelo? —gritó Titus.

Él y Kashkari la escudaban a ambos lados. Más allá de los wyverns, los


rebeldes estaban tratando de abrirse camino en este “asedio dentro de un
asedio”, la luz del fénix de guerra iluminando la ansiedad y el pánico en sus
rostros.

Los wyverns avanzaban cada vez más cerca. La fuerza de sus aleteos
sacudiéndola por todos lados. Podía ver el brillo de cada escama individual
en el wyvern más cercano… y las ansias de su jinete, con los hombros hacia
adelante y los dedos casi tamborileando contra las riendas.

Le había dado la respuesta equivocada a la bendición del príncipe antes.


Ella exhaló y recitó la respuesta correcta:

—Porque daré testimonio de la fuerza de los Ángeles. Porque soy el poder,


soy el dominio y soy el martillo de la inmortalidad.

Titus sacó apresuradamente de su bolso de emergencia las dos cuerdas de


caza que quedaban.

—Mientras el mundo sobreviva. —Él terminó la oración cuando la primera


cuerda de caza dejó su mano—. Mientras la esperanza permanezca siempre
de cara al Vacío.

La cuerda de caza atrapó la garra extendida de un wyvern y se giró de vuelta.

—¡Cabezas abajo! —gritó Kashkari mientras los libraba de las garras de otro
wyvern.
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Su última cuerda de caza salió disparada y erró por completo al wyvern que
venía: la bestia recogió sus piernas y golpeó con fuerza la cuerda de caza
fuera del camino con su ala. No se puede sorprender a Atlantis dos veces.

Pero la cuerda de caza no estaba apuntando al wyvern en absoluto, sino a


su jinete, pegándose en torno a las muñecas de este último y obligando al
piloto a jalar con brusquedad de las riendas.

—¡Detrás de ti, Fairfax! —llamó Kashkari.

Miró hacia atrás, esperando ver un par de garras descendiendo. Así era,
pero Kashkari se había puesto a sí mismo entre el wyvern y ella, enfrentando
a la bestia. Hizo una voltereta hacia atrás, pateando su alfombra hacia el
wyvern mientras lo hacía y con un giro en el aire aterrizó detrás de Iolanthe,
agarrándola por la cintura para no caerse de la estrecha cornisa sobre la
que ella estaba de pie.

—Vamos —gritó Titus—. Deja caer ese martillo de la inmortalidad, ¿quieres?

Desde que había sido una niñita, amigos y vecinos le habían preguntado
cómo se sentía ejercer un poder directo sobre los elementos, sin la
intercesión de las palabras y los encantamientos. Lo había encontrado difícil
de explicar hasta que había visitado el Museo de Artefactos No Mágicos de
Delamer en un viaje de la escuela y había sujetado una brújula en su mano,
alineando la pequeña aguja temblorosa con el norte magnético. Así era como
se sentía cuando estaba en control de los elementos, la alineación de su
persona con una longitud invisible de poder.

Sus intentos anteriores habían titubeado grandemente de esa calibración


perfecta. Pero esta vez lo sintió, la diferencia entre la aproximación y la
exactitud. Golpeteó dos veces a Validus. La luz se irradió desde las siete
coronas de diamante a lo largo de la longitud de la varita espada.

Ella señaló hacia abajo y miró a Titus.

—Por ti.

Un movimiento de su muñeca y un estallido de electricidad al rojo vivo se


alzó desde el suelo del desierto.
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CAPÍTULO 2
Traducido por flochi

Corregido por Mari NC

P or ti.

El tiempo redujo su velocidad. Las sílabas se extendieron en los oídos de


Titus a la vez que el relámpago se construyó chispa a chispa desde las
arenas oscuras de abajo, un engendro de brillantez emergiendo en una
criatura con garras, garras que azotaron a los a los wyverns más cercanos.
Los wyverns se asustaron y cayeron, sus alas flojas y abiertas, dando
volteretas a través del aire cayendo como dragones de papel que habían sido
lanzados descuidadamente desde un alto balcón.

Silencio, interrumpido por los golpes de media docena de wyverns chocando


contra el suelo.

Y otra eternidad de silencio, el cual probablemente sólo duró una fracción


de segundo, antes de que el rugido estallara, el chillido de los wyverns
mezclado con los gritos asombrados de los rebeldes.

—¿Qué fue eso? —preguntó Kashkari, su mano izquierda levantada cerca


de su oreja en un gesto involuntario de estupefacción.

Esto sacó a Titus de su propia sorpresa. Puso en marcha un hechizo que le


dio a su voz la amplitud de ser transportada por kilómetros.

—Observen. Aquí está quien empuña la chispa divina, amada por los
Ángeles.

Había unos pocos seguidores de la Hueste Angélica en el Sahara. Él no le


estaba hablando tanto a los rebeldes sino a los Atlantes, que tomaban en
serio su fe.

—Recuerden —replicó una voz alta y clara que Titus reconoció como
perteneciente a la mujer brigadier que había estado en sus talones desde el
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momento en que él y Fairfax llegaron al desierto—, los usurpadores a
menudo dicen ser queridos por los Ángeles.

—¿Y su Señor Alto Comandante no reclama ser favorecido desde arriba? —


replicó.

La respuesta de Atlantis fue un llamado de trompeta. Los jinetes de los


wyverns se reagruparon. Pero en vez de reasumir su asalto, ellos y sus
corceles abandonaron la cúpula campana por completo.

—¡La Fortuna favorece al valiente! —gritó una rebelde.

Los más cercanos a ella gritaron:

—¡Y el valiente crea su propia fortuna!

—¡La fortuna favorece al valiente! —volvió a gritar ella.

Esta vez, casi todos gritaron:

—¡Y el valiente crea su propia fortuna!

Fue ruidoso y alborozado. Los rebeldes estaban comenzando a reír, de


asombro, emoción, y la tensión drenándose. Se burlaron de sus amigos por
lo temerosos que se habían visto y se jactaron de su propia audacia, sólo
para ser burlados a cambio por manos temblorosas y hechizos mal dirigidos.

Sin embargo, en medio de esta celebración de camaradería, la sangre de


Titus se estaba volviendo espesa. Atlantis no se rendiría con tanta facilidad,
o no gobernaría el mundo de los magos.

—Déjame adivinar, esto te gusta todavía menos —dijo Fairfax.

Se giró hacia la chica en cuya fuerza y carácter había confiado su destino.

—Soy un libro abierto ante ti.

—Si eres un libro abierto —respondió, una pizca de picardía en su voz—,


entonces no te asemejas en nada al diario de tu madre, cientos de páginas
en blanco, seguido por algunas frases que cambian las vidas.

Él no pudo evitar sonreír un poco.

—Por cierto, nunca dejas de sorprenderme.


21
Ella dirigió su alfombra más cerca y tomó su mano.

—Admito estar yo misma sorprendida. Pero la parte de mí que es tu


protegida —ya sabes, la eterna pesimista— se pregunta si no causé todavía
más problemas para todos.

—Está bien —dijo Kashkari—. Todos estamos aquí por problemas.

Los rebeldes se acallaron cuando un redoble llegó, seguido por la agradable


voz femenina que la base usaba para los anuncios públicos.

—Carros blindados a la vista.

Carros blindados, los que eran impermeables al poder del golpe de un rayo.

Titus desplegó un hechizo de vista lejana: cinco escuadrones, en los límites


de su visión mejorada. Entonces tres minutos, probablemente cinco, antes
de que estuvieran en la cima de la cúpula campana.

Amara, la comandante de la base rebelde, se acercó rápidamente y le entregó


una nueva alfombra a Kashkari, quien todavía se hallaba de pie detrás de
Fairfax y aferrándose a ella.

—Algo extraño está sucediendo —dijo Amara—. Claramente recuerdo,


mientras todavía estábamos dentro de la base, una advertencia sobre
lindworms llegando. ¿Dónde están?

Le tomó a Titus un momento: la advertencia había llegado antes de que


todos sus recuerdos reprimidos hubieran emergido en masa, lo que produjo
un curioso efecto de distancia de los eventos precedentes inmediatos. Pero
ahora que echaba a su mente al pasado, recordó escuchar la misma voz
agradable femenina anunciando el avistamiento de carros blindados,
wyverns, y lindworms, cuando él y Fairfax todavía creían que podrían
escapar de Atlantis.

—Ahora que lo pienso —dijo Kashkari—, cuando los wyverns entraron


primero a la cúpula campana, había lindworms en su retaguardia… y
rodeados por una especie de carros blindados, mucho más pequeños de los
que jamás he visto.

Los lindworms tenían una terrible visión. En la naturaleza, ellos formaban


relaciones simbióticas con arpías imitadoras, las cuales los guiaban a
22
buscar comida. Tal vez, estos carros blindados mucho más pequeños
servían el papel de simbiontes, arreando a los carros blindados a los
propósitos de Atlantis.

—¿Crees que los lindworms y esos pequeños carros blindados pueden haber
interceptado a nuestros aliados? —preguntó Fairfax.

—Ese no sería un buen uso para los lindworms —dijo Amara—. Espero que
los hayan traído porque Atlantis pretendía hacer un ataque directo en la
base misma; de cerca, los lindworms son aterradores. Pero para
persecuciones y tales cosas, son tan lentos que apenas resultan de utilidad.

—Los carros blindados que vienen hacia nosotros ahora, ¿son los mismos
que viste anteriormente? —le preguntó Fairfax a Kashkari.

—No. Son los de costumbre.

Titus intercambió una mirada con Fairfax. Atlantis nunca hacía algo sin una
buena razón. ¿Cuál, entonces, era la razón para que los lindworms y sus
pequeños carros de acompañamiento ya no estuvieran en el campo de
batalla?

—¿Deberíamos…?

Fairfax se detuvo. Él también lo escuchó: cientos de objetos saliendo


disparados a través del aire.

El rostro de ella se iluminó.

—¡Lanzas encantadas!

Hace cinco o seis horas, los jinetes wyverns habían llegado muy cerca de
Titus y Fairfax, y habían sido echados por una emboscada de antiguas
lanzas encantadas. Titus había estado intrigado por la identidad de los
magos que usaron tales armas, hasta que recuperó la memoria y se dio
cuenta que eran las fuerzas del Dominio, y las lanzas que mantenían en el
Museo en Memoria de Titus el Grande para la recreación de batallas
históricas.

Desde el sur de la cúpula campana llegaron las lanzas encantadas, siseando


como una tormenta de flechas, delgadas y letales. Titus cerró los dedos con
más firmeza sobre los de Fairfax y contuvo la respiración.
23
Una enorme red se alzó y atrapó a las lazas encantadas, como si se hubiese
tratado de un banco de peces, nadando directamente en una trampa.

Amara gruñó en frustración, fue un recordatorio de que lo que parecía ser


demasiado bueno para ser verdad por lo generalmente lo era.

—¿Las lanzas habrían levantado el asedio, incluso si ellas alcanzaban la


cúpula campana? —preguntó Fairfax con un ceño fruncido—. Pensé que los
objetos inanimados no tenían efectos sobre tal brujería.

—En circunstancias normales no —dijo Titus—, pero hay maneras de


lograrlo.

Si hubiera alguna astuta magia de sangre involucrada. Y si la gota de sangre


en la punta de la lanza fuera de un mago vinculado por sangre a alguien
debajo de la cúpula campana.

—De una manera u otra, este asedio se romperá —dijo Amara—. Mohandas
ha visto el futuro, y sus visiones nunca nos han llevado por mal camino.

Cuando se enteraron que habían sido atrapados bajo una cúpula campana,
Amara había dado a entender que los rebeldes tomarían las medidas
necesarias para mantener a Fairfax lejos de las manos de Atlantis,
incluyendo matarla ellos mismos, si se llegaba a eso. Y Kashkari, en lo que
equivalía a un arrebato, le había dicho a Amara en términos inciertos que
un sueño profético le había hecho saber que Fairfax no solamente
sobreviviría a esta noche, sino que se aventuraría hasta la misma Atlantis,
en una misión para acabar con el Bane en su guarida.

Salvo que Kashkari había estado mintiendo abiertamente, como le había


admitido a Titus y Fairfax lejos del rango de audición de Amara.

Kashkari, tan buen mentiroso como Titus no había conocido —y Titus era
uno de primera categoría— asintió gravemente.

—Gracias, Durga Devi.

Durga Devi era el nombre de guerra de Amara. Titus también se refería a


ella así, pero para él era menos un término de respeto que de distancia: la
mujer había estado dispuesta a asesinar a Fairfax para mantenerla fuera
del alcance del Bane; él siempre la contemplaría con varias medidas de
sospecha.
24
Afuera de la cúpula campana, otra red surgió para atrapar un bosque de…
Titus había pensado que todas eran lanzas encantadas, pero ahora parecía
que había longitudes de cuerdas de caza mezcladas.

¿Por qué? ¿Para hacer parecer a las lanzas encantadas más numerosas? ¿O
había algún otro propósito?

La expresión de Amara cambió. Buscó en su bolsillo, sacó un cuaderno, y lo


abrió.

—¿Se trata de mi hermano? —preguntó de inmediato Kashkari.

—Sabes que aquellos que salen en incursiones no tienen permitido llevar


cuadernos bidireccionales. —Se volvió hacia Titus—. Se trata de sus aliados,
Su Alteza, solicitando que la Señorita Seabourne esté lista para repartir dos
docenas de rayos a la compañía que se acerca de carros blindados.

—¿Por qué mis aliados te están contactando?

—Pero los carros blindados son a prueba de rayos —dijo Fairfax al mismo
tiempo.

—Dijeron que te diga “certus amicus temporibus incertis” —dijo Amara. Para
sorpresa de Fairfax, se encogió de hombros; no tenía respuestas para eso.

Certus amicus in temporibus incertis —un amigo en tiempos de


incertidumbre— era una de las frases en código que Titus y Dalbert, su valet
y espía personal, habían acordado. Una pieza de comunicación conteniendo
tal frase indicaba que se había originado por alguien que Dalbert
consideraba digno de confianza.

La preferencia de Titus era confiar en tan pocas personas como fuera


posible. Y nunca emprender una acción sin haber investigado
minuciosamente las potenciales consecuencias. Pero por el momento, no
podía permitirse ese lujo.

—Bien podrías hacerlo —le dijo a Fairfax.

Invocaron hechizos todavía más poderosos de vista lejana. Los carros


blindados, todavía a varios kilómetros, cruzaban rápidamente a través de la
noche, casi invisibles a excepción del brillo apagado en sus abdómenes, un
reflejo del resplandor del fénix de guerra.
25
—¿Cuándo? —preguntó Fairfax.

—Ahora —dijo Amara—. El lote completo, si quieres.

Fairfax apuntó su varita hacia los carros blindados. El cielo se retorció con
vetas azules y blancas; rayos impactaron como si los dioses estuvieran
borrachos.

Veinticuatro rayos en dos segundos, seguidos por un largo momento


durante el cual nadie habló, o respiró. Después, todos los carros blindados
cayeron, como si se trataran de muchas rocas por fin cediendo a la fuerza
de la gravedad.

Un silencio ensordecedor: temor y sorpresa eran parecidos en la capacidad


de producir estupefacción. Incluso Amara, que debía saber que había
ilusionismo involucrado, miró con asombro a Fairfax.

Esta última fue la única en parecer más confundida que asombrada.

—Pero eso no debió ser posible. Son a prueba de rayos.

Titus le indicó que guardara sus preguntas. Levantó la voz para expresarse
fuerte nuevamente.

—¿Alguien puede dudar del poder de la chispa divina? No se interpongan


más en el camino de la querida por los Ángeles, y no tienen que temer su
ira.

Luego, en un volumen normal, solamente para los oídos de ella:

—No podía dejar pasar un momento tan perfecto para hacer propaganda.

—Claro que no. Pero, ¿sabes que está pasando?

—Puede que sí.

La llegada de un nuevo grupo de lanzas encantadas y cuerdas de caza,


silbando y siseando, despertó a los Atlantes de su estupor. Otra red surgió
mientras los jinetes de los wyverns perseguían los pocos objetos sueltos que
no habían sido capturados.

—Te diré lo que está pasando después. Ahora, necesito que crees tanta
distracción como puedas. Mantén los ojos de todos tan alto como puedas.
26
Yo haré lo mismo. —Apuntó su varita hacia el cielo—. ¡Meum insigne esto
praesidium meum!

El fénix de guerra había sido hasta el momento un faro estático. Ahora,


lentamente, majestuosamente, batió sus enormes alas y descendió hacia
una formación de jinetes de wyverns afuera de la cúpula campana. Los
wyverns escupieron fuego al fénix de guerra; pero las llamas, como los rayos,
simplemente lo atravesaron.

—Confía en el Maestro del Dominio para siempre sacar algo de su manga —


dijo Kashkari, sacudiendo la cabeza.

Antes del acercamiento inexorable del fénix de guerra, los wyverns se


dispersaron. Un jinete de wyvern, que estaba moviéndose con demasiada
lentitud del camino, gritó cuando la punta del ala izquierda del fénix de
guerra rozó su hombro. El fénix de guerra no causaba verdadero daño, pero
los enemigos que entraron en contacto con éste dijeron que experimentaron
un breve, pero aun así intenso, ataque de dolor.

—Aquí está mi distracción —dijo Fairfax.

Una bola de relámpagos, azul y espeluznante, se lanzó hacia una compañía


de wyverns, dispersándolos.

—Envía uno de esos al fénix de guerra —dijo Titus.

Ella lo hizo. El fénix de guerra brilló con el doble de intensidad y emitió una
llamada que fue salvaje y molesta, pero inquietantemente emocionante.

—Excelente. Sigue así.

El fénix de guerra continuó su majestuoso avance, mientras media docena


de esferas de electricidad chisporroteando corrieron por todos lados,
manteniendo a las fuerzas de Atlantis dispersas y desordenadas. Mientras
un grupo más de lanzas encantadas y cuerdas de caza llegaban, Titus dirigió
al fénix de guerra hacia el este.

—Creo que es seguro decir que nuestros aliados tienen un poco de


experiencia con Atlantis —explicó—. Sabían que Atlantis no sería tomado
por sorpresa una segunda vez y estarían preparados para las lanzas
encantadas.
27
—¿Entonces enviaron lanzas encantadas en grupos para ver con qué tipo de
defensa se estarían enfrentando? —dijo Kashkari.

—Exactamente. No me sorprendería enterarme de que los grupos han venido


desde exactamente noventa grados de distancia de la brújula, para sujetar
mejor la red al terreno con todas las cuerdas de caza.

Kashkari golpeteó ligeramente su barbilla con un dedo.

—¿Deberíamos esperar ver lanzas y cuerdas llegando en pequeños grupos,


de dos y tres, para probar que la red está bien y verdaderamente fija al
suelo?

Como si fuera una señal, un par de lanzas encantadas llegaron. Los Atlantes
gritaron cuando se dieron cuenta de que su red ya no podía surgir para
atrapar las lanzas, sino que se estaba retorciendo en la arena, sujeta por las
cuerdas de caza.

Apenas atraparon las lanzas, gracias a dos wyverns particularmente ágiles.


Los wyverns, con las lanzas en sus garras, fueron dirigidos lejos de la cúpula
campana. Pero el impulso de las lanzas todavía era fuerte, y los wyverns
agitaron sus alas como si estuvieran volando contra un ciclón.

—Dile a aquellos exploradores con la vista más aguda que busquen en el


suelo —le dijo Titus a Amara—. Así es cómo yo enviaría la lanza encantada
que importa. Y diles que mantengan silencio cuando la divisen.

—Entendido. —Salió volando.

—Cuando veamos la lanza que buscamos, la que está llevando el hechizo de


sangre que actuaría como poder para el contacto humano —le dijo a
Kashkari—, pondré a Fairfax para salvaguardar su progreso. ¿Puedes
arreglar alguna distracción adicional de parte de los rebeldes?

Kashkari asintió.

—Déjamelo a mí.

Titus tomó la mano de Fairfax.

—Y tú, destruye cualquier cosa que llegue entre la lanza y la cúpula


campana.
28
—Tu deseo es mi orden, señor —dijo sin demora.

La atrajo para un rápido beso.

—Bien. Di eso a todo lo que yo quiera.

Ella se echó a reír. Incluso en medio del caos, el sonido todavía hacía a su
corazón volar.

Amara regresó.

—Uno de los exploradores divisó algo acercándose desde el noreste.

Titus de inmediato envió al fénix de guerra al sudoeste de la cúpula


campana, por lo que la más ligera luz posible caería sobre ese “algo”.

Él y Fairfax se metieron en un grupo de rebeldes y salieron del otro lado con


sus cabezas cubiertas por kufiyyas. Detrás de ellos, Kashkari había creado
un espectáculo: una docena de alfombras flotaban de extremo a extremo en
el aire, y varios rebeldes hicieron pasos temblorosos a lo largo de este
escenario improvisado.

—Estoy tentada a no cumplir con mi tarea y observar eso en cambio —dijo


Fairfax—. Y mi vida está en juego aquí.

Ella y Titus tomaron el lugar de los dos exploradores originalmente


posicionados en el punto noroeste de la cúpula campana, y cada uno aplicó
un hechizo de vista angular, para que, a pesar de sus rostros inclinados
hacia arriba, estuvieran observando el suelo del desierto.

Llegando al punto álgido de una duna como a ochocientos metros de


distancia, una lanza encantada se deslizó hacia la cúpula campana. No era
lenta, precisamente, pero tampoco estaba acercándose a toda velocidad. A
Titus le pareció bien ese ritmo relativamente tranquilo hasta que un
explorador gritó:

—¡Más carros blindados en camino!

Pero también tenían problemas cercanos: varios escuadrones de wyvern


montados se balancearon, volando bajo, su mirada en el suelo.

Titus maldijo. Alzó la voz.


29
—Mis estimados amigos de Atlantis, especialmente aquellos de ustedes que
han conocido al Señor Alto Comandante en persona, ¿no se han preguntado
por qué no parece envejecer? ¿Por qué, de hecho, a veces parece haber
rejuvenecido diez años durante la noche? Incluso para las estimaciones más
conservadoras, debería ser un hombre en sus setenta años. ¿Cómo es que
no se ve ni un día más de cuarenta años?

Los jinetes wyvern, olvidándose de su tarea, se dieron vuela rápidamente


hacia la cúpula campana.

—Es debido a que está usando el cuerpo de un hombre joven, uno que tiene
un parecido sorprendente a su cuerpo original, antes de lanzarse a sí mismo
a las espantosas profundidades de la magia sacrificial. Ese cuerpo original
no puede ser visto en público, ya que le faltan varios miembros, tal vez los
ojos y las orejas también; tal es el costo de la magia sacrificial.

»En todos los largos años de su reinado, se ha cerciorado de no difundir su


imagen públicamente. La razón oficial es que nunca desea fomentar el culto
de la personalidad. Pero convenientemente, si los magos más sabios del
mundo no saben cómo es su apariencia, entonces no se preguntarían por
qué los hombres que se parecen a él continúan desapareciendo.

»Piensen en ello la próxima vez que les pidan arriesgar sus vidas por él.
Piensen en eso ahora. ¿Por qué quiere a mi amiga, la joven maga elemental?
Es porque los poderosos magos elementales hacen los más potentes
sacrificios y fortalecerán mejor su fuerza vital. ¿Es esto lo que quieren
hacer? ¿Luchar al máximo de sus capacidades para que él pueda cometer
tales actos despreciables por los Ángeles?

Desafortunadamente, no todos los jinetes de los wyvern fueron cautivados


por su discurso. Uno gritó a viva voz para alertar a sus colegas que una
lanza encantada estaba en el suelo y a sólo cuatrocientos metros de la
cúpula campana.

En vez de atacar a aquellos que habían divisado la lanza encantada y ahora


estaban lanzándose hacia ella, Fairfax creó una defensa mucho más
elegante. Atrayendo los rayos a su dominio, construyó un túnel movedizo de
electricidad a través del cual la lanza pasó sin ser molestada.

Doscientos metros. Cien metros. Cuarenta y cinco metros. La lanza llegó


todavía más cerca.
30
El corazón de Titus se alojó en su garganta.

La punta de la lanza golpeó la cúpula campana; toda la cúpula se


estremeció.

El par más cercano de exploradores gritó de júbilo y se lanzó hacia adelante,


sólo para ser detenidos por una barrera que todavía estaba en su lugar.
31

CAPÍTULO 3
Traducido por martinafab

Corregido por Mari NC

—¿L a cúpula no debería haberse desintegrado? —gritó


Fairfax.

Debería, si Titus estaba en lo cierto acerca de que la magia de sangre


habiendo sido aplicada a la lanza.

Por supuesto.

—Sangre. ¡Debo poner una gota de sangre en la cúpula! —Sacó su cuchillo


del bolsillo mientras impulsaba la alfombra hacia adelante.

Ella llegó a la cúpula al mismo tiempo que él y también colocó su mano en


ella. Sintió una sensación tamborileando en su palma, y luego nada más
que aire.

Inmediatamente él levantó un escudo para ella. Ella hizo lo mismo por él, y
no un momento demasiado pronto, ya que los jinetes wyvern dirigieron un
aluvión de hechizos hacia ellos.

—Deberías haber levantado escudos para ti misma —le advirtió mientras


volaban más alto—. ¿Cuántas veces te he dicho que no te molestes conmigo?

—¿Qué? ¿Y asumir que los escudos que has levantado para mí no son lo
suficientemente fuertes? Además, —Se inclinó y le golpeó en la cabeza con
los nudillos—, ¿has olvidado que no hay un Elegido? No eres menos
importante que yo en esto, o cualquier otro.

—No me he olvidado de eso. —Él la tomó de la muñeca y le besó el dorso de


la mano—. No hablo en nombre de la misión, sino de mí mismo.

Ella suspiró.

—¿Y qué voy a hacer sin ti?


32
Por una fracción de segundo, su muerte profetizada colgó entre ellos, un
sudario que marcaba el final de todo. Al momento siguiente, ella se dio la
vuelta y soltó un muro de fuego.

El fuego ordinario no podía hacer daño a los dragones. Los jinetes wyvern,
sin embargo, todavía lo esquivaban instintivamente. Era un buen
movimiento táctico por parte de ella, pero uno menos sólido
estratégicamente: ahora los Atlantes, una vez más conocían su ubicación
exacta.

Pero en todo caso, los jinetes wyvern retrocedieron aún más, los recuerdos
de la destreza del rayo portador aún demasiados frescos.

—¡Que nadie escape! —fue la voz como el clarín de la mujer brigadier—. ¡Los
refuerzos están casi aquí!

Los últimos escuadrones de carros blindados eran ahora visibles a simple


vista.

Kashkari se detuvo en silencio al lado de ellos.

—Los carros blindados están a demasiada altura; la altura que por lo


general toman para prescindir de la lluvia de la muerte.

—¿Pueden nuestros aliados bajarlos? —preguntó Fairfax—. Estaré


encantada de ofrecer descargas de rayos de nuevo.

Kashkari negó con la cabeza.

—Amara ya preguntó. Dijeron que una batería de carros blindados era lo


máximo que podían hundir en un corto período de tiempo. Será mejor que
nos retiremos a la base.

—Deberíamos estar bien con nuestras máscaras, ¿no es así? —preguntó


Fairfax, mientras se dirigían a la gran escarpa hacia el este. El campamento
rebelde había sido excavado en el interior de la escarpa, y el único acceso —
que Titus conocía, al menos— era una fisura vertical que corría por la parte
delantera de la zona.

—Las mascarillas serán suficiente contra la lluvia de la muerte de la primera


generación. Pero últimamente hemos escuchado informes de que versiones
mucho más desagradables se han desarrollado.
33
Fairfax miró por encima del hombro.

—Mira a los jinetes wyvern. ¿Por qué no nos persiguen?

A medida que los rebeldes corrían hacia los acantilados, los jinetes wyvern,
que se habían reorganizado en una apariencia de orden y de formación,
parecían contentos con simplemente observar.

—¿Por qué, en efecto? —murmuró Kashkari, frunciendo el ceño.

—¿Es posible que no vayamos tan profundamente dentro de la base? —le


preguntó Titus a Kashkari—. Obviamente no podemos huir al aire libre en
este momento, pero si entramos y luego nos vemos rodeados, podría ser
difícil salir de nuevo.

Kashkari asintió. Una vez más subordinó sus alfombras a la suya. En el


interior de la fisura, no avanzaron dando vueltas y girando por la estrecha
abertura como hicieron la primera vez, sino que en cambio tomaron un túnel
lateral que Titus habría pasado sin ver —todo el camino estaba en la más
absoluta oscuridad— y volaron hasta lo Kashkari llamó un puesto de
observación, entrando a través de una trampilla en la parte inferior.

Tan pronto como se habían bajado de sus alfombras, Titus agarró a Fairfax
para abrazarla fuertemente. Ella todavía estaba a salvo. Todos estaban a
salvo. Cada uno de esos momentos debía ser saboreado, su ferviente
gratitud ofrecida a los Ángeles.

—¿Estás bien? ¿Resistiendo?

Ella dio un paso atrás y lo examinó.

—Estoy bien. Tú, en cambio, eres todo costillas. ¿Has estado comiendo algo?

—Basta —dijo él.

La mayoría del tiempo probablemente comió un poco menos de lo que debía


de comer, la comida siendo una de esas cosas que le molestaba por quitarle
tiempo de todo lo que tenía que hacer. Era más difícil de juzgar cuando toda
su dieta consistía en cubos de comida que sabían como aire solidificado.
¿Cuánto de eso era suficiente?

Ella suspiró, sacudiendo la cabeza. Luego se volvió hacia Kashkari.


34
—¿Y tú, amigo?

Titus se dio cuenta de que Kashkari había estado observándolos, una


expresión pensativa en su rostro. Probablemente había muy poco que
Kashkari no daría para estar en su posición, amar abiertamente y sin
complicaciones.

Titus no podía imaginar en el tipo de dilema que Kashkari se encontraba,


estar enamorado de una mujer durante toda su vida, y conocerla mucho,
mucho más tarde, cuando ya era la prometida de su hermano.

—Estoy bien —dijo Kashkari, dándoles la espalda—. Les voy a enseñar cómo
abrir los puertos de vista.

Se presionaron cerca de los largos puertos de vista rectangulares mientras


los carros blindados, oscuros y silenciosos, pasaban por encima. Los jinetes
wyvern levantaron la mano en señal de saludo. Titus miró, pero no podía
ver si algo había sido dispensado.

—¿Eso es todo? —preguntó Fairfax, después de un minuto de silencio.

—Eso era todo lo que tenían que hacer —dijo Titus—. De lo que recuerdo, la
lluvia de la muerte está muy concentrada. Es inofensiva mientras esté en
forma líquida, pero una vez que llega al suelo y se evapora...

—¿Por qué no evacuaron los jinetes wyvern?

—Los wyverns no son susceptibles a la lluvia de la muerte. Y los Atlantes


dan generalmente antídotos antes de ir a la batalla.

Fairfax se volvió hacia Kashkari.

—¿Este poste observacional es hermético?

—Lo es toda la base, una vez que todas las entradas han sido selladas.

—¿Cómo sabremos cuando será lo suficientemente seguro para que


podamos aventurarnos afuera de nuevo?

—Mis colegas en otros puestos de observación estarán tomando muestras


de aire cada media hora para la prueba de toxicidad.

—Así que puede que estemos aquí un rato.


35
—Podría ser.

—Entonces, ¿por qué no descansan los dos? Tú probablemente has dormido


poco, de haber viajado tan rápido tan lejos. Y tú, —Su mano se asentó por
un momento en codo de Titus—, sé que casi no has dormido nada desde que
aterrizamos en el desierto.

Titus no quería dormir, él iría a su eterno descanso demasiado pronto, y no


quería perder ni un minuto de lo que le quedaba en un estado de
inconsciencia. Preferiría pasar sus horas y días con sus brazos alrededor de
ella, completamente despierto, acumulando recuerdos para el Más Allá.

Ojalá fuera una opción.

—He estado durmiendo durante días y me desperté no mucho antes de que


vinieras a nosotros, Kashkari. Así que déjame hacer la primera guardia. De
hecho, permítanme también convocar un poco de agua. Ambos parecen
muertos de sed; terminen lo que queda en sus odres y las rellenaré.

Mientras que una esfera de agua giraba y crecía en medio del puesto de
observación, ella limpiaba y vendaba la espalda de Titus, que había sido
herida cuando habían pasado por el Crisol la última vez. Se estaba poniendo
mejor, pero ella fue generosa con el analgésico tópico e igualmente
implacable con las píldoras para aliviar el dolor.

Ella chasqueó la lengua mientras trabajaba, murmurando una leve crítica


sobre lo poco que se hacía cargo de él mismo. Su toque era eficiente, casi
impersonal, mientras se hacía cargo de la herida. Pero cuando terminó,
apoyó la mano sobre su brazo.

Y él realmente, realmente deseaba que estuvieran solos. Kashkari les estaba


salvaguardando contra los peligros conocidos y desconocidos, pero él le
daría al hombre su castillo en las Montañas Laberínticas si se fuera a
cualquier otro lugar en la base durante quince minutos.

Si se mantuviera alejado durante media hora, Titus abriría la Bóveda de la


Corona y Kashkari podría tener cualquiera de los tesoros de la misma.

Como si oyera los pensamientos de Titus, Kashkari, que ya se había estirado


en su alfombra, se levantó de nuevo para mirar por un puerto de vista,
dándoles la espalda a Titus y Fairfax. Casi de inmediato los dedos de ella
36
subieron por su brazo hasta sus hombros. Ahí su mano se había extendido,
como si quisiera tocar tanto de él como le fuera posible.

Sus respiraciones se hicieron más rápidas.

Con la otra mano trazó su columna hacia arriba, vértebra a vértebra. Los
dedos de él se hundieron en las profundidades del pelo de la alfombra,
tratando de aferrarse a algo. Y entonces ella se movió —un sonido apagado
de la alfombra— y lo besó en la base de su cuello.

Si ella lo hubiera golpeado con uno de sus rayos de luz, la sensación no


podría haber sido más eléctrica. Apenas logró tragar un jadeo. Y
seguramente ella debió haber sentido el temblor bajo su piel.

Hazlo otra vez. Por favor, hazlo de nuevo.

—No sé qué está pasando —dijo Kashkari—. Pero ustedes dos será mejor
que vengan a echar un vistazo.

Si Titus fuera capaz de comandar un rayo, heriría a cada Atlante en un radio


de más de ciento cincuenta kilómetros en ese mismo momento. Y tendría
mucho gusto de estrangular al Bane con sus propias manos, por sus
estúpidos subordinados que nunca subían cuándo dejar a Titus solo.

Ella tuvo que tirar de él hacia un lado para que no caminara hacia la esfera
de agua. Él medio la fulminó con la mirada, por la risa en sus ojos, por no
sufrir físicamente de deseo de la manera en que él lo hacía.

Ella echó un brazo sobre sus hombros y lo besó en la mejilla. Él suspiró, su


frustración desplazada por la dulzura y el simple placer de su compañía.

Fue con mucha renuencia que apartó la mirada de encima de ella para
encontrar un puerto de vista. Inmediatamente la ligereza en su corazón se
disipó. Los wyverns volaban borrachos, casi chocando unos contra otros.
Los jinetes, que hace un minuto habían estado de pie y alerta en sus sillas
de respaldo alto, ahora estaban desplomados.

Fairfax miró a Kashkari.

—¿Tus magos hicieron esto?

Kashkari negó con la cabeza.


37
—Nuestros magos habrían estado demasiado ocupados sellando las
entradas y tomando posiciones de defensa.

Fairfax se volvió hacia Titus.

—¿Nuestros aliados?

Titus sólo pudo encogerse de hombros. No tenía idea de lo que estaba


pasando.

Kashkari sacó su libreta bidireccional y rayó unas palabras con su pluma.


Levantó la vista después de una espera de varios segundos.

—Amara dice que no; ella ya les preguntó.

—La Fortuna me proteja —gritó Fairfax—. ¿Ven lo que veo?

Titus presionó su rostro al puerto de vista de nuevo y contuvo el aliento. Los


wyverns se estaban arrancando de encima de un tirón a los jinetes y
dejándolos caer al desierto debajo.

Pedazos de la tradición de los dragones, leída hace mucho tiempo y


prácticamente olvidada, surgieron en su mente.

—Los jinetes están muertos. Los wyverns no pueden acatar cadáveres, es


por eso que se están ayudando mutuamente a deshacerse de los jinetes.

La trampilla se abrió de golpe. Todos saltaron. Pero era sólo Amara, los ojos
muy abiertos, su mano aferrada con fuerza alrededor de su varita.

—¿Podría alguien por favor decirme qué está pasando?

La pregunta era para los tres, pero sus ojos estaban en la portadora del
relámpago, la de los poderes milagrosos.

—Creo que puedo aventurar una conjetura —dijo la portadora del


relámpago, su voz baja y cansada, la risa en sus ojos desaparecida.

En el momento en que habló, Titus entendió la conclusión a la que había


llegado, y le heló de pies a cabeza. Kashkari puso una mano contra la pared,
como si él también se sintiera inestable.

—El Bane hizo esto —fue la explicación inexorable de Fairfax.


38
Amara retrocedió.

—¿Por qué? ¿Por qué iba a matar a sus propias tropas leales?

—Porque oyeron a Su Alteza acusarle de magia de sacrificio. No sé qué tipo


de reputación tiene el príncipe entre los Atlantes, pero sigue siendo el
Maestro del Dominio, e hizo esa acusación a la cara del Bane, por así decirlo.

La otra mano de Amara también se apretó.

—Pero un jinete wyvern experimentado es muy valioso; para entrenar a uno


lleva años.

—¿Has oído que el Bane puede resucitar? —preguntó Fairfax.

—Ha habido rumores durante mucho tiempo.

—La mujer Atlante en mi casa de residencia nunca había oído hablar de


ello, y había vivido fuera de Atlantis durante un número de años. Por
supuesto, ella probablemente siempre tenía que tener cuidado de no
mezclarse con la gente equivocada y perder su asignación, pero ¿eso no te
dice algo sobre el tipo de información de control que el Bane ejerce sobre su
propio pueblo?

»Y no es necesario que ellos crean en el príncipe completamente. Una


reclamación sensacional así está destinada a ser repetida, sin embargo,
subrepticiamente, a la familia, amigos, compañeros de trabajo en otros
regimientos, y tal vez a extraños cuando uno ha bebido un poco demasiado.
Ahora multipliquen esa difusión por centenares.

»Y dense cuenta de que sólo los jinetes wyvern han sido eliminados, oyeron
lo que dijo el príncipe. Los jinetes dentro de los pequeños carros blindados
arreando los lindworms habrían estado usando cascos especiales que sólo
les permitiera oír la instrucción de sus comandantes de batalla; se
recuperaron y salvaron.

Amara se pasó una mano por la cara.

—Si lo que deduces es cierto... he sido parte de la resistencia desde que era
una niña, y esta es la primera vez que he tenido miedo.

—Mi guardián me dijo una vez: “A veces el miedo es la única respuesta


apropiada” —dijo Fairfax amablemente.
39
Amara negó con la cabeza y pareció a punto de decir algo cuando se detuvo
y sintió su bolsillo.

—Discúlpenme.

Salió su cuaderno bidireccional.

—Es un mensaje de una patrulla; fue capturada cerca de dieciséis


kilómetros de la base cuando la cúpula campana descendió. Cuando el
segundo lote de carros blindados pasó hace un momento, ella decidió
seguirlos lo más lejos que pudo. Y escribe que acaban de estrellarse en el
desierto.

El puesto de observación se quedó totalmente en silencio mientras escribía


una respuesta. Titus podía escuchar su respiración mientras miraba la
página, esperando la respuesta.

Ella exhaló cuidadosamente cuando levantó la mirada.

—Sus aliados dicen que no tuvieron nada que ver con eso.

El Bane de nuevo.

Amara se volvió hacia Fairfax.

—¿Por qué ellos también?

—Porque si llegaran a enterarse de que sus compatriotas murieron a raíz de


su huida, tendrían sospechas también. —Fairfax se apoderó de Titus por el
brazo—. ¿Y saben qué? El Bane querrá fijar las muertes en algo más. Alguien
más. Así que enviará a otros para venir y ser testigos de la carnicería.

Sería mejor que salieran mientras que salir todavía fuera posible.

—El aire está siendo analizado en estos momentos. Si es seguro viajar a


través de las máscaras de respiración, voy a pedir una evacuación general
—dijo Amara—. Su Alteza, Señorita Seabourne, ¿vienen con nosotros o
prefieren buscar su propio camino?

Fairfax miró a Titus.

—Vamos a buscar nuestro propio camino.

Como siempre lo habían hecho.


40
—Además, estarán más seguros sin nosotros alrededor, Durga Devi —
añadió Fairfax.

—Voy a ir con ellos —dijo Kashkari.

—¿Has soñado con ello? —preguntó Amara solemnemente.

Kashkari le había dicho una vez a Fairfax que su pueblo no consideraba las
visiones como el futuro escrito en piedra. Amara, por el contrario, parecía
tomar sus sueños proféticos con extrema seriedad.

—No —respondió Kashkari—. Pero no necesito sueños para que me digan


en qué dirección se encuentra mi destino. Dile a Vasudev que siento
habernos fallado el uno al otro.

—Lo haré. Y yo cuidaré de él por ti, y confía en que nos volveremos a ver
algún día.

—Cuida de ti misma también.

La voz de Kashkari era curiosamente agrietada. Con un poco de shock Titus


se dio cuenta de que Kashkari apenas estaba sosteniéndose, había muchas
posibilidades de que no volvería a ver ni a su hermano o a la mujer que
amaba de nuevo. Nunca.

Amara tomó su cara entre las manos y lo besó tiernamente en la frente.

—Sé fuerte y vuelve a nosotros, mi hermano.


41

CAPÍTULO 4
Traducido por Adaly y Selene

Corregido por Mari NC

S ilencioso y rápido volaban, dirigiéndose hacia un horizonte oriental


que estaba comenzando a ser descrito por una banda de luz dorada
suave, decolorándose hasta aun cielo negro manchado de estrellas.

Le tomó a Iolanthe algo de tiempo darse cuenta que estaba temblando.

Habían estado apurados, seleccionando alfombras nuevas y otras


herramientas y suministros que podían necesitar. Y luego había estado la
ansiedad, mirando hacia atrás —y alrededor— cada pocos segundos para
asegurarse de que no habían sido vistos.

Durante todo, sin embargo, la imagen de wyverns sacando jinetes muertos


unos de otros destelló una y otra vez en su mente. Había estado lo
suficientemente tranquila cuando describió las razones retorcidas del Bane,
pero ahora, con peligros inmediatos desvaneciéndose, la ira que había sido
mantenida a bajo nivel amenazaba con desbordarse.

Su experiencia con Atlantis, aunque desgarradora, había sido a un nivel


extremadamente personal: el encarcelamiento del Maestro Haywood, la
Inquisición de Titus, la muerte de Wintervale, la impecable búsqueda de
Atlantis por ella en el Sahara, sin mencionar el horrible conocimiento de que
su captura la llevaría a ser usada en un sacrificio mágico para prolongar la
vida del Bane. Todo esto y más a veces la hacía sentir como si su familia,
sus amigos, y el Bane fueran los únicos implicados en esta lucha.

A pesar que sabía lo contrario.

La vista de todos los Atlantes muertos, sin embargo, finalmente trajo el


punto de origen. Cientos de soldados que habían servido al Bane leal y
valientemente, muertos porque él no podía permitir que ni siquiera una
pizca de verdad manchara su reputación en su país. Porque si supieran la
42
verdad sobre él, ellos —o al menos algunos de ellos— arriesgarían sus
propias vidas para poner fin a la farsa que era su gobierno.

Titus guio su alfombra más cerca.

—¿Estas bien?

—¿Siempre ha sido sobre él, no es así, este imperio que ha construido? —


dijo, aún furiosa—. Quería el control sobre el mundo mágico no por la mayor
gloria de Atlantis o el honor de los Atlantes, sino solo para que pudiera poner
sus manos inmediatamente sobre el próximo gran mago elemental.

—Oh, no dudo que también disfruta del poder tremendamente —dijo Titus—
. Pero estoy de acuerdo que al final esto ha sido impulsado por el miedo, por
su renuencia a dejar este mundo a causa de lo que le podría esperar en el
próximo.

Ella lo miró. Él también era impulsado por el miedo a morir. Y también a


veces sacrificaba la integridad personal a fin de avanzar en su objetivo. Al
principio de su asociación, una relación entonces cargada con desconfianza,
ella había demandado furiosamente cuál era la diferencia entre Atlantis y
él, ya que ambos estaban felices de retenerla contra su voluntad.

Pero debajo del comportamiento del Maestro de Dominio a veces mordaz y


cruel había un chico de conciencia activa y decencia fundamental. Un chico
que, si en todo caso, se juzgaba con demasiada severidad por sus
imperfecciones.

Mientras lo estudiaba, su desesperación comenzó a desvanecerse. No eran


testigos impotentes. Harían frente a este tirano y, la Fortuna les sonriera, lo
derrocarían del poder.

Además, era casi imposible no estar llena de esperanza cuando miraba a su


amado.

Todavía estaban vivos, aún libres, y aún juntos.

Él se apoyó contra la parte vertical de la alfombra, sus hombros caídos hacia


adelante, debía de estar insoportablemente cansado, habiendo estado
huyendo desde su llegada al desierto, arrastrando su persona mayormente
inconsciente sin siquiera saber quién era.
43
Pero sabía que, si le sugería que él necesitaba descansar, lo pasaría por alto.
Afortunadamente para él, ella no estaba por encima de jugar a la damisela
en apuros.

—Odio admitirlo, pero estoy cansada. ¿Podemos parar por un momento?

—Por supuesto —dijo él inmediatamente—. Déjame encontrar un buen


lugar.

Un lugar adecuado, sin embargo, no era lo inmediato que tenían. Había luz
suficiente para ver, y el territorio de desierto que estaban atravesando era
plano y monótono.

A medida que buscaron, Iolanthe le preguntó a Kashkari:

—¿Por qué nuestros aliados contactaron a Durga Devi durante la batalla?


¿Es que todos se conocen entre sí?

—Me quitaste las palabras de mi boca —dijo Titus.

—Ella conoce, en cierto modo, algunos grupos con una buena dosis de poder
del Dominio —respondió Kashkari—. ¿Recuerdan cuando iba de regreso a
la escuela al comienzo del Periodo?

Los trimestres en el Colegio Eton eran referidos como Periodos. Por razones
que solo tenían sentido para los no magos, había tres Periodos cada año: el
Periodo de Pascua, que comenzaba en enero y terminaba antes de Pascua;
el Periodo de Verano, encajado entre las Vacaciones de Pascua y las
vacaciones de verano; y el Periodo de San Miguel, que abarcaba más o
menos todo el otoño.

El príncipe había traído a Iolanthe a Eton a principios del Periodo de Verano.


Se habían separado durante las vacaciones de verano, pero habían logrado
reunirse en la escuela al comienzo del Periodo de San Miguel. Fue entonces
cuando se les había informado que el barco de vapor de Kashkari se había
topado con un mar agitado en el camino y se había retrasado. Titus y
Iolanthe habían aceptado la noticia con valor nominal, ni tampoco
sospechar que Kashkari podría no ser el chico hindú no mágico que mucho
parecía ser.
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—Recuerdo —dijo ella. No regresó hasta esa fatídica fiesta en la costa del
Mar del Norte—. Le dijiste a Titus después de que llegabas tarde porque tú
y tu hermano estaban ocupados informando a tantos magos como fuera
posible que Madam Pierredure había muerto hace tiempo, y cualquier
noticia de ella emergiendo del asilo para dirigir el nuevo movimiento de la
resistencia era Atlantis usándola para reunir a aquellos con la rebelión en
sus mentes.

—Y mientras estábamos haciendo eso —dijo Kashkari— Amara estaba


pensando en un nivel más estratégico. No éramos competencia para
Atlantis, ni en el tamaño de nuestra fuerza o en la sofisticación de nuestro
equipamiento bélico. El plan había sido intercambiar entrenamiento y
conocimientos con otras bases rebeldes, pero con las trampas de Atlantis
habiendo vacilar a tantos rebeldes, ella decidió investigar una oferta de
asistencia que había tenido de una fuente misteriosa que decía ser capaz de
aprovechar los activos de un reino mágico mayor.

»Era un gran riesgo, pero Amara nunca ha tenido miedo de los riesgos. Se
organizó una reunión con un enlace en Casablanca. Entonces le pidió al
enlace demostrar que realmente tenía acceso a todo el equipo y municiones
que afirmaba. Fue llevada a un viaje que duró casi doce horas, y estaba
segura de que una gran parte de él implicó un viaje por mar en un barco
zarpado desde un dique seco, incluso con los ojos vendados y con sus oídos
tapados, todavía pudo oler el océano y sentir el balanceo de las olas. Cuando
se le permitió ver de nuevo, se encontró en una enorme caverna almacenada
con una variedad alucinante de máquinas de guerra.

»Amara es cínica, así que preguntó cómo podía estar segura de que no
estaba viendo el propio arsenal de Atlantis. En ese momento le vendaron los
ojos de nuevo. Pero esta vez, simplemente la llevaron a pie por treinta
minutos. Cuando se le retiró la venda, estaba de pie en el lado de una ladera
boscosa. Y a través de los arboles vislumbró la Mano Derecha de Titus en la
distancia.

La Mano Derecha de Titus era un conjunto de cinco penínsulas hechas


mágicamente sobresaliendo hacia el Atlántico desde de la costa de Delamer,
la ciudad capital de Dominio. La Ciudadela, la residencia oficial del Maestro
del Dominio, estaba asentada en el dedo anular de la Mano Derecha de
Titus.
45
—¿Se le mostraron las instalaciones bajo las Colinas Serpenteantes? —
preguntó Titus, una mirada especulativa en sus ojos.

—Sí, ella tomó una larga y ardua mirada a su alrededor para asegurarse de
que no había sido engañada. Entonces preguntó cómo podía estar segura
de que estaba realmente tratando con alguien con el poder de desplegar las
máquinas de guerra, y no simplemente con un humilde guardia que tenía
la contraseña de las instalaciones de almacenamiento.

»Fue cuando fue informada de una recepción diplomática en la Ciudadela.


Se le dijo que caminara detrás de un grupo de invitados que llegaban tarde,
y que tendría una ventana de cinco minutos antes de que fuera descubierta.
En realidad, su instrucción era dar la vuelta e irse tan pronto como llegara
al interior, para evitar ser descubierta. Pero la cuestión de la nueva gran
maga elemental había sido una carga pesada en su mente —era una
desconocida que podría cambiar todo— y decidió hablar con el príncipe
directamente sobre esto.

Así fue cómo Titus había conocido a Amara, en esa recepción. Le había
preguntado por su maga elemental y había escapado bastante
elegantemente cuando los guardias del palacio se dieron cuenta de que
había un intruso entre los invitados.

Kashkari suspiró.

—Ella es más valiente que cualquiera de nosotros, pero a veces puede ser
bastante impulsiva. Lamentó sus acciones de inmediato, pero era
demasiado tarde. Había enfurecido a su contacto, que vio su obstinación
como una brecha de confianza. Esa alianza potencial no fue más allá.

»Volvió a la base horas antes de irme a Eton. Hablamos de todo lo que había
visto, y de su fracaso final. Fue entonces cuando decidí tomar el asunto en
mis propias manos. En ese momento todos pensamos que tal vez era el
mismo Maestro de Dominio quien estaba detrás de la propuesta.

Titus no lo era, él siempre había estado rotundamente en contra de que


alguien supiera de su trabajo. Tampoco eran las máquinas de guerra su
modus operandi.

—En cualquier caso —continuo Kashkari—, parecía que Amara había sido
perdonada. Deben haber sido los mismos magos que la contactaron hace un
46
momento en su cuaderno bidireccional; que era la forma en la que siempre
se habían puesto en contacto con ella, a pesar de que nunca había
emparejado su cuaderno con el de ellos.

—¿Crees que podría ser Dalbert? —le preguntó Iolanthe a Titus.

—No el mismo Dalbert, es cuidadoso de no ser mezclado en algo como esto.


Pero podrían haber sido magos que él consideraba dignos de confianza.

—Es bueno saberlo —dijo Kashkari.

—Cierto, no estamos del todo solos —replicó Titus.

Pero su rostro estaba preocupado, incluso mientras pronunciaba sus


palabras aparentemente esperanzadoras.

Se instalaron en una curva profunda de una duna que se ondulaba por


kilómetros.

Una vez que Iolanthe descubrió que los suministros de batalla que habían
agarrado de la base rebelde contenían bolsitas de té, despejó un pequeño
espacio para ellos dentro de la duna, en donde podía convocar un fuego sin
ser vistos.

Por encima de la objeción de Titus, por supuesto.

—Te vas a sobrecargar —dijo sacudiendo su cabeza.

—Por favor, Su Alteza, muestra un poco de respeto por la gran maga


elementar de tu tiempo.

No tenían ningún recipiente de cocción, así que calentó la esfera de agua


que había convocado mientras la giraba perezosamente unos cuantos
centímetros sobre el fuego. Cuando consideró que el agua estaba lo
suficiente caliente, dejó caer un pellizco de hojas de té para reposar.

Las raciones de batalla también venían con pastelillos que tenían rellenos
salados de guisantes, patatas y especies.
47
—Esto es maravilloso —dijo con entusiasmo—. Hemos tenido nada más que
cubos de alimentos desde que despertamos en el desierto. Que no daría
ahora por uno de esos desayunos extendidos en la casa de la Sra. Dawlish.

Kashkari masticó pensativo.

—Cuando estaba en casa de la Sra. Dawlish, estaba siempre esperando a


que algún futuro dramáticamente ajetreado sucediera. Pero ahora que todo
está sucediendo, me gustaría haber apreciado mejor los viejos aburridos
días, cuando la cosa más emocionante que había hecho era teleportarme a
Londres, o a la costa oeste de Sussex para dar un paseo en el mar.

Titus había terminado un pastelillo y estaba con el siguiente, esto podría


haber sido lo más rápido que lo había visto comer.

—Echo de menos el remo —dijo—. El criquet era incomprensible, así que


escogí remo. Al principio pensé que era sólo un poco menos estúpido como
deporte. Y entonces resultó que cuando remé sólo presté atención al ritmo
de mis respiraciones y al ritmo de mis tirones, no pensaba en lo absoluto.

Lo que debe haber sido un encantador respiro de la tiranía de su destino.

En el Periodo de Verano, algunas veces los jugadores de criquet caminaban


hacia el río y molestaban a los remeros. En su imaginación, ella vio la cabeza
de cuatro hombres bajando del Támesis, los remeros con las espaldas hacia
los espectadores, las palas de los remos cortando el agua al unísono y en
alineación exacta.

Ella había sido tan entusiasta como alborotadora como cualquier jugador
de criquet, menospreciando la forma de los remeros, la velocidad y la
hombría general. Titus usualmente ignoraba a los jugadores de criquet,
como corresponde a su altiva persona, pero una vez, sólo una vez, levantó
su mano del remo y mostro a los jugadores de criquet un gesto obsceno.

Los jugadores de criquet habían acordado que había sido la mejor sesión de
abucheos en su memoria colectiva.

—Extraño a Cooper —dijo ella—. Los extraño a todos ellos. Extraño las fotos
de Bechuanalandia de mi cuarto, me hicieron sentir nostálgica, a pesar de
que nunca había estado en cualquier lugar cerca del Kalahari.
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En su recinto cálido un silencio cayó. Titus se quedó mirando fijamente al
fuego. Kashkari miró hacia a la arena a sus pies. La esfera de agua caliente
se había vuelto de un color rojizo claro; ella dirigió el té en las cantimploras
de todos.

Entonces exhaló y reconoció profundamente la sentida ausencia.

—Y de verdad extraño a Wintervale. Le habría encantado estar con nosotros,


habría tenido el tiempo de su vida.

Kashkari levantó su cabeza.

—Fuiste la última en verlo, ¿verdad?

Y por “él”, Kashkari se refería al verdadero Wintervale, antes de que se


convirtiera en el recipiente del Bane.

—Lo fui, el día de la primera práctica de criquet para el veintidós. Había sido
llamado por su madre y simplemente recordó que el armario portal en su
cuarto ya no funcionaba. Y estaba preocupado por el tiempo que tomaría
llegar a casa a través de los medios de transporte no mágicos. —Sopló el
vapor que se levantaba de su cantimplora—. Tan ordinaria despedida.
Nunca pensé en nada de eso.

—La última vez que lo vi fue en la cena ese día —dijo Titus. La comida del
medio día en casa de la Sra. Dawlish era referida como la cena, la cena
ligera—. Él estaba hablando con Sutherland sobre el viaje a Norfolk.

En donde había llegado a ellos, pero entonces ya no estaba en control de su


propio cuerpo.

—Había pasado mucho más tiempo para mí —dijo Kashkari—. La última vez
que lo vi fue antes de que me fuera de Inglaterra al final del Periodo de
Verano. Nos dimos la mano en la parte superior de la escalera en casa de la
Sra. Dawlish, y me dijo que el siguiente Periodo sería el mejor hasta ahora.

Titus suspiró y levantó su cantimplora.

—Por Wintervale, un excelente amigo y un buen hombre. Siempre, siempre


será recordado con cariño.

Iolanthe y Kashkari se unieron a él en el brindis.


49
—Por Wintervale.

Los chicos parpadearon y miraron hacia arriba. Iolanthe no se molestó en


retener sus lágrimas, simplemente se limpió las comisuras de sus ojos.

En el silencio comieron el resto de los pasteles. Hasta que Kashkari


preguntó:

—Entonces, ¿a dónde vamos?

El fuego vaciló, lanzando algunas chispas.

No había corrientes de aire en el recinto de arena. Tampoco el fuego era


alimentado por algo que modificara el movimiento de las llamas. El parpadeo
había sido causado por la maga elemental que manejaba el fuego, tal vez fue
un pequeño lapso de desconcentración.

Titus la observó. Tenía círculos oscuros bajo los ojos y las mejillas hundidas.
Siempre había afirmado que estaba bien y que había descansado todo lo que
necesitaba estos últimos días, durmiendo en abundancia bajo la influencia
de la panacea: pasando por alto el hecho que casi había muerto al cruzar el
círculo de sangre y que el dormir era una indulgencia perezosa, pero su
cuerpo luchaba por sobrevivir.

Se volvió hacia Kashkari.

—Vamos a Atlantis.

Eso era exactamente lo que iban a hacer, desde el primer momento. Aun
así, sus palabras le dieron escalofríos a Titus.

La mano de Kashkari se apretó alrededor de su cantimplora.

—Me lo imaginaba.

—No es necesario que vengas con nosotros a menos que lo desees —dijo—.
Tus amigos aquí estarían encantados de tu ayuda.

Kashkari miró hacia el oeste, a pesar que no podía ver nada más allá de la
luz del fuego y la sombra de Titus proyectada en el muro de arena.

—Me gustaría ir con ustedes —respondió en voz baja—. Podría ser delirante
de mi parte esperar que mis acciones sean importantes, pero es mejor eso
50
que quedarse con la sensación que no lo serán. No tratar es la manera más
segura de no hacer ninguna diferencia.

—Estamos muy agradecidos de tenerte —respondió Titus, para su propia


sorpresa.

Una vez su madre había tenido una visión de dos chicos, vistos desde la
parte de atrás, acercándose al Palacio del Comandante. Antes había
asumido que los chicos serian él y Wintervale, ya que uno de los chicos tenía
dificultad para caminar y Wintervale nunca había caminado bien después
de su demostración del tremendo poder elemental de la costa de Norfolk.

Titus había asumido prematuramente que la visión cimentaba la elección


que había hecho al terminar su asociación con Fairfax, porque había
demostrado que ella no era la Elegida.

Ahora sabía que no debía hacer más suposiciones. Ahora sabía los peligros
potenciales de duplicar las visiones de su madre hasta el último. Ya no
rechazaría la ayuda simplemente porque no parecía encajar en un futuro
visto a través de un lente pequeño desde un ángulo muy limitado.

Por todo lo que sabía, los dos chicos podrían ser Kashkari y Fairfax,
acercándose al Palacio del Comandante después de que Titus se hubiera
ido. Y rogaba que ella tuviera la ayuda de alguien tan tranquilo y competente
como Kashkari, en lugar de estar sola al final.

—Sí, muy agradecidos —repitió Fairfax, ofreciéndole a Kashkari su mano


temblorosa.

Todos se dieron la mano, sellando un pacto de por vida, y más allá.

—Entonces —dijo Kashkari, sin dejar de estar un poco sorprendido al ver


en lo que se había metido—, ¿cómo vamos a ir a Atlantis?

—Ten en cuenta que todas las opciones desde ahora en adelante serán
terribles. Mi solución más viable en este momento es un disruptor de destino
hacia un translocador en Delamer del Este —respondió Titus.

—No estoy seguro de haber oído hablar de tal cosa —dijo Kashkari—. Un
disruptor de destino. Sé que Delamer del Este es un gran centro de inter
reinos en el Dominio.
51
—Un disruptor de destino hace más o menos lo que ustedes creen. Hace
estragos en la ruta de un translocador. El translocador de mi disruptor se
adapta para manejar un poco de carga transatlántica. Me dijeron que, si
conseguía que el disruptor funcionara correctamente, podríamos
materializarnos dentro de ochenta kilómetros de Atlantis.

Érase una vez, reinos mágicos que sólo podían ser encontrados por aquellos
que lo habían visto con sus propios ojos. En otras palabras, ningún extraño,
mago o no mago, podía localizar un reino sin la ayuda de un guía que
hubiera estado allí. Pero a medida que aumentó el comercio y los viajes entre
los reinos de los magos, el sistema antiguo se hizo cada vez más difícil de
manejar.

Así que un nuevo sistema se puso en marcha. Bajo el nuevo sistema, sólo
se tenía que conocer la ubicación exacta de un reino y su nombre propio
para poder llegar a él. La era de los reinos ocultos llegó a su fin; la edad de
la comunidad de magos en todo el mundo había llegado.

Luego, con el desarrollo y el crecimiento explosivo de los viajes instantáneos,


los magos se olvidaron por completo que existió un acuerdo global para
facilitar el seguimiento de los lugares distantes: ¿Quién necesitaba cómo
localizar reinos lejanos cuando se podría entrar en un translocador y ser
transportados allí en segundos?

Nadie se había molestado en actualizar el protocolo —ni siquiera Atlantis—


y esto significaba que Titus, Fairfax y Kashkari podrían abrirse paso por las
costas hacia la fortaleza del Bane, si tuvieran las agallas para hacerlo.

Kashkari dejó escapar un suspiro.

—Así que nos dejamos caer en el océano en algún lugar alrededor de Atlantis
y luego simplemente esperamos... ¿acercarnos?

La costa de Atlantis estaba fuertemente custodiada, Titus había oído


rumores de fortalezas flotantes que harían parecer a los carros blindados
mosquitos. Simplemente “acercarse” les daría las mismas posibilidades de
éxito que si un no mago entrara disparando para pasar la barrera y saliera
indemne del otro lado.

Se encogió de hombros.
52
—Es el mejor plan que he sido capaz de imaginar.

Kashkari miró a Fairfax, con una expresión de miedo casi absoluta en el


rostro.

Ella lo miró a los ojos.

—Si algo he aprendido desde que hice caer mi primer rayo, es que nunca se
necesita una cantidad mítica de coraje, solo lo suficiente, para sobrevivir un
día. Y estoy bastante segura de que hoy no vamos a llegar a la costa de
Atlantis.

Ella se giró hacia Titus.

—Si vamos a poner en práctica tu plan, tenemos que volver al Dominio.


Supongo que no puedes enviar a tu valet a buscarte.

En la parte alta del castillo que era la casa de Titus, había un translocador
que había sido construido para parecerse a un ferrocarril privado no mágico.
Era la forma en que siempre viajaba desde el castillo hacia la escuela y
viceversa.

—No.

—Entonces, ¿cómo? ¿La ruta marítima?

—El verano anterior, cuando habían sido separados y Fairfax estaba


atascada en el Dominio, ella había usado el método pasado de moda de
navegar hasta que llegó a la isla no mágica más cercana, donde tomó un
barco de vapor y continuó su viaje.

—Podríamos si no tenemos más opciones, pero la ruta marítima tarda


mucho tiempo.

Kashkari tomó un puñado de arena.

—Me acuerdo que dijiste una vez que debías dar cuenta de tus movimientos
cada veinticuatro horas.

—Sí, en circunstancias normales. Pero cuando el fénix de guerra fue


desplegado, las reglas cambiaron: tengo siete días antes de que necesite
reportar mi ubicación. Convoqué al fénix guerra nuestra primera noche en
el desierto, hace tres días. Así que en cuatro días más debo reportarme.
53
—Entonces, ¿Atlantis sabrá dónde estás?

—Alectus, el regente, sabrá dónde estoy. Y, lamentablemente, ya que es un


títere de Atlantis, cuando se entere de mi paradero, pasará muy poco tiempo
para que Atlantis también lo haga.

—¿Y qué pasa si no te reportas?

—El regente asume la corona. No soy terriblemente aficionado a la corona,


pero hay muchas ventajas de ser el Maestro del Dominio, en lo que se refiere
a nuestra tarea. Sin mencionar que Alectus entregaría las riendas del
gobierno a Atlantis, y nos tomaría muchos años y vidas recuperarlo. Así que,
por esas razones, no quiero renunciar al trono a menos que deba hacerlo.

—¿Eso significa que tenemos que matar al Bane antes de que tus cuatro
días acaben? —preguntó Kashkari.

Titus vaciló más de lo que quería antes de decir:

—Más bien como siete días: cuatro días hasta que dé la localización de mi
ubicación además del período de gracia de setenta y dos horas antes que
Alectus se convierta en el Maestro del Dominio.

El fuego vaciló de nuevo, pero los movimientos eran más rápidos esta vez.

Kashkari podría no entenderlo todavía, pero Fairfax sabía lo que Atlantis


presagiaba: la muerte de Titus.

—No hay ninguna necesidad de que sea en siete días —dijo ella—. Y si la
corona termina con Alectus porque no revelas tu paradero durante un
tiempo, bueno, no lo podemos evitar.

Hubo un silencio.

—En cualquier caso, tengo que averiguar qué está pasando. Si puedo volver
a mi laboratorio, seré capaz de acceder a los informes de mi jefe de espías y
tendré una mejor comprensión de la situación.

Le preocupaba que sus aliados hubieran revelado su capacidad de derribar


carros blindados desde la tierra. En ese momento, por supuesto, parecía
que no tenía más remedio que hacerlo. Pero ahora la decisión parecía
prematura.
54
En el fragor de la batalla, los Atlantes creyeron que Iolanthe Seabourne
había convocado el tipo de rayos que los carros blindados no podían resistir.
Pero en retrospectiva, se cuestionarían si los rayos no habían sido una
distracción para un tipo diferente de arma.

No puedes sorprender a Atlantis dos veces.

Si los rebeldes perdían el elemento sorpresa, se verían privados de una


importante ventaja. Ahora más que nunca, Titus necesitaba los ojos y oídos
de Dalbert. Tal vez sus labios y lengua incluso, para dirigir a aquellos
todavía leales a la corona cuando él no podía.

—¿Dónde está su laboratorio? —preguntó Kashkari.

—Es un espacio plegado. Hay dos puntos de acceso: uno cerca de Eton, y el
otro en Cabo Wrath.

Kashkari dejó que la arena en su mano se deslizara por sus dedos, dejando
una línea con un aparente patrón aleatorio en el suelo.

—En El Cairo hay un portal de un solo sentido que mi hermano improvisó


que va directamente a casa de la Sra. Dawlish. Pero puede que no funcione
si todavía hay una zona de no-teleportación en Eton.

Titus negó con la cabeza.

—Obviamente Atlantis no espera que regresemos, pero no me sorprendería


si todavía tienen gente vigilando.

—Y yo habría puesto un resquicio en la zona de no-teleportación —dijo


Fairfax—. Si realmente quieres encontrar a alguien, no descartarías la
posibilidad de que simplemente caiga en tus manos.

—Entonces, ¿cómo?

—No todos tenemos que ir a Gran Bretaña. —Titus sacó el mapa de su


mochila de emergencia y lo puso sobre la arena. Su ubicación aparecía como
un punto en el Sahara oriental—. Si partimos desde aquí a unos setenta
grados de la brújula, vamos a llegar a Luxor en algún momento antes de
mediodía. Probablemente tú y Fairfax puedan encontrar un lugar para pasar
el día mientras paso por mi laboratorio.
55
—Escocia está por lo menos cuatro mil ochocientos kilómetros de distancia
—señaló Kashkari en tono incrédulo.

—Puedo teleportarme esa cantidad en veinticuatro horas sin matarme.

El día en que él había descubierto que el Elegido en las visiones de su madre


era Wintervale, en lugar de Iolanthe, se había teleportado cuatro veces desde
Norfolk a Cabo Wrath y regresado, y después una más hacia Eton, eso
sumaba aproximadamente siete mil doscientos kilómetros.

—No significa que deberías —dijo Fairfax.

Su voz era baja y controlada, pero las llamas ante ellos se elevaron varios
centímetros.

—Voy a salir y asegurarme que es seguro —dijo Kashkari, con su exquisita


sensibilidad—. Ustedes dos pueden discutir nuestra ruta un poco más.

—No te vayas —dijo ella tan pronto como Kashkari se hubo teleportado—.
No vayas a ningún lugar donde no pueda verte.

—Sabes que haría cualquier cosa para no dejarte, pero tengo que saber lo
que está pasando. E incluso si estuvieras en perfecto estado de salud,
todavía no puedes teleportarte tan grandes distancias en corto tiempo.

—No es necesario que estés tan apurada. ¿Y qué si nos tomamos nuestro
tiempo para llegar al laboratorio?

Ella rara vez se oponía a sus decisiones con tanta vehemencia, la mayoría
de las veces confiaba en él para que cuidara de sí mismo.

—¿Cuál es el problema?

Ella apartó la cara, pero no antes de que él viera la mueca que no pudo
reprimir del todo. Él la tomó por la barbilla e inclinó su rostro hasta que
estuvieron frente a frente.

—Dime cuál es el problema, por favor.

—Si tan sólo nos quedan siete días, entonces no te alejes de mi vista ni por
un segundo.
56
—No sabemos si sólo tenemos siete días. Además, ¿no me dijiste que estás
convencida de que voy a sobrevivir a todo lo que se nos viene encima?

—Lo hago. Pero...

Sabía lo que ella no podía permitirse decir. Pero ¿si estaba equivocada y su
madre estaba en lo cierto? Su madre siempre había sido precisa sobre sus
visiones, sus únicos errores eran sobre las interpretaciones.

Pero, ¿cuántos caminos se pueden interpretar como muerte?

Fairfax cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió de nuevo, estaba
una vez más a cargo de sí misma.

—Lo siento. Tienes razón. Tienes que ir y necesitas toda la inteligencia que
puedas poner a tu disposición, si queremos tener alguna posibilidad de
éxito.

—No te disculpes. Estoy halagado; nadie quiere pasar tiempo conmigo.

—Eso no es verdad. Cooper lo hace. Desesperadamente.

Él no pudo evitar reírse. Entonces la besó.

—Voy a tener mucho cuidado, porque quiero verte de nuevo, con una
desesperación que Cooper apenas puede concebir.
57

CAPÍTULO 5
Traducido por flochi

Corregido por Mari NC

T itus y Fairfax se metieron en otro pequeño desacuerdo sobre dónde


encontrarse nuevamente. Él quería que ella se escondiera en Luxor
y permaneciera fuera de vista; ella quería volar a la costa sur de Turquía,
para acortarle el viaje de regreso a él tanto como le fuera posible.

—¿Qué tal el Cairo? —sugirió Kashkari—. He hecho la ruta de Luxor-Cairo


unas cuantas veces. No es tan difícil permanecer sin ser visto, incluso a
plena luz del día, siempre y cuando nos quedemos a unos kilómetros del
Nilo.

Titus hizo una mueca. Cuanto más tiempo volaran, mayores serían las
posibilidades de que ella fuera avistada por los agentes de Atlantis. Pero así
como ella refrenó su deseo de tenerlo a su lado todo el tiempo, él debía
mantener bajo control su necesidad de nunca dejarla ser vista por nadie
salvo él.

Existía un deseo abrumador de mantener a su chica a salvo; pero también


estaba su inquebrantable respeto por la portadora del rayo.

—Muy bien —dijo.

—Muy bien —dijo ella también—, pero con la condición de que duermas
desde aquí a Luxor, teleportarse es más difícil y potencialmente más dañino
si estás severamente cansado. Tú también, Kashkari. Yo nos haré volar.

No discutieron con ella. Kashkari ya había guardado las alfombras de guerra


sobre las que habían volado hasta el momento y sacó las alfombras de viaje,
las cuales eran más adecuadas para las largas distancias. Puso a cargo de
ella las alfombras de él y Titus, y ella los llevó a unos pocos metros del suelo
y comenzó a acelerar.
58
Manejar en tales mínimas altitudes requería de más habilidad y mayor
concentración. Pero al permanecer bajos, la ondulación de las dunas los
hacía más difícil de divisar desde la distancia, y con el sol pronto alzándose,
era una manera más segura de llegar a donde tenían que ir.

—Despiértanos si necesitas algo —le dijo Titus.

—Lo haré. Dulces sueños, a los dos.

Apenas un minuto después —o así se sintió— una mano estaba


sacudiéndolo suavemente en el hombro.

—Titus. Titus —lo llamó ella, primero suavemente, luego con mayor
urgencia—, ¡Titus!

Él se dio la vuelta e incorporó tan abruptamente que casi chocaron sus


cabezas.

—¿Qué…?

¿Qué está pasando? Estaba a punto de exigir, cuando se dio cuenta de que
ya no estaban siendo transportados en el aire. Todavía estaba en la
alfombra, pero ésta se encontraba en el suelo duro de una cueva oscura y
sofocante. Y Kashkari, no muy lejos de él, dormitaba profundamente.

—Estamos en Luxor… en la Necrópolis de Theban —dijo Fairfax, como si


hubiera escuchado sus preguntas—. Tú y Kashkari estaban profundamente
dormidos cuando llegamos. No quise despertarlos para preguntarles dónde
deberíamos quedarnos, así que vine aquí.

Todavía adormecido, Titus se frotó los ojos e hizo una mueca.

—¿El hotel de las momias?

Ninguna comunidad de magos que se respetara hubiera tolerado el entierro


como práctica funeraria después de las Guerras Nigromantes. Y la idea de
cuerpos conservados para siempre, perfectos para servir como soldados de
infantería la siguiente vez que un archimago retorcido decidiera reanimar
cadáveres para sus propios propósitos infames… volvió a hacer una mueca.

Ella se rio suavemente.


59
—Hay pilas de cerámica en el fondo de la cueva. Quizás contengan órganos
embalsamados.

Él se estiró, el duro suelo había puesto su espalda rígida.

—¿Cómo llegaste a este lugar?

—Supe de él por una charla con Birmingham, él tenía planes definidos para
excavar aquí algún día. Espera, estabas ahí ese día.

Le tomó un momento recordar a Birmingham —su ex capitán en la casa de


la Sra. Dawlish— y los encantadores, encantadores días de finales de la
última parte del Periodo de Verano, con la muerte de la Inquisidora y el Bane
ponderando sus opciones, todavía no estando listo para salir de nuevo. La
vida durante aquellas semanas milagrosamente a salvo pareció consistir por
completo en deportes, sol y fiesta. Ella siempre estuvo en el corredor,
hablando con los grupos de niños, ya fuera para llevar a cabo alguna
diversión o recién regresando de tal excursión.

Y en ese día en particular, un domingo, después del servicio de la mañana,


cuando él había ido a su laboratorio a hacer una que otra cosa, ella, Cooper,
Wintervale, y Kashkari habían regresado a un paseo por la ciudad con, de
todas las cosas, un pote de peltre para hacer helado. Para cuando Titus
puso un pie en la casa de la Sra. Dawlish de nuevo, la casa estaba
alborotada, con los chicos siendo enviados a conseguir toda clase de
artículos, un cubo del cuarto de lavabo, hielo del depósito de hielo más
cercano, y el libro de recetas de la cocinera de la cocina.

El Maestro del Dominio fue enviado a encontrar un galón de crema fresca a


una hora mucho después de que la leche de la mañana ya había sido
entregada. De alguna manera, había cumplido esta tarea hercúlea, y esa
tarde, los chicos habían volado cometas y jugado al tenis mientras tomaban
turnos revolviendo la crema hasta que comenzó a congelarse.

Un galón de helado de crema fue una gota en el océano cuando se trataba


de docenas de chicos. Para cuando ella había repartido una porción a todo
el mundo, apenas quedaba una cucharada para ellos dos. Ciertamente no
se había tratado del mejor helado de crema que haya sido probado, sino el
más maravilloso.
60
Y fue entonces cuando Birmingham había declarado que se aseguraría de
llevar el pote de hacer helados con él, cuando emprendiera su futuro
cavando en el Alto Egipto. Birmingham había pasado a describir lo que debió
ser este mismo lugar. Ella había escuchado con atención, curiosa como
siempre sobre lo que los no mágicos hacían con sus vidas, pero Titus sólo
la había mirado a ella, mientras términos como “Templo de Hatshepsut” y
“Valle de las Reinas” entraban y salían de su audición.

Alargó la mano y le tocó el cabello, sintiendo su suavidad entre sus dedos.

—¿Pensando en el helado? —murmuró ella.

—Por supuesto —dijo.

Cada bello y brillante recuerdo siempre se asociaba con ella. Hasta que ella
llegó, nunca había entendido el concepto de infancia, de todos esos años en
la vida de un hombre que debieron estar llenos de diversión y risas. Ahora
sólo deseaba haberla conocido antes… que hubieran pasado más tiempo
juntos.

Envolvió su mano alrededor de su nuca y la atrajo hacia él. Ella lo miró, su


pulgar rozando sus labios agrietados.

Kashkari gritó.

Ellos se separaron, sus cabezas girándose al unísono hacia su amigo.


Parecía todavía estar dormido. Un mal sueño, probablemente. Esperaron
unos pocos segundos, mirándose entre sí, conteniendo la risa tanto por la
frustración como la alegría.

Ella volvió a acercarse a él.

Kashkari se incorporó de pronto, respirando agitado.

Titus y Fairfax se pusieron de pie.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

Kashkari los miró, parpadeando, y jadeó.

Ambos inmediatamente miraron detrás de ellos. Pero ningún enemigo


estaba aproximándose desde afuera. De todos modos, Titus le indicó a
61
Fairfax que fuera con Kashkari mientras él tomaba una posición defensiva
cerca de la entrada de la cueva.

—¿Sucede algo? —preguntó ella, arrodillándose junto a su amigo.

Kashkari se frotó la cara.

—No, me encuentro bien. Probablemente me asusté por el sueño, eso es


todo. ¿Dónde estamos? ¿Y qué hora es? ¿Cuánto he estado durmiendo?

—Estamos en las colinas al oeste de Luxor, frente al Nilo. Y es… —dudó—.


Es después del mediodía.

—¿Qué? —exclamó Titus—. ¿Cuánto tiempo me dejaste dormir? Debí irme


hace horas.

—Tenías que descansar. Unas pocas horas no harán la diferencia de una


manera u otra.

—Podrían hacerla —respondió.

—Déjame… déjame ir afuera por un momento —dijo Kashkari.

Titus ya había comenzado a aplicarse hechizos de limpieza cuando Kashkari


se levantó lentamente. Mientras el último se dirigía a la entrada de la cueva,
él entró más profundamente, a una cámara diferente, y se cambió en un
juego nuevo de ropas que habían sido parte de los suministros de batalla de
los rebeldes.

Cuando salió, Fairfax estaba esperando. Ella le levantó la túnica por detrás
y atendió su espalda. Luego abrió un pequeño frasco, también parte del
equipo de los rebeldes, y le aplicó un bálsamo en los labios.

—Nunca cuidas de ti —dijo ella.

Su toque fue dulce y cálido. Sus palabras se sintieron como entre una
acusación y un lamento.

—Aprenderé.

Ella sacudió la cabeza.

—Ese será el día.


62
Él tomó su mano a medida que caminaban hacia afuera. La cueva estaba
cerca de la cima de una colina completamente estéril, sus huesos rocosos
cocinándose en el sol caliente de la tarde. La tierra a la distancia bajaba, el
terreno marrón y desnudo volviéndose abruptamente en campos verdes a
medida que se acercaba al Nilo, el alma de Egipto. Y al otro lado del río se
extendía Luxor, con sus antiguas ruinas y edificios de ladrillos modernos,
ambos casi del color exacto del desierto que se encontraba más allá.

Como a quince metros, Kashkari estaba sentado en un pequeño


afloramiento, con la cabeza en las manos.

A Titus se le ocurrió algo.

—¿Crees que ha soñado con mi muerte? —preguntó en voz baja.

La mano de ella se apretó alrededor de la suya.

—Ojalá que no.

La visión de su madre de su temprana muerte era más fácil negar por sí


sola. Corroborada por Kashkari, sería mucho más difícil fingir que no había
escape de un destino que ya había sido escrito.

Kashkari alzó la cabeza y se dirigió en su dirección.

—¿Pasarás por donde mi guardián en París, si puedes? —le preguntó Fairfax


a Titus.

—Eso ya está en mi itinerario —le dijo—. ¿Y descansarás? Has estado


despierta mucho tiempo.

Ella asintió.

Cuando se encontraron con Kashkari, Titus preguntó directamente:

—¿Has tenido sueños proféticos de los que debería saber antes de salir?

Algo parpadeó en el rostro de Kashkari, pero su respuesta fue tranquila y


templada.

—Te haré saber cuando los tenga. Mientras tanto, que la Fortuna camine
contigo.
63
Se estrecharon las manos. Titus abrazó a Fairfax. Luego respiró hondo y se
teleportó.

Iolanthe se quedó mirando el lugar vacío donde había estado él.

Cada despedida podía ser la última de ellos.

—Él te ama —dijo Kashkari en voz baja—, de una manera que no


comprendo.

Ella se giró a él.

—Gracias… y ¿es una torpeza decir que no tengo ni la más remota idea de
a qué te refieres?

Kashkari sonrió levemente. Pareció regresar a su viejo yo.

—Lo que quiero decir es que lo eres todo para él. Cuando te ve, mira a
aquella con quien ha ido al infierno y regresado, aquella que lo acompañaría
al infierno de nuevo, sin hacer preguntas.

Mientras que él y Amara no tenían esa historia de lucha compartida. Por


más que la amara, era como un espectador, mirando desde afuera.

—Titus y yo hemos sido afortunados el uno con el otro —dijo.

Y cómo lo extrañaba.

No era su ausencia lo que la molestaba, el Maestro del Dominio siempre


estaba en alguna parte, haciendo algo; había sido de esa manera desde la
primera vez que se conocieron. Era este temor que no podía sacarse de
encima, ahora que estaban cerca —y cada vez más— al momento de la
verdad.

¿Podría salvarlo… o probaría esto ser arrogancia e ilusiones? Y si ella no


podía…

—¿Por qué no descansas? —dijo Kashkari—. Te ves cansada.

Ella hubiera preferido que se dirigieran al Cairo inmediatamente, pero le


había prometido a Titus que descansaría, y estaba comenzando a sentirse
drenada.
64
—No me dejes dormir mucho tiempo.

—Estaremos en el Cairo antes de que termine el día —le aseguró Kashkari.

No, pensó ella, no había vuelto a ser su viejo yo. Conocía al viejo Kashkari,
conocía su determinación, coraje y su aflicción. Nada de eso había
desaparecido, pero había algo diferente en él.

Estaba… triste. Lo escondía bien, pero lo agobiaba, en una manera que no


lo había hecho antes de haber despertado en la cueva, jadeando por
respirar.

¿Qué había soñado exactamente?

Su propio sueño fue libre de sueños, pero cuando despertó su cabeza estaba
repleta de recuerdos que habían sido suprimidos por años y años.

Recuerdos de ella como bebé, inhalando el sutil perfume de narciso de la


calidez del cuerpo que la acunó, quedándose dormida en una nube de
alegría.

Recuerdos de sí misma como una niña de dos años, pasando sus dedos
sobre la rica seda aterciopelada de la túnica de esta mujer increíblemente
hermosa que fue su madre. Su madre.

Recuerdos como una niñita, deseando que este día cada dos años que podía
pasarlo con su maravillosa madre nunca, nunca terminara, que el reloj se
detuviera un minuto antes de la medianoche y no se moviera nunca más.

Recuerdos como una chica mayor, sus ojos amplios al enterarse de que su
padre no fue otro que el héroe de la Insurrección de Enero. Y dos años
después, ella y su madre llorando juntas por el repentino fallecimiento del
Barón Wintervale.

Ese sería el último año antes de que los problemas del Maestro Haywood
comenzaran. Antes de que ella comenzara a rogarle a su madre ayuda con
el hombre que le importaba, quien la amaba como un padre. Antes de que
recibiera la respuesta que la había enfriado hasta la médula: Él solamente
es la ayuda, querida; no tienes que preocuparte por él. Antes de no tener
elección más que comprender que este hombre que había sido leal con su
65
vida a su madre no significaba nada para ésta última. Él no era más que un
engranaje en la maquinaria que ella había construido para mantenerse a sí
misma y a su hija a salvo(1).

Nunca más pudo volver a amar a su madre con la inocencia y maravilla de


aquellos días más inocentes. Su relación se volvió tirante. Lady Callista no
era feliz con una hija que ya no era adorable y obediente; Iolanthe se volvió
más desconfiada y frustrada.

Su último encuentro había sido francamente antagónico. El Maestro


Haywood había perdido su posición en el tercer nivel inferior de la academia
por aceptar sobornos de los estudiantes para mejorar las notas, obligándolo
a aceptar una posición como maestro de escuela en una de las aldeas más
remotas del Dominio.

Iolanthe había estado furiosa con él, pero en el momento en que sus
recuerdos de su vida secreta habían retornado, toda su furia fue transferida
hacia Lady Callista. Cuando Lady Callista había vuelto por ella unos pocos
minutos después de la medianoche, Iolanthe gritó y despotricó. Iba a ir con
el Maestro Haywood en ese instante y contarle todo. A ella no le importaba
que su posesión de conocimiento pudiera amenazar la posición de Lady
Callista o su propia seguridad. Había áreas grises en su vida, pero esta no
era una de ellas. Lo que se le había hecho al Maestro Haywood era atroz, y
ella no permitiría que pasara otro momento sin que eso fuera rectificado.

Lady Callista había escuchado en silencio, pareciendo prestar atención, pero


luego, con Iolanthe a media oración, ella había alzado su varita.

Ese fue el final de ese encuentro. Los recuerdos de Lady Callista, viejos y
nuevos, habían regresado a la profunda bóveda de su mente, y Iolanthe
había despertado la mañana siguiente, dolorida y sintiéndose
descompuesta, y había pensado que se debía solamente a su desesperación
por el Maestro Haywood y su creciente angustia por su propio futuro.

—¿Te encuentras bien? —dijo la suave voz de Kashkari.

Se dio cuenta que había estado mirando fijamente el techo de la cueva. Algo
sobre la situación con Lady Callista la molestaba, algo aparte del
tratamiento cruel de su madre con el Maestro Haywood. Pero no podía
precisar lo que era.
66
Se sentó.

—Estoy bien. ¿Cuánto tiempo dormí?

—Cerca de tres horas.

La cueva, cuya apertura daba al oeste, estaba ahora llena con luz dorada.
Notó el cuaderno bidireccional en el regazo de Kashkari.

—¿Has tenido noticias de Amara y tu hermano, por cierto?

—Sí, de ambos, están a salvo y reagrupándose —respondió, pero no se


encontró con su mirada.

¿Era porque él no quería revelar sus pensamientos internos cuando hablaba


de aquella a quien amaba y aquel a quien ella amaba? ¿O se trataba de otra
cosa?

—Qué hay de la Sra. Hancock? ¿Algo de ella? —La Sra. Hancock, enviada
especial del Departamento de Administración de Ultramar de Atlantis
apostada en la casa de la Sra. Dawlish, había resultado ser una acérrima
enemiga del Bane y una aliada secreta.

—Nada de ella. Espero que esté bien.

—Me pregunto si ya se ha descubierto que West está desaparecido —dijo


ella lentamente.

West, un chico de último año que soportaba un parecido asombroso con el


Bane, había sido secuestrado de su residencia, disparando la cadena de
acontecimientos que condujeron a la abrupta salida de Titus e Iolanthe de
la escuela.

—De eso no tenemos que preocuparnos, por el momento. La Sra. Hancock


tendió un número de hechizos persuasibles. Las personas en la escuela
creen que él está de vacaciones prolongadas. Su familia piensa que no puede
dejar la escuela por varias razones.

Kashkari seguía sin mirarla a los ojos. ¿Cuál era su problema?

Él cerró el cuaderno.

—¿Sabes algo sobre el Palacio del Comandante?


67
Ella suponía que era natural para él estar pensando en la fortaleza del Bane,
dado que era su destino final.

—Sí, unas cosas que Titus me dijo.

Ella le contó lo que sabía, la ubicación de la fortaleza en las elevaciones de


Atlantis, los anillos de defensa que la rodeaban, los wyverns y carros
blindados llevados por basiliscos colosales que cruzaban el aire de arriba,
siempre vigilantes en nombre de la seguridad del Bane.

—¿Y cómo Titus aprendió todo eso?

Ella sacó a colación la vista fraccionada que resultó de la Inquisición


interrumpida de Titus y el espía que el Príncipe Gaius, el abuelo de Titus,
había enviado a Atlantis hace muchos años.

—Eso es notable —reflexionó Kashkari—. Atlantis no recibe delegaciones


diplomáticas en su propio territorio y no emite visas de visitantes. Y escuché
que fortalezas flotantes protegen toda la costa, observando por cualquier
intruso que se aproxime. ¿Cómo entró este espía?

—No lo sé. Supongo que se escabulló de alguna manera.

Como harían ellos.

Kashkari asintió, pareciendo sumido en sus pensamientos. Luego se puso


de pie.

—Entonces, ¿seguimos adelante?


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CAPÍTULO 6
Traducido por AnnaTheBrave, Simoriah y âmenoire (SOS)

Corregido por Mari NC

T itus poseía un rango de teleportación de cuatrocientos ochenta


kilómetros, un extraño don. Pero tal don no era muy útil a menos
que el mundo fuese una red de nodos que él hubiera visitado en persona,
cada nodo a menos de cuatrocientos ochenta kilómetros del siguiente punto
de conexión más cercano: la teleportación solo era exacta cuando el destino
podía ser visualizado por la memoria personal.

Después de su llegada a Eton, a los trece años, se dispuso a crear una red
de este tipo por sí mismo. Comenzó con un paseo una tarde de domingo a
una estación de trenes en las cercanías de Windsor, y un billete comprado
para Londres. Cuando llegó a Londres, caminó sobre la estación de
Paddington y algunas de las calles de los alrededores, luego bajó al subsuelo
y se llevó a si mismo a Euston Station y King’s Cross, otras dos estaciones
de trenes.

Una vez que conoció todas las estaciones de tren más importantes de
Londres de memoria, se teleportaría de una a la otra después de que se
apagaran las luces y tomaría un tren de noche a algún lugar, teniendo
cuidado de no ir más allá de su rango de teleportación accidentalmente.
Pronto pudo materializarse directamente en estaciones de tren en Bristol,
Manchester, y Exeter, y tomar el tren que iba más lejos. No pasó mucho
tiempo antes de que se teleportara cómodamente a cualquier centro de
población importante en Gran Bretaña, además de un número de lugares
remotos.

Con Gran Bretaña bajo el brazo, él puso sus ojos en Francia, comenzando
con el cruce nocturno de Dover. Una vez que llegó a París, el centro
ferroviario más grande de Francia y realizable en un solo teleporte desde
casa de la Sra. Dawlish, el resto de Francia estuvo abierta a él.
69
Con los años amplió esta red a muchos rincones de Europa que eran de fácil
acceso por ferrocarril, y a algunos que no lo eran. Sin embargo, nunca había
penetrado el este de los Balcanes. Pero ahí fue donde Alectus le hizo un
favor.

Por lo general, se quedaba solo en sus vacaciones escolares siendo atendido


por Dalbert; Titus podía ser una compañía poco agradable. Pero cada verano
Alectus, Lady Callista, y Aramia se iban de vacaciones al extranjero, y por
eso Alectus siempre insistía en que él fuera; por la apariencia de unidad
familiar, nada más.

Hace dos veranos navegaban en el Mediterráneo oriental en el yate de la


corona. Alectus estaba encantado de hacer escala en los puertos no mágicos,
pretendiendo que eran la familia gobernante del principado inexistente de
Saxe-Limburg. Visitaron las grandes pirámides en Giza: no las que los no
mágicos acudían a ver, sino una serie de seis estructuras enterrados al revés
en las inmediaciones que formaban un antiguo translocador que se decía
que era capaz de, en sus días, enviar a un mago a cualquier lugar de la
tierra. Incluso tomaron una pequeña embarcación del yate y zarparon de El
Cairo, ciento sesenta kilómetros por el Nilo.

Gracias a ese viaje, Titus era capaz de teleportarse, en dos segmentos, desde
Luxor a las inmediaciones de Giza, y luego al noroeste de Alejandría. Dos
teleportaciones más y estaba en Tobruk, que estaba al sur de la isla de
Creta.

De Creta saltaba a Zakynthos, una isla en el Mar Jónico, al oeste de la


Grecia continental. Un salto más y estaba en el punto más oriental de la
Italia continental.

La parte posterior de su cabeza empezaba a palpitar dolorosamente; no tenía


más remedio que parar por un tiempo. El sol brillaba cálidamente en su
cara; gaviotas revoloteaban y se sumergían; una brisa hacía patrones de
escamas de pescado en la superficie del mar azul brillante. Se sentó en la
orilla rocosa y bebió el último trago del té que Fairfax había hecho por la
mañana.

Como sucedía a menudo, cuando le permitía a su mente divagar un poco,


pensaba en el futuro de ella. Ella nunca le había dicho, pero sabía que, a
70
partir del material que Dalbert había recogido sobre ella hacía un tiempo, le
gustaría asistir al Conservatorio de Artes y Ciencias Mágicas.

El Conservatorio tenía un campus precioso sobre las Colinas Serpenteantes,


con vistas a la Mano Derecha de Titus y el incesante Atlántico. Él podía verla
caminar por los senderos de losa entre edificios, hablar con sus amigos, tal
vez haciendo planes para atiborrarse de helados más tarde en la tienda de
dulces de la Sra. Hinderstone, que había visitado a menudo siendo una
niña.

El verano anterior, había enviado a Dalbert a la tienda de la Sra.


Hinderstone para obtener una selección de los sabores y texturas que había
adorado durante sus años en Delamer. Dalbert, siempre dispuesto a ir por
encima y más allá del llamado del deber, había traído no sólo cestas de
productos alimenticios y bebidas, sino también tarjetas postales que
capturaban la tienda desde todos los ángulos: las pequeñas mesas redondas
en la acera bajo un blanco toldo de rayas azules; la Sra. Hinderstone de pie
al lado de enormes vitrinas llenas de bombones y chocolates; el menú del
almuerzo en la pared, con un aviso en la parte inferior que declaraba con
orgullo: Estamos encantados de empacar cestas de picnic para dos o
doscientos, y nuestros famosos helados están garantizados para no
derretirse durante al menos ocho horas.

Titus rara vez se metía a sí mismo en estos ensueños. Pero ahora se veía
caminando en la tienda de la Sra. Hinderstone y pidiendo una de esas cestas
de picnic. Podía ver todo el rostro de la mujer, sonriendo mientras anotaba
los detalles de su orden. Podía sentir el peso y la frescura de las monedas
que le entregaba. Y podía sentir las miradas curiosas de los otros clientes,
en presencia del Maestro del Dominio.

¿Pero adónde llevaría a Fairfax a su picnic? ¿A las Montañas Laberínticas;


a una pendiente con vistas de amapolas rojas brillantes; a la cubierta de un
velero anclado en una bahía protegida al sur de Delamer; o al gran césped
del Conservatorio de Artes y Ciencias Mágicas, a la sombra de un árbol,
mientras las campanas repicaban el paso de las horas de ocio?

Su mente, tan experta en procesar el peligro y tomar decisiones en


fracciones de segundo, estaba incapacitada ante este cuerno de abundancia
de opciones placenteras. No quería elegir. Sólo quería regodearse en las
infinitas posibilidades de un futuro así.
71
Él no necesitaba morir, susurró una pequeña voz interior. Era demasiado
pronto, demasiado innecesario. La gran visión de su madre había
demostrado, si no ser abiertamente falsa, entonces estar muy mal
encaminada. No había un Elegido, ningún camino certero. No había ninguna
obligación de hacer más, no de su parte, por lo menos, ya que había
sacrificado toda su infancia.

Mientras que otros niños jugaban, él había trabajado. Cuando no estaba


tomando lecciones de sus antepasados en las salas de enseñanza, estaba
luchando con toda criatura con dientes y garras de cuentos de hadas. En
lugar de sol y aire fresco, los olores de su juventud eran viejos libros y el
chamuscado del fuego de dragón.

Había vivido tan poco. ¿Cuándo fue la última vez que dio un paseo por las
Montañas Laberínticas por placer? No, cuando tenía tiempo de sobra, había
corrido en esas implacables, para asegurarse de ser rápido y ágil, llegado el
momento.

¿Alguna vez se había tomado un día para él?

Arrastró su mente de nuevo, jadeando por el esfuerzo. Había una razón por
la que sólo pensaba en ella en ese futuro mítico: cuando se incluía a sí
mismo, brotaba esta monstruosa codicia por la vida, dispuesta a destruir
todo a su paso por un día más, una hora más, una respiración más.

Pero era muy tarde para hacerse a un lado ahora, demasiado tarde para
abrazar la cobardía.

Tragó una dosis de ayuda para teleportación, cerró los ojos y se imaginó
Nápoles.

Nápoles. Roma. Florencia. Cuando se materializó en Florencia, experimentó


un fuerte dolor detrás de los ojos. En lugar de sentarse en algún lugar y
esperar a que el malestar pasara, utilizó su tiempo de recuperación para
adquirir algo de ropa no mágica que estuviera mejor adaptada a Europa que
al desierto del Sahara: compró esencialmente todo lo que usara un maniquí
en la vitrina. Pero, de nuevo, era muy hábil con los hechizos de costura,
después de haber tenido cientos de horas de práctica para poder asegurarse
72
de que la ropa que había preparado encajaría el mago elemental que
asumiera la identidad de Archer Fairfax.

Fairfax.

Cuando pensó en el futuro esta vez, sólo estaba ella en la manta de picnic
en el césped del Conservatorio, con un libro sobre sus rodillas y un sándwich
a medio comer a un lado. Pero ella no permanecería sola. Un amigo vendría
y se sentaría y luego otro. Pronto un grupo de tamaño considerable se habría
reunido alrededor de la manta de picnic, y ella estaría rodeada de risas y
alegría de vivir.

Cerró los ojos de nuevo.

Génova. Turín. Ginebra. Dijon. Auxerre.

En el momento en que llegó a la torre del campanario de la gran catedral de


Auxerre, supo que había hecho una teleportación demasiado lejos. Esta
parte de Francia tenía una población demasiado densa para volar en una
alfombra, por lo que compró un abrigo —en la soleada Italia había
subestimado la cantidad de ropa que necesitaba— se subió a un tren, y se
dejó transportar por la tecnología no mágica, repiqueteando la distancia
restante a París bajo un cielo gris, lluvioso.

Dos horas más tarde salió de Gare de l'Est en París y contrató a un coche
de caballos para llevarlo a la capital francesa. Farolas parpadeaban a lo
largo de las amplias avenidas de la ciudad. Se quedó en el coche hasta que
el tráfico se degeneró en un callejón sin salida que no se movía en ninguna
dirección, a continuación, se bajó y caminó el resto del camino, temblando
a pesar del abrigo.

La conserje en el edificio de apartamentos donde vivía el guardián de Fairfax


sonrió al verlo.

—Bonsoir, monsieur.

Había usado el apartamento anteriormente como un laboratorio, y le había


dado la impresión de que él era un amigo de la familia. Asintió con la cabeza.

—Bonsoir, madame. ¿Está el señor Franklin en casa?


73
—Sí, monsieur. Un caballero de lo más encantador. Estará contento de verlo,
monsieur.

Horatio Haywood estaba en efecto muy contento cuando abrió la puerta.


Pero su sonrisa vaciló cuando se dio cuenta de que Titus había venido solo.

—Ella está bien —dijo Titus rápidamente—. ¿Puedo entrar?

—Sí, por supuesto. Discúlpeme, Su Alteza.

Se le mostró la salle de séjour, con sus enormes pinturas de no magos


retozando en el campo. Haywood corrió a la cocina y regresó con una
bandeja de té y platos de pasta de hojaldre con rellenos salados.

El hombre probablemente habría ido a la cocina de nuevo para ir a buscar


más cosas, pero Titus le pidió que tomara asiento y le contó todo lo que
había sucedido desde la última vez que habían estado todos juntos en la
misma habitación: la verdadera historia detrás de la espectacular exhibición
de Wintervale de poder elemental, su precipitada salida de Eton, y sus pocos
días, aunque agitados, en el Desierto del Sahara.

—Cuando la dejé hoy en la mañana estaba bien y a salvo, o por lo menos


tan bien como podría estar, dadas las circunstancias. Y confío en que
nuestro amigo esté cuidando de ella al máximo de su considerable
capacidad, aunque en un momento dado podría estar ella cuidando de él,
por lo que sabemos. Es muy buena en mantener a sus amigos con vida y en
una sola pieza.

—La Fortuna me proteja —murmuró Haywood—. Estaba preocupado, pensé


que habría venido a verme otra vez, pero no me esperé que tanto pudiera
haber sucedido.

Permanecieron en silencio durante un momento.

—¿Entonces recuerda todo ahora? —preguntó Titus.

El hombre mayor asintió lentamente.

—Sí, señor.

Él habría sido capaz de adivinar la traición de Lady Callista, a juzgar por lo


que habían aprendido el día que lo encontraron en el Hotel Claridge en
Londres. Pero ser engullido por una marea de recuerdos, recordar el fervor
74
de amor que le había llevado a mentir, engañar y robar por ella sólo para
ser abandonado completamente… Titus no podía imaginar su angustia.

Su pesar.

—Me gustaría hacerle una pregunta, si es que puedo.

—Ciertamente, señor.

—Puedo juntar la mayor parte de la historia, incluso si los datos son un


tanto vagos. Pero una parte me intriga. ¿Cuál es el papel de la Comandante
Rainstone en todo esto?

La Comandante Rainstone era la principal asesora de seguridad de la


corona. Ella también había, en un momento, servido a la Princesa Ariadne,
la madre de Titus.

—Usted dijo que le presentó a Lady Callista —continuó—. Entiendo que la


Comandante Rainstone proviene de un origen humilde. ¿Cómo es que ella y
Lady Callista se hicieron amigas?

—Oh —dijo Haywood, desconcertado—. ¿Usted no lo sabía, señor? La


Comandante Rainstone y Lady Callista son medio hermanas.

Iolanthe y Kashkari no corrieron el riesgo de volar a El Cairo, que tenía su


parte de magos Exiliados. Y donde había una reunión importante de magos
Exiliados, había informantes y agentes de Atlantis.

Tampoco Kashkari quería caminar con ambos cargando alfombras. Habían


recorrido la distancia desde Luxor a El Cairo en las alfombras de viaje, pero
todavía tenían sus alfombras de batalla, que eran mucho más sustanciales
en espesor y no podían ser dobladas en pequeños cuadrados y metidas en
los bolsillos. Temía que incluso enrolladas, esas alfombras podrían indicar
sus orígenes mágicos.

Así que compró un burro en las afueras de la ciudad y pusieron sus


alfombras de batalla sobre el lomo de este. Él le ofreció el burro a Iolanthe,
pero ella se negó con firmeza: prefería caminar a luchar con una bestia
desconocida.
75
Así que Kashkari montaba y Iolanthe caminaba detrás de él, con la cara
oculta en gran medida bajo su kufiyya. Los edificios que pasaban eran como
ninguno que alguna vez hubiera visto, con cada piso proyectándose más
lejos que el inferior. Dos azoteas en lados opuestos de una calle estrecha,
casi podrían abrazarse por la poca distancia que quedaba entre ellas.

Su destino era una casa de huéspedes limpia y acogedora. El propietario


abrazó a Kashkari y lo saludó por su nombre. Dulces y tazas de café
aparecieron tan pronto como habían entrado en su habitación, seguidos de
platos hondos de una deliciosa sopa verde y platos colmados de dolmas, que
eran hojas de parra envueltas alrededor de un relleno sabroso de arroz.

—¿Has estado aquí antes? —le preguntó a Kashkari mientras comían.

Él asintió, tratando de alcanzar un dolma.

—Mi hermano ha estado en el Sahara por un tiempo. Venía a visitarlo en


vacaciones, y siempre era una molestia conseguir volver a la escuela al final
de las mismas. Alguien en algún lugar podría tener un dique seco móvil,
pero no siempre había un recipiente disponible, y no podíamos exactamente
pedir prestado el barco de emergencia. Así que a veces me podían lanzar al
Mediterráneo y llevarme a la costa de Francia. Otras veces he tenido que
volar la mayor parte del camino.

»Un día Vasudev tuvo suficiente de la incertidumbre: a él no le gustaba que


volara tan lejos yo solo. Decidió hacerme un portal de un solo sentido en El
Cairo, ya que la mayoría de las bases rebeldes tenían un translocador de los
que podrían llegar a El Cairo o Trípoli. Así que vinimos aquí y nos quedamos
unos pocos días. Y luego fuimos juntos a la escuela, por lo que pudo
terminar el otro extremo del portal.

—¿Visitó Eton?

—Conoció a la Sra. Dawlish y a la Sra. Hancock y a Wintervale también.


Wintervale y yo lo llevamos alrededor de la escuela: a caminar por los
campos de juego, navegar un poco en el río.

—¿Él no conoció a príncipe?

—No, se fue antes de que Titus llegara. Y es una lástima que no tuvieras la
oportunidad de conocerlo, mientras aun estábamos en el desierto.
76
¿El timbre de su voz cambió? ¿Y era tristeza lo que una vez más oscureció
sus ojos? La llama de una lámpara parpadeó en su rostro y lanzó su sombra
en la pared, frente a un panel de calados arabescos.

Dejó a un lado su plato.

—¿Qué clase de hombre es tu hermano?

Kashkari dejó escapar un suspiro.

—Es un poco tímido, nuestra hermana, su gemela, siempre ha sido la vivaz,


la asertiva. Cuando Amara habló en la gala de compromiso, dijo que durante
sus primeros seis meses en la base él nunca le dijo nada que no estuviera
relacionado con la producción y el mantenimiento de los equipos.

—¿De eso es responsable?

—Es un prodigio, un verdadero mago, cuando se necesita que algún


dispositivo sea construido, mejorado, o inventado a partir de cero. Pero no
dejes que te engañe el pensamiento de que sólo es apto para un taller. Es
también un lanzador de hechizos a distancia mortal, me ha enseñado todo
lo que sé.

Y Kashkari había sido muy buen francotirador.

—¿Crees que Durga Devi y él hagan una buena pareja?

—No son una pareja obvia, pero sí, sí creo que son buenos uno para el otro.
Él necesita a alguien lleno de vida para que lo aparte de su lugar de trabajo
de vez en cuando. Y él es una buena influencia para ella, ya que puede ser
precipitada a veces.

Antes de que ella pudiera responder, él metió la mano en el bolsillo.

—¿Me perdonas?

Él se apartó del diván en el cuál habían estado sentados para leer su


cuaderno bidireccional. Su expresión cambió.

Iolanthe se levantó.

—¿Todo está bien?

Él la miró, el rostro ahora en blanco.


77
—Vasudev escribe que están casados. Desde hace cinco minutos.

Iolanthe estaba estupefacta, y ni siquiera estaba enamorada de una de las


partes.

—Supongo que la boda no estaba programada para hoy.

—No, nunca habrían programado una fecha.

Pero Titus y ella habían llevado a Atlantis a la puerta de los rebeles. ¿Cuál
era el punto de esperar más, cuando podía ser que no hubiera un mañana,
muchos menos una próxima semana?

—Mejor envío mis felicitaciones —dijo él.

Impulsivamente, ella se adelantó y lo abrazó.

—Lamento que no estuviera destinado a ser. Lamento todo el dolor que esto
te trajo. Y lamento que vaya a lastimar más antes de mejorar.

Él se quedó parado en silencio y sin moverse en su abrazo. Ella lo dejó ir,


sintiéndose algo cohibida por quizás haber sobrepasado los límites de su
amistad, lo cual hizo incluso más sorprendente ver el brillo de lágrimas en
los ojos de él.

—Gracias —dijo—. Siempre has sido una muy gentil amiga.

Algo en su respuesta la desconcertó. Le apoyó una mano en el hombro.

—Continúa con tu respuesta. Pondré algunos hechizos anti-intrusiones.

Los hechizos anti-intrusión eran irrelevantes en su situación: incluso


aquellos que podían contener a un determinado ladrón no tenían ningún
uso contra el poder de Atlantis. Pero ella quería darle a Kashkari un espacio
para sentir congoja, sin ella parada junto a él.

Se fue al cuarto contiguo y sacó su varita de la bota. Ninguna lámpara había


sido encendida en la habitación, pero tan pronto como sus dedos se cerraron
sobre la varita, ella recordó que todavía tenía a Validus. Titus se la había
dado antes de la batalla en el desierto, esperando que la varita espada fuera
un magnifico amplificador de sus poderes.

Y lo había sido.
78
Ella vaciló sobre si invocar una pequeña llama, decidió no hacerlo, y
murmuró unos pocos hechizos con Validus apuntando a la ventana. Las
coronas incrustadas de diamantes a lo largo de la varita espada eran apenas
visibles en la débil luz que llegaba de la otra habitación. Las facetas de las
gemas parecían…

Ella abrió más los ojos. ¿Las coronas brillaban más y luego más débilmente?
La segunda más abajo era ahora perceptiblemente más brillante que el
resto, ahora la tercera, subiendo en una procesión ordenada, luego
volviendo a bajar.

—Kashkari.

—¿Sí? —respondió él inmediatamente, su voz reflejando la tensión de la de


ella.

—Apaga la linterna y ven aquí.

La habitación exterior quedó a oscuras. Kashkari llegó en silencio.

—¿Qué sucede?

—Necesito que le des una mirada a Validus.

Él tomó la varita. Ella esperó, un temor sin nombre goteando por su


columna.

—¿Siempre es así? —preguntó él, después de un minuto.

—No lo sé. La varita pertenece a Titus. Me la dio anoche porque pensó que
podría darle mejor uso.

—¿Podría ser una señal de su parte?

—Si lo es, nunca me ha hablado de tal uso para su varita.

—¿Has revisado tu localizador?

Titus tenía una pendiente que se dividía en un par de localizadores. En ese


momento él tenía uno, y Iolanthe el otro.

—Lo hice y no puedo notar la diferencia. —Titus estaba tan lejos que el
localizador había estado frío como el hielo por horas.
79
Kashkari se quedó en silencio por un rato.

—¿Qué dice tu instinto?

Ella fue lenta para responder, sin querer decir en voz alta las palabras que
le carcomían los nervios.

—Eso no puede ser bueno.

Kashkari no estuvo en desacuerdo, pero se acercó más a la ventana. Ella se


le unió ahí. La ventana se abría a un oscuro y tranquilo jardín, iluminado
sólo por la luz de los cuartos de huéspedes que lo rodeaban.

Él abrió la ventana un poco y murmuró algo en un idioma que ella no


comprendió; sánscrito, probablemente. Ella apenas podía distinguir algo
oscuro formándose en sus palmas. Y luego el objeto agitó las alas y voló; un
pájaro hecho de las mismas sombras de la noche, parecía.

—Nuestro canario, por decirlo así —explicó Kashkari.

Ella había sido un canario una vez, una de las experiencias más angustiosas
de su vida.

—¿De qué peligros nos alertaría?

—Cualquier cosa que pueda arriesgar una entidad que vuela, o eso espero.
—Soltó varios más de esos pájaros.

Frente a él, unas pocas chispas de luz cobraron vida. Iolanthe estuvo
confundida por un momento hasta que se dio cuenta de que no eran trozos
vagabundos de fuego que ella no recordaba invocar, sino pequeñas
representaciones de los pájaros.

—Linda pieza de hechicería —susurró ella.

—Mi hermano trabaja en una versión mucho más ambiciosa… de tener


éxito, seríamos capaces de ver lo que los pájaros ven, una interpretación
tridimensional de sus alrededores.

Uno de los pájaros desapareció en una microscópica ducha de chispas.

—¿Chocó con algo?

—No, esquivan objetos mundanos como casas y peatones… incluso gatos.


80
Se inclinó hacia adelante, para estar al mismo nivel que las pizcas de luces
que representaban lo que quedaba de los canarios de sombras.

Un segundo pájaro explotó, seguido de un tercero. Ella se quedó helada: el


peligro no estaba del lado de Titus, sino del de ellos.

—Quedan destruidos cuando vuelan más alto —dijo Kashkari, la voz


apretada.

—¿Por qué?

—No lo sé. Pero es bastante seguro que tampoco pueden volar alto, al menos
no cerca.

—¿Porque hay una cosa encima? ¿Crees… crees que Atlantis sepa que
estamos aquí?

—Podría, si la varita ha estado transmitiendo su ubicación.

Sus palabras pendieron entre ellos. Su garganta ardió con la idea de tal
traición. ¿Cómo podía la varita de Titus, entre todas las cosas, volverse en
su contra?

Estuvo sorprendida de oírse a sí misma hablar en un tono parejo y calmado.

—Si ése es el caso, entonces mejor nos movemos.

¿Cuánto habían estado en El Cairo? ¿En la casa de invitados? ¿Era el tiempo


suficiente para que Atlantis detectara su ubicación?

—Deja la varita aquí —dijo Kashkari.

—Pero una vez perteneció a Titus el Grande. —Una herencia inestimable,


no sólo para la Casa de Elberon, sino para todo el Dominio.

—Será tu fin si sigues aferrándote a ella.

Ella se mordió el interior de la mejilla. Luego sostuvo la varita en el aire con


un hechizo de levitación y envió una esfera de relámpago a que se estrellara
contra ella. Por la fracción de un momento, todo dentro de la habitación
quedó resaltado: la varita, la sorprendida mirada de Kashkari, la línea donde
el muro se encontraba con el techo.
81
Cuando ella volvió a tomar la varita, estaba caliente al contacto y humeaba
un poco, pero por lo que podía ver, las coronas incrustadas de diamantes
ya no cambiaban de luminosidad, aunque fuera sutilmente.

—Vámonos —dijo ella.

Se fueron en una sola alfombra, las habilidades de Kashkari eran un mejor


partido para los cerrados confines de un distrito urbano. Iolanthe se sostuvo
de él desde atrás y mantuvo su mirada hacia arriba, pero no pudo ver nada
por encima, más que un estrecho callejón de oscuro cielo, entre los techos
de las casas casi juntos a cada lado.

El aire olí a carbón usado, pan y una leve subnota a excremento de burro.
La noche se había vuelto más fría, una briza desde el mar empujando el
calor residual del día. Kashkari los condujo cuidadosamente, moviéndolos
hacia adelante.

Un movimiento captó el rabillo de su ojo. Pero cuando miró hacía el costado,


no vio nada. ¿Qué era? Un reflejo en la ventaja abierta, lo que significaba
que el objeto era…

—¡Vamos! Tan rápido como puedas —siseó.

La cosa detrás de ellos era un carro blindado miniatura, una cápsula apenas
más grande que el escritorio en su habitación en casa de la Sra. Dawlish y
casi del mismo color sombrío que la noche. Un par de garras, adjuntas a
cables largos, salieron de la parte delantera de la cápsula, dirigidos
directamente hacia ella.

La alfombra aceleró con un brincó y dio un agudo giro hacia la derecha


inclinándose casi de forma perpendicular con la calle, solo para apresurarse
hacia el abrazo de otro par de grandes garras.

Kashkari gruñó y dirigió la alfombra incluso más abajo, acelerando a toda


marcha. Pasaron debajo de la cápsula que se aproximaba con apenas unos
centímetros por encima de sus cabezas.

Iolanthe envió un rayo de electricidad hacia el cielo, su ubicación ya había


sido descubierta, podrían igualmente averiguar qué era exactamente lo que
82
se aproximaba. Una fina red brilló brevemente, una fina telaraña
hermosamente entretejida que se estiraba tan lejos como podía ver.

La Fortuna la protegiera. ¿Habían cubierto todo El Cairo?

Adelante tres vehículos más bloqueaban el camino. Dos los perseguían


desde atrás y el camino hacia arriba estaba sellado.

Lanzó un torrente de hechizos abiertos hacia la casa más cercana. Kashkari


dio una vuelta revuelve estómagos. Pasaron por la puerta frontal hacia un
oscuro pasillo angosto y vieron las escaleras justo a tiempo para levantar la
alfombra. En la parte superior de la escalera apenas evitaron ser atrapados
en un enredo de tendederos en el exterior.

Una manga medio mojada —¿o fue la pierna de un pantalón?— la golpeó en


el hombro mientras se hundían en el callejón no más ancho que el alcance
de su brazo.

—¿Y si han sellado toda la ciudad? —Miedo inundaba su pregunta. ¿Y si


todo lo que lograban, evadiendo las cápsulas blindadas, era correr hacia
una red de encaje asesina de pájaros al final del camino?

Más ropa colgada. ¿Era un burro lo que evitaron? Otra cápsula se dirigió
rápidamente hacia ellos. Kashkari jaló la alfombra hacia una puerta que
Iolanthe abrió para él. Olores extraños asaltaron sus fosas nasales, ¿se
habían abierto paso a través de una reunión de fumadores de hachís? Sus
rostros se giraron hacia ellos, desde divanes bajos alrededor de las paredes,
vistiendo expresiones de sorpresa vaga más que sorpresa alarmada.

Entonces salieron por otra puerta hacia un jardín amurallado. Kashkari


mantuvo la alfombra tan bajo como fue posible mientras iban hacia las
paredes, ella podía sentir los pedazos dentados de vidrio incrustados en la
parte superior de la pared rasgando el fondo de la alfombra. Gracias a Dios
estaban en una alfombra de batalla y era gruesa.

—¿Te atreves a regresar a Eton? —vino la pregunta de Kashkari, entre una


caída repentina y otra apretada vuelta.

Una cápsula cayó de la nada. Sus garras se lanzaron hacia Iolanthe con
velocidad terrorífica. Ella gritó mientras enviaba el agua de un pozo cercano
83
hacia las garras, como hielo, congelándolas así no podían cerrarse alrededor
de su persona.

—¡Solo sácanos de aquí!

Flotaron a través de más retorcidos y estrechos callejones y más casas


humildes. Las calles se volvieron más anchas, más derechas e iluminadas
por lámparas de gas, de las casas en cada lado brotaban falcones y ventanas
con elegantes celosías y no se habrían visto fuera de lugar a lo largo de un
bulevar importante en París.

Kashkari parecía conocer bien el vecindario: ella podía escuchar el ajetreo y


la multitud en la siguiente calle, pero en la que ellos pasaban estaba
totalmente vacía de peatones, sus residentes o comían la cena
elegantemente en el interior o habían ido a la atareada vía pública para su
entretenimiento de la tarde.

—¿Ves ese edificio? Es la casa de ópera. Creo que la temporada no ha


iniciado, así que debería estar vacío. Abre todas las ventanas y puertas como
hiciste antes. ¿Tienes algo que pueda lucir similar a nosotros, para actuar
como dobles?

Pensó salvajemente.

—Tengo una tienda. Puede tomar varias formas.

—Tenla lista.

Ella sacó la tienda fuera de su bolso, la tienda había funcionado como


refugio para Titus y ella durante sus días en el desierto. Entraron
rápidamente por una puerta lateral y llegaron a un alto que casi la tiró fuera
de la alfombra. Kashkari brincó para bajarse de la alfombra y le señaló para
que hiciera lo mismo.

Sacudió la tienda para abrirla y le dio la forma para que luciera toscamente
como dos delgados cilindros unidos. Amarraron la tienda a la alfombra.
Kashkari la encantó para que volara por un largo corredor hacía la puerta
abierta en el otro extremo.

—Ven conmigo.
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La llevó hacia abajo hasta el nivel debajo del escenario, a un laberinto de
pasillos. Dieron y dieron vueltas, pareciendo estar girando en círculos, antes
de que Kashkari abriera una puerta hacia una oscura y estrecha bodega y
llamará luz por arte de magia.

Él maldijo.

—No lo veo.

—¿Estamos en el lugar correcto?

—Sí. Cuando fui a Inglaterra al principio del Periodo de San Miguel, estaba
aquí. Siempre ha estado aquí.

—¿Qué es, exactamente?

—Un armario de puertas dobles. Grande. Volutas y chucherías por todos


lados. No puedes no verlo.

Pasaron a través de repisas y bastidores y baúles, pero no había armarios,


guardarropas o alacenas de pie, grandes o de cualquier tipo.

Ella lo agarró por el brazo.

—¿Escuchas eso?

Ya no estaban solos en el sótano. Les había tomado demasiado tiempo, los


Atlantes habían descubierto su treta.

Ella contuvo su pánico.

—¡Espera! ¿Dijiste que la temporada del teatro no había empezado todavía?


¿Cuándo inicia?

La miró fijamente por un segundo.

—¡Por aquí!

Corrieron hacia el nivel del auditorio. La temporada en el teatro estaba a


punto de iniciar, lo que significaba que debían estar habiendo ensayos.
Ninguno de ellos había tomado parte alguna vez de las producciones
dramáticas en Eton, pero Sutherland lo había hecho y algunas veces habló
sobre su experiencia. Los últimos ensayos siempre eran llevados a cabo en
85
el escenario con el vestuario puesto, así los actores sabrían dónde estaba la
utilería y como negociar su traslado a través de proscenio.

Pero no había nada más en el escenario excepto por una cama, envuelta en
llamativas sedas y terciopelos. Se miraron el uno al otro, afligidos.

Luego, con un bajo grito, Kashkari se movió rápidamente hacia el escenario.


Quitó los cubrecamas rojos y dorados y tiro hacia un lado varias capas de
relleno. Ahora era claro que debajo de las cubiertas no había estado una
cama, sino un enorme armario yaciendo sobre su frente.

Iolanthe lo levantó con un hechizo de levitación y lo puso de nuevo de pie.


Se revolvieron en el interior y cerraron las puertas.

—Fuera de la sartén ardiente, al menos —dijo ella.

Kashkari exhaló.

—Ahora vamos hacia el fuego.


86

CAPÍTULO 7
Traducido por Mari NC y âmenoire

Corregido por Bella’

—D iga eso de nuevo —exigió Titus.

—Lady Callista y la Comandante Rainstone son medio hermanas.

Una de ellas era la amante del regente, el poder detrás del trono, y la otra la
mujer a cargo de defender el reino de las amenazas externas. Y, sin embargo,
Titus, el Maestro del Dominio, no había sabido nada de eso.

—¿Quién más lo sabe?

—No sé, señor. Le puedo decir que nunca me dijeron, pero escuché una
discusión entre las dos. La Comandante Rainstone estaba censurando a
Lady Callista por no tener ninguna comprensión del concepto de lealtad. Por
no entender por qué la Comandante Rainstone estaba tan perturbada por
haber sido despedida del servicio de Su Alteza. “Para ti el valor de cada
persona es sólo en lo que pueden hacer por ti” le dijo a Lady Callista. Y luego
agregó: “Ojalá nunca hubiera descubierto que éramos hermanas”.

La Comandante Rainstone había sido despedida por la Princesa Ariadne, la


difunta madre de Titus, después de que ésta atrapara a la Comandante
Rainstone husmeando en su diario personal, en el que registró todas sus
visiones proféticas. Ni Titus ni su madre habían sido capaces de dar sentido
a esta transgresión por parte de la Comandante Rainstone. Pero ahora Titus
estaba empezando a ver cómo la Comandante Rainstone podría haber sido
empujada ello, por una hermana que desesperadamente quería saber si
había profecías dentro de ese diario en relación con su hija.

—Nunca le dije a ninguna lo que había oído —continuó Haywood—. Pero


estoy bastante seguro de que dejaron de pasar tiempo juntas después de
eso, el asunto con Su Alteza fue probablemente el peso que rompió un
vínculo ya deshilachado.
87
Titus pensó. ¿Alguna vez había visto a Lady Callista y a la Comandante
Rainstone en el mismo lugar? Sí, lo había hecho, en la fiesta en el jardín en
la Ciudadela a la que Amara se había infiltrado. Pero las dos mujeres habían
estado separadas por la multitud, y la Comandante Rainstone era bien
conocida por su renuencia a asistir a las funciones sociales en la Ciudadela.

—Pero si ellas llegaron a reconciliarse en los años después de renunciar a


mi memoria, no puedo decirlo. Nunca he tenido ningún trato con Lady
Callista después de eso. E incluso con la Comandante Rainstone,
gradualmente nos apartamos, dados mis propios problemas.

Se hizo el silencio. Titus estudió al hombre que había sufrido tanto por su
devoción a Lady Callista. Podría culpar a Haywood por no haber atesorado
a Iolanthe tan bien como debió en esos últimos años de sus “problemas”, y
una versión más joven de sí mismo también podría muy bien haberlo hecho.

Pero, ¿cómo podría él, cuando le había hecho daño también? Tal vez más.

—Ella lo estima mucho, su pupila —le dijo al hombre viejo.

Haywood sonrió, la sonrisa de un hombre que trataba de contener las


mayores emociones.

—No acabo de merecerlo, pero estoy más allá de agradecido de que sea así.

—Y creo que prefiere más haber crecido con usted que con Lady Cal…

Llevaba la mitad de su colgante en el bolsillo del pantalón, envuelto en un


pañuelo. Incluso a través de la tela, la sensación de frío había sido
inconfundible. Pero de repente la temperatura del colgante cambió lo
suficiente como para que él se diera cuenta. Lo sacó de su bolsillo,
desenvolviendo el pañuelo con impaciencia.

La metálica mitad ovalada adentro apenas era más fría que la temperatura
ambiente.

Su ubicación había cambiado miles de kilómetros. ¿Qué pasó? ¿Atlantis la


había atrapado por fin? ¿Estaba de camino al Palacio del Comandante?

—¿Señor? —preguntó tentativamente Haywood.


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Titus se levantó de un salto. Había un mapa en la pared del apartamento,
un mapa no mágico. Los mapas no mágicos eran por su propia naturaleza
inexactos, pero aún debían tener una idea aproximada de su ubicación.

Apretó el colgante contra el mapa y recitó una larga cascada de hechizos.


Un punto apareció frente a la costa de Córcega.

—Qué demonios.

—Si se me permite, señor —dijo Haywood—. No he estado muy ocupado en


los últimos tiempos, por lo que he tratado de convertir este mapa en un
mapa de mago. Aunque me temo que mi exactitud deja mucho que desear.
Revela omnia.

Las líneas en el mapa se retorcieron y se movieron mientras reinos


continentales mágicos se apretaban a sí mismos en su lugar y masas de
tierra que nunca habían sido vistos por los ojos no mágicos aparecían en los
océanos.

Ahora el punto cayó en el centro del Canal Inglés.

Qué demonios.

Entonces recordó lo que había dicho Kashkari: En El Cairo hay un portal


unidireccional que mi hermano improvisó que va directamente a casa de la
Sra. Dawlish.

El olor de cal viva asaltó las fosas nasales de Iolanthe al momento en que
ella y Kashkari se materializaron en el abarrotado y oscuro cuarto de
escobas. Ella trató de teleportarse, con la mano de Kashkari en su codo. No
fueron a ninguna parte, la zona de no-teleportación seguía en su sitio.

Pisadas ya golpeaban en su dirección, rápidas y siniestras. Iolanthe y


Kashkari salieron del cuarto de escobas, ella invocó luz, él sacudiendo para
abrir una alfombra de repuesto.

El cuarto estaba lleno de bañeras, prensas de tela, y bastidores de secado.


No se molestó en probar la puerta o la ventana plana en lo alto de la pared.
El lavadero era una adición posterior de la casa, atrapado en un extremo.
89
Ella levantó la mano, y un rayo de luz se disparó y abrió un agujero en el
techo.

Se subieron a la alfombra y aceleraron hacia una llovizna y el frío de la


noche. Niebla cerrada, los vapores vagamente naranjas a la luz de las
farolas.

Las ventanas se abrieron en las casas vecinas. Una voz que sonaba muy
parecida a la de Cooper sonó.

—¿Qué está pasando? ¿Nos ha alcanzado un rayo?

Iolanthe cerró la mano. Toda la iluminación dentro de un radio de setenta


metros se desvaneció. La noche se volvió muy oscura.

—Dirígete hacia el oeste —le dijo a Kashkari.

La alfombra se deslizó a través de la noche, fuera de la ciudad en cuestión


de segundos; Eton era mucho más largo que ancho, y las casas de residencia
ya estaban cerca de su límite occidental. Iolanthe dejó que el fuego regresara
a las lámparas y apliques, éste no se metería con dispositivos que utilizaran
gas.

—¿Qué tan lejos al oeste? —preguntó Kashkari.

La pregunta dejó perpleja a Iolanthe. Ella se había teleportado muchas veces


a la fábrica de cerveza abandonada que albergaba la entrada sur al
laboratorio de Titus, pero nunca había viajado hasta allí por medios
convencionales. Ella, de hecho, no tenía una idea exacta de lo lejos que
estaba, o si incluso podía reconocer el lugar desde el exterior, en plena luz
del día.

Entonces lo sintió, la mitad del colgante sobre su persona se calentó


bruscamente.

—¡Titus está aquí!

Ella apretó el colgante en la mano de Kashkari.

—Sigue adelante en la dirección correcta y seguirá poniéndose más caliente.

La noche se volvió brillante como el día: había llegado un escuadrón de


carros blindados, haciendo brillar su luz dura e implacable en el campo. De
90
su abdomen metálico cayeron las cápsulas tamaño escritorio que habían
perseguido a Kashkari y Iolanthe por todo El Cairo.

En El Cairo habían tenido la ventaja del paisaje urbano. Aquí era abierto y
plano, sin lugares donde esconderse, y ni siquiera oscuridad para ayudarles
a desaparecer.

Ya, a pesar del viento desde atrás que le había aplicado a la alfombra, las
cápsulas se acercaban. Ordenó al suelo debajo de un grupo de árboles que
se soltara, izando los árboles con hechizos de levitación, y los envió hacia
las cápsulas.

Las cápsulas esquivaron sus misiles.

Invocó a las aguas del Támesis y erigió un muro de hielo. Un carro chocó
contra la pared, pero los demás se detuvieron a tiempo.

En lugar de levantar otra pared de hielo, desgarró la existente y lanzó


fragmentos tamaño peñasco a sus perseguidores. Dos de los carros fueron
alcanzados en el costado y salieron de su trayectoria. Pero el resto extendió
sus brazos mecánicos y ya fuera capturaron los trozos de hielo o les dieron
un manotazo a un lado.

Y había tantos de ellos, todo un enjambre. ¿Dónde estaba la fábrica de


cerveza? Si no la encontraban ahora, podía ser que nunca fueran capaces
de hacerlo.

Incluso más cápsulas cayeron del cielo, una tormenta de granizo


particularmente perniciosa. Sus largos brazos mecánicos se estiraban por
Iolanthe desde todas las direcciones, y Kashkari ya estaba volando lo más
bajo posible sin raspar el suelo.

—¡Haz algo! —exclamó Kashkari.

Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Miró a su alrededor violentamente y no


vio nada más que garras y vientres de metal.

—¡Telepórtense! —resonó la voz de Titus, clara como una campana de la


iglesia—. ¡Ya están fuera de la zona de no-teleportación!

La mano de Kashkari ya la había agarró del brazo. Ella cerró los ojos y pensó
en el interior de la fábrica de cerveza. En el instante siguiente ella y Kashkari
91
estaban estrellándose en el suelo de la fábrica de cerveza, lanzados contra
una pila de barriles viejos por la velocidad residual de su alfombra.

Antes de que hubieran llegado a una parada completa, ya estaban siendo


levantados a sus pies. Titus… ¡y el Maestro Haywood!

—Vengan. ¡De prisa!

La puerta del laboratorio estaba abierta, la luz se derramaba hacia fuera del
interior familiar, con su larga mesa de trabajo y paredes tras paredes de
estanterías y armarios. Ellos corrieron a su interior. Titus entró de último,
cerró la puerta y gritó:

—¡Extinguatur ostium!

Iolanthe se aferró a Titus, toda su persona temblando, su respiración en


resoplidos y silbidos. Él casi la aplastó en sus brazos.

—La Fortuna me proteja —dijo, con la voz ronca—. Por un momento pensé
que te tenían.

Ahora ella estaba abrazando al Maestro Haywood. Él la besó en la cara y le


acarició el cabello.

—Pensé que tenía que haber algo de magia de archivo que podía manejar.
Pero me quedé completamente en blanco. Estaba estúpidamente asustado.

—Estamos bien —respondió ella, jadeante—. No se preocupe. Estamos bien.

También abrazó a Kashkari, quién, como ella, todavía estaba jadeando.

—Ese fue un muy buen vuelo, hombre. Nos has salvado.

—Pensé que habíamos acabado. Pensé que era como…

Él dejó de hablar abruptamente. Un malestar que se estaba volviendo


demasiado familiar arremolinándose alrededor de su corazón, pero él sólo
se llevó la mano a la sien y con cautela sintió alrededor del corte que debía
ser el resultado de haberse estrellado de frente contra un barril de sidra.

Titus ya había humedecido un paño con un poco de poción. Le ordenó a


Kashkari que se sentara.
92
—¿Y tú estás bien? —le preguntó a Iolanthe mientras limpiaba la herida de
Kashkari—. ¿Algún dolor de cabeza, náuseas o debilidad?

—Estoy bien. ¿Seguro que todas las conexiones entre la cervecería y el


laboratorio se han roto?

—Sí. —Cuando él hubo colocado un vendaje en la sien de Kashkari, extrajo


varios viales de varios cajones y se los entregó a Iolanthe—. Toma esto para
estar seguros. No se suponía que te teleportaras dentro de siete días de
cualquier traumatismo suficientemente grave como para requerir panacea.

Ella se había olvidado de eso completamente. Después de que había vertido


los remedios por su garganta, el Maestro Haywood una vez más la rodeó con
sus brazos, su corazón latía a un ritmo entrecortado contra su pecho.

—La Fortuna me proteja. Creo que todavía estoy estúpidamente asustado.

—Estoy a salvo ahora. Todos estamos a salvo.

En el interior del espacio doblado que ocupaba el laboratorio, no podían ser


rastreados o encontrados.

Eventualmente se soltó del Maestro Haywood y le presentó a Kashkari.


Todos los hombres se dieron la mano.

—¿Qué pasó? —preguntó Titus—. ¿Cómo te encontró Atlantis?

Iolanthe desenterró una Validus carbonizada, se la pasó a Titus, y contó de


nuevo la anomalía que involucraba las coronas de diamantes con
incrustaciones a lo largo de la longitud de la varita espada.

La expresión de Titus se volvió sombría.

—A menos que esté muy equivocado, Atlantis ahora tiene acceso a la varita
hija de Validus.

—¿Qué es eso? —dijeron los demás al unísono.

—La mayoría de las varitas espada vienen en pares, una varita madre y una
varita hija. La varita hija no es particularmente notable, no amplifica el
poder de un mago más que una varita ordinaria, pero le hace heredar las
propiedades de la varita madre si ésta es destruida.
93
»Cuando Hesperia la Magnífica tuvo a Validus, hizo modificaciones a su
varita hija, por lo que podría ser utilizada para rastrear a la varita madre.
Debido a esto, la varita hija de Validus se mantiene en un lugar secreto, que
no debe utilizarse a menos que la persona que empuña a Validus se
considere muerto o capturado.

—Pero no es ninguno de los casos —dijo Iolanthe.

—Trata de decirle eso al regente. —Frunció el ceño—. Ahora que lo pienso,


no estoy seguro de que Alectus sepa esto en absoluto. Alguien como la
Comandante Rainstone es más probable que esté en posesión de esos
conocimientos.

—¿Puedes preguntarle a Dalbert para averiguar? —Fue por eso que los
había dejado en el primer lugar, para recuperar lo que el espionaje de
Dalbert podría haber reunido.

—Has eso —dijo Titus—. Voy a ir a buscar un poco de agua para el té.

—Seguramente se me permite ir a buscar agua para usted, señor —dijo el


Maestro Haywood.

—Está oscuro afuera. Usted no será capaz de encontrar el pozo.

Incluso Iolanthe no sabía dónde estaba el pozo, siempre que llegaba al


laboratorio, la tetera estaba siempre llena. Y luego, ante la cara de confusión
del Maestro Haywood, explicó:

—El príncipe no va a volver al lugar de donde venimos. El laboratorio


también está conectado con un faro en el extremo norte de Escocia.

Ella escribió un mensaje en la bola que Titus utilizaba para comunicarse


con Dalbert. Luego insertó una hoja de papel debajo, para recibir cualquier
mensaje que este último pudiera haber enviado durante su tiempo en el
desierto. Las teclas repiquetearon.

Mientras desenrollaba el papel hacia afuera. Titus regresó.

—Hay una tremenda neblina afuera. Caminé junto a la bomba dos veces
antes de encontrarla.

Puso el agua a calentar, leyó el mensaje con ella y transmitieron lo que


aprendieron a Kashkari y al Maestro Haywood.
94
—Hubo una reunión del regente y sus consejeros más cercanos la noche
que Fairfax y yo nos encontrábamos en el desierto, la noche que convoqué
al fénix de guerra. Ha habido reuniones frecuentes desde entonces, entre el
regente y sus consejeros, y entre el regente y el actual Inquisidor.
Aparentemente Lady Callista todavía está siendo mantenido cautiva en la
Inquisición.

El Maestro Haywood colocó sus manos juntas sobre el escritorio. Iolanthe lo


reconoció como una señal de nervios de su parte, después de todo este
tiempo, todavía se preocupaba por Lady Callista.

—Sí amenazan su seguridad, el regente se asegurará de darles lo que


quieren.

¿Había una pista de lástima en los ojos de Titus mientras miraba hacia el
Maestro Haywood?

—Ese es un punto de vista romántico. Me temo que el regente les habría


dado lo que quisieran incluso si Lady Callista estuviera perfectamente a
salvo, por naturaleza Alectus disfruta durante mucho tiempo el reflejo del
poder. No tiene en él la voluntad para negar cualquier petición que haga
Atlantis.

Kashkari frunció el ceño.

—¿Eso es todo lo que tu maestro espía tiene que contar?

—Hay un poco más. Nada ha sido dicho al público todavía. Y mis súbditos
no tienen sospechas particulares por el momento, dado que típicamente no
hago apariciones en la capital. Todavía creen que estoy en mi refugio de la
montaña, estudiando como un buen princesito.

Titus miró hacia Kashkari.

—Pero tienes razón. Había esperado algo más grande para ahora. Ahora me
pregunto si mi maestro espía estará en custodia.

—¿Entonces qué vamos a hacer ahora? —preguntó Kashkari.

La tetera cantó. Titus hizo té y pasó galletas de una lata.

—Arreglamos que todos tengan un lugar para dormir. El faro tiene un par
de habitación para los comisionados visitante y viajeros varados por el mal
95
clima. Parece que una de las habitaciones ya está tomada. Dado que la
señorita Seabourne todavía debería refrenarse de montar, tanto como sea
posible, recomiendo que la dejemos tomar el cuarto que queda. Los
caballeros se pueden quedar en el hostal en Durness, a veinte kilómetros de
distancia.

Los caballeros murmuraron su asentimiento.

Bebieron su té. Kashkari y Titus discutieron las cápsulas blindadas,


mientras Iolanthe le preguntaba al Maestro Haywood sobre su vida en Paris.

—Me he hecho bastante asiduo a la panadería alrededor de la esquina. Sus


mil hojas me recuerdan a aquellos que solíamos comprar en la tienda de la
Sra. Hinderstone. ¿Recuerdas la tienda de la Sra. Hinderstone?

—Por supuesto —dijo ella—. Era uno de mis lugares favoritos en Delamer.

—Hay un letrero ahí que te encantaba, dejado de cuando el lugar era una
librería.

—Libros de Artes Oscuras pueden ser encontrados en el sótano, gratis. Y si


ubicas el sótano, amablemente alimenta al monstruo fantasmal dentro.
Saludos, E. Constantinos.

—Sí, ese. Siempre te reías de él. Siempre entendiste que era un chiste.

Él sonrió ante el recuerdo de la pequeña niña que había sido. Su pecho se


apretó.

—¿Te gustaba ir ahí porque ahí fue donde conociste a Lady Callista?

—No, iba porque amaba la forma en que tu rostro se iluminaba cuando


cruzabas ese umbral. Había otros lugares que vendían comida similar, pero
la de la Sra. Hinderstone era la única para ti. Y siempre te gustaba sentarte
en la misma mesa junto a la ventana y observar a todos caminando en la
University Avenue.

—Algún día regresaremos ahí —dijo ella impulsivamente—. Algún día


cuando todo esto esté detrás de nosotros, le pediremos a su alteza una
exoneración especial para regresarte tu antiguo profesorado. Entonces
puedes enseñar ahí de nuevo y tal vez incluso pueda tomar algunas de tus
clases, si puedo lograr que me admitan.
96
—Tengamos una exoneración especial para eso también —dijo el Maestro
Haywood, metiéndose en el espíritu de las cosas.

Ella rio.

—Y también tendremos nuestra vieja casa de vuelta. Y será como si… como
si…

Se dio cuenta de cuán tonta debía sonar. ¿Cómo podían fingir como si nada
hubiera cambiado cuando ambos sabían ahora que el acuerdo que ella había
encontrado tan maravilloso, había sido la fuente de tanto dolor y confusión
para él?

Su guardián colocó su mano sobre su hombro.

—Sí, lo haremos, si es posible. Esos fueron algunos de los días más felices
de mi vida. Estaría encantado de regresar al Conservatorio, regresar a la
antigua casa, excepto que esta vez contigo crecida y asistiendo a mis clases.

Ella tomó su mano en las suyas, superada por alegría y tristeza.

—Gracias. Me encantaría eso.

No dijeron nada más por un rato. Se dio cuenta que el laboratorio se había
quedado en silencio, que tanto Titus como Kashkari los miraban fijamente,
el primero con melancolía, mientras que el segundo…

Kashkari la miraba con aflicción.

Él rápidamente se giró hacia Titus.

—Han sido unas largas veinticuatro horas y estoy agotado. ¿Es posible ir
pronto al hostal?

—Por supuesto. Te llevaré ahí. Maestro Haywood, es bienvenido a


permanecer aquí por tanto tiempo como quiera. Puedo regresar por usted
más tarde.

El Maestro Haywood se levantó.

—No, señor. Ya ha viajado mucho por este día. También iré.

Abrazó a Iolanthe de nuevo.


97
—Estoy tan contento que estés a salvo.

Ella lo besó en ambas mejillas.

—Igualmente. Hasta mañana.

Con el Maestro Haywood y Kashkari esperando afuera, Titus besó a Iolanthe


en la frente.

—Traeré algo de sopa para ti —prometió.

—Ya comí —le recordó.

—Lo sé —murmuró.

Y la besó de nuevo antes de irse.

El hostal era simple, casi crudo, pero era cálido por dentro y la comida
decente, Titus podía testificar por la calidad de la cocina, dado que había
comprado la sopa ocasional y el sándwich del lugar.

Se estaba volviendo tarde. El propietario informó a sus nuevos huéspedes


que mejor se apuraran si querían algo para comer. Haywood hizo una
reverencia a Titus y salió rápidamente hacia el bar.

—¿Pondrías algo de comida en una canasta para mí? No tengo hambre


ahorita, pero podría tener ganas de comer algo más tarde —dijo Titus al
propietario.

—Eso puede hacerse —dijo el hombre en su grueso acento escocés—. ¿Lo


quiere en su habitación, señor, o esperará por él?

—Esperaré por él.

—¿Algo para usted, joven? —preguntó el propietario a Kashkari.

—No, gracias. Estoy bien. —Kashkari se giró hacia Titus—. ¿Puedo hablar
contigo?

Algo sobre la solemnidad de Kashkari hizo que el estómago de Titus se


hundiera.

—Sí, por supuesto.


98
Salieron del hostal, que estaba envuelto en niebla. Kashkari estableció un
círculo de sonido. Titus metió sus manos a sus bolsillos y se obligó a no
estremecerse, lo que apenas fue suficiente ropa en Paris se sentía como
hojas de papel en el frío casi ártico de la punta más al noroeste de Escocia.

Kashkari se había cambiado a un conjunto de ropa adicional de no mago de


Titus en el laboratorio. También debía estarse congelando, pero parecía no
sentir los dientes del viento.

—Antes que dejaras Luxor hoy, me preguntaste si había tenido algún sueño
profético sobre el que debieras saber.

—Y dijiste que me dirías si lo tenías.

En la débil luz proyectada por una linterna que colgaba sobre la puerta, los
rasgos de Kashkari entraban y salían de la niebla.

—Tuve un sueño esta mañana.

Los vapores penetraron a través de todas las capas de la ropa de Titus para
envolverlo en su amargo abrazo.

—Eso pensé.

—No fue un sueño feliz y me desperté esperando que se desvaneciera de la


memoria, algunas veces tengo pesadillas, justo como cualquier otra
persona. Un sueño ordinario desaparece con el tiempo, pero un sueño
profético solo crece en claridad y detalle. —Kashkari raspó la parte inferior
de su bota contra el corto césped debajo de sus pies—. Éste no se
desvaneció.

Tan frío, y haciéndose más frío a cada segundo.

—Soñaste la muerte de alguien, ¿cierto? —se escuchó preguntar Titus.

Kashkari fue tomado por sorpresa.

—¿Cómo adivinaste?

En lugar de la niebla, Titus vio el campus del Conservatorio de Artes y


Ciencias Mágicas. Los estudiantes en la University Avenue. Las torres de las
campanas. Un terreno abierto del gran césped. Vio a Fairfax sentándose en
una manta bajo el árbol de borrajas. El árbol estaba florecido, lleno de
99
pétalos del rosa más deslavado. Cada vez que una brisa soplaba, pequeñas
flores se deslizarían hasta su manta, sus hombros, su cabello.

Él nunca se sentaría ahí con ella. Nunca compartirían una canasta de un


día de campo de donde la Sra. Hinderstone. Y nunca sabría cómo luciría ella
en diez, veinte, treinta años.

—Esa muerte ha sido profetizada desde hace tiempo —dijo él—. Y la persona
en cuestión lo ha sabido por años.

Kashkari lució tanto incrédulo como aliviado.

—¿Estás seguro?

—Lo estoy.

—Pero… pero escuché a Fairfax hablar con su guardián justo ahora, y no


sonaba como si tuviera la más ligera idea.

Por el tiempo más largo, las palabras de Kashkari se filtraron entre ellos, sin
tener ningún sentido en absoluto. Entonces de repente Titus tenía sus
manos sobre las solapas de Kashkari, casi levantándolo del suelo.

—¿Qué dijiste? ¿Qué quieres decir con que Fairfax no tiene la más ligera
idea? ¿Qué tiene que ver con los sueños proféticos sobre la muerte y morir?

Kashkari lo miró fijamente.

—Pensé que dijiste que sabía.

Titus tropezó un paso hacia atrás. Luego otro.

—¿Viste a Fairfax? ¿Fairfax?

La voz de Kashkari se quebró.

—Me temo que sí. Lo siento.

—¿Dónde? ¿Dónde estaba ella? —Titus estaba gritando, pero solo podía
escucharse a sí mismo sobre el rugido en su cabeza.

—Yacía sobre un piso de mármol con incrustaciones de los diseños de


remolinos Atlantes.

—¿Cómo sabes que estaba muerta? Podía sólo estar inconsciente.


100
—Tú también estabas en mi sueño. Estabas sacudiendo tu cabeza, con
lágrimas en tus ojos.

Titus no podía respirar. En su mente vio el Conservatorio de nuevo. Los


estudiantes, las torres de las campanas, el gran terreno, el encantador árbol
de borrajas floreciendo. Pero ahora la manta debajo del árbol estaba vacía.

Kashkari todavía estaba hablando, o al menos sus labios se movían. Pero


Titus no escuchaba nada.

Todo lo que quería era que ella pasara a través de todo ilesa, tuviera una
maravillosa vida, rodeada de amor y risas. Todo lo que quería era una sola
esperanza para iluminar su camino, cuando toda la ambición y coraje
hubieran fallado.

Él levantó una mano. Los labios de Kashkari se dejaron de mover. Miró


fijamente a Titus, sus ojos oscuros con pena.

Pero sólo estaba perdiendo a un amigo. Titus estaba perdiéndolo todo.

La pesada puerta del hostal se abrió. El propietario se asomó, una canasta


en su mano.

—Me voy a la cama. ¿Algo más que necesiten, caballeros?

Titus tomó la canasta y sacudió su cabeza. El propietario desapareció en el


cálido interior de su establecimiento, a su pacífica y ordinaria existencia.

—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó Kashkari, su voz apenas audible.

Además de achicarse, ¿qué podría hacer alguien cuando el tacón de la bota


del destino descendía?

Titus se fue sin otra palabra.

Se materializó de nuevo en Cabo Wrath y se quedó de pie en la niebla,


temblando.

El fuerte olor del mar quemaba sus pulmones con cada respiración. El
invisible Atlántico chocaba contra las puntas, ola tras ola incesantemente.
Sobre su cabeza, los rayos del faro cortaban fantasmales trazos a través del
101
espeso vapor, una severa advertencia para los navíos para mantenerse
alejados de los engañosos riscos.

Toda su vida él había sido dirigido hacia tales engañosos riscos. Pero de
alguna manera se las había arreglado para engañarse a sí mismo de que ella
evitara ese fatal choque, extendería sus alas a tiempo para salvarse y
elevarse por encima.

La había dotado de toda la inmortalidad que deseaba poder poseer. Pero ella
sólo era carne y sangre. Podía demasiado fácilmente tropezarse y caer, sus
ojos en blanco, sus extremidades sin vida.

Y lo haría.

Él quería desesperadamente sostenerla en sus brazos, sentir el latido de su


corazón y el calor de su piel. Pero no podía hacer que sus pies se movieran,
aunque estaba congelado hasta los huesos, apenas capaz de sentir los dedos
apretados alrededor del asa de la canasta.

Aquí afuera todavía estaba en un aturdimiento, todavía entumecido con


sorpresa e incredulidad. Al momento en que la viera se desmoronaría en
pedazos.

Una puerta se abrió en la base rectangular del faro, donde los huéspedes
estaban localizados. Luz se derramó hacia afuera, delineando una figura en
la puerta, echando un vistazo. Era ella, revisando su regreso,
preocupándose porque hubiera tomando tanto tiempo.

No podía enfrentarla. No podía enfrentar la rabia y la pena que estaban


empezando a pulsar en sus venas. No podía enfrentar un futuro en qué sólo
viviera por obligación, no después de haber sabido al fin lo que era tener
esperanza con cada respiración y con cada pensamiento.

Levantó su varita y apuntó a su cabeza. Era la más cobarde de las


elecciones. Pero se permitiría esto: algunas horas libres del conocimiento de
la muerte inminente de ella.

Algunas horas para él, ella y un futuro que incluía días soleados debajo de
un árbol de borrajas floreciendo, con amigos por llegar en cualquier
momento.
102

CAPÍTULO 8
Traducido por martinafab

Corregido por Mari NC

I olanthe estaba debatiéndose si despejar la niebla para poder ver más


lejos cuando Titus emergió de los vapores arremolinándose.

Ella corrió hacia él.

—¿Qué te tomó tanto tiempo? La fortuna me proteja, tus manos están


heladas. ¿Dónde has estado?

Sus labios también estaban helados cuando se presionaron contra su


mejilla.

—Lo siento. Sólo estuve de pie afuera.

Ella tiró de él y cerró la puerta con fuerza; sus dientes castañeteaban.

—¿Por qué? ¿Qué te dijo Kashkari?

Él se apoyó contra la puerta, con los ojos medio cerrados.

—Me dijo lo que vio esta mañana en su sueño profético.

El corazón de ella se detuvo.

—¿Qué dijo?

Titus exhaló lentamente, con cuidado.

—He suprimido ese recuerdo por ahora. Volverá mañana, pero por el
momento no tengo idea de lo que dijo.

El único otro recuerdo que había suprimido alguna vez se refería a los
detalles de la profecía acerca de su muerte. Se sentía mareada, como si
estuviera de pie en el borde de un abismo, y sus profundidades sin fondo la
atrajeran hacia adelante.
103
Sus dedos se cerraron alrededor de su los de él, tan fría su mano. Ella ignoró
el clamor terrible en su cabeza y tiró de él por el pasillo hacia el baño.

—Hay un baño de asiento en el interior. Ya lo llené de agua caliente. Entra


y entra en calor.

—Probablemente la hayas llenado para ti misma. No quiero quitarte tu baño.

Ella indicó el pijama que llevaba, incluso desde que habían comenzado a
prepararse para dejar de la escuela en un santiamén, el laboratorio se había
vuelto mucho mejor equipado con suministros tales como comida, ropa de
cama y ropa de repuesto.

—Tuve mi baño; ve a descongelarte.

El interior del baño soltaba vapor, un eco de las condiciones externas,


excepto que era cálido y olía al puñado de musgo de plata seca que ella
había encontrado en el laboratorio y echado en el agua.

—Lo siento —dijo él, mientras estaban de pie a cada lado de la puerta—.
Siento traer noticias terribles sin ser lo suficientemente valiente como para
decirte qué son.

Los estragos del desierto estaban todavía en él. Sus ojos estaban hundidos,
sus mejillas de igual manera. Su corazón se rompió.

—No pensemos en ello.

—¿Cómo? ¿Cómo no piensas en un desastre inminente?

Ciertamente, cómo. Ella puso su mano en su solapa, la lana todavía húmeda


de la niebla.

—¿Recuerdas la razón por la que hice bajar mi primer rayo en Little Grind-
on-Woe?

—Dijiste que estabas tratando de corregir un lote de elixir de luz que había
sido arruinado.

—Me ofrecí para hacer el elixir de luz para una boda, y no por la bondad de
mi corazón, claro está. Los aldeanos se quejaban del Maestro Haywood,
porque no era un muy buen maestro de escuela para sus hijos. Y yo
esperaba que al hacer todo lo posible para la boda de Rosie Oakbluff, su
104
madre, que tenía el poder de despedir al Maestro Haywood, le permitiría
permanecer en el puesto hasta después de los exámenes de calificación para
las academias superiores.

»Excepto que no había sido instruida adecuadamente desde que entramos a


Little Grind. Con suerte podría pasar los exámenes de calificación, pero la
posibilidad de que los hiciera lo suficientemente bien como para optar a una
subvención era casi nula. Nuestras finanzas estaban bastante agotadas a
esas alturas; sin una beca de tamaño considerable, una academia de
educación superior hubiera estado más allá de nuestras posibilidades.

Y ninguna universidad miraría a un candidato que no hubiera pasado por


el programa de preparación rigurosa de una buena academia superior.

—Pero todos los días, después de haber terminado de enseñar a los


estudiantes del Maestro Haywood, después de que corregía sus tareas, les
pusiera nota a sus exámenes, y me preparara para la práctica del día
siguiente, me sentaba en mi escritorio y me quedaba mirando un viejo
calendario lleno de imágenes del Conservatorio. Y luego estudiaba durante
las horas que quedaran del día.

»Llené a la Sra. Oakbluff con favores e incluso fui tan lejos como para hacer
descender un rayo para revivir el elixir de luz plateado para la boda de su
hija, todo por algo que era esencialmente desesperanzador desde el
principio. —Ella sonrió—. ¿Suena familiar?

Él la miró, con los ojos solemnes y hermosos.

—Un poco.

—Es lo mismo aquí. Lo más probable es que las profecías lleguen a suceder,
pero no voy a conceder nada hasta entonces. No voy a desesperar ahora
porque puede que una sombra caiga mañana. —Le tocó el cabello, también
húmedo de la niebla—. O tal vez ya he desesperado y he decidido que, si
bien la desesperación está bien como una indulgencia ocasional, no puede
ser servida tres veces al día.

Él la tomó de la mano y apretó sus dedos en sus labios.

—¿Es tan simple como eso?


105
—¿Qué? ¿Una gran porción de terquedad más una rociada suave de locura?
Por supuesto. Si necesitas más de cualquiera de los dos, estoy segura de
que podemos encontrar un poco en el laboratorio. —Ella le dio un beso en
la mejilla—. Ahora entra a esa bañera antes de que el agua se congele.

Ella llevó la canasta de productos alimenticios de vuelta al laboratorio.


Contenía un frasco de sopa, sándwiches, y un flan. Una sólida comida
inglesa, y excepto por el frasco de sopa, todo frío como una piedra. Volvió a
calentar todo lo mejor que pudo, observando sus llamas con cuidado para
asegurarse de que no quemaban el pudin o lamían los sándwiches.

Un segundo después estaba sollozando, postrada sobre la mesa de trabajo,


el dolor inundándola como una tormenta de olas, cada ola más implacable
que la anterior.

Cuán trastornada había estado, creer que ella podría hacer la diferencia.
Que por sí sola podría salvarlo de la ruina. Y cada vez que habían engañado
a la muerte, cada vez que habían salido ilesos de una situación imposible,
su creencia se había hecho más fuerte. ¿Por qué debería haberle sido dado
el control de la chispa divina, si no era para desafiar a tal mala suerte
escrita?

¿Qué había previsto la Princesa Ariadne? ¿Qué terrible detalle había


añadido el sueño de Kashkari a ese futuro inevitable? ¿La habían visto
arrodillada junto a su cuerpo sin vida, gritando de rabia e inutilidad?
¿Mencionaron que destruiría todo en su camino después, dejando nada más
que fuego y ruina?

Una mano se posó en su hombro.

—Tengo a la terquedad y a la locura juntas en este estante aquí. ¿Cuál era


el que no podías encontrar?

Al sonido de su voz, su llanto sólo se hizo más incontrolable.

—¿También tienes un frasco de ilusión? Se me han agotado todos los míos.

Él la levantó de la mesa de trabajo.


106
—No, me he quedado sin ilusión extra. Pero me queda un poco de sentido,
si lo quieres.

—¿Qué es eso?

Él le secó la cara llena de lágrimas con un suave pañuelo.

—No deberías desesperarte ahora porque puede que una sombra caiga
mañana.

Más lágrimas corrieron por su rostro.

—La fortuna me proteja. ¿Dónde he oído esa vieja historia antes?

—Una maga chiflada me la contó antes de ir a mi baño. Tal vez la has


conocido: una chica hermosa, pero da miedo; te electrocutará si no tienes
cuidado.

A su pesar, sintió sus labios curvarse en el comienzo de una sonrisa.

—Y, ¿qué haces para asegurarte de que no te electrocute?

—Le distraigo con toneladas de pétalos de rosa. A ella le encanta ese tipo de
basura sentimental.

Ella resopló. Los pétalos de rosa habían sido algo así como una broma entre
ellos desde el comienzo del Periodo de San Miguel, excepto que ella había
sido la que lo ridiculizaba a él por utilizarlos como una abreviatura para el
romance.

—¿Quieres ver algunas de las otras distracciones que había preparado, para
que no me hiriera?

—Déjame adivinar: ¿la luna y las estrellas?

—Lo suficientemente cerca. —Se dirigió a un armario cerrado con llave, lo


abrió y extrajo una esfera del tamaño de la bola de nieve que Cooper tenía
en su habitación en casa de la Sra. Dawlish. Oscureciendo la luz en la
habitación, dijo—: Astra castra.

La esfera se abrió de golpe. Diminutas estrellas innumerables surgieron y


flotaron en el aire, como un exceso de polvo mágico. Poco a poco, las
107
pequeñas estrellas se organizaron en la forma familiar y brillante de la Vía
Láctea.

Ella contuvo la respiración: la galaxia en miniatura era una belleza


cautivadora.

Pero muy pronto, las estrellas desaparecieron.

Luego le dio fuegos artificiales, diminutas, pero aun así intrincadas llamas.
Después de eso, una pequeña y brillante semilla que se convirtió en un
brote, un retoño, y luego en un largo y maravilloso árbol, el susurro de sus
tiernas hojas verdes como la música, el vaivén de sus ramas liberando una
suave lluvia de diminutos pétalos de plata.

—Siempre te imagino sentada debajo de un árbol como este en un día


caluroso, en el gran jardín del Conservatorio, con un cartucho de helado
piña-melón de la Sra. Hinderstone a tu lado.

Ella sacudió la cabeza.

—No hay árboles en el gran jardín.

—Ahora me lo dices. Está bien entonces, será mejor que ordene que planten
uno, para que esté allí cuando seas una estudiante en el Conservatorio.

—¿Se parecerá a este? —Ella levantó el rostro para echar un último vistazo
al pabellón verde, que ya estaba desapareciendo.

—Sí, por supuesto.

Ella le devolvió la mirada. Hasta este momento, no se había dado cuenta del
pijama que llevaba. Lo había visto a medio vestir un par de veces, pero
nunca lo había visto vestido de manera informal. Sin importar qué tan
temprano llegara a su habitación para sus sesiones de entrenamiento por la
mañana en el Crisol, siempre estaba ya en su uniforme escolar.

Él devolvió a la luz del laboratorio su brillo normal, y ella vio que el pijama
era de franela de aspecto suave y de color azul oscuro, con el botón superior
de la camisa desabrochado. El corazón le dio un vuelco: no podía apartar la
mirada de la piel que un botón abierto exponía.

Y no quería.
108
—Bésame.

Él tomó un bonito frasco de vidrio del gabinete. El frasco estaba lleno de


dulces. Él abrió el frasco y lo tendió hacia ella.

—Prueba uno.

Ella se puso un bombón de rayas verdes en la boca. Y cuando la besó, el


bombón se fundió con una explosión de frescura: menta, albahaca, y una
pizca de musgo plata. Pero fue él quien le aceleró el pulso: sus manos en su
cabello, los tendones de sus brazos por debajo de sus dedos, el aroma de
jabón de peras que aún se aferraba a su cabello y piel.

—¿Qué piensas? —preguntó él en voz baja, sus ojos oscuros.

Sus dedos jugaron con el segundo botón de la camisa de su pijama.

—¿Los hiciste tú mismo?

—Se los robé todos a Lady Callista el verano pasado. ¿Quieres otro?

Ella colocó una pastilla iridiscente, casi como el cristal, en su lengua. Era
frío como el mármol y también sabía así. Ella abrió ese segundo botón de la
camisa del pijama y presionó la yema del dedo contra su piel.

Él contuvo el aliento y la besó tan profundamente que su cabeza dio vueltas


y el sonido de campanas de viento distantes hicieron eco en sus oídos.

—Abre los ojos —murmuró él.

Ella lo hizo de mala gana y vio que estaban de pie bajo un arco iris. Y el
tintineo suave de las campanas de viento aún vibraba en el aire, cada vez
más débil mientras el arco iris se desvanecía.

Estaban presionados juntos de los hombros hasta las rodillas. Él le tocó la


oreja con los labios, enviando una corriente eléctrica a través de ella.

—¿Todavía piensas que los pétalos de rosa son una idea terrible?

Ella le rodeó la muñeca con sus dedos, su pulso era tan errático como el de
ella.

—Usted, Su Alteza, está hecho de clichés.


109
—Mmm. ¿Entiendo que no quieres que haga que lluevan corazones y
conejitos?

—¡Por supuesto que quiero ver algo tan ridículo!

Él se adentró más en el armario y extrajo otra esfera.

—Delectatio amoris similis primo diei verno.

El deleite del amor es como el primer día de la primavera.

La esfera se abrió. No emergieron corazones o conejitos, sino cientos de


mariposas brillantes, que revolotearon alrededor del laboratorio, aterrizando
en vasos y tiradores antes de desvanecerse, dejando tras de sí un brillo en
colores pastel en el aire y una fragancia apenas perceptible, como el de las
flores del prado empapadas en brillante luz del sol.

Ella medio rio, atrapada entre la naturaleza absurda sentimental del cuadro
y su sinceridad innata y descarada. Se rio de nuevo, sólo para encontrar sus
ojos una vez más escociendo de las lágrimas.

Ella tomó su cara entre las manos.

—No hiciste que llovieran corazones y conejitos.

—La próxima vez —murmuró él—. ¿Puedo pasar la noche aquí, contigo?

El corazón le dio la vuelta.

—Pensé que nunca lo preguntarías.

—Por cierto, Su Alteza, mintió —dijo, mucho más tarde, con la cabeza en su
hombro.

Él entrelazó sus dedos.

—Mmm, impactante. ¿Sobre qué mentí esta vez?

—Sobre que había ocupantes en una de las salas del faro. No hay nadie
aquí, excepto nosotros.
110
—Un resultado más deseable. —Él levantó su mano y la besó en la parte
posterior de la misma—. ¿Estás segura de que no hay árboles en el gran
jardín del Conservatorio?

—Ninguno cuando vivía allí.

—Voy a necesitar pretender que algunos habían sido sembrados en los años
desde que te fuiste.

Se volvió hacia él y pasó los dedos a lo largo de su brazo.

—¿Alguna vez has visitado el Conservatorio?

—No, sólo lo he visto en fotos. En general pasé muy poco tiempo en Delamer.
La mayor parte de mi infancia fue en las montañas.

—¿Cómo fue, vivir en las montañas?

—Era mi hogar. Durante mucho tiempo no me daba cuenta de que no todo


el mundo vivía en un castillo, y que no todos los castillos estaban en una
cadena de montañas que se movía. ¿Alguna vez tuviste una visión de la
terraza superior del castillo?

La primera vez que había visitado el castillo, había estado en la forma de un


canario. Por lo general, los magos no retenían los recuerdos del tiempo que
pasaban en forma de bestia, bajo un hechizo de transformación. Pero ella lo
hizo en esa ocasión en particular, porque entonces habían estado unidos
por un juramento de sangre.

—Sí, lo vi mientras tú estabas caminando por un pasillo con arcos abiertos


que llevaban a la terraza. Tenía un hermoso jardín.

—Está a varios metros por encima del nivel del patio del castillo. Mi madre
y yo solíamos estar de pie en la balaustrada y pretender que el jardín estaba
en el cielo, vagando, porque podíamos ver las montañas moverse. Le
encantaba ese jardín, y muchas veces me la encontraba sentada bajo una
pérgola cubierta de enredaderas. Esa vid daba pequeños racimos de flores
de oro, y los utilizaba para hacer aros de ellos para llevar como coronas.

En las salas de enseñanzas del Crisol, cada príncipe o princesa gobernante


desde Titus III tenía un salón de clases propio. El interior del de Titus VII
111
era un jardín, con vides anudadas en intrincados patrones arabescos en las
paredes, y propagándose en un dosel precioso.

—Tu salón en el Crisol, hiciste que se pareciera al lugar favorito de tu madre


en la terraza.

—Lo hice. Tuvimos algunas horas maravillosas allí. —Él se pasó los dedos
por el cabello—. ¿Tuviste un jardín propio?

—El Conservatorio proporciona alojamiento a los miembros de la facultad.


Eran casas pequeñas construidas en una fila. En la parte delantera apenas
hay espacio suficiente para un camino de césped y dos rosales. En la parte
trasera la vista es muy bonita, pero la tierra cae demasiado en vertical para
la jardinería.

»Pero detrás de la biblioteca de la facultad, hay un jardín abierto sólo a los


profesores y sus familias. Y en este jardín, hay una fuente. Cuando el
Maestro Haywood tenía que hacer algún trabajo en la biblioteca, yo leía en
un rincón del jardín. Y a veces jugaba con el agua de la fuente y hacía que
pareciera para los que estaban dentro de la biblioteca que había empezado
a llover.

—Siempre supe que eras mala.

—Oh, hasta la médula.

Permanecieron en silencio un minuto. Entonces la hizo girar hacia él y la


besó suavemente.

—Ojalá esta noche durara para siempre.

—Un momento de gracia hace eco en la eternidad —citó al Canon Angelical.

Él tomó su rostro.

—Tú has sido todos mis momentos de gracia.

Su corazón se encogió.

—¿Por qué hablas como si esta ya fuera nuestra última hora juntos?

—Debido a que en nuestra última hora juntos podría no estar en


condiciones de decirte que eres lo mejor que me ha pasado.
112
Ella no quería que la realidad se entrometiera, pero la realidad siempre
estaba justo fuera de la ventana, golpeando.

—De acuerdo entonces. Esto es lo que he estado guardando para el final: no


tengo arrepentimientos, ninguno en absoluto.

Él la miró.

—¿En serio?

—Bueno, excepto la lluvia de corazones y conejitos. Me hubiera gustado ver


eso.

Él pensó por un momento, luego se levantó, una sábana envuelta alrededor


de sí mismo, y salió de la habitación. Cuando regresó, tenía dos esferas más
de nieve del tamaño de un globo. Y cuando las hizo funcionar, llovieron
corazones y conejitos.

Ella rio hasta que apenas pudo respirar. Hasta que las lágrimas una vez
más amenazaron con caer. Lo atrajo de nuevo a sus brazos y lo apretó con
fuerza.

—Ahora de verdad que no tengo ni un arrepentimiento. Ni uno solo.

La memoria regresó como siempre, un asalto a la mente.

Titus no gritó. No golpeó los muebles. No se desmoronó en el suelo,


sollozando.

Se quedó completamente inmóvil, escuchó las respiraciones suaves de su


sueño tranquilo, y lloró en silencio.

Te amo. Te amaré hasta que el mundo acabe.


113

CAPÍTULO 9
Traducido por adaly

Corregido por Mari NC

T itus llamó a la puerta con una grieta de luz en su borde inferior.

Suaves y rápidos pasos se movieron a través de las tablas del suelo. La


puerta se abrió. Kashkari no pareció sorprendido de ver a Titus, aunque su
mandíbula se tensó, no era todos los días que el Maestro del Dominio llegaba
ante su amigo con los ojos enrojecidos. Se hizo a un lado para dejar a Titus
pasar, entonces cerró la puerta y estableció un circulo de sonido.

Los muebles de la habitación eran rudimentarios. Kashkari le ofreció Titus


la única silla y se sentó en el borde de la cama.

—¿Lograste descansar un poco? —preguntó Titus.

Su voz sonaba extraña a sus propios oídos, como si sus cuerdas vocales
hubieran sido gravemente rasguñadas.

Kashkari negó con la cabeza. Lucía desgastado, un cuerpo insomne que


ansiaba el descanso al cual su mente no podía sucumbir.

—Traté de dormir, pero no pude. Así que he estado escribiendo cartas.

Había una carta terminada sobre la mesa, ya en su sobre.

—¿Para ser enviada por el correo de Su Majestad?

—El correo británico es muy confiable.

El alcance y la eficacia del servicio postal de un reino era por lo general el


equivalente aproximado del alcance y la eficacia de su poder.

Kashkari se levantó y añadió un poco más de carbón a la parrilla.


114
—¿Y tú? No supongo que hablaras con Fairfax, o estaría aquí para verme
ella misma.

En lugar de eso ella estaba profundamente dormida, todavía felizmente


ignorante.

—No —admitió Titus—. No podría decirle. Soy tan cobarde como tú.

Kashkari dio una risa suave y amarga.

—Odio esta habilidad. La odio.

Titus cerró la mano alrededor del cuello de su abrigo, estaba frío otra vez a
pesar de la calidez de la pequeña habitación.

—Mi madre era una vidente y también la odiaba.

Kashkari había tomado el atizador para pinchar en la parrilla. Ante las


palabras de Titus quedó inmóvil, luego lentamente giró.

—Cuando hablamos antes, mencionaste una muerte que durante mucho


tiempo ha sido profetizada. ¿Por tu madre?

—Sí.

Los ojos de Kashkari estaban amplios con consternación.

—La Fortuna me proteja. ¿De quién es la muerte? ¿Tuya?

Titus asintió cansadamente, más allá de la preocupación.

Kashkari agarró el borde de la chimenea.

—Lo siento. Lo siento mucho, mucho.

Titus suspiró.

—Mi madre tampoco pudo decirme cara a cara, lo dejó a su diario el decidir
cuándo debería ser revelado.

—¿Fue por eso que me dijiste que la persona con la que soñaba ya sabía de
la muerte profetizada?

—Tanto Fairfax como yo sospechábamos que habías soñado sobre mí,


confirmando la visión de mi madre. Ni en un millón de años habría adivinado
115
que… —Titus todavía no era capaz de decir esas palabras en voz alta—. Tras
mi muerte, Alectus asume las riendas del poder y eso sería un desfavorable
desarrollo, pero solo empeora la situación actual de a poco. ¿Mientras que…
la repercusión de lo que le sucederá a Fairfax era de lo que estabas tratando
de advertirme, no, cuando te dejé hace unas cuantas horas?

Si ella cayera en manos del Bane, las consecuencias serían impensables.

Kashkari levantó el atizador de nuevo y redistribuyó el carbón en la


chimenea.

—Es la opinión predominante entre los reinos mágicos occidentales que uno
nunca debe alterar indebidamente lo que ya se ha visto. Pero como le dije a
Fairfax hace un tiempo, nosotros los de la herencia oriental no tenemos una
postura tan draconiana en el flujo del tiempo. Para nosotros, lo que soñé
ayer por la mañana sería considerado un tiro de advertencia, una
advertencia desde arriba.

—¿Contra qué?

—En contra de todas las eventualidades. Fairfax no debe entrar en Atlantis.

Titus puso su codo en la mesa y dejó caer su frente en su mano.

—¿Piensas que tenemos una oportunidad sin ella?

Esa profecía de su madre, la de dos jóvenes acercándose al Palacio del


Comandante… ¿se refería a Titus y Kashkari? La Fortuna lo protegiera, se
había encontrado con esa visión justo después de que Kashkari se había
revelado a sí mismo no sólo como un mago, sino un mago comprometido
con la caída del Bane. Y cuando había abierto el diario ese día, había querido
específicamente saber si ella había visto algo de Kashkari.

—Obviamente, no tenemos los poderes de Fairfax. Pero también no llevamos


la misma responsabilidad. Si fallamos, solo somos dos magos muertos más.

En la visión de la madre de Titus, esos dos hombres jóvenes, quienes fueran,


habían alcanzado el anillo exterior del Palacio del Comandante. Todavía
estaban tan lejos de la cripta del Bane como un caracol en Islandia del Monte
Everest, pero estaban más cerca de lo que nadie había estado en al menos
una generación.
116
—Tal vez la visión de tu madre era una advertencia también —dijo Kashkari.

—¿Qué? ¿Tampoco debería ir a Atlantis?

¿Estaba mal lo mucho que deseaba que Kashkari tuviera razón?

—Tal vez no ahora. Tal vez en otro momento.

—Olvidas que no puedo simplemente esconderme, no sin ceder el trono al


regente.

—Pero tú mismo has dicho que el daño de tal curso de acción es gradual.

Titus suspiró.

—En comparación con la catástrofe de Fairfax cayendo en las manos del


Bane, supongo que el daño de todo lo demás es gradual.

—Entonces piensa en ello.

Titus presionó dos dedos contra el espacio entre sus cejas, su cabeza
palpitando.

—Mi madre vio a dos jóvenes magos llegar tan lejos como el anillo exterior
del Palacio del Comandante. ¿Estamos dejando eso también?

Era el turno de Kashkari para descansar su frente contra el borde de la


chimenea.

—Condenados si lo hacemos y condenados si no lo hacemos.

Titus se levantó, drenado.

—Debattuimur omni modo.

—Puedes decir eso de nuevo.

Tomó un frasco de su bolsillo.

—Traje algunos remedios para dormir. Dos pastillas están calibradas para
darme cuatro horas de sueño ininterrumpido. El efecto podría variar para
ti.

—¿Afectarán mis sueños?


117
—No deberían.

—Entonces, con mucho gusto las acepto. Gracias.

Veinte minutos más tarde Titus estaba de vuelta en el faro, después de


cubrir la distancia en su alfombra voladora. Fairfax seguía durmiendo. Se
tragó una dosis de remedio del sueño, se acostó y envolvió su brazo
alrededor de ella.

Ella suspiró suavemente en su sueño.

Él puso su cabeza en el hueco del hombro de ella. Mientras Kashkari


hablaba, había sido fácil aceptar que los sueños proféticos podrían no ser
más que advertencias. Pero en la oscuridad silenciosa, una vida de ardiente
creencia en la supremacía de las profecías se reiteró.

Los videntes verdaderos nunca estaban equivocados en lo que veían. A


veces, como su madre había hecho, mal interpretaban el significado de sus
visiones. Pero él todavía tenía que encontrar un caso en donde su madre
errara en su registro de eventos. Tampoco tenía ninguna razón para suponer
que Kashkari era más propenso a este tipo de errores.

Tener un resultado inequívoco ya especificado, y luego tratar de evitar


precisamente ese resultado… Su mente se llenó de todo tipo de formas
espectaculares para que todo fuera mal, y para que Fairfax terminara
muerta de todos modos.

Estuvo agradecido cuando el remedio de sueño finalmente manifestó sus


poderes y lo arrastró.

Un día de verano. Un cielo azul claro salpicado de nubes tan blanco y


esponjoso como corderos de primavera. Multitudes tan lejos como los ojos
pueden ver, hombres en relucientes sombreros de copa, mujeres en sombreros
de paja con cintas de colores pastel aleteando. En la orilla del río, los niños
estaban listos para lanzar sus barcos, chicos con chaquetas de rayas blancas
y negras, y sombreros adornados como cestas de vendedores de flores.

El Cuatro de Junio.

—La Fortuna me proteja —gimió Titus—. No este circo de nuevo.


118
—Oh, vamos —respondió Fairfax alegremente, golpeándolo en el brazo—. En
el fondo lo amas con pasión. Y no puedes esperar a volver cada año.

—Eso no es verdad. En el fondo lo tolero con pasión y doy gracias de que pasa
solo una vez al año.

—En cualquier caso, siempre lo disfrutas. Así que ahórrame la… espera aquí
viene Cooper. En cuyo caso, continúa con tu gemido melodramático, pero pon
un poco de majestuosidad en él. Sabes que vive para oírte juzgar todo como
indigno.

De hecho, ahí estaba Cooper, con los mismos ojos redondos y la cara ansiosa,
salvo que había adquirido una panza considerable. Sus pantalones, que no
habían sido adaptados para dar cabida a este peso adicional, ahora eran una
pulgada demasiado cortos.

Titus abrió los ojos de golpe y se sobresaltó, desorientado, ante el techo


descubierto y poco familiar. Toda la habitación estaba vacía, casi monótona:
paredes pintadas de blanco, un escritorio, un lavabo y una cama con una
mesita de noche.

Fue sólo cuando sus ojos se posaron en el otro ocupante de la cama que
todos los acontecimientos de la noche anterior se precipitaron de nuevo.

—Buenos días —dijo Fairfax, sonriendo un poco. Eran sólo las cinco y
cuarto, pero ella ya estaba vestida. Sentada contra un par de almohadas,
un libro abierto sobre sus rodillas—. ¿Cómo se siente, Su Alteza, después
de la noche más absolutamente maravillosa de su vida?

Por primera vez en su vida, deseaba tener el don de Kashkari. Así su sueño
se haría realidad, un sueño en el que su vida no terminaría en Atlantis, sino
que se extendería lo suficiente en el futuro para que Cooper, quien era
actualmente tan delgado como Titus, haya alimentado un vientre grande
con buena comida y una vida cómoda.

Se incorporó, su corazón tan pesado como la base del faro.

—Hay algo que debo decirte.

Ella pasó una página del libro en sus rodillas, que tardíamente reconoció
como el diario de su madre, en blanco, como de costumbre.
119
—Ya me lo imaginaba. Vamos a oírlo.

Él se pasó los dedos por su cabello.

—¿Me darías un momento?

No estaba acostumbrado a enfrentar el día, por no hablar de este tipo de


día, en sólo un conjunto de pijama de franela. La besó en la mejilla, salió de
la habitación y regresó completamente vestido, corbata, botones, y las
mancuernas perfectamente en su lugar.

—Así de malo, ¿eh? —dijo, después de echarle un vistazo.

La cama había sido hecha durante su ausencia. Ahora ella estaba sentada
en la parte superior de la colcha, el diario vacío de su madre todavía abierto
delante de ella. Él trató de recomponerse. Pero, ¿cómo encontrar las
palabras adecuadas para algo como esto, aunque tuviera cien años y pilas
de diccionarios tan grandes como las pirámides?

Ella esperó y siguió girando el diario en blanco, una página tras otra.

—Sobre el sueño de Kashkari… recuerda que él no toma el futuro como


escrito en piedra.

Ella lo miró y cambió otra página. Pero esta vez, había escritura en la página,
la letra familiar y limpia de su madre.

—¡El diario!

Ella miró hacia abajo, sorprendida.

—Leamos esto primero. —Por favor.

Ella asintió. Se sentó junto a ella, le pasó el brazo por los hombros y la besó
en la sien.

31 de agosto, AD 1013

Un día de lo más fantástico:

Me deslicé fuera de un rendimiento al mandato de Titus III, evadí


a mis damas de compañía, y me apresuré al Emporio de El Buen
120
Aprendizaje y Curiosidades, la tienda de Constantino. Tan
pronto como caminé dentro de la tienda, la visión se repitió, una
séptima vez sin precedentes.

Esta vez, vi claramente el anillo distintivo en la mano que


empuñaba la pluma.

Cuando la visión se desvaneció, levanté mi propia mano en


shock. En el dedo medio de mi mano derecha había un anillo
idéntico, forjado por Hesperia la Magnífica. No hay otro como este
en todos los reinos mágicos.

La mujer soy yo.

Me reí. Bueno, entonces.

—Hemos leído esto antes, ¿verdad? —preguntó.

Él también reconoció la entrada del diario, una esencial que habían leído
juntos la noche de su Inquisición hace seis meses. No sabía por qué, pero el
vello en la parte posterior de su cuello se levantó.

Una vez tuve la visión de mí misma diciéndole a mi padre que


una chica Atlante particular iba a ser la persona más poderosa
en el Dominio. Luego, cuando vi a la chica de frente, le dije que
me había visto a mí misma diciéndoselo, ya que uno no puede
cambiar deliberadamente lo que ha visto para que suceda. Él
estaba terriblemente disgustado por la posibilidad de que él, un
descendiente directo de Titus el Grande, pudiese no ser algún
día el amo absoluto de este reino.

Pero está vez yo no estaría ofendiendo a nadie.

Encontré el libro, lo llevé hasta la mesa, levanté la pluma desde


su base, y escribí en el libro tal y como lo había visto en la visión.
121
En los márgenes del libro, su madre había escrito: No hay un elixir de luz,
contaminado como fuese, que no pueda ser revivido por un rayo. Casi
diecisiete años más tarde, esas mismas líneas estimularían a Fairfax para
convocar su primer rayo.

El que cambió todo.

Solo al terminar recordé la fecha del calendario en el escritorio.


En la visión es el 25 de agosto. Pero hoy es el 31 de agosto. Miré
al calendario en del escritorio. ¡25 de agosto! El aparato había
dejado de funcionar hace una semana.

Ya no me siento animada por lo acertada que soy: la habilidad


de ver pedacitos del futuro es frustrante y espeluznante. Pero en
ese momento, estaba muy emocionada.

Por impulso, abrí el libro nuevamente, fui a la sección de


borradores resueltos y arranqué las últimas tres páginas. Las
recetas dadas en esas páginas estaban llenas de errores. No iba
a permitir que algún otro pobre pupilo sufriera por ellas.

El final de la página. Y también el final del registro de esta visión particular,


la vez anterior. Pero esta vez, cuando cambiaron la página, la escritura
continuó.

—Abominable libro, ¿verdad? —dijo alguien.

Salté. Era un joven de mi edad, muy guapo, con ojos amables y


sonrientes.

—Yo… voy a comprar este libro —murmuré, completamente


mortificada. ¿Por qué no había visto esto venir?

—Ese será un crimen mucho mayor —dijo—. No puedo


posiblemente permitírtelo.

No pude evitar sonreír.


122
—¿Te enseñaron de este libro?

—Hemos tenido que inclinarnos ante él también, como si se


tratara de las Epifanías.

Mis ojos debieron de desencajarse. Rio.

—Estaba bromeando. No llegó a ser bastante absurdo, pero el


libro es atrozmente sobrevalorado y sólo es bueno como taburete.

—Pero aun así, lo dañé. Y debería pagar por ello.

—Entonces compra un par de buenos libros, para compensar al


librero.

Golpeada por inspiración divina, pregunté:

—¿Tienes alguna recomendación de buenos libros?

La tenia. Pasamos una feliz media hora explorando entre los


pasillos. Demasiado pronto mi reloj de bolsillo comenzó a
zumbar, recordándome que ya era hora de volver al teatro. Me
ayudó a llevar mis libros al mostrador. Sólo entonces me di
cuenta de que, por supuesto, yo no llevaba ninguna moneda
conmigo. Tales cosas estaban por debajo de la heredera al trono.

—No te preocupes —dijo—. Voy a comprar los libros para ti, si


compras una taza de té y un trozo de tarta de manzana para mí
mañana en La Varita y el Sauce.

Mañana tengo que sentarme todo el día con Padre y sus


asesores. Nos decidimos por el día después de mañana a las tres
en punto de la tarde, y cambiamos la locación de un
establecimiento público concurrido a uno escénico, pero más bien
vacío en la costa sur de Delamer.

No puedo creer lo que he aceptado, y no puedo esperar a que


pasen las horas.

2 de septiembre, AD 1013
123
Estaba casi media hora tarde para la cita. Pero esperó por mí.
Además, me trajo la tarta de manzanas de La Varita y el Sauce.

Tuve un rato agradable, encantador.

4 de septiembre, AD 1013

Me preguntó si Padre aprobaría mi encuentro con alguien como


él.

Padre, por supuesto, estaría furioso. Pero ya estoy enamorada.

—Está bien —le dije—. Encontraremos una forma.

9 de septiembre, AD 1013

Estamos tan felices que tengo miedo de escribir sobre esto.

10 de septiembre, AD 1013

Debería haber escuchado mi propio consejo. ¿Por qué mencioné


nuestra felicidad?

17 de diciembre, AD 1013

Ha sido una semana. No me atreví a registrar la visión ni decirle


nada al respecto. Lo amo tan fieramente. Le temo al futuro casi
de igual forma.

29 de enero, AD 1014

La visión se ha hecho realidad. Estoy entumecida por el shock y


la miseria. No esperaba que sucediera tan pronto.
124
22 de febrero, AD 1014

Estoy encinta. Abrumada por la alegría, congelada por el miedo,


no sé qué hacer.

Titus se sacudió. Fuera lo que fuera que había esperado que el diario
revelara, no era esto.

—Tu padre —dijo Fairfax en voz baja.

—Mi padre —hizo eco, su pecho tenso.

Un golpeteo fuerte vino de la puerta frontal del faro. Ambos saltaron. Todavía
estaba oscuro afuera, por lo que no podía ser el guardián del faro tratando
de entrar, para apagar su máquina y registrar el nivel de aceite en el depósito
de combustible.

—Es Kashkari. Abre la puerta.

—Déjame ver —le dijo a ella.

Se teleportó a un nivel superior del faro y miró por la ventana. Era, en efecto
Kashkari, y no estaba solo. Con él estaban Horatio Haywood y…

Titus tuvo que entrecerrar los ojos para asegurarse de que no estaba viendo
cosas. Sin embargo, de pie junto a Kashkari, envuelta en una capa gruesa,
estaba nadie más que la mujer de los sueños de Kashkari.

Amara.
125

CAPÍTULO 10
Traducido por Otravaga

Corregido por Mari NC

—D
Casi con frialdad.
urga Devi, esto
impasiblemente.
es inesperado —dijo Titus

Podía sentir la mirada exasperada de Fairfax. ¿Acaso porque Amara había


contemplado una vez la posibilidad de matar a Fairfax en lugar de dejarla
ser capturada por el Bane… él siempre iba a cargar un rencor?

Sí, así era. No perdonaría a Amara por haber tenido esa idea y siempre
sospecharía que ella quisiera deshacerse de aquella que él amaba.

—Es inesperado para mí también, Su Alteza —respondió Amara.

—Por favor, entren, todos —dijo Fairfax.

Y fulminó con la mirada a Titus para que se apartara del camino, lo cual
hizo a regañadientes.

Estarían demasiado abarrotados en el laboratorio, por lo que ella guio a los


visitantes al salón del faro. Titus se quedó atrás para realizarle a la puerta
un fuerte hechizo de no acercarse; no quería ser molestado por el farero
llegando para sus deberes matutinos.

Cuando entró en el salón, Fairfax ya había convocado una gran fogata en la


chimenea, había puesto el hervidor a calentar y había colocado un plato de
galletas. A su entrada, Haywood se levantó e hizo una reverencia. Titus hizo
un gesto para que se sentara, enrojeciendo ligeramente mientras lo hacía.
Si no fuera por la inesperada llegada de Amara, habría vuelto a la posada
en algún momento, para mantener la apariencia de que había dormido allí.
Pero ahora Haywood debía darse cuenta de que en cambio Titus había
pasado la noche aquí.
126
Y nadie preguntó si deberían preocuparse por esos otros viajeros ficticios
que se alojaban en el faro.

Fairfax se sentó junto a su guardián y tomó su mano entre las suyas.

—Permítanos felicitarla por su matrimonio, Durga Devi.

La sorpresa de Titus debió haberse mostrado. Fairfax se volvió hacia él y


añadió:

—Disculpe que olvidamos decirle, Su Alteza, con todo lo demás que está
ocurriendo.

—Felicitaciones —dijo él secamente.

—Gracias —dijo Amara—. Pensábamos que habría tiempo de sobra para


bodas y celebraciones después de sacrificar al Bane. Pero entonces nos
dimos cuenta de que no tiene sentido esperar.

Fairfax pasó el plato de galletas.

—Supongo que probablemente no fue tu elección pasar tu luna de miel aquí


con nosotros. ¿Y cómo llegaste aquí tan rápido?

—Mohandas probablemente les dijo que una de nuestras bases satélite tiene
un dique seco que puede lanzar un barco en el Mediterráneo. Me llevaron
hasta la costa de Andalucía y volé el resto del camino.

Las alfombras voladoras, para todos sus maravillosos usos, no podían viajar
largas distancias sobre el agua. De España a Gran Bretaña, la única gran
masa de agua que ella tenía que cruzar habría sido el Canal Inglés, que era
lo suficientemente estrecho entre Calais y Dover para que una alfombra bien
hecha lo atravesara antes de que empezara a perder altura.

—Y en cuanto a por qué no estoy disfrutando de la compañía de mi esposo...


—Amara respiró hondo—. Mis padres dejaron el Reino de Kalahari hace
muchos años, antes de que yo pudiera recordar. Anoche unos carros
blindados le hicieron una visita al asentamiento donde una vez vivieron.

Titus apretó la mano: nunca venía nada bueno de carros blindados


haciéndole una visita a alguien.
127
—La población del asentamiento es de casi veinte mil personas. Me han
dicho que al menos la mitad de los habitantes están confirmados muertos.
El veinticinco por ciento del resto no se espera que dure más de unos pocos
días. Y de los que sobrevivan, muchos sufrirán: ceguera, lesiones en órganos
internos, acumulación de líquido en los pulmones, por lo que existen en un
estado constante cercano a la asfixia.

El único sonido en la habitación era el del fuego de la chimenea, saltando y


crepitando. Y luego el del agua, empezando a agitarse en el interior del
hervidor.

—¿Crees que el ataque fue una represalia directa contra ti, personalmente,
por la ayuda que nos diste? —preguntó Titus.

Amara negó con la cabeza.

—Si al menos eso fuera todo. Los ancianos del asentamiento recibieron un
mensaje después de eso que decía: “Esta será Delamer en siete días, a
menos que...”

—¿A menos que qué? —preguntó Fairfax, su voz no más que un susurro.

—Eso fue todo lo que decía, “a menos que...”

A menos que ella fuese entregada al Bane.

El hervidor silbó. La habitación pareció oscurecerse más, una sombra tan


enorme como el mundo mismo arrastrándose sobre ellos.

—¿Consideras creíble la amenaza? —El propio Titus se escuchó hablarle a


Amara, en un tono totalmente plano.

—Atlantis nunca ha hecho un ultimátum en vano. Y el hecho de que


especificaran una semana le da credibilidad a la amenaza… incluso Atlantis
necesita unos días para acumular la cantidad de lluvia de la muerte
necesaria para cubrir toda Delamer.

—¿Qué... qué debemos hacer? —fue la pregunta vacilante de Haywood.

Titus no podía pensar. Era responsable por el bienestar de sus súbditos: no


podía permitir que murieran cientos de miles de personas. Por otra parte, él
nunca entregaría voluntariamente a Fairfax, nunca permitiría que fuese
tomada por el Bane.
128
Que la Fortuna lo protegiera. ¿Era eso lo que Kashkari había visto en su
sueño profético?

Como si la idea se le hubiese ocurrido en ese preciso momento, Kashkari


dijo:

—¿Podría ser esto de lo que se trataba mi sueño?

Se miraron entre ellos, horrorizados.

Fairfax se levantó y quitó el hervidor del fuego. La habitación estaba una vez
más mortalmente silenciosa, hasta el punto de que podía oír cada ola
rompiendo contra los acantilados.

Y entonces ella hizo la pregunta que él había estado temiendo.

—¿Exactamente qué es lo que soñaste, Kashkari?

Kashkari no parecía capaz de encontrar los ojos de Iolanthe; en lugar de eso


se volteó hacia Titus. La columna vertebral de ella se estremeció con alarma.

Con el rostro ceniciento, Titus permaneció en su lugar, la estatua de piedra


de un muchacho.

—Contéstame —exigió ella.

Otro momento interminable pasó. Titus se aferró a la parte superior de una


silla y por fin le devolvió la mirada.

—Él soñó con tu muerte.

—¡No! —gritó alguien—. ¡No!

Pero no era ella. Era el Maestro Haywood, de pie, pálido y tembloroso.

Ella miró el hervidor en su mano. Parecía que no había razón para hacer
nada más que verter el agua hirviendo. Así lo hizo, en la tetera… y sólo
entonces recordó que no había puesto ninguna hoja de té adentro.

Dejó el hervidor de nuevo en su gancho, que había sido girado fuera de la


rejilla, dejó la toalla que había usado para proteger su mano del calor del
asa del hervidor y alcanzó la lata de hojas de té.
129
—¿No escuchaste lo que dijo Su Alteza? —fue la ansiosa y aguda pregunta
del Maestro Haywood.

—Lo escuché.

Pero no comprendía nada… todavía.

Ella contó cinco cucharadas de hojas de té, una para cada persona, volvió a
ubicar la tapa de la lata y luego puso de nuevo la tapa de la tetera.

—Siempre olvido calentar la olla primero —dijo ella—. Su Alteza hace una
taza de té mucho mejor.

—Iola —dijo el Maestro Haywood.

Ella se acercó a él, lo bajó cuidadosamente de nuevo sobre la larga tumbona


acolchada y se sentó a su lado.

—No es el fin del mundo… todavía no.

Y no lo sería hasta que su sorpresa se disipara.

—¿Qué es exactamente lo que viste, Kashkari? Quiero escucharlo todo.

Kashkari cerró los ojos por un momento.

—Yo iba en un wyvern y miraba fijamente hacia adelante. Estaba oscuro


excepto por un destello de luz de las estrellas, lo suficiente para darme la
idea de que estaba volando por encima de un paisaje angular y desolado. Y
entonces vi un charco de luz por delante, cada vez más brillante y más cerca
con cada batir de las alas del wyvern.

»En ese momento mi sueño, como a veces hacen los sueños, cambia de plano
a un lugar diferente. Yo estaba en el aire otra vez, en una enorme terraza o
plataforma que flotaba hacia adelante, y estaba mirando hacia abajo a un
valle iluminado rodeado por una orilla dentada. Había anillos de defensas y
decenas de wyverns en el cielo.

—El Palacio del Comandante —murmuró Iolanthe.

Recordaba ahora que Kashkari le había preguntado sobre el Palacio del


Comandante. Él había estado tratando de entender cada detalle de su
sueño, para darle el contexto adecuado.
130
—Sí, creo que sí —dijo Kashkari—. En este punto mi sueño saltó hacia
adelante en el tiempo otra vez y yo estaba corriendo por el suelo sembrado
de escombros. Pero incluso con el daño podía ver el patrón en el suelo, un
enorme mosaico del torbellino de Atlantis.

»Y… y estaba tu cuerpo, al lado de una columna. Su Alteza ya estaba allí,


arrodillado a tu lado, con tu muñeca en su mano. Al acercarme, él levantó
la mirada y negó con la cabeza.

Iolanthe escuchaba atentamente… o al menos se sentía como si estuviera


escuchando atentamente. Podía ver lo que Kashkari describía, con más
detalle de lo que quería. Pero aun así nada de eso parecía real.

—¿Viste mi rostro?

Kashkari asintió.

—¿Estás seguro?

Él asintió de nuevo.

—¿Y lucía igual que lo hago ahora?

—Exactamente igual. Excepto...

El corazón le latía con fuerza.

—¿Excepto qué?

—Excepto que tu manga estaba rasgada. Y en la parte alta de tu brazo


izquierdo llevabas un brazalete de filigrana de oro con rubíes.

—Pero yo no uso ninguna joya. Y no tengo ninguna. —Ella se volteó hacia


Titus—. ¿Tienes en tu poder una pieza así?

Sabía que el Maestro Haywood no la tenía.

Titus negó con la cabeza.

—Entonces no podría ser yo. No aceptaría joyería que me diera nadie excepto
mi guardián o el príncipe.

Tan pronto como las palabras salieron de sus labios, se dio cuenta de lo
ingenua —incluso estúpida— que sonaba. Así era exactamente como cada
131
zopenco trataba a su manera de razonar su destino, aferrándose a algunos
detalles que podrían ser negados enérgicamente. Nunca volvería allí. Nunca
comería eso. ¿Por qué encontraría mi fin en la cima de una montaña cuando
ni siquiera me interesa subir escaleras?

El futuro tenía su manera de retorcerse y voltearse, de modo que


acontecimientos que parecían tanto improbables como perfectamente
evitables terminaban siendo ineludibles, cuando el tiempo y las
circunstancias suficientes se hubieran desenrollado.

El Maestro Haywood tomó su mano entre las suyas. Sus manos entrelazadas
temblaban, y ella no podía decir quien temblaba con más fuerza. Titus, al
otro lado de la habitación, parecía necesitar de toda su concentración para
permanecer erguido. Amara, junto a Kashkari, tenía la cabeza gacha, como
en oración.

Sólo Kashkari se inclinaba hacia adelante en su asiento. Ahora que la


noticia finalmente le había sido comunicada a Iolanthe y su sueño había
sido descrito en detalle, él había vuelto a su naturaleza compuesta y
determinada.

—Recuerda lo que te dije, Fairfax, que no es necesario ver un futuro que ha


sido visto en una visión como algo escrito en piedra, sobre todo no ésta.

Sin embargo, todo lo que él había visto en su vida había llegado a pasar. A
veces, el verdadero significado de sus sueños proféticos había sido mal
interpretado, pero lo que había soñado se había desarrollado exactamente
según lo previsto.

—¿Entonces cómo deberíamos ver esta visión? —preguntó el Maestro


Haywood, su voz tensa pero no sin esperanza.

—Como le dije al príncipe antes, deberíamos ver esto como una advertencia:
en lugar de dirigirnos a Atlantis de inmediato, deberíamos…

—¿Ustedes iban a Atlantis? —exclamó el Maestro Haywood.

Le tomó a Iolanthe un largo momento para recordar que él aún no sabía


nada de esta parte de su plan.

—Lo siento. No ha habido tiempo para decirte.


132
Las líneas en su frente nunca habían parecido tan profundamente surcadas,
o sus ojos tan hundidos.

—Pero eso es absurdo.

—Sí, lo sé —dijo ella en voz baja.

—Vivimos tiempos trastornados. —El comentario vino de Amara, que había


permanecido en silencio durante un rato—. Tales tiempos a menudo exigen
medidas extraordinarias.

Una declaración valiente, pero una dada en un tono completamente plano,


carente de cualquier heroísmo.

—Así es, y nuestra decisión fue atacar el corazón del dominio del Bane, en
la cripta donde guarda su cuerpo original. —Kashkari extendió la mano y
sirvió té para todo el mundo: el té que Iolanthe había olvidado que se estaba
remojando en la olla—. Anoche le había sugerido al príncipe que deberíamos
esperar a un momento más oportuno para atacar. Pero la noticia que mi
cuñada trajo esta mañana cambia las cosas de nuevo.

Titus acercó una silla al lado de Iolanthe, se sentó y empujó una taza de té
en sus manos. Sus ojos reflejaban nada más que derrota… exactamente
como lo recordaba, cuando lo había sacado de la niebla la noche anterior.
Debería haber adivinado entonces que el sueño de Kashkari era respecto a
ella, no a él: hacía mucho tiempo había hecho las paces con su propia
muerte; era sólo la suya la que podría haberlo devastado a tal grado.

Ella dejó a un lado el platillo y envolvió sus manos directamente en la taza,


necesitando su hirviente calor contra su piel. Él hizo lo mismo, sus manos
agarrando su taza de té con tanta fuerza que era un milagro que no la
pulverizara.

—Debemos ir tras el Bane —continuó Kashkari—. Sólo que ahora tenemos


una implacable restricción de tiempo… y debemos hacerlo sin Fairfax, si
hemos aprendido algo de mi visión. Nadie que va a Atlantis espera regresar
con vida. Pero si Fairfax fuera a caer, todo lo que hemos hecho sería en vano.

La cabeza de Iolanthe palpitaba.

—Entonces, ¿qué hago?


133
¿Y quién salvaría a Titus?

—Te escondes. Preferiblemente en algún lugar que ninguno de nosotros


pueda siquiera suponer, en caso de que fuésemos capturados por los
Atlantes.

Ella sacudió la cabeza: esto iba contra la naturaleza de todo lo que le habían
enseñado acerca de las profecías.

—Estamos pidiendo problemas. Interfieres con una profecía y el resultado


final siempre será peor que si hubieses dejado que sucediera.

—¿Pero que puede ser peor que seas llevada a la cripta del Bane y
sacrificada? Y lo que vi era la cripta del Bane; hasta ahí no puede haber
duda alguna.

A su lado el Maestro Haywood jadeó en voz baja, pero no dijo nada. Ella lo
miró, luego a Titus, que se sentaba con su cuello doblado, su respiración
inestable.

Ella sacudió la cabeza de nuevo. No podía pensar muy bien, pero aun así,
algo acerca de la visión de Kashkari no tenía sentido.

—¿Por qué ni tú ni Su Alteza se han asegurado de que Atlantis no me atrape


con vida?

—He hecho un juramento de sangre que no me permite hacerte daño ni a ti


ni a Su Alteza. No sé si Su Alteza sea capaz de actos letales contra ti.
Además, podríamos haber sido separados mientras nos abríamos camino a
través de Atlantis.

Ella tomó un sorbo de té. Estaba amargo… nunca conseguía hacer muy
buen té. Titus probó el suyo e hizo una mueca. Se levantó, salió de la
habitación y regresó medio minuto después con un pequeño plato de
terrones de azúcar. Ella dejó caer dos cubos en su taza; él tomó el resto.

—Pero tal vez estamos viendo mal todo esto. Tal vez mi muerte, en vez de
ser lo peor que puede pasar, era en cambio el paso necesario que les permitía
a ambos ir tan lejos como lo hicieron. Estaban en la cripta del Bane. Y
todavía estaban sanos y salvos. No había nada que les impidiera a ustedes
acabar con el Bane.
134
Nadie dijo nada. Ella bebió de su té de nuevo y se sorprendió por la
diferencia en el sabor. Lo que sea que haya conformado los cubos de azúcar
le daba al té no sólo dulzura sino sutiles pero deliciosos toques de frutas
cítricas y de hueso.

—No puedo creer que todo el mundo aquí tome el asunto de una visión tan
desdeñosamente —continuó ella—. Estoy a favor de hacer que una visión se
pruebe a sí misma, y ni siquiera yo discuto la validez de ésta. Mientras...
mientras que todos ustedes parecen tratarla como si no fuera diferente a un
simple rumor.

Una vez más, el silencio.

—Mis creencias en la materia difieren de las de Mohandas —dijo Amara—.


Entiendo su punto de vista, que el futuro aún no ha sucedido… que cada
decisión que tomemos ahora tiene un impacto sobre lo que sucederá en el
futuro.

»Al crecer, sin embargo, estuve muy influenciada por mi abuela paterna,
quien emigró a Kalahari desde un reino nórdico y era una firme creyente de
que sólo los eventos que están tallados en piedra son transmitidos en
visiones. La totalidad del futuro todavía puede no estar escrita, pero nadie
puede negar que ciertas fuerzas y desarrollos son tan poderosos, que tratar
de evitarlos sería como una mosca interponiéndose en el camino de un carro
blindado.

»Pero ni siquiera yo, que me aferro firmemente a la idea de que nadie debe
intentar alterar un futuro que ha sido revelado, puedo encontrar nada malo
en particular en lo que Mohandas sugiere. Después de reunirnos de nuevo
esta mañana él confesó que había mentido acerca de haberte visto llegar a
Atlantis en tu propio poder y por tu propia voluntad. Dado eso, ¿hay
verdaderas visiones conocidas de ti entrando resueltamente en Atlantis?

—No —tuvo que admitir Iolanthe.

—Entonces nadie está tratando de refutar un futuro que ya ha sido visto.

Iolanthe dejó su taza vacía. Algo no encajaba: algo que uno de los magos en
la habitación dijo o indicó. Pero no parecía ser capaz de pensar. De hecho,
estaba inclinándose con fuerza hacia su izquierda.
135
Intentó aferrarse a Titus y falló. Pero el brazo de él la rodeó y evitó que cayera
de bruces.

—¿Qué pasa? —llegó la voz de Kashkari, sonando muy lejana.

—¿Iola? ¿Estás bien, Iola?

Su visión se redujo. Lo último que vio fue los ojos de Titus, de los que toda
la luz y la esperanza había huido.

—Ella está bien —dijo Titus, acostándola—. Maestro Haywood, ¿le


importaría conseguir una manta de uno de los dormitorios?

Haywood salió corriendo y estuvo de vuelta en cuestión de segundos. Titus


metió la manta cuidadosamente a su alrededor.

—Ella volverá a sus sentidos en dos o tres horas, si no antes.

No necesitaba explicar más su accionar. Conocía a Fairfax. Ella era


testaruda y leal… y no se inclinaba ante ninguna profecía. Nunca apoyaría
que sus amigos se enfrentaran a los peligros de Atlantis sin ella.

Así que tenían que dejarla atrás.

—Nos perdonará por no hablar de nuestros planes en su presencia, señor


—le dijo a Haywood.

Haywood asintió, entendiendo que en el momento en que su pupila


despertara, ella exigiría saber a dónde se habían ido sus amigos.

—Asegúrese de preparar una fogata y mantenerla caliente.

Con ella cayendo inconsciente, el fuego que convocó se había disipado. La


parrilla, los ladrillos de los cuales todavía irradiaba el calor, estaba vacía.

Titus miró a su amiga más incondicional por un momento más, antes de


obligarse a dirigirse al laboratorio, acompañado de Kashkari y Amara.

Amara inhaló profundamente cuando se sentó ante la mesa de trabajo.

—¿Qué es esta hermosa fragancia en el aire?


136
Era del cuadro vivo de mariposas de la noche anterior, el aroma de un prado
en flor. Él recordó cómo había lucido Fairfax, tanto con risa como con
lágrimas en sus ojos.

Su corazón se sentía como si hubiese sido marcado a fuego, un dolor


ardiente a través del cual apenas podía respirar. Al final esta tarea siempre
iba a quitarle todo… pero él siempre se despertaba cada mañana con la
esperanza de que tuviera al menos un día más.

Después de este día, no habría más prórroga.

—Tengo más malas noticias —dijo, ignorando la pregunta de Amara.

Cuando había entrado en el laboratorio para ir a buscar los “cubos de


azúcar”, había divisado un nuevo mensaje de Dalbert. El primer párrafo
explicaba que Dalbert había tenido algunos problemas para acceder a su
parte del dispositivo de transmisión, pero ya había logrado moverlo a un
lugar diferente… y esa era la única buena noticia que contenía el mensaje.

La mitad del resto trataba de la masacre en el Reino de Kalahari y la


amenaza que había sido dejada para Titus, la cual era como Amara había
informado. La otra mitad comunicaba novedades que eran casi igual de
nefastas.

—Hubo una redada anoche en la sala de armas bajo las Colinas


Serpenteantes… la que Durga Devi fue llevada a ver. Todas las máquinas de
guerra fueron destruidas, incluyendo un gran número de aniquiladoras: las
máquinas que pueden derribar carros blindados.

Dejando al Dominio inerme cuando las fuerzas de Atlantis llegaran en seis


días y medio.

Esto era lo que Titus había temido: que revelando su estrategia en el


desierto, sus aliados invitaran al desastre.

Ahora se hacía cada vez más imperativo que tuvieran éxito en derrocar al
Bane.

Sin Fairfax.

A la larga y oscura sombra de su muerte profetizada.

—Lamento escuchar eso —dijo Amara.


137
Titus se volteó hacia la bola mecanográfica y tecleó un mensaje para Dalbert.
Una respuesta llegó casi de inmediato.

—¿Qué otras noticias tiene él? —La voz de Kashkari era tensa. Por la forma
en que iban las cosas, cualquier noticia casi inevitablemente sería una mala
noticia.

—No solicité más noticias. Le pregunté si había preparado algún medio para
que yo regrese al Dominio, sin la ayuda de nuestro translocador habitual.

—¿Y?

Titus exhaló.

—Lo hizo.

Haywood se levantó cuando Titus volvió a entrar en el salón.

—Señor.

—Nos vamos. —Las palabras lo laceraron, como si hablara con pedazos de


vidrio roto en su lengua—. Y por ello hemos venido a despedirnos.

Haywood hizo una reverencia.

—Que la Fortuna siempre le sonría, señor.

—La Fortuna ya lo hizo, cuando su pupila se convirtió en mi amiga.

Y ahora todo lo que había sido dado sería quitado.

Mientras Haywood deseaba la amabilidad de la Fortuna para Kashkari y


Amara, Titus se arrodilló junto a Fairfax y tomó su mano entre las suyas.
Parecía tranquila, sin el estorbo de la preocupación, como la Bella
Durmiente en su sueño de cien años. Sin embargo, la imagen que cruzó por
su mente fue una de sí mismo postrado ante su cuerpo sin vida.

Incluso ahora él no tenía esperanza. Estaba seguro de que sin importar lo


que hiciera, el desastre iba a toda velocidad hacia ella. Pero tenía que hacer
algo, tenía que hacer un intento al menos, idiota no obstante, de mantenerla
a salvo.
138
De mantenerla con vida.

Que este fuera su último adiós. Que no volviera a verla de nuevo, nunca. Él
podía tolerar dejarla atrás, si debía hacerlo. No podía soportar caminar hacia
un futuro en el que ella hubiese sido asesinada por el Bane… el final de todo
lo que valía la pena, el principio de todas sus pesadillas.

—Vive para siempre —dijo en voz baja.

Y luego, para Haywood:

—Que la Fortuna camine junto a ustedes dos por muchos años. Y cuando
ella despierte, dígale que no me arrepiento de mi decisión el día de hoy,
sólo… sólo que nunca compartiremos una canasta de picnic de la Sra.
Hinderstone.
139

CAPÍTULO 11
Traducido por flochi y AnnaTheBrave

Corregido por Mari NC

E l laboratorio tenía una salida más que las entradas, y esa salida
llevaba a un granero destartalado en el sudeste de Inglaterra. Desde
allí, Titus teleportó a sus compañeros a Londres.

Se dirigieron al Museo de Victoria y Alberto. Entre los objetos expuestos del


Renacimiento de Francia, había un ropero grande y elaborado con puertas
de marquetería y molduras de bronce dorado.

—Este es —dijo Titus.

Era una hora temprana del día y finales del año; el museo no estaba lleno.
No tuvieron problema en despejar esa galería en particular con unos
hechizos de alejamiento. El ropero era lo bastante grande que ellos tres, y el
inmenso abrigo de Amara, no tuvieron problemas en caber dentro.

Titus murmuró el código y la contraseña que Dalbert le había dado. Casi al


instante se encontraron en un espacio más estrecho, chocando contra pilas
de cajas y cubetas. Cuando Titus abrió una rendija de la puerta, el olor del
mar le dio la bienvenida, así como también el sonido de olas.

Esperó un minuto para estar seguro de que no era ninguna emboscada,


antes de abrir la puerta por completo. Estaban en una caverna grande y
natural. La entrada de la caverna estaba oculta detrás de un afloramiento,
pero entraba luz oblicua desde el exterior, brillando en las puntas de las
olas.

Un balandro de seis metros, ondeando levemente, estaba suspendido del


techo de la caverna.

—Entonces, ¿navegamos? —preguntó Amara.

—Navegamos —respondió Titus.


140
Llamó luz mágica. Con la ayuda de la iluminación azul, fue capaz de
encontrar dónde Dalbert había enrollado la cadena que mantenía al bote
suspendido. Los tres juntos bajaron el bote en el agua.

Titus sacó el mapa de su mochila y lo puso contra la pared de la caverna


húmeda. Un punto rojo apareció en el mapa de seda, justo afuera de las
fronteras marítimas del Dominio.

Como había pensado. Dalbert, a diferencia de Lady Callista con su conexión


a los Atlantes, no podía crear un vacío a través de las barreras que Atlantis
había erigido alrededor del Dominio en contra de las entradas no
autorizadas y salidas por medios instantáneos. Por lo que optó por hacerlos
llegar lo más cerca posible.

En la pequeña estructura que sirvió como el portal, que se parecía más a


una máquina de baño no mágico que cualquier otra cosa —excepto que sin
ruedas— encontraron remos, poleas e instrumentos de pesca, así como
también cubos de alimentos, agua y mudas de ropa.

Los equipos fueron movidos fácilmente al bote con hechizos de levitación.


Ellos mismos consiguieron abordar sin caerse en el agua. Dado que hacía
mucho tiempo el plan de Titus había sido el de aproximarse a Atlantis a
través de su costa, se había entrenado para navegar en un número de
historias en el Crisol que involucraban viajes por mar.

Pero una cosa era dirigir un barco en mar abierto, y otra completamente
distinta conseguir sacarlo de una caverna estrecha y reducida, con olas
chocando dentro y creando corrientes impredecibles que lanzaban el
balandro de este lado y al otro. Remaron. Empujaron con remos y varas. En
algún punto, Titus y Kashkari saltaron en el agua fría para destrabar el bote.

El costo de dejar a su maga elemental detrás.

Pero el mayor costo era el vacío en el interior de Titus. Era como si él


estuviera en alguna parte afuera de sí mismo, observando la lucha con el
barco. Sus músculos trabajaban, diligentemente y sin descanso, pero ya no
le importaba.

Permaneció en sus heladas ropas mojadas mucho tiempo después, hasta


que estuvo seguro de que el bote estaba lo suficientemente lejos de los
acantilados de la deshabitada isla que no tuviera que preocuparse por ser
141
regresados por el viento y hechos pedazos por aquellas rocas implacables
durante el tiempo que se vestía.

Si sólo…

Cortó la dirección que sus pensamientos estaban tomando. Lo que había


hecho, lo había hecho por sí mismo, porque no podría vivir en un mundo
sin ella. Su este era el universo castigándolo por su arrogancia y estupidez,
entonces que así fuera.

La cabeza de Iolanthe se sentía como si alguien hubiera metido un pudín


inglés entero dentro: una masa temblorosa. Sus párpados estaban tan
pesados como ladrillos, resistiendo todos los intentos de levantarlos.
Extraño: ella no era tan fanática de madrugar como el príncipe, pero por lo
general cuando se despertaba, se sentía renovada y lista para enfrentar el
día, y no drogada, como si estuviera metida en un abismo confuso, incapaz
de levantarse.

Drogada.

Titus… la inutilidad que había en sus ojos. El té con sus sabores


maravillosamente evocadores. Los cubos de azúcar. Titus, poniendo todos
los cubos restantes de azúcar en su propio té, y luego no dándole otro sorbo.

Gimió y se incorporó, sus músculos tan débiles como los macarrones que se
servían en la casa de la Sra. Dawlish.

—¡Iola! ¿Estás bien?

El rostro del Maestro Haywood nadó lentamente en foco delante de ella, su


expresión tan culpable como si estuviera ansioso.

Ni siquiera se molestó en preguntarle a dónde había ido todo el mundo.

—¿Cómo van a meterse en el Dominio?

—No lo discutieron donde pudiera escuchar.

Ella se pinchó el puente de la nariz.


142
—¿Y estás contento de eso, no, cuando el príncipe te dijo que mantendría
sus conversaciones en otra parte, para que no pudieras posiblemente
transmitirme cualquier información?

—Iola…

Ella alzó la mano. No quería discutir con él. Lo que sí quería hacer, era poner
sus manos alrededor de la garganta de Titus y estrangularlo hasta un hilillo
de vida. ¿Cómo se atrevió a tomar una decisión de tal magnitud por ella? ¿Y
cómo se atrevía a ponerla en acción de una manera tan cobarde? Ella podría
aceptar el consenso del grupo, si sentían absolutamente que no podían
tenerla junto a ellos, pero hasta después de que ella pudiera apelar la
decisión por sí misma.

Se puso de pie y se tambaleó hasta el laboratorio. El lugar estaba tan pulcro


como siempre, ni un solo elemento fuera de lugar. Estaba lo bastante
familiarizada con los contenidos para ver lo que habían tomado: ayudas para
teleportarse, ayudas para navegar, otros tipos de remedios para traumas y
lesiones. Pero su habilidad para hacer recuento de los elementos faltantes
no le dio ninguna idea de cómo habían regresado al Dominio… o de dónde.

Sólo mientras daba vuelta a los estantes y gabinetes notó unas pocas cosas
que habían sido dejadas sobre la mesa de trabajo. Los cuadernos
bidireccionales de Kashkari y Amara yacían lado a lado, con una nota de
Kashkari debajo.

Querida Fairfax,

Estos cuadernos contienen inteligencia que afecta la seguridad


de muchos. Dado que las páginas no pueden ser debidamente
aseguradas, hemos decidido dejarlos atrás, en vez de arriesgar
a que caigan en las manos equivocadas. Si fueras tan amable,
por favor, envíalos a mis padres y pide que el de mi cuñada sea
dado a la guarda de mi hermano.

Lamento que no podamos despedirnos apropiadamente. Ha sido


un placer y un privilegio conocerte. Que durante mucho tiempo la
Fortuna pueda proteger tu camino.
143
Con cariño,

M.K.

Del otro lado de la mesa de trabajo estaba la posesión más preciadas de


Titus. Y él también había dejado una nota.

Amada,

Me debatí intensamente si debería llevar el diario de mi madre


conmigo. Al final, escogí no hacerlo, porque no deseaba que se
perdiera o fuera destruido, y porque el tiempo para las profecías
ha llegado y se ha ido. Por favor, guárdalo bien, porque en él está
escrita tu historia también. Nuestra historia.

Y por favor, perdona mi transgresión. Te amo con cada aliento y


siempre lo haré.

Titus.

Fue un indicativo de su amor hacia él que no quemara la nota allí mismo en


ese momento. Pero sí gritó, llamándolo por nombres que habrían derretido
un agujero en el papel si ellas las hubiera dejado por escrito.

Cuando estuvo ronca de gritar, el Maestro Haywood, que la había seguido


hasta el laboratorio, dijo tentativamente:

—Vaya, vivir en una escuela de chicos ciertamente ha cambiado tu lenguaje.

—Odio destruir tu inocencia, señor —respondió secamente—, pero no


pronuncié palabras que no supiera desde que tenía doce.

Apoyó los codos en la mesa de trabajo y enterró la cara en sus manos, estaba
igual de exhausta y furiosa. ¿Era todo? Después de todo lo que habían
pasado, ¿él esperaba que ella se sentara tranquilamente y esperara a
que El Observador de Delamer le dijera cuando la población de media ciudad
hubiera sido destruida por lluvia de la muerte? Y cuando su funeral tuviera
144
lugar, suponiendo que Atlantis se molestara incluso en regresar su cuerpo…
¿él esperaba que ella lo supiera por los periódicos también?

—Iola, querida…

—Por favor, déjame sola. —Odiaba ser grosera con el Maestro Haywood. Pero
él estaba contento de que ella no hubiera ido, y no podía enfrentar esa
alegría ahora.

—Estaré feliz de darte todo el espacio que desees. Pero por favor, recuerda
que debemos irnos en algún momento, aunque sólo sea a la posada. No
puedes quedarte aquí para siempre.

Ella podía, sólo para fastidiar a Titus.

—Lo entiendo. ¿Te importaría dejarme por unos minutos? Puedes llevar el
periódico si quieres.

El laboratorio tenía una copia del Observador de Delamer, cuyos contenidos


se actualizaban cada poca hora, y a veces, incluso más frecuentemente.

—Está bien. Ya he leído cada artículo que contenía mientras estabas


dormida. Un visitante anterior ha dejado una copia del Times en el salón…
le echaré un vistazo a ese en su lugar.

Silencio. Vacío. El sonido de sus propias inhalaciones temblorosas. La


sensación de vacío de ya no más ser necesaria. Jamás.

La lluvia de corazones y conejitos. El Desierto del Sahara, su largo y solitario


paseo de cada noche, vigilándola. El rayo manando del suelo, candente y
mortal. Por ti.

Ira, a plena ebullición. La violencia dentro de ella, un caldero oscuro. La


mano de él mientras ella lo llevaba al faro, tan frío, muy, muy frío. Tú y yo
a solas. Vive para siempre. Te amo con cada aliento y siempre lo haré.

Se aferró la cabeza. No podía soportar el trastorno. Paz, calma,


tranquilidad… necesitaba algo. Sino, entonces al menos un bendito
adormecimiento, un cese de este vehemente revuelo de emociones y
recuerdos.
145
El vacío que anhelaba vino de repente. Pero no era paz, calma, o
tranquilidad: su mente se había aferrado a algo, renunciando a todos los
demás pensamientos con el fin de sacar del caos el fantasma de una idea.

Se incorporó.

Pero, ¿qué puede ser peor que seas llevada a la cripta del Bane y sacrificada?
Había exigido Kashkari. Y el Maestro Haywood había jadeado. Ella,
naturalmente, lo había interpretado como un sonido de disgusto y angustia.

¿Y si se había equivocado?

—¡Iola! —El Maestro Haywood puso a un lado del Times y se levantó de su


asiento—. ¿Te sientes mejor?

Raramente se había sentido peor.

Ante su silencio, él se movió inquieto un poco. Luego le dio un golpecito al


periódico.

—No vas a creer lo que acabo de leer: un anuncio fúnebre para tu amigo, el
joven Wintervale.

Eso ciertamente no era algo que ella habría esperado encontrar en un


periódico no mágico. Siguió sin decir nada.

—Iola, ¿estás bien?

No lo estaba, pero su mente ahora estaba trabajando furiosamente.

—¿Recuerdas a la Profesora Eventide?

—¿Hippolyta Eventide? Por supuesto.

La Profesora Eventide había sido una personalidad inolvidable, una mujer


grande y locuaz con una cabeza con brillante cabello pelirrojo, un armario
lleno de lentejuelas y lunares, y una mente tan poderosa como una varita
espada. Su especialidad de investigación fueron las Artes Oscuras, las
cuales las sociedades de los magos en su conjunto rechazaban. La
comprensión profunda de las Artes Oscuras, sin embargo, era considerada
146
una necesidad desafortunada, pero por suerte estaban aquellos que podían
reconocer y ayudar a defenderse contra tales prácticas.

La mayoría de los principales centros de aprendizaje tenían un residente o


dos en las Artes Oscuras. Era sabido por Iolanthe que por lo general, ellos
eran solitarios incómodos que evitaban la compañía de sus compañeros
académicos, incluso cuando estos últimos los trataban con frialdad. La
Profesora Eventide, por su calidez y cordialidad, era una excepción. Ella era
bien recibida en todas partes y nunca careció de invitaciones a reuniones
sociales.

Cuando el Maestro Haywood había trabajado en el Conservatorio, la


Profesora Eventide había tomado un interés maternal en él y estuvo
determinada a encontrarle una esposa. Ese proyecto nunca llegó a buen
puerto, pero los dos se habían vuelto grandes amigos y a veces, daban fiestas
conjuntas. En esas ocasiones, Iolanthe había adorado sentarse en lo más
alto de la escalera, fuera de la vista, y escuchar a los mayores mientras
discutían sobre todo.

Fue debido a una de esas discusiones que había adquirido suficiente


conocimiento para saber lo que le había sucedido al pobre Wintervale. Y fue
otro de esos fragmentos de conocimiento lo que la llevaba ahora a reevaluar
lo que el Maestro Haywood había entendido de las palabras de Kashkari.

—Cuando tenía siete, hubo una cena para celebrar tu ascenso. —El último
ascenso que él recibiría del Conservatorio, o cualquier otro lugar—. Durante
la comida, alguien le preguntó a la Profesora Eventide sobre las fuentes
principales para su investigación. Ella declinó discutirlo en detalle, diciendo
que estaba prohibido. Pero después de que los invitados se marcharon,
ustedes dos se sentaron y hablaron por algo de tiempo. Y en cierto momento,
le preguntaste sobre esas fuentes principales, si era cierto que registros de
practicantes reales de Artes Oscuras habían sido permitidos sobrevivir.

El Maestro Haywood se quedó muy quieto, casi como si hubiera dejado de


respirar.

—Ella dijo que sí —continuó Iolanthe—. Te advirtió que mantuvieras todo


confidencial, y luego pasó a describir algo de lo que había leído en esas
fuentes principales. Seguí escuchando y seguí lamentando lo que había
147
escuchado. Después, hice todo lo posible por olvidar, porque lo que ella dijo
me dio pesadillas.

—Pero algunas cosas nunca las olvidas realmente. Ahora recuerdo lo que te
dijo ella sobre la magia de sacrificio, cómo los magos por error equipararon
la magia de sangre con la magia de sacrificio porque un rito de magia de
sacrificio se inició con la extracción de una pequeña cantidad de sangre de
la víctima, para determinar cuán poderoso sería el sacrificio. También
recuerdo que llegó a decir cuán grotesca era la magia de sacrificio. Y cuán
sucia, ya que las mejores partes del cuerpo —ojos, cerebro, órganos y
médula— tienen que ser extraídas, mientras que el corazón de la víctima
aún lata.

Su respiración se agitó por los terribles recuerdos, y la acusación que estaba


a punto de hacer.

—Mis amigos tienen conocimientos, pero son pocos los magos vivos que
saben algo en concreto acerca de la magia de sacrificio. Cuando supimos
que la magia de sacrificio era la razón por la que el Bane buscaba un mago
elemental, ninguno de nosotros tuvo tiempo para analizarlo, estábamos
demasiado ocupados preparándonos para salir de Eton de inmediato.

»Hoy, en su ignorancia, mis amigos asumieron que el sueño profético de


Kashkari revelaba que voy a morir por la magia de sacrificio, dándole al
Bane otro siglo de poder sin precedentes. Esa fue la razón por la que me
dejaron atrás, a pesar de que habían llegado a contar con mis habilidades.

»Pero tú, todo el tiempo supiste que estaban equivocados. Que no me


utilizarían para la magia de sacrificio, al menos no con éxito. Y lo mantuviste
para ti mismo. Los dejaste ir. Los dejaste… —Su voz se atoró—. Dejaste que
la persona que amo camine a una muerte segura sin mí.

Él no dijo nada.

—¿Estoy en lo correcto? —demandó ella—. ¿Es eso lo que hiciste?

Siguió sin decir nada.

—¡Respóndeme!

Su garganta se movió.
148
—Sí, tienes razón. Los dejé creer que tu muerte sería causada por la magia
de sacrificio, a pesar de que la descripción del sueño de tu amigo sugería lo
contrario.

Ella se dejó caer en una silla, sus piernas ya no eran capaces de sostenerla.

—¿Pero no ves, Iola, que aunque no fuera la magia de sacrificio, hubieras


muerto de cualquier manera yendo a Atlantis?

Con cansancio levantó la cabeza.

—Sé eso. Lo he sabido desde el día en el que el príncipe me pidió por primera
vez que lo ayudara con esto. Por eso hui de él. Por eso tuvo que engañarme
para que hiciera un juramento de sangre para que me quedara. Pero en
algún lugar a lo largo del camino he cambiado de opinión. Entendí lo que
está en juego. Y me di cuenta de que a veces la pérdida de una vida, incluso
si esa vida es mía, no es un precio demasiado alto a pagar.

Él negó con la cabeza, sus ojos afligidos.

—No puedo permitir que eso ocurra. Eres todavía una niña. Eres demasiado
joven para tomar tales decisiones irrevocables.

—Puede que sea todavía menor de edad, pero no he sido una niña durante
un tiempo muy largo. Tú lo sabes. Y sé lo devastador que puede ser para ti,
dejarme elegir mi propio camino. Pero es lo mismo para mí, ¿no lo ves? Hay
una profecía sobre la muerte del príncipe. Él se reuniría con su fin en
Atlantis. ¿Crees que nunca se me ocurrió que tal vez debería dejar de seguir
este curso de acciones que lo llevaría a Atlantis? Pero no dije nada para
disuadirlo, y no me interpuse en su camino. Él ya ha elegido, y debo respetar
su elección.

Una lágrima rodó por el rostro del Maestro Haywood.

—Pero ¿qué pasa con el Conservatorio? Si pones un pie en Atlantis, nunca


volverás. Y nunca estudiarás en el Conservatorio.

—¿De verdad piensas que mañana o la próxima semana cambiaré de


opinión, y estaré contenta arrojándome a mis estudios de manera que aún
podría hacer bien los exámenes de calificación para el próximo año? E
incluso si lo hiciera, ¿has olvidado quién soy? ¿Has olvidado que mientras
dure el Bane, nunca voy a estar a salvo?
149
El Maestro Haywood se cubrió la cara con las manos. Iolanthe se puso de
pie. ¿Qué más podía decir?

Ella regresó al laboratorio, se sentó en el taburete como de costumbre,


presionó sus dedos en las sienes, y trató de pensar. Siempre existía la ruta
marítima, por supuesto. Titus tenía una cuenta en el Banco de Inglaterra a
la que tenía acceso, y había suficiente dinero en la cuenta para que
contratara un buque —o comprara uno— para cubrir los mil seiscientos
kilómetros de mar abierto. Pero el barco más rápido tardaría al menos
treinta horas en recorrer esa distancia. E incluso ella, con sus poderes, no
podía crear una corriente oceánica que se moviera mucho más rápido.

Las páginas del cuaderno bidireccional de Kashkari se movieron, como si


alguien hubiera puesto un pulgar contra sus bordes y luego las hubiese
soltado.

Ella se quedó mirándolo. Había usado cuadernos bidireccionales cuando era


una niña, la mayoría de los escolares tenían, comprándolos a los vendedores
ambulantes, ya que no había padres o figuras parentales que hicieran esas
compras, dado que su uso predominante era charlar con los amigos durante
la clase, mientras que todavía parecía que uno tomaba notas y prestaba
atención.

A través de los años los cuadernos bidireccionales habían sido adaptados


para poder recibir mensajes de distancias mucho más largas, en lugar de
sólo unos pocos metros. Pero debido a que parte de la construcción
subyacente era tan débil, nadie había sido capaz de hacerlos realmente
seguros. Titus siempre se había negado a llevar uno, por temor a revelar
mucho si su persona era alguna vez requisada.

Las páginas del cuaderno se voltearon de nuevo.

Incluso si Iolanthe lo quisiera, no sería capaz de leer el mensaje, a menos


que supiera la contraseña de Kashkari. La seguridad era floja, pero
suficiente para detener un mirón casual.

El contenido de la primera página de El Observador de Delamer, que estaba


al lado del cuaderno, cambió. No tanto podía ser obtenido de las primeras
páginas de cualquier periódico estos días: la información valiosa era
usualmente encontrada entre los pequeños y numerosos anuncios en la
parte posterior de las páginas.
150
Ella parpadeó y tiró el periódico hacia ella. En la parte inferior de la primera
página, un pequeño titular decía: Cargamento desviado a Delamer del Norte
mientras los ejes en el Delamer del Este realizan operaciones de
mantenimiento.

El artículo era corto.

Varios de los translocadores de carga de mayor antigüedad del


Dominio fueron demolidos esta mañana. Translocadores 1 a 4
habían funcionado tanto tiempo como la capital, en efecto, los
buques más seguros del reino para envíos de cargamento
trasatlánticos. Espacio que ahora ha sido asumido por
translocadores tanto de Delamer del Norte como Riverton del
Oeste. Se espera que los translocadores de Delamer del Este
sean reconstruidos bajo normas actuales y vuelvan al servicio a
principios del próximo año.

¡El translocador 4 en Delamer del Este era para el que Titus tenía un destino
disruptor!

¿Era el mensaje en el cuaderno de Kashkari de ellos? ¿Titus había


descubierto este infeliz giro de los acontecimientos y estaba tratando de
ponerse en contacto con ella? Pero ¿por qué ella? ¿Qué podía hacer desde
un faro en el extremo norte del continente de Gran Bretaña?

Por supuesto, el diario. Ante tal desafío, Titus querría consultar


inmediatamente el diario de su madre, para ver si alguna de sus visiones
podría proporcionarle una pista sobre cómo proceder.

Cogió el cuaderno y trató de pensar desde la perspectiva de Kashkari. Los


cuadernos bidireccionales no funcionaban con signos contrarios, y no
toleraban contraseñas largas y complejas. Por lo tanto, tenía que ser algo
relativamente sencillo. Y Kashkari, quien pasaba la mayor parte de su
tiempo en la escuela, querría algo que sus compañeros no pudiesen
adivinar, algo que perteneciera a su vida secreta como joven rebelde.

—Amara—dijo ella.
151
Esa no era.

—Durga Devi.

No.

—Vasudev.

Aun no era la correcta. Por supuesto, Vasudev Kashkari había venido a Eton
y había conocido a un par de personas en la casa de la Sra. Dawlish. Así
que no sería su nombre. ¿Era el de su hermana, entonces? ¿O los de sus
padres? No sabía cómo ninguno de ellos se llamaba.

Espera. ¿Cuál había dicho Kashkari que era su nombre de guerra?

—¡Vrischika!

Gruñó en voz alta cuando se probó que estaba equivocada. Ella estaba en el
camino equivocado aquí. Kashkari gastó parte de su año con los rebeldes,
por lo que querría algo que los rebeldes no pudiesen adivinar con facilidad,
bien, en caso de que alguien entrometido se topara con su cuaderno.

Caminó varias veces alrededor de la mesa de trabajo. Kashkari había ido a


Eton para mantener a Wintervale seguro, pero todas las variaciones del
nombre Wintervale eran erradas. Consultó el diario de la Princesa Ariadne,
pero no fueron reveladas nuevas visiones. Ella se encontró, escondida en un
bolsillo en la contraportada, una carta de Lady Wintervale a Titus, escrita
hace años, cuando este último había comenzado su carrera en Eton. Pero
era inútil para el problema en cuestión.

Lo ayudarás mejor si buscas ayuda en el fiel y atrevido, le llegó el consejo de


hace mucho tiempo del Oráculo de las Aguas Tranquilas. ¿Podría ser? Fidus
et audax, que había sido la contraseña para el armario de la habitación de
Wintervale, era de hecho —le había dicho Titus más tarde— el lema de la
familia Wintervale.

¿Podría Kashkari haberla tomado como su contraseña por lo que creía que
era su conexión profetizada con Wintervale?

—Fidus et audax —dijo.

El cuaderno se abrió. Y en la página que se abrió estaba escrito: Ahora


recuerdo dónde vi un libro exactamente igual que el volumen del Príncipe de
152
los cuentos de hadas: en las estanterías de la gran biblioteca Real, la última
vez que trabajé allí.

Iolanthe estuvo a punto de dejar caer el cuaderno. No necesitaba el pequeño


símbolo del remolino de Atlantis en la esquina de la página para saber quién
había enviado el mensaje.

La Sra. Hancock.

¿Dónde estás? escribió ella en respuesta.

No llegó ninguna respuesta.

Si ella fuera la Sra. Hancock, también sería cuidadosa, especialmente si


recibía una respuesta que no estaba en la letra de Kashkari. Iolanthe casi
se identificó ante la Sra. Hancock, pero eso sería demasiado arriesgado, si
el cuaderno cayera en las manos equivocadas.

O si ya lo estaba.

Su cabeza latía. ¿Qué estaba realmente ocurriendo? ¿Qué podrían hacer


Titus, Kashkari y Amara una vez que se dieran cuenta de que no podían
proceder como lo habían planeado? ¿Y cuál era su papel en todo esto? ¿Se
limitaba a transmitir la información a Dalbert y esperar lo mejor o...?

Se levantó y volvió a entrar en la sala. El Maestro Haywood estaba sentado


en un sillón, con las manos en su regazo, mirando al frente.

El corazón la pellizcó, pero se limitó a decir:

—Si me puedes mostrar dónde está, me gustaría ver la noticia del funeral
de Wintervale.

Titus había tomado su mochila de emergencia. Pero afortunadamente para


ella, su preparación era de clase mundial, y en el laboratorio habían
duplicados de casi todo, incluyendo, por suerte, otra varita de repuesto, ya
que pensaba dejar a Validus atrás. Encontró una bolsa similar a la que
habían utilizado y la equipó con los recursos, herramientas y todo lo demás
que pudiera caber dentro.

El Maestro Haywood, con el rostro sombrío, hizo lo mismo, llenando la bolsa


que había traído consigo desde su apartamento en París.
153
—No tienes que venir conmigo —dijo ella.

—Quiero hacerlo.

—No quieres. Preferirías quedarte atrás.

—Al igual que tú, Iola. No somos tan valientes.

—Al menos tomé mi decisión hace tiempo, luego de considerarla


cuidadosamente. Tú estás siendo impulsivo.

Se detuvo y se volvió hacia ella.

—Mi querida niña, puedes criticarme por cualquier otra cosa, y Dios sabe
que he fallado en muchos frentes. Pero por casi diecisiete años mi vida no
ha tenido ningún otro propósito que mantenerte a salvo. Cuando destruí tu
elixir de luz, era un intento de mantenerte a salvo. Cuando no dije nada y
dejé que el príncipe y tus amigos se fueran, lo mismo. Y ahora voy contigo,
porque nada es más importante para mí que tu seguridad. Tal vez estoy
siendo imprudente, pero mi decisión también la hice hace mucho, mucho
tiempo.

Ella tragó.

—Lo siento. Por favor, perdóname.

Su voz se suavizó.

—Sólo si también me perdones por sobrepasar mis límites.

Dejó a un lado su bolsa, envolvió sus brazos alrededor de él, y apoyó la


cabeza en su hombro.

—Quiero que tengas años y años. Buenos años, demasiados te fueron


robados.

—Quiero lo mismo, pero no porque algo me fuese robado. Yo fui el que tiró
a la basura esos años en los que podríamos haber sido felices juntos. Quiero
hacer todo bien por ti, debemos de darnos otra oportunidad.

Ella le tocó la cara.

—Siempre has hecho todo bien para mí.


154
Él la abrazó con fuerza, y luego le dio un beso en la frente. Terminaron de
empacar y comprobaron sus mochilas para asegurarse de no haber dejado
atrás ningún elemento importante. Cuando no había nada más que hacer,
Iolanthe cerró la puerta del laboratorio. Deseó tener tiempo para un último
paseo en el cabo. Era un lugar hermoso con austeridad, Cabo Wrath, y había
visto muy poco de él, a pesar del número de veces que había visitado el
laboratorio.

Algún día. Algún día, cuando todas las profecías en el mundo se


incendiaran.

Ella respiró hondo.

—¿Listo?

—No —dijo el Maestro Haywood.

—Sé a qué te refieres. Nadie puede estar listo para lo que estamos a punto
de enfrentar.

—No, no es eso a lo que me refería en absoluto.

Lo miró. ¿Había cambiado de opinión?

—¿Entonces a que te refieres?

Del granero abandonado en Kent, Iolanthe teleportó al Maestro Haywood y


a ella misma a Gravesend, luego al centro de Londres, luego a West Drayton,
a nueve kilómetros al este de Eton. No sabía exactamente hasta dónde se
extendía la zona de no-teleportación de Atlantis, pero llegaron a West
Drayton sin contratiempos, y desde allí tomaron un tren a la estación Eton,
inmediatamente en la puerta del Castillo Windsor.

El castillo estaba dentro de la zona de no-teleportación, que todavía estaba


muy en efecto. Altas paredes y entradas vigiladas, sin embargo, no fue
problema para dos magos entrar en sus mentes. De hecho, el único
problema que tenía Iolanthe era determinar la ubicación precisa de la
habitación a la que solía teleportarse, para encontrarse con Lady Wintervale.

Pero sabía que daba al norte y estaba en un piso superior. Y dio una
descripción bastante detallada a un criado, bajo otro hechizo que le hacía
155
creer que ella era una de las damas de compañía de la reina inglesa, para
saber exactamente de qué sala de estar estaba hablando.

Más tarde ese día, su voz resonó con claridad desde el interior de la
habitación.

—Toujours fier.

Lo que Lady Wintervale le había dicho que debía decir para convocar a la
mujer de la nobleza de su guarida en lo profundo del castillo.

Excepto que esta vez esas palabras solo convocaron a agentes de Atlantis,
al acecho.
156

CAPÍTULO 12
Traducido por Simoriah y Mari NC

Corregido por âmenoire

T itus navegó la balandra hacia el sur. El mar estaba de color gris


acero y picado, la espuma fría como cuchillos. Kashkari y Amara
estaban acurrucados uno cerca del otro hacia la popa, pero raramente
hablaban. Amara, a pesar de la ayuda para navegar que Titus le había dado,
lucía como si desesperadamente intentara no perder su desayuno.

Si él lo pensaba, era raro que Amara hubiera venido, vagamente recordaba


susurrados intercambios entre Kashkari y ella, mientras todavía estaban en
el laboratorio. Pero Titus no dedicó mucho tiempo a la rareza de su elección:
todos quienes no eran Fairfax eran libres de probar su suerte en Atlantis.

De todos modos, todos iban a morir.

Casi estaba oscuro antes que divisaran tierra, un montón de rocas que
pertenecían a las Islas Nereidas, uno de los archipiélagos periféricos del
Dominio. Titus, más o menos, llevó el bote a tierra. Tuvieron suerte que no
se volcara e hiriera a alguien.

Justo como lo había hecho con los países de Europa, Titus metódicamente
se había llevado a sí mismo a muchas partes de su propio reino. Le dio a
Kashkari y Amara una fuerte dosis de ayuda para teleportarse y los teleportó
a una isla más grande a ciento cuarenta y cuatro kilómetros de distancia.

Otro salto y estuvieron en una tercera isla, esta vez frente a un viejo templo
que había quedado en ruinas. En el interior del santuario del templo, Titus
apuntó su varita hacia el suelo.

—Aperito shemsham.

Las enormes piedras retrocedieron, llevando a un pasaje debajo.

—Hesperia —dijo él, como explicación.


157
Hesperia La Magnífica había pasado una significativa porción de su infancia
en prisión. Después de que luchara hasta quitarle el poder al Usurpador,
estuvo decidida a jamás volver a perder su libertad de nuevo. Todo lo que
construyó alguna vez tenía múltiples vías de escape que llevaban a todas
partes en el Dominio.

La cámara secreta debajo del santuario interno tenía un portal que llevaba
a una cámara secreta similar debajo de un templo similarmente dilapidado,
esta vez en las Montañas Laberínticas.

Encontrar lugares en las Montañas Laberínticas siempre era difícil. Titus le


pidió a Kashkari y a Amara que permanecieran en la cercanía del santuario,
mientras él mismo se teleportaba por ahí para ver cómo se habían movido
las montañas. Esto es, se teleportaba a ciegas; teleportándose con los ojos
bien abiertos, mirando hacia donde quería ir, en lugar de usar verdaderos
recuerdos de un lugar que había visitado antes. En las Montañas
Laberínticas, donde todo se movía, teleportarse no funcionaba tan bien
como lo hacía en los otros lugares.

Habría sido más fácil que usara una alfombra y revisara el paisaje desde un
punto de vista más alto, pero no se atrevió a hacerse tan visible. Después
de su cuarta teleportación, finalmente se materializó cerca de la casa de
seguridad: reconoció el sonido del Arroyo Sonata.

De cerca, el Arroyo Sonata era otro arroyo de montaña, el tipo que se podía
encontrar en todas partes por estos lares, agua clara y fría, orillas rocosas,
hojas caídas rojas y doradas llevadas rápidamente por las corrientes.

También sonaba ordinario, el burbujear del agua, el crujido de las ramas de


árboles por encima, el canto de un ocasional pájaro o insecto. Pero si uno
resultaba estar justo en la distancia correcta, todos los vulgares sonidos de
alguna manera se combinaban para formar música. No música metafórica,
sino literal, como si el arroyo hubiera aprendido a tocar liras y golpear
pequeños triángulos para marcar el ritmo de su progreso.

Cuando fuera que su madre y él tomaban una larga caminata, ella siempre
se aseguraba de pasar por el Arroyo Sonata. Ésta había sido su montaña,
su jardín de juegos, su refugio seguro del déspota de su padre y de la
atención de Atlantis, siempre acercándose. Y ella había querido que él
158
sintiera su magia en sus huesos, que siempre tuviera en el corazón un
profundo pozo de reverencia y asombro.

Se permitió un minuto para escuchar. Ésta sería la última vez que se parara
en el margoso suelo de su infancia, la última vez que respirara el aroma del
hogar.

Luego se teleportó de regreso para llevar a Kashkari y a Amara a la herbosa


pendiente bajo la escarpada pared de roca. Detrás de la pared de roca había
un espacio habitable sorprendentemente grande, habitación tras habitación
toscamente labradas, los muebles simples y firmes, las paredes de granito
ligeramente rojizas en la luz de los candelabros de pared.

Era donde Fairfax se habría quedado durante el pasado verano, si las cosas
no se hubieran puesto mal entre ellos. Tenían grandes planes. Cada
momento que él pudiera haber robado del palacio lo habrían pasado juntos,
entrenándose y haciendo estrategias, pero también simplemente tomándose
de las manos y apoyándose uno en el otro, acumulando una reserva de
felicidad y esperanza que les bastara para atravesar los oscuros días por
venir.

En lugar de eso no habían pasado tiempo juntos en absoluto. Y tanto como


Titus deseaba recurrir a los buenos momentos que sí habían compartido
para mantener la desesperación bajo control, se sentía como la casa de
seguridad, lleno de lo que debería haber sido y un poco más.

—Hay un baño en la parte trasera, con agua caliente —le dijo a sus
acompañantes—. Vayan y úsenlo.

Él entró a la cocina. No había alimentos frescos guardados, sino una gran


variedad de nutrientes preservados y deshidratados. Puso una tetera de
agua a hervir sobre una estufa sin llama y agregó una mezcla de ingredientes
para preparar un potaje de vegetales. Mientras la sopa burbujeaba, abrió
varios paquetes de pan para el camino, empapó los trozos similares a
ladrillos en el agua, luego los puso en el horno caliente, como indicaban las
indicaciones para calentarlos.

Cuando terminó, se apoyó contra el tosco mostrador de piedra, más


exhausto de lo que le importaba admitir. Solo era el primer día del viaje, y
ya sentía como si hubiera estado viajando durante años. Más que nada
quería tragar una dosis de ayuda para dormir y pasar unas pocas horas en
159
dichoso olvido. Pero primero tenía que asegurarse de que sus acompañantes
estuvieran adecuadamente alimentados. Quizás debía poner unas frutas
secas en la mesa de la cena o…

—Titus —vino la voz de Kashkari.

Se volvió.

—¿Sí?

Kashkari estaba de pie en la puerta de la cocina, una copia de El Observador


de Delamer en su mano. La expresión en su rostro hizo que el corazón de
Titus se hundiera antes de que dijera:

—Me temo que tengo malas noticias.

Titus apenas podía dar crédito a lo que leía. Demolidos. Devueltos a servicio
para el comienzo del próximo año.

—¿Puede tu disruptor ser usado en un translocador diferente? —preguntó


Kashkari.

Titus sacudió su cabeza. No había estado involucrado con la fabricación del


disruptor, el cual había heredado del Príncipe Gaius, su abuelo, quien
durante mucho tiempo había buscado maneras de entrar a Atlantis. Pero la
instrucción había sido muy clara: sólo funcionaría en ese translocador en
particular.

La cual era la razón por la que los translocadores del 1 al 4 de Delamer Este,
aunque se habían vuelto obsoletos, nunca habían sido reemplazados: era
una debilidad de seguridad en esa particular generación de translocadores
que el disruptor buscaba explotar.

¿Podría ésta haber sido una coincidencia, la demolición de los


translocadores cuando él más necesitaba que funcionaran normalmente?
¿Y quién, además de él mismo, Fairfax, y Kashkari, siquiera sabía de la
existencia del disruptor?

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Kashkari.

Titus lanzó el papel a un lado.


160
—¿Nos apoderamos de un carro blindado y hacemos que haga lo que
pedimos?

—Sabes tan bien como yo que en el momento en que Atlantis se dé cuenta


de que la nave está fuera de su control, caeríamos como una roca.

Si tuvieran a Fairfax, caer del aire no sería un problema. Pero no la tenían.

—¿Cuidarás la comida? —le preguntó a Kashkari—. Necesito rastrear a mi


maestro espía y descubrir qué sucede.

Titus se paró sobre la pared de roca, el borde de su túnica agitándose en el


vendaval. Los últimos y repartidos rayos de luz del atardecer desaparecían;
el completo manto de la noche yacía sobre las montañas.

¿Por qué Dalbert no había venido todavía a la casa segura? Antes de que
Titus abandonara el laboratorio, le había dejado saber a Dalbert que
esperara por él en las montañas. Sí había tenido otras pocas estaciones en
el camino, pero Dalbert debería haber comprendido que él se refería a la
casa segura. Y Titus habría esperado que Dalbert, siempre meticulosamente
organizado y preparado, hubiera llegado bastante adelantado.

Intentó recordar las palabras exactas que Dalbert había usado en un


anterior comunicado, pero sólo pudo recordar lo esencial, algo sobre el
maestro espía no siendo capaz de enviar mensajes durante varios días.

¿Exactamente qué había sucedido en el castillo mientras Titus había estado


en el desierto? ¿Dalbert también huía… o se ocultaba, como pudiera ser?

—Su Alteza —vino el sonido de una voz conocida.

Dalbert estaba de pie en la base del liso acantilado, su redondo rostro


inclinado hacia arriba. No era un sirviente en librea, pero en el castillo
siempre llevaba una pequeña capa blanca, bordada en la espalda con la
imagen de un fénix de dos cabezas, el emblema en el estandarte personal de
la madre de Titus. Esta vez la capa faltaba y llevaba la simple túnica de un
leñador, un gastado bolso de cuero sobre su hombro.

—¡Dalbert! —Titus estaba más que feliz; estaba contentísimo. Se teleportó y


aferró a su ayuda de cámara y maestro espía por los hombros—. ¿Estás
bien?
161
Dalbert se inclinó por la cintura.

—Estoy bastante bien, señor. Había esperado llegar más temprano y tener
todo listo en la casa segura para Su Alteza, una comida y un baño en
particular.

Titus agitó su mano.

—Puedo encargarme de esos yo mismo. Entra y en cambio dime qué está


sucediendo.

Amara y Kashkari estaban poniendo la mesa cuando ellos entraron. Titus


hizo las presentaciones, y juntos trajeron todos los elementos de la cena
desde la cocina y se sentaron.

—Gracias, Maestro Dalbert —dijo Kashkari—, por tener la previsión de


proveernos con un translocador.

—Exacto —dijo Titus—. ¿Cuándo lo instalaste?

—Después de que nos informaran que se esperaba que Su Alteza asistiera


a una escuela no mágica en Inglaterra, estuve entre los magos que enviaron
a casa la Sra. Dawlish para asegurarme de que la morada fuera segura.
Aproveché ese tiempo para examinar algunas ubicaciones en Londres. Con
cada viaje subsiguiente, hice un poco de trabajo en el armario del Museo de
Victoria y Alberto. Estaba listo para usarse durante su tercer Periodo en
Eton.

—Bien hecho, por supuesto. Pero, ¿cómo anticipaste que podría requerir
algo de ese tipo? —Titus nunca le había hablado a Dalbert de su misión: su
política siempre había sido el secreto. Y sin embargo ahí estaba,
descubriendo que Dalbert hacía mucho tiempo que había implementado
medidas de emergencia para beneficio de él.

Dalbert sonrió ligeramente, una sonrisa con un rastro de melancolía.

—Cuando tenía catorce años, me convertí en un paje de Su Alteza. Después


de que ella llegara a la mayoría de edad, despidió al secretario personal que
el Príncipe Gaius le había asignado y me confió el puesto en su lugar. Al
mismo tiempo me confió que tenía visiones del futuro, y para su gran
arrepentimiento, era sorprendentemente precisa en esas visiones.
162
»Unos pocos años más tarde, atrapó a la Comandante Rainstone espiando
en su diario, en el cual mantenía un registro de sus visiones. Después de
eso, puso un encantamiento blanqueador en el diario, para que incluso si
alguien supiera la contraseña de su diario, aun así, solo vieran hojas
desnudas… el toque de su mano era necesario para mostrar los contenidos.

»Pero cuando comprendió que moriría joven, se enfrentó a un dilema.


Muchas de sus visiones concernían a usted, señor. Era importante que
usted tuviera acceso a ellas, pero también era crucial que no fuera
abrumado por todo de una vez. No tuvo suficiente tiempo para configurar
los hechizos necesarios para que el diario sólo le entregara lo que necesitaba
ver en cualquier momento. Esa tarea en cambio me fue entregada a mí, con
la comprensión de que, en el curso de cumplirla, podría encontrarme con
ciertas de sus visiones. Tenía permiso de leerlas: me encargó que cuidara de
su hijo y debía tener el conocimiento necesario.

Las cejas de Titus se elevaron.

—Nunca me dijiste esto… que ella me puso a tu cargo.

Dalbert inclinó su cabeza.

—Fue una elección consciente de mi parte, señor. Su Alteza había sido


demasiado confiada por naturaleza. Conociendo la misión que había
destinado para usted, sentí que usted debía mantener sus cartas cerca de
su pecho… no confiar en nadie, si es posible.

Titus miró, atónito, a este hombre que había conocido toda su vida. No
mucho por lo que Dalbert había dicho, sino porque de repente vio la
influencia de Dalbert en él, algo de lo que no había sido consciente hasta
este momento

No confiar en nadie. Siempre había creído que se había vuelto tan


desconfiado como era simplemente debido a sus circunstancias. Pero no,
también había estado la discreta influencia de Dalbert funcionando.

Juntos habían reforzado su aislamiento. En el aislamiento había seguridad.


En el aislamiento nadie podía traicionar su confianza. Se preguntó ahora
qué pensaba Dalbert de los acompañantes que había recogido a lo largo del
camino.
163
Y la que había dejado atrás.

Como si hubiera oído a Titus, Dalbert dijo:

—Uno debe ser cuidadoso para permanecer vivo y libre. Pero el punto de
mantenerse con vida y libre el tiempo suficiente es para encargarse de la
gran tarea, y eso no puede ser logrado solo. Por eso estoy más que
agradecido de que Su Alteza haya encontrado una compañía con un
propósito en común.

»He sabido por muchos años que Su Alteza ha sido encomendado para
encontrar al gran mago elemental de nuestro tiempo. Como todos los demás,
no podía estar completamente seguro de si Su Alteza de hecho lo había
encontrado. Pero como Atlantis, después de los eventos del Cuatro de Junio,
también sospechaba que Lady Callista podría estar involucrada de alguna
manera.

»Cuando oí que Atlantis finalmente había husmeado en la información de


Lady Callista que había ocultado durante mucho tiempo sobre el mago
elemental, quise advertirle a usted en persona, pero no pude hacerlo ya que
no tenía autorización para llevar su translocador personal fuera del
Dominio. Cuando noticias llegaron sobre que había desaparecido y sus
pertenencias habían sido confiscadas, logré conseguir la aprobación
discutiendo que alguien del Dominio también debería estar en la escena.

—Me he estado preguntando, Maestro Dalbert —dijo Kashkari—, cuando


usted llegó a casa de la Sra. Dawlish ese día, ¿cómo fue capaz de decir que
yo era un mago? ¿Reconoció mi cortina como una alfombra voladora?

—No, estoy seguro que no lo hice, Maestro Kashkari. Lo que me llamó la


atención fue el pequeño altar en su habitación. Tenía los pertrechos
habituales de lámparas de aceite, manteca y especias. Pero en lugar de
bermellón, el pequeño montón de polvo rojo en la placa era musgo de fuego
molido.

—Oh, lo llevé desde casa. Pensé que nuestros altares eran exactamente los
mismos que los de nuestros vecinos no magos.

—Lucen bastante similar, pero el musgo de fuego molido es de una textura


ligeramente diferente, y un aroma más picante, si se coloca una pizca cerca
de la nariz. Así que elegí darle el mensaje concerniente a la confesión de
164
Lady Callista a usted. No sabía si sería capaz de pasárselo a Su Alteza, pero
era una mejor oportunidad que confiárselo a alguien más en esa casa.

»Cuando ya me iba, fui detenido por agentes de Atlantis. Afortunadamente,


tenía la autorización, así que sinceramente pude informar que simplemente
había estado siguiendo órdenes. Pero aun así, media docena de agentes de
Atlantis me acompañaron en el camino de vuelta.

»Cuando me di cuenta de que intentaban interrogarme bajo el suero de la


verdad, hice una escapada. Había anticipado problemas de ese tipo y ya
había removido mi conexión del transportador de mensajes del castillo. Por
desgracia, las cosas se aceleraron más rápido de lo que había previsto, y
aún no había tenido la oportunidad de recuperar del monasterio ciertos
elementos cruciales, tanto el castillo como el monasterio han estado bajo
fuerte custodia por aquellos a sueldo de Atlantis desde el comienzo del
verano.

»Eso es lo que he estado haciendo durante los últimos días. Entrar en el


monasterio no fue difícil, pero salir resultó bastante complicado. No fue
hasta anoche que logré salir sin ser detectado.

Tomó un elemento de la bolsa que llevaba y lo colocó sobre la mesa del


comedor. Titus casi se levantó de la silla.

—La varita de Hesperia.

La cual también había sido de su madre.

Dalbert asintió y luego sacó otra cosa: La copia del monasterio del Crisol.

—Atlantis ya confiscó la copia de la Ciudadela y la copia personal de Su


Alteza. No quería que la última copia todavía en nuestro poder fuera
encontrada y tomada.

Titus pasó sus dedos a través de la cubierta de cuero envejecido.

—Gracias, Dalbert. Mi agradecimiento es inmenso. Pero debes saber que ya


no se puede utilizar como un portal, no mientras las otras copias estén en
manos de Atlantis.

—Siento disentir, señor. Hoy escuché de la Señorita Seabourne mientras Su


Alteza todavía estaba en tránsito.
165
—¿Está bien? —la pregunta salió de Titus como un disparo.

Estaban a solo mil seiscientos kilómetros de distancia, habían estado


separados por distancias mucho mayores en el momento en que se habían
conocido, o incluso durante las últimas cuarenta y ocho horas. Pero esta
vez no era meramente espacio físico lo que los dividía, sino la línea entre la
vida y la muerte.

Él ya estaba muerto. Pero ella todavía podía vivir.

—No hizo mención de su salud —respondió Dalbert—, pero me siento


confiado en deducir que al menos está a salvo.

Al menos a salvo. Él suponía que era todo lo que podía pedir, a pesar de que
quería mucho más.

—¿Y qué dijo ella?

—Informó que el Maestro Kashkari recibió un mensaje en el cuaderno


bidireccional que había dejado atrás. Pidió el perdón del Maestro Kashkari,
pero dadas las circunstancias sentía que no tenía más remedio que adivinar
la contraseña y leer el mensaje.

—La habría instado a hacer lo mismo —dijo Kashkari.

—El mensaje era de la Sra. Hancock.

Una inhalación colectiva resonó en la cámara de piedra.

—De acuerdo con la Señorita Seabourne —continuó Dalbert—, hace una


semana, en la noche de la desaparición de un estudiante llamado West, el
Oráculo de las Aguas Tranquilas le dijo a la Sra. Hancock algo parecido a:
“Sí, lo has visto antes”.

—Recuerdo eso —dijo Titus—. La Sra. Hancock pensó que el Oráculo se


refería al Crisol, que había visto muchas veces en mi habitación, antes de
llevármelo.

—Como resultó al final, el Oráculo se refería al Crisol, pero a una copia


diferente, la cual la Sra. Hancock ahora recuerda que había visto en la
biblioteca de Royalis.
166
Royalis era el magnífico complejo palaciego en Lucidias, la capital de
Atlantis.

Esta vez Titus dejó su asiento.

—La Fortuna me proteja. Mi abuelo nos contó que la cuarta copia del Crisol
se había perdido. Pero nunca lo había estado.

En lugar de ello, el Príncipe Gaius debía haber enviado la copia como un


regalo para el Bane. Así debió ser cómo había enviado al espía excepcional
que había logrado obtener un buen vistazo a los anillos de defensa afuera
del Palacio del Comandante.

Y esa copia del Crisol había permanecido en el estante de la biblioteca en


Royalis todos estos años, acumulando polvo.

Dalbert también se puso de pie.

—Veo que las noticias lo complacen, señor.

Lo hacían. Y lo aterrorizaban también.

Pero él sólo asintió. Luego se volvió hacia Kashkari y Amara.

—Parece que hemos encontrado otro camino hacia Atlantis.

Después que hubieran terminado con la logística, Amara deseó pasar algún
tiempo en oración y le pidió a Kashkari unirse a ella. Esto dejó solos a Titus
y Dalbert.

—La Señorita Seabourne me pidió que mantuviera un ojo en su espalda,


señor —dijo Dalbert—. ¿Puedo darle una mirada?

Titus casi se había olvidado de su lesión. A pesar de su ajetreado día, la


espalda no había dolido. Dalbert también se pronunció satisfecho, al parecer
los remedios habían trabajado como deberían y ya no necesitaba ser
vendado.

Se sentaron de nuevo alrededor de la mesa del comedor.

—¿Hay más preguntas que pueda responder por usted, señor?


167
Dalbert lo conocía muy bien, otra cosa que Titus había fallado en apreciar.
Exhaló. Bien podría, ya que la oportunidad no vendría otra vez.

—Esta mañana encontré menciones de mi padre en el diario de mi madre


por primera vez. Tú servías a mi madre durante el tiempo de su cortejo.
¿Qué puedes decirme sobre él?

Dalbert parecía estar considerando su elección de palabras.

—Él era… un hombre sencillo, simple en el mejor sentido de la palabra:


franco, amable y vivaz sin ser tonto o irresponsable. Si yo hubiera tenido
una hija o una hermana, habría estado satisfecho si hubiera llevado a casa
a semejante joven.

—¿Pero?

—Pero mi hija o hermana, no se convertiría algún día en la Señora del


Dominio. De ella no se esperaría que enfrentara situaciones complicadas y
difíciles, o lidiara con un enemigo hostil que requiriera el manejo más
cuidadoso y delicado. Su padre no hubiera sido un activo para una mujer
en tal entorno, sino un pasivo. Una casa principesca no es lugar para un
hombre que no entiende de traición o engaño.

—¿Estás seguro que no entiende este tipo de cosas? Es Sihar, ¿cierto? ¿Es
posible que un hombre Sihar llegue a la mayoría de edad sin entender algo
de la complejidad y la crueldad del mundo?

Los Sihar, por su práctica de la magia de sangre, habían sido durante


mucho tiempo rechazados por el resto de la comunidad mágica. Y a pesar
de que ya no era aceptable discriminar abiertamente contra los Sihar, la
vieja intolerancia había perdurado en sutiles y a veces más insidiosos
nuevos disfraces.

—Usted pensaría que el prejuicio que los rodea criaría amargura en el


corazón de cada Sihar. Y, sin embargo, he encontrado que no siempre es el
caso. A veces, la respuesta de aquellos que reciben una parte
desproporcionada de la fealdad del mundo es una sorprendente belleza de
carácter, una calidez y alegría de vivir que uno no puede evitar sino sentirse
atraído y conmovido. Sin embargo, yo estaba convencido de que se
marchitaría si ella fuera a hacerlo su consorte: se requiere una cierta
dureza, una cierta crueldad, si se puede decir así, para llevar con éxito la
168
corona. Su Alteza, como tal, no poseía suficiente sangre fría. Si ella fuera a
aliarse en matrimonio con un hombre aún más temperamentalmente
inadecuado para gobernar…

»En cualquier caso, yo recomendé que lo hiciera de la manera antigua:


casarse con uno de sus barones para fortalecer su posición y mantener a su
amante lejos de la mirada del público. Pero Su Alteza era una idealista. No
quiso seguir mi consejo, a pesar que reconocía que tenía sentido.

»Estuvimos en total desacuerdo sobre el asunto, fue probablemente lo más


tenso que nuestra relación había estado nunca. Entonces, un día ella vino,
angustiada, y pidió que nunca buscara hacerle daño a su amado. Estaba
herido por que ella pensara que sobrepasaría mis límites en una medida tan
infame, y así se lo dije.

»Por primera vez en todos los años que la había conocido, se echó a llorar.
Me dijo que algo terrible le sucedería a él y me rogó que le prometiera que
no sería por mi mano o instigación, dado que era el único a quien había
confiado su identidad, quien tenía los medios y el motivo para removerlo de
su vida.

»Para tranquilizarla, me ofrecí a tomar un juramento de sangre. Ella se negó


a unirse a mí con uno, diciendo que mi palabra era lo suficientemente
buena. Después agonizó sobre qué hacer con el padre de ella. No se oponía
a una indiscreción juvenil o dos por parte de ella, pero había mantenido su
relación en extraordinario secreto porque temía lo que él podría hacer si
llegaba a descubrir que su amante era Sihar. Al final se decidió no decirle
nada al Príncipe Gaius y casarse sólo después que ascendiera al trono,
cuando nadie pudiera contradecirla, o arreglar que su amado se encontrara
con un desafortunado accidente.

»La segunda semana de enero de 1014, su padre fue a su viaje anual de


voluntariado en el extranjero. La comunidad Sihar del Dominio es mucho
más rica que la de muchos otros reinos, y los jóvenes de la comunidad a
menudo viajaban al exterior para ayudar a sus parientes menos
afortunados, esto fue en los años previos a la Insurrección de Enero, cuando
los magos todavía tenían la libertad de viajar instantáneamente entre reinos.
A pesar de que Su Alteza lo echaba de menos desesperadamente, estaba
contenta de que estuviera lejos del Dominio, lejos de los caprichos del padre
de ella.
169
»Se esperaba que volviera en un par de semanas, antes del inicio del período
de primavera, pero nunca lo hizo. Cuando se confirmó como desaparecido,
hablé con todos los que lo conocían. Sus amigos que habían ido al extranjero
con él estuvieron de acuerdo en que comenzó su viaje de regreso antes que
ellos, con toda la intención de reanudar su vida cotidiana en Delamer. Pero
en algún lugar a lo largo del camino desapareció.

»Le presenté mis hallazgos a Su Alteza. Ella se levantó, pálida y agitada, y


me dijo que ya había visto un fragmento de mi informe en una visión…
excepto que ella había pensado que tendría más tiempo.

»Me pidió seguir buscando. Con cada vía de investigación llegaba a un


callejón sin salida, al fin se enfrentó a su padre. Tuvieron una horrible
discusión. Él fue firme en que no había tenido nada que ver con ello, que si
hubiera sabido, habría de hecho perpetrado algo, pero no habría sido
ningún secreto, al menos no entre padre e hija. Él le habría permitido ver
exactamente cómo se ocuparía de este joven inadecuado.

»Ella no le creyó. Le dijo que el hijo de “este joven inadecuado” se sentaría


en el trono. Bueno, usted es el Maestro del Dominio, señor.

Titus aferró sus manos.

—¿Tú crees en el Príncipe Gaius?

—No sé si lo hago. Desde luego se complacía en decir la horrible verdad,


pero no estaba por encima de una mentira conveniente o dos. Después de
todo, si hubiera estado detrás de ello, ¿cuál era el punto en confesar a esas
alturas?

Titus asintió lentamente.

—Yo… ¿me parezco a él en absoluto, mi padre?

—Usted tiene algo de su aspecto, señor; pero en general, posee un mayor


parecido con Su Alteza.

—¿Mi madre guardaba alguna imagen de él? —¿Al menos tendría por fin un
vistazo de su padre? ¿Reconocería algo de sí mismo en la sonrisa que su
madre tanto había amado?
170
—Si lo hacía, no encontré ninguna entre sus pertenencias después de su
muerte.

La decepción cortó afilada y profunda, no iba a ser, entonces. Titus debería


estar acostumbrado a que uno más de los deseos de su corazón no se le
concediera, pero la sensación de vacío en el interior de Titus sólo se
intensificó.

Hizo a un lado la sensación de pérdida.

—Dijiste que se esperaba que regresara antes del inicio del periodo de
primavera. ¿Era un estudiante?

—Sí, señor. En el Instituto Real Hesperia. —El Instituto Real Hesperia,


situado en el otro extremo de la University Avenue del Conservatorio, había
sido construido por los Sihar de modo que sus niños también pudieran
recibir una educación avanzada—. Era un estudiante de botánica.

La realización llegó.

—¿La vid bajo la que mi madre amaba sentarse? ¿Él se la dio?

—Sí, señor.

¿Con qué frecuencia había visto a su madre, acariciando el tallo o una hoja
de la vid? ¿Y cuándo estuvo su habitación sin una guirnalda de las pequeñas
flores de oro, cubriendo un espejo o un poste de la cama?

Titus tragó el nudo en su garganta.

—¿Fui nombrado como él?

—Sí, señor, lo fue. Su nombre era Titus Constantinos. Su padre…

—Era Eugenides Constantinos, quien dirigía el Emporio del Buen


Aprendizaje y Curiosidades en la University Avenue. —Ahora todo tenía
sentido—. ¿Qué le sucedió?

¿Qué le pasó a mi abuelo?

—Titus era su único hijo, y me temo que la pérdida fue demasiado. Vendió
su tienda y se trasladó a Upper Marin March. Murió unos años más tarde.
171
Y la Sra. Hinderstone había comprado el lugar y abierto su tienda de dulces,
adonde Fairfax amaba ir por helado de piña-melón, sin saber que estaba
sentada en el mismo lugar donde su destino fue escrito por primera vez. Y
donde sus padres se habían conocido y enamorado.

—Gracias, Dalbert —dijo—. No me permitas retenerte con más preguntas.

Todavía quedaba mucho por hacer antes de dejar las montañas.

Dalbert se puso de pie.

—Si me permite, señor, me gustaría acompañarlo.

Era tentador, terriblemente tentador, decir que sí.

—Daría mi brazo de la varita por tenerte. Pero la guerra y la destrucción


están llegando a estas costas, y serás desesperadamente necesitado aquí.
Sabes en quién se puede confiar. Ayúdalos a proteger a mi pueblo.

Dalbert inclinó la cabeza.

—Lo entiendo, señor.

Titus se levantó y tocó la frente a Dalbert con la suya.

—Gracias, Maestro Dalbert. Gracias por todo todos estos años.

Dalbert, con un brillo de lágrimas en sus ojos, se inclinó y se fue.

Titus pasó las palmas de sus manos sobre sus ojos mientras observaba la
salida del hombre que era lo más parecido que tenía a una figura paterna.

No había ningún lugar para ir ahora salvo Atlantis.


172

CAPÍTULO 13
Traducido por kwanghs

Corregido por âmenoire

P alace Avenue, la carretera más grande en Delamer, pasaba delante de


las cinco penínsulas creadas mágicamente que constituían la Mano
Derecha de Titus. No era el lugar más animado por la noche, dado que la
mayoría de los grandes edificios en ambos lados alojaban las diferentes
agencias y departamentos que operaban los negocios del reino; la Casa de
Elberon siempre había comprendido que el truco para sobrevivir a algunos
gobernantes incompetentes era una fuerte burocracia capaz de ver las
operaciones del día-a-día del Dominio incluso si un idiota se sentaba en el
trono.

Pero usualmente uno podía esperar ver algún flujo de tráfico y peatones,
asistiendo a un concierto en los parques públicos o bajando a la playa por
un paseo a la luz de la luna. Esta noche la avenida estaba completamente
vacía y las razones, muchas de éstas, se cernían inmóviles por encima, cada
ave metálica dirigiendo una dura luz sobre la ciudad capital, que juntas se
mezclaban en un muy brillante techo que bloqueaba las estrellas.

Carros blindados.

No había ninguno directamente sobre la Ciudadela, pero el más cercano


estaba como mucho a dos kilómetros de distancia. Y en ocho kilómetros
alrededor de la Ciudadela había una zona de no-teleportación.

Titus susurró una plegaria y saltó en su alfombra. Salió disparado de las


sombras de un bosquecillo de tilos azules, cruzó Palace Avenue y aceleró
por el Bulevar Ciudadela. Había guardias a lo largo de Bulevar Ciudadela,
pero mientras pasaba encima de ellos, en lugar de desafiarlo, lo saludaron:
la parte inferior de la alfombra voladora brilló con la imagen de un fénix y
un wyvern resguardando un escudo que mostraba siete coronas, su
estandarte personal.
173
La puerta de la Ciudadela se abrió. Él se precipitó a cruzarla, sin disminuir
la velocidad hasta que las paredes del propio palacio bloquearon su camino.
Tirando de la alfombra hasta una repentina parada, se bajó de un brinco
hacia el gran balcón.

Lo que estaba por hacer no ofrecía ventaja estratégica o táctica. De hecho,


era una proeza colosalmente inconveniente para intentarse, para la que
tendría que sacrificar la última copia del Crisol aún en posesión de la Casa
de Elberon. Pero algunas cosas no podían ser evitadas. Él era el soberano
de estas tierras, y en la víspera de la guerra, debía dirigirse a su gente.

Caminó rápidamente hasta un podio cerca de la balaustrada, colocó ambas


manos en su suave y fresca superficie de mármol y recitó el código y la
contraseña.

Llegó el sonido de una pequeña campana siendo golpeada, una suave


reverberación que no parecía que llegaría lejos. Sin embargo, sería
escuchada dentro de cada casa, salón de clases y lugar de empleo en el
Dominio, al igual que lo haría su voz.

Ya, las luces de los carros blindados estaban balanceándose en dirección a


la Ciudadela.

Inhaló profundamente.

—A los magos de esta gran ciudad y este gran reino, les hablo mientras una
crisis se aproxima. Por meses han escuchado los rumores de inquietud lejos
y cerca. Pero ahora Atlantis ha declarado hostilidades sobre nosotros, sobre
todos los que no seguirán tolerando su opresión. Protéjanse a sí mismos,
salvaguarden a los que aman y protejan a esos que no pueden protegerse a
sí mismos. Mejor aún, peleen por ellos.

»No puedo defenderlos a cada uno de ustedes, pero defenderé este reino
hasta mi último aliento. —Que sería expulsado en otro lugar, porque nunca
volvería a ver de nuevo su propio país—. Recuerden siempre: La Fortuna
favorece al valiente.

Los carros blindados se movieron con rapidez hacia él. ¿Y era su


imaginación o escuchó un débil pero creciente coro de “y el valiente crea su
propia fortuna”?
174
No había tiempo para escuchar más atentamente. Colocó el Crisol sobre el
podio.

—Soy el heredero de la Casa de Elberon y estoy en peligro mortal.

Mientras la última silaba dejaba sus labios, una mano se cerró alrededor de
su brazo.

Titus alejó la mano, su varita desenfundada y apuntada, su corazón


martilleando. Pero la persona que aterrizó en el césped alto con un grito no
era un soldado Atlante. Sus ojos redondos, sus manos tendidas en un gesto
de súplica, lloraba.

—¡Por favor no me lastimes, Titus!

Aramia, la hija de Lady Callista.

Detrás de ella, el castillo de la Bella Durmiente se cernía en la distancia, sus


torrecillas iluminadas por la luz de antorchas y fanales abajo a lo lejos. Los
dragones que resguardaban su entrada rugieron, un poco demasiado alto
para el pequeño alboroto de su llegada en el prado.

Instantáneamente estuvo en alerta, escaneando el cielo sobre él.

—Quería decirte que escaparas —dijo Aramia, poniéndose de pie—. El Tío


Alectus ya ha informado a Atlantis de tu presencia en la Ciu…

Titus tiró de ella atrás de él.

—¡Praesidium maximum!

El más fuerte escudo que pudo convocar apenas fue capaz de defenderlos
contra una lluvia de espadas y mazos. Maldijo. Las armas hechizadas de
esta cantidad —siempre y cuando alguien no hubiese estado editando las
historias— solo podían pertenecer a la Hechicera de la Torre del Cielo, quien
debería estar ocupada cercando el Reducto de Risgar.

Aun así, la enorme silueta delineada contra las colinas oeste de los prados
no era otra más que la de la Torre del Cielo, una fortaleza de aspecto
protuberante colocada encima de una enorme formación rocosa parecida a
la forma de un cono.
175
¿Qué demonios? El Reducto de Risgar estaba a unos buenos ciento sesenta
kilómetros de distancia. Y la Torre del Cielo, por todas sus otras
invulnerables virtudes, no viajaba terriblemente rápido. Para mantener a
Kashkari y Amara a salvo, los había guardado dentro del Crisol antes de
aproximarse a la Ciudadela, no hacía más de quince minutos. ¿Cómo se las
había arreglado la Torre del Cielo para cubrir tanta distancia en tan poco
tiempo?

¿Y dónde estaban esos dos?

—… irme contigo.

Se volvió bruscamente hacia Aramia.

—¿Qué?

Ella tragó.

—Mi madre ahora siempre será conocida como la que te traicionó y a tu


maga elemental. Necesito redimirla, deshacer algo del daño que ha causado
inconscientemente.

Pero él ya había dejado de escuchar. Kashkari y Amara zumbaban hacia él,


levantando el vuelo en una subida vertical para verificar sus vertiginosas
velocidades. Sus alfombras circularon de regreso y planeaban unos tres
metros por encima.

—¡Despega! —gritó Amara—. ¡Ahora!

Tardíamente Titus recordó que una vez que las armas de la Hechicera se
desplegaban, solo se volvían más peligrosas. Sacudió su alfombra para
abrirla, empujó a Aramia en ella y saltó dentro, ganando solo la suficiente
altitud para evitar ser cortado en pedazos por una hilera de espadas
devastadoras.

—Ésa es la mujer que irrumpió en la fiesta —dijo Aramia.

Titus la ignoró y le habló a Kashkari.

—¿Cuándo llegó la Torre del Cielo aquí?

—Hace una eternidad —dijo Kashkari—. O hace cinco minutos. No estabas


bromeando cuando dijiste que era peligroso dentro del Crisol.
176
Él les había advertido en términos no inciertos esperar lo peor cuando
estuvieran dentro. Pero él no había esperado tantos problemas. Hasta donde
podía decir, el Crisol se volvía más peligroso mientras más tiempo se
mantuviese abierto como un portal. Cuando había reentrado al Crisol de la
biblioteca de la Ciudadela para encontrar al wyvern que había usado como
su corcel cortado en piezas en los prados, el Crisol había estado en uso por
cerca de una hora, si no es que más. Pero esta vez el Crisol había estado
abierto durante quince minutos completos.

—¡Praesidium maximum! —gritó, mientras otra nube de espadas hechizadas


se precipitaba hacia ellos, afiladas y sibilantes. Se volvió hacia Aramia.

—Di “Y vivieron felices para siempre”.

—No. Iré contigo.

—No lo harás. Bájate.

—Tendrás que obligarme.

Bajo circunstancias normales, sólo tendría que tomarla del brazo, decir el
código de salida, incapacitarla mientras estaban afuera y después regresar
dentro. Pero posiblemente no podría dejar el Crisol justo ahora, no cuando
debía estar rodeado por soldados Atlantes en el gran balcón.

Tampoco podía empujar a Aramia fuera de la alfombra y dejarla


arreglárselas por sí misma hasta que volviese a sus sentidos, no con el
bosque de sables cortadores debajo de ellos. Y no tenía tiempo para razonar
con ella, los soldados Atlantes los seguirían dentro del Crisol en cualquier
momento a partir de ahora. Pero si ella dejaba el prado, no sería capaz de
dejar el Crisol cuando quisiera, sin importar cuantas veces gritara:
“¡Y vivieron felices para siempre!”.

No mientras el Crisol estuviera siendo usado como un portal.

—Ésta es tu oportunidad para vivir.

Ella negó con la cabeza, su rostro inmóvil.

Él maldijo y en cambio habló hacia Kashkari y Amara.

—Nor-noroeste. Tan rápido como puedan.


177
Sólo tendría que deshacerse de Aramia después.

—¿Quién es ella? —preguntó Kashkari mientras se apresuraban en la


dirección que Titus había especificado.

—La hija de Lady Callista. Se agarró a mí cuando entré.

—¿Cómo podemos confiar en ella? —demandó Amara.

—Si vuelvo a salir, los Atlantes me interrogarán bajo el suero de la verdad


—suplicó Aramia—. Y me pondrán en la Inquisición y me mantendrán ahí
porque sabrán que quise venir y ayudarlos.

—La Inquisición es la mejor opción para ti —dijo Titus impacientemente—.


A donde vamos, todos morirán.

—¿Y es eso mucho peor que pasar el resto de mi vida en una celda sin
ventanas en la Inquisición, sin nunca ver el cielo de nuevo?

Su respuesta fue inequívoca.

—Sí.

Aramia se quedó callada.

Volaron a raudas velocidades. Ya habían pasado sobre el mercado de la


ciudad desde “Lilia, la Ladrona Astuta.” El Lago Dread, en la distancia, era
visible por sus aguas, que resplandecían con un escalofriante rojo. Y más
allá de eso…

—¿Dónde está ella? —preguntó Aramia, gritando para ser escuchada sobre
la ráfaga de aire—. ¿Dónde está la que es la verdadera hija de mi madre?

—No vendrá con nosotros.

La voz de Aramia se elevó.

—¿Por qué no? ¿No es por eso que la han estado protegiendo todo este
tiempo?

Él no dijo nada, pero echó un vistazo detrás. Docenas de wyverns estaban


en persecución, suficientemente lejos para no alcanzarlos a tiempo.

Se giró hacia Kashkari y Amara.


178
—Recuerden, cuando seamos escoltados dentro del gran salón, asegúrense
absolutamente de no mirar a la señora.

—Ya nos advertiste contra eso antes de que entráramos al Crisol —dijo
Amara.

El agarre de Titus sobre el borde de la alfombra se tensó.

—¿Ya les he advertido que luce exactamente igual a Fairfax?

Varios portales habían sido instalados en el Crisol. Para ir desde la copia del
Crisol en el monasterio hacia la copia que ahora estaba en la gran biblioteca
en Royalis, debían pasar a través de un portal en el interior de Bastión
Negro, la fortaleza de Helgira la manipuladora de rayos y uno de los lugares
más peligrosos en el Crisol.

—Mi madre una vez vio a Fairfax en una visión, parada encima de Bastión
Negro. Después de eso cambió la ilustración de Helgira en todas las copias
del Crisol a las que tuvo acceso.

Kashkari y Amara intercambiaron una mirada.

—¿Así que puedo ver cómo luce realmente, Iolanthe Seabourne? —murmuró
Aramia—. ¿Es tan hermosa como Madre?

—Además de la Inquisidora, cada mujer que conozco es más hermosa que


Lady Callista.

Sus palabras no fueron bien recibidas por Aramia.

—Madre nunca te ha hecho daño.

—Tal vez no, pero nadie que sea así de egoísta nunca es realmente hermosa.
Kashkari, Durga Devi, comiencen a desacelerar.

Bastión Negro se cernía adelante, enorme e imponente. La última vez que se


había aproximado había sido cuando Fairfax lo salvó de un Bane montando
un monstruo fantasmal. Él había temblado con gratitud cuando había
aterrizado en la terraza más alta y se había bajado de su corcel. Y una vez
que se había dado cuenta de que la joven mujer quien estaba parada
esperando por él no era Helgira, sino su fiel amiga…

Esta vez solo sería Helgira, despiadada e implacable.


179

Soldados los rodearon al momento que aterrizaron en la muralla de Bastión


Negro.

—¡Hemos sido atacados! —gritó Titus—. El Hechicero Loco de Hollowcombe


le prometió a los campesinos tierra y riqueza a cambio de nuestras vidas.

Era más o menos la misma treta que había usado la ocasión anterior que
había atravesado, excepto con los cambios necesarios para acomodar a sus
tres acompañantes. La treta más o menos funcionó tan bien como lo había
hecho antes en lograr que el desconfiado capitán convocara a sus soldados
y los escoltara por la muralla hacia la fortaleza.

El gran salón estaba alegre y lleno de gente. Había música y baile. Helgira,
vestida toda en blanco, su largo cabello negro cayendo en cascada, sentada
en el centro de una larga mesa sobre un gran estrado, bebiendo de un cáliz
de oro.

Él debería saber mejor. Sabía mejor y aun así se paró en seco. Cuatro lanzas
se presionaron contra su espalda, y ya podía sentir una leve pulsación
donde Helgira había cortado su brazo. Aun así, no pudo dar un solo paso.

Detrás de él, el capitán soltó una risa.

— Todos se vuelven palurdos cada vez, ella lo hace.

El déjà vu fue tan fuerte que se mareó.

Helgira levantó su mano. Los músicos se detuvieron. Los bailarines se


retiraron a ambos lados del salón, despejando un camino en el medio.

Titus fue empujado hacia adelante. Lentamente Helgira se puso de pie. Él


ya sentía la ira de ella por su insolencia. Verla levantarse en toda su altura
inspiró el mismo temor y asombro que ver el rayo de Fairfax, el que surgió
desde el piso desierto para derribar a media docena de wyverns de una sola
vez.

El capitán lo golpeó en el costado de su cabeza y le gritó por la falta de


respeto. Él cayó de rodillas, pero no bajó su mirada mientras repetía su
cuento. Dejó que el cuchillo de ella cortara a través de él de nuevo. ¿Qué era
una poca de sangre y agonía cuando él ya estaba dirigiéndose hacia su final?
180
Ella descendió del estrado y lentamente se acercó a él. ¿Había terminado de
contar su historia? No tenía la más mínima idea. Sólo sabía que no se
atrevería a pronunciar otra palabra ante la furia que emanaba de ella.

¿La había encolerizado tanto la última vez? ¿Importaba?

—Discúlpeme, mi señora —graznó, ni siquiera seguro de lo que estaba


diciendo.

Ella lo abofeteó tan fuerte que estaba seguro que su cuello crujió. Entonces
lo abofeteó de nuevo, con el revés de su mano, en su otra mejilla.

Mientras él se tambaleaba, ella gruñó.

—Puedes ponerte de pie y síganme, los cuatro.

El sonido de su voz lo sorprendió. Recordaba la voz de Helgira, fuerte y


aguda. Pero las sílabas que emanaron de la mujer ante él fueron bajas, casi
graves.

No era Helgira. Era Fairfax.


181

CAPÍTULO 14
Traducido por Shilo

Corregido por Mari NC

La carta de Lady Wintervale al Maestro del Dominio, que data del


comienzo de su primer Periodo en Eton, leía:

Su Noble y Serena Alteza,

Es con ambos, placer y tristeza, que le doy la bienvenida a


Inglaterra. Yo no debería estar aquí y tampoco usted. Pero ya que
estamos, debemos hacer lo mejor de eso.

Nosotros los Exiliados hemos tenido que abandonar muchas


tradiciones, lo cual probablemente explique el fervor con el que le
hice un lugar en Eton a mi hijo, Leander. Puede que usted no lo
recuerde, pero él sí lo recuerda a usted de sus días de infancia
en el Dominio, y tiene muchas ganas de ser su compañero en la
escuela, un rol que mi tío sirvió para su abuelo y Lady Callista
para su madre.

Siempre quise a su madre muchísimo; mucha, mucha gente la


quiso muchísimo. Era imposible no ser atraído por su amabilidad
y la profundidad de su sinceridad. Su muerte me devastó. Y me
devasta hasta este día que sin importar lo que yo o alguien más
haga, no puede ser traída de vuelta.

Pero veo en su Alteza una chispa de la grandeza de la que ella


nunca tuvo la oportunidad de darse cuenta. Rezo para que
Leander pueda ayudarlo a conseguir esa grandeza; él desea un
propósito en la vida y desea probarse a sí mismo en el mundo
más amplio. Por ahora, espero que sean buenos amigos y fieles
compañeros en la casa de la Sra. Dawlish.
182
La casa está un paso por encima de ser una choza, pero los
cambios que sacuden el mundo han venido de lugares
improbables.

Su humilde servidora,

Pleione Wintervale

P.S. Antes de que falleciera, el Barón Wintervale había


encargado un globo aerostático para el décimo cumpleaños de
Leander, olvidando que su hijo está aterrorizado de estar tan
lejos del suelo. Si Su Alteza está dispuesto, el aparato puede
encontrarse en la cochera principal del Castillo Windsor; antes
de que falleciera, el Barón Wintervale y yo a menudo nos
entreteníamos en la casa de la reina inglesa; su funeral, también,
tuvo lugar ahí.

Tal vez Su Alteza encontrará al globo aerostático entretenido.


Considérelo un regalo, de alguien que nunca ha dejado de estar
de luto por la muerte de su madre.

Mientras agentes de Atlantis pululaban el Castillo de Windsor, Iolanthe le


dijo al Maestro Haywood:

—Creo que lo tengo. A mi cuenta, uno, dos, tres.

Encendió un fósforo. Este destelló a la vida. Al mismo tiempo, el Maestro


Haywood trabajó en una bomba de potencia que estaba adherida a dos latas
de aceite de queroseno, conduciendo el combustible a una cisterna sobre
sus cabezas. Las llamas se dispararon en la abertura de la envoltura del
globo aerostático. El globo ascendió más.

—De acuerdo. Practiquemos unas veces más.

Lo hicieron. Luego practicaron un poco más con el Maestro Haywood


encendiendo el fósforo. Cuando él ya no se veía como si estos palitos de
fuego no mágicos fueran enteramente desconocidos para él, dejaron que el
globo subiera mientras ataban los contenidos de la barquilla.
183
Estaban muy por encima de la Llanura de Salisbury, a más de ciento
sesenta kilómetros al oeste del Castillo de Windsor. Había sido el Maestro
Haywood el que había señalado que Iolanthe estaba siendo demasiado
optimista al pensar en recurrir a Lady Wintervale por ayuda para regresar
al Dominio.

—¿Qué es la primera cosa que hubiera hecho Atlantis? —le había


preguntado—. He estado en una situación similar, y no creo que el protocolo
haya cambiado en los últimos seis meses. La habrían interrogado con suero
de la verdad, y ella les habría dicho acerca de cada interacción que había
tenido contigo, incluyendo el último lugar donde se vieron.

»Y si todavía mantienen a Eton como una zona de no-teleportación, ¿crees


que no habrían mantenido una vigilancia similar en esa habitación del
Castillo de Windsor, especialmente después de que perdieron tu rastro en el
desierto?

Sus dudas tenían demasiado sentido. ¿Pero de qué otro cuartel podría pedir
ayuda? Iolanthe había recurrido al diario de la Princesa Ariadne, que le dio
nada. En desesperación, volvió a leer la carta de Lady Wintervale a Titus, a
la que solo le había dado un vistazo antes.

El detalle que le había llamado la atención era la ubicación del funeral del
Barón Wintervale, lo que afirmaba las sospechas del Maestro Haywood. Aún
si Lady Wintervale hubiera sido liberada de la custodia Atlante a tiempo
para planear los ritos funerarios de su hijo, no habría llevado a cabo su
funeral en una iglesia poco conocida de Londres, como estaba declarado en
la noticia en el Times, no cuando había puesto la pira de su esposo en medio
del castillo de la reina inglesa.

Fue solo cuando Iolanthe estaba de nuevo caminando de un lado a otro


incansablemente en el laboratorio que la realización la golpeó: tenía que por
lo menos ir a ver si el globo aerostático estaba todavía en el Castillo de
Windsor. Cuando los magos guardaban sus pertenencias entre los no
magos, dichas pertenencias permanecían sin ser perturbadas hasta que el
dueño original llegaba por ellas u otro mago buscaba específicamente por
esas cosas. Nunca había escuchado a Titus mencionar el haber ido en un
paseo en globo aerostático, por lo que había una posibilidad de que el globo
aerostático que el Barón Wintervale había comisionado para su hijo hubiera
permanecido sin ser perturbado en la cochera de Windsor.
184
Y así había sido. Ella y el Maestro Haywood tejieron una serie de hechizos
persuasibles, que obligaron al personal del castillo a transportar el globo y
todo lo que venía con él a la estación de trenes y meterlo en un
portaequipajes. Mientras tanto Iolanthe encontró a un criado que sabía la
locación del salón donde solía encontrarse con Lady Wintervale. Alrededor
de dos horas después de que el tren de Iolanthe y el Maestro Haywood
partiera de Windsor y la Estación de Eton Central, el criado les llevó un
pequeño busto de piedra a la habitación.

El príncipe había tenido tal busto en su habitación en casa de la Sra.


Dawlish, el que respondería por él después de apagar las luces cuando él
estuviera en otro lado. Iolanthe encontró un busto similar en el laboratorio
y le dio un buen uso: mientras empezaban su ascenso en el globo
aerostático, ella quería que la atención de Atlantis se enfocara
exclusivamente en Eton, buscándola frenéticamente en los alrededores, en
lugar de ampliar el ámbito de la búsqueda.

Con todo el cargamento asegurado en la barquilla, Iolanthe se colocó unas


gafas que habían venido con el globo aerostático y le entregó otras al Maestro
Haywood.

—¿Listo?

—Listo.

Reunió una fuerte corriente de aire y propulsó el globo hacia el Atlántico.

Iolanthe se sentó en una esquina de la barquilla, sus ojos medio cerrados,


un reloj de bolsillo del laboratorio en su mano. El reloj, mucho como el reloj
que Titus cargaba en su persona, servía para medir el tiempo. Pero más
importante, también daba lecturas acerca de su dirección, altitud, y
velocidad. En un momento empujó el globo a casi trecientos cinco kilómetros
por hora, pero había probado ser demasiado demandante inclusive para las
cuerdas reforzadas mágicamente que sostenían la barquilla, y para ella
también. Después de eso, lo mantuvo en una velocidad alrededor de
doscientos cuarenta kilómetros por hora.

El Maestro Haywood, envuelto en un enorme abrigo de piel, sus ojos casi


invisibles detrás de las gafas, vigilaba el cielo, moviéndose cada pocos
185
segundos de un lado al otro de la barquilla, y de vez en cuando murmurando
un hechizo de vista lejana.

Estaban a unos cuatrocientos ochenta kilómetros al suroeste de Land’s End


cuando él gritó, sin volverse:

—¡Veo algo!

Iolanthe exhaló y gradualmente —pero no demasiado lento— dejó ir las


corrientes de aire que había estado moviendo. El globo, sujeto a las
condiciones atmosféricas, empezó a desviarse hacia el norte.

—¿Estás absolutamente segura que el Encantamiento Irrepetible está


intacto?

—Sí.

El Encantamiento Irrepetible que había sido colocado en ella cuando era


una niña hacía que fuera imposible que su imagen fuera capturada o
transmitida fuera del Crisol. Siempre y cuando el encantamiento
permaneciera intacto, solo aquellos que la habían conocido en persona
podían reconocerla.

—Por Dios, ¿qué son esos? —gritó—. ¡Venga a ver, Señorita Franklin!

La actuación había comenzado, aunque el enemigo estuviera todavía a cierta


distancia, en caso que alguien que llegara pudiera leer los labios.

Iolanthe se levantó, agarró un rifle y se unió a él en un lado de la barquilla.

—¡Por todos los cielos, ¿son esas águilas de Haast?

—No puede ser. Las águilas de Haast han estado extintas por siglos y nunca
habitaron islas tan al norte.

Miraron fijamente, boquiabiertos, a los wyverns que se aproximaban


velozmente, el sonido de ese batir de alas hacía eco en sus oídos, su olor a
azufre llegando ya a sus fosas nasales. Tembló sin tener que tratar.

—Cristo todopoderoso, ¿qué demonios? —La voz del Maestro Haywood


tembló también—. ¿Son esos… son ellos… dragones?
186
Con un golpe, cayó al piso de la barquilla, había sido decidido antes que
debería pretender desmayarse al ver cualquier wyvern o vehículo volador de
Atlantis. Los rebeldes que Titus había conocido en el oasis del desierto
habían hecho eso, y Titus nunca cuestionó ni una vez su autenticidad como
caravanistas. Sin mencionar que también salvaría al Maestro Haywood, que
había estado en la Inquisición por semanas y no tenía un Encantamiento
Irrepetible protegiendo su imagen, lo que alejaría la atención de los Atlantes
lo más posible.

Ella apuntó su rifle —otro truco prestado de los rebeldes del Sahara— al
jinete a la cabeza, cuya montura ahora se cernía a solo tres metros de la
barquilla.

—¡No se acerquen más o dispararé! —gritó, su voz quebrándose—. ¿Quiénes


son ustedes? ¿Qué son?

—Quienes somos no es de su incumbencia. Identifíquese y a su compañero


y diga dónde se dirige en este transporte.

—Soy Adelia Franklin y este es John McDonald, el viejo asistente de mi


padre. Somos aeronautas viajando desde los Azores hasta Inglaterra, para
reclamar un… ¡Mantenga a sus bestias lejos de la cobertura de mi globo! No
podemos tener rasgaduras o quemaduras.

—¿Por qué propósito realiza tal viaje?

—Por dinero, ¿por qué más? —vociferó—. Hay un premio de mil libras para
el primer equipo que complete un viaje de mil millas sin tocar tierra antes
de fin de año. Y no estamos tan lejos de Inglaterra ahora. Por lo que si solo
se quitaran de nuestro…

El jinete wyvern líder movió una mano. Dos de sus insubordinados urgieron
a sus monturas a adelantarse, hasta que se cernieron justo debajo de la
barquilla. Levantándose de sus sillas, agarraron las cuerdas que se
envolvían alrededor de la barquilla y empezaron a subir.

Iolanthe apuntó el rifle a ellos.

—¡No tienen permiso para entrar!

—Aleje esa primitiva arma suya, si no desea su globo quemado hasta cenizas
—dijo fríamente el líder de los jinetes wyvern.
187
Los dos Atlantes dentro de la ahora abarrotada barquilla examinaron el
quemador, los balastos, los contenedores adicionales de combustible, que
habían sido parte inherente de la comisión del Barón Wintervale. También
miraron el baúl de ropa, la lata de galletas y carne en conserva y los
implementos para cocinar y comer; Iolanthe había saqueado la cocina, la
despensa y la lavandería en el Castillo Windsor, así como tomar unos
cuantos rifles prestados que pertenecían a la reina.

Uno de los Atlantes empujó al Maestro Haywood con una bota.

—¿Qué sucedió? ¿Quiénes son estos rufianes desordenando nuestras


cosas? ¿Dónde están mis lentes? Déjenme ponérmelos. Por Dios del cielo,
hay un…

El Maestro Haywood languideció de nuevo, su rostro convenientemente


presionado contra el lado de la barquilla.

—Oh, por el amor de Dios —gritó Iolanthe—. Miren lo que le han hecho al
pobre hombre. No puedo operar este aparato yo sola de aquí a Inglaterra,
necesita atención todo el día. Cuidado de que no hagan algo imprudente con
el combustible, es altamente inflamable. Y ni siquiera piensen en tirar uno
de los balastos, ¡haría que mi globo subiera directamente a las garras de sus
dragones sobre nosotros!

¿Qué tan detenidamente iban a registrar todo los Atlantes? No estaba


preocupada por su reloj. Pero sus bolsos de emergencia, que había
asegurado en la cima del envoltorio interno del globo, los delataría de
inmediato.

Convocó el aire suficiente para empujar la barquilla. Los Atlantes se


tambalearon. Ella se agarró del costado de la barquilla también.

—¡Cuidado! Sobre el mar abierto está lleno de fuertes corrientes de aire.

—¿Qué es esto? —preguntó un Atlante, señalado a la bola de mecanografía,


que había decidido valía la pena el esfuerzo de llevarla.

—¿No saben nada? Es una máquina de escribir. Aquí tan alto, las plumas
fuente gotean, entonces usamos una máquina de escribir para nuestros
registros diarios.
188
Pero no había pensado en crear un diario de antemano. ¿Y si ellos pedían
verlo?

Mejor seguía con la ofensiva.

—De todas formas, ¿quiénes son ustedes? Esos dragones suyos, ¿les
importa si les tomo una fotografía? Esto va a sacudir al mundo científico,
hará que el monstruo del Lago Ness sea tan interesante como un lagarto en
un cubo. Dios mío, ¡podría vender el negativo al Times! ¿Dónde está mi
cámara?

También había tomado una de esas del castillo. El Atlante más cercano a
ella le arrancó el aparato de las manos.

—¡Oiga, oiga! No solo puede tirar mi cámara por la borda.

Los Atlantes regresaron a sus monturas y se fueron sin otra palabra,


mientras ella gritaba tras ellos:

—¿A dónde van? Regresen aquí. Me deben compensar por la destrucción de


mi cámara. ¡Esa me costó veinticinco dólares americanos la última vez que
estuve en la ciudad de Nueva York!

El batir de alas de dragón se volvió más distante. Continuó gritando por un


tiempo. Inmediatamente el Maestro Haywood se levantó y se colocó a su
lado, mirando fijamente a las espaldas de los jinetes wyvern que se
retiraban, hacer algo más estaría salido de su personaje para no magos que
tenían la idea de que los dragones eran estrictamente ficticios.

Después de que los jinetes wyvern desaparecieran de la vista, no hubo


abrazos de celebración. En lugar de eso, revisaron cada centímetro del
interior de la barquilla para cualquier rastreador que los Atlantes hubieran
dejado atrás. Luego aprovecharon un enorme banco de nubes y navegaron
en medio de él para que Iolanthe revisara el exterior de la barquilla e
inclusive el envoltorio exterior del globo mismo.

Encontraron ocho rastreadores, seis dentro de la barquilla y dos en la


envoltura. Conservarlos era dejar que Atlantis monitoreara su progreso.
Destruirlos o lanzarlos al océano debajo sería una señal clara de que estos
aparentemente convincentes no magos sabían exactamente lo que hacían
los rastreadores.
189
Iolanthe agonizó por diez minutos antes de ponerse en acción. Cortó la seda
rígida de las enaguas de uno de los trajes que había timado —metros y
metros de tela tenían esos trajes— y la aseguró a un marco hecho de pedazos
de mimbre que recortó de una canasta de picnic que contenía parte de la
comida. Luego sujetó todos los rastreadores a la cometa y la mandó a volar
con una suave corriente.

Flotaría sobre el Atlántico, a la deriva con el viento, y señalaría una


localización falsa.

De nuevo, aplicó fuertes corrientes al globo.

Se había preocupado que llegando mientras había luz del día, estarían
demasiado visibles. Pero el clima cooperó. Una cubierta de lluvia envolvía el
cielo sobre la Isla Ondina, ciento veintiocho kilómetros al este del continente
del Dominio, y fueron capaces de aterrizar sin ser vistos, en la cima de una
montaña que se metía entre las nubes.

Iolanthe envió un mensaje en la bola de mecanografía. Luego desinfló las


envolturas del globo y extrajo sus bolsos de emergencia.

—¿Entonces esperamos? —preguntó el Maestro Haywood.

—Y tomamos té.

El té inglés de la reina estaba bastante bueno, así como estaban las galletas
mantecadas. Bajo sus pies, la cobertura de nubes se extendía por kilómetros
en todas direcciones, hecha de un cálido dorado por la luz de sol del oeste.

—¿Recuerdas cuando fuimos a acampar esa vez a las Islas Sirena? —


preguntó ella.

Habían pasado la noche en una gran cima cónica parecida a esta. Al


amanecer, el Maestro Haywood la había despertado para mirar el sol subir
sobre un océano de niebla que se extendía de horizonte a horizonte. Había
sido uno de los recuerdos más indelebles de su niñez, la belleza de ese
amanecer, y su completa felicidad, estar de pie en la cima del mundo con la
figura paterna que adoraba.
190
—Sí, lo recuerdo. Tenías cinco y se te había caído tu diente delantero por un
golpe un mes antes, jugando a las justas con niños mucho mayores. Y te
negaste a ponerte un diente cosmético, decías que el agujero te hacía ver
más escalofriante cuando gruñías.

Ella sonrió un poco. Los magos elementales eran casi siempre violentos y
demasiado energéticos de niños, y ella no había sido la excepción. Uno de
los chicos mayores con el que competía había sufrido una contusión, y la
había evitado cuidadosamente después por meses, sin requerir el gruñido
sin el diente.

—Me pregunto si habría tiempo para nosotros de pasar por el campus del
Conservatorio —dijo su guardián.

Ella suspiró.

—Lo dudo.

Ella había deseado mucho caminar por Eton una última vez. Decir un adiós
apropiado a los chicos quienes todavía se debían estar preguntando qué
había pasado con sus cuatro amigos.

Demasiado de su vida habían sido partidas apresuradas y amigos dejados


atrás cuando las circunstancias cambiaban de repente. Y en el caso del
Conservatorio, sería demasiado doloroso ver las ramas desnudas y las hojas
caídas, sabiendo que nunca estaría ahí de nuevo para darle la bienvenida a
otra primavera.

Miró a su guardián.

—Cuando lleguemos al continente, hay un refugio en las Montañas


Laberínticas. Está esculpido en las rocas, tiene un suministro de agua
dulce, y bastantes arbustos de bayas y plantas con hojas esparcidas justo
afuera, sin mencionar una despensa llena de alimentos básicos para durar
por años. ¿Tú… considerarías quedarte ahí?

Los ojos del Maestro Haywood se habían iluminado cuando describió el


refugio. Pero cuando entendió que ella no lo estaría usando, sacudió su
cabeza.

—He entrenado para esto —razonó con él—. Tú no.


191
Él colocó otra galleta en su mano.

—Eso no es enteramente cierto. Después de que Lady Callista solicitara mi


ayuda y antes de que mis recuerdos fueran encerrados, hice un estudio
bastante riguroso de los hechizos viejos más letales.

Sus ojos se agrandaron. Su especialidad de investigación había sido la


magia de archivo, que lidiaba con la preservación de prácticas que habían
salido del uso popular. Y mientras que gran cantidad de hechicería se volvía
obsoleta con el tiempo debido al desarrollo de hechizos mejores, más fáciles
y más rápidos, los maleficios y maldiciones más peligrosos eran con
frecuencia abandonados porque habían sido alimentados por el sacrificio
propio, lo que ya no era considerado aceptable en esta época.

—Además, querida, estás asumiendo que estoy siendo motivado por


altruismo. Nada podría estar más alejado de la verdad. Estoy motivado
enteramente por egoísmo, estoy yendo contigo porque no sería capaz de
soportar una vida sin ti. Entonces a menos que puedas garantizar tu regreso
seguro, no hay nada que puedas ofrecerme como incentivo para hacerme
cambiar de parecer.

Ella se mordió el interior de su labio y sacudió su cabeza. Pero antes de que


pudiera decir nada, un hombre apareció, varita en mano. Era más o menos
de la edad del Maestro Haywood, un poco rechoncho, pero ligero en sus pies
mientras se movía.

Iolanthe lo había visto una vez antes y él a Iolanthe, aunque no mientras


estaba en forma humana.

—Maestro Dalbert —dijo—. Un placer conocerlo al fin.


192

CAPÍTULO 15
Traducido por âmenoire (SOS)

Corregido por Mari NC

T itus sentía como si fuera a caerse, el fondo del abismo elevándose


demasiado rápido.

—No. —Su negación fue ronca, casi inaudible—. No.

Ella debió haber sido dejada atrás. A salvo.

Él debió haberse dado cuenta, cuando vio la Torre del Cielo en el prado ante
el castillo de la Bella Durmiente, de que el Crisol no había sido abierto
minutos atrás, sino al menos varias horas. Y Dalbert sabía, y no había dicho
nada.

—¿No? —Fairfax estrechó sus ojos, ojos tan despiadados como los de
Helgira—. Entonces tal vez debería haberte escoltado a mi calabozo. Es un
lugar más hospitalario para magos que dicen que no.

Ella lo haría. Lo encerraría en las entrañas de Bastión Negro mientras se


arriesgaba hacia su destino.

Él sacudió su cabeza.

—Por favor reconsidere, mi señora. Por favor.

Por favor quédate aquí. Por favor no vayas más lejos. Por favor no me hagas
verte morir.

Alrededor de él, sus acompañantes se estaban levantando, dado que les


había ordenado que se pusieran de pie. Titus permaneció sobre sus rodillas.

—Levántate o serás arrastrado al calabozo —dijo suave y fríamente.

Él levantó la mirada hacia sus rasgos despiadados, sus mejillas todavía


punzando de la marca de su mano.
193
—Por favor, se lo ruego.

La expresión de ella pareció suavizarse. Su corazón brincó, la última vez que


habían estado en Bastión Negro juntos, ella lo había mirado exactamente
así, con furia y ternura. Y había sido el inicio del momento más feliz de su
vida.

—Vendas —dijo ella.

Los soldados vendaron a Titus y a todos lo que había traído. La tira de tela
negra sobre sus ojos se apretó en una banda que no podía quitarse.

—¡No! —gritó con pánico, mientras alguien lo jalaba para ponerlo de pie y lo
empujaba hacia adelante—. No puedes enviarme al calabozo.

—Entonces cállate y camina. —Vino su respuesta cortante desde algún


lugar detrás de él.

Los sonidos de pisadas estaban alrededor de él. No podía decir dónde estaba
Kashkari o Amara, aunque ocasionalmente Aramia sollozaba a pocos metros
a su derecha. Estaban siendo llevados por pasillo tras pasillo y subieron
varios grupos de escaleras, dirigiéndose hacia la cámara de Helgira, el nicho
de oración que servía como el portal real.

¿Qué podía hacer él? Las armas de los guardias estaban en su espalda de
nuevo y cuando caminaba demasiado lento sentía el frío de las afiladas
puntas de sus lanzas, lanzas que podían viajar más de una milla para
cazarlo.

Llegaron a una repentina parada.

—He cambiado de idea sobre la joven en la capa verde —dijo Fairfax—. Como
a cincuenta kilómetros al sur-suroeste de aquí está un castillo vacío rodeado
por arbustos espinosos y resguardado por dragones. Llévenla al prado oeste
del castillo y déjenla ahí.

—¡Por favor, por favor no! —lloró Aramia—. Mi madre —y la tuya— si el Bane
no cae, nunca dejará la Inquisición.

Entonces había averiguado que estaba lidiando no con Helgira, sino con
Fairfax.

—¿Y eso debería preocuparme? —replicó Fairfax llanamente.


194
—Todo lo que ha hecho alguna vez fue mantenerte a salvo.

—Todo lo que ha hecho y seguirá haciendo es mantenerse a sí misma a


salvo. Mientras más pronto te des cuenta de eso, más pronto dejarás de
excusarla.

Aramia hizo un sonido de sollozo.

—Sé que uno piensas en ella como tu madre, pero es mi madre y nunca ha
sido desagradable conmigo. Por favor déjame hacer lo que pueda para
ayudarla… y a ti. Soy mucho más útil de lo que parezco.

—Si me lo permite —dijo Kashkari—. El prado ante el castillo de la Bella


Durmiente es como una zona de guerra en este momento. La Torre del Cielo
está en los alrededores y los soldados de mi señora podrían tener problema
para atravesar.

Titus casi pudo ver los labios de Fairfax torciéndose.

—Vamos a morir, señorita Tiberius, cada uno de nosotros. Si desea morir


por Lady Callista, esa es su decisión. Pero en el momento en que se convierta
en un obstáculo, será dejada atrás para arreglárselas por sí misma.

Una puerta se abrió y se cerró, sus pasos desapareciendo en el interior. La


puerta se abrió de nuevo. Una vez más hicieron que Titus se moviera. Siguió
intentando conjuros que deshicieran el vendaje. Pero algunas formas
antiguas de magia no tenían una contraparte moderna exacta.

Segundos después sus vendajes fueron removidos. Él reconoció el interior


de la cámara de Helgira. Haywood se paró cerca de la puerta, escuchando.
Fairfax, del otro lado de la habitación, ya no tenía la peluca o el vestido
blanco, sino una simple túnica azul y pantalones, su cabello corto todavía
desordenado por quitarse la peluca.

—No intenten nada —dijo Fairfax, su voz sin inflexiones—. Ya estamos en


la copia del Crisol en Atlantis. Y he sellado la conexión.

La sangre de él se enfrió. Había pensado que ella solo los había llevado a la
cámara de Helgira. Pero no, ya los había llevado a pasar a través del nicho
de oración dentro de la cámara, que servía como el portal real.

¿Por qué? ¿Por qué no me dejarás salvarte?


195
—Entonces realmente eres tú —dijo Kashkari, ascendiendo un poco su
cabeza.

Ella asintió.

—Deben saber, sin embargo, que la señora en la fortaleza en esta copia del
Crisol no luce para nada como yo, pero afortunadamente, fui capaz de
convencerla que era una mensajera de su amado Rumis y que él estaba en
problemas. Así que Helgira está ausente temporalmente. Mejor será que nos
vayamos antes de que regrese.

—Pero… —dijo Kashkari

—Señorita Tiberius, ¿le importaría hacerle compañía a mi guardián por un


minuto?

Aramia miró a Fairfax, luego miró a Titus. Él le señaló que fuera hacia
Haywood como Fairfax había ordenado. Así lo hizo, arrastrando sus pies
mientras se iba.

Cuando ella ya no era parte de su grupo, Fairfax puso un círculo de sonido


alrededor de ellos cuatro.

—El Bane no tendrá éxito en sacrificarme.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Amara, su voz tensa.

—Un mago que muere por magia de sacrificio no luce tan bien y altamente
reconocible como el cuerpo que vio Kashkari.

Alivio se clavó a través de Titus hasta que se dio cuenta de que no morir por
magia de sacrificio no implicaba que ella viviría. Al venir con ellos, aun así
moriría.

—Mi guardián entendió esto y no se los dijo. —Se encogió de hombros—.


Pero de cualquier forma, aquí estoy ahora.

—Así que has estado en el Crisol todo este tiempo, esperándonos —dijo
Kashkari.

—Y limpiando el camino para ustedes. El príncipe todavía lleva una cicatriz


de la última vez que vino.
196
—Pero, ¿por qué esperar hasta ahora para mostrarte? —preguntó Amara—.
¿Por qué no nos encontraste en la casa de seguridad?

Fairfax miró a Titus.

—Porque Su Alteza aquí habría hecho todo en su poder para dejarme atrás
de nuevo, que no muera por magia de sacrificio no hace ninguna diferencia
para él. ¿Estoy en lo correcto, Su Alteza?

Él no dijo nada. Por supuesto que estaba en lo correcto. Daría su propia


vida, pero nunca la de ella. Nunca por voluntad propia o intencionalmente.

Era tan egoísta con ella como su abuelo lo había sido con el trono.

—Bueno, yo estoy contenta porque estés aquí —dijo Amara—. ¿Pero qué
debemos hacer con la chica? No confío en ella y tampoco los demás.

—Desafortunadamente, Bastión Negro no es lugar para abandonar a un


endurecido guerrero, mucho menos a alguien que ha lidiado con una vida
protegida, y cuando el Crisol es usado como un portal, las entradas y salidas
solo son posibles en el prado ante el castillo de la Bella Durmiente. Digo que
la llevemos ahí y la dejemos.

—El prado no siempre es un lugar seguro —dijo Titus por primera vez desde
que habían llegado a esta copia del Crisol—. Y mientras más tiempo
permanezca el Crisol siendo utilizado como un portal, más peligroso e
impredecible se hace. ¿Cuánto tiempo estuviste en la otra copia del Crisol?

—Estuvimos en Bastión Negro por cerca de dos horas y media antes de que
llegaran. —Ella sonó reacia, como si todavía no quisiera hablar con él.

—Entonces el Crisol ha estado abierto cerca de tres horas antes de que yo


llegara al prado con la señorita Tiberius colgada de mí. Era una escena de
caos mortal.

—Nos aseguraremos que tenga la contraseña para salir.

—Pero después de que salga, estará en Atlantis —apuntó Kashkari—. No


pasará mucho tiempo antes de que sea arrestada e interrogada. Y luego el
Bane sabrá que estamos dentro de los límites Atlantes.

—El Maestro Haywood está trabajando en suprimir su memoria de las


últimas veinticuatro horas. Estará inconsciente después de eso, lo que nos
197
dará tiempo para viajar hasta el prado. Y nos quedaremos con ella hasta
que empiece a regresar en sí y dejaremos una nota en su mano antes de
irnos. De esa forma, incluso si sale del Crisol directamente al abrazo
expectante del Bane, no será capaz de decirle nada.

—¿Cómo puede tu guardián lograr eso? —preguntó Kashkari—. Estás


hablando de magia de precisión de memoria y eso requiere contacto. ¿Cómo
habría de acumular todas esas horas de contacto con ella?

—Ella nació como Iolanthe Seabourne, la hija de dos pobres estudiantes. Su


nacimiento fue un poco prematuro y necesitó de una larga estancia en el
hospital. Los médicos recomendaron tanto contacto físico como fuera
posible, para ayudarle a desarrollarse. Sus padres tenían que permanecer
en la escuela —sus becas eran su única fuente de ingresos— y no podían
quedarse con ella tanto como querían. Así que reclutaron a sus amigos para
ir en su representación y sostenerla. Mi guardián fue muchas veces,
frecuentemente por cuatro o cinco horas seguidas, así es como acumuló
suficientes horas de contacto.

Los labios de Fairfax se aplanaron. Se le ocurrió a Titus que esta debía haber
sido una historia que a ella le había encantado escuchar: su guardián,
devoto a ella desde el día uno. Pero había habido una niña diferente en sus
brazos, alguien más.

Amara exhaló.

—Aun así no me gusta. Pero supongo que cuando no hay una buena
solución, debemos aceptar la menos terrible.

Fairfax, quien había estado observando a su guardián, frunció el ceño. Titus


miró en la dirección de su mirada. El círculo de sonido solo bloqueaba los
sonidos de adentro hacia afuera; podían escuchar a Aramia hablando
animadamente sobre Lady Callista, contenta de haber encontrado por fin
una audiencia receptiva.

Haywood esperó hasta que Aramia hubiera llegado a una pausa, luego se
excusó.

—Kashkari, ¿te importaría hacerle compañía a la señorita Tiberius por un


minuto? —preguntó Fairfax.
198
Kashkari no estuvo emocionado, pero fue lo suficientemente rápido.
Redibujaron el círculo de sonido para incluir a Haywood.

—Mi hechizo no funcionó y no puedo entender por qué —dijo Haywood—.


Podía haber jurado que la había sostenido por al menos setenta y dos horas.

—Lo hiciste —dijo Fairfax—. Vi el registro de visitantes del Hospital Real de


Hesperia con mis propios ojos.

—Pero el hechizo se niega a hacer efecto.

Fairfax presionó los talones de sus palmas contra sus sienes.

—Hay algo que no está bien respecto a todo esto. Pero no puedo pensar qué.
¿Puedes hacer esto en cambio, Maestro Haywood: esperar a que estemos en
el prado, listos para salir, luego usar un hechizo de traumatismo en ella?

Haywood hizo una mueca, pero asintió.

Fairfax borró el círculo de sonido y abrió la persiana afuera de la ventana.

—Todos, súbanse a sus alfombras. Nos vamos.

Titus se subió a la alfombra de Iolanthe. Dolía mirarlo: lucía una mera


coraza de su antiguo ser.

Él tomó su mano. Ella sacudió su agarre para aflojarlo mientras aceleraba,


dejando detrás Bastión Negro.

—Todos vamos a morir pronto —dijo él, su voz apenas audible—.


¿Realmente quieres desperdiciar tiempo estando enojada conmigo?

—Sí —siseó ella—. Sigo siendo una optimista impertinente. Si lo veo como
que estoy a punto de morir, o tú lo estás, te perdonaré. Pero no hasta
entonces, bastardo.

No lo había llamado “bastardo” desde aquellos primeros días que se


conocieron.

—No me disculparé, sabes. Todos pensábamos que terminarías siendo


usada para magia de sacrificio y que eso debía ser evitado a toda costa.
199
—¿Y he pedido que te disculpes por eso? No. Pero te has rebajado de tus
métodos prepotentes. Me drogaste. ¿Estabas loco?

—Sí.

Fue tomada por sorpresa por su aceptación.

—No es excusa. Has pasado a través de muchas situaciones. Deberías ser


capaz de pensar más claramente.

Él no dijo nada en mucho tiempo. Luego suspiró.

—Lo siento mucho por mis métodos. Entré en pánico. Y cuando entré en
pánico, todo en lo que pude pensar fue en mí, cómo no podía irme sabiendo
que la hora de tu muerte ya había sido declarada. Perdóname.

¿Qué podía decir ante algo como eso? ¿Cómo podía permanecer enojada de
frente a su desesperación?

Él jaló la capucha de la túnica de ella más cerca de su cabeza, la


temperatura no era tan fría como en el norte de Escocia, pero el aire
nocturno todavía era frío.

—Por favor. Tenemos tan poco tiempo.

Y se precipitaban a tal velocidad vertiginosa hacia su cita final con el


destino.

—Cuando estamos en el Crisol —dijo él—. Estamos en un espacio doblado,


muy parecido al interior del laboratorio, y nuestra ubicación no puede ser
determinada. Pero en el momento en que salgamos, estaremos en el
mismísimo Atlantis.

Que debía ser en poco tiempo, las torres del castillo de la Bella Durmiente
ya eran visibles a la distancia.

—En caso de que las condiciones sean adversas una vez que dejemos el
Crisol y no tenga esa última oportunidad, Fairfax… te amo.

Hubo una vez que habían discutido porque él no había querido que actuaran
según sus sentimientos del uno por el otro; él había pensado que el amor
interferiría con su tarea, que los volvería débiles e indecisos.
200
Ahora ella se preguntaba si no había estado en lo correcto después de todo.
Hasta este momento ella había sido llevada por la ira, que era un dictador
de una emoción: cuando la ira reinaba, reinaba sola; la mente estaba nula
de todo lo demás excepto enojo.

Pero ahora que él había desactivado su ira, ahora que había sacado el tema
del amor, el miedo regresó rápidamente: miedo a perder, miedo a morir,
miedo a fallar al final, después de todos los sacrificios que habían sido
hechos.

Ella no dijo nada. Pero esta vez, cuando él tomó su mano de nuevo, no lo
alejó.
201

CAPÍTULO 16
Traducido por âmenoire (SOS)

Corregido por Mari NC

E l prado ante el castillo de la Bella Durmiente lucía suficientemente


pacífico, no habían estado en esta copia de Crisol la suficiente
cantidad de tiempo para que todo el infierno se desatara. Kashkari y Amara,
quienes habían soportado la peor parte del caos en la otra copia, todavía
sostenían sus varitas apretadamente y dieron varias vueltas una y otra vez
antes de considerar que era seguro aterrizar.

—Al menos no hay señales de la Torre del Cielo —dijo Kashkari.

Fairfax y su guardián estaban de pie con sus manos juntas y sus cabezas
inclinadas entre ellos, hablando en voz demasiado baja para que Titus
escuchara. Probablemente estaban discutiendo la mejor manera de
deshacerse de Aramia sin causarle grave daño corporal, pero la visión de su
cercanía, su obvio afecto y confianza entre ellos, hacía que su corazón se
comprimiera.

—Entonces, ¿dónde está esta copia del Crisol? —preguntó Aramia.

Nadie contestó.

—Estaremos en Atlantis, ¿no es así?, una vez que salgamos. —Su voz
tembló.

Todavía sin respuesta.

—La Fortuna me proteja. —Mordió su labio inferior—. ¿Y están planeando


dejarme aquí?

—Sería lo mejor —dijo Fairfax.

—Tal vez, si se estuvieran dirigiendo a otro lugar. Pero aquí sería un error.
¿Qué saben de Atlantis?
202
Fairfax miró en dirección de Titus. Habían estudiado, tanto como habían
podido, todo sobre Atlantis que pudiera ser relevante para sus tareas, él más
que ella, ya que había estado ahí durante más tiempo. El problema era que
la información que tenían a menudo estaba desactualizada.

Atlantis, cuando había sido pobre y a punto de destruirse a sí misma, había


sido de poco interés para los reinos mágicos más prósperos y poderosos. Y
cuando su fortuna había cambiado, había de igual manera rehuido a cerrar
lazos comerciales con el resto del mundo. No había duda que el deseo del
Bane de mantener su secreto a cualquier costo también había desempeñado
un papel, si el resto del mundo no sabía sobre Atlantis, tendrían mucha más
dificultad para venir tras él.

Titus había leído la mayor parte de los libros y artículos sobre Atlantis que
pudo desenterrar y estudió los mapas rudimentarios que los magos más
aventureros de la antigüedad habían hecho. De vez en cuando, Dalbert, en
su manera discreta, le presentaría un reporte a Titus. Pero incluso Dalbert
no podía hacer tanto.

—Ajá —dijo Aramia triunfantemente—. Cómo pensaba, saben la


profundidad de su ignorancia. Pero mi madre siempre recolectaba
inteligencia a donde quiera que iba y todos amaban confiar en ella.

Haywood hizo una mueca. Fairfax estrechó sus ojos hacia Aramia, quien
tragó. En el desierto del Sahara, Titus había llamado a Fairfax “la chica más
atemorizante del mundo.” Obviamente Aramia estaba de acuerdo con él.

Pero procedió, visiblemente menos petulante.

—Es una pesadilla afuera. ¿Saben que Atlantis ha tenido un toque de queda
por décadas?

—Por supuesto —replicó Amara—. Es del conocimiento común.

—Puede que lo sea. ¿Pero también saben que los pueblos y ciudades de
Atlantis están brillantemente iluminados de noche?

Miró alrededor. Esta vez, nadie le dijo que estaba repitiendo viejas noticias.

—Bueno, lo están —continuó Aramia—. Excepto por los bulevares más


grandes, que son patrullados continuamente, la mayoría de las calles no
tienen árboles, sino cortos y arreglados arbustos que ofrecen muy pocos
203
lugares para esconderse. Incluso la arquitectura es poco amigable para
cualquier actividad ilícita, no hay callejones estrechos entre casas donde
uno podría esconderse de la patrulla nocturna. Y las casas con sus partes
traseras unas contra las otras, no comparten un jardín en común, como
algunas veces lo hacen en el Dominio. Incluso con terreno elevado por el
océano, el terreno adecuado para construcción siempre es exclusivo en
Atlantis, así sus casas y edificios de apartamentos están pegados entre ellos
por lo que no hay espacio en el medio y los jardines comunales están en los
techos, que de nuevo, tienen flores y arbustos pero no árboles, haciendo que
sea muy fácil que las patrullas lo vean todo.

Cada palabra que decía eran malas noticias. No que Titus hubiera contando
con que llegar de noche sería una ventaja, también sabía del toque de queda
desde hacía mucho y entendía que los movimientos por la noche serían
potencialmente problemáticos. Pero la información que Aramia había
revelado solo revelaba cuán profundamente desinformado estaba en cuanto
a Atlantis como una sociedad, sería casi imposible para ellos estar en campo
abierto sin delatarse a sí mismos.

Si Fairfax se sentía como él lo hacía, no lo reveló.

—No es suficiente para ti que apuntes a lo que no sabemos. ¿Qué soluciones


puedes ofrecer para ayudarnos a contrarrestar dichas desventajas?

—Obviamente tampoco han entrado nunca a Atlantis. Pero sé que los


Atlantes han encontrado varias formas de burlar el toque de queda. Hay
magos que tienen excusas legitimas para estar fuera durante la noche:
guardias de seguridad privada, trabajadores del turno nocturno o técnicos
que son convocados para reparaciones de emergencia, y creo que es una
práctica bastante común intercambiar favores con ellos o sobornarlos para
obtener sus pases nocturnos.

—¿Y crees que podamos hacer eso sin ser reportados inmediatamente? ¿La
mayoría de la gente no habrá arreglado ya el obtener esos pases nocturnos
antes de dejar sus casas durante la tarde?

—Siempre existen aquellos que fallan en planear por adelantado. Tendrán


que pagar más, por supuesto. —Aramia miró alrededor hacia ellos—. ¿Esta
copia del Crisol está en Lucidias?
204
No recibió respuesta, pero eso aparentemente fue suficiente respuesta para
ella.

—Mi madre sabe sobre los túneles debajo de la ciudad. Los caminos llevando
dentro y fuera de Lucidias tienen puntos de revisión. Si podemos entrar en
los túneles, entonces podemos evitar a todas las autoridades.

—¿Cómo entramos en los túneles? —preguntó Fairfax.

—Eso no puedo divulgarlo hasta que dejemos el Crisol. He visto de primera


mano cuán peligroso se puede volver cuando es usado como portal. —Sonrió
Aramia—. De cualquier manera, ¿deberíamos hacer nuestra salida? No será
muy seguro quedarse aquí por mucho tiempo.

En el momento en que Titus dejó el Crisol —y entró en Atlantis— su memoria


suprimida regresó a su cabeza, penetrante y lamentablemente vivida. Las
memorias normales se desvanecían y distorsionaban con el tiempo, pero
aquellas que había sido suprimidas siempre volvían a emerger con perfecta
claridad y precisión.

Él había tenido trece, en su primer Periodo de Verano en Eton, remando en


el Río Támesis con un ceño. Él odiaba remar, odiaba esta escuela y odiaba
Inglaterra: francamente, no había un solo aspecto sobre su vida que no
detestara estrepitosamente.

Al final de los tres kilómetros yendo corriente arriba, se giraron para dirigirse
hacia la casa de botes. La tripulación se sentó con sus espaldas hacia su
destino, así que Titus estaba mirando hacia el oeste. Por toda una semana,
había estado lluvioso. Pero ahora las nubes se apartaron y la luz del sol que
caía sobre él tenía un tono dorado rico y saturado que le quitaba la
respiración.

Y luego uno de los otros tres remeros en el bote, un chico llamado St. John
que también vivía en la casa de la Sra. Dawlish, su humor probablemente
alentado por el repentino flujo de luz, dijo:

—Dime esto, ¿quién es el más grande asesino de gallinas en Shakespeare?


205
Titus rodó sus ojos. Miró hacia los chicos no magos con quienes estaba
obligado a compartir la escuela como absolutos pueblerinos, absolutos e
incomprensibles pueblerinos.

—¿Quién? —preguntó otro chico.

—¡Macbeth! —gritó St. John—. Porque mató al más tonto. ¿Lo entienden?
¿Mató al más pollo?

Los otros dos remeros gruñeron. Titus casi sonrió: de hecho entendió el
chiste y lo encontró bastante chistoso.

Y cuando habían llevado el bote hacia la orilla y empezaron a caminar de


vuelta hacia sus casas residencies, en lugar de sentirse adolorido y enojado,
como generalmente lo hacía, se sentía poderoso y… casi feliz.

La sensación lo sobresaltó. Su mente acelerándose, tal vez ser enviado a la


escuela del reino no mágico no era el castigo que siempre había creído que
era. Aquí solo era otro chico, sin el tedio de la etiqueta de la corte o el peso
de las expectativas del país. Y si lo intentaba, podría llegar a disfrutar su
adolescencia, lejos de todo lo que odiaba sobre ser el Maestro de Dominio.

Y tal vez, solo tal vez, incluso podría ignorar por algunos años las demandas
que su madre había puesto en él. Después de que hubiera disfrutado
completamente de sí mismo, el Bane todavía estaría ahí. ¿Cuál era el apuro?
¿Cuál era el daño en no pasar cada segundo libre preparándose?

La vista de las posibilidades que se abrían ante él era vertiginosa. Podría


tener diversión. Podría tener amigos. E incluso sabía exactamente cómo
haría para hacer amigos: el globo de aire caliente sobre el que Lady
Wintervale le había contado, todavía en la cochera en el Castillo Windsor,
que sería una gran sorpresa para los chicos de casa de la Sra. Dawlish.

Su emoción seguía construyéndose. Nunca supo que podía tener tantas


ideas para divertirse. De vuelta en casa de la Sra. Dawlish, después que se
hubiera cambiado y lavado, se sentó a imaginar un poco más sobre este
futuro potencialmente sublime.

Por hábito golpeó su dedo contra la cubierta de Lexikon der Klassischen


Altertumskunde y volvió el libro de referencia en alemán de vuelta a lo que
era realmente, el diario de su madre. De nuevo, por hábito, empezó a girar
206
las páginas en blanco. Pero su mente no estaba en el diario: ya estaba
pensando sobre qué podría hacer para que Wintervale se sintiera incluido,
cuando sabía que él preferiría brincar por un acantilado antes que subirse
a un globo de aire caliente.

Por casualidad bajó la mirada y estuvo sorprendido de ver escritura en las


páginas. El diario era el único vínculo verdadero que tenía con su madre y
sus revelaciones eran lo suficientemente raras para que su corazón latiera.
¿Qué necesitaba saber ahora?

25 de abril, AD 1021

El día antes de que ella muriera.

Esta es la peor hasta ahorita, una explosión tan pesada que


estoy postrada con dolor.

Es un mundo en llamas, todo quemándose. De alguna manera


distingo figuras volando a través de la tormenta de humo. Son
perseguidos con velocidad, por magos en wyverns lanzando
hechizos aceleradores.

Los hechizos lanzados a distancia pueden ser mortales. Muchos


encantamientos del género infringían daño mortal. Y solo los
mejores se equipaban con hechizos aceleradores.

Retengo mi respiración. El mismo cielo parece estar en llamas.


Los hechizos vuelan. Uno de los magos volando cae.

—¡No! —Un grito perfora la noche—. ¡No!

El mago cayendo no golpea el suelo. En lugar de eso alguna


fuerza interrumpe su caía a seis metros en el aire. Una alfombra
voladora baja y el jinete jala su cuerpo hacia dentro de la
alfombra.
207
—¡Revivisce omnino! —grita el jinete ásperamente—. ¡Revivisce
omnino!

El mago caído no muestra reacción alguna. Está muerto.

El hechizo es uno poderoso, pero incluso los hechizos


resucitadores más poderosos no pueden traer a un mago de
regreso de la muerte.

—¡No te atrevas a morir! ¡No ahora! ¡No te atrevas, Titus!

No, no mi Titus.

Luego veo su rostro, y es mi niño, no mayor que el final de su


adolescencia y ya caído.

Mientras el mundo arde.

La visión se ha desvanecido, pero el daño está hecho. He sido


destruida.

Justo ayer le hice prometer a Titus que haría todo lo que


estuviera en su poder para derrotar al Bane. Lo hizo, mi solemne
hijo que ya tenía el peso del mundo sobre sus hombros.

Y éste fue su premio por esa promesa, una brutalmente corta


vida y una muerte violenta.

Nunca me he odiado más.

Junto a mí, mi hijo duerme profundamente. Lo mantuve despierto


hasta tarde, queriendo pasar tanto tiempo con él como fuera
posible antes de mi ejecución. Y él valerosamente se quedó
despierto hasta que el cansancio lo venció.

¿Podría? ¿Podría yo, cuando él despierte en la mañana, decirle


que olvide todo sobre Atlantis y simplemente disfrute todos los
privilegios que vienen con su posición en la vida?

Casi lo sacudí para despertarlo y hacer justo eso. Pero con mi


mano en su hombro, no pude hacerlo. Uno no se interpone en el
camino de un futuro que ha sido revelado, ni siquiera si era un
recipiente de los Ángeles.
208
Después de un largo rato de vacilación, abrí mi diario, que
difícilmente deja mi lado en estos días y grabé esta visión,
colocándola justo detrás de una donde lo vi moverse a
escondidas dentro de la biblioteca de la Ciudadela, seguido por
una escena de Alectus y Callista reunidos alrededor de la
Inquisidora. No tengo la más ligera idea de si esas visiones
forman una amenaza inquebrantable del futuro, pero Titus, en el
momento de su muerte, tenía una túnica con capucha que se
parecía mucho a la que había portado en esa visión.

Cuando termine, tomaré la mano de mi hijo y la pondré contra mi


mejilla y me disculparé silenciosa e interminablemente. No
compensaré lo que tomaré de él, pero no hay mucho más que
pueda hacer.

Perdóname, mi hijo.

Perdóname.

Titus apenas podía entender las palabras de su madre, las páginas se


sacudían mucho. Y cuando acomodó el diario sobre su escritorio y apretó
sus manos que todavía temblaban a sus costados, encontró que todavía no
podía ver las letras, no a través de la humedad en sus ojos que nublaban y
distorsionaban cada línea.

Las últimas palabras que ella le había dicho, minutos antes de su ejecución,
habían sido: No todo estará perdido. Y siempre se había consolado a sí
mismo con la creencia de que había encontrado alguna medida de paz y
serenidad.

En cambio, se había ido a su muerte destruida por lo que le sucedería a él.

Lágrimas rodaban por su rostro. Ya era un adolescente. ¿Cuánto tiempo le


quedaría? ¿Cuánto? ¿Sería suficiente para cumplir con la gran tarea que le
había confiado? En el Más Allá, cuando se encontraran de nuevo, le gustaría
tranquilizarla con que sus años no habían sido brutalmente cortos después
de todo, para que nadie que derrotara al Bane pudiera decir que había vivido
nada más que una vida completamente remarcable.
209
Pero ni siquiera había encontrado al gran mago elemental todavía. Y no
había manera de decir cuánto tiempo le tomará hacerlo. Enterró su rostro
en sus manos. Tendría que estar mucho más preparado de lo que estaba.

Mucho, mucho más preparado.

Carcajadas venían de algún lugar fuera de la puerta. Un grupo de otros


chicos estaban reunidos en el corredor, planeando algo divertido. Con una
punzada en su corazón, recordó sus pocas horas de casi felicidad, de la
posibilidad de una vida normal.

No había duda de eso ahora, nada de amigos nuevos o legendarios viajes en


el globo de aire caliente. Solo habría trabajo. Y luego, después de eso, más
trabajo.

Sacó su varita, apuntándola hacia la esquina de la última página de la


visión y la marcó con un símbolo de calavera. Y luego apuntó la varita
hacia su propia sien.

Titus se balanceó.

Se había mentido a sí mismo. La supresión de la memoria nunca había sido


sobre olvidar sus detalles particulares, sino sobre no recordar el completo
sufrimiento de su madre, y ese momento de burbuja de jabón al sol cuando
podría haber llevado su vida por un camino completamente diferente.

Alguien apretó su mano, Fairfax.

—¿Estás bien?

Él asintió.

Nadie más pareció notarlo. Todos estaba ocupados, y preocupados,


examinando sus nuevos alrededores. Había esperado que se encontrarían
en el cavernoso interior de una biblioteca estatal, hospedada en un palacio
tan opulento que llevó a la quiebra el tesoro real y causó la caída del último
rey del Atlantis.

Lo que no había esperado era un estudio estrecho y desordenado, lleno de


libros en cada superficie horizontal. La luz entrando por la apertura entre
las cortinas iluminando platos llenos de moronas de pastel y pedazos de
210
corteza de pan, tazas con anillos secos de té en el fondo y una miscelánea
de pantuflas y calcetines bajo el gran escritorio ante la ventana.

Fairfax tocó su rostro con su mano.

—¿Estás seguro que estás bien?

Él sacudió su cabeza. Solo era valiente… y no valeroso.

—Te mantendré a salvo —dijo ella.

Su corazón saltó un poco.

—¿Me has perdonado?

—Sobreestimas mi magnificencia. Todavía no he terminado de abofetearte,


y es por eso que no vas a morir pronto.

Las esquinas de sus labios se levantaron ligeramente.

La yema del pulgar de ella acarició su mejilla.

—Recuerda eso.

Kashkari fue el primero en establecer lo obvio.

—No creo que estemos en la gran biblioteca de Royalis, el menos no en las


estanterías.

—¿Es ahí donde se supone que estemos? —preguntó Aramia, su voz


chillona—. Si es así, ¿podríamos estar en la oficina del bibliotecario?

Haywood, que estaba echando un vistazo desde tras de las cortinas,


contestó:

—No parece ser así, a menos que la biblioteca en Royalis esté rodeada por
una ordinaria calle residencial. Estamos a varios pisos sobre el suelo, por
cierto.

Titus miró por la ventana por sí mismo. La calle debajo estaba encendida
como para un evento en la tarde, excepto que estaba ensordecedoramente
vacía. Alineados en las aceras había arbustos perfectamente esféricos
cortados a menos de sesenta centímetros de diámetro. Los edificios de
apartamentos opuestos, con menos pisos que en el que estaban, estaban
211
unidos en los bordes y la suave fachada. El jardín comunal en el techo era
lo suficientemente lindo, incluso en la severa luz que lo inundaba, pero
tampoco ofrecía rincones o recovecos donde un niño pudiera ocultarse,
mucho menos un mago adulto.

Luego se dio cuenta de que los edificios de enfrente no eran más pequeños,
sino que estaban situados más abajo, sobre un desnivel. Y tuvo una visión
clara de todo el camino hasta la costa y el mar más allá. El remolino de
Atlantis estaba a ochenta kilómetros de la costa y demasiado lejos para ser
visto, pero Lucidias era un lugar bastante notable por sí mismo, una gran
metrópolis en la cinta más delgada de tierra cultivable, una ciudad que era
nueva en gran medida y aparentemente perfectamente regulada.

Había ciertos distritos en Delamer que nunca dormían, la mayoría se


callaban por una hora aproximadamente antes del amanecer. La costa cerca
de puerto de Delamer era un lugar parecido. Pero su equivalente en Lucidias
estaba tan vacío como un salón de clases durante las vacaciones.

Muy poco para maravillarse, cuando también estaba iluminado como un


escenario exterior. ¿Dónde estaba el origen de la luz? Levantó la mirada, y
el vello en la parte de atrás de su cuello se levantó. Algo colgaba desde arriba
de la costa. Algo enorme. Una fortaleza flotante que era del tamaño de la
Ciudadela, luz flotando desde su parte media.

Del otro lado de la habitación, Kashkari abrió la puerta un poco y echó un


vistazo.

—Parece como un apartamento de algún tipo.

Titus estaba a punto de estirarse hacia Fairfax y avisarle de la fortaleza


flotante cuando ella dijo:

—Shhh.

Kashkari inmediatamente cerró la puerta. Titus escuchó, su cabeza


inclinada. Una cama crujió en algún lugar en el apartamento. Pasos, luego
el sonido de una cómoda siendo utilizada. Más pasos amortiguados y un
cuerpo considerablemente pesado cayó en un colchón, haciendo que la
cama gimiera solo un poco.

Titus exhaló.
212
—Aquí, miren esto —susurró Aramia, aun cuando tenían un circulo de
sonido colocado en el lugar.

Había volteado el interior de un abrigo colgando en la parte de atrás de la


puerta. En la costura estaba cosida una etiqueta que decía: Si lo encuentran,
por favor regresarlo al Profesor Pelias Pelion, Boulevar Halcyons 25, Distrito
Universitario, Lucidias.

—Creo que puedo adivinar qué sucedió —continuó Aramia—. El libro estaba
en la gran biblioteca. Pero incluso los libros en una gran biblioteca pueden
ser prestados, especialmente a aquellos con credenciales académicas. El
Profesor Pelion pidió prestado el Crisol y es por eso que estamos en su casa.

Esto era un problema. En la biblioteca podían esperar sin ser molestados


hasta la mañana antes de aventurarse a salir, para evitar infringir el toque
de queda. Pero en una casa privada, con un dormilón intranquilo…

—¿Qué hay de la opción que mencionó la señorita Tiberius? —dijo


Haywood—. ¿La de sobornar a un trabajador nocturno?

Kashkari frunció el ceño.

—¿Dónde encontramos a un trabajador nocturno?

—¿No debería haber uno en este edificio? —preguntó Haywood—. ¿Solo para
asegurarse de que nadie se escape durante las horas del toque de queda?

—Puedo bajar y echar un vistazo —dijo Kashkari.

Fairfax levantó su mano. Titus lo escuchó también: alguien había tropezado


con algo y ese sonido vino desde el lado opuesto del apartamento al
dormitorio del profesor.

Era lo suficientemente fácil para un mago cuidadoso evitar que la puerta o


el piso crujiera, pero una colisión accidental todavía hacía sonidos.

¿Era el hijo adolescente del profesor escabulléndose de vuelta dentro de la


casa después de una noche de fiesta? ¿O quizás incluso su sirviente? ¿O era
demasiado benigno para una dirección de pensamiento? ¿Había el Bane
descubierto de alguna manera el lugar exacto para capturar a aquellos que
habían venido para su derrota?
213
Tomaron posiciones en cada lado de la puerta. Afuera el viento aullaba. El
profesor tosió en su dormitorio, un ruido explosivo en la tranquilidad de la
noche.

La puerta se abrió, lentamente, sin sonido. Una pequeña y rechoncha figura


enmascarada entró de puntillas, cerró la puerta y se movió hacia los lados.

Kashkari se movió rápidamente hacia adelante, atrapó al intruso y colocó al


mago sobre la alfombra ante el escritorio del profesor. Titus echó un vistazo
hacia el corredor para asegurarse de que nadie más viniera.

Luego cerró la puerta de nuevo y asintió hacia Kashkari, quien quitó la


máscara del intruso.

Él, Kashkari y Fairfax jadearon al mismo tiempo.

La Sra. Hancock.
214

CAPÍTULO 17
Traducido por âmenoire (SOS) y kwanghs

Corregido por Mar NC

K ashkari había utilizado un hechizo aturdidor bastante suave. No


pasó mucho tiempo antes que recuperaran a la Sra. Hancock.

El miedo inundó sus ojos cuando se encontró rodeada, pero se relajó un


poco una vez que reconoció los rostros más cercanos a ella.

—Ya están aquí —susurró.

—Perdón por dejarla inconsciente —dijo Kashkari, el volumen de su voz


igual de bajo.

El profesor, desde su cama, tosió de nuevo.

—Regresen al libro —dijo la Sra. Hancock—. Déjenme llevarlos a mi casa.


Estarán seguros ahí.

Titus vaciló. Si la Sra. Hancock ahora estaba actuando en nombre de


Atlantis, entonces estaban condenados. Pero entonces recordó que la Sra.
Hancock estaba obligada por un juramento de sangre a no dañarlos ni a él,
ni Fairfax.

—Está bien, pero permítanme cerrar el libro y volverlo a abrir, para que sea
más seguro en el interior.

Él había salido del Crisol con un broche que había recogido de la parte
superior del busto de Helgira con incrustaciones de marfil. Cuando el Crisol
era utilizado como un portal y algo era llevado fuera, entonces el libro no se
“cerraba” y se podía regresar rápidamente.

Pero el interior del Crisol se hacía cada vez más peligroso si era dejado
“abierto” durante demasiado tiempo.

—Iré contigo —dijo Fairfax.


215
Regresaron al Crisol con sus varitas desenvainadas. Ninguna lluvia de
espadas y mazos cayó sobre ellos, pero extrañas criaturas estaban
emergiendo desde el bosque al oeste del prado, dirigiéndose hacia el Castillo
de la Bella Durmiente.

Ante la vista de una banda de ogros, Titus rápidamente dejó caer el broche
al suelo y dijo, sosteniendo la mano de Fairfax:

—Y vivieron felices para siempre.

Tres minutos más tarde, toda la compañía que había llegado a Atlantis
estaba una vez más en el prado, que lucía lo suficientemente tranquilo por
el momento.

—¿Qué podría atraer a tantos personajes de tantos cuentos de esta manera?


—preguntó Fairfax.

Titus ya estaba estableciendo un perímetro de defensa.

—Podría ser la historia de la Bella Durmiente. Tengo un vago recuerdo de


mi madre diciendo que algún príncipe o princesa anterior habían añadido
la descripción de un tesoro formidable oculto en el interior del castillo. Pero
a mi madre no le gustaba lo lleno que eso hacía la zona alrededor del castillo,
el señuelo de ganancias al parecer es mucho más fuerte que el señuelo de
la Bella Durmiente por sí misma, así que quitó esa adición en su copia del
crisol, que más tarde se convirtió en mi copia.

»No he visto evidencia de alguien dirigiéndose rápidamente hacia el castillo


en la copia de la Ciudadela. Pero esa tenía a un monstruo fantasmal
resguardando el castillo y diría que eso es suficiente para mantener alejados
a los que son meramente codiciosos y oportunistas.

Fairfax lo miró con los ojos entrecerrados.

Repentinamente recordó que hubo una vez que se había negado a dejarla
mirar a la Bella Durmiente en su copia del Crisol. En los días antes que
confiaran por completo el uno en el otro, él había modificado a la Bella
Durmiente en su copia del Crisol para lucir exactamente igual que ella, y no
había querido que supiera o adivinara por qué no le permitiría ascender a
la buhardilla del castillo donde la princesa dormía por años.
216
—Cuando lleguemos a la casa de la Sra. Hancock —dijo él—, echaré un
vistazo al texto de la historia de la Bella Durmiente y veré si puedo deshacer
el cambio.

Ella arrancó una brizna de la hierba a la altura de la rodilla que cubría el


prado.

—Tal vez no.

—¿Por qué no? —preguntó su guardián.

—Podría conferir una ventaja en el camino de vuelta: aquellos de nosotros


que todavía queden en pie sabrán qué esperar; Atlantis, no tanto.

Él supuso que era cierto que aparte de Fairfax y él, nadie más había sido
profetizado que muriera. Eso no significaba nada, sin embargo, cuando se
trataba de sus posibilidades de supervivencia. Pero no quería decirle que no
a ella, les quedaba tan poco tiempo.

—Entonces lo dejaré como está.

—Espero que algunos de ustedes vivan para tomar ventaja de eso —dijo ella
hacia la compañía.

Haywood hizo una mueca. Kashkari lucía sombrío; Aramia, adecuadamente


asustada.

La única que parecía estar hecha de despreocupada seguridad era la


comandante de una base rebelde.

—Gracias, señorita Seabourne —dijo Amara—. Tengo toda la intención de


hacer precisamente eso.

La Sra. Hancock vivía en una calle de pequeñas casas de dos pisos en hilera.
Las casas tenían su frente y su altura idénticas, su azotea combinada
encerrada por bajos parapetos decorativos.

La fortaleza flotante no podía ser vista desde la ventana de la Sra. Hancock.


Titus se las había descrito lo mejor que pudo a sus compañeros, mientras
aún estaban en tránsito en el Crisol. Pero para algo así, tenían que verlo
para creerlo.
217
Deslizó las persianas en su lugar y cerró las cortinas.

—Puede prender esos candelabros ahora —le dijo a la Sra. Hancock.

Una suave luz con un toque albaricoque se encendió, iluminando un interior


no muy diferente de la sala de la Sra. Hancock en casa de la Sra. Dawlish.
La casa de la Sra. Dawlish había estado llena de cretona de impresión y
bordados de flores, pero el salón de la Sra. Hancock siempre había estado
descubierto hasta el punto de austeridad. Pero mientras que su salón inglés
tenía las manijas de los cajones marcadas por el estilizado remolino que
simbolizaba Atlantis, aquí no había tales decoraciones patrióticas.

—¿Cómo está? —preguntó Fairfax, abrazando a la Sra. Hancock


cálidamente—. Nos preguntábamos qué fue de usted.

—Pensé que había corrido a esconderse en algún lugar de Inglaterra —dijo


Kashkari.

Londres, Titus habría apostado, en uno de los barrios más concurridos


donde la adición de una mujer de mediana edad que vestía sacos marrones
nunca habría sido notada.

—Siéntense, por favor —dijo la Sra. Hancock, distribuyendo varios platos de


aperitivos de aspecto poco familiar—. Lo consideré. En los primeros minutos
después que la casa de la Sra. Dawlish fuera invadida por agentes Atlantes,
a cada instante tuve que contenerme de escabullirme y desaparecer entre
los ingleses. Y entonces regresé a mis sentidos. Si mis superiores
sospecharan de mí, ya habría sido detenida. No lo fui, así que decidí que
debía usar mi posición hasta su mayor ventaja.

»Hice todo lo posible para lucir ansiosa de ayudar a mis compatriotas. El


pobre Cooper estaba bastante consternado porque fuera tan civil, de hecho
obsequiosa, con los hombres que estaban sacando las cosas de sus
habitaciones. Y dolió más de lo que pensé que sería, perder la buena opinión
de Cooper. Pero tenía que hacer lo que tenía que hacer.

»Lo que no esperaba fue que se me hiciera volver de inmediato a Atlantis


para ser interrogada. Aunque inmediatamente estuve de acuerdo, una vez
más estuve a punto de fuga. Al final me dije que era providencial: si iba a
ayudar a derrocar al Bane, no sería desde algún escondrijo en los suburbios
de Londres.
218
»Así que volví. Había comprado esta casa poco antes que me asignaran al
Colegio Eton. Regresé dos veces al año para parecer normal, nuestros
superiores sospechaban de cualquier persona que pareciera estar cortando
los lazos con Atlantis. Pagaba para mantener la casa y el jardín en buena
forma, cenas de acogida para mis vecinos y decirles lo mucho que esperaba
mudarme de vuelta cuando estuviera retirada.

»Y me presenté alegremente a los interrogatorios, bajo el suero de la verdad,


por supuesto. Pero lo que mis interrogadores no sabían era que yo había
tomado un suero anti-verdad antes de salir de mi casa.

—¿Qué? —exclamó Titus—. ¿Existe un suero anti-verdad?

Ella suspiró y asintió.

—Era una de las cosas que perseguía a Icarus Khalkedon.

Icarus Khalkedon, mientras todavía vivía, había sido el oráculo personal del
Bane, proporcionando respuestas a las preguntas más apremiantes del
Bane.

—Les dije que el Bane a menudo preguntaba acerca de los que presentaban
futuras amenazas a su gobierno. Una de las respuestas que Icarus le dio fue
el nombre Ligea Eos. La Sra. Eos estaba preocupada por la práctica del Bane
de entrevistar a sus altos funcionarios bajo el suero de la verdad sobre una
base regular, su marido era uno de los altos funcionarios del Bane. En el
momento en que su marido comenzó a cuestionar el régimen, supo que
estaba condenado, a menos que ella pudiera hacer algo.

»Y ese algo fue la invención de un suero anti-verdad, que prevenía que el


suero de la verdad tuviera efecto y daba seguridad a los que no estuvieran
totalmente de acuerdo con el Bane. O les habría dado seguridad, si hubiera
sido capaz de difundir el antídoto como le habría gustado. Así, los agentes
la observaron cuidadosamente durante meses. Cuando por fin logró
producir un lote de suero anti-verdad, confiscaron toda su producción y se
la llevaron. Nunca más fue vista de nuevo.

»Pero su creación no fue destruida inmediatamente. En cambio, se convirtió


en una provisión resguardada cuidadosamente en el Palacio del
Comandante. El Bane estaba considerando dar dosis a sus comandantes
militares en la víspera de las campañas, así no podrían delatar secretos
219
estratégicos aunque fueran capturados. No sé si alguna vez lo hizo, pero
Icarus, durante su exploración aparentemente inocente del palacio, se las
arregló para robar una pequeña cantidad de ello, en caso que yo necesitara
pasar algún día bajo el suero de la verdad.

»Mi interrogatorio real fue relativamente tranquilo. Quien me interrogó fue


alguien que nunca había conocido antes, alguien mucho más arriba en la
cadena de mando que aquellos que generalmente consideraba como mis
superiores. Estuvo bastante molesta porque de alguna manera me las había
arreglado para no descubrir el complot contra el Bane, a pesar de haber
vivido bajo el mismo techo durante tanto tiempo.

»Señalé que según todas las apariencias, el Maestro del Dominio estaba
asistiendo a clases y deportes justo como los otros chicos. Por no mencionar
que se presentaba a tiempo para las comidas y las Ausencias. Y a pesar de
no ser particularmente cálido o servicial, no dio ningún problema hasta
donde podía verse.

»Afortunadamente, en este sentido pude ocultarme detrás de la propia falla


del Bane, quien vivió en esa casa durante varias semanas sin darse cuenta
que al que buscaba estaba a unas cuantas puertas de distancia. Por
supuesto que no dije tal cosa en voz alta, pero que no lo percibiera fue un
buen camino hacia mí absolución, una mujer sencilla cuya capacidad de
observación de ningún modo rivalizaba con la de él.

»Cuando estuvieron satisfechos, fui culpable de nada más que


incompetencia, me pusieron en suspensión temporal y me dejaron ir. Fui a
la catedral más cercana para dar gracias y luego, por los viejos tiempos, fui
a la biblioteca de Royalis y me senté en un jardín.

»Royalis, a lo largo del reinado del Bane, siempre ha estado abierta al


público, era una forma en la que buscaba distinguirse de los reyes
anteriores, que acaparaban la riqueza del reino y dejaban que la gente se
muriera de hambre. Estaba decidido a mostrarse a sí mismo un tipo
magnánimo. Royalis estaba y está disponible para bodas y otras recepciones
de celebración por solo una cuota nominal y el mago en la calle es bienvenido
en cualquier momento, excepto durante las horas del toque de queda, para
disfrutar de la belleza de sus muchos jardines.
220
»Por lo que entiendo, en los primeros años del reinado del Bane, Royalis era
una onda prácticamente interminable de juerga en honor a bodas,
cumpleaños y así sucesivamente. Por fin estábamos en un reino próspero
en casa y respetado en el extranjero y la población en su conjunto estaba en
un estado de ánimo festivo que duró un largo rato.

»Y entonces algo cambió. Un frío se arrastró. El Bane ya no era solo


reverenciado, sino tanto reverenciado como temido. Tal vez los Atlantes
ordinarios no eran exactamente conscientes de este miedo, pero sabía que
no querían celebrar sus bodas con los campos de Royalis, incluso si el lugar
era magnífico y prácticamente libre.

»Para el momento en que estaba trabajando en la biblioteca en Royalis, tenía


muy pocos visitantes, algunos turistas de fuera de la ciudad todavía querían
ver el lugar, pero no muchos otros. Cuando el Bane se quedaba en Royalis,
sus administradores obligaban a escuelas locales a enviar a sus alumnos
para visitas educativas y varias ramas del gobierno llevaron a cabo
ceremonias de premios y cenas anuales en los que la asistencia fue
obligatoria, así el Bane todavía estaría bajo la impresión que Royalis, el
símbolo de su generosidad hacia su pueblo, seguía siendo un destino
popular y muy querido.

»Como resultado, cuando Icarus y yo solíamos encontrarnos, el jardín que


más preferíamos casi siempre estaba desierto. Nadie sabía de nuestra
asociación y mientras el Bane pudiera pensar que era extraño que Icarus
me nombrara para Eton, probablemente pensaba que no era más extraño
que cualquier otra declaración de oráculo, la importancia todavía tenía que
ser confirmada por el tiempo.

»Así que ahí estaba yo, una vez más sentada en nuestro banco en ese jardín
bellamente cuidado pero sin vida y me llegó de la nada lo que el oráculo en
el libro del príncipe había querido decir cuando dijo: Y sí, lo has visto antes.

»En ese momento pensé que se había referido a la copia del Crisol en la
habitación del príncipe y dije que por supuesto que la había visto antes,
había estado allí durante años. Eso fue real y espectacularmente estúpido
de mi parte. Unos meses antes, el Inquisidor Interino había levantado una
copia de ese libro y preguntado si el príncipe lo había utilizado como un
portal, debí haberme dado cuenta entonces que existían varias copias de
este libro. Pero deben entender que el príncipe nunca había sido
221
remotamente mi prioridad, para mí era en gran parte incidental, alguien que
estaba involucrado únicamente porque yo necesitaba una excusa para estar
esperando en Eton cuando el Bane entrara, después de que el gran cometa
hubiera llegado y se hubiera ido.

»En aquel fatídico día, después de que los agentes de Atlantis salieran de la
habitación del príncipe con el Crisol, finalmente me di cuenta de que el
Inquisidor Interino no había estado diciendo cosas sin sentido, que el libro
realmente era un portal. Y fue mientras estaba sentada en el banco en el
jardín favorito de Icarus y mío que me di cuenta exactamente de dónde lo
había visto antes, en ese mismo banco, cerca del comienzo de nuestra
amistad.

»Y entonces recordé que Icarus había dicho que había pedido prestado el
libro en la biblioteca y tenía la intención de regresarlo más tarde esa tarde.
Mi yo de ahora saltó del banco y se precipitó hacia la biblioteca. Puesto que
la biblioteca es tan grande, la mayoría de los clientes realizan sus pedidos
en la mesa de ayuda. Pero, dado que era una antigua bibliotecaria, sabía
dónde estaba la sala del catálogo y me dirigí allí directamente.

»El sistema de catalogación que teníamos estaba un poco pasado de moda,


pero aún era suficiente como para hacerme saber que el libro había sido
sacado durante todo el período académico por el profesor Pelión del Gran
Conservatorio de Lucidias. Anoche entré en el despacho del profesor en la
universidad, pero no pude encontrar el libro. Esta noche fui a su casa y,
bueno, los encontré a ustedes.

Una caldera cantó en algún lugar de la casa. La Sra. Hancock desapareció


por un minuto, regresó con una gran bandeja de té y lo sirvió para todos.

—Bueno, aquí estamos, contra todas las probabilidades o como


predestinado —dijo Kashkari—. ¿Qué aconseja, señora? ¿Cuál es la mejor
manera de llegar al Palacio del Comandante?

—¿Quieres decir la manera menos terrible? He estado pensando en ello


durante años y todavía no estoy muy segura de cómo.
222
La Sra. Hancock le entregó la primera taza de té a Titus, por deferencia a su
posición. Titus entregó la taza a Fairfax, quien a su vez se la dio a su
guardián.

—Entonces, ¿cómo hace el Bane el viaje entre las tierras altas y la ciudad
capital? —preguntó Kashkari, trayendo de vuelta la discusión sobre el tema.

—Una cabalgata tirada por grifos.

—¿Sin portales u otros translocadores?

—Icarus nunca encontró tal cosa en el Palacio del Comandante, cualquier


portal que pudiera ser el transporte del Bane hacia cualquier otro lugar
podría dar la vuelta y convertirse en una manera fácil para que otra persona
entrara en el Palacio del Comandante. Y la zona de no-teleportación
alrededor del palacio se dice que se extiende a cientos de kilómetros en
cualquier dirección.

—¿Cómo es eso posible? —exclamó Amara—. La cantidad de trabajo


necesario para crear una zona de no-teleportación de un par de kilómetros
ya es una labor de gran envergadura. ¿Qué tan grande es la zona de no-
teleportación alrededor de la Ciudadela?

—Ocho kilómetros de radio —dijo Titus—. Y fue una labor controvertida, por
cuánto tiempo y desembolso de tesorería consumió.

—Esta zona de no-teleportación no se logró en un año, una generación o


incluso un siglo —dijo la Sra. Hancock—. No olvidemos el tiempo que el
Bane ha estado alrededor.

»Una vez que las capacidades de oráculo de Icarus divulgaron la verdadera


edad del Bane, empecé a reconstruir su historia. Una gran parte de las
veces, el fundador de una nueva dinastía o régimen presenta una versión
saneada y glorificada de sí mismo, pero los antecedentes del mago que se
hacía conocer como nuestro Sumo Señor Comandante parecían no necesitar
ninguna limpieza o embellecimiento.

»Su familia era altamente respetada, incluso venerada. Provenían de la costa


oeste, en el lado opuesto de los macizos que albergan el Palacio del
Comandante, una parte más pobre y más dura del ya pobre y duro reino. A
diferencia de muchas familias terratenientes que explotaban a sus peones,
223
los miembros del clan Zephyrus eran celebrados por su humildad y
generosidad.

»El joven Delius Zephyrus no era exactamente un niño prodigio. Hasta los
quince años, fue casi completamente indistinguible, a excepción de su
buena apariencia juvenil. Pero entonces murió su querido bisabuelo y
mayormente se cree que su muerte impulsó al joven Delius para hacer algo
de sí mismo.

»A partir de ese punto, su ascenso fue notable. Esto fue hace más de
cincuenta años. Atlantis en el momento era gobernada por una colección de
señores de la guerra, cada uno controlando una parcela del reino y cada
uno tratando de ampliar su propio territorio a expensas de otro señor de la
guerra. Había constante malestar. Las cosechas eran terribles debido al
desplazamiento de los campesinos y las pesquerías estaban cerca de estar
agotadas de nuevo, porque los magos estaban luchando para alimentarse.
Todo el mundo temía que volcaríamos hacia otra hambruna generalizada y
fue entonces cuando el joven Delius tomó su varita y organizó a su propio
pueblo, que probablemente estaban mejor alimentados y mejor tratados que
cualquier otro grupo de campesinos en el país y los convenció para que los
siguieran en la batalla, ya que ninguna tribu jamás podría disfrutar de la
buena suerte por sí sola: si ellos, los magos más acomodados estaban
rodeados por la miseria, no hacían nada más que revolcarse en su propia
suerte superior, tarde o temprano la miseria penetraría las barreras que
pensaban que habían erigido contra eso.

»“Quiero ayudar porque no puedo soportar no ayudar” había dicho, en un


discurso ante muchos testigos. “Si así es como se sienten, únanse a mí. Si
así no es como se sienten, aun así deberían unirse a mí. Porque nuestros
destinos no están divididos de los de nuestros compañeros Atlantes y
ayudándolos, no ayudan a nadie tanto como a ustedes mismos. E irían hacia
el final de sus días sabiendo que han sido valientes y sabios, que no se
acobardaron en su propio pequeño refugio seguro mientras el caos reinaba,
sino que lucharon por el orden, por la justicia, por una causa que es más
grande que ustedes mismos.

»Lo conozco bien, este discurso. La primera vez que lo leí, lloré. Estaba tan
conmovida por su coraje y tan enormemente orgullosa de ser una Atlante
bajo su administración. En la escuela representábamos la escena cada año
y durante años solía conmoverme de nuevo.
224
Una luz melancólica apareció en los ojos de la Sra. Hancock. De repente,
Titus pudo verla como una jovencita, rebosante con orgullo y alegría ante el
remarcable renacimiento de su tierra natal.

—Y así este jovencito quien no tenía nada más que coraje y el favor de los
Ángeles marchó contra los señores de la guerra con su grupo dispar y
desharrapado de adeptos. Y ganaron victoria tras victoria, los oprimidos por
todos lados engrosaron sus filas porque vieron esperanza por primera vez.
Y estaban tan hambrientos por una mejor vida, por una sociedad
caracterizada por la paz, la prosperidad y la camaradería, que no les importó
dar sus vidas por esa noble meta.

»Pronto se volvió imparable. Cuando sus fuerzas tomaron Lucidias y declaró


el reino libre de los señores de la guerra y de las brutales maneras antiguas
que mantenían oprimida a la magia ordinaria hubo tanto júbilo, tanta
euforia.

La Sra. Hancock suspiró.

—La cosa acerca de esta historia es que es abrumadoramente cierta, al


menos los hechos en la superficie. Durante años, trabajé a cargo de la
bibliotecaria encargada del archivo histórico de la gran biblioteca. Y en esa
capacidad, visité a muchos coleccionistas privados para arreglar la compra
o donación de fuentes primarias para el archivo. Y mientras me dediqué a
mis tareas oficiales, especialmente si por casualidad estaba en la costa
oeste, coleccioné documentos y anécdotas que podían ayudarme a descifrar
el acertijo de quién era realmente el Bane.

»Entre más aprendía acerca del clan Zephyrus, mi atención más se centraba
en su fundador, un hombre con el nombre de Palaemon Zephyrus, quien
vivió hasta la edad de noventa y uno.

Los magos raramente vivían hasta los sesenta y cinco y casi nunca
sobrepasaban los setenta, era algo que por todas las maravillas de sus
poderes no podían cambiar. Hesperia la Magnífica, quien alcanzó los
ochenta, no solo era quien más había vivido de todos los herederos de la
Casa de Elberon por un largo margen, sino también era la tercer maga que
más vivió en toda la historia documentada del Dominio. El abuelo de Titus,
quien había muerto a los sesenta y dos, se consideraba que había estado en
la completa vejez.
225
Para un mago vivir hasta sus noventas era inaudito, una esperanza de vida
casi cincuenta por ciento mayor que la expectativa para los más
privilegiados y bien cuidados.

—¿Vivió hasta los noventa y uno por medios naturales? —preguntó Fairfax.

—Esa pregunta estuvo mucho en mi mente. También quería saber si ésa era
su verdadera edad o si había mentido cuando proclamó ser un hombre joven
cuando llegó a la costa oeste. Pero mi mayor pregunta era: “¿Qué evidencia
puedo encontrar de que realmente murió?”

»Dado que no había un gobierno central fuerte en ese tiempo, la


documentación para los eventos de vida era irregular. El Bane había
realmente donado los papeles de su familia y las cartas al archivo histórico
en la gran biblioteca. Poco a poco, dado que no quería parecer ser demasiado
curiosa, revisé esos papeles.

»Un investigador menos suspicaz hubiera tenido la impresión de una familia


que era completamente irreprochable, habían innumerables notas de
agradecimiento de magos a los que habían ayudado a través de los años. Y
aun así, miembros de la familia se encontraron con un montón de
desgracias, especialmente en los años anteriores, como estaba confirmado
por las casi igualmente innumerables notas de condolencia.

»Un flujo de esas cartas vino cuando Palaemon Zephyrus estaba en sus
setentas, condolencias por la pérdida de su hijo e hija, sus únicos dos hijos.
También había un número de deseos de mejora para él mismo. Fui capaz de
localizar una copia de una circular del señorío de ese tiempo. Una circular
del señorío era un papel publicado por un hacendado para sus arrendatarios
para informarles de los sucesos en el área y algunas veces en otras partes
del reino y tal vez incluso en el extranjero. Era una práctica común de la
época, dado que el mago ordinario no tenía ningún otro acceso a las noticias.
También era usado para anunciar eventos significantes en el mismo estado.

»De acuerdo con esa particular edición de la circular del señorío de


Zephyrus, Palaemon Zephyrus y sus hijos tuvieron la grave desgracia de
encontrarse con una serpiente gigante.

Titus inclinó una ceja.

—¿Realmente todavía viven serpientes gigantes en Atlantis?


226
Él había visto una réplica del esqueleto de una serpiente gigante en el Museo
de Historia Natural de Hesperia la Magnífica. No dudaba que ellas habían
reptado la tierra en algún punto, pero era la creencia general que las
serpientes gigantes hace tiempo se habían extinto.

—Aquí en Atlantis tendemos a darle un poco más de crédito a los reportes


de su existencia. Hay muy pocas cuentas de testigos oculares porque es
dicho que las serpientes gigantes son fieramente territoriales y matarán sin
ninguna otra provocación. Pero algunas veces excursionistas se cruzan con
pilas de huesos características dejadas atrás por serpientes gigantes —
usualmente como marcadores de territorio— e inmediatamente se regresan.
Los verdaderamente considerados podrían llenar un reporte con el
Departamento de Recursos Internos. La mayoría no lo hace porque esos
reportes podrían llevar a preguntas desagradables. “¿Qué estabas haciendo
en esa área?” “¿Por qué te apartaste del límite de la reserva natural?” “¿A
dónde más fuiste además del lugar donde declaras haber visto la pila de
huesos?”

»En cualquier caso, creemos en la existencia de las serpientes gigantes lo


suficiente que, cuando mi hermana desapareció, sinceramente todos
pensaron que eso era lo que le había ocurrido. Había estado en una reserva
natural aprobada con sus compañeros de clase, pero se decía que el lugar
había sido infestado por serpientes gigantes en un punto y ahí es donde
todas nuestras mentes fueron.

»Así es que el cuento de Palaemon Zephyrus no fue cuestionado. Era un


hombre respetado y amado, sin mencionar que había perdido la mitad del
brazo en el incidente. El clan se lamentó y la vida continuó. Casi
exactamente diez años después, vino otro flujo de notas de condolencia, esta
vez sobre la muerte de la nieta más joven de Palaemon Zephyrus.

»Se había casado tarde. Sus hijos estaban en sus treintas cuando
perecieron. Y esta nieta, nacida después de la muerte de su padre, tenía sólo
nueve años al momento de su muerte. La edición de ese mes de la circular
del señorío decía que fue barrida por una inundación. Ningún cuerpo fue
recuperado. También decía que Palaemon Zephyrus perdió un ojo en la
búsqueda por su nieta.

Kashkari pellizcó la piel en medio de sus cejas.


227
—¿Así que está diciendo, señora, que sacrificó a sus propios hijos y nieta?

—No tengo evidencia directa, pero ésa es por mucho mi conclusión.

Aramia lucía como si fuera a desmayarse o a tener arcadas. En cambio,


apretó el borde de su silla y miró hacia el reloj en la pared.

—Después de eso —continuó la Sra. Hancock—, la siguiente ronda de


condolencias finalmente fue para Palaemon Zephyrus. El obituario
publicado en la circular del señorío mencionaba que había estado
destrozado después de la muerte de sus hijos y su nieta y que había pasado
los últimos años de su vida en aislamiento en su refugio en la montaña y
que murió allí, de acuerdo con la circular.

—Así que el refugio en las tierras altas existía incluso antes que Palaemon
Zephyrus estuviera oficialmente muerto —musitó Fairfax.

—Parece de ese modo.

—¿Fue puesto en una pira funeraria? —preguntó Haywood.

En los reinos que cayeron bajo los estandartes del Hueste Angelical, un
mago fallecido era quemado en la pira solo lo suficiente vestido por la
modestia. El rostro nunca era cubierto.

—En esos años, Atlantis como un todo estaba tan empobrecido que incluso
los adinerados no tenían piras propias para sus funerales. Nunca tuvimos
una gran cantidad de bosque en Atlantis, la mayoría del bosque original ya
había sido talado e importar madera para las piras estaba más allá del
alcance de todos, salvo unos pocos. Los cuerpos de los fallecidos eran
preservados para el día cuando pudieran ser propiamente cremados, sus
cenizas ofrecidas a los Ángeles. Hasta entonces, permanecieron bajo tierra,
fuertemente envueltos para que los Ángeles no pudieran ver su vergüenza
al haber sido enterrados.

—¿Están estos cuerpos envueltos incluso en el funeral?

—Sí.

—¿Así que nunca nadie vio realmente el cadáver de Palaemon Zephyrus?


228
—A excepción de una persona, un sobrino de su última esposa, quien
envolvió su cuerpo para el funeral. Y él murió poco después, en su sueño.
La causa dada fue repentina falla cardíaca masiva.

Titus y Fairfax se miraron el uno al otro. La última vez que habían


escuchado el término, fue en conexión con el Barón Wintervale, quien no
había sufrido un ataque cardíaco después de todo, sino que había sido
derribado por una maldición de ejecución.

—Asesinato de un testigo que podía saber que Palaemon Zephyrus no estaba


realmente muerto —dijo Amara.

—Por favor dígame que las atrocidades contra su propia familia terminaron
con su “muerte” —dijo Aramia, más pálida que la palidez.

—Esa era mi esperanza. Alas, unos pocos años después, un bebé recién
nacido en la familia, un biznieto de él, fue robado. Fue noticia incluso en
Lucidias, encontré las cartas de la época refiriéndose al secuestro. Hubo
algunas exorbitantes demandas de rescate, así que se creía que bandidos y
otros criminales debieron haber estado involucrados, quizás con ayuda de
algunos de los sirvientes. Hubo una enorme búsqueda, las demandas de
rescate dejaron de llegar después de unas pocas semanas y el bebé nunca
fue encontrado, aunque sus padres renunciaron a darse por vencidos
durante años y años.

Aramia se estremeció visiblemente.

—¿Existe tal cosa como la magia de sacrificio siendo más poderosa si es tu


propia carne y sangre la que sacrificas? —preguntó Kashkari.

—¿Fue una elección deliberada de su parte seguir sacrificando a niños más


y más pequeños? —preguntó Fairfax casi al mismo tiempo.

—¿Alguno de ustedes ha escuchado de un libro llamado… —La Sra.


Hancock dudó, como si estuviese reacia a incluso dejar que las palabras
pasaran sus labios—… Una Crónica de Sangre y Huesos?

Todos sacudieron sus cabezas, excepto Haywood quien dijo:

—Ése es el manual más conocido en magia de sacrificio, ¿cierto? Pensaba


que todas las copias habían sido destruidas.
229
—Tuve que buscar en lo profundo de los registros de la biblioteca.
Aparentemente, días antes de la caída del último rey, una copia fue
confiscada en Lucidias y puesta aparte para destruirla. Después se perdió
en el caos subsecuente.

—Eso habría sido alrededor del tiempo en que nació el Bane.

—Correcto. No tengo evidencia positiva de si alguna vez encontró esa copia


o cómo, pero durante mi investigación leí acerca de un hombre joven de
Lucidias, con el nombre de Pyrrhos Plouton, quien fue milagrosamente
curado de una enfermedad mortal que estaba a pocos días de matarlo. Y me
encontré con su historia buscando gente que había desaparecido sin un
rastro. En su historia, era mencionado que su recuperación fue agridulce,
debido a que se creía que su mejor amigo había sido uno de los espectadores
curiosos que se acercaron demasiado al recién aparecido remolino de
Atlantis y fue arrastrado.

La Sra. Hancock miró a Fairfax.

—¿Recuerdas lo que dijiste acerca del mago elemental que creó el remolino
probablemente habiendo estado en la primera instancia de sacrificio del
Bane? Estabas exactamente en lo cierto. Y décadas después se trasladó a
través de la amplitud de Atlantis, para convertirse en Palaemon Zephyrus(2).

—¿Qué sucedió después del bebé secuestrado? —preguntó Aramia, su voz


baja y tensa.

—La maldición sobre la familia pareció levantarse después de eso, no más


desgracias anormales. Y después vino Delius, quien cambió de un chico
bastante mediocre a un inmensamente realizado joven casi de la noche a la
mañana. Oh, quiero mencionar que Delius tenía un gemelo, quien se dice
que murió en una de las batallas. Sepultado. Una vez que el Bane se hizo
del poder de todo Atlantis, él puso a muchos de sus ancestros y parientes
en una pira enorme y finalmente ofreció sus cenizas a los ángeles.

Toda la evidencia destruida, en otras palabras.

—Sacrificar a tu mayor enemigo es suficientemente malvado. Practicar


magia de sacrificio en esos quienes te aman, confían y te respetan, eso es
despreciable más allá de las palabras. Especialmente, —Fairfax apretó sus
dientes brevemente sobre su labio inferior, como tratando de controlar un
230
ataque de náuseas—, especialmente dado que conoce exactamente lo que
implica la magia de sacrificio, la agonía innombrable que las víctimas deben
enfrentar, la extracción de cerebros y médulas y dios sabe qué más mientras
sus corazones aún laten.

Aramia cubrió su propia boca, como si temiese que de otra manera


vomitaría.

—Lamento eso —dijo Fairfax—. Es lo que es.

—Me distraje completamente, ¿cierto? —le dijo la Sra. Hancock a Kashkari—


. Todo lo que preguntaste fue qué era lo mejor para llegar al Palacio del
Comandante y no me callé acerca de todo lo que sucedió hace décadas.

—No, no, por supuesto. Siempre ayuda saber con qué estamos lidiando —
respondió Kashkari—. Y mencionó que la zona de no-teleportación alrededor
del Palacio del Comandante es de ciento sesenta kilómetros de radio. ¿Los
Atlantes nunca tienen razón para ir dentro del área?

—Nuestra población siempre ha estado concentrada en las regiones


costeras. El interior del reino está bastante vacío de habitantes,
especialmente la región alrededor del Palacio del Comandante. El terreno es
poco adecuado para casi todo, la masa de tierra es demasiado joven y la roca
volcánica no ha tenido tiempo suficiente para convertirse en rica ceniza
volcánica. En algunos lugares apenas se puede caminar. La tierra bajo tus
pies es como un bosque de cuchillos.

Los flujos de obsidiana algunas veces producían tales paisajes, el vidrio


volcánico, al enfriarse, fracturándose para producir bordes afilados como
cuchillas.

—¿De casualidad tiene un mapa? —preguntó Titus.

—Los mapas son para tenerlos en cualquier lado. Pero ninguno de ellos
tendrá la ubicación del Palacio del Comandante marcada. Pueden, sin
embargo, adivinar en cuanto a su área general. Sería el sector en el
cuadrante noroeste de la isla que está enteramente cubierta por terrenos
selváticos.

La Sra. Hancock se movió hacia un escritorio y abrió un cajón.


231
—Aquí hay dos mapas. Uno de Lucidias y uno del reino entero. Los he
marcado donde pensé que podía haber inexactitudes o información que
pudiesen usar.

Titus tomó los mapas y ofreció sus agradecimientos.

—Ahora solo tienen que salir de Lucidias.

—¿Mediante los túneles? —preguntó Amara.

—Los túneles tienen sus usos, pero son apenas necesarios para ustedes: yo
todavía tengo libertad de movimiento. Mañana por la mañana tomaré el
Crisol, con todos ustedes dentro, para una excursión en el campo. Hay un
par de áreas naturales recreacionales designadas no lejos de aquí. Una vez
que estén ahí, pueden proceder con muchos menos ojos sobre ustedes. Y
compré algunas túnicas simples y capas para todos ustedes, así sus ropas
no destacarán.

Kashkari se inclinó hacia adelante en su silla.

—¿No se puede teleportar directamente fuera de Lucidias? Eso lo haría más


seguro para todos.

La Sra. Hancock sacudió su cabeza.

—La ciudad entera es una zona de no-teleportación.

Éstas eran noticias no bienvenidas.

—¿Destacaremos? —Amara hizo un ademán hacia Kashkari y ella.

—De alguna manera, pero tenemos una pequeña población de magos que
se mudaron a Atlantis desde reinos en el Océano Índico. Así que su
apariencia por sí misma no conseguirá arrastrarlos para ser interrogados.
—Se levantó—. Si alguno todavía está hambriento, tengo algunos huevos en
la cocina y puedo hacer tortillas. ¿Eso estaría bien?

—Eso suena bien —dijo Haywood—. No me molestaría para nada una tortilla
fresca. Gracias.

—Cuando hayan comido —siguió la Sra. Hancock—, veremos cómo podemos


acostar a todos tan cómodamente como sea posible. Necesitarán una buena
noche de descanso.
232
Podría ser su última.

Titus estaba acostumbrado a largas noches y poco sueño. Pero había sido
un largo día, tanto físicamente demandante como emocionalmente agotador.
Y la idea de unas pocas horas de sueño ininterrumpido sonaban más
tentadoras de lo que quería admitir, para alguien quien realmente no
debería desperdiciar más tiempo durmiendo.

Se movió más cerca de Fairfax, intentando preguntarle cómo lo estaba


soportando.

—¡No! —gritó Aramia.

Cada persona se detuvo a mitad del movimiento.

—No coman. No duerman. ¡Deben irse de esta casa ahora! Vayan a los
túneles, salgan de Lucidias en este momento.

Titus la miró fijamente. Repentinamente supo lo siguiente que ella estaba


por decir.

—Estoy cargando un rastreador. Le confié la otra mitad al Tío Alectus para


dársela al nuevo Inquisidor. Les tomaría un tiempo encontrarnos, pero
hemos estado aquí por un rato.

Por supuesto. Si todo lo que ella quería era liberar a Lady Callista, sería
mucho más fácil ayudar al Bane que derrotar al Bane. Titus podía haberse
estrangulado a sí mismo. Aramia tenía el sorprendente talento de retratarse
a sí misma como una víctima, una chica demasiado débil para importar,
alguien quien jamás serviría intencionalmente como un accesorio para
asesinar.

¿Era esto lo que llevaría a la muerte de Fairfax?

—¡No! —gritó Fairfax, afianzando su mano en él y presionando su brazo


hacia abajo.

Tardíamente se dio cuenta de que tenía su varita apuntada a Aramia, con


toda intención de completar una maldición de ejecución.

La habitación se volvió oscura de repente. Parpadeó antes de darse cuenta


que Kashkari había extinguido la luz, para ver hacia afuera sin atraer
233
atención. Mientras descorría las persianas, una brillante luz azul se
apresuró dentro.

—Lastimarla ahora no serviría de nada en absoluto —dijo Fairfax.

—No sabía que era por eso que el Bane la quería —gimió Aramia—. No sabía
que era para usarla en magia de sacrificio.

—¿Así que estaba todo bien para ti cuando no sabías ese hecho específico?
—gruñó Titus—. ¿Qué pensaste que iba a suceder? ¿Que el Bane la invitaría
a un agradable té vespertino y la dejarían ir?

La mano de Fairfax se apretó en su brazo.

—Deja de desperdiciar el tiempo. Tenemos que irnos. —Se giró a Aramia—.


Dame tu rastreador.

Aramia excavó bajo los pliegues de su sobre-túnica y entregó un pequeño


disco redondo.

—Comienza con la contraseña para el Crisol. Enviaré el rastreador tan lejos


como sea posible.

—No tendremos tiempo suficiente para entrar en el Crisol —dijo Kashkari


desde la ventana—. Están llegando.
234

CAPÍTULO 18
Traducido por LizC

Corregido por Mari NC

I olanthe corrió a la ventana. A la luz clara y fresca de las farolas, era


muy fácil ver el enjambre de capsulas blindadas, del tipo que la habían
perseguido en El Cairo e Eton, dirigiéndose a toda prisa hacia ellos.

Maldijo y arrojó el localizador.

—¡Tengo un medio portal! —exclamó la Sra. Hancock—. Rápido. Por este


lado.

Un portal totalmente funcional requería un recinto inicial y un recinto final.


Un medio portal, por el contrario, podía enviar a un mago a una cierta
distancia, pero no había forma de saber hasta qué punto uno saldrá en el
camino, o incluso en qué dirección.

Agarraron sus bolsas de emergencia. La Sra. Hancock instó a todos en un


armario de su dormitorio, lleno con tanta firmeza como si fueran
espectadores de un desfile.

—¿Qué hay de mí? —lloró Aramia—. Si Atlantis me interroga ahora, van a


descubrir que los ayudé después de todo.

—Entonces es mejor que te asegures que no te interroguen —dijo la Sra.


Hancock mientras cerraba la puerta en la cara de Aramia, dejándola por
fuera.

Al momento siguiente, se encontraron de pie en un jardín de algún tipo,


rodeados de bajas fuentes burbujeantes y parterres hechos de arbustos
enanos. La ciudad se extendía hacia el sur, una tira delgada y densa. Y a lo
lejos, el mar, la espuma de sus olas agitadas una extraña sombra de color
azul verdoso bajo la luz de la fortaleza flotante, Titus les había dicho que era
235
grande, pero su imaginación no había sido rival para el tamaño del coloso
en el cielo.

La Sra. Hancock miró a su alrededor. El jardín estaba tan brillantemente


iluminado como todo lo demás en Lucidias.

—Estamos en River Terrace Park —dijo ella, un nombre que no significaba


nada para los no-Atlantes—, cerca de tres kilómetros de mi casa.

—¿Es seguro aquí? —preguntó Kashkari—. ¿Y hay algunos túneles


alrededor?

—No hay túneles cerca —dijo la Sra. Hancock, señalándoles a seguirla


mientras caminaba hacia el oeste—. Los espacios públicos en Lucidias son
vigilados cuidadosamente durante el día y más aún durante las horas del
toque de queda, ya que podrían tener características que pueden ofrecer
lugares de ocultamiento. Tenemos que salir del parque.

—Y después, ¿qué? —exigió Titus.

Incluso si pudieran encontrar un lugar para esconderse hasta la mañana


siguiente, el plan original de ser llevados fuera de la ciudad en el Crisol por
la Sra. Hancock ya no era factible, la Sra. Hancock en sí ahora sería
considerada una fugitiva de la ley.

La Sra. Hancock los llevó aún más cerca de un muro de contención, encima
del cual estaba otra terraza como la que estaban atravesando, el parque
había sido excavado en una ladera. Y si Iolanthe escuchaba con atención,
casi podía oír el rugido del río haciendo referencia al nombre del parque.

—Hay algunas universidades en esta dirección —dijo la Sra. Hancock—. Por


lo general, a las universidades se les permite vigilar sus propios campus. Se
dice que el Instituto Interreino de Lenguas y Culturas es poco estricto con
hacer cumplir el toque de queda. Espero que podamos permanecer allí hasta
la salida del sol.

—¿En serio hay lugares en Atlantis donde los magos están interesados en
las lenguas y culturas de otras tierras?

La Sra. Hancock se detuvo.


236
—Su Alteza, con el debido respeto, por supuesto. El hecho de que haya
conocido algunos filisteos que resultaron ser Atlantes no significa que el
resto de nosotros somos todos ignorantes y poco curiosos. Esto significa que
vivimos en condiciones hostiles a nuestro modo de pensar y estamos menos
dispuestos a unirnos a la burocracia que envía a los magos al extranjero
porque tendemos a estar en desacuerdo con la posición oficial de desprecio
y brutalidad.

Un momento de silencio. Iolanthe sintió vergüenza de sí misma: ella no lo


había dicho en voz alta, pero había pensado lo mismo.

—Mis disculpas, señora —dijo Titus—. Voy a recordar su advertencia.

La Sra. Hancock reanudó su paseo apurado.

—Disculpa aceptada, Alteza. Y gracias por…

Un golpe. Iolanthe echó un vistazo cuando Titus la tomó del brazo. Una
fracción de segundo más tarde, dos guardias uniformados cayeron a los pies
de la Sra. Hancock. Ella dio un salto hacia atrás, su mano cerrándose sobre
su boca.

—Podría haber aturdido a los guardias demasiado tarde —dijo Amara,


tranquila e imperturbable—. Es posible que ya hayan diseminado la
información.

La mandíbula de la Sra. Hancock se tensó.

—Hay un tramo de escalones por delante. Vamos a mover a los guardias allí.

El tramo de escaleras había sido puesto en el muro de contención para


permitir el acceso desde la terraza inferior a la terraza superior. Los
escalones eran anchos y poco profundos, una vez más, diseñados para
ofrecer tan poco lugar para esconderse como fuera posible. Sin embargo, en
los bordes de los escalones eran menos propensos a ser vistos, a menos que
fuera directamente desde arriba.

Colocaron a los Atlantes inconscientes por debajo de los pasamanos. Titus


se asomaba desde lo alto de los escalones; Kashkari y Amara hacían lo
mismo en la parte inferior. La Sra. Hancock tenía su mano sobre el corazón,
recuperando el aliento. El Maestro Haywood se apoyaba contra la pared de
237
piedra que frenaba la ladera de los escalones, con la mano en un puño y lo
plano del puño contra su frente.

Iolanthe tomó su mano.

—Todo está bien. Podríamos ser más afortunados de lo que pensamos. Si


esos guardias ya hubieran informado a sus superiores o enviado refuerzos,
estarían aquí ahora mismo.

Pero sus hombros solamente se desplomaron aún más bajo.

—Si tan sólo no hubiera fallado en suprimir los recuerdos de la señorita


Tiberius. Si tan sólo hubiera logrado eso…

Ella se le quedó mirando. En la parte posterior de su mente, partes y piezas


de información que se habían negado a reunirse para dar sentido a todo
hicieron justo eso en una avalancha reveladora. El agarre en su mano se
tensó.

—Jamás podrías haberlo hecho, porque ella no era la que sostuviste durante
horas y horas. Era yo. No soy la hija de Lady Callista, soy la verdadera
Iolanthe Seabourne.

El Maestro Haywood la contempló.

—Pero eso es imposible. Las cambié personalmente.

En su entusiasmo, agarró a Titus por la parte posterior de su túnica y lo


empujó hacia ella.

—¿Recuerdas cuando nos encontramos con el círculo de sangre en el


Sahara? Cada uno envió una gota de sangre hacia el círculo de sangre. La
tuya reaccionó con el círculo de sangre, si débilmente; la mía de ningún
modo en absoluto.

Ahora él también estaba con la boca abierta.

—La Fortuna me proteja. Mi sangre reaccionó con el círculo de sangre


debido a que Lady Callista y yo somos parientes lejanos. Pero la tuya… y la
de ella…
238
—¡Exactamente! Debería haberme dado cuenta al momento en que recordé
todo. Pero estábamos tan ocupados con la batalla y todo lo que siguió, no
había tiempo para detenerse y pensar.

Ella estaba vertiginosa: la supremamente egoísta Lady Callista y el


supremamente cobarde Barón Wintervale no eran sus padres.

—Todavía no entiendo lo que pasó —dijo el Maestro Haywood aturdido.

—La explicación es obvia. Para cuando Aramia nació, yo había estado en


esa guardería del hospital durante seis semanas. Las enfermeras de noche
podrían no reconocer a Aramia, pero deben haberme reconocido, pensaron
que había sido de alguna manera puesta en la cuna equivocada, y nos
cambiaron de nuevo.

—Entonces no hay nada engañoso en mis recuerdos después de todo —dijo


el Maestro Haywood lentamente—. Era un hombre criando a la hija de mis
compañeros de clase, a quienes amaba por encima de todo. Todo eso era
cierto, cada pedacito de eso.

Ella le apretó la mano.

—Sí, esos éramos nosotros. Esos somos.

Él le devolvió el gesto.

—No puedo decirte lo emocionado que estoy por Jason y Delphine


Seabourne, que su hija haya resultado ser todo lo que podían haber querido
en un niño.

—Porque hiciste todo bien para mí. Nunca olvides eso.

Una luz acuosa brilló en sus ojos.

—No lo hice. Pero nunca voy a olvidar que has dicho eso; hace que todo
valga la pena. Todo.

Su visión también se estaba tornando brumosa. Se inclinó hacia delante y


le dio un beso en la mejilla.

—Bueno…
239
Ella se quejó ante la fuerte presión de la mano de Titus sobre su hombro. Él
estaba mirando a la Sra. Hancock, que estaba… estaba…

La Sra. Hancock brillaba, como si se hubiera convertido en una luciérnaga


gigante. Se quedó mirando fijamente a sus manos, con su débil
luminiscencia verde veneno, su boca abierta, los ojos aterrados.

El Maestro Haywood se puso de pie.

—No creo que fuera sólo suero de la verdad lo que Atlantis le dio. Esto parece
el trabajo de un elixir guía.

Él agarró a Iolanthe por el brazo.

—¡Escapa en tu alfombra! Debes llegar lo más lejos de…

La Sra. Hancock estalló en un faro de luz que se disparó a lo alto en el cielo,


notoriamente visible incluso contra el fondo brillante luminoso de la noche
Lucidiana. La misma luz se arremolinaba a su alrededor, encerrándola como
si estuviera en un tubo. Su rostro se congeló en un grito de terror.

—¡Vayan! ¡Vayan ahora, todos ustedes! —exclamó el Maestro Haywood—.


Ella ya está muerta. ¡Muévanse!

—Pero, ¿dónde? —gritó Amara.

Kashkari sacudió y abrió su alfombra.

—¡Lejos de eso!

“Eso” era una fortaleza flotante, cargando hacia ellos con la velocidad de un
carro blindado.

Huyeron en la dirección opuesta a donde se habían dirigido, el santuario de


la universidad desprotegida era ahora un espejismo sin esperanza. La
alfombra de Iolanthe había quedado relegada a la de Amara, siendo esta
última más rápida y con más experiencia a volar entre las demás. Pero
incluso con sus alfombras avanzando a una velocidad vertiginosa, la
fortaleza flotante ya estaba encima de ellos.

Peor aún, sus bordes se extendían hacia abajo. Iba a confinarlos físicamente
en un lugar donde no pudieran teleportarse, donde una vez acorralados, no
tendrían forma de salir.
240
Su corazón latía como los pistones de un motor de vapor que estaba a punto
de recalentarse. ¿Esto era todo? ¿Era este el principio del fin?

Ella arrancó trozos de la ladera y los dirigió a la fortaleza flotante. La roca


volcánica produjo unos fuertes ruidos muy satisfactorios contra la parte
más vulnerable de la apisonadora, pero no tuvo efectos prácticos de ningún
tipo.

La fortaleza flotante estaba ahora exactamente por encima de ellos, su


velocidad idéntica a la de ellos, sus bordes a medio camino del suelo. Amara
ladeó con fuerza e invirtió su dirección. Pero la fortaleza flotante, con el
tamaño del distrito de una ciudad, igualó sus movimientos sin la menor
vacilación.

—¡Kashkari, dirígete en una dirección diferente! —ordenó Titus—. Voy a


hacer lo mismo.

La fortaleza flotante ignoró sus intentos de crear confusión y permaneció


sobre Amara, Iolanthe, y el Maestro Haywood.

Iolanthe se sacudió ante la repentina presión que sintió en la correa en su


hombro. Pero sólo era el Maestro Haywood buscando en su bolso de
emergencia. Él sacó y abrió su alfombra de repuesto, la abrazó rápidamente,
y la besó en la mejilla.

—Te amo —hacia Amara gritó—: ¡Sal de debajo de la fortaleza!


Y entonces él estaba en la alfombra de repuesto, volando a toda prisa hacia
la fortaleza flotante en sí.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Iolanthe.

Cualquier cosa que pretendiera sólo haría que lo mataran.

Su figura lejana empezó a brillar, muy similar a como la Sra. Hancock había
hecho.

—¡No! —Iolanthe volvió a gritar. ¿Qué le había dado Atlantis durante su


tiempo en la Inquisición?

Increíblemente, la fortaleza flotante también empezó a brillar. Por un


momento, su mente se negó a comprender lo que estaba viendo: el último
241
hechizo de un mago, enormemente destructivo, ya que se alimentaba de una
vida entregada voluntariamente.

La vida del Maestro Haywood siendo entregada voluntariamente.

Toda la fortaleza flotante brillaba de color naranja, con grietas de rojo


desplegándose a través de ella. Se tambaleó y desaceleró, aun cuando sus
bordes seguían descendiendo. Iolanthe se obligó a concentrarse. El viento
desde atrás que convocó las arrojó hacia delante; Amara apenas se colgó de
su control en las alfombras. Giraron a medida que se deslizaban por debajo
de la carcasa de la fortaleza.

La fortaleza flotante estalló y cayó en picada. Una marea de escombros cayó


hacia ellos. Iolanthe convocó los escudos más fuertes que conocía y envió
una fuerte corriente de aire compensatorio, aun así, tuvo que levantar la
mochila de emergencia sobre la cabeza para protegerse del puñado de
pequeños fragmentos que salieron arrojados.

Fuera de la nube de humo y polvo aparecieron Kashkari y Titus. Pero no


había tiempo para preguntarse por su bienestar, ni siquiera para recuperar
el aliento. Bajo el estruendo de la destrucción de la fortaleza flotante llegaron
sonidos deslizándose en la hierba. Cuerdas de caza, cientos, tal vez miles en
cantidad.

Cuerdas de caza que conocían los aromas de sus presas, si hubieran sido
llevadas en un principio a la casa de la Sra. Hancock. Y viajar en alfombras
voladoras no disuadiría a las cuerdas de caza a perseguir sus olores.

Pero las cuerdas de caza, por suerte, tenían una imperfección: solo
funcionaban en tierra firme.

—Al río. ¡Ahora! —ordenó Iolanthe.

El río estaba sólo a un tiro de piedra delante. Las nubes de restos


empezaban a desvanecerse; Titus convocó una cortina de humo grande y
potente. Bajo diferentes condiciones algo así habría sido un claro indicativo
de su ubicación. Pero como estaban las cosas, su ubicación ya era conocida,
y todo lo que necesitaban era que los Atlantes no conocieran su próximo
movimiento.
242
El río era mucho más amplio de lo que Iolanthe había anticipado, las
corrientes oscuras y rápidas. Inhaló profundamente e hizo un movimiento
con la mano, como si estuviera tratando de abrir una ventana atascada.

El agua se separó, revelando un cauce de aspecto irregular, de esos en los


que no había un buen lugar para poner un pie. Y aunque el canal no era
demasiado empinado, tenía una inclinación notable.

—Al suelo y en cuclillas. —Debido a la pendiente, el río no era demasiado


profundo, como mucho dos metros y medio.

Nadie parecía muy contento por lo que ella proponía. Pero todos obedecieron
inmediatamente. Ella saltó en pos de ellos.

—Espera —dijo Titus, cuando Iolanthe preparaba una burbuja de aire.

Él sacó una cuerda de caza de su propio maletín, la frotó en el dorso de su


mano un par de veces, y luego la arrojó hacia la otra orilla del río. Ella
esperaba que su truco mantuviera a las otras cuerdas de caza ocupadas
durante un tiempo.

Tomando otra respiración profunda, dejó que el río reanudara su avance


atronador hacia el mar. La burbuja de aire que había anclado en el lecho
del río aguantó, manteniéndolos en su lugar de forma segura.

Pero quedarse en ese lugar no era su objetivo. Tarde o temprano, aquellos


buscándolos darían la vuelta de nuevo a este punto: necesitaban moverse.

—Guarden las alfombras —dijo—. Luego, levitaremos entre sí a unos pocos


centímetros por encima del lecho del río y avanzaremos corriente arriba.

Hubiera sido mucho más fácil ir abajo, pero eso sólo los llevaría al mar.

Dejaron las alfombras a un lado. Iolanthe y Titus, quienes llevaban cada


uno balsas de emergencia, sacaron los remos incluidos con los kits.
Totalmente desplegados, los remos medían casi dos metros de largo. Pero
sólo extendieron los remos a unos cuarenta y cinco centímetros.

En el Sahara, Iolanthe y Titus habían utilizado hechizos de levitación para


pasar a través de un túnel excavado en el lecho de roca. Aquí el truco
funcionó de nuevo: flotando a cinco centímetros por encima del lecho del
243
río, cada uno de ellos utilizando un remo para empujarse a sí mismos hacia
adelante.

Iolanthe redujo el tamaño de la burbuja de aire tanto como fue posible sin
sofocarlos a todos en el interior, mientras más agua pasara por encima de
ellos, menos probable es que los vieran. Kashkari coordinó sus movimientos.
Titus mantuvo un ojo en su velocidad, altitud, y el suministro de oxígeno —
recordándole con regularidad que ya era hora de traer un poco de aire
fresco— mientras ella luchaba con la burbuja de aire, empujándola hasta el
fondo del río, a razón de su progreso.

Amara se mantuvo en silencio, excepto para preguntar una vez:

—¿Es difícil mantener intacta la burbuja de aire?

—No —respondió Iolanthe—. La parte difícil es mantenerla bajo el agua.


Esta cantidad de aire ejerce una gran cantidad de empuje.

Y era una lucha constante mantener la burbuja de aire lo suficientemente


baja y no dejar que los rebotara a todos ellos a la superficie.

Su progreso era lento, tortuoso, y con frecuencia teniendo lugar


completamente en la oscuridad. Cuando Titus consideraba el agua lo
suficientemente profunda, permitiría dejar salir un poco de luz. De lo
contrario, procedían sin ningún tipo de iluminación, tanteando su camino
a seguir.

Iolanthe sentía como si hubiera pasado toda su vida arrastrándose de esta


manera estrecha y poco natural, con los hombros doloridos, la parte
posterior de su cabeza palpitando, cuando Titus dijo:

—Nuestros hechizos de levitación están debilitándose. Podríamos tener que


parar un poco.

Resultó que estaban atravesando un tramo relativamente plano del lecho


del río. Titus sacó una balsa de emergencia, la cual, cuando se inflaba,
funcionaba también como un colchón decente.

—El agua aquí es de unos cinco metros de profundidad. Puedes hacer la


burbuja de aire un poco más grande.
244
—¿Hasta dónde hemos llegado? —preguntó Iolanthe, colapsando en la
balsa.

No lo suficiente, eso ya sabía, ya que la misma luz azulada que iluminaba


Lucidias por todas partes se filtraba desde el embudo que había hecho hasta
la superficie para el intercambio de aire.

—Cerca de unos dos kilómetros y medio. Pero el curso del río giró un par de
veces. Así que, a vuelo de cuervo, estamos a sólo alrededor de cuatro quintas
partes de un kilómetro de donde empezamos.

—¿Todavía en Lucidias?

—Sí. —Titus le entregó un pequeño frasco de remedio—. La buena noticia


es que he estado estudiando el mapa de Lucidias que la Sra. Hancock nos
dio, y estoy seguro que uno, el río nos llevará a las afueras de Lucidias, y
dos, lo hará en un lugar donde no hay punto de control. La mala noticia es,
por supuesto, ya que los Atlantes no creen que sea necesaria la instalación
de un puesto de control, nos encontraremos con castigos de alguna otra
manera.

El contenido del vial, cuando lo inclinó en su boca, le supo muy familiar,


con su explosión de sabor a naranja. Él le había dado exactamente el mismo
remedio de bienestar el día que se conocieron.

El día en que se había sentado en el interior de un baúl oscuro, leyó la carta


del Maestro Haywood, y descubrió lo mucho a lo que había renunciado para
mantenerla a salvo.

No habría regreso triunfal al Conservatorio para él, ninguna vida de facilidad


y abundancia. Y nunca compartirían otra salida del sol en las islas Sirena,
apoyándose entre sí con el nacimiento de un nuevo día impregnándolos de
esperanza.

Sabía que estaba llorando, pero no se dio cuenta que estaba temblando
hasta que Titus envolvió sus brazos alrededor de ella y la sostuvo contra él.

—Él quería mantenerte a salvo, y ahora lo ha hecho.

—¿Por cuánto tiempo? No voy a dejar con vida Atlantis; todos lo sabemos.
245
—No podemos juzgar el efecto completo de ninguna acción en el período
inmediatamente posterior. Pero recuerda, no fue sólo a ti a quien él mantuvo
viva y libre, también al resto de nosotros.

Un lamento suave flotó a sus oídos. Por un momento pensó que lo había
imaginado, pero era Amara, cantando en voz baja.

—Es un canto a los que han llevado una vida digna —dijo Kashkari, con la
voz contenida—. Tu guardián y la Sra. Hancock no vivieron ni murieron en
vano.

Durante el tiempo que Amara cantó, Iolanthe se permitió llorar, con la


cabeza sobre el hombro de Titus. Cuando la nota final del lamento había
llegado hasta los oídos de los Ángeles, se secó los ojos con las mangas.
Tenían un largo camino por recorrer, y debía centrarse en las tareas a mano.

Pero Amara volvió a cantar.

—Una oración para el valor —murmuró Kashkari—, el tipo de valor para


afrontar el final del camino.

Era muy posiblemente la canción más hermosa que Iolanthe había oído en
su vida, tan inquietante a medida que avanzaba.

—“¿Qué es el Vacío, sino el comienzo de la Luz?” —dijo Titus, citando el aria


de Diamantinas—. “¿Qué es la Luz, sino el final del Miedo?”

Iolanthe escuchó su propia voz unirse a él en el resto del verso.

—“¿Y qué soy yo, sino la Luz dada forma? ¿Qué soy yo, sino el comienzo de
la Eternidad?”

Eres el comienzo de la Eternidad ahora, dijo en silencio al Maestro Haywood.


Haz llegado al final del Miedo. Y te amaré siempre, por cuanto tiempo el
mundo sufra.
246

CAPÍTULO 19
Traducido por âmenoire (SOS)

Corregido por Mari NC

S u meticuloso progreso continuó durante la noche. A media mañana,


llegaron a una enorme cascada y Fairfax declaró que era el momento
para que todos salieran del río.

Titus estaba acostumbrado a las montañas, había crecido en el corazón de


una gran cordillera. Pero las montañas al norte de Lucidias, la Cordillera
Costera, no eran como algo que hubiera visto jamás. No había pendientes.
Todo se alzaba en un ángulo casi vertical. Incluso las orillas del río eran
precipitadas y sembradas con enormes rocas agudamente afiladas. Tenían
que volar fuera del cauce del río, después que Fairfax una vez más separara
las corrientes.

Titus hizo una serie de teleportaciones ciegas hasta que estuvo lo


suficientemente alto como para ver la densa ciudad llena de gente que
consumía cada centímetro cuadrado de tierra viable entre el mar y las
montañas. Por encima de Lucidias colgaban varias fortalezas flotantes,
girando lentamente. Entre ellas tejían escuadrones de carros blindados. La
intensidad de la búsqueda en el suelo, solo podía imaginarla.

O todo podría ser un espectáculo puesto para engañarlos haciéndoles creer


que Atlantis todavía los creía atrapados en Lucidias.

Por desgracia, la montaña se elevaba detrás de él y no podía ver lo que


estaba ocurriendo en otras partes de Atlantis. Y pensar que estas montañas
no eran más que gentiles colinas en comparación con lo que les esperaba
más al interior.

Regresó para encontrar a Kashkari y Amara, a pesar de su habilidad,


frustrados por la otra gran debilidad intrínseca de la alfombra voladora: solo
se podía viajar alto por encima del suelo. Podía ver una repisa a unos
sesenta metros de altura. Pero estaba sobre un acantilado sin un punto de
247
apoyo por ningún lugar y simplemente no podían subir tan alto con solo la
fuerza de las alfombras.

Al final, una agotada Fairfax convocó una precisa y fuerte corriente de aire
para levantarlos más allá de la altura requerida, lo que les permitió
deslizarse más o menos hasta el sitio y colapsar en masa.

Titus se ofreció para la primera guardia. Pero la cornisa no era lo


suficientemente grande para que más de dos personas se acostaran.

—Me uniré contigo para la guardia —dijo Kashkari.

Titus metió una sábana de calor alrededor de Fairfax. La cornisa no era


exactamente lisa y uniforme; no podía imaginar que estuviera cómoda,
incluso con la gruesa alfombra de batalla debajo de ella. Pero ya estaba
dormida, sus dedos flojos en su mano.

Tras él, la gran cascada bajaba ruidosamente, generando tanto rocío que
incluso a cuatrocientos metros de distancia algunas gotas perdida de vez en
cuando los alcanzaban. Se limpió una gota de agua muy pequeña de la
mejilla y deseó por diez milésima vez poder protegerla de lo que estaba por
venir.

Finalmente tomó asiento al lado de Kashkari y le entregó un cubo de comida.

—Las damas se olvidaron de comer.

—Si pudiera, también dormiría ahora y comería más tarde, en lugar de al


revés. —Kashkari mordió con cansancio dentro del cubo de comida—. ¿Qué
viste?

Titus describió la escena sobre Lucidias y mencionó su sospecha de que


todo podría ser para el espectáculo.

—¿Mientras refuerzan las defensas alrededor del Palacio del Comandante?


Eso tiene sentido.

—Espero que el Bane no decida mover su cuerpo real hacia otro lugar.

Kashkari sacudió unas migas de sus dedos.

—Eso sería poco probable. El Palacio del Comandante le ha proporcionado


refugio y discreción durante cerca de un siglo, si no es que más. Ahí es
248
donde se siente más seguro. Sin mencionar que, para mover el cuerpo,
tendría que aceptar el riesgo del traslado: estaría más expuesto y más
vulnerable de lo que ha estado desde hace mucho, mucho tiempo. Y lo que
le espera en el otro extremo no puede estar tan bien fortificado como el
Palacio del Comandante.

»Por otra parte, la idea de Fairfax viniendo hacia él debe ser muy
emocionante. Ha demostrado ser difícil de alcanzar en otros lugares y la caza
le ha costado a una y otra vez. Pero ahora está en su territorio. De la forma
en que lo ve, ella está cometiendo un gran error y tarde o temprano chocará
contra la impenetrabilidad de su defensa y será capturada. Lo único que
tiene que hacer es estar tranquilo y otro siglo de vida caerá en su regazo, si,
de hecho, todavía le queda regazo.

Titus dejó caer su cabeza hacia sus rodillas.

—Eso es exactamente lo que va a pasar, ¿cierto?

Kashkari se quedó en silencio por un largo tiempo.

—Pero tú y yo, al menos, todavía estaremos vivos después de que Fairfax ya


no exista. Y eso es lo que tenemos que planear por ahora.

Iolanthe debía haber estado dormida durante no más de diez minutos


cuando alguien la sacudió en el hombro.

—Despierte, señorita Seabourne. Dejemos que los chicos tengan un poco de


descanso.

Amara.

Iolanthe levantó sus párpados y se estremeció ante las gotas que se


precipitaban a escasos centímetro de donde yacía.

—Déjala dormir más —le dijo Titus a Amara, un filo en su voz—. No era
necesario despertarla.

—Necesitas descansar —respondió Amara tranquilamente—. Si estás


demasiado cansado, te convertirás en una carga para el resto de nosotros.

Iolanthe se levantó cuidadosamente así podría cambiar de lugar con Titus.


249
—Tiene razón. Duerme.

Mientras pasaban uno frente al otro, la sostuvo contra él por un momento.


Nada en sus alrededores parecía bastante real, ni la cascada rugiente, ni los
acantilados, ni su precaria posición por encima de la escabrosa superficie
muy por debajo, y estaba tan agotada que ni siquiera podía recordar cómo
habían llegado allí.

—Así que no naciste en la noche de la tormenta de meteoros, después de


todo —murmuró él.

Ella vagamente recordaba algo acerca de no ser la hija de Lady Callista,


simplemente la vieja Iolanthe Seabourne, que nació seis semanas antes de
la tormenta de meteoritos.

—La llegada de mi grandeza no necesitó un anuncio tan llamativo —dijo


entre dientes.

Él resopló suavemente y presionó un cubo de comida en su mano.

—Nos perdimos la celebración de tu cumpleaños en septiembre. Has tenido


diecisiete por un tiempo.

—No es de extrañar que me haya estado sintiendo vieja y cansada


últimamente. La edad se te acerca sigilosamente.

—Entonces acuéstate y duerme un poco más.

—Durga Devi tiene razón. Si te falta descanso, no serás de ninguna utilidad


para nosotros. Ahora telepórtame a algún lugar donde pueda ver Lucidias.

Él suspiró, la besó en los labios y los teleportó a un pico cercano. Examinó


la concentración de fortalezas flotantes y carros blindados.

—¿Lucía así la última vez que la viste?

—Más o menos.

—Crees que creen que todavía estemos en algún lugar de la ciudad.

Su brazo alrededor de su hombro se apretó.

—Eso podría ser una ilusión. —Él esperaba que más problemas que nunca
les esperara a dónde se dirigían, y que era por eso que ella no sobreviviría.
250
Cuando regresaron a la cornisa, Kashkari ya estaba dormido, acostado. Ella
metió a Titus y observó mientras caía en un sueño intranquilo.

—¿Así que lo has perdonado? —preguntó Amara.

Iolanthe se sentó junto a ella.

—Provisionalmente, en caso que yo muera muy pronto(3).

—¿Y si no?

—Entonces tendré el lujo de tiempo en el que guardar rencor, ¿no?

Amara se rio suavemente. Iolanthe la miró fijamente: la mujer era


increíblemente hermosa, perfecta desde todos los ángulos. Se le ocurrió que
a pesar de que se habían convertido en compañeras en una lucha a vida o
muerte, conocía muy poco acerca de Amara, además de su estupenda
belleza y que era el objeto de deseo imposible para Kashkari.

Convocó un poco de agua y se la ofreció a Amara.

—¿Dijiste que tu abuela vino de uno de los reinos nórdicos?

Amara desenroscó la tapa de su cantimplora y dejó que Iolanthe dirigiera


un chorro de agua en el interior.

—Has escuchado hablar de la buena apariencia de los caballeros magos del


reino de Kalahari, ¿cierto?

—Oh, sí. —Había habido estudiantes desde el reino de Kalahari en el


Conservatorio y algunos de ellos habían sido espectacularmente guapos,
toda esa mezcla de las líneas de sangre produjo una belleza bastante
inusual.

—A mi abuelo le gustaba bromear diciendo que, como inmigrante de la


hierba verde, mi abuela salió de su transporte, puso sus ojos en el primer
hombre de Kalahari cercano e inmediatamente le propuso matrimonio.

—¿Tu abuela lo admitió alguna vez?

Amara levantó una la mano, indicando que su cantimplora estaba llena.

—Insistió hasta que el día de su muerte que había sido el tercer hombre que
encontró después de su llegada, no el primero.
251
Iolanthe rio y distraídamente giró el resto de la esfera del agua que había
convocado.

—Eran los padres de mi padre. Mi madre nació y se crio en el Ponives, el


mismo archipiélago de donde provienen los abuelos de Vasudev y
Mohandas, dicho sea de paso, aunque no de la misma isla. Mi padre visitaba
el Ponives en algún tipo de comisión de servicio y conoció a mi madre
mientras estaba allí. Por la forma en que mi madre lo decía, ella casi se
desmaya de asombro cuando lo vio por primera vez, pero solo después de
que se casaron se dio cuenta de que, entre otros Kalahari, su aspecto era
considerado mediocre, cuando menos.

Iolanthe se rio de nuevo. Hasta este momento, no había estado segura si le


gustaba Amara. O tal vez sería más exacto decir que hasta este momento
nunca había visto a Amara como una persona real.

—Dijiste que tus padres abandonaron el reino de Kalahari cuando eras muy
pequeña.

—Es cierto. Nunca llegué a experimentar este exceso de pulcritud masculina


por mí misma.

—¿Por qué se fueron?

Amara se encogió de hombros.

—Atlantis, ¿qué más? El Reino de Kalahari fue la primera Inquisición que


Atlantis construyó alguna vez en el extranjero.

Iolanthe estaba avergonzada: no había sabido eso, y probablemente debería


haberlo hecho.

—¿Por qué el interesa tanto al Bane el Reino de Kalahari?

—Nunca lo entendí yo misma hasta que me enteré de Icarus Khalkedon por


medio de Mohandas: escribió una gran cantidad de cosas cuando volaba
hacia nosotros en el desierto. El Bane quería el control sobre nuestro reino
porque quería nuestros oráculos. Somos —o éramos— famosos por nuestros
oráculos. Es por eso que tantos magos de todo el mundo habían llegado allí
en primer lugar, para consultar los oráculos.

—¿Quieres decir que hay otros como Icarus Khalkedon?


252
—No, nunca había oído hablar de otro oráculo humano como él, pero estaba
el Árbol de la Oración, el Campo de las Cenizas, el Pozo de la Verdad y otros
a lo largo de la historia. Me imagino que el Bane probablemente le preguntó
a cada uno de ellos cuando y donde podía encontrarte.

—No a mí, solo al siguiente potente mago elemental… eso fue probablemente
hace tanto tiempo que incluso los poderes del tío de Kashkari aún no se
habían manifestado.

Amara asintió.

—Tienes razón. Fue hace cuarenta años que la Inquisición fue construida.
Debe haber aprendido algo de todos nuestros oráculos, porque se apoderó
del Ponives justo a tiempo para que Akhilesh Parimu entrara en sus poderes.

La historia del tío de Kashkari nunca dejaba de darle escalofríos a Iolanthe:


matado por su propia familia, así no caería en las manos del Bane.

—Después de la creación de la Inquisición, ¿Atlantis se convirtió en la única


entidad que podía hacer preguntas a los oráculos?

—No, a los magos ordinarios todavía se les permitía consultarlos, pero con
mucha menos frecuencia. Y, por supuesto, todas las preguntas tenían que
ser aprobados por los acólitos, que eran ahora o Atlantes o aliados con
Atlantis, para evitar precisamente lo que la Sra. Hancock fue capaz de hacer:
usar el poder de un oráculo para preguntar cómo podía ser derrotado el
Bane.

En el más allá, ¿la Sra. Hancock ya estaba reunida con su hermana e Icarus
Khalkedon? ¿Y al Maestro Haywood? ¿Quién lo recibió en el otro lado? ¿Sus
padres? ¿Su hermana, que había muerto antes? Cuando llegara Iolanthe,
¿estaría feliz de verla o triste que solo hubiera sobrevivido unos cuantos días
más que él?

Trajo su mente de nuevo al presente: las formas y los medios del más allá
los conocería lo suficientemente pronto.

—El único oráculo que alguna vez he consultado es en el Crisol, no hay cola
de suplicantes en espera de respuestas. Pero un sitio oracular real debería
estar inundado con magos desesperados por respuestas. ¿Cómo eligen los
acólitos a qué suplicantes favorecerán?
253
—Se recorre toda la gama. Algunos deciden sobre el mérito relativo de las
preguntas de los suplicantes; algunos, obviamente, en los que puedan pagar
más y algunos cobran una tarifa nominal y dejan que el oráculo decida por
sí mismo.

—¿Así que los suplicantes solo lanzan sus preguntas al oráculo y ver si
consiguen una respuesta?

—Así es como funciona el Árbol de Oración. Uno daba unas cuantas


monedas en limosnas para los necesitados, luego escribía una pregunta en
una hoja que había caído del árbol y la dejaba caer en cualquier lugar entre
las raíces… y esas raíces cubren una gran pero gran área. Si el árbol decidía
responder a una pregunta, una hoja blanca crecería en las ramas y un
acólito treparía para registrar la respuesta y copiarla en su registro.

»Para el momento en que mis padres hicieron su pregunta acerca de mí,


probablemente podrían haber pagado con los restos de su almuerzo. Los
oráculos no duran para siempre. El Árbol de la Oración se había marchitado
en gran medida y no había respondido ninguna pregunta en años. Pero mis
padres pensaron que bien podrían probarlo, dado que no tenían los medios
para pagar un oráculo más robusto.

—¿Estabas enferma?

—Mucho. Los médicos no estaban seguros de si viviría más allá de mi primer


cumpleaños y mis padres estaban desesperados. Pero el Árbol de Oración
despertó para dar una última declaración.

—Entonces, ¿qué dijo el Árbol de Oración?

Amara tomó un sorbo de agua de su cantimplora.

—Necesitaré un voto de silencio de ti.

Sin siquiera notarlo, Iolanthe había creado un complicado paisaje acuático


en el aire, delgadas corrientes enroscándose dentro y fuera de una baja
piscina de agua, toda la cosa brillando y reluciendo bajo el sol de principios
de la tarde. Y ahora, para su sorpresa, a petición de Amara, el paisaje
acuático cayó tres metros.

—¿Por qué?
254
—Ya lo verás.

—Muy bien —dijo Iolanthe. No vio cómo eso importaría de una u otra
manera, para una pregunta respondida hace al menos dos décadas sobre la
esperanza de vida de una niña—. Prometo solemnemente nunca
mencionarlo a nadie.

—El Árbol de la Oración dijo: “Amara, hija de Baruti y Pramada, vivirá lo


suficiente como para ser abrazada por el Maestro del Dominio.”

—¿Qué? —El paisaje acuático se desintegró por completo y cayó con un


sonoro chapoteo hacia las rocas debajo.

—Vaya respuesta, ¿eh?

Iolanthe contuvo el aliento.

—Así que es por eso que irrumpiste en la fiesta en la Ciudadela.

—¿No lo hubieras hecho, si te dijeran que serías abrazada por un príncipe?


Me había aumentado la curiosidad que tenía sobre él cuando era más joven.
Y, por supuesto Vasudev y yo ya estábamos comprometidos, y no podía
imaginar que dejara que algún otro hombre me abrazara, a menos que fuera
un abrazo rápido de alguien como Mohandas. Pero aun así, tenía curiosidad.

—Y entonces lo conociste y te diste cuenta que era un hombre que abrazaba


a nadie.

Esa era una exageración, pero no por mucho. Iolanthe estaba segura que
después de su madre, y tal vez Lady Callista cuando era un pequeño que no
conocía nada mejor, ella fue la única persona a la que él había tocado alguna
vez.

—Lo que es un buen augurio para mi esperanza de vida, ¿cierto? —Amara


se rio, un alto sonido abrupto.

Iolanthe la miró durante algún tiempo, tal vez al fin viendo detrás de la
superficie perfecta. Había una determinación inflexible en Amara, pero al
mismo tiempo, una desolación que casi rivalizaba con la desolación de estas
montañas.

—¿Por qué has venido con nosotros?


255
Kashkari no le habría negado nada a Amara. Y Titus muy probablemente
había estado demasiado afectado teniendo que dejar a Iolanthe como para
oponerse a un reemplazo. Pero ¿por qué Amara había decidido que quería
ser parte de su empresa sin esperanza?

¿Y cuándo?

Ciertamente no había expresado dichos intereses cuando todos habían


estado en el desierto juntos. Y no era como si ella hubiera llevado una ociosa
vida inútil: la mujer comandaba toda una base rebelde; ya había dedicado
su vida a luchar contra el Bane. ¿Podría la matanza en el Reino de Kalahari
realmente haber cambiado tanto las cosas para ella que estaba dispuesta a
abandonar no sólo a su nuevo marido, sino a todos sus colegas de toda la
vida, por algo que era en el mejor de los casos una misión suicida?

—He venido para ayudarles, por supuesto —dijo Amara, su voz tranquila y
sincera.

Un escalofrío recorrió la espalda de Iolanthe, no porque ella no le creyera a


Amara, sino porque lo hacía.

Se sentaron en silencio durante algún tiempo. El sol desapareció detrás de


los picos más altos en el oeste. Una sombra cayó sobre el barranco.

—Mencioné que hay un oráculo dentro del Crisol —dijo Iolanthe—. Se


especializa en ayudar a los que buscan su consejo para ayudar a otros. ¿Te
gustaría que te llevara a verla?

Amara tiró de su capa más apretada sobre ella.

—No gracias. Ya sé exactamente cómo contribuiré.

—¿Cómo?

—Ya lo verás.

El silencio cayó de nuevo. Cada una mordisqueó un cubo de comida.


Iolanthe contempló la gran cascada, su mente tan agitada como la piscina
en su base, y eso fue antes de que recordara lo que Dalbert le había dicho.
En la Isla Ondine, después que se hubieran conocido, lo había presionado
para obtener más información sobre la matanza de civiles en el Reino de
Kalahari y la posterior amenaza dirigida a Titus y ella misma.
256
Sucedió alrededor de dos horas después de la medianoche, había dicho
Dalbert, para iniciar su relato.

Ese detalle en particular no le había saltado en ese entonces. Pero ahora lo


hizo. La masacre había tenido lugar en las primeras horas de la mañana,
mientras que Amara debía haber dejado el desierto del Sahara la noche
antes de comenzar su largo vuelo hacia Escocia.

Lo que sea que le había causado dejar todo atrás para unirse a ellos no
habían sido el asesinato en masa de sus parientes.

Entonces, ¿qué había sido?

La pregunta estaba en la punta de su lengua cuando Kashkari e levantó de


golpe. Instintivamente, ella llamó a una corriente de aire para presionarlo
hacia la pared del acantilado, fijándolo en su lugar, así no perdería el
equilibrio y caería en picada desde la cornisa.

Kashkari levantó su mano para protegerse la cara del feroz viento.

—Estoy bien. No voy a caer.

Iolanthe se detuvo. El aire se quedó quieto, el único sonido en el barranco


era el del agua saltando hacia el mar.

—¿Otro sueño profético? —preguntó Amara.

Kashkari miró a Iolanthe. El pecho de ella se apretó.

—¿Otra vez sobre mí?

Él no respondió y eso debería haber sido suficiente respuesta. Aun así, se


oyó decir:

—Dime.

Kashkari dobló la alfombra voladora que había utilizado como sábana para
cubrirse.

—Eras tú, en tu pira. Y la pira ya estaba ardiendo. Por encima de las llamas
pude ver los contornos de una gran catedral, sus alas extendidas desde sus
tejados.
257
Sus oídos pitaron. Pero, al mismo tiempo, un rayo de esperanza atravesó su
corazón.

—Esa es la Catedral Angelical en Delamer, no conozco cualquier otra


catedral con una silueta como esa. Solo los funerales del estado son llevados
a cabo allí, no debemos de haber fallado demasiado, para que reciba un
funeral de estado. ¿Viste quien encendió mi pira?

Deja que sea Titus. Deja que sea él.

Kashkari sacudió su cabeza.

—No se me mostró eso.

La decepción se hinchó en su pecho, dificultándole respirar.

—En ese caso, no es necesario mencionarle nada a…

No es necesario mencionarle nada al príncipe. Pero los ojos del príncipe ya


estaban abiertos. Y a juzgar por su expresión sombría, había oído todo.

—Bueno —dijo Amara, rompiendo el tenso silencio—, puesto que ya está


despierto, Su Alteza, podría hacer algo de teleportación ciega y ayudarnos a
encontrar una manera de salir de estas montañas.
258

Capítulo 20
Traducido por adaly y Mari NC

Corregido por âmenoire

A ntes de que se fueran, Amara pidió una vez más tiempo para orar.
Mientras ella y Kashkari oraban, Titus llevó a Fairfax a un lago del
cráter que había encontrado. El día se estaba haciendo tarde, y el agua del
lago estaba de un frío azul oscuro. Reflejos de las nubes que habían sido
teñidas por el sol poniente de una rica tonalidad color mango, flotaban en
su superficie. A lo largo de los bordes del lago, plantas y arbustos silvestres
crecían, algunos todavía floreciendo, adornando el interior de la caldera con
guirnaldas de color crema y amarillo.

—Qué lugar tan hermoso —murmuró ella.

Él pasó su brazo alrededor de los hombros de ella. Lucía más cansada de lo


que la había visto alguna vez, sus ojos sombríos y melancólicos.

—¿Qué estás pensando? —No podía quitar de su cabeza la imagen de ella


ardiendo en la pira, su inmóvil cuerpo sin vida rodeado por las llamas.

—Me preguntaba si la Sra. Hancock alguna vez estuvo parada aquí.


También, si alguna vez había visto algo de Gran Bretaña.

—Probablemente no. —Año tras año, la Sra. Hancock había esperado a que
el Bane entrara en casa de la Sra. Dawlish, rara vez apartándose de la
residencia, y probablemente nunca fuera de los límites de la escuela.

—Me alegro que esta vez salí de Gran Bretaña en un globo aerostático, vi
más del país de lo que nunca había visto antes. Es una isla hermosa,
especialmente las costas, me recuerdan a las tierras salvajes del norte del
Dominio.

¿Ya estaba mirando en retrospectiva hacia todas las personas y todos los
lugares que había conocido y amado?
259
Como si escuchara sus pensamientos, se volvió hacia él.

—No te preocupes. Seguiré adelante.

—Entonces yo también lo haré.

Ella tomó su rostro entre sus manos y lo besó muy suavemente.

—He tenido una revelación relativa a la felicidad —murmuró ella—. La


felicidad nunca está pensando que cada beso podría ser tú último, estás tan
seguro que habrá muchos más que no te molestas en recordar cada uno de
ellos.

—Para lo que vale, esto es felicidad para mí —le dijo a ella—. Esto es lo que
siempre he querido, que debemos estar juntos al final.

Ella lo miró un largo momento, y lo besó de nuevo.

—¿Sabes de lo que me arrepiento?

—¿De qué?

—Mi anterior desdén por los pétalos de rosa. En el gran esquema de las
cosas, realmente no son tan malvados después de todo.

Se rio ante su inesperada admisión.

—Si ese es todo tu arrepentimiento, entonces la tuya ha sido una vida bien
vivida.

—Eso espero —suspiró ella—. Bien, suficientes indulgencias filosóficas.


Ahora vamos por tu confesión. Su Alteza. ¿Por qué te negaste a dejarme ver
a la Bella Durmiente cuando peleamos contra dragones la primera vez en su
castillo?

Al otro lado de las montañas, la tierra yacía volcada y rota, como si alguien
hubiera reducido la Cordillera Costera a una fracción de su tamaño y luego
dispersado copias al azar por todos lados: el suelo rocoso estaba lleno de
cortes, tajos abiertos, y losas de piedra inclinándose en ángulos ebrios.

Comenzaron después de la puesta del sol, y todavía volaban con un ojo en


el cielo. Pero ningún perseguidor apareció sobre la parte superior de la
260
Cordillera Costera, lo que a Titus le sirvió para subrayar el punto de
Kashkari: el Bane estaba más que feliz de esperar a que vinieran a él.

Su progreso fue rápido, pero no tan rápido. Amara dirigía la alfombra, ella y
Kashkari compartían y marcaban el ritmo para el grupo. Titus tenía la
sensación de que ella no quería precipitarse hacia el Palacio del Comandante
a una velocidad de vértigo.

¿Quién lo haría?

Nadie hablaba. Titus y Fairfax compartían una alfombra, pero sólo se


tomaban de las manos: todo lo que necesitaba decirse ya había sido dicho.
Estaban más allá de declaraciones de amor, lealtad e incluso esperanza.
Ahora sólo quedaba por verse lo que podrían lograr antes de sus muertes
profetizadas.

Titus los mantenía en dirección noroeste, parando de vez en cuando para


extender mapas sobre el suelo y medir su progreso. Una luna creciente
estaba baja en el cielo, cuando llegaron a un enorme y vertical acantilado
que las alfombras no podían ascender.

Titus intentó una teleportación ciega, y no llegó a ninguna parte.

—Debemos estar dentro de la zona de no teleportación en este momento.

A ciento sesenta kilómetros, o menos, del Palacio del Comandante. Podrían


estar ahí dentro de una hora, si fueran a volar sin interrupción. Titus sentía
una debilidad en la punta de sus dedos: estaba asustado, después de todo.

Siempre lo había estado.

Fairfax trató de impulsarlos hacia arriba, pero alrededor de ciento ochenta


y dos metros más o menos por encima del suelo, la fuerza del aire que
generaba sólo fue suficiente para mantenerlos flotando, no para ganar más
altura. Y la parte superior de los acantilados todavía estaba unos sesenta
metros más arriba.

—¿Deberíamos de escalar o deberíamos ir alrededor? —preguntó Amara, su


voz tensa.

—La línea de falla parece extenderse tan lejos como puedo ver —dijo
Kashkari, examinando la extensión de los acantilados con la ayuda de un
261
hechizo de vista lejana—. Has tenido más experiencia con acantilados,
Durga Devi. ¿Qué recomiendas?

Amara apretó sus dientes sobre su labio inferior.

—Digo que volemos dos o tres kilómetros hacia el suroeste, los acantilados
en esa dirección parecen más bajos.

Desafortunadamente, la impresión de menor altura resultó ser una ilusión


de perspectiva. Amara les hizo señas para que se detuvieran.

—Pasamos una saliente. Podría ser lo mejor que podemos hacer bajo las
circunstancias.

La saliente era apenas suficiente para ser el punto de apoyo de uno. Amara
sacó un trozo de cuerda de caza de su bolso. Todos contribuyeron con las
cuerdas y cables que llevaban. La cuerda de caza, tirando toda la longitud
de las cuerdas anudadas juntas, se disparó sobre el costado del acantilado
y desapareció sobre la cima.

El extremo de la cuerda estaba atado a Amara, quien utilizó el tirón de la


cuerda de caza para subir el acantilado, tan elegante como una acróbata.
Titus y Fairfax, ambos aun en su alfombra, intercambiaron una mirada de
admiración.

—Probablemente me golpearé el rostro subiendo —dijo Titus.

—No, eso no. Esa es mi parte favorita de ti.

—¿De verdad? Me dijiste algo completamente distinto en el faro.

Fue la primera vez que cualquiera de ellos había traído a colación su noche
juntos. Ella le dio una mirada. Pero entonces la cuerda de caza regresó y
Kashkari se preparó para su ascenso, así que tuvieron que situarse debajo
de él y prestar atención, en caso que cayera.

Kashkari llegó a la cima sin ningún contratiempo. Mientras esperaban a que


la cuerda regresara de nuevo, Fairfax se inclinó y susurró:

—Cuando dije eso, fue sólo para hacerte feliz antes de morir.

Él susurró de regreso.
262
—Estoy conmovido. Lo dijiste muy, muy fuerte. Debes haber estado muy
preocupada por mi felicidad.

Esta vez los ojos de ella se estrecharon. Brevemente se preguntó si no habría


un relámpago en su futuro cercano. Pero ella sólo cogió la cuerda y ascendió
el acantilado, lográndolo bastante bien.

Titus no estrelló su rostro durante su ascenso por el acantilado, pero una


vez que estuvo en terreno plano de nuevo, luchó para liberar la cuerda de
su persona. La línea seguía tirando hacia adelante al ritmo de una carrera
de velocidad. Perdió el equilibrio y fue arrastrado hacia adelante sobre su
estómago. Amara siseó para llamar a la cuerda de caza. Fairfax y Kashkari
se arrojaron sobre él para que no se impactara contra una de las enormes
rocas que cubrían la parte superior del acantilado. Frenéticamente trató
cada hechizo desvinculante en su repertorio.

El nudo se deslizó de repente, dejándolo a pocos metros de una roca, con


Fairfax y Kashkari cada uno colgado de una de sus botas. Lentamente se
sentaron, jadeando fuertemente. Las rodillas de sus pantalones estaban
manchadas de sangre: los pantalones no se habían roto, las telas mágicas
eran materiales duros, pero su piel era mucho más frágil.

Fairfax ya estaba viendo sus rodillas raspadas cuando Amara al fin logró
convocar de vuelta a la cuerda de caza. Vino y se paró junto a ellos, su
respiración tan irregular como la de ellos.

—Lo siento.

—¿Por qué tuviste que perseguir a la cuerda de caza? —preguntó Fairfax.

Ella ya había limpiado sus raspones y estaba rociando un elixir regenerativo


en ellos. Él le habría dicho que guardara el elixir para heridas más
importantes, pero no era como si les quedara una gran cantidad de tiempo
para acumular lesiones más graves.

—Le dije que encontrara una serpiente —respondió Amara—. Tal vez había
una cerca. Las cuerdas de caza se aceleran cuando están cerca de una
presa.

—Espero que accidentalmente no molestáramos a una serpiente gigante —


dijo Kashkari.
263
Nadie comentó. Titus podría no creer en la existencia de serpientes gigantes,
pero no quería comentar al respecto de un modo u otro. No quería decir
nada en absoluto. A pesar que nadie hablaba más alto que un susurro, en
la cima del acantilado sus voces llevaban un alboroto que casi podía ver en
el claro aire fresco.

Fairfax había terminado con sus cuidados. Guardó sus remedios y les hizo
un gesto para que todos le entregaran sus cantimploras y odres de agua
para llenarlos. Nadie se opuso a la prolongación de su parada, a pesar de
que sus recipientes debían estar prácticamente llenos; las condiciones no
eran del tipo que requirieran hidratación frecuente. Titus pensó con
nostalgia en el precipicio sobre la cañada. Lo que no daría por estar así de
lejos del Bane de nuevo.

Se levantó, dio unos cuantos pasos cautelosos y llamó a un hechizo de vista


lejana. La luna había salido. La tierra que habían sobrevolado, una oscura
expansión prohibida que se desplegaba a los pies de los acantilados, apenas
era visible. Aquí y allá, un afloramiento irregular de obsidiana destellaba
con la luz de las estrellas. Y si entrecerraba los ojos realmente duro, podía
distinguir barrancos y fisuras, como si alguien las hubiera cortado hacia la
tierra con una enorme espada.

No es de extrañar que el interior de Atlantis permaneciera casi tan vacío


como el primer día que los magos se asentaron en la recién nacida isla,
apenas enfriada del paroxismo de su creación. Si hubieran estado a pie,
todavía estarían atascados en la Cordillera Costera tratando de encontrar
una manera de salir de una tierra sin caminos.

Pero tan desalentador como encontró el terreno detrás de él, era el paisaje
todavía por delante lo que lo llenaba de pavor. Más o menos dieciséis
kilómetros al noroeste otro escarpe se alzaba, incluso más alto que el que
acababan de escalar. Gran parte de su superficie era tan suave como pasta
de azúcar en un pastel, pero más cerca de su base, los acantilados parecían
estar plagados de oscuros parches. ¿Eran cuevas de algún tipo? ¿Guaridas
de serpientes gigantes? El deseo de dar marcha atrás, de ocultarse para
siempre entre los barrancos de difícil excavación de la Cordillera Costera, se
hacía cada vez más potente.
264
Fairfax puso una mano en su codo y le entregó su odre. Permanecieron
juntos durante algún tiempo. Entonces, sin decir nada, se prepararon para
seguir.

Iban transportados por el aire apenas segundos antes que ella se inclinara
sobre el costado de la alfombra.

—¡Espera! ¿Qué es eso? ¿Viste?

Titus deslizó la alfombra alrededor para ver mejor.

—¿Son esos… huesos? —susurró.

De hecho, eran huesos, extendidos sobre un área relativamente uniforme,


tal vez a noventa metros más o menos desde el borde de los acantilados,
escondidos de su vista más temprano por varias rocas de gran tamaño. Los
huesos estaban dispersados, pero algunos parecían estar todavía pegados
entre sí, no como parte de un animal o un esqueleto humano, sino como si
hubieran sido fijados con mortero.

—¿Creen que hayan estado en una pila antes, aquellos huesos, y que esa
cuerda de caza los golpeara? —le preguntó Fairfax a Amara.

Amara tragó.

—Es posible.

Una pila de huesos. ¿Qué les había dicho la Sra. Hancock? A veces los
excursionistas se topan con pilas de huesos características de aquellas que
se quedan detrás por serpientes gigantes, usualmente como marcadores de
territorio.

Kashkari elevó algunos de los huesos con un hechizo de levitación.

—¿Qué tan viejos son?

O, mejor dicho, ¿Cuán frescos?

—Bastante envejecidos —juzgo Amara—. Diría que han estado en los


elementos durante varios años, por lo menos.

—Vamos a tener cuidado —dijo Kashkari—. Las serpientes gigantes no


deberían ser un obstáculo si nos quedamos en el aire.
265
Pero él, como Titus, estaba mirando hacia el gran precipicio que se
vislumbraba en su camino, y las aberturas que parecían de un tamaño
perfecto para serpientes gigantes.

Fairfax dio un golpecito en el hombro Titus.

—Oigo algo.

Visiones de serpientes gigantes invadieron su cabeza. Pero el sonido era sólo


de alas batientes, pilotos wyvern de patrulla. Aterrizaron de prisa y se
escondieron en las grietas entre las rocas superpuestas, varitas en mano.
Los jinetes wyvern, sin embargo, pasaron alto por encima, descendiendo
hacia las tierras bajas.

Era la primera vez que habían visto jinetes wyvern desde su llegada al propio
Atlantis. Sin embargo, otra señal de que estaban con toda seguridad
acercándose más al Palacio del Comandante.

Titus miró hacia Fairfax. Si ella estaba pensando en su cuerpo sin vida en
la cripta del Bane, no dio muestras de ello. Amara, junto a ella, mostraba
más tensión, sus dedos clavándose en la roca.

Pero después de que los jinetes wyvern hubieran desaparecido de la vista,


fue Amara quien dijo:

—Vamos. El final está cerca.

Titus mantenía un ojo en el suelo en busca de pilas de huesos. No vio más


de ellas, pero eso no lo consoló: si las pilas marcaban los límites del territorio
de una serpiente gigante, ¿eso quería decir que ahora estaban en el interior
de lo que la bestia consideraba su dominio privado?

Su otro ojo se mantenía en el cielo. Volaron más alto de la tierra de lo que


le gustaba: el temor de un ataque inesperado desde abajo manifestándose.
Esta mayor altitud los hacía más visibles desde todos los ángulos.

Ante la vista de un equipo de jinetes wyvern a lo lejos hacia el noreste,


aterrizaron y se ocultaron. Fairfax estableció un círculo de sonido.

—¿Te recuerdo diciendo, Kashkari, que en la primera parte de tu sueño


profético acerca de mí, estabas montando un wyvern?

—Eso es correcto —respondió Kashkari, aunque un poco a regañadientes.


266
—¿Has pensado en cómo podrías obtener un wyvern?

Alto, quiso decir Titus. No le ayudes a hacer realidad cualquier parte de su


sueño.

Pero ella tenía razón. Si todos ellos tenían que sacrificar todo para conseguir
que Kashkari entrara al Palacio del Comandante, entonces eso era lo que
debían hacer.

—Lo he hecho —dijo Kashkari—, pero no veo cómo… no aún, en cualquier


caso. Están volando en grupos mucho más grandes de lo que esperaba. Y
estoy seguro de que en el momento en que ataquemos a un grupo, los jinetes
alertarán a todos los demás.

Durante los siguientes diez minutos, discutieron varias posibilidades. Pero


nadie pudo llegar un escenario plausible donde los beneficios de comandar
un wyvern superaran las abrumadoras desventajas.

Después que subieron de nuevo a las alfombras, no habían ido mucho más
allá de tres kilómetros cuando Amara dijo:

—Los escucho de nuevo. Detrás de nosotros.

No había escondites perfectos inmediatamente cerca. Se pusieron a cubierto


en un pliegue del suelo y esperaron a que la oscuridad de la noche los
pusiera a salvo de miradas hostiles. Un escuadrón de wyverns se disparó
hacia arriba desde las tierras bajas. Dieron la vuelta. Y dieron vuelta justo
por encima de donde Titus supuso que debía estar la pila de huesos
derribada.

—Saben que estamos aquí —dijo Kashkari.

Se debatieron entre subirse a las alfombras de nuevo o continuar a pie. La


cuestión se resolvió cuando Amara maldijo.

—Están dejando caer cuerdas de caza.

A medida que se elevaban en el aire otra vez, Titus y Fairfax agarraron


firmemente la mano del otro. En la siguiente alfombra, Amara y Kashkari
hicieron lo mismo.

El final está cerca.


267

El siguiente escarpe llegó demasiado pronto. Trataron de encontrar un


camino para subir que no les obligara a abandonar la protección de las
alfombras. Por encima de las aberturas que conducían a posibles guaridas
de serpientes gigantes, sin embargo, los acantilados eran tan uniformes y
verticales como una pared, con apenas un punto de apoyo para una cabra,
ni que decir de un mago en plena madurez. Y no se atrevieron a utilizar una
cuerda de caza de nuevo, por temor a que molestara a algo mucho peor que
una pila de huesos.

—Tenemos que avanzar de alguna manera —dijo Amara, su rostro


endurecido—. No tiene sentido ir hacia atrás, y no podemos qu…

Kashkari agarró su muñeca y apuntó hacia abajo. Desde las sombras en la


base de los acantilados, casi directamente debajo de ellos, algo estaba
emergiendo. Su cabeza era del tamaño de un ómnibus, y su cuerpo aún más
grueso.

A lo lejos, desde más allá de la parte superior de los acantilados, llegó el


sonido de alas de dragón.

¿Era eso lo que las serpientes gigantes comían entre los largos períodos de
inactividad? ¿Wyverns… y jinetes wyvern?

El aleteo de las alas de dragón se hizo más fuerte. La serpiente gigante


debajo se detuvo. Titus miró fijamente, incapaz de evitarlo: la cabeza
bulbosa, la quietud, el débil brillo metálico de sus escamas.

Se preparó para el surgimiento de una enorme lengua bífida. Nunca llegó.


Él frunció el ceño. El castillo en las Montañas Laberínticas albergaba una
pequeña colección de reptiles locales. Y cada vez que veía a las serpientes,
estas estaban siempre chasqueaban sus lenguas en el aire.

Miró a su alrededor, con la esperanza de no encontrar ninguna serpiente


gigante más. Pero ¿qué eran esas cosas que se deslizaban en silencio hasta
la cara del acantilado? ¿Serpientes gigantes más jóvenes, atraídas por el olor
de una muy buena y fresca comida? Su corazón se detuvo. No, eran largas
garras mecánicas, mucho más grandes y más largas que aquellas que se
extendieron desde las cápsulas blindadas persiguiendo a Fairfax y Kashkari
en Eton, pero esencialmente la misma estructura exacta.
268
Y estas salieron de la serpiente gigante.

Lo cual no era una serpiente, sino un artilugio mecánico de Atlantis. Por


supuesto, las verdaderas serpientes gigantes ya se habían extinguido. Por
supuesto que el Bane tendría una falsificación. Por supuesto que querría
que los Atlantes creyeran que todavía existían serpientes gigantes: se volvía
mucho más fácil no sólo mantener a los civiles fuera de su fortaleza, sino
explicar una desaparición ocasional, al igual que la de la hermana de la Sra.
Hancock todos esos años atrás.

—¡Fairfax!

Titus apenas logró exprimir la palabra más allá de su garganta. Pero ella
había visto y entendido. Dos grandes piedras volaron desde la llanura y se
estrellaron contra las garras justo en sus “muñecas”, rompiéndolas por
completo.

Las garras rasparon a lo largo del acantilado mientras caían, y se


encontraron con la dura roca de la llanura debajo con un enorme estruendo.

—Tenemos que ocultarnos —dijo Fairfax, su voz temblorosa.

Amara ya estaba dirigiendo su alfombra más abajo.

—Síganme.

Los condujo a una de las aberturas en la cara del acantilado. Fácilmente era
el peor escondite posible, excepto que su única otra opción era permanecer
a plena vista, una opción inaceptable.

Amara escuchó en la boca de la cueva.

—Más que solo wyverns están llegando. Puedo escuchar bestias más
grandes.

Titus no podía escuchar nada sobre el latido frenético de su propio corazón.


No había querido conocer a ninguna serpiente gigante. Pero se había
entrenado en el Crisol para luchar contra esos sencillos monstruos toda su
vida. La ferocidad de una bestia era siempre, siempre preferible a la astucia
y traición de cualquier cosa ideada por el Bane.

—¿Hay una pared posterior a esta cueva? —preguntó Kashkari.


269
—No lo creo —dijo Fairfax, que tenía la mejor visión nocturna—. No por
cierta distancia, por lo menos.

Una buena cosa, por el inconfundible sonido de cientos de cuerdas de caza


reptantes elevándose hasta los oídos de Titus.

—¿Podemos dejar atrás las cuerdas de caza? —preguntó Amara.

Ella se refería air más profundo en la cueva, en el laberinto de túneles


conectados que las verdaderas serpientes gigantes de antaño habían dejado
atrás en la base del acantilado.

—Tal vez no —dijo Fairfax—. Pero puedo quemarlas si se acercan


demasiado.

A condición de que ellos mismos no corrieran directo hacia un callejón sin


salida. Había tantos peligros al dirigirse desesperadamente por un camino
sobre el que no sabían nada…

Kashkari maldijo.

—Algo está llegando desde el interior.

Fairfax, siempre rápida para reaccionar, derribó suficientes rocas para


colapsar el paso.

Apenas tuvieron tiempo suficiente para darse la vuelta, para evitar los
escombros provocados por el techo del pasaje cediendo. Estaban
arrinconados, sin escapatoria, ni siquiera un laberinto oscuro, peligroso y
totalmente desconocido.

La primera ola de cuerdas de caza se retorció hasta los acantilados. En lugar


de fuego, Fairfax convocó un torrente de aire para soplarlas. Pero lo que sea
que estuvieran haciendo ahora solo estaba ganando tiempo. Afuera, los
Atlantes se llamaban el uno al otro, confirmando la atención mientras
posicionaban “escaladores de acantilados” en su lugar. Titus se deslizó tan
cerca de la apertura como se atrevió y vio que los “escaladores de
acantilados” eran entidades que se parecían a los carros blindados, pero
tenían pies que perforaban en la roca para mantenerlos anclados a la
superficie vertical… ¿habían sido llevados por las bestias más grandes que
Amara había escuchado?
270
—¡Vuelve aquí! —gruñó Fairfax.

Titus hizo un retiro apresurado. Fairfax derrumbó la entrada frontal de la


cueva. Ahora estaban bien y verdaderamente atrapados. A un lado los
escaladores de acantilados estaban limpiando ruidosamente los escombros
bloqueando la entrada. En el otro extremo de la cueva, la entidad invisible,
ya sea la misma serpiente gigante falsificada que habían visto antes, o una
diferente, a juzgar por los sonidos metálicos que hacía, embestía en varias
ocasiones contra las rocas en su camino.

Tenían como máximo un minuto o dos antes de que violaran sus defensas.

Una guirnalda de fuego entró en vigor, la luz del fuego iluminando los ojos
severos pero determinados de Fairfax.

—Parece que este es el final del camino para mí. Sé que Titus no se atreve a
matarme, y probablemente tampoco Kashkari. ¿Me harás un favor, Durga
Devi, y te asegurarás que no sea capturada?

¡No! ¡No! gritó una voz dentro de la cabeza de Titus. Pero sólo se quedó con
la mano cerrada inútilmente alrededor de su varita.

—Sí, te haré un favor —dijo Amara, su voz ronca, sin embargo, con una nota
de triunfo—. Simplemente no el que pides.

Puso su mano sobre Fairfax. Un momento después, dos Fairfax estaban de


pie en el centro de la cueva. La que en realidad era Amara tiró a un lado su
capa gruesa, empujó su manga hacia arriba, y reveló un brazalete
intrincadamente forjado incrustado de rubíes.

Y en la parte alta de tu brazo izquierdo llevabas un brazalete de filigrana de


oro con rubíes, había dicho Kashkari en el faro, mientras describía a Fairfax
en su sueño profético.

Pero yo no uso ninguna joya, había protestado Fairfax. Y no tengo ninguna.

Y Amara había estado allí, sentada en silencio entre ellos. ¿Había sentido la
presión metálica del brazalete contra su piel? ¿El peso insoportable de un
futuro que se había fijado en piedra?

Titus se tambaleó un paso hacia atrás, la sorpresa golpeando como un


martillo en la parte posterior de su cabeza.
271
La verdadera Fairfax jadeó.

—Eres... eres una mutable.

Kashkari sólo hizo pequeños sonidos sofocados, como si hubiera sido herido
de muerte. A quien él había visto muerta en su sueño no había sido a
Fairfax, sino Amara en forma de Fairfax.

—Los tres escóndanse en el Crisol —ordenó Amara, un faro de calma y


autoridad en la escombrera en la que la cueva se había convertido, cuando
todo lo que habían creído sobre su futuro se había vuelto del revés—. Sé que
puede ser inestable allí, pero pueden manejarlo por un corto tiempo. Me
aseguraré que el libro esté disfrazado como una roca.

—Iré contigo —se oyó decir Titus.

—¿Qué? —exclamó Fairfax.

Se volvió hacia ella, asustado hasta la muerte y al mismo tiempo


extrañamente eufórico de que fuera el único que se dirigía a su destino, y
no aquella a quien amaba.

—Saben que estoy aquí. Seguirán buscando si no me encuentran. Pero si


me capturan, puedo convencerlos que todos los demás murieron en
Lucidias. Si me creen, será más probable que se vuelvan descuidados. Una
mejor oportunidad para que ustedes dos lleguen al Palacio del Comandante
sin ser detectados. Además, Durga Devi podría lucir como tú por ahora, pero
no suena como tú y el Bane sabe cómo suenas. Hablaré en nombre de los
dos y retrasaré ese momento de descubrimiento el mayor tiempo posible.

—Pero…

—No pierdas el tiempo discutiendo. Se nos ha dado una oportunidad. Úsala.


—Intercambió sus varitas, no quería que la varita que había pertenecido
tanto a Hesperia como a su madre cayera en poder del Bane. Luego la besó
en los labios y sacudió al casi catatónico Kashkari—. Tú también, Kashkari.
Ve.

Amara besó a su cuñado en la mejilla.


272
—No pienses en lo que deberías haber hecho de otra manera. El brazalete
de fidelidad ha estado en mi brazo desde el verano. Todo estaba destinado a
ser(4).

Aun así, Kashkari permaneció congelado en su lugar, temblando. Fairfax


tuvo que agarrar su mano y ponerla sobre el Crisol. Ellos desaparecieron en
el interior. Titus cambió el aspecto del libro, entonces lo escondió lo mejor
que pudo.

—¿Te importaría si te aturdo? —le dijo a Amara, su voz temblando con miedo
y gratitud—. De esa manera puedo pretender que he estropeado una
maldición de ejecución… tendría sentido para el Bane que yo prefiriera
matarte que dejarlo que te tenga.

Y así su voz, que se mantenía como la suya, no la delataría.

Amara asintió. Él sabía que era Amara. Sabía que la verdadera Fairfax
estaba a salvo por ahora, en el interior del Crisol. Pero eran los ojos de
Fairfax mirándolo, ojos abiertos por el miedo y aun así resueltos al mismo
tiempo.

Él la abrazó con fuerza.

—Si no tengo la oportunidad de decirlo de nuevo más adelante, pase lo que


pase, estamos siempre en deuda contigo.

Ella sonrió de forma extraña.

—Así que he vivido lo suficiente para ser abrazada por el Maestro del
Dominio. Que la Fortuna le guarde a cada paso, Su Alteza.

No sabía exactamente lo que quería decir, pero no había tiempo para


preguntar. La apuntó con su varita. Ella cayó al suelo justo cuando los
escaladores de acantilados irrumpieron abriendo la cueva de par en par.
273

CAPÍTULO 21
Traducido por Shilo y LizC

Corregido por Mari NC

E n el prado frente el castillo de la Bella Durmiente, reinaba el caos:


criaturas de todas las descripciones en aglomeraciones, dragones
escupiendo fuego, espadas y mazas corriendo salvajemente mientras la
Torre del Cielo se levantaba más allá de las colinas.

Un ogro se movía atropelladamente hacia ellos, solo para tener su cabeza


desconectada de su cuerpo tan pronto como Kashkari levantó su varita. Un
cíclope perteneciente al Guardián de la Torre Toro encontró un destino
similar.

Iolanthe nunca había visto a Kashkari con tanta furia.

Le dejó la matanza a él y se ocupó a sí misma abriendo la tienda que había


traído del laboratorio. Cubrió la tienda con una capa de tierra para
protegerla de agudos implementos y de la vista de criaturas merodeadoras.
Cuando el refugio estuvo listo, arrastró a Kashkari adentro, siseando con la
vista de sus pantalones empapados de sangre.

Apresuradamente, ella limpió y vendó su herida.

—No se te permite ser tan descuidado, Mohandas Kashkari. ¿Lo entiendes,


maldita sea?

Él tiró a un lado su varita y se desplomó, su rostro húmedo con lágrimas.

Ella se arrodilló a su lado.

—Lo siento mucho. Lo siento tanto.

—La mandé a su muerte. Le dije todo acerca de ese sueño, inclusive


describiéndole con detalle el brazalete de fidelidad. Así tuvo que haberse
reconocido a ella misma. Fue por eso que se casó con mi hermano y salió a
274
buscarnos en el mismo día, no por la masacre en el Reino de Kalahari, si no
por mi sueño.

Iolanthe recordó ahora lo que Amara había dicho esa mañana en el faro,
acerca de su acérrima creencia de que los eventos que habían sido previstos
no eran tan inevitables como imparables.

La oración por coraje que había cantado, había sido un rezo para sí misma,
que debería ser lo suficientemente valiente, cuando el momento llegara.

Y su calmada y sincera respuesta hacía solo unas horas en la cima de la


cornisa de piedra, cuando Iolanthe le había preguntado por qué había
venido a Atlantis. He venido a ayudarte.

He venido a ayudarte.

Y lo había hecho. Había salvado a Iolanthe y, en ese proceso, a todos. ¿Pero


a qué costo para ella? ¿A qué costo para aquellos que la amaban?

Iolanthe envolvió sus brazos alrededor de Kashkari y lloró también, por él,
por Amara, por el esposo que había sido dejado atrás.

Kashkari dejó caer su cabeza sobre el hombro de ella.

—Soñé con ella por primera vez cuando tenía once —dijo, como para sí
mismo—. En mi sueño era de noche, había antorchas por todos lados, y ella
estaba bailando. Tenía puesta esta enagua verde esmeralda y sobre eso, un
chal plateado con tal cantidad de abalorios que sonaba como gotas de lluvia
cayendo cada vez que daba vueltas. Zigzagueó entre la multitud, sonriendo
y riéndose, abrazando a todas las mujeres y besando a todos los bebés,
nunca había visto a alguien tan feliz.

»Esa resultó ser la noche de su fiesta de compromiso. El baile duró hasta


bien entrada la noche y mi hermano no quitó los ojos de ella ni una vez. —
Su voz se quebró—. Ahora nunca la va a ver de nuevo.

De niño, un mutable podía copiar la apariencia de otro, y luego continuar


con la suya propia sin ningún problema. Pero siendo adulto, si un mutable
cambiaba su apariencia, se mantenía alterada. En la vida y en la muerte,
Amara se vería a partir de ahora exactamente como Iolanthe.
275
Ninguno de ellos vería su extraordinariamente hermoso rostro de nuevo.
Nunca.

Iolanthe cerró sus ojos y se imaginó en la fiesta de compromiso de Amara y


Vasudev: la luz del fuego, la música, el fuerte pisar de los bailarines, el
indicio de perfume y especias en el aire. Y Amara, llena de amor y placer por
la vida, dichosamente ignorante de la mortal profecía que la esperaba.

La desesperación la llenó, el destino era el maestro más cruel. Cada elegido


estaba condenado. Inclusive aquellos que eran simplemente barridos por la
marea eran arrastrados la mayoría de las veces.

Cuando abrió de nuevo los ojos, el soso interior de la tienda la recibió,


iluminado por la luz mágica que había convocado, todo frío, azul y funcional.
No había alegría, ni música, ni celebración en sus oídos, solo el estrépito del
pandemónium afuera.

Alzó su varita, esperando hacer algo y sin saber qué. Solo ahí se dio cuenta
que no estaba sosteniendo una lisa varita de repuesto. Vagamente recordó
a Titus quitándosela y dándole su varita en su lugar.

Nunca había visto su varita, hecha del cuerno de un unicornio. En ella


estaban grabados los símbolos de los cuatro elementos, junto con las
palabras Dum spiro, spero.

Mientras respiro, espero.

Se había topado con esas palabras el día que había convocado el rayo por
primera vez. Y ahora estaban ahí de nuevo, cerca del mismísimo final.

¿Era inspiración divina o una broma cósmica?

No importaba ahora. Con o sin esperanza, todavía tenían trabajo que hacer.

—Vamos —dijo, sacudiendo el hombro de Kashkari—. No crees en la


inevitabilidad de las visiones. Vamos. Si podemos alcanzar el Palacio del
Comandante más temprano que tarde, puede que termine diferente.

Sus palabras eran fervientes, aunque vacías por toda su urgencia. Tal vez
en el momento de su sueño profético, el futuro no se había endurecido. Pero
ahora…

Kashkari le permitió limpiarle las lágrimas.


276
—Tienes razón. Hagamos lo que podamos.

Él sonó tan vacío como ella había sonado, pero sus ojos quemaban,
desesperación con un borde de apremiante esperanza.

Tomó sus manos en las de ella y dijo —deseando con todo su corazón que
la contraseña para salir fuera cualquier cosa salvo—: “Y vivieron felices para
siempre.”

Docenas de cuerdas de caza se abalanzaron en la cueva y ataron


ajustadamente a Titus y Amara. Magos sosteniendo escudos de batalla
reales atestaron la cueva y le arrebataron la varita lisa que había estado en
la mano de Fairfax hace un minuto. Luego, no solo le vendaron los ojos, sino
que lo amordazaron; presuntamente el Bane no quería que le dijera a nadie
la afición por la magia de sacrificio del Lord Alto Comandante. Entonces fue
puesto bajo un domo temporal de contención, para estar seguros de que no
les causaría problemas a los soldados Atlantes.

Temía que taparan sus oídos también, pero no parecía importarles que
todavía pudiera escuchar perfectamente bien.

—Está inconsciente, pero sus signos vitales son fuertes —reportó alguien—
. Estamos preparando el proyector astral, señor.

Un proyector astral trasmitiría su imagen —y habla también, si estuviera en


la capacidad de hacerlo— a una locación remota. Era una pieza de magia
Atlante que nadie más había sido capaz de duplicar.

La audiencia en la otra locación aparentemente quedó satisfecha, porque


las siguientes órdenes que gritaron fue que desmantelaran y guardaran el
proyector astral, y que transportaran con mucho cuidado a la “maga
elemental”.

La mordaza de su boca fue sacada de un tirón.

—¿Dónde está el libro?

—En su bolso, bajo un hechizo de ocultación.

Amara llevaba un libro de oraciones con ella. Titus solo podía esperar que
los Atlantes creyeran sus respuestas.
277
—Reviértelo.

—El hechizo es de ella. No sé el contrahechizo.

—¿Dónde están los otros que vinieron contigo?

—Murieron en Lucidias.

La mordaza fue empujada de nuevo a su boca. Algo como un barril metálico


se cerró alrededor de su pecho.

—De acuerdo. Vamos rápido —ordenó el mismo soldado que había


interrogado a Titus.

Titus fue levantado por completo. El barril estaba seguramente sujeto a un


escalador de acantilados. Brevemente sintió el frío de la intemperie antes de
ser bajado de nuevo, la presión alrededor de su pecho aliviándose mientras
era liberado de su contención metálica. Una puerta se deslizó hasta
cerrarse. Unos pocos segundos después el escalador de acantilados estaba
en el aire.

Echó un vistazo alrededor en su celda —casi con seguridad una celda de


contención— pero Amara no estaba ahí. Un debate se libraba en su cabeza.
¿Debería recordarse conscientemente que esta mujer que se veía
exactamente como Fairfax era alguien más, o sería más seguro para todos
si detenía los recordatorios y dejaba que sus instintos se hicieron cargo?

El sueño profético de Kashkari no había incluido a la verdadera Fairfax.


¿Qué le habría pasado a ella para el momento en que él, Amara y Kashkari
estuvieran juntos de nuevo? ¿Estaría solo unos pasos detrás de Kashkari
o…?

Saber que Amara era la que estaba en el sueño de Kashkari no eliminaba el


peligro hacia Fairfax. De hecho, alejaba la única garantía que ella no sería
usada en la magia de sacrificio. Ahora no se sabía lo que pasaría con ella.
Todo era posible, incluyendo el peor fallo de todos.

Demasiado pronto, la puerta de la celda de contención se abrió y fue puesto


sobre sus pies.
278
Un wyvern rugió incómodamente en las cercanías. Pero ninguna llama
escaldó su piel y ninguna garra se enganchó a su persona, solo sus fosas
nasales fueron asaltadas por un hedor sulfuroso.

Por un momento su imaginación se desbocó. Atlantis era el más


geológicamente activo de todos los reinos mágicos, ¿verdad? ¿Quién negaría
que hubiera un volcán cerca? El Bane podría confundirlo por uno muerto,
pero estaba solo durmiendo, esperando por alguien con el poder para
despertarlo. ¿Y no sería ese un espectáculo digno para los Ángeles el ver el
Palacio del Comandante engullido por la lava, tragado por la tierra misma?

Pero no, el olor del azufre había sido más fuerte en el desierto, donde había
enfrentado al batallón de wyverns. Si algún volcán dormitaba en las
cercanías, dormía profundamente de hecho.

Marcharon por un largo tramo de escaleras, y luego el débil olor de huevos


podridos se había ido completamente. El aire se volvió vigorizante: el fresco
y salado olor del mar. Se preguntó si no estaba imaginando cosas. Pero
mientras avanzaba, sus pasos y esos de una falange de soldados haciendo
eco contra techos altos y paredes distantes, el olor solo se volvió más
notable.

El Bane había crecido en la costa. Cuando dejó Lucidias, se había asentado


en una costa diferente. Pero el Palacio del Comandante estaba lejos del mar.
Y el que no podía irse, el que tenía que permanecer escondido, enterrado en
las profundidades de su fortaleza, se perdía de la esencia que amaba, la
esencia de los días en los que había sido completo y libre.

Era espantoso recordar que el Bane era todavía humano: lo hacía solo más
monstruoso. ¿Qué había dicho la Sra. Hancock? Que había usado su primer
acto de magia de sacrificio para curarse de una enfermedad mortal. Por lo
que debía recordar su miedo y angustia ante esa muerte inminente. Y sin
embargo no le podía importar menos que repartía tal miedo y angustia en
una escala industrial.

Su humanidad se extendía solo a él mismo.

El timbre de los pasos cambió. Las botas de Titus habían estado


repiqueteando contra piedra dura y lisa. Pero ahora estaba caminando sobre
un material diferente, uno que se sentía y sonaba casi como… madera.
279
Se detuvieron. La mordaza y venda de Titus fueron removidas. Estaba en
otra celda de contención, una transparente que le permitía ver que el piso
de la cámara en la que se encontraba era de hecho de fina madera con
tonalidades de dorado, el ébano de lluvia del Ponives. Y en las paredes, en
lugar de pinturas, murales, o tapicería, colgaban enormes paneles de
madera tallada. El techo con forma de arca había sido ajustado con celosías
de fina madera.

¿Qué había dicho la Sra. Hancock? Nunca tuvimos una gran cantidad de
bosque en Atlantis, la mayoría del bosque original ya había sido talado e
importar madera para las piras estaba más allá del alcance de todos, salvo
unos pocos. Para el Bane, no era el mármol lo que simbolizaba lujo, era la
madera, una rareza costosa en su juventud.

Titus se olvidó de la madera cuando vio que no muy lejos de él, Fairfax yacía
desplomada en otra celda de contención.

Esa no es…

Alejó el recordatorio de su mente consciente; los instintos se harían cargo.


Se apresuró al costado de la celda de contención que estaba a unos pocos
metros más cerca de ella.

—Fairfax. ¡Fairfax! ¿Estás bien? ¿Puedes oírme?

—¿Y qué es lo que le pasa a Fairfax, si puedo preguntar?

Por una fracción de segundo, Titus pensó que era West, el jugador de criquet
de Eton que había sido secuestrado por el Bane, el que estaba de pie frente
a él. Pero, aunque el hombre tenía una cercana semejanza con West, tenía
al menos el doble de la edad de West.

El cuerpo actual del Bane, entonces.

—No es propio de usted quedarse sin palabras, Su Alteza —dijo el Bane—.


Sea tan amable de responder a mi pregunta.

Titus miró a la chica inconsciente en la otra celda de contención. El principal


objetivo de la mentira sería la misma, pero tenía una decisión instantánea
por hacer. ¿Jugaba al oportunista de sangre fría o al amante afligido?
280
—Me rogó que la matara para que así no cayera en tus manos. Pero yo… —
Su voz tembló al verla, a merced de su enemigo—. Pero fallé.

—La arrogancia de los jóvenes. Y pensar que podrías haber frustrado mis
planes y salirte con la tuya. —El Bane negó con la cabeza, su expresión casi
simpática—. ¿Y dónde están tus otros amigos, por cierto?

—Nunca dejaron Lucidias; los tres juntos alimentaron el último hechizo de


un mago.

—Valoran sus vidas muy poco.

—Mejor eso que aferrarse a la vida por cualquier medio necesario.

—Tú, príncipe, estás lleno de la mojigatería de los jóvenes —respondió el


Bane.

—Espero que mientras el más antiguo Lord Alto Comandante yace dormido
por la noche, sueñe con nada más que su propia muerte agonizante… una
y otra vez, sin cesar.

Titus había querido dar en el clavo. Pero el destello de ira en los ojos del
Bane le dio a entender que podría haber ido demasiado lejos, y sido
demasiado preciso. Titus podría haberse pateado a sí mismo. Cuanto más
tiempo mantuviera al Bane hablando con él, la atención del Bane
permanecería lejos de Fairfax.

Pero ahora el Bane se acercaba a la celda de contención de Fairfax, que


protegía a aquellos de fuera contra aquellos en el interior, pero no viceversa.

—Revivisce forte —dijo el Bane.

Ella no mostró signos de recuperar la conciencia.

—Revivisce omnino.

El hechizo de reactivación debería haber sido lo suficientemente fuerte como


para contrarrestar el hechizo aturdidor que Titus había utilizado, pero
Fairfax permaneció inmóvil, ni un movimiento, ni siquiera un aleteo de sus
pestañas.

—Muy desconsiderado de su parte, Su Alteza —dijo el Bane—. Sería mucho


mejor que estuviera despierta y alerta, para lo que he planeado para ella.
281
Titus sintió como si hubiera sido encerrado en un ataúd forrado con picos
en el interior.

—Pensé que todo lo que necesitabas de ella era que su corazón permaneciera
latiendo.

—Es cierto, pero hace un sacrificio muchísimo más poderoso cuando está
completamente consciente de lo que sucede hasta el momento en que son
extraídos los contenidos de su cráneo, claro está. Tengo un muy buen
hechizo para mantener su corazón latiendo a lo largo de todo, hasta que
también es requerido en el último paso.

Ante los horrores que el Bane describió tan casualmente, la garganta de


Titus se cerró. Sus manos aún atadas se apretaron en puños, temblando.

—La amas, ya veo. Entonces, debes estar allí para presenciar sus últimos
momentos en esta tierra. Es lo menos que puedes hacer por ella. Lo menos
que puedo hacer por un par de jóvenes amantes tan devotos.

—¡No! —Golpeó el hombro contra la pared de la celda de contención. Era lo


suficientemente suave para absorber el impacto de su peso, pero lo
suficiente firme para no moverse ni un centímetro—. ¡No! No vas a tocarla.

—¿Y cómo vas a detenerme, sin la ayuda de tu libro mágico? Estás en mi


dominio ahora, Titus de Elberon. No hay sorpresas que puedas esgrimir
contra mí.

—Ella va a derrotarte.

—Construí estas celdas de contención para ser lo suficientemente poderosas


para mí. Puedes decir muchas cosas acerca de ella, pero no puedes decir
que es un mago elemental superior a mí.

El Bane se volvió hacia Fairfax y apuntó su varita.

—Fulmen doloris.

Titus se estremeció. El hechizo era lo suficientemente potente como para


hacer que los muertos se sentaran y gritaran de dolor.

Ella no se movió ni hizo ningún sonido. Él no podía creerlo. ¿Sin darse


cuenta se había prestado para dejarla en coma permanentemente?
282
—Cuando arruinas una maldición de ejecución, la arruinas de manera
magnífica, jovencito —murmuró el Bane.

Se giró, su varita apuntando a Titus, y una conflagración de dolor lo


envolvió, como si cada centímetro cuadrado de su piel hubiera sido
incendiado. Gritó.

—Hmm —dijo el Bane—. Ella en serio no lo siente. En pocos minutos, si


todavía no despierta, voy a enviar algunas llamas de verdad por su cuerpo
y ver si eso no ayuda.

Titus tembló. El dolor que lo había abrumado se había ido, pero su memoria
todavía ardía.

—Bueno, ya que la querida Fairfax se niega a cooperar, vamos a tener una


charla, usted y yo, Su Alteza.

Había algo extraordinariamente presumido en el tono del Bane. El temor se


arrastró sobre Titus como un centenar de milpiés.

—Déjame preguntarte algo. ¿Por qué Gaia Archimedes me traicionó?

Le llevó a Titus un momento reconocer el verdadero nombre de la Sra.


Hancock.

—Porque mataste a su hermana para prolongar tu propia vida.

—¿Y cómo ella iba a saber eso?

Titus vaciló.

—Ella y tu antiguo oráculo se conocieron y enamoraron. E intercambiaron


información suficiente para que eso surgiera.

Mientras más verdad dijera, mayor sería la posibilidad de no ser interrogado


bajo suero de la verdad.

—¿Te refieres a Icarus Khalkedon? Pero nunca recordaba nada de sus


sesiones de oráculo.

—Eso es lo que él quería hacerte creer.

Los ojos del Bane se estrecharon. Al cabo de un momento, dijo:


283
—Ya veo. ¿Qué otra cosa no sé de él?

—El hecho de que no estaba en un verdadero trance cuando te dijo que yo


debía ser enviado a una escuela sin magia y que la señora Hancock debía
ser puesta en el lugar para mantenerte vigilado.

—¿Por qué tú?

—Porque mi madre estaba embarazada de mí en ese momento, y siempre


viste al Dominio como una amenaza potencial.

—¿Ese fue el único caso en el que Icarus me mintió durante una sesión de
oráculo?

—Es el único que conozco. La señora Hancock dijo que él planeaba dar
varias respuestas correctas y luego suicidarse.

—Tal traición. Cosa que lo hace aún más alentador, te lo aseguro, cuando
es una de sus respuestas finales lo que me llevó a este cuerpo. —El Bane
hizo un gesto hacia sí mismo—. Un espécimen exquisito, ¿cierto?

»Obtuve este cuerpo hace casi dieciocho años en el Eje Interreino Sheikha
Manāt en los Reinos Unidos Beduinos. Estaba exactamente donde Icarus
dijo que estaría, esperando por un translocador de conexión.

La premonición hundió sus garras frías en Titus. Hace casi dieciocho años.
Un joven viajero. Una desaparición que nadie podía explicar.

El Bane sonrió.

—No me gusta el proceso de hacerse cargo de otro cuerpo. Es necesario,


pero nunca agradable. En el caso de Wintervale tuve que dejarme estar
rodeado de sus recuerdos durante algún tiempo, de ese modo, podía ser
capaz de reconocer a las personas a su alrededor e imitarlo con mayor
credibilidad. Hice lo mínimo, lo que resultó ser un error… era propio de ese
niño tonto superficial no pensar en su única debilidad fatal. No, todo era
criquet, su madre, los niños de la Sra. Dawlish, y su antiguo hogar en el
Dominio.

Titus deseó que su puño pudiera conectar con la nariz del Bane y empujarlo
directamente a la parte posterior de su cráneo.

—Wintervale valía cien veces más que tú. Mil veces.


284
El Bane negó con la cabeza.

—Eres un chico joven, absurdo, lleno de sentimientos sentimentales.


Deberías haber tenido parte del pragmatismo de tu abuelo. Asesinó a su
propia hija para conservar su trono. Todo lo que tenías que hacer era darme
a la maga elemental y podrías haber reinado en paz por el resto de tu vida
natural.

—Mi abuelo no era más que un instrumento que tú ejercías. Tú fuiste el que
mató a mi madre. Prenderé fuego a la Ciudadela antes que convertirme en
tu colaborador dispuesto. Y con mucho gusto seré el último heredero de la
Casa de Elberon si eso acelera la hora de tu deceso.

El Bane volvió a sonreír, pero esta vez con un borde más duro.

—Tenemos una digresión. Ahora ¿dónde estaba? Sí, mi fracaso en aprender


lo suficiente sobre Wintervale. Después de la muerte de Wintervale, cuando
mi consciencia viajó de regreso, qué debería haber encontrado sino que el
cuerpo que había estado utilizando desde junio, después de que Fairfax
electrocutara a su predecesor, había muerto durante mi ausencia, de un
aneurisma del cerebro, de todas las cosas.

Así que fui al siguiente cuerpo, éste. Y con el ejemplo extremo de Wintervale
antes que él, consideré prudente profundizar un poco más en la mente de
éste. Parecía estar en un fondo bastante simple. Antes de que fuera traído
aquí, había sido un estudiante en la ciudad capital de tu gran reino, un
buen chico que disfrutaba al ayudar a los clientes en la librería de su padre.
Subía a las Colinas Serpenteantes y navegaba frente a la costa… un cliché,
prácticamente, si no tomabas en cuenta su ascendencia Sihar.

Titus se dejó caer contra la pared del fondo de la celda de contención y se


deslizó al suelo.

—¿Eso te suena familiar? Era tan ordinario e incoloro que estaba convencido
de que no había necesidad de prestar una mayor atención. Y luego, hace
unas cuarenta y ocho horas me dije a mí mismo que tal vez cometí un error
en la ejecución de la Princesa Ariadne. Tal vez si no hubiera pedido su vida,
no habría hecho tal enemigo implacable de su hijo.

»Tales tipos de emociones violentas estallaron en éste. No es que las


emociones violentas no siempre corran a través de los pequeños peones. No
285
puedes concebir el tedio de tener que pasar por alto sus rabietas alternativas
y arranques de desesperación. Pero en este caso la agitación fue catastrófica.
Tenía que averiguar la razón que estaba obstaculizando mi dominio del
cuerpo.

»No fue fácil. Éste en realidad había pasado por cierto esfuerzo para
compartimentar sus recuerdos. No fue hasta hace horas que finalmente
rompí a través de ellos. Y qué secreto: una apasionada historia de amor con
nada menos que la Princesa Ariadne en sí. ¿Quién lo hubiera pensado?
Incluso me había preguntado sutilmente sobre la identidad de su padre, Su
Alteza, y lo que le había sucedido. Y pensar que creía que había visto algunas
travesuras con tu abuelo, cuando lo había tenido aquí todo el tiempo.
Realmente es una lástima no haberlo descubierto antes. Habrías negociado
a Fairfax por tu padre, ¿verdad?

¿Lo habría? pensó Titus salvajemente.

—Pero es demasiado tarde ahora. No tendrás a ninguno. Fairfax me dará


otro siglo de vida. Y tú, me va a dar un gran placer verte salir de las costas
de Atlantis como un hombre roto. No sólo será Fairfax a quien voy a
sacrificar por mi salud y longevidad; voy a utilizar una gran parte de ti
también. Veamos, requeriré de un ojo, sin duda un ojo. Tu brazo dominante,
ni que decir. Más allá de eso, dependerá de mi estado de ánimo. ¿Cómo te
gustaría ser conocido, como el Príncipe Eunuco?

Titus apenas pudo evitar envolver sus brazos alrededor de sus rodillas y
balancearse hacia adelante y atrás. ¿Dónde estaban Kashkari y la verdadera
Fairfax? ¿Cuándo iba a terminar esta pesadilla?

—De hecho, antes de incendiar a nuestra querida Fairfax, voy a usar mi


cuchilla contigo. No echarás de menos un dedo o dos, ¿verdad?

El Bane se paseó hacia adelante, con un cuchillo en la mano. Titus quiso


gritar, pero sólo pudo gemir. Entonces, de repente, se levantó de un salto y
las palabras se precipitaron de él como el agua de una presa colapsando.

—¿Puedes escucharme, padre? Mi madre me nombró por ti. Y nunca dejó


de buscarte. Siempre me pregunté por qué ella participó en el levantamiento
contra Atlantis. Ahora sé que fue por ti. Eso falló, pero antes de morir, me
pidió que le prometiera que haría todo lo posible para derrotar al Bane,
porque era la única manera de que yo alguna vez te viera.
286
La sonrisa en la cara del Bane se hizo cada vez más presumida, casi
radiante. Él agarró las manos aún atadas de Titus. Una cuchilla helada se
instaló contra el pulgar de Titus.

—¡Amaba la vid que le diste! —gritó Titus—. Ahora se eleva sobre una
pérgola en la terraza superior del castillo. Siempre podía encontrarla debajo
de ella, ¡era su lugar favorito!

El cuchillo se alzó.

—¿Hijo? —Llegó un susurro tentativo, sin una pizca de arrogancia del Bane.

El corazón de Titus casi salió de su pecho.

—¡Padre! ¡Por favor, ayúdame! ¡Por favor, ayúdanos a todos!

El Bane rio. Siseó y lanzó una carcajada.

—¿Te creíste eso? Oh, vaya por Dios. ¿En realidad creíste que un pobre
cabrón me podía vencer?

Las lágrimas corrían por el rostro de Titus. Era un niño de seis años otra
vez, observando las llamas subir alrededor de su madre, con nada más que
desesperación en su corazón.

—Por favor, padre. No lo dejes hacer esto.

El cuchillo se clavó en su carne.

—Ella te quería —susurró—. Ella te amó hasta el día en que murió.

El cuchillo se alejó. Él levantó la cabeza con incredulidad. ¿Había tenido


éxito esta vez, o el Bane estaba a punto de hacer otra jugada cruel?

No fue ninguna de las dos.

Frente a él, Fairfax se quejó. Poco a poco empujándose hasta una posición
sentada, con una mano aferrando su cabeza. Entonces ella miró a su
alrededor ante un entorno desconocido.

Su mirada se posó en el Bane.

Ella se estremeció.
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CAPÍTULO 22
Traducido por Simoriah y âmenoire (SOS)

Corregido por Mari NC

I olanthe y Kashkari emergieron del Crisol listos para atacar. Pero la


caverna, su aire todavía lleno de polvo, estaba en silencio; y oscura.

Se quedaron parados en su lugar durante varios minutos, escuchando.


Luego Iolanthe puso un círculo de sonido.

—No creo que haya nadie aquí.

El ardid había funcionado como se esperaba. El Bane creía que ahora tenía
tanto al Maestro del Dominio y a la maga elemental a quien había estado
buscando desesperadamente durante tanto tiempo.

—Pero todavía tenemos el mismo problema —respondió Kashkari, su voz


áspera pero firme—. Todavía no podemos subir la pared del acantilado.

Iolanthe hizo una mueca. ¿Habían volado? No tenían idea de qué tan lejos
se extendía el acantilado en cada dirección. Ciertamente más allá del
alcance de sus hechizos de vista lejana.

Dentro de su impotente silencio entraron clics agitados.

—¿Qué es eso? —preguntó ella.

—Lo siento —dijo Kashkari. El sonido se detuvo—. La última vez que todos
dejamos juntos el Crisol, Titus me dijo que tomara una pequeña roca del
prado, para mantener el libro “abierto”.

Kashkari se había convertido en el guardián del último recurso, ya que había


sido destinado a sobrevivirlos a todos. Desde la Cordillera Costera, él había
sido el que cargara al Crisol en su persona. Titus le había enseñado todas
las contraseñas y santos y señas del Crisol, e Iolanthe le había dado las
palabras para abrir la conexión entre su copia del Crisol y la que habían
288
dejado en el Dominio; en el poco probable evento que él abandonara el
Palacio del Comandante con vida y necesitara salir de Atlantis apurado.

—Estaba haciendo resonar los contenidos de mi bolsillo —continuó—, y la


piedra estaba golpeando contra las cuentas para rezar de Durga Devi.

Kashkari, como el príncipe, casi nunca estaba inquieto. Que él se viera


reducido a tales movimientos nerviosos le dijo todo lo que necesitaba saber
sobre su estado mental. Ella suspiró.

Al siguiente momento, ella lo tomó por el frente de la túnica.

—Sé cómo podemos conseguir un par de dragones… o al menos dónde


podemos intentar.

Iolanthe murmuró las palabras para manifestar el Crisol y tanteó el suelo


cubierto de escombros de la caverna hasta que tuvo el libro en la mano. A
continuación, hizo a Kashkari “cerrar” del libro. Luego lo llevó a visitar el
Oráculo de las Aguas Tranquilas.

La piscina del oráculo capturaba la imagen de aquellos que habían sido los
últimos en mirar en ella. Así era cómo Titus había evitado el Encantamiento
Irrepetible, capturado la imagen de ella y puesto su rostro a la Bella
Durmiente. Ella no había sabido si darle una rápida patada o besarlo hasta
dejarlo tonto; se preocuparía por eso después, si iba a haber un después.
Ahora se ocupó de levantar la tienda en el medio de la cueva; una vez que
la tienda hubo sido sellada, la luz del interior no podía ser vista desde el
exterior.

Con Kashkari haciendo guardia en la entrada de la cueva, ella se acurrucó


en la tienda, bajo un poquito de luz de mago, e hizo cambios a varias
historias en el Crisol. Cuando estuvo satisfecha con las modificaciones,
extinguió la luz, empacó la tienda y entró una vez más al Crisol, Kashkari a
su lado.

Ya que el Crisol había sido “reabierto”, el prado estaba en silencio y en paz,


sin cazadores de fortunas todavía aplastando el largo césped. Volaron hacia
el castillo de la Bella Durmiente.
289
—Llevo un cuaderno bidireccional que me permite comunicarme con Dalbert
—le dijo a Kashkari—. Si algo me sucede, tómalo. La contraseña es
“conservatorio”.

—No sería de mucho uso, ¿verdad?

—Podrías pensar de manera diferente si sobrevives… no nos preparemos


sólo para morir.

Ella no se aferraba a ninguna esperanza, pero mientras respirara, actuaría.

Atravesaron rápidamente el impenetrable brezo que rodeaba el castillo de la


Bella Durmiente y se detuvieron. Debajo, junto a la puerta del castillo,
yacían dos wyverns, durmiendo, los miembros posteriores encadenados.

Era posible sacar objetos del Crisol. De hecho, era necesario para mantener
el libro “abierto” e instantáneamente accesible. Pero hasta ahora, sólo
habían sacado artículos pequeños e inanimados: una joya que pertenecía a
Helgira o una roca de un prado frente al castillo de la Bella Durmiente.

Ahora iban por algo diferente.

—Lo he hecho tan fácil como es posible para nosotros —dijo Iolanthe—. Si
no podemos superar a esos wyverns, no merecemos montarlos.

Kashkari exhaló.

—Entonces, ¿qué esperamos?

—Finalmente nos encontramos de nuevo, Fairfax. Bienvenida a mi no tan


humilde hogar —dijo el Bane, todo gentileza y delicados modales.

La mujer que lucía exactamente igual a Fairfax lo observaba con odio.

—¿Estás bien? —gritó Titus—. ¿Estás herida?

Ella cerró los ojos por un breve lapso. Por supuesto que había sentido dolor;
el Bane la había torturado en su esfuerzo por despertarla. Pero ella se había
obligado a permanecer perfectamente en silencio y quieta para ganar más
tiempo, dejando de lado la farsa sólo para salvar a Titus de una segura
mutilación.
290
—Hmm, no pareces tan encantada por nuestra reunión —dijo el Bane—.
Supongo que no puedo culparte realmente, considerado lo que está a punto
de suceder.

Fairfax se estremeció pero no habló.

—Tanto como me encantaría que dijeras unas pocas palabras por propia
voluntad, te oiré pronto cuando comiences a gritar. Vamos, ¿entonces?

Titus tropezó; sin aviso, los domos de contención comenzaron a moverse.

—¿Estás bien? —exclamó de nuevo hacia Fairfax.

Ella hizo una mueca y se apoyó contra la pared del domo de contención.

—Éste no es el final —dijo él desesperadamente—. No todavía.

—No para ti —dijo el Bane—. Tú vivirás, con tantas partes faltantes como
sea posible tener y todavía seguir con vida.

Titus se sacudió. O quizás no había dejado de sacudirse desde que había


sido capturado la primera vez.

—Padre, ¿puedes oírme? Él ya mató a la mujer que amabas. Por favor no


permitas que hiera a la que amo. ¡Por favor!

—Oh, el amor joven. Qué conmovedor —dijo el Bane.

—Nos conocimos por una de las visiones de Madre. Ella había escrito que
yo vería una hazaña de tremenda magia elemental cuando despertara a las
dos y catorce una tarde. Así que hice que Dalbert me despertara
precisamente a esa hora cuando fuera que yo estuviera en el castillo. Hace
alrededor de siete meses, un día perfectamente claro y sin nubes, un rayo
apareció. Duró y duró hasta que la forma y brillo quedaron grabados en mis
retinas. Tomé mi peryton, me teleporté hacia donde había caído el rayo y así
fue como la vi por primera vez, la mitad de su cabello parado.

El Bane, caminando detrás de ellos, no demostró nada excepto educado


interés. Así que Titus continuó hablando, contándole a su padre todo sobre
todo su tiempo con Fairfax, los reveses, los dolores, los triunfos; todo
excepto que no era la verdadera Fairfax la que estaba en el domo de
contención que se deslizaba junto al suyo.
291
Corredores, rampas, escaleras. Él se habría maravillado ante cuán
perfectamente los domos de contención avanzaban sin esfuerzo; o ante los
innumerables, intrincados y extensos tallados en madera que alineabas su
camino. Pero lo único que capturó su atención fue el hecho de que no
encontraron a nadie en su continuo descenso.

No era sorprendente que el Bane tuviera una ruta privada a través de su


fortaleza; tanto la Ciudadela como el castillo estaban llenos de pasajes
secretos conocidos sólo por la familia y quizás algunos de los empleados
más antiguos. Pero esto significaba que sería casi imposible que Kashkari y
Fairfax los encontraran.

La voz de Titus se desvanecía.

—Olvidé decirte, ¿recuerdas la copia de La Poción Completa que me madre


pintarrajeó, el día que te conoció en la librería? Lo que escribió en los
márgenes llevó a que Fairfax derribara su primer rayo. Todos estamos
conectados en el destino, todos nosotros.

Ya no descendían, sino que estaban en el corredor derecho, lo


suficientemente estrecho para que Fairfax y él caminaran en una fila simple.
Una puerta se abrió hacia una enorme cámara.

Una enorme cámara con un enorme mosaico del torbellino de Atlantis en el


suelo; exactamente como Kashkari había descrito.

Habían llegado a la cripta.

En el extremo opuesto de la cripta, un elaborado sarcófago estaba ubicado


en un elevado estrado. Frente al estrado estaban dispuestas seis simples
plataformas elevadas en dos columnas. Cinco de las plataformas estaban
vacías. En la última yacía West, el estudiante de Eton que había sido
secuestrado porque él, al igual que el padre de Titus, tenía un gran parecido
con el Bane.

Las celdas de contención se detuvieron en el medio de la cripta.

—Sólo los dignos pueden avanzar más —dijo el Bane.


292
Con un movimiento rápido como un rayo, golpeó a Fairfax. Titus ni siquiera
tuvo tiempo de gritar antes de que el Bane se hubiera retirado. Fairfax, con
el rostro retorcido de dolor, se aferró el brazo derecho. El Bane levantó una
gruesa piqueta y, una expresión de deleite en el rostro, examinó la sangre
que había sido extraída.

—Sangre muy hermosa —dijo el Bane, mientras caminaba hacia el


sarcófago—. Espero que me diga que serás un sacrificio extremadamente
efectivo. Pero por supuesto sólo son formalidades; ambos sabemos cuán
poderosa eres, querida.

Pero por supuesto la sangre no revelaría nada de eso. Y tan pronto como
terminaran, el Bane descubriría la verdad.

—¿Estás seguro de que te quedan partes corporales que puedan ser usadas
para un sacrificio? —se burló Titus, incluso mientras sus palmas sudaban.

—¿Intentas hacerme perder tiempo, príncipe? No, la hora de hablar terminó.

Detrás del sarcófago, con sólo la cabeza y hombros visibles, el Bane se ocupó
con sus infernales procedimientos.

—¿Alguna vez sueñas con tus hijos? —Titus hizo el último esfuerzo—.
¿Alguna vez ves sus ensangrentados restos? ¿Qué hay de tu pequeña nieta?
¿Alguna vez la ves rogándote que ya no la lastimes más?

—Eso me recuerda, me dará gran placer arrancarte la lengua, Su Alteza —


dijo el Bane, para nada afectado—. Le haré un favor al mundo de los magos,
yo…

Su voz perdió intensidad. Levantó la cabeza y miró a Fairfax. Ella lo miró.


Él volvió la atención a su tarea, al parecer repitiendo el procedimiento una
vez más.

Una vez más, levantó la mirada.

Titus sintió su sangre convertirse en hielo.

El Bane sabía. Sabía que había sido engañado, que la que estaba de pie
frente a él no era la que él había movido cielo y tierra para encontrar.

Lentamente, fue hacia ellos.


293
—¡No permitas que lastimen a mi amiga! —exclamó Titus—. Padre, no se lo
permitas. ¡Ayúdanos!

El Bane se detuvo frente al domo de contención de Amara.

—¿Quién eres?

—Sólo soy una más de tus enemigos jurados —dijo Amara, poniéndose de
pie, la voz clara y orgullosa—. No hay fin para nosotros. Cada vez que uno
caiga, otro tomará su lugar. Tus días están contados, viejo vil. De hecho, no
vivirás para ver otro…

El Bane levantó la mano. Ella cayó.

—¡No! —gritó Titus—. ¡No!

La ligera distorsión en el aire que había marcado los contornos de los pies
de ella en su celda de contención desapareció. El Bane levantó la mano una
vez más, y la lanzó a seis metros contra una columna de apoyo.

—No —susurró Titus.

El Bane estaba frente a Titus.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Iolanthe Seabourne?

Titus se oyó reír, una risa suave y medio alocada.

—No lo sé. Puedes verter cualquier cantidad de suero de la verdad por mi


garganta, y obtendrás exactamente la misma respuesta. No sé dónde está.

Los ojos del Bane quemaron los de Titus.

—Entonces también morirás.

Con las túnicas negras y medios cascos que Iolanthe había tomado
prestados de los disfraces siendo preparados para el elegante baile de la
Bella Durmiente, Kashkari y ella eran apenas distinguibles —al menos en
la oscuridad— de cualquier otro par de jinetes wyvern de Atlantis. A media
hora de vuelo, ella vio, como él lo había soñado, un ligero haz de luz en la
distancia.
294
Ella apenas respiraba, y su corazón se sentía como si toda la sangre la
hubiera abandonado horas atrás. Pero hacía mucho había pasado la
necesidad de coraje: la desesperación era mucho mejor impulso.

Unos cuantos minutos después, Kashkari dijo:

—La luz viene desde la cúspide de la montaña. Desde adentro de la cúspide


de la montaña.

Estaba en lo correcto, la luz se derramaba desde la cúspide de un gran pico


en forma de cono. Iolanthe respiró profundo. Ahora por fin entendía la
descripción del Palacio del Comandante.

—Está dentro de la caldera.

—¿Alguna oportunidad de que puedas despertar al volcán?

Como su tío lo había hecho.

—Me gustaría que ese fuera el caso. Si hubiera magma en algún lugar
cercano lo habría sentido, no hay nada salvo roca solida debajo de éste. Lo
siento.

Kashkari sonrió.

—No era como si el Bane haría esto fácil para nosotros.

Wyverns rodaban por encima de la caldera, bastantes pocos en número, sin


embargo, de los que ella había estado esperando; incluso el Bane no podía
reemplazar los cientos de jinetes wyvern experimentados que había
masacrado en el Sahara con un rápido ondeo de su varita. Pero los basiliscos
colosos llevados por los enormes carros blindados eran tan sorprendentes e
intimidantes a la vista como la descripción sugería.

Muchas de las torres resguardadas destacaban de entre el círculo de picos


que rodeaban la caldera, el ala del antiguo volcán mismo. Soldados
patrullaban varias secciones de la saliente y, de tiempo en tiempo, wyverns
aterrizarían por unos cuantos momentos antes de elevarse en el aire de
nuevo.

—Vamos a bajar a los wyverns. Los jinetes wyvern parecen hacer eso
regularmente, no deberíamos atraer demasiada atención.
295
Aterrizaron en el oscuro vacío de una cresta cercana pero no en la parte
superior de la saliente, en la parte externa de la caldera, y llevaron a los
wyverns de vuelta al Crisol. El prado era otra vez un alboroto, con la Torre
del Cielo de nuevo en la orilla. Se fueron rápidamente, tomando una llave
de latón que alguien había dejado caer en la grama, para mantener el Crisol
“abierto.”

Detrás de Iolanthe, Kashkari cojeaba. Ella se dio la vuelta.

—¿Estás bien?

—Un poco más de tiempo y estaré como nuevo.

Ella pasó su brazo alrededor de su parte media; él no rechazó su ayuda. Se


quedaron en las sombras tanto como fue posible mientras escalaban hacia
el ala del volcán muerto, mirando constantemente a su alrededor.

El ascenso fue empinado, pero no particularmente traicionero; no había


piedras sueltas o pequeñas depresiones perfectas para torcer tobillos. De
hecho, cerca de la parte superior, la tierra se aplanaba notablemente.
Incluso con Kashkari apoyándose en ella, hicieron buen tiempo.

Cuando el terreno debajo de sus pies empezó a inclinarse en la otra


dirección, se agacharon junto a una gran roca, más para escudarse de la
torre resguardada más cercana que cualquier otra cosa, y miraron hacia el
reducto del Bane.

Era mucho más grande de lo que ella había anticipado. Incluso contra su
gran escenario natural, la fortaleza del palacio en su propia colina en el mero
centro de la caldera, dominaba por su completa agresividad. Había
imaginado que tendría cuatro esquinas como Bastión Negro, pero había algo
marítimo sobre la arquitectura del Palacio del Comandante. Sus paredes
parecían encontrarse en ángulos más agudos que noventa grados, sus
techos lucían como velas desplegadas y sus extremos tanto norte como sur
sobresalían como la proa de un barco.

Kashkari maldijo.

—Ningún wyvern aterriza en o cerca del palacio, si intentamos aproximarnos


de esa forma, inmediatamente seremos marcados como sospechosos. Las
alfombras serán una entrega segura. No podemos teleportarnos y no
296
podemos caminar a través del suelo de la caldera para pasar aquellos anillos
de defensa. ¿Cómo demonios entraremos ahí?

Iolanthe respiró profundamente. Su corazón latía fuertemente y sus manos


temblaban, pero era como si la cantidad de miedo y angustia que había
pasado a través de ella esta noche la hubiera anestesiado de alguna manera.

—Enteramos exactamente de la forma en que lo viste en tu sueño —contestó


con algo que casi era ecuanimidad—. ¿Te gustaría ser el primer piloto de la
Torre del Cielo?

Kashkari la miró fijamente, probablemente recordando su sueño profético.


Estaba en el aire de nuevo, sobre una gran terraza o plataforma que flotaba
hacia adelante.

—¿La Torre del Cielo? ¿Estaba parado sobre la Torre del Cielo?

—No lo sé —contestó Iolanthe—. Pero ahora lo estarás.

La última vez que habían entrado en el Crisol, alguna parte de su mente


había notado la silueta de la Torre del Cielo. Si fuera a pararse al frente del
puerto de mando, no vería la gran formación rocosa debajo, en la forma de
un pico puesto de cabeza, pero pensaría en ella sobre una plataforma
flotante.

Y eso era lo suficientemente bueno para ella.

La mandíbula de Kashkari se tensó.

—Bueno, vayamos a tomar el control de la Torre del Cielo.

Lo que por mucho era una tarea más fácil que cualquier otra, dado que
ahora la Hechicera de la Torre del Cielo y su segundo al mando lucían
exactamente igual que Iolanthe y Kashkari, respectivamente, después de las
modificaciones que Iolanthe había hecho a la ilustración que acompañaba
la historia, fijando sus propias semejanzas, capturadas en la piscina del
Oráculo, en los rostros de los personajes.

Poco tiempo después, estaban de pie sobre el puerto de mando de la Torre


del Cielo, su tripulación de merodeadores sedientos de sangre esperando
297
órdenes. Pero, ¿cómo sacabas una torre del tamaño de una montaña del
Crisol?

Por su timón, recomendó Kashkari. El manejo del timón por lo general no


era tarea del segundo al mando, pero nadie le iba a negar utilizarlo, sobre
todo cuando la dueña misma de la Torre del Cielo lo acompañaba, con su
mano en el brazo de él.

—Y vivieron felices para siempre —dijo ella.

El cielo nocturno en el Crisol fue reemplazado por el mucho más brillante


cielo nocturno por encima del Palacio del Comandante, que lucía bastante
menos impresionante cuando se veía desde el punto elevado de la Torre del
Cielo.

Habían tenido éxito, habían sacado toda la Torre del Cielo.

La repentina aparición de este coloso sorprendió a los Atlantes. Los jinetes


wyvern miraron boquiabiertos desde sus monturas; dos carros blindados
casi se estrellaron contra la Torre del Cielo y gritos de alarma y
consternación hicieron eco desde abajo, desde las torres resguardadas y los
anillos de defensa.

Kashkari convocó su alfombra. Había colocado al Crisol cuidadosamente en


la parte superior de una alfombra de batalla, así podrían recuperarlo
inmediatamente; cualquier cosa sacada del libro se desvanecería si se
alejaba un poco más que una corta distancia del libro.

Iolanthe atrapó tanto la alfombra como el libro.

—¿Dónde está el timonel? —preguntó Kashkari—. Puede…

Él gritó y cayó contra el timón. La Torre del Cielo embistió directamente


contra un costado de la caldera. La estructura entera se estremeció. La
tripulación gritó. Iolanthe se agarró a la barandilla.

Kashkari gritó. La Torre del Cielo derrapó hacia estribor, su enorme base
ahora raspando y marcando la pendiente en el interior de la caldera.

Ella lo quitó del timón.

—¿Qué pasa? ¿Qué está pasando?


298
Se inclinó, sus dedos clavándose en su antebrazo.

—Dolor. En todos lados.

Ella jadeó.

—Todavía estás conectado a Titus a través de un pacto de sangre, ¿cierto?


Estás sintiendo su dolor. El Bane, el…

Si el Bane estaba torturando a Titus, entonces él ya sabía que Amara no era


la maga elemental que quería. ¿Qué le había ocurrido a ella?

Ella tomó el timonel que normalmente estaba a cargo de la navegación de la


Torre del Cielo.

—¿Ve esa construcción de ahí abajo? Aplánalo. Plano. Quiero ver


profundamente en sus entrañas.

El dolor retorció a Titus. Sus órganos internos fueron revueltos sobre carbón
ardiendo, sus tendones destruidos.

—Pequeño mocoso entrometido —gruñó el Bane—. ¿Crees que me puedes


impedir que obtenga lo que yo quiero? Siempre obtengo lo que quiero.

Titus no podía hablar. Ni siquiera podía gritar. El dolor se volvía más y más
fuerte. Estaba ciego con agonía.

Apenas sintió el temblor en el suelo debajo de él. El sonido, como enormes


piedras moliéndose juntas, solo lo registró vagamente. Pero al segundo
siguiente su dolor se detuvo. Se dejó caer al suelo de la celda de contención,
jadeando.

El Bane se quedó de pie escuchando. Titus no podía escuchar nada, estaban


demasiado lejos en el centro de la colina en la cual se levantaba el Palacio
del Comandante. Lo que hizo que el ruido de hace un momento fuera aún
más notable. ¿Qué había sucedido?

—¿Iolanthe Seabourne está detrás de esto? —exigió el Bane.

—No lo sé. —Pero desde luego, no creía que esto fuera más allá de ella. ¿Qué
había hecho? ¿Causado un terremoto real?
299
El palacio entero se sacudió, una y otra vez, como si sus niveles estuvieran
siendo cortados por uno por uno. Las sacudidas fueron directamente al
estómago de Titus. Apretó los dientes contra las repetidas oleadas de
náuseas. Hubo otro golpe. El techo de la cripta se agrietó. Piedra y yeso
cayeron; decenas de tallas de madera cayeron estrepitosamente hacia el
suelo.

Los sonidos cambiaron, de aquellos del brutal impacto a algo casi como el
rasguño de una aguja, si la aguja fuera de la longitud de una calle. Titus
respiró profundamente. La Torre del Cielo. Su gran formación rocosa tenía
un extremo romo, pero uno de los secretos de la Torre del Cielo era que
podría extrudir un gran pico desde ese extremo romo. Y el timonel que
piloteaba la Torre del Cielo se decía que era un artista con ese pico y podría
tallar su nombre en un trozo de piedra no más grande que el asiento de una
silla.

Tenía que ser Fairfax. Había encontrado una manera, como siempre lo
hacía. Él estaba de pie, con su rostro presionado contra la pared de la celda
de contención, sus puños golpeando. Vamos, Fairfax. ¡Vamos!

Algo que parecía el aguijón de una avispa, si la avispa fuera del tamaño de
un monstruo fantasmal, atravesó el techo cerca de la pared sur de la cripta.
Él se quedó sin aliento. Detrás del techo desgarrado estaba el mismo cielo,
Fairfax y Kashkari habían logrado arrasar con el Palacio del Comandante.

En esa banda dentada del duramente iluminado cielo nocturno, las fuerzas
Atlantes estaban maniobrando con locura. Titus trató de recordar lo que
podía sobre la tripulación de la Torre del Cielo. ¿Tenían el suficiente poder
mago para mantenerse contra el batallón wyvern, los carros blindados
traídos por los basiliscos colosales y todos los demás soldados y máquinas
de guerra que el Bane tenía a su disposición?

Él miró hacia el Bane, esperando ver el rostro de este último retorcido con
rabia. En cambio, el Bane estaba sonriendo. Las esperanzas nacientes de
Titus se convirtieron en cenizas. ¿Por qué estaba encantado el Bane?
¿Cuáles eran sus planes?

Violentamente miró a su alrededor. Entonces lo vio, la base redonda y


transparente de la otra celda de contención, deslizándose hacia la abertura
en el techo. En ese momento exacto que Kashkari y Fairfax se apresuraron
300
a subirse en sus alfombras. Antes que Titus pudiera gritar en advertencia,
pasaron directamente sobre la base de la celda.

Al instante las paredes de la celda se cerraron sobre ellos.


301

CAPÍTULO 23
Traducido por âmenoire (SOS)

Corregido por Mari NC

M ientras las alfombras de Fairfax y Kashkari golpeaban contra la


barrera invisible, ellos gritaron y cayeron formando una pila.

—¡No! ¡No! —gritó Titus.

No podía ser. No habían demolido el Palacio del Comandante para ser


atrapados como ratas en una trampa.

El Bane se rio.

—Por qué, gracias, mi querida Fairfax, por tomarte la molestia de entregarte


a mí por ti misma.

Titus cayó hacia atrás contra la pared más lejana de su propio domo de
contención, sus manos sobre su rostro. Esto no. No este amargo final sin
sentido. No después de todo por lo que habían pasado, todos los sacrificios
que habían sido hechos y todas las vidas que se habían perdido
irrevocablemente.

Dentro de la otra celda de contención, Fairfax se estaba levantando.

—¿Estás bien, Kashkari?

Kashkari fue más lento en ponerse de pie.

—Estoy bien —dijo, haciendo una mueca.

La mirada de Fairfax aterrizó sobre Titus. Ella levantó su mano y la apoyó


contra la pared de su celda.

—Su Alteza.
302
Titus solo pudo sacudir su cabeza, tratando de no derrumbarse y sollozar
abiertamente.

—¿Dónde está Durga Devi? —preguntó ella.

Desde su posición, el pilar contra el que el Bane había lanzado a Amara


bloqueaba la línea de visión hacia donde ahora yacía ella.

—Está aquí.

—¿Está…?

—No lo sé.

Su celda de contención se deslizó por el suelo hacia el Bane. Kashkari dio


un grito cuando rodearon el pilar y vio la forma desplomada de Amara. La
garganta de Fairfax se movió ante la vista de su propio rostro en ese cuerpo
demasiado quieto.

El estruendo de la batalla afuera se elevaba hasta un volumen ensordecedor,


los defensores del Palacio del Comandante se arrojaban sobre los
merodeadores de la Torre del Cielo. Pero Titus apenas escuchaba algo, su
atención fija en Fairfax. Había una mancha de tierra en su rostro y trozos
de polvo de roca en su cabello y le recordó el día en que se conocieron, hacía
siete meses y una eternidad.

La celda se detuvo a unos dos metros del Bane. Al fin ella miró hacia el
monstruo mismo. No parecía asustada, solo agotada más allá de las
palabras.

—Mi querida, querida Fairfax —murmuró el Bane.

—Mi señor Alto Comandante —contestó Fairfax, en su baja y rica voz


ligeramente grave—. ¿O es Palaemon Zephyrus? No, lo olvidé. Tu nombre
real es Pyrrhos Plouton, viejo desagradable.

El buen humor del Bane aparentemente no podía ser aminorado por unas
cuantas palabras hirientes.

—A punto de ser incluso más desagradable, incluso más viejo, gracias a ti.

—No me tendrás —dijo llanamente—. Tampoco ésta celda me contendrá.


303
—Esta celda está construida para ser lo suficientemente fuerte para mí.

—Eso pensé —dijo ella—. Párate detrás de mí, por favor, Kashkari.

Un rayo de luz dejó sus manos y golpeó la pared de la celda de contención,


que se iluminó y crujió. La expresión del Bane cambió. Había construido la
celda para ser los suficientemente fuerte para él, pero él no era capaz de
convocar rayos.

Repentinamente Titus sintió la varita del Bane en su sien.

—Detente o el chico se muere —gruñó el Bane.

—¡Sigue! —gritó Titus—. No importa si muero. ¡Termina con él!

Fairfax vaciló.

—No pienses. ¡Haz lo que digo! —gritó más fuerte, incluso mientras su voz
se volvía más ronca—. ¡Libérate!

Un dolor como el hielo lo golpeó en el estómago. Cayó hacia abajo. El hielo


se volvió fuego, quemando todas sus terminaciones nerviosas.

—Sé una buena chica —dijo la voz melosa del Bane—, y él ya no sufrirá
más.

—No… —La posibilidad de que ella pudiera escuchar al Bane aterrorizó a


Titus—. No…

La mandíbula de ella se movió. Una agonía como tener su columna siendo


arrancada lo atravesó. Convulsionó, pero mantuvo sus ojos en ella,
instándola a mantenerse firme. Sus manos temblaban. Toda ella temblaba.

El Bane levantó su varita. Titus se preparó para lo peor. El Bane medio bajó
su varita, la levantó de nuevo y la deslizó hacia un lado. Titus parpadeó, tan
confundido y sorprendido que solo notó ligeramente que ya no tenía dolor.

El Bane ondeó su varita como si fuera el maestro de una orquesta. Una


mueca torció sus labios, una expresión de completo desdén. Mientras Titus
observaba, ese desdén se volvió consternación. Luego, completo enojo.

Al segundo siguiente las paredes de las celdas de contención habían


desaparecido. El Bane se arrodilló y levantó a Titus.
304
—Salgan de esa base —le dijo a Fairfax y Kashkari, ambos perplejos—. No
puedo mantenerlo alejado por mucho tiempo.

No, no era el Bane. Era el padre de Titus y Titus estaba mirando en los
amables y hermosos ojos que su madre había amado.

—Padre. ¡Padre!

—Luces justo como tu madre —dijo su padre, abrazándolo fuertemente—.


Luces justo como Ariadne.

Besó a Titus en la frente.

—Alguien atúrdame en este momento y ponga un hechizo escudo alrededor


de mí. El Bane no puede utilizarme si estoy inconsciente.

Fairfax y Kashkari levantaron sus varitas. Pero fue Kashkari quien completó
la petición del padre de Titus, Fairfax levantó un pedazo de piedra y lo envió
volando hacia…

West, quien estaba sentado en su plataforma. De inmediato volcó y cayó


hacia el suelo.

—¡Bien pensado! —gritó Kashkari.

Con el padre de Titus inconsciente, el Bane se hubiera volcado hacia West.


Pero ahora, con su último repuesto fuera de funcionamiento… Fairfax,
Kashkari y Titus se miraron entre ellos: frente a un camino claro hacia el
sarcófago del Bane, estaban confundidos sobre qué hacer.

Una pared de llamas gruñó en su dirección.

Al cuerpo original del Bane podrían no quedarle dedos para agarrar una
varita o incluso una lengua para decir las palabras de un encantamiento,
pero su mente estaba perfectamente funcional. Y la mente era todo lo que
se necesitaba para alimentar las proezas de la magia elemental.

Mientras Kashkari y Titus gritaron por escudos, Iolanthe levantó sus manos
y contraatacó el fuego.

—Mantengan un ojo en West y tu padre —gritó—. Manténganlos a salvo.


305
La había asombrado escuchar a Titus llamar al cuerpo actual del Bane
“padre.” Pero todo tenía sentido. Ahora si solo pudiera vencer al Bane y salir
de aquí.

Ella levantó una de las plataformas de roca y la envió a estrellarse contra el


sarcófago y luego otra… la mejor manera de mantener a todos a salvo era
mantener al Bane ocupado defendiendo su cuerpo original. Ella avanzó. El
fuego que había convocado lo mantenía barriendo hacía él.

—¿Disfruta estar siendo tostado, mi Alto Comandante?

La tercera plataforma que estrelló contra el sarcófago fracturó la tapa. Con


un ondeo de su mano, las mitades separadas de la tapa salieron volando.

—¡El techo! —gritó Kashkari.

Grietas en forma de zigzag atravesaron el techo. Enormes losas de piedra


cayeron. Iolanthe redirigió el tonelaje de los residuos hacia una pared en el
fondo de la cripta. En el momento siguiente, la mitad de todo lo que acababa
de alejar, regresó rápidamente, dirigiéndose hacia Titus. Con un grito ella
impulsó a las losas fuera de su curso.

Titus gritó. Ella gritó también, temerosa de que él hubiera sido herido, solo
para ver que, con todos sus esfuerzos concentrados en mantenerlo a salvo,
el Bane había logrado lanzar una loza sobre el padre de Titus.

Con un corazón hundido ella levantó la loza. Más fuego salió, una
conflagración que engulló a toda la cripta. Ella llevó el fuego a retroceder
hacia arriba, de manera que aquellos que yacían en el suelo —Amara, West
y el padre de Titus— estarían a salvo de las llamas.

—¡Debemos seguir avanzando! —dijo Titus.

—Mientras más tiempo nos detenga, más probable es que los magos de la
Torre del Cielo sean superados y será rescatado —dijo Kashkari casi al
mismo tiempo.

Iolanthe apretó sus dientes y golpeó un carril a través del fuego. Titus y
Kashkari caminaron a cada lado de ella, aplicando sus escudos. Las piezas
de decoración se habían prendido en llamas y estaban humeando
copiosamente. El aire brillaba con el calor de las llamas. El sarcófago del
Bane parecía torcerse y retorcerse.
306
Más fuego. Más rocas voladoras. A pesar de los escudos, ella sentía la piel
de sus mejillas ampollarse, un dolor escaldado. Gruñendo por el esfuerzo,
volvió a levantar las llamas unos cuantos centímetros más alto, sin querer
que los que estaban en el suelo sufrieran.

Tres metros. Un metro y medio. Un metro. Saltaron dentro de la tarima y se


pararon sobre el sarcófago ahora sin tapa. Pero todo lo que Iolanthe podía
ver del interior era una niebla lechosa.

Kashkari pinchó la punta de su varita contra la niebla. La varita fue detenida


por un escudo invisible. Titus ya estaba tratando con diversos
encantamientos.

—¿Debería destrozar el resto del sarcófago? —preguntó Iolanthe.

—Puedes —dijo Kashkari—. Pero dudo que ayudará. Creo que el sarcófago
solo es decoración, este escudo interno es lo que verdaderamente lo protege.

Pero, ¿cómo romperían a través de este escudo, que el Bane debía haber
pasado décadas, si no es que siglos, perfeccionando?

Y tenían que hacerlo pronto. Afuera el rugido de los wyverns era


ensordecedor. El hedor de los basiliscos colosales ya había llegado a su
nariz. Y la tripulación de la Torre del Cielo estaba llamándola.

—¡Tenemos que salir de aquí, Capitán!

—¡Capitán, no podremos mantenerlos a raya durante mucho más tiempo!

¿Habían llegado tan lejos para ser frustrados por un escudo?

Titus y Kashkari susurraban ferozmente, intentando hechizo tras hechizo.


Ella y el invisible Bane luchaban entre sí a través de su dominio de los
elementos, encerrados en un punto muerto. El sudor resbalaba por el rostro
de ella, un dolor indescriptible donde rodaba más allá de las ampollas en
sus mejillas. Los gritos de los Atlantes en el exterior se estaban volviendo
más agresivos, más triunfantes. Pronto los carros blindados atravesarán y
sería demasiado tarde.

Por el rabillo de su ojo vio a West arrastrándose por el suelo lleno de


escombros de la cripta. Su corazón casi saltó de su caja torácica: el Bane
había vuelto a tomar el mando del cuerpo de West. Pero cuando él levantó
307
su rostro y se encontró con su mirada, no había malicia en sus ojos,
únicamente una gran determinación, solo era West, que había recuperado
la conciencia.

Él se acercó, arrastrando una pierna lesionada detrás de él, yendo hacia el


padre de Titus. Cuando llegó a él, levantó una de las manos del hombre y
señaló hacia el sarcófago. Por supuesto. El cuerpo original del Bane
necesitaba ser cuidado, y ¿quién mejor para manejar la tarea que su cuerpo
actual? No había ningún hechizo o encantamiento en el que Titus y Kashkari
pudieran pensar que rescindir el escudo, salvo el toque de su cuerpo actual.

—Háganse a un lado —les ordenó a Titus y Kashkari.

Ella apuntó un rayo de luz directamente hacia el escudo, luego otro y otro
más, no para dañar el escudo, sino para mantener al Bane preocupado y
nervioso, enfocado solo en lo que hacía Iolanthe. Y mientras hacía eso,
pinchó a Titus en un costado y señaló hacia West con una inclinación de su
cabeza.

Titus, después de un momento inicial de temor similar, entendió. Saltó fuera


de la tarima y trajo a su padre inconsciente el resto del camino hasta el
sarcófago. Con la ayuda de Kashkari, lo levantaron lo suficientemente alto
como para colocar su mano sobre el escudo.

La niebla lechosa se aclaró.

Iolanthe sabía que el cuerpo original del Bane tenía que estar
completamente mutilado. Aun así, sintió arcadas. No sabía cómo alguien
podía estar tan destruido y seguir estando vivo. El cuerpo no tenía nada
debajo de la cintura. Ambos brazos ya no estaban. Orejas, nariz, labios,
dientes, no quedaba ninguno. Solo un ojo la miraba, con odio, miedo y una
codicia que era cien veces más vil que cualquier desfiguración.

Titus y Kashkari, también, miraban fijamente, estupefactos y repelidos.

—Vamos. ¡Sácalo de su miseria! —gritó West.

Ella miró hacia Titus, él lucía tan paralizado como ella se sentía.

—¿Qué hay de ti, Kashkari? —rogó West.


308
Un músculo cerca de la mandíbula de Kashkari, saltó. Él levanto su varita
y la apuntó hacia el Bane. Tal como sucedió con el ogro en el Crisol, la
cabeza del Bane se desconectó de su cuerpo con un audible pop y un chorro
de sangre que envió a los tres a moverse rápidamente hacia atrás.

Esperaron por un momento. Durante tanto tiempo cada paso del Bane había
hecho que todo el mundo mágico se estremeciera. Iolanthe medio esperaba
que el piso de la caldera colapsara en una catastrófica convulsión y los
enterrara debajo de millones de toneladas de roca volcánica. Pero excepto
por el chorro de sangre, la muerte del Bane fue tan ordinaria como la de
cualquier otro.

Kashkari se dejó caer de rodillas y tuvo arcadas. Ella se apresuró hacia él y


sacó un remedio de su bolso. Una vez que él hubo tragado el remedio, ella
envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y levantó su contenedor de
agua hacia sus labios.

A sesenta centímetros de ellos, Titus se arrodilló junto a su padre, sostenido


la muñeca de él en su mano con una expresión sombría. Luego cerró sus
ojos por un momento, besó a su padre en la frente y se bajó de la tarima.

Kashkari también se puso de pie. La mayoría del fuego elemental se había


aclarado, pero muchas de las piezas decorativas de madera todavía estaban
ardiendo. A través de la neblina del humo atravesó la extensión de
escombros de la cripta, sus pies golpeando en el mosaico del gran torbellino
de Atlantis. Ante su acercamiento, Titus, que ya estaba junto a Amara,
levantó la mirada y sacudió su cabeza.

Iolanthe cubrió sus ojos. El sueño profético de Kashkari se había vuelto


realidad, hasta su más mínimo detalle.

Una mano la sacudió por el hombro.

—Tenemos que irnos. Ahora.

Titus. Se abrazaron brevemente, luego se ocuparon subiendo a todos en las


alfombras, Amara con Kashkari, el padre de Titus con él y West con Iolanthe.

Las ruinas del Palacio del Comandante ardieron. La escena arriba era el
caos más grande que cualquiera que hubiera visto en el prado del castillo
309
de la Bella Durmiente: wyverns chillando, carros blindados que huían,
espadas y mazos desde la Torre del Cielo giraban hacia la fortaleza, un
tornado de armamento.

Se dirigieron hacia arriba a la cubierta de comando, pusieron sus manos en


el Crisol, con la otra mano de Iolanthe alrededor del timón de la Torre del
Cielo y recitó la contraseña. Mientras llegaban dentro de Crisol, se dio
cuenta de que el caos dentro del prado no era tan diferente, después de todo.
Pero dado que ellos controlaban la Torre del Cielo, estaban por encima de la
mayoría del pandemonio, lo que hizo más fácil que despegaran sobre sus
alfombras en dirección a Bastión Negro.

La alfombra de ella había sido subordinada a la de Kashkari, lo que le


permitió dar un vistazo a la pierna de West. Algo definitivamente se había
fracturado, pero no podía ayudarlo más allá de una dosis completa de
remedio contra el dolor.

—Tan pronto como estemos seguros, buscaremos a un doctor para ti.

Pero, ¿estarían a salvo en el otro lado? La copia del Crisol del monasterio
muy seguramente había caído en las manos de los Atlantes. ¿Estaba en la
Inquisición, o peor, en Lucidias?

Sacó el cuaderno bidireccional que Dalbert le había dado y escribió: El Bane


muerto. El príncipe vivo. En el Crisol, dirigiéndonos hacia la copia del
monasterio.

El Bane muerto. El príncipe vivo.

Era todo lo que ella quería. Sin embargo, una negra ansiedad corroía el
borde de su corazón. El sueño profético de Kashkari se había hecho realidad.
¿Qué pasaba con la visión de la princesa Ariadne sobre la muerte de su hijo?

Ella miró hacia Titus. Que justamente estaba mirando en su dirección.


Estaba demasiado oscuro para ver claramente sus rasgos, aun así, sintió la
misma ansiedad emanando de él.

Que esté a salvo. Déjanos sobrevivir esta noche.

Ella encontró algo de poción para quemaduras, le dio la mitad a West y


aplicó el resto a sus propias ampollas.
310
—Eso fue bastante impresionante, por cierto —dijo West—. Rayos de luz,
ahora lo he visto todo.

—¿Cómo estás? ¿No demasiado sacudido, espero?

—Completamente sacudido. Pero estamos a salvo ahora, ¿cierto?

Si solo ella pudiera contestar esa pregunta con alguna confianza.

—Difícil decirlo. El Crisol por sí mismo es peligroso, incluso sí… —Miró hacia
atrás y maldijo—. ¡Estamos siendo perseguidos!

Kashkari hizo eco de su imprecación.

—Están remolcando aceleradores de hechizos.

—¿Lo están? —La pregunta de Titus fue aguda.

Y su voz inestable.

—¿Tu madre mencionó aceleradores de hechizos en su visión? —Su voz


también se había elevado una octava.

Él solo dijo:

—Dame tu varita.

Dum spiro, spero.

¿Qué sucedía con la esperanza, cuando ya no hay más aliento?

Le pasó la varita y agarró su mano.

—Todo estará bien.

—Te amo —dijo él—. Y siempre serás la chica más aterradora que he
conocido.

Un nudo se alojó en su garganta.

—Cállate y pelea.

Varios kilómetros detrás de ellos, tres redes capucha estaban siendo


preparadas. Titus lanzó sus hechizos, uno tras otro; Kashkari hizo lo mismo.
311
Después de un minuto o dos de este rápido ataque, Kashkari dirigió todas
las alfombras hacia arriba y hacia la derecha.

West gritó, sus dedos agarrándose fuerte al borde de la alfombra.

—Kashkari tiene que mantener las alfombras estables cuando él y Titus


apunten, pero tiene que cambiar de dirección para evitar ser alcanzado por
los hechizos de nuestros perseguidores —explicó Iolanthe, jadeando con
alivio porque no hubieran sido alcanzados. Al menos no en esta ronda.

La respuesta de West, después de una pausa fue:

—El príncipe te llamó la chica más aterradora que ha conocido. ¿Eres una
chica?

El Colegio Eton parecía pertenecer a las reservas de niebla de la historia,


pero había sido hace pocos días que West, Kashkari, y Iolanthe se reunían
con regularidad para la práctica de críquet. Por supuesto West tenía todas
las razones para seguir pensando en ella como un chico.

Ella ondeó una mano.

—Eso no es importante en este momento.

Habían cubierto aproximadamente un tercio de la distancia hacia Bastión


Negro. Eso era importante. También era importante que justos Titus y
Kashkari habían aturdido a varios de sus perseguidores.

Ella limpió una mano a través de su frente. Estaba transpirando y no solo


de los nervios, la noche, bastante fría antes, se había vuelto extrañamente
caliente. El clima dentro del Crisol siempre había reflejado al exterior. ¿Por
qué repentinamente se había vuelto caliente en Atlantis?

La Torre del Cielo había estado directamente sobre el Palacio del


Comandante cuando entraron de vuelta al Crisol. Lo que significaba que el
Crisol habría sido dejado caer justo en el infierno.

—Titus, ¿el Crisol puede incendiarse?

—Con el tiempo, sí.

—Puede que estemos dentro de los restos del Palacio del Comandante.
312
—O podemos haber sido incendiados deliberadamente —dijo gravemente—,
para terminar con nosotros.

Ni importaba lo que hubiera sucedido, el resultado era el mismo. Estaban


en un asado a la parrilla.

Chispas saltaban en el prado abajo. El humo ya estaba elevándose. El aire


que corría por su rostro estaba tan caliente que bien podría haber metido la
cabeza en un horno. Titus y Kashkari, sin embargo, parecían no prestar
atención a estos acontecimientos, su concentración únicamente estaba en
su lanzamiento de hechizos.

El prado estalló en llamas. Los bosques lejanos también estaban


incendiándose, sus ramas ardientes crepitando. El humo oscurecía el cielo,
amortiguando los chillidos de los wyverns en la distancia.

¿Qué le había dicho Titus hace mucho tiempo acerca de la visión de su


muerte? Mi madre vio una escena nocturna. Había humo y fuego, una
cantidad asombrosa de fuego, de acuerdo con ella, y dragones.

Todas las condiciones habían sido cumplidas.

—Sí. ¡Eso es todo de ellos! —gritó Kashkari.

Ella se quedó viendo fijamente. Le tomó un momento entender que estaba


hablando sobre sus perseguidores. Mientras ella había estado preocupada
con el fuego y el destino, Titus y Kashkari habían aturdido a cada uno de
los jinetes wyvern en su estela.

Y ahí, por delante, estaba la silueta de Bastión Negro a través del humo que
fluía, mucho más cerca de lo que había pensado que estaría. La esperanza
de disparó a través de ella, un brote de felicidad. El futuro al que había
renunciado ahora estaba de vuelta a su alcance, lleno de risas y promesas.

Se volvió hacia su amado. Por primera vez desde la caída del Bane, quería
celebrar. Él también la miraba, con asombro en sus ojos. Habían hecho lo
que tenían que hacer y habían sobrevivido. Ahora ellos tendrían todo el
tiempo del mundo para ser jóvenes y frívolos. Jugarían; se sentarían
alrededor; pasarían días enteros sin hacer nada útil y sin prepararse para
cualquier gran tarea horrible.
313
Él sonrió, él que tan pocas veces tenía razones para sonreír. Ella sonrió de
oreja a oreja. Oh, cuán encantador era estar vivos, y juntos.

Él se inclinó hacia ella, su mano extendida. Un instante después se puso


rígido, su expresión una de dolor y sorpresa. Más allá de él, a la luz del
fuego, el rostro de Kashkari se llenó de horror. Los hechizos que habían sido
invocados a la distancia tomaban un tiempo para alcanzar a sus objetivos.
Y en su júbilo, Kashkari había olvidado desviarse una última vez.

Titus cayó.
314

CAPÍTULO 24
Traducido por Shilo y LizC

Corregido por Mari NC

—¡N o! —gritó West—. ¡No!

Iolanthe conjuró una feroz corriente ascendente. Moriré por caída libre, le
había dicho Titus una vez. Por lo que se había preparado. Él no iba a morir
por caída libre, no mientras ella estuviera con él, no mientras ella fuera la
gran maga elemental de su tiempo.

—West, prepárate. —Con un hechizo de levitación transfirió a un West que


se revolcaba al espacio vacío dejado en la alfombra de Titus—. Kashkari,
desconecta mi alfombra.

—¡Hecho! —dijo Kashkari.

Se acercó donde Titus planeaba suspendido en el aire, mantenido en alto


por su corriente, y lo colocó en su alfombra.

—¡Revivisce omnino! ¡Revivisce omnino!

No mostró ninguna reacción; su rostro todavía mantenía esa expresión de


dolorosa sorpresa. Agarró su muñeca: sin pulso. Colocó su oído en su pecho:
sin latido.

No podía creerlo. No podía aceptarlo. De seguro solo había sido aturdido, no


matado.

—¡No te atrevas a morir! ¡No ahora! ¡No te atrevas, Titus!

Kashkari, ahora flotando junto a ella, trató hechizos propios. Nada, nada de
nada.

La sangre palpitaba en sus oídos. Debían hacer algo y debían hacerlo rápido.
El Crisol no mantenía a los muertos. Titus sería expulsado del Crisol si no
pensaban en algo.
315
¿Pero qué? ¿Qué?

Agarró el brazo de Kashkari.

—¿Cómo matan los hechizos de distancia? ¿Cómo?

—Deteniendo instantáneamente el corazón. Pero no puedo pensar en


hechizos que harían que el corazón vuelva a latir.

Tampoco ella conocía de tales hechizos. La desesperación la tragó.


Violentamente sacudió a Titus por los hombros.

—¡Vamos! ¡Vamos!

—¿Puedo… puedo ofrecer una sugerencia? —dijo West.

Su alfombra, todavía subordinada a la de Kashkari, lo había hecho


descender. Ella lo miró fijamente. ¿Qué ideas posiblemente podría tener él
que sirvieran de algo?

West tragó.

—Mi padre es profesor de biología en el colegio de King y hace experimentos


del efecto de la electricidad en la estimulación muscular. Puedes controlar
la electricidad. ¿Puedes tratar y ver si eso haría que su músculo cardíaco se
contraiga?

Iolanthe lo miró fijamente por un momento. ¿Qué clase de absoluta tontería


era esa? Pero más allá de esa fracción de segundo, no dudó.

Reunió un rayo globular en sus manos y dirigió la esfera de electricidad al


pecho de Titus. Una. Dos. Tres veces.

Su túnica humeó. Alejó el humo y apagó las chispas. Kashkari ya tenía su


mano en la muñeca de Titus, sus cejas fruncidas en concentración.

—¡Hay un pulso! —gritó—. La Fortuna me proteja. ¡Hay un pulso!

Ahora era a Kashkari a quien Iolanthe miraba fijamente con incredulidad.


¿Cómo era posible? ¿Cómo era eso del todo posible?

—No te sientes ahí —ordenó Kashkari—. ¡Dale algo de aire, maldita sea!
316
Claro. Claro. Abrió la mandíbula de Titus y forzó una corriente por su
tráquea. Él tosió y se sentó a medias, una mirada de completa confusión en
su rostro.

Las lágrimas llenaban sus ojos. Lo besó intensamente, pero muy, muy
brevemente.

—Vamos. ¡Vamos!

El mundo entero dentro del Crisol se estaba quemando. Volaron a través de


humo y fuego, con Fairfax manteniendo lo peor de ambos a raya.

Cuando llegaron a Bastión Negro, sus ocupantes estaban corriendo en un


frenesí y casi no tuvieron problemas entrando al portal. También se las
arreglaron para dejar Bastión Negro en la copia del Crisol del monasterio sin
mucho alboroto.

Estaba la desagradable pregunta de dónde se encontrarían cuando salieran


del Crisol, y Titus se tenía que preparar para eso. Pero simplemente no podía
salir de su completo asombro de estar vivo.

A cada minuto se volvería a Fairfax y preguntaría:

—¿Estás segura de que estoy en esta tierra todavía? ¿Estás segura de que
esto no es el Más Allá?

Ella simplemente sonreiría y lo besaría de nuevo. Aunque alrededor de la


quinceava vez que preguntó, respondió:

—Pensaría que todos estaríamos más limpios en el Más Allá.

Era verdad que todos estaban en un estado de espantosa suciedad; el hollín


de su rostro tenía huellas de donde sus lágrimas habían corrido. Peor, tenía
un corte en un brazo y otro en el costado, y ni siquiera podía decirle lo que
había pasado, o cuándo.

Él se volvió a West, probablemente por la quinceava vez también, y dijo:

—Si alguna vez hay algo que la Casa de Elberon puede hacer por ti, házmelo
saber.
317
West tartamudeó un poco, antes de aclararse la garganta y decir:

—Todavía estaría atrapado en ese horrible lugar si todos ustedes no


hubieran venido. Entonces diría que estamos a mano.

Mientras el castillo de la Bella Durmiente —y el momento de la verdad— se


acercaban, Titus se calló, preguntándose si lo peor estaba todavía por venir.
Fairfax colocó su mano sobre la de él.

—Superaremos esto.

Él alzó su mano a su mejilla, más allá de agradecido, nadie que derrocara


al Bane podía decir haber vivido algo menos que una notablemente vida
plena.

—¡Miren eso! —gritó Kashkari.

Unos cuantos kilómetros más adelante, una llamarada azul-plateado se


disparó alta en el cielo. Se expandió para tomar la forma de un fénix gigante,
brillando a través del cielo nocturno.

Titus estaba sorprendido.

—Es la señal de un aliado, un aliado de la casa de Elberon.

Se apuró a aplicar un hechizo de vista lejana. Debajo de la señal, en el prado


frente al castillo de la Bella Durmiente, estaba de pie un hombre, saludando
con la mano.

Y ese hombre no era otro que uno de los más grandes aliados de Titus,
Dalbert.

Después del discurso de Titus en el balcón de la Ciudadela, los magos


habían empezado a lanzar bombas incendiarias a las veintenas de carros
blindados que se cernían sobre Delamer y mantenían a la ciudad en un
estado de asedio. La situación se intensificó rápidamente. Después de algo
de duda, la Comandante Rainstone, que había liderado la fuerza que llegó a
ayudar a Titus e Iolanthe en el Desierto del Sahara, decidió no esperar más
antes de derribar a los carros blindados.
318
Resultó ser que el asalto a la instalación bajo las Colinas Serpenteantes que
había conmocionado tanto a Titus no había destruido la provisión entera de
máquinas de guerra. De hecho, el asalto había sido permitido para engañar
a Atlantis a pensar que la resistencia había sido doblegada.

Con máquinas de guerra más nuevas y mejores que habían sido escondidas
en otro lugar, mayormente en las Montañas Laberínticas, las fuerzas del
Dominio hicieron caer los carros blindados y se apoderaron de la
Inquisición. Esto último había pasado hace solo unas pocas horas, y todos
habían estado esperando, en una tensión de comerse las uñas, para ver cuál
sería la reacción de Atlantis.

La muerte del Bane cambió decisivamente la ventaja de aquellos que por


mucho tiempo se le habían opuesto, pero la situación permanecía fluida y
peligrosa. Atlantis tenía una gran fuerza militar de pie y contingentes
posicionados por todo el mundo mágico. ¿Quién controlaría esa estructura
en el vacío de poder que había dejado la muerte del Lord Alto Comandante?

—Necesitaremos su ayuda para tomar decisiones cruciales, señor —dijo


Dalbert, después que resumió los eventos de los días pasados.

Todas las tres copias del Crisol que Atlantis había confiscado habían sido
mantenidas en la Inquisición en Delamer; el Bane no había querido nada
que posiblemente pudiera servir como portal para sus enemigos en la misma
Atlantis, pero no había querido destruirlas en caso de que pudieran ser
útiles para él. Dalbert había convertido en prioridad recuperar las copias
después del saqueo de la Inquisición y las había llevado a una villa en una
loma de las Colinas Serpenteantes, donde los padres de Titus se habían
encontrado con frecuencia durante su cortejo clandestino.

Y por eso fue que Titus y sus amigos también se encontraron en el antiguo
nido de amor de sus padres, una casa pequeña y ventilada con paredes de
color crema cálida y decoración de los colores del mar. Dalbert tenía
remedios, baños y alimentos esperando por ellos, y mientras se refrescaban,
atendió la pierna de West.

Titus se restregó hasta limpiarse. Luego, en una túnica suave y azul que olía
a pino de las alturas y a musgo plateado, se sentó en el comedor, al lado de
una Fairfax ocupada comiendo.
319
—Hmm, ya ceñudo —dijo—. Veo que la alegría de estar vivo no dura mucho
tiempo contigo.

La que amaba lo conocía demasiado bien.

—Desafortunadamente, está empezando a asimilarse que, ya que viví,


esperarán que en realidad gobierne. Casi me hace desear estar lidiando con
el Bane en su lugar.

Ella rodó sus ojos.

—Idiota. ¿Ya se te olvidó lo que era lidiar con el Bane? Gobierna tu maldito
reino y sé agradecido.

Se rio.

—Merecí eso, ¿verdad? “Cállate y gobierna”.

—Sí, mereciste eso. —Se metió un croissant de chocolate en la boca y cerró


los ojos por un momento en concentrada dicha—. Pero aquí está otra
opinión: te irá muy bien haciéndolo. De hecho, puede que algún día se hable
de ti al mismo nivel de Titus el Grande y Hesperia la Magnífica, no por mí,
eso sí, solo historiadores que no conocen nada mejor.

Se rio de nuevo, sintiéndose ligero y feliz.

Afuera, el horizonte estaba al fin tornándose de una pálida tonalidad de


fuego. La noche más larga de su vida había finalizado. Un nuevo día estaba
comenzando.

Kashkari se les acababa de unir cuando Dalbert escoltó a la Comandante


Rainstone, que estaba de su lado después de todo. Titus la saludó
afectuosamente y les ofreció a ambos, tanto a ella como a Dalbert, un
asiento en la mesa. La Comandante Rainstone analizó la situación con
mucho detalle. Luego dijo:

—Bajo circunstancias extraordinarias, el Alto Consejo puede aprobar el


entregar las riendas de poder a un soberano que todavía es menor de edad.
Estas son ciertamente circunstancias extraordinarias, y no tengo duda
alguna de que una aprobación unánime está por venir. ¿Lo ha pensado, Su
Alteza, cómo es mejor proceder?
320
Titus miró a Fairfax; habían estado hablando de eso antes de que los otros
tres llegaran al comedor. Ella asintió. Él exhaló.

—El Bane desde hace mucho ha matado a cualquiera que pudiera emerger
como una amenaza para él. No hay nadie esperando para sucederlo en
Atlantis. Me parece que el Dominio debe involucrarse y jugar un papel
grande en el futuro cercano, tal vez gobernando a la misma Atlantis.

»Para hacer eso, necesitaremos, en algún grado al menos, el consentimiento


de la gente de Atlantis. Propongo que yo tome responsabilidad de lo que
ocurrió y provea una historia detallada de los muchos secretos del Bane.
Será una conmoción traumática para la mayoría de los Atlantes, pero la
verdad es el único remedio para una situación como esta.

—Creo que la Sra. Hancock dejó atrás un recuento de su historia —y la


evidencia que había recolectado— en una caja fuerte en el Banco de
Inglaterra —dijo Kashkari—. Ella era una Atlante que perdió a una hermana
por la práctica de la magia de sacrificio del Bane, sus palabras tendrán un
peso importante.

—Las palabras de Lady Wintervale también tendrán un peso muy


importante —agregó Dalbert.

—¿Ella está bien? —exclamó Fairfax.

—Está lo suficientemente bien; estuvo cautiva en la Inquisición en Delamer.


He hablado con ella, y está más que dispuesta en dejar que el mundo sepa
lo que el Bane le hizo a su hijo.

—Aquí viene la parte más difícil —dijo Titus—. El Bane tenía muchos
conservadores que se beneficiaban grandemente por su asociación con él. Y
hay Atlantes que se sentirán disgustados por la pérdida de poder y prestigio
de su reino. En la intersección de esos dos grupos podríamos esperar
encontrar magos que estarán determinados en ignorar la verdad, sin
importar lo bien que esté documentada. Y ellos desearán buscar venganza
por lo que consideran un asesinato.

»La Sra. Hancock ya no está; y no dejó atrás familia viva. Lady Wintervale
no tiene a nadie por quién preocuparse excepto ella misma. ¿Qué hay acerca
de ti, Kashkari, estás preparado para tomar el crédito de haber matado al
Bane?
321
Kashkari estuvo en silencio por un minuto.

—Sé que lo he hecho, y eso es suficiente para mí. No estoy dispuesto a poner
a mi familia en peligro por ser conocido públicamente como el que logró el
hecho. Afortunadamente, mi contribución en el asunto puede ser oscurecida
lo suficientemente fácil, pero Fairfax… —Se volvió hacia ella—. Tu papel no
puede ser cubierto.

—No, de hecho —dijo la Comandante Rainstone—. La parte de la gran maga


elemental deberá ser contada.

Fairfax frunció el entrecejo.

—Su Alteza puede extender la protección de la corona a la Señorita


Seabourne —sugirió Dalbert.

Fairfax parpadeó.

—Pero eso requeriría que nos casáramos, ¿verdad? Ni siquiera somos


mayores de edad.

Que se convirtiera en una princesa consorte, con todos sus compromisos y


obligaciones, no era lo que Titus quería para ella tampoco. No ahora, por lo
menos, no cuando al fin estaba en la cúspide de cumplir su sueño de asistir
al Conservatorio.

—Si se me permite, creo que he previsto la solución —dijo Kashkari.

Todos los ojos se volvieron a él.

—¿Te acuerdas, Fairfax, cuando estábamos en Atlantis, y pensé que había


soñado con tu funeral?

Fairfax asintió.

—Me dijiste entonces que tuvo lugar ante la gran Catedral Angelical de
Delamer, donde solo los funerales de estado se llevan a cabo.

Kashkari miró alrededor de la mesa.

—Ya que mi cuñada falleció en la forma de Fairfax, ¿por qué no llevar a cabo
un funeral de estado por ella? Los conservadores del Bane no buscarán a
Fairfax si creen que ya está muerta.
322
—Esa es una idea ingeniosa —dijo Dalbert—. Nadie excepto aquellos en esta
habitación saben que la Señorita Seabourne regresó de Atlantis, y
mantendremos con mucho gusto el secreto.

Iolanthe colocó su mano en el brazo de Kashkari.

—¿Estás seguro?

Sonrió un poco.

—Necesitaré consultarlo con mi hermano, por supuesto. Pero en lo


principal, creo que Amara hubiera estado complacida en tener una
despedida tan grandiosa.

Kashkari se fue para escribirle a su hermano. Dalbert partió por sus muchas
tareas, a menudo misteriosas. Pero la Comandante Rainstone permaneció
en la mesa.

—Si no le importa que les pregunte, Su Alteza, Señorita Seabourne, ¿qué le


pasó al Maestro Horatio Haywood y a la Señorita Aramia Tiberius?

—El Maestro Haywood murió defendiéndonos con su hechizo final de mago.


La Señorita Tiberius se encuentra actualmente con autoridades Atlantes,
creo… que nos traicionó.

La Comandante Rainstone inhaló.

—Oh, esa niña.

—De tal palo, tal astilla.

—¿Entonces usted sabe que de hecho es de carne y sangre de Lady Callista,


señor?

Esto captó la atención de Titus.

—¿Usted sabe también?

—Después de que Horatio hizo el cambio, yo las cambié de vuelta.

Fairfax jadeó.

—¿Usted fue la que nos cambió?


323
La Comandante Rainstone suspiró.

—Probablemente sepa que leí el diario de Su Alteza, Señorita Seabourne, lo


cual hice bajo coerción; Callista, mi media hermana, se mantuvo insistiendo
en que algo terrible le podría pasar a su hija si me negaba a averiguar lo que
Su Alteza pudo haber previsto. Como resultó, leí una visión de un hombre
cambiando los lugares de dos niñas en una guardería, en una noche donde
parecía haber fuegos artificiales constantes fuera de la ventana(5).

»Mientras dejé el hospital, después de haber sido atrapada husmeando por


Su Alteza misma, vi la lluvia de meteoros sobre mi cabeza y me di cuenta de
que los rayos de las estrellas fugaces era lo que Su Alteza había previsto. De
golpe entendí por qué Callista había estado pasando tanto tiempo con
Horatio, porque conocía a una niña huérfana en ese hospital, y porque esa
niña iría pronto donde un familiar que nunca la había visto antes.

»Decidí en ese momento que no dejaría que Callista hiciera esto. No robaría
la niña de alguien más. Revertí el cambio.

»Temía que Callista pudiera tratar a su propia hija como un simple señuelo.
Pero eso no pasó, ya que la mayoría del tiempo Callista mantuvo sus
recuerdos suprimidos y no pensaba en Aramia como la hija de alguien más,
aunque estaba decepcionada de que Aramia no fuera hermosa o
encantadora de nacimiento.

»Yo pasaba tiempo con mi sobrina cuando podía. Quería ser un tipo diferente
de influencia en su vida. Y en un inició probó ser una chica bastante
satisfactoria, brillante, inquisitiva, siempre atenta, y con modales hermosos.
Pero después vi que estaba obsesionada por ganar el amor de su madre, el
tipo de obsesión a la que no le importaba lo que aplastara bajo el zapato, o
que esta madre de ella estaba hecha de una monstruosa indiferencia para
todos excepto ella misma.

»Oculté mi participación con Aramia, pero debo disculparme. —La


Comandante Rainstone inclinó la cabeza en dirección a Titus—. Al principio
le había hablado de la varita hermana de Validus. Ella le dio la información
a Atlantis, cuando el nuevo Inquisidor quiso saber cómo él podía encontrar
a Su Alteza, después de su escape de su cúpula campana en el desierto.
324
—¿También le dijiste sobre el destino del disruptor en mi poder? —preguntó
Titus—. ¿Aquel que me habría permitido utilizar un translocador en
Delamer Este para llegar a Atlantis?

—No. De acuerdo con los que están en la Inquisición, Aramia les dijo que
fue el Príncipe Gaius quien le había mostrado el disruptor hace mucho
tiempo. —La Comandante Rainstone se volvió a Fairfax—. Señorita
Seabourne, permítame disculparme también con usted. Nunca debí haber
hablado de la varita hija de Validus con nadie, hubiera relación
consanguínea o no. Espero que me perdone por haber puesto su vida en
peligro.

—Todo lo contrario —dijo Fairfax—. Estoy muy agradecida con usted por no
dejarme crecer bajo la influencia de Lady Callista.

Se quedaron en silencio durante algún tiempo. La Comandante Rainstone


se levantó entonces y se inclinó a Titus.

—Con su permiso, señor, volveré a mis deberes.

Titus asintió.

Al llegar a la puerta de la habitación, Fairfax se puso de pie.

—Si me disculpa, Comandante. Usted y mi guardián fueron amigos, muy


buenos amigos, creo. ¿Alguna vez habló con él acerca de lo que hizo?

La Comandante Rainstone sacudió la cabeza.

—Durante un tiempo estuve tan molesta con Horatio así como lo estaba con
Callista. Pero entonces, un año después de que Aramia naciera, pedí
reunirme con él. Dijo que estaba demasiado ocupado en ese momento. Un
año después, se puso en contacto conmigo. Pero cuando nos encontramos,
me di cuenta de que el único recuerdo que tenía de Callista era la primera
vez que la vio.

»Ese mismo día más tarde me enfrenté a Callista. Pero ella tampoco sabía
de lo que estaba hablando; sus propios recuerdos también habían sido
suprimidos. Me sentí completamente frustrada: No podía ayudarlo, ni podía
encontrar ayuda para él. Así que me aparté de Horatio, sintiendo que
nuestra amistad simplemente no era lo suficientemente fuerte como para
soportar lo que él había hecho y en quién se había convertido.
325
Fairfax deslizó sus dedos a lo largo del borde de la mesa.

—¿Y alguna vez fueron… algo más que amigos?

Titus recordó la foto que Fairfax le había mostrado de Haywood y la


Comandante Rainstone de hace muchos años, parecían completamente
ensimismados entre sí.

La Comandante Rainstone sacudió la cabeza.

—No, fuimos muy, muy buenos amigos, pero nunca más que amigos. La
única persona que amé…

Ella se miró las manos antes de que su mirada se fijara en Titus.

—La única persona que amé fue a su Señora Alteza, señor, su madre(6).

***

Iolanthe y Titus ni siquiera llegaron a la cama, sino que durmieron en largos


sofás en el solarium. En algún momento ella se dio cuenta de que Titus
estaba hablando con ella.

—… aprobado la transferencia de poder. Tengo que ir. Te amo.

Ella hizo algunos sonidos. Probablemente fueron una serie de murmullos,


pero sentía que él sabría que ella le dijo que lo amaba con una ferocidad que
asustaría a la mayoría de los wyverns.

Cuando despertó de nuevo, era de tarde y una lluvia constante caía afuera.
Se dirigió a la terraza cubierta y contuvo el aliento: el gran campanario del
Conservatorio, ¡estaba a menos de un kilómetro de distancia! Y los techos
rojos de las universidades se elevaban por encima de la línea de árboles. Y
si entornaba los ojos con esfuerzo, incluso podía convencerse de que estaba
viendo el flujo de sombrillas de colores en la University Avenue.

—Veo que está despierta, Señorita Seabourne —llamó la voz de Dalbert.

Se dio la vuelta.

—Oh, Maestro Dalbert, sé que no tiene tiempo de sobra. ¿Pero podría tener
algún lacayo que pueda enviarme una copia de la prueba de acceso a la
academia superior de mayo pasado?
326
Dalbert sonrió.

—Considérelo hecho. Mientras tanto, tengo un visitante esperando por


usted.

—¿Quién es? —¿Quién más sabía que estaba aquí?

—El Maestro Kashkari —respondió Dalbert—. El Maestro Vasudev


Kashkari.

Ella exclamó en voz baja.

—¿Cuándo llegó?

—Hace aproximadamente media hora.

Dalbert la condujo a la sala de recepción, donde Vasudev Kashkari estaba


esperando. El parecido familiar era obvio, los hermanos tenían la misma
constitución, los mismos oscuros ojos expresivos, y la misma boca elegante.
Sin embargo, la diferencia de inmediato la golpeó; había una gran gentileza
en el hermano mayor. El hermano menor, a pesar de sus modales
impecables, era más impulsivo. Pero Vasudev Kashkari era la clase de
persona que sonríe y ríe con facilidad.

O por lo menos debía haberlo sido alguna vez.

Se dieron la mano.

—Por favor, tome asiento —dijo ella—. Es un honor conocerlo.

—El honor es mío. Ha logrado lo que los magos han estado aspirando por
generaciones.

—No sin ayuda. No sin el sacrificio de muchos. —Ella ya tenía lágrimas en


los ojos—. Jamás podríamos haberlo hecho sin Durga Devi.

—Fui a verla justo ahora —dijo en voz baja—. Me dijeron que se parecía a
usted, pero aun así fue… fue un poco impresionante.

—Lamento que no pudiera ver su rostro por última vez.

—Ya lo hice antes de que ella dejara el desierto. Me dijo exactamente lo que
pensaba hacer.
327
—¿Entonces sabía que era una mutable?

Él sonrió ligeramente.

—Nunca le he dicho a nadie esta historia: su mutabilidad era algo que


teníamos que guardar en secreto, pero me enamoré de ella cuando se veía
tan diferente.

—Oh —dijo Iolanthe.

—¿Sabe que los mutables pueden tomar la forma de cualquier persona


cuando son niños, pero sólo pueden cambiar de forma una vez cuando se
han desarrollado completamente?

Ella asintió.

—Nos conocimos durante un tiempo en que ella probablemente debería


haber dejado de asumir las apariencias de los demás. Pero era reacia a
renunciar a la libertad de no ser vista como algo raro dondequiera que fuera.
Así que la vi por primera vez como su prima Shulini(7).

Iolanthe había conocido a Shulini, que era una mujer joven de aspecto
agradable, pero apenas una belleza de la talla de Amara.

—Debe haber sido toda una historia. Desearía… desearía haber tenido la
oportunidad de conocerla mejor.

—Viste cómo se condujo a sí misma bajo la más extrema de las condiciones.


En cierto modo, no podrías haberla conocido nada mejor que eso. Pero sí,
me gustaría que la hubieras conocido en otras circunstancias, cuando era
simplemente una persona maravillosa y cálida con quien estar.

Los ojos de Iolanthe una vez más se le llenaron de lágrimas.

—¿Alguna vez… alguna vez le pediste no hacer esto? ¿No ir a una aventura
de la que no volvería?

Él miró por la ventana durante un momento, hacia la lluvia que seguía


cayendo de manera constante. Ella se dio cuenta por primera vez que usaba
el brazalete de fidelidad de Amara alrededor de su muñeca.
328
—Quise hacerlo —dijo en voz baja—. Tenía muchas ganas de pedirle que no
fuera. Pero ella era más que la mujer que amaba; era una luchadora. Y uno
no contiene a un luchador cuando la batalla está al frente.

Este hombre podría no haber terminado personalmente con la existencia del


Bane, pero no era menos notable que su hermano.

Ella se acercó y tomó sus manos entre las suyas.

—Ella era la maga más valiente que he conocido. Tú y ella tienen mi eterno
agradecimiento.

Vasudev Kashkari la miró por un momento.

—Y tú la nuestra. Nunca olvides eso.

La historia de la muerte del Bane fue revelada esa misma noche. Iolanthe la
leyó en su ejemplar de El Observador de Delamer, fascinada a pesar de ya
saber todo. El artículo, que ocupaba casi la totalidad del periódico,
terminaba con:

Por su seguridad y la de sus familias, todos los que interpretaron


un papel importante en estos eventos extraordinarios no han sido
mencionados por su nombre. Por su extraordinario valor y
sacrificio debemos nuestra eterna gratitud.

Durante las siguientes cuarenta y ocho horas, toda la ciudad estaba loca
celebrando. Y entonces llegó el funeral de Estado. Dalbert había asegurado
a Iolanthe y West en una sala de recepción vacía en el Gran Museo
Conmemorativo Titus, junto a la catedral. Llegaron cuando el sol se ponía,
las ventanas de la catedral ardiendo bajo la luz moribunda del día. Una
enorme multitud de magos, tranquilos, sombríos, y todos vestidos de
blanco, llenaba la longitud de la Palace Avenue.

La pierna fracturada de West ya había sanado. Podría haber vuelto a


Inglaterra, pero había deseado asistir al funeral. Mientras esperaban que la
procesión empezara, charlaron sobre sus planes, los de ella, y todas las
cosas maravillosas que él había visto en el Dominio. Luego ella dijo:

—¿Puedo hacerte una pregunta?


329
—Por supuesto.

—Estabas muy interesado en el príncipe, al comienzo del último… no, de


este Periodo. Eso me hacía sospechar un poco. Me preguntaba si no eras un
espía Atlante, pero no lo eres. Así que, ¿por qué tenías tantas preguntas
acerca de Su Alteza?

Un ligero rubor apareció en la cara de West.

—La primera vez que lo vi fue el Cuatro de Junio, cuando su familia se


estableció corte por debajo de ese enorme dosel blanco. Lucía hermoso y
enojado. Y bueno… —West se encogió de hombros—. Pensé en él durante
todo el verano.

Iolanthe descansó sus dedos contra sus labios.

—Nunca supuse en esa dirección.

—Prométeme que no se lo dirás.

Estaba a punto de asegurarle que Titus difícilmente cambiaría de opinión


con respecto a West por algo como esto, cuando se dio cuenta de que era
simplemente la solicitud de un joven orgulloso que prefería mantener su
amor no correspondido para sí mismo.

—Lo prometo.

A medida que aparecían las primeras estrellas en el cielo, los cientos de


antorchas que habían sido colocadas a lo largo de la Palace Avenue
estallaron en llamas. Las notas etéreas de la Oración de Serafines se
levantaron, casi inaudibles al principio, luego cada vez más fuertes, más
apasionadas. El cortejo fúnebre partió de la Ciudadela, los féretros que
llevaban los difuntos no iban empujados por pegasos, o incluso fénix, sino
cargados sobre los hombros de los magos.

La multitud se unió a la oración, cientos de miles de voces alzándose juntas.

—¿Te vas como un barco del puerto? ¿Regresas como la lluvia a la tierra?
¿Te guiaré en el más allá, si mantengo en alto la luz más brillante aquí en
la tierra?
330
Cinco féretros llegaron a la plaza frente a la catedral: Amara, Wintervale,
Titus Constantinos, la Sra. Hancock, y el Maestro Haywood… estos dos
últimos representados por estatuas de madera natural. El Maestro del
Dominio fue uno de los portadores del féretro de su padre, los hermanos
Kashkari del de Amara, Lady Wintervale para su hijo, y la Comandante
Rainstone para la Sra. Hancock. Iolanthe se conmovió al ver a Dalbert como
portador para el Maestro Haywood.

Los difuntos fueron acomodados en piras. La oración se elevó a un


crescendo, y luego se desvaneció en completo silencio. El Maestro del
Dominio, solemne y convincente, se dirigió a la multitud.

—Ante ustedes yace el coraje, la perseverancia, la bondad, la amistad y el


amor. Ante ustedes yacen hombres y mujeres que podrían haber elegido otro
camino, que podrían haberse acostumbrado a las injusticias del mundo, en
lugar de dar sus vidas para cambiarlo. Esta noche los honramos. Esta noche
también honramos a todos los que nos han precedido y preparado el terreno,
aquellos que recordamos y aquellos que hemos olvidado.

»Sin embargo, nada se pierde en la Eternidad. Un momento de gracia


resuena para siempre, al igual que un acto de valor. Así honramos a los
muertos… y vivimos en la gracia y valor.

Uno por uno, encendieron las hogueras. Las llamas saltaron más y más alto,
azotando, crepitando. La voz de un niño, tan clara y brillante como el clarín
de los Ángeles, se alzó con las primeras notas del aria Diamantina:

—¿Qué es el Vacío sino el comienzo de la Luz? ¿Qué es la Luz sino el final


del Miedo? ¿Y qué soy yo, sino Luz dada forma? ¿Qué soy yo, sino el
comienzo de la Eternidad?

Con el brazo de West a su alrededor, Iolanthe lloró.

Escoltado por Dalbert, West volvió a Inglaterra a la mañana siguiente. Los


hermanos Kashkari se despidieron de Iolanthe por la tarde. Habían estado
moviéndose alrededor abiertamente en Delamer, bajo la apariencia de recién
llegados rebeldes para discutir la situación con el Maestro del Dominio. Pero
ahora era el momento para ellos de dirigirse de vuelta.
331
Ella abrazó a ambos hermanos.

—Cuídense mucho.

—Tú también, Fairfax —dijo Kashkari—. Y antes de irnos, esto es para ti.

Ella aceptó la hermosa caja de caoba.

—¿Para mí?

Kashkari asintió. Por primera vez en mucho tiempo, pareció haber un toque
de alegría en sus ojos.

Abrió la caja y se echó a reír. Al final del Periodo de Verano, para agradecer
a Kashkari por la ayuda que le había dado al príncipe y a ella misma en la
noche del Cuatro de Junio, ellos le habían comprado un conjunto de afeitar
monogramado muy fino.

Y ahora Kashkari le había devuelto el favor y Iolanthe sostenía en sus manos


un conjunto de afeitar monogramado con mangos de marfil y detalles en oro
que habrían hecho a Archer Fairfax levitar con orgullo masculino.

Todavía estaban riendo cuando se abrazaron de nuevo.

Después que los hermanos se fueron, Iolanthe miró al conjunto de afeitar


por mucho tiempo, levantando cada elemento individual y sintiendo su peso
y forma, frotando sus dedos contra las iniciales grabadas en la parte
superior de la brocha de afeitar.

Y deseó ferozmente por el bienestar y la felicidad de estos notables jóvenes.

Cuando Titus regresó a la villa esa noche, Fairfax se encontraba estirada en


un sofá largo en el solarium, con los ojos cerrados. A medida que se acercaba
a ella, vio el diario de su madre yaciendo abierto en una mesa auxiliar, una
entrada era claramente visible.

Su pecho se apretó. ¿Qué necesitaba saber ahora?

En la parte superior de la entrada del diario había una nota de Fairfax:

Encontré esto. Pensé que te gustaría verlo. Por una vez, es una
buena noticia.
332
26 de abril, AD 1021

El día en que su madre murió.

Durante años he rogado por una visión que en realidad quiera


ver. Sucedió hoy, un minuto breve e intenso. En esa visión, vi a
mi hijo abrazado por su padre, ambos conmovidos más allá de
las palabras.

Mi cara está empapada por las lágrimas. No tengo tiempo para


anotar mayores detalles, ya que Padre ha llegado al castillo, y la
hora señalada de mi muerte está a sólo unos minutos.

Por lo menos ahora puedo decirle a mi hijo que, no todo estará


perdido.

No todo estará perdido.

Leyó la entrada unas cuantas veces más, secándose las lágrimas en las
comisuras de sus ojos. Después de cerrar el diario, vio que había leído sólo
la mitad de la nota de Fairfax. La otra mitad decía:

estoy en la villa de verano de la Reina de las Estaciones.

La temporada en el interior del Crisol reflejaba la exterior, salvo cuando la


historia en sí no hacía caso a las condiciones climáticas externas. En la villa
de verano de la Reina de las Estaciones, siempre era verano, siempre
ventilado y encantador.

Faroles colgaban de los árboles. Las luciérnagas brillaban entre las ramas
frondosas. Ella se sentaba en la balaustrada de piedra con vistas al lago,
mirando las estrellas. Él se subió a la balaustrada y se sentó junto a ella.
Puso su brazo alrededor de él y lo besó en la sien.

—¿Contento?

—Sí.
333
Su mano rozó el brazo de Titus.

—Estoy a punto de hacerte aún más feliz.

Su pulso se aceleró.

—No veo cómo eso es posible.

Ella puso algo en la palma de su mano, algo ligero e increíblemente suave.


Un pétalo de rosa.

—Mira alrededor.

Debe haber estado ciego, o sólo tenía ojos para ella. Ahora él notaba que
había pétalos de rosa por todas partes, a lo largo del camino, en el césped
delicadamente recortado, a cada lado de ellos en la balaustrada, e incluso
flotando en el lago de abajo.

Él rio.

—Cuando cambias de opinión, lo haces en serio.

—Espera a que veas la tonelada de pétalos adentro. Estarás aterrorizado.

Él saltó de la balaustrada y también la dejó en el suelo.

—Estar aterrorizado es mi posición predeterminada cuando se trata de ti,


portadora del rayo. Ahora vamos a ver si soy lo suficientemente hombre para
quedarme cuando me enfrente a una avalancha de pétalos.

Ella también rio. Entraron a la villa agarrados de la mano, besándose


cuando cerraron la puerta.
334

EPÍLOGO
Traducido por âmenoire

Corregido por Mari NC

E l aroma a mantequilla y vainilla envolvió a Iolanthe en el momento en


que entró a la tienda de dulces de la Sra. Hinderstone. El brillante y
reducido establecimiento era uno de los lugares favoritos de Iolanthe en
Delamer. Servía fascinantes helados en verano, una satisfactoria taza de
chocolate caliente en invierno y una selección de pastas de calidad cada día
del año, y eso era antes de que siquiera te acercaras a los mostradores con
coloridas confecciones hechas en el local.

—Buen día, querida —dijo la Sra. Hinderstone, sonriendo. Estaba de pie


junto a la caja registradora. Por encima de la caja, colgando del techo, estaba
un letrero que decía Los libros sobre las artes oscuras se pueden encontrar
en el sótano, sin costo. Y si encuentra el sótano tenga la amabilidad de
alimentar al monstruo fantasmal que está dentro. Saludos, E. Constantinos.

Antes de que la Sra. Hinderstone se hubiera hecho cargo del local, el lugar
había sido una librería a cargo de nada menos que del abuelo paterno del
Maestro del Dominio, aunque nadie lo sabía entonces, ni siquiera el propio
príncipe. La Sra. Hinderstone había mantenido algunos de los libros, una
colección bastante grande para que sus clientes navegaran a través de ella
mientras esperaban por sus órdenes o bebían su té matutino. Y había
mantenido la mayoría de los letreros de la librería, incluido uno que decía
preferiría leer que comer. A Iolanthe de inmediato le había caído bien la Sra.
Hinderstone por su sentido del humor autocrítico.

—Buenos días —devolvió el saludo Iolanthe —. ¿Cómo está?

—He estado esperando a que vengas para decirte esto. He tenido tantas
pociones y elixires para mi codo a lo largo de los años, pero esa prueba tuya,
¡es un milagro! No puedo agradecerte lo suficiente.
335
—¡Muy bien! —Iolanthe sonrió, disfrutaba tanto ser de utilidad—. Nada se
siente tan bien como que no te duela nada, ¿cierto?

—Dímelo a mí. ¿El habitual para ti hoy?

—Sí, por favor.

—Un croissant de chocolate y una taza de café con leche para la Señorita
Hilland —dijo la Sra. Hinderstone a sus ayudantes detrás del mostrador. Se
volvió de nuevo hacia Iolanthe—. Siempre estás despierta tan temprano
durante los sábados. ¿No sales y te diviertes los viernes por la noche?

—Oh, lo hago. Ayer por la noche fui al partido de polo aéreo con mis amigos.
El equipo del Conservatorio ganó, así que celebramos cantando en el
cuadrilátero, en voz alta y por mucho tiempo, hasta las dos de la mañana.

Su garganta todavía estaba ligeramente áspera, había sido un buen


momento desenfrenado.

—Pero apenas son las siete. —La tienda acababa de abrirse y estaba sin su
público habitual, ya que era muy temprano.

—Es el único momento de la semana en que tengo una oportunidad en mi


asiento favorito —dijo Iolanthe.

No tenía idea de por qué siempre se despertaba a la misma hora los sábados
de lo que lo hacía en los días escolares. Nunca ponía su alarma los viernes
por la noche, pero cada sábado por la mañana abría los ojos al salir el sol.

Uno de los ayudantes de la Sra. Hinderstone trajo el café y croissant de


Iolanthe. Iolanthe abrió su monedero.

—Absolutamente no —dijo la Sra. Hinderstone—. Ese es por cuenta de la


casa.

Iolanthe le agradeció a la Sra. Hinderstone y tomó su bandeja hacia la


pequeña mesa junto a la ventana. La tienda estaba en la esquina de la Calle
Hyacinth y la University Avenue, frente al famoso jardín de las estatuas del
Conservatorio. Magos venían de todas partes de la ciudad para su caminata
matutina y uno nunca sabía a quién podría ver.

Diez minutos más tarde, la Sra. Hinderstone vino a rellenar la taza de


Iolanthe.
336
—Sabe, señorita, Iolanthe Seabourne solía venir aquí cuando era niña. Si
no te importa que te lo diga, te pareces un poco a ella.

—¿Por qué me importaría? Por favor, me compara con la gran heroína de la


Última Gran Rebelión.

Ambas se rieron.

De hecho, la Sra. Hinderstone no era la primera en comentar el parecido de


Iolanthe Hilland con Iolanthe Seabourne. En su segundo año en el
Conservatorio, había tomado una clase con una profesora con gran cabello
como en llamas llamada Hippolyta Eventide, y la profesora Eventide había
hecho una observación similar. Pero Iolanthe no se lo mencionó a la Sra.
Hinderstone. Eso sería alardear.

La Sra. Hinderstone dejó su cafetera sobre la mesa.

—¿Y adivina quien entró a mi tienda hace dos días? ¡Su Alteza!

Iolanthe no pudo reprimir un medio grito.

No era ningún secreto que el Maestro del Dominio visitaba la tienda de la


Sra. Hinderstone de vez en cuando, una de las razones por las que su lugar
era tan popular. Pero Iolanthe nunca había tenido la suerte de encontrarse
con él aquí.

—Sí, lo hizo y realizó un pedido para que una cesta para día de campo fuera
entregada hoy en la Ciudadela.

No tenía idea de que el príncipe hacía días de campo. Pensaba que él


trabajaba todo el tiempo, y tal vez de vez en cuando salía a dar un largo
paseo por las Montañas Laberínticas.

—¿Y sabes qué? Después de haber tomado su orden, me quedé pensando


en ti. Nombró todo lo que te gusta del menú: ensalada de verano, sándwich
de paté, quiche de espinacas y helado piña-melón.

—Oh por Dios. —Esa fácilmente pudo haber sido una cesta para día de
campo ordenada por ella misma.

—Lo has conocido, ¿cierto?


337
El príncipe había venido a entregar los premios a los mejores graduados del
Conservatorio y después ofreció una recepción para ellos.

—¿No es un muy buen joven?

—Estoy contenta de que sea el Maestro del Dominio.

Había sido muy cortés con todos los presentes, a pesar de que Iolanthe pudo
sentir que no disfrutó de tales ocasiones que requerían que tuviera charlas
informales.

—No hemos tenido uno tan digno del título desde hace un tiempo —dijo la
Sra. Hinderstone decisivamente.

En el camino de salida de Iolanthe, la Sra. Hinderstone le obsequió una


hermosa y grande caja de chocolates, un regalo de agradecimiento. Los
chocolates atrajeron varios comentarios amistosos mientras caminaba a
través del gran jardín del Conservatorio.

En el lado opuesto del gran jardín, que de otro modo estaba libre de
cualquier especie arbórea, se levantaba un magnífico árbol borraja, que el
príncipe había plantado en memoria de su compañera, la gran maga
elemental. En los suaves días soleados, Iolanthe a menudo extendía una
manta bajo la sombra del árbol, para estudiar o compartir una bola de
helado piña-melón con sus amigos.

Llegó a casa unos minutos antes de las ocho. Poco después de que había
llegado a Delamer desde el remoto Midsouth March, le habían dicho de una
oportunidad de cuidar de la casa de un profesor mientras éste hacía su
investigación en el extranjero. Había aplicado para el puesto, sin pensar que
llegaría a ella. Pero lo había hecho. Y para la vida de la encantadora casa,
todo lo que tenía que hacer era asegurarse de que se mantuviera limpia y
bien mantenida.

Casi un poco de demasiada suerte para una chica muy normal que venía
desde el medio de la nada.

Entró por la puerta de la casa de apariencia bastante modesta, colocó el


presente de la Sra. Hinderstone en una mesa auxiliar y se dirigió hacia la
terraza en la parte trasera. El Conservatorio de Artes Mágicas y Ciencias
estaba en la cadera de las Colinas Serpenteantes. Desde el balcón, tenía una
338
vista espectacular de la ciudad capital, todo el camino hasta la espectacular
costa. Se quedó de pie durante casi diez minutos, mirando hacia la Mano
Derecha de Titus, por encima del dedo anular en donde estaba la Ciudadela,
la residencia oficial del príncipe en la ciudad capital.

Con un suspiro, se dirigió hacia el interior en busca de la gruesa pila de


informes de laboratorio que estaba sobre su escritorio, esperando ser
tratada. Mientras salía de nuevo, su mirada cayó sobre el retrato que había
sido tomado en su graduación, del Maestro del Dominio entregando su
certificado y su medalla de excelencia.

Se detuvo en seco.

El retrato había sido movido desde su mesita de noche hacia su escritorio y


luego hacia la parte superior de las estanterías y por último a la parte trasera
de un armario con todo tipo de adornos en su interior. Todavía la distraía.
Todavía la hacía detenerse de cualquier cosa que estuviera haciendo para
mirar. Y recordar.

Y desear.

Estúpida. Era tan estúpida que era humillante. Chicas de todo el Dominio
estaban enamoradas del príncipe, y en el día del desfile anual del día de la
coronación se desmayaban a lo largo de la Palace Avenue. Bastante
comprensible, era un atractivo joven en una posición de gran poder y el
héroe de la Última Gran Rebelión, no menos. Pero eran adolescentes
idealistas y Iolanthe era una mujer de veintitrés años en el último año de su
trabajo de postgraduación. Enseñaba prácticas avanzadas a estudiantes de
primer y segundo año del Conservatorio. ¡Y por el amor de Dios, era lo
suficientemente sensible y disciplinada para calificar sus reportes de
laboratorio muy temprano en un sábado por la mañana!

Y aun así persistía, esta de alguna forma fijación poco saludable por el
príncipe. Ella no iba a desfiles del día de la coronación; no compraba objetos
de interés con su imagen; y nunca hizo el ridículo frente a la Ciudadela
agitando un letrero de ¿Quieres casarte conmigo?, ni siquiera se acercaba a
la Ciudadela, si podía evitarlo.

Pero sus obras menos relevantes le importaban. Estudiaba su horario según


lo publicado por la Ciudadela, seguía la cobertura mediática de los actos
339
solemnes a los que asistía y analizaba el lenguaje de sus declaraciones y los
discursos de su verdadera evaluación del estado del Dominio.

Era bastante complicado, la transición del reino a la democracia desde un


milenio de gobierno autocrático seguido por años de ocupación extranjera.
En su vigésimo primer cumpleaños, también había tomado la decisión sin
precedentes de reconocer su herencia Sihar.

El mes siguiente, mientras se encendía un debate acalorado entre sus


compañeros de estudios, con uno de ellos declarando: “El Maestro del
Dominio es la excepción que confirma la regla”, ella se había puesto de pie
y preguntado, incluso mientras sus palmas sudaban: “¿Cuántas
excepciones tenía que haber, antes de darte cuenta de que la regla solo está
en tu cabeza? ¿Si nunca desearías para ti mismo ser juzgado de la forma en
que juzgas a los Sihar?”

Esa noche ella se había sentado y escrito al príncipe una larga y apasionada
carta. Para su sorpresa, en cuestión de días había recibido una respuesta
de dos páginas de la propia mano de él. Cuando se habían conocido en la
gala de graduación, él inmediatamente había dicho: “Eres la que me envió
la hermosa carta, ¿cierto?”

Habían conversado durante tres minutos completos. Después de eso, ella


no podía recordar lo que se habían dicho el uno al otro. Lo único que llevaba
consigo era una sensación de fenomenal intensidad, la forma en que la había
mirado, la forma en que había hablado con ella, la forma en que había
tomado su mano brevemente antes que hubiera tenido que ceder su lugar
en la línea de recepción, como si ella importara más que la totalidad del
Dominio y le costaría la mitad de su alma dejarla ir.

Esa fue la primera y la última vez que lo había visto en persona. Otras
personas se encontraban con él, pero la vida parecía no tener planes para
reunirlos de nuevo. Solo podía ver desde lejos su paso hacia su gran destino.

En verdad era una locura, mirar a este distante ícono y creer que, si solo
pudieran reunirse, serían los amigos más cercanos. Él podría ser un hombre
excepcional, pero no era amistoso y ella estaba segura de que en privado
debía ser bastante difícil en muchos sentidos. De todos modos, día tras día,
año tras año, se mantenía en secreto en el trasfondo de su vida.
340
Se dio cuenta que había tomado el retrato instantáneo del gabinete y estaba
trazando su dedo a lo largo del borde de su capa gris carbón. Esta nueva
generación de retratos instantáneos capturaba la textura de las telas, así
ella sentía la elaborada cinta bordada que recortaba el borde, los suaves
hilos de seda uniformemente orientados debajo de su dedo.

Murmurando una obscenidad en voz baja, ella entró en el estudio y metió el


retrato instantáneo en el estante de hasta arriba dentro de un pequeño
armario.

Noventa minutos después, había terminado con todos los informes. Se


preparó una taza de té y sacó unos papeles que tenía que leer para sus
propias clases.

Pero estaba inquieta. En lugar de leer los papeles, los dejó en la parte
superior de su escritorio y se acercó a la ventana. Había empezado a llover,
pero todavía podía ver la Ciudadela en la distancia.

Ella sacudió su cabeza. Debía dejar de obsesionarse con él. ¿Qué podía
esperar que sucediera incluso si se encontraba con él de nuevo? No más que
un par de minutos de su tiempo. Si hubiera querido conocerla mejor, podría
haberlo hecho hace dos años, conocía su nombre y su universidad; todo lo
demás podría haberlo descubierto, si hubiera querido hacerlo.

Si hubiera querido hacerlo.

Que él no la hubiera contactado posteriormente era una amplia evidencia


de que no tenía tales deseos, que todo el anhelo por su parte era
enteramente no correspondido: verdades difíciles que debía obligarse a
aceptar, aunque infelizmente.

Un sonajero en el interior del pequeño armario la sacó de su


ensimismamiento. Miró hacia la puerta del armario, confundida y
ligeramente alarmada. Ciertamente no podía ser un intruso en esta casa:
había hecho los hechizos de seguridad, y era bastante buena con esos.

De todos modos, sacó su varita del bolsillo y en silencio convocó un escudo.


La puerta del armario se abrió y entró nadie más que el mismísimo Maestro
del Dominio, una sonrisa en su rostro, luciendo gloriosamente joven y
gloriosamente feliz.
341
Iolanthe estaba estupefacta. La fortuna la protegiera, ¿había empezado a
tener alucinaciones? El príncipe, aunque siempre impecablemente cortés en
público, se decía que era distante y solemne por naturaleza, no dado a la
alegría o al júbilo.

Que ella hubiera conjurado una versión sonriente de él tenía que ser la
prueba que se estaba volviendo loca, ¿cierto?

—Oh —dijo él, mientras asimilaba su conmoción y consternación. Aclaró su


garganta y su expresión se volvió más seria—. Me disculpo. Otra vez llego
temprano.

Ella no estaba alucinando. Realmente era él, el Maestro del Dominio, parado
a no más de diez pasos de distancia. ¿Y qué había querido decir conque otra
vez llegaba temprano? Otra vez temprano, ¿cuándo había estado temprano
antes?

—Señor —dijo vacilante. Debería inclinarse. O hacer una reverencia. ¿O las


reverencias eran demasiado anticuadas en estos días?

—No, no te inclines —dijo, como si hubiera oído sus pensamientos. Luego,


después de un momento, dijo—: ¿Cómo van tus estudios?

—Van… bien. Van muy bien.

No podía dejar de mirarlo boquiabierta. Su cabello negro estaba un poco


más largo a como lo había estado en el retrato oficial. Vestía una simple
túnica beige sobre un par de pantalones gris oscuro y le quedaban bien, la
túnica caía sobre su delgado y repuesto cuerpo.

—¿Te divertiste en el partido de anoche? —preguntó él, de nuevo sonriendo


un poco.

¿Cómo sabía que había ido a un evento deportivo? ¿Y por qué la estaba
mirando de la manera que exactamente quería ella que lo hiciera, con
tremenda admiración y algo que se aproximaba a total avaricia?

—¿Puedo… puedo ofrecerle asiento, señor? —De alguna manera se las


arregló para mantener su voz uniforme—. ¿Y algo de té? También tengo algo
de chocolate de la tienda de la Sra. Hinderstone.

—No, gracias. Acabo de desayunar.


342
Estaba empezando a sentirse terroríficamente incómoda. ¿Cómo le
preguntaba alguien al Maestro del Dominio qué en el mundo estaba
haciendo en su casa? ¿Y cómo había venido a través del armario del
almacén, que no era enfáticamente un portal de algún tipo?

—Yo también —dijo—, donde la Sra. Hinderstone. Mencionó que usted había
estado ahí en persona hace dos días.

—Sí, la canasta de día de campo para nosotros.

Para nosotros. ¡Nosotros! ¿Debería sentirse tan completamente


desorientador cuando los sueños se volvían realidad? Estaba dormida,
¿cierto? Todo esto solo era una ilusión fantástica.

Él vino hacia ella, hasta que apenas una astilla de aire los separaba. Tan
cerca que podía ver el diseño exacto en los botones decorativos de su túnica:
un escudo de armas diferente a cualquiera que hubiera visto antes, con un
dragón, un fénix, un grifo y un unicornio ocupando los cuadrantes.

Tan cerca que respiró su aroma a musgo plateado y pino nube. Tan cerca
que cuando lo miró a los ojos, vio cada detalle del patrón estelar de sus iris
de color gris azulado.

—Te he extrañado —murmuró él.

Y la besó.

En las montañas donde creció, algunas veces la gente bajaba rápidamente


por las corrientes de los arroyos. Su beso se sintió exactamente así, lleno de
peligro y emoción, haciendo que su corazón traqueteara y golpeara, listo
para salirse de su caja torácica.

Él se alejó ligeramente y trazó un pulgar a través de su mejilla, una caricia


como una descarga.

—Tú y solo tú —dijo él suavemente

Repentinamente su cabeza se sintió extraña, mil puntos brillantes de luz se


precipitaron. Recuerdos explotaron en su cráneo como si fuera un geiser.
Ella agarró los hombros de él para estabilizarse.

Él envolvió su brazo alrededor de ella.


343
—¿Todo está volviendo ahora?

Una vida secreta se desplegó ante ella. La diligente y bien educada candidata
para Maestra de Artes Mágicas y Ciencias, era de hecho, el poder junto al
trono. ¿Aquellos largos paseos que tomaba en la naturaleza de las Montañas
Laberínticas? Ese era el tiempo que pasaban juntos discutiendo, haciendo
estrategias, y a veces agonizando sobre decisiones difíciles. ¿Ese discurso
histórico que había dado cuando había anunciado su herencia Sihar y las
reformas que planeaba llevar a cabo para hacer a los Sihar sujetos plenos,
en lugar de simples invitados de la corona? Ella había preparado una gran
parte de eso, por no mencionar que lo convenció de dar el paso monumental
en primer lugar. Y un verano entero, así como una buena parte de un
periodo académico de su segundo año en el Conservatorio, en lugar de estar
de vuelta en la montaña cuidando de su anciana abuela, como ella y todos
los demás habían creído, había estado a su lado, disfrazada como un
ayudante de campo masculino, librando campañas contra los remanentes
de las fuerzas del Bane.

Por supuesto, había habido la Última Gran Rebelión, en la que había jugado
una parte instrumental. Pena corrió a través de ella cuando recordó a
aquellos que habían sido perdidos, Amara, Wintervale, la Sra. Hancock, el
padre de Titus y el Maestro Haywood. Experimentó un momento de
abrazador disgusto ante la idea de Lady Callista y Aramia, quienes ahora
estaban en Exilo, junto con el príncipe Alectus(8).

Y luego, pura alegría, mientras miraba hacia el joven frente a ella.

Él era con quien había pasado a través de la guerra y el infierno. Con quien
había cambiado el mundo. Con quien su destina estaría enlazado para
siempre.

Suavizó un dedo sobre la frente de él.

—Titus.

—Señor para usted, señorita —contestó, bromeando.

—Ja. Solo cuando te dirijas a mí como “mi esperanza, mi oración, mi


destino.”

Le dio una mirada sucia.


344
Ella se rio.

—Y, ¿cómo te atreves a tomar ventaja de una pobre chica adoradora de


héroes?

Él le dio otra mirada sucia.

—Sigo diciéndote que olvides todo sobre mí mientras tanto. ¿Pero


escucharás? Y entonces cuando calculo mal el tiempo, me miras como si
hubieras estado de rodillas durante mil años, orando por mí.

Ella se rio.

—Luzco bastante patética, colgada por ti.

—No peor que yo. Sabes cuán duro es tener que esperar una semana cada
vez antes de verte de nuevo. Algunas veces todavía pienso que cualquiera
con ojos podía haber visto a través de nuestro secreto el día de tu gala de
graduación, aun cuando di mi mejor esfuerzo por tratarte exactamente igual
que a todos los demás.

Nadie lo había notado, pero pronto las cosas cambiarían.

Siempre había planeado asumir una identidad falsa para asistir al


Conservatorio. Pero había vacilado sobre si también debía asumir una serie
de recuerdos falsos, así disfrutaría de una experiencia en la universidad más
pura y libre de cargas, sin ser constantemente distraída con aquello con lo
que Titus tuviera que lidiar como Maestro del Dominio.

Al final había decidió darle una oportunidad, con muchos, muchos seguros
puestos y un juramento de sangre que le había exigido a Titus, que debía
convocarla a su lado cuando fuera absolutamente necesario(9).

Por lo general, había tenido un tiempo maravilloso en el Conservatorio(10).


Pero ahora que su tiempo estaba cerca de un final, se había vuelto
impaciente por ser quien era realmente. Tan pronto como terminara su
maestría, su verdadera identidad sería revelada, todavía no era un mundo
perfectamente seguro, pero ya no era disuadida por los riesgos. Después de
eso, bueno, esperaba ver cómo se desarrollaría toda su vida.

Y hoy tomaría el primer paso en ese nuevo camino.


345
—¿Listo para el Cuatro de Junio? ¿Listo para que el querido Cooper te adule
por todos lados?

No había visto a Cooper, o cualquier persona de casa de la Sra. Dawlish,


desde que dejó Inglaterra en un globo de aire caliente.

Titus se quejó.

—Tan listo como nunca lo estaré.

Ella lo besó, sonriendo.

—Ven. Vamos a hacerlo el hombre más feliz del mundo.

Cooper gritó y levantó a Fairfax del suelo.

—Dios mío, no lo puede creer. Realmente eres tú.

Ella se rio y lo levantó a cambio.

—Cooper, amigo. He oído que has evitado convertirte en un abogado


después de todo.

El giro más inesperado en toda la saga fue que Titus y Cooper se habían
convertido en corresponsales semi regulares, regular por parte de Cooper y
semi-regular por parte de Titus. Cooper nunca habría supuesto escribir para
Titus, pero sus cartas a Fairfax, enviadas a la dirección falsa en el Territorio
de Wyoming que Titus había arreglado, habían llegado a Titus en cambio. Y
en esos primeros años después de la muerte del Bane, cuando Lady
Wintervale casi había sido asesinada dos veces, Titus había considerado
demasiado peligroso para Fairfax, quien se suponía que estuviera muerta,
responder, incluso si se trataba de un no mago.

Por lo que había escrito de vuelta en su lugar, poniendo su talento para la


mentira en la creación de ficción. Encontró relajante dar vueltas en nombre
de Fairfax, primero como un ranchero en el Territorio de Wyoming, luego
como director de un hotel en San Francisco, y en los últimos tiempos, un
hombre de negocios en Buenos Aires. También había llegado a disfrutar de
largas misivas de Cooper, llenas de noticias de las acciones de sus viejos
amigos. Sutherland aún no se había casado con una heredera repugnante.
St. John remaba para Cambridge. Birmingham ahora era un egiptólogo, con
346
ansiosos patrocinadores para sus excavaciones y ávido público en sus
conferencias.

—Gracias a Dios por eso —dijo Cooper—. Ser el secretario privado para un
hombre muy importante va de acuerdo conmigo. Voy bien en mi camino
para convertirme en un vejestorio insufrible.

Se volvió hacia Titus, ligeramente sonrojado y se quitó el sombrero, dejando


al descubierto una exuberante mata de cabello.

Titus sacudió su cabeza.

—Vanidad, tu nombre es Thomas Cooper.

Una vez, recordando su sueño de hace mucho tiempo de conocer a Cooper


en un Cuatro de Junio, Titus le había preguntado en una carta si había
ganado peso. Cooper respondió que había conservado su figura de niña,
pero por desgracia había perdido una gran cantidad de cabello. Titus, en un
momento de caridad, le había enviado un recipiente de elixir anti-calvicie.

Fairfax le dio una palmada a Cooper en la espalda

—Dios mío, eso es hermoso, Cooper. Hermoso.

Cooper se puso del color de una remolacha. La remolacha más feliz del
mundo.

—Estoy muy contento de verlos a los dos. Ha sido demasiado tiempo. Y...
—Algo de la alegría se drenó de su rostro—. ¿Y no siempre tenemos
garantizado que nos encontremos con viejos amigos de nuevo después de
muchos años, ¿cierto?

En su última carta, Titus al fin le había dicho a Cooper que Wintervale y la


Sra. Hancock habían muerto tiempo atrás, en la misma “intriga de palacio”
que lo había alejado de Eton.

Fairfax envolvió un brazo alrededor de los hombros de Cooper.

—Pero hoy lo estamos. Todos los viejos amigos en el mundo.

Reunieron a Sutherland, Rogers, St. John y varios otros chicos de casa de


la Sra. Dawlish y se sentaron a un abundante día de campo. A mitad del día
de campo, Birmingham, su antiguo capitán de casa, llegó con, de todas las
347
personas, West a su lado. Los jóvenes se volvieron inquietos a la vista de
West, quien no solo había capitaneado a los once de Eton, sino que también
había sido capitán del equipo de cricket de la Universidad de Oxford. Ahora
se había embarcado en una carrera como físico y compartía una casa en
Oxford con Birmingham.

West mantuvo una animada conversación con Fairfax. Luego él, Fairfax y
Titus hablaron juntos por un rato. Cuando se fue para unirse a una
conversación entre Sutherland y Birmingham, Fairfax susurró en el oído de
Titus que West y Birmingham estaban “juntos”.

Él susurró de vuelta:

—¿Crees que estoy ciego?

Ella se rio, sonido que fue ahogado por un grito de alegría de Cooper.

—Caballeros, ¡nuestro amigo del subcontinente ha llegado!

Titus y Fairfax exclamaron. Se habían, por supuesto, reunido con Kashkari


en numerosas ocasiones con el paso de los años, incluso pasado meses
juntos en campañas. Pero esto era especial, estar a su lado donde todo
comenzó.

Comieron, rieron, y recordaron. En algún momento de la tarde, Titus,


Fairfax, y Kashkari se despidieron de los otros amigos y se teleportaron a
Londres para un extenso té. Tenían mucho sobre qué hablar, dado que
Kashkari también tenía la intención de revelar la verdad sobre su
participación, y la de Amara, en la Última Gran Rebelión.

El día se desvanecía cuando Titus y Fairfax se dirigieron a la casa en las


Colinas Serpenteantes, donde sus padres solían encontrarse. En los últimos
seis años, se había convertido en un refugio para ellos también, un refugio
seguro donde podían desprenderse de sus responsabilidades y simplemente
disfrutar de la compañía del otro.

—¿Sabes que siempre vamos a la villa de verano de la Reina de las


Estaciones? —preguntó él, colapsando en un largo sofá en el solario.

—Lejos estoy de cansarme de lugar más hermoso en el Crisol —bromeó ella,


sentándose a su lado—. Pero continúa.
348
Él juntó sus manos en la parte superior de su copia del Crisol.

—Bueno, hace poco fui a la villa de primera de la Reina de las Estaciones y


vi algo inesperado.

La villa de primavera, en un alto prado alpino con montones de color rosa y


malva de flores silvestres, era tan hermosa como la villa de verano. Titus
señaló a un par de viajeros caminando a través del prado, sus rostros
brillando en la luz de una brillante puesta de sol.

—Míralos.

Fairfax contuvo el aliento.

—Pero son tus padres.

—Sí —dijo en voz baja—. Ella mantuvo un registro de su semejanza,


después de todo, para que yo la encontrara algún día. Y para que los viera
felices y juntos.

Vieron a la joven pareja, sus brazos alrededor del otro, pasando la villa y
desapareciendo más allá de una curva en el camino.

Entonces, Fairfax tomó la mano de él.

—Estoy lista para lo que sea que traiga el futuro.

—Yo también —le dijo él—. Yo también.


349

NOTAS
1. Redhull, Bernard

AD 967-1014. Vidente.

Conocido más por prolijidad que por importancia. Declaró nunca haber
tenido una sola visión de sí mismo, sino siempre de completos extraños.
Envió lotes de cartas todos los meses a aquellos a quienes concernían sus
visiones, cuando pudo descubrir sus identidades. Mejor recordado como
aquel cuya visión de una conversación entre Lady Callista Tiberius y un
amigo la impulsó a la acción, para duplicar todas las medidas enumeradas
en ese intercambio previsto. Ver Lady Callista Tiberius, Horatio Haywood,
Iolanthe Seabourne, Aramia Tiberius, Príncipe Titus VII.

—De Diccionario Biográfico del Dominio

2. Lo siguiente es un extracto del informe escrito de Hancock:

Dos meses más tarde me encontré con una mención más de


Pyrrhos Plouton, en una carta de un remoto conocido,
exclamando cómo él no había envejecido ni un solo día en
veinticinco años. Parecería que la primera hazaña de magia de
sacrificio que Plouton realizó fue tan poderosa que le dio no sólo
longevidad antinatural, sino también aparente juventud
inmarcesible. Esta podría ser la razón por la que se trasladó muy
lejos para convertirse en Palaemon Zephyrus: para evitar el tipo
de especulación provocada por su aparente intemporalidad.

A juzgar por todas las fuentes que he recogido, tanto Pyrrhos


Plouton y Palaemon Zephyrus —antes del posterior encuentro de
éste con la “serpiente gigante”, al menos— eran buenos
especímenes físicos, sin sufrir de ninguna discapacidad y sin
faltarles incluso un pequeño dedo del pie. Lo cual me llevó a la
350
conclusión de que Plouton debía haber alimentado su primer
sacrificio con un riñón. Los órganos son muy valorados en la
magia de sacrificio, pero uno podría vivir una vida normal con un
solo riñón y, tal vez igualmente importante, dar la impresión de
estar completo y sin mutilar.

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

3. El texto de la nota que Seabourne dejó en el laboratorio de Titus VII antes


de que ella partiera de Gran Bretaña es el siguiente:

Su Alteza,

Voy a matarte: ansiosamente y con gran satisfacción. Tal vez


estoy hablando en sentido figurado; talvez no. Tú lo descubrirás.
Probablemente demasiado tarde.

Pero si debe ser que tanto yo como el destino de alguna manera


te perdonemos la vida, y vuelves aquí un día, victorioso y en una
sola pieza, entérate que de verdad quería decir lo que dije: No me
arrepiento de ir a Atlantis, a pesar de profecías mortales.

Y sepas que te he amado todo el tiempo, incluso mientras


planeaba tu inminente desaparición. Tal vez especialmente
mientras lo hacía.

Ahora y siempre,

La única que camina junto a ti

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

4. La práctica de usar brazaletes de fidelidad se remonta casi un milenio.


Una vez que una pareja de amantes sella su compromiso el uno al otro y se
ponen los brazaletes de fidelidad, los brazaletes no se pueden quitar a menos
que uno o ambos de los usuarios fallezca.

Esta irreversibilidad es probablemente la razón de que los brazaletes de


fidelidad nunca llegaron a ser populares. Incluso las parejas más
351
sinceramente devotas podrían distanciarse a lo largo del tiempo. Entonces,
¿qué hacer acerca de este símbolo ya sin significancia que no se puede
quitar a menos que uno esté dispuesto a renunciar a un brazo también en
el proceso?

—De Enciclopedia de Costumbres Culturales

5. El texto de las entradas que la Comandante Rainstone leyó en el diario


de la Princesa Ariadne:

6 de mayo, AD 1012

¿Por qué tan pocas veces veo buenas noticias? El añorado


descubrimiento del amor y amistad. La recompensa justa y
valiente por su valor y sacrificio. O incluso una entusiasmada
recibida nueva obra, al menos eso sería algo que esperar con
interés.

No, en cambio veo muerte y desgracia. Y cuando estoy de suerte,


cosas que no puedo interpretar de un modo u otro.

Ahora, a la visión. Es un hospital… o al menos se parece a la


sala de maternidad de un hospital, con un número de recién
nacidos en filas de moisés. Un hombre, en túnica blanca de
enfermera y una gorra blanca, con el rostro cubierto por una
máscara protectora, comprueba todos los bebés de uno en uno.

Se detiene ante dos cunas y mira a los bebés dentro por largo
tiempo. Luego, con una mirada a la ventana que da al pasillo,
cambia rápidamente los bebés.

Tan frustrante; el hombre está cometiendo claramente una


terrible fechoría. Sin embargo, debido a que no ha ocurrido
todavía, no puedo hacer nada. Tampoco puedo reconocer el
hospital, aunque recorrí varios hospitales el pasado verano,
especialmente en las provincias.
352
Voy a esperar a que la visión regrese y esperaré para obtener
más información de identificación.

19 de agosto, AD 1012

La visión vino de nuevo. Esta vez pude ver que hay fuegos
artificiales por la ventana, una ducha constante de vetas de oro.

¿El cumpleaños de padre o un día de fiesta?

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

6. Comandante Penelope Rainstone:

A veces los informes hacen que parezca que mi ruptura con la Princesa
Ariadne fue permanente. Eso no era del todo el caso. Su Alteza hizo
despedirme, debido que leí su diario sin autorización y luego me negué a dar
una razón. Pero seis meses más tarde fui a verla.

Dejé en claro que nunca podría confesar por qué había espiado: Callista no
quería que nadie supiera que estábamos emparentadas, que su madre se
había permitido un romance con un jardinero durante su matrimonio. Pero
le pedí a Su Alteza que por favor comprendiera mi dilema, como una mujer
que también tenía secretos que no podía decirle al mundo.

Ella se quedó en silencio por un largo tiempo, pero luego asintió lentamente.

No puedo decir lo mucho que significaba para mí, su perdón. Me ofrecí a


tomar un pacto de sangre, como un gesto de gratitud y lealtad. Ella se negó,
pero dijo que, si quería, podía hacerle el mismo pacto a su pequeño hijo.

Lo hice. En ese momento yo no tenía idea de que años después el pacto, el


que me unía a Su Alteza, me permitiría romper el cerco de la cúpula
campana en el Desierto del Sahara.

Los hilos de la Fortuna se tejen misteriosamente.

—De La Última Gran Rebelión: Una Historia Oral


353
7. Vasudev Kashkari:

Tenía veinte años cuando me fui de casa hacia el Desierto del Sahara. Nunca
hubo ninguna duda de que yo quería ser parte de la resistencia, incluso si
mi tío no hubiera sido Akhilesh Parimu, todavía habría querido contribuir.

No mucho tiempo después de que llegué a mi primera base rebelde, en el


Sahara occidental, un mensajero vino de otra base. La vi en el almuerzo,
hablando y riendo con algunos de mis amigos. Yo no estaba en el hábito de
acercarme a las chicas, pero había algo irresistible en su calor y vivacidad…
y ella tenía una preciosa sonrisa. En la próxima comida reuní el valor y tomé
el asiento junto a ella.

Nos pusimos a hablar. Al final resultó que su madre era del Ponives, el reino
nativo de mis abuelos. Así que hablamos más y más. Fuimos los dos últimos
en abandonar la cantina esa noche. A la mañana siguiente nos reunimos de
nuevo para el desayuno y hablé hasta que tuvo que irse.

Cuando ella se hubo ido yo caminé por ahí en una niebla por el resto del
día. Esa noche le escribí unas pocas líneas en mi cuaderno bidireccional.
Ella respondió inmediatamente y siguió escribiendo durante horas. Eso se
convirtió en un patrón: cada noche nos escribíamos el uno al otro, sobre lo
que pasó ese día y todo lo demás bajo el sol. [Sonríe] Yo tuve que conseguir
un nuevo cuaderno cada pocas semanas debido a lo mucho que
charlábamos.

Sugerí muchas veces que deberíamos volver a reunirnos. Pero siempre


encontraba alguna excusa para objetar. Después de cuatro meses, ya había
tenido suficiente y yo pelee por una misión para mejorar el sistema de riego
en su base. Pero cuando llegué allí, nadie en la premisa sabía sobre quién
estaba hablando. Todos tomaban turnos con funciones de mensajería y
nadie utilizaba el nombre de guerra de Durga Devi. Cuando mencioné su
conexión con el Ponives, señalaron a esta intimidante y hermosa joven como
la única con una madre de ese reino.

Mis preguntas repetidas en el cuaderno no tuvieron respuesta. No sabía qué


hacer. Me sentía como si hubiera sido el tonto más grande. También estaba
completamente inquieto: me gusta resolver problemas, y los problemas que
no presentaban ninguna solución racional me ponen inquieto e irritable.
354
Cuando terminé mi tarea y estaba a punto de irme, un mensaje vino de ella
al fin, rogándome que me quedara en su base, a pesar de que ella no estaba
allí y nadie sabía nada de ella. Si me quedaba, encontraría respuestas, dijo.

Agonicé sobre mi decisión, pero al final me quedé. Yo la amaba y necesitaba


volver a verla. Si quedarme en su base me iba a llevar de nuevo a ella,
entonces eso era lo que haría, a pesar de mis dudas.

Mientras tanto, Amara fue promovida para supervisar los suministros y


logística de la base, lo que significaba que interactuamos a intervalos
regulares. Encontré esas ocasiones incómodas: ella era por lo general
bastante brusca y nunca me miraba a los ojos.

Y ni que decir, mis conversaciones nocturnas con la que yo amaba también


se habían convertido en poco naturales e incómodas. No podía pretender
que todo estaba igual que antes.

Después de tres semanas le dije que tenía que verme cara a cara y decirme
todo antes de que pasara un mes. Discutimos de un lado al otro y finalmente
accedió a reunirse un día a seis meses en el futuro.

Una semana antes de nuestra cita, la vi a través de la cantina, conversando


con un grupo de tejedores de alfombras, como si no tuviera ninguna
preocupación en el mundo. La miré fijamente. Ella me miró y sonrió, una
sonrisa amable, pero sin ningún atisbo de reconocimiento.

Lo siguiente que supe, Amara tenía su mano en mi brazo y me arrastraba


lejos de la cantina. Casi llegamos a los golpes, ella tirando de mí y yo
tratando de volver a la chica cuya ausencia me había consumido durante
meses.

—Esa es mi prima Shulini —habló Amara directamente a mi oído—. Tú


nunca la has conocido ni ella a ti. Tomé su forma cuando fui a tu base.

No podía hablar por mi sorpresa: los mutables son tan raros en la vida real
que la posibilidad nunca pasó por mi mente. Ella explicó que cuando viajaba
lejos de la base a menudo tomaba la apariencia de Shulini porque su propio
rostro hacía que la gente mirara fijamente. Pero tenía que dejar de hacerlo
porque se estaba volviendo demasiado mayor para transformarse a
voluntad, al menos no sin miedo a terminar luciendo permanentemente
como otra persona.
355
Me enfadé. Nos conocíamos el uno al otro por diez meses para entonces. En
cualquier momento ella me hubiera dicho. En cambio, eligió dejarme hervir
a fuego lento en mi propia ansiedad. Dijo que tenía miedo de perderme, ya
que nunca mostré el más mínimo interés en ella.

—¿Qué tal esto? Me has perdido de todos modos —dije, y me fui.

Durante unos días me presenté a Shulini alrededor de la base. Ella era una
chica agradable, pero no había ninguna chispa entre nosotros en absoluto,
lo que me puso aún más indignado. Amara me ignoró por completo.

Pero ella no se dio por vencida conmigo. Consiguió que nos asignaran al
turno nocturno de patrullaje juntos. En la oscuridad, cuando no podía ver
su rostro, sino sólo escuchar su voz… eso era por qué había hablado tan
poco conmigo desde que llegué a vivir a su base, porque todavía tenía la
misma voz. Y yo amaba su voz, el sonido de su risa, la precisión de sus
vocales, y sobre todo la forma en que a veces tarareaba un poco para sí
misma.

A partir de ahí empezamos nuestra reconciliación. Me tomó un tiempo


enamorarme de su rostro: solía mirar fijamente cada vez que lo vi, sobre
todo si habíamos estado sentados lado a lado por un tiempo, hablando sin
mirarnos el uno al otro. Más tarde bromearía que quería casarse conmigo
porque yo era el único hombre que la prefería en la oscuridad.

[Sonríe de nuevo.]

Y ahí lo tienen, nuestra historia.

Entrevistador:

Después de que se reconciliaron, ¿cuánto tiempo estuvieron juntos?

V. Kashkari:

Tres años y once meses.

Entrevistador:

Un tiempo demasiado corto.

V. Kashkari:
356
Todos los años buenos son cortos, como lo son todas las vidas plenas.

—De La Última Gran Rebelión: Una Historia Oral

8. Príncipe Titus VII:

La mañana del funeral de Estado, fui informado de que los Atlantes habían
entregado a la Señorita Aramia Tiberius. Esa tarde, la hice traer junto con
junto Alectus y Lady Callista.

En el poco tiempo transcurrido desde la caída del Bane, Alectus se había


convertido en un anciano: se inclinaba y tenía una expresión de confusión
perpetua. Lady Callista parecía haber perdido gran parte de la elegancia por
la que había sido tan admirada: era una mujer nerviosa la que me hizo una
reverencia. Aramia simplemente parecía aterrorizada.

Me dirigí a ella primero.

—Veo que está sana y salva, Señorita Tiberius.

Ella tuvo la sensatez de no decir nada.

—Su Alteza, ¿por qué no se me permitió asistir al funeral de mi hija? —


interrumpió Lady Callista—. ¿Por qué, de hecho, no se me menciona en
absoluto en la cuenta que diste de cómo el Bane fue derribado? Mi hija fue
la gran heroína de su generación, ¿y usted tendrá a la población creyendo
que era la hija de esos pobres del Conservatorio?

La miré fijamente hasta que ella se removió e hizo una reverencia de nuevo.

—Me disculpo por mi arrebato. Por favor, perdóname, Señor.

—La Señorita Seabourne no era su hija —le dije.

—Podría no haberla criado, pero la di a luz. Mi sangre corrió en ella y


también lo hizo la sangre del Barón Wintervale, el héroe más grande de mi
generación.

—El Barón Wintervale traicionó a mi madre.

—No, eso no es posible.


357
—Pregunta a su viuda al respecto, si es que condescenderá a reunirse con
usted. En cuanto a su parentesco con una de los magos más valientes que
este reino ha conocido...

Una prueba de sangre ya había sido preparada. Cogí el vaso de vidrio.

—Sanguis densior aqua.

El líquido claro en el vaso se volvió gelatinoso y ligeramente opaco.

—Requiero una gota de sangre de usted y de la Señorita Tiberius.

Vacilaron. La Señorita Tiberius se pinchó el dedo primero, exprimiendo una


gota de sangre. La gota de sangre cayó a través de la sustancia gelatinosa
como una piedra en el agua, llegando hasta el fondo del vaso con un plink
audible.

Lady Callista hizo lo mismo.

Hice girar el vaso de precipitados.

—Si no están relacionadas, su sangre no va a reaccionar.

Las gotas de sangre, como dos pequeñas canicas, cayeron a lo largo del
fondo del vaso. Y entonces, como si fueran imanes, se movieron hacia la otra
hasta que se habían unido en un solo ovalo.

—Muy cercano parentesco, diría yo.

—Esto… esto no puede ser verdad. Quizás a través de alguna coincidencia


somos parientes lejanas.

Sin decir una palabra, realicé otro análisis de sangre, esta vez utilizando
sangre de mí mismo y Alectus. Nuestras dos gotas de sangre también se
acercaron una a la otra, pero en lugar de combinarse, formaron algo
parecido a una pesa.

—Él es mi tío abuelo. Y su parentesco es mucho más cercano que el nuestro.

—No —murmuró Lady Callista—. No.

Se dejó caer en una silla.


358
La Señorita Tiberius se mantuvo completamente inmóvil, mirando a su
madre, la mujer por cuyo amor había cometido traición.

Podría haberle dicho una y otra vez que no se molestara en ganar la


aprobación de Lady Callista: Lady Callista desdeñaba a todos los que la
amaban; al único a quien alguna vez había sido devota fue al Barón
Wintervale, un hombre que sólo pensaba en sí mismo, que tomó y tomó de
los que le rodeaban.

Antes había tenido en mente recomendar una pena especialmente dura para
la Señorita Tiberius. Pero ahora sabía que nada de lo que pudiera imponer
la castigaría tanto como la indiferencia de su madre —de hecho, repulsión—
ante la idea de estar relacionada con ella después de todo.

—Cada uno de ustedes puede ser acusado de traición. Yo, sin embargo,
recomendé al Consejo Superior un curso menos punitivo de acción. Al igual
que todos los colaboradores, tendrán la oportunidad de confesar y pedir
perdón. Detallen sus relaciones con Atlantis, y lo más probable es que
recibirán un perdón. Oculten cualquier cosa…

No tenía necesidad de terminar la frase.

—Mientras tanto, voy a buscar el asentimiento del Consejo Superior en la


destitución de Alectus de su denominación y privilegios reales. Ustedes tres
empacarán y saldrán de la Ciudadela dentro de las siguientes veinticuatro
horas.

—Pero… pero… ¿qué vamos a hacer? ¿Dónde vamos a ir? —exclamó Alectus.

—Podría, pero no voy a diezmar tu patrimonio personal. Por lo que tendrás


más que suficiente para encontrar un lugar para vivir. Creo que lo mismo
es cierto para Lady Callista.

—¿No podemos recibir algún grado de indulgencia? —suplicó Alectus—.


Somos tu familia, después de todo.

—Estás buscando indulgencia en la cara. ¿Te gustaría ver a mi lado menos


indulgente?

Alectus tembló.

—No, señor. Gracias, señor.


359
—Bien —dije—. Ansío no volver a verlos a alguno de ustedes de nuevo. Ahora
váyanse.

A medida que se dirigían hacia la puerta recordé algo.

—Por cierto, Lady Callista, el día antes de que la Señorita Seabourne se


enfrentara al Bane, se enteró de que no estaba relacionada con usted,
porque su sangre no reaccionó al círculo de sangre que había fijado en el
Sahara. Debo decir, pocas veces la había visto más encantada.

—De La Última Gran Rebelión: Una Historia Oral

9. Desconocido para el público en general, los herederos de la Casa de


Elberon siempre han sido competentes haciendo uso de magia de sangre.

La mayoría de los magos en el Dominio están familiarizados con la historia


de la llegada de los Sihar, perseguidos en otros lugares y buscando
desesperadamente un refugio seguro. Lo que no se enseña en los libros de
texto es que los Sihar, en agradecimiento, regalaron a Hesperia la Magnifica
una copia de su manual más preciado en la magia de sangre, así como el
secreto saber-cómo fabricar un espacio plegado, un secreto que más tarde
se perdió entre los Sihar pero ha sido conservado por la Casa de Elberon.

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

10. Iolanthe Seabourne:

La noche antes del funeral de Estado, el príncipe y yo fuimos al apartamento


de mi guardián en París. Sólo cuatro días habían pasado desde que los dos
se sentaron a tomar el té sólo para ser interrumpidos por la señal del
rastreador de que mi localización había cambiado a miles de kilómetros de
repente.

El servicio de té estaba aún sobre la mesa en la salle de séjour. Cuando vi


eso… [Pausa] Perdone. Cuando vi eso lloré.

Fuimos a su habitación y recogimos sus cosas. Tenía muy pocas posesiones,


fueron sólo unos días antes que le habíamos liberado del círculo de miedo
360
en el Claridge. Y todo era nuevo, comprado en previsión de una larga
estancia en París.

Cuando entramos en la habitación de invitados, me temo que lloré de nuevo.


Había visto el dormitorio de invitados cuando el príncipe y yo le habíamos
llevado al apartamento, pero él había reorganizado los muebles y cambió el
papel tapiz para que se viera más como mi habitación en nuestra casa en el
Conservatorio.

[Pausa]

Me senté en la cama mientras Su Alteza pasó por el resto del apartamento,


hasta que me llamó desde el estudio. Había encontrado una carta que
habías sido escondida. El Maestro Haywood escribió que estaba en gran
medida ansiando mi llegada a París, para pasar tiempo juntos en la
seguridad y el anonimato. Pero si por alguna razón algo le sucediera a él,
quería que yo tuviera los conjuros necesarios para invalidar el
Encantamiento Irrepetible que había puesto en mí cuando yo era una niña
pequeña.

Para el día en que viviera en tiempos tranquilos y pacíficos, y deseara


capturar momentos de mi vida, como todo el mundo.

No estoy segura de que hemos llegado a los tiempos completamente


tranquilos y pacíficos todavía. Pero una de las decisiones de Su Alteza y yo
hicimos antes de que asumiera una identidad falsa fue revocar el
Encantamiento Irrepetible por lo que viviría de hecho una vida tan normal
como era posible, que era lo que el Maestro Haywood hubiera querido.

A veces miro las fotos en mis paredes de aquellos terribles años que pasé
como un estudiante en el Conservatorio, y deseo…

En realidad, creo que él lo sabe en el Más Allá. Sabe que todo lo que siempre
había querido para mí se ha hecho realidad.

—De La Última Gran Rebelión: Una Historia Oral


361

SHERRY THOMAS
S herry Thomas es una de las autoras
románticas más aclamadas de hoy. Sus
libros reciben regularmente reseñas con
estrellas de publicaciones comerciales y se
encuentran con frecuencia en las listas de
mejores del año. También es ganadora en dos
ocasiones del prestigioso Premio RITA de
Escritores de Romance de Estados Unidos.

El inglés es el segundo idioma de Sherry, ha


recorrido un largo camino desde los días en que
hizo su laborioso camino a través de Sweet Savage Love de Rosemary Roger
con un diccionario Inglés-Chino. A ella le gusta excavar hasta el núcleo
emocional de las historias. Y cuando no está escribiendo, piensa en el zen y
extravagancia de su profesión, juega juegos de ordenador con sus hijos, y
lee tantos libros fabulosos como puede encontrar.
362

AGRADECIMIENTOS
Moderadoras
Âmenoire

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