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ESCUELA DE EDUCACIÓN BÁSICA “ALEJANDRO ANDRADE COELLO”

Estudiante: Nicole Estefanía Guevara Mora


Curso: Primero de Bachillerato General Unificado

EL ILALÓ DEL PROFUNDO DOLOR

La historia inicia en aquella montaña denominada “Ilaló”, había un chico llamado Hisao
Nakai a quien lo llamaremos Hisao, aquel chico que prefería la soledad y el silencio, y que mejor
lugar que una montaña aislada de los demás, una montaña que encierre los secretos más ocultos
y misteriosos que solo el poderoso Ilaló podía brindarlo, de ahí que aquel día que se propuso
visitarlo lo único que llevo fue una botella de agua, al emprender su camino, podía sentir aquella
brisa, escuchaba el sonido del viento al atacar a los árboles, fue ahí que se dio cuenta de algo, él
ya no sentía ni sed, ni cansancio, así que se lamento por traer la botella de agua que le hacía
peso, fue ahí que se dijo así mismo: “No vine a lamentarme, vine a tener un momento de paz y
tranquilidad” así que prosiguió su camino, más al llegar al lugar que anhelaba, pudo divisar una
gigantesca cruz, deteriorada por el tiempo, pero aun así hermosa por sobre todas las cosas, fue
así que cansado de contemplar a la misma decidió acostarse en el prado, este era verdoso y muy
pintoresco, con el calor del momento se cuestionó que realmente estaba solitario, pese a que
tenía la compañía de sus sentimientos, estaba solo, en tanto que se relajaba, escuchó unos pasos
cada vez más fuertes, estos hicieron que su corazón se exaltará aún más y más, fue ahí que Hisao
prefirió cerrar los ojos y olvidarse del mundo, él se quedó en silencio, abrió uno por uno sus dos
ojos para ver el posible peligro había pasado.

Al abrirlos completamente, no había nada, pero lastimosamente, alguien había apuñalado el


corazón de Hisao, sin embargo, lo más espeluznante es que en ese momento no había nadie ni
nada, fue entonces en ese preciso momento que el prado verde se pintó de sangre, sangre
esparcida por doquier. Ahora, en la actualidad el alma de Hisao recorre la cruz del Ilaló
esperando la compañía de todo aquel que decide visitarlo, pues mucha soledad no es muy buena
consejera para aquella alma solitaria que un día decido cerrar sus ojos y volar por el confín.

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