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Mao Zedong

Encabezó la Revolución Comunista en China y su política provocó sucesivas convulsiones sociales.


No estabilizó el poder comunista, sino que lo usó para precipitar transformaciones mediante
iniciativas drásticas. Las colectivizaciones masivas, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural
constituyen jalones de este proceso histórico, en el que Mao impulsó grandes movilizaciones.
Algunas de sus decisiones tuvieron consecuencias catastróficas. Se ha conjeturado que su política
provocó 70 millones de muertes en tiempos de paz, lo que sitúa a Mao entre los responsables de
los mayores desastres de la Historia, incluso aunque hubiera que rebajar las cifras a 40 ó 50
millones de muertos, conforme a otras estimaciones.

Las decisiones que precipitaron estos resultados abrumadores, a veces recibidas con aprensión
por los demás mandos comunistas, fueron tomadas personalmente por Mao. No siempre el costo
humano entraba dentro de los cálculos del Gran Timonel, pero consta que aceptaba la posibilidad
de grandes mortandades, incluso el sacrificio de los grupos que justificaban su revolución, para
lograr objetivos de transformación social o que China se convirtiese en una gran potencia. "Es
posible que perdamos más de 300 millones de personas, ¿y qué?". Así explicaba, en 1957, a sus
desconcertados colegas rusos la eventualidad de una guerra nuclear, que creía derrumbaría al
imperialismo. Con todo, durante su mandato mejoraron sustancialmente los niveles de vida de la
población china: pese a los vaivenes, se atenuaron las situaciones de pobreza extrema y se elevó
la esperanza de vida. También terminó la fragmentación de China, que durante la primera mitad
del siglo había supuesto un permanente estado de guerra civil.

El pensamiento de Mao tuvo gran difusión en China -el culto a su personalidad alcanzó
dimensiones extraordinarias- e influencia en otros lugares del mundo, con grupos que seguían
sus orientaciones en Asia, América o África. En la China actual la figura de Mao sigue siendo
venerada, aunque se cuestionan sus "errores" o se atribuyen a otros personajes que le habrían
engañado o malinterpretado. Los logros de Mao produjeron fascinación. "La vida en la China
actual es excepcionalmente grata", resumiría Simone de Beauvoir. David Rockefeller llegaría a
conclusiones similares, al elogiar "el sentido de armonía nacional" de una revolución que
"promueve una moral elevada". Se le atribuyeron profundas convicciones éticas, sensibilidad
social, preocupaciones democráticas y espíritu crítico (frente al dogmatismo de Stalin).

Era un soldado, un pensador, un poeta, un filósofo... ¿Retratos apresurados de viajeros? Sin duda,
pero también testimonio de una época en la que subyugaban los afanes por transformar la
sociedad. Mao Zedong nació en 1893 en una aldea de la provincia de Hunan, situada en el centro-
sur de China. Su padre era un campesino propietario, moderadamente próspero y con medios
para la educación de su hijo. En Changsha, la capital de Hunan, donde desarrolló sus estudios,
mostró sus primeras inquietudes políticas, cuando apoyó al ejército republicano nacionalista, en
cuyas milicias sirvió unos meses. Tras abdicar el emperador, en 1911, siguió un periodo
conflictivo. A las luchas entre los republicanos del Norte y del Sur se añadirían los señores de la
guerra que dominaban algunas regiones.

Mao se graduó en la Escuela de Magisterio en 1918. Trabajó unos meses como auxiliar de
biblioteca en la Universidad de Pekín y, en 1920, de vuelta a Changsha, dirigió la escuela de
enseñanza primaria. Había entrado ya en contacto con las nuevas corrientes políticas, e,
impresionado por la Revolución Rusa de 1917, se fue aproximando al comunismo. No participó
en la fundación del Partido Comunista Chino, pero sí en su primera asamblea, la de 1921 -durante
su liderazgo se la presentaría como la reunión fundacional, para hacerle partícipe de la misma-.
Durante los siguientes años no tuvo un papel destacado en la dirección del partido, aunque fue
miembro del Comité Central.

Mao sí participó en la colaboración comunista con el Partido Nacionalista, el Kuomintang,


aconsejada por Moscú en 1923 y recibida con reticencia por muchos comunistas chinos. Su
activismo nacionalista levantó recelos en su partido, por sus dificultades al precisar la divisoria
ideológica. En los cuatro años en los que duró tal colaboración (1923-27), el reconocimiento de
su militancia comunista tuvo altibajos, con momentos en los que el líder se apartó de la política,
por las reticencias de sus compañeros. A finales de este periodo se produjo una novedad que
resultaría decisiva. Mao comenzó a interesarse por el papel político del campesinado. El Partido
Comunista le designaría líder del movimiento agrario, con el encargo de asegurar la Revolución
Comunista en el interior del país.

Mao asistiría a los disturbios campesinos de Hunan y aprobaría el acoso a los trabajadores del
campo ricos. "Por decirlo sin contemplaciones, es preciso crear un breve reinado del terror en
cada zona rural", afirmó, vislumbrando las posibilidades revolucionarias de la violencia. Su
Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan (1927) destacaba el papel
prioritario que deberían tener los campesinos en la revolución china. Tal visión chocaba con la
ortodoxia soviética. Ese año, el Kuomintang rompió la alianza con los comunistas. Retornó Mao a
Hunan para encabezar un levantamiento en esta provincia y fue derrotado, pero escapó cuando
iba a ser fusilado. Se refugió entonces en las montañas con un grupo guerrillero. Se trata de un
momento clave, pues la gran aportación estratégica de Mao la constituyó su concepción de la
guerra de guerrillas. En su concepto, ésta debía ajustarse a algunos principios básicos: "El ejército
avanza, me retiro. El ejército descansa, hostigo. El enemigo está cansado, ataco. El enemigo se
retira, lo persigo". Llegados a este punto, Mao organizó un ejército guerrillero, que acogió a
comunistas que huían de las ciudades. Con tal base se proclamó la República Soviética de China,
conocida como "Soviet de Jiangxi". Pese a su destacado papel en la guerrilla, fue desplazado por
otros líderes comunistas, de mayor sintonía con los planteamientos soviéticos. Tras haber
resistido los cercos del Kuomintang entre 1931 y 1934, la campaña de 1935 fue respondida con
contundencia -en contra del criterio de Mao- mediante una guerra de posiciones. Así, el Ejército
Rojo fue derrotado.

El líder se vio obligado a huir, en la que sería conocida como la Larga Marcha. Tras criticar las
estrategias estáticas, los comunistas designaron a Mao como Jefe Militar. La Larga Marcha duró
un año y el Ejército Rojo recorrió unos 12.500 kilómetros, con duros incidentes que, evocados
más o menos fielmente, formarían parte de la épica del movimiento comunista chino. De los
85.000 que partieron sólo llegaron unos 8.000 hombres, en muy precarias condiciones. El resto
murió por enfermedades y enfrentamientos, o quizás desertó. Pese a tales costos, la Larga
Marcha confirmó el liderazgo de Mao, que pudo asentar en el Norte una zona de dominio
comunista.

China vivía la guerra contra Japón, que había ocupado Manchuria en 1931 e invadido en 1937 el
norte de China. Mao creía necesario un frente único ante Japón. En 1938, nacionalistas y
comunistas pactaron el fin de las hostilidades y el compromiso de combatir a Japón, aunque sin
una estrategia común. Era, para Mao, la unión transitoria con la burguesía. El ejército nacionalista,
de aluvión, carecía de una idea nacional y de una mística revolucionaria, y sus mandos estaban
afectados por la corrupción. Además, los japoneses ocuparon las ciudades costeras, donde los
nacionalistas tenían toda su fuerza. Serían incapaces de competir con los comunistas, que
supieron organizar una eficaz respuesta de masas a los japoneses, arraigar entre los campesinos
y encuadrarlos en las estructuras comunistas.
En estas condiciones, tras la II Guerra Mundial y la expulsión de los japoneses, la guerra civil que
siguió no fue muy larga. En 1949, el Ejército Popular de Liberación -bajo el mando de Mao-
derrotó a los nacionalistas, que se refugiaron en Taiwán. El 1 de octubre de 1949, Mao
proclamaba la República Popular China. Se convertía entonces en el líder del mayor país del
mundo, enarbolando un proyecto de reformas sociales que no se habían detallado, más allá de
las evocaciones a la liberación de los campesinos y al modelo soviético.

Se ha asegurado que la formación marxista-leninista de Mao era precaria. Eso sí, de la experiencia
soviética tomó el modelo de un Estado centralizado, con continuidades respecto a la tradición
imperial y una organización disciplinada desde el centro hasta las aldeas más remotas, aunque
sin las estructuras burocráticas que desarrollara Rusia. Ahora bien, su comunismo consistía en un
misticismo colectivista que creía en la abnegación plena del individuo dentro de la sociedad y en
"el pueblo" como fuerza revolucionaria. Para Mao, la voluntad podía imponerse sobre cualquier
circunstancia práctica. El fervor revolucionario y el entusiasmo colectivo construirían
inmediatamente una sociedad comunista e industrializada. Al parecer, Mao quería ver los
cambios en su vida -la sociedad comunista o la conversión de China en una gran potencia-, por
desconfiar de la fe revolucionaria de sus sucesores o porque no le preocupaba la posteridad. Su
política impulsó así sucesivas iniciativas de enorme calado. Las transformaciones debían
sucederse a golpe de voluntad y sin espacio para que sedimentasen.

La primera reforma agraria, en 1949, quería preservar a los agricultores eficientes. La Guerra de
Corea dio a Mao ocasión de acelerarla y endurecerla a partir de 1951. El proceso de
colectivización fue rápido. La tierra pasó a ser explotada colectivamente, no sin emplear la
violencia contra los "campesinos ricos". A la colectivización acompañó la persecución de los
"enemigos sociales", un término en el que cabía diversidad de categorías que podían ser tachadas
de antirrevolucionarias, en un movimiento convulso sostenido por constantes asambleas
populares para las denuncias. El número de muertos que provocó este primer drama se establece
entre 1 y 3 millones de personas, aunque hay quienes hablan de 15 millones.

En parte, la rapidez del proceso de colectivizaciones y su envergadura -sus dimensiones


desbordan cualquier comparación con procesos similares, pues implicó a cientos de millones de
personas- se explican por las tradiciones culturales chinas, con el sentido de la disciplina colectiva
y el respeto a la autocracia. A esta revolución agraria siguió un aumento en la producción interior
bruta, al que contribuiría la relativa estabilidad política, tras décadas de enfrentamientos bélicos.
Sin embargo, fueron sistemáticas las requisas, que mantuvieron deprimidas las subsistencias
campesinas. Probablemente, tal presión buscaba exportar productos agrarios, para prestigiar al
régimen en el exterior -China donaba productos agrícolas a países del Tercer Mundo o del Este
de Europa, pese a que los niveles de vida de éstos eran mucho más altos que los de los chinos- o
para lograr recursos rusos con los que convertirse en una potencia o para hacerse con la bomba
atómica. El régimen no permitía ningún pluralismo, pese a que Mao lanzó en 1956 el movimiento
de las Cien Flores: "Dejemos que un centenar de flores florezcan, dejemos que un centenar de
escuelas debatan".

Invitaba a cualquier expresión pública para mejorar el gobierno de China. Sea porque las críticas
fueron más allá de lo previsto, sea porque todo fue una añagaza para que aflorase la oposición,
la tolerancia se mudó en persecución a quienes habían destacado en sus posturas críticas.

Uno de los años decisivos del régimen fue 1958. Mao lanzó el Gran Salto Adelante. Buscaba crear
súbitamente una plataforma industrial capaz de competir con la Unión Soviética y ponerse a la
altura de los países más avanzados. Subyacía la idea de que el cambio dependía de la voluntad y
no de condiciones objetivas. Las explotaciones agrarias se convirtieron en "comunas populares",
con la colectivización de todos los aspectos de la vida campesina. La industrialización seguiría un
modelo descentralizado, diferente al soviético. Se pasaría a comunas autárquicas, cada una con
sus sectores industriales, agrarios y de servicios, así como con su milicia; las comunas producirían
su propio acero. Apostó por lograr rápidamente producciones altísimas de acero, lo que condujo
a fábricas precarias y, para lograr los retos estadísticos, al uso masivo de chatarra, fundida en
precarios hornos de calcinación y con productos de ínfima calidad. El Gran Salto Adelante
transformó de pronto la forma de vida de 700 millones de personas y provocó un gran cataclismo.
Se combinó con las sequías y el final del apoyo soviético, al romper Mao con Kruschev tras la
muerte de Stalin. La hambruna, la mayor de la historia contemporánea en cualquier país, se saldó
con no menos de 30 millones de muertos, quizás una decena de millones más. Tras el fracaso del
Gran Salto Adelante, Mao fue apartado de la Jefatura del Estado, si bien mantuvo un papel
destacado como presidente del Partido Comunista y líder simbólico del régimen. Se optó por una
política reformista, de cambios paulatinos. Pero, no fue definitiva la relegación de Mao.

Todavía llevó a cabo otra experiencia histórica. En 1966 lanzó la Revolución Cultural. Adujo que
impediría el retorno del capitalismo y proseguiría así el camino de la revolución, pero también
tenía quizás el propósito de recuperar la primacía política. Llamó a los jóvenes comunistas, los
guardias rojos, a un nuevo movimiento revolucionario en el que debían denunciar a quienes
tachaban de burgueses o de enemigos del socialismo. Toda China se vio convulsionada por los
desmanes. En sus últimos años, Mao padeció Parkinson y problemas pulmonares y cardíacos, y
apenas intervino en las luchas por su sucesión. Sí intervino, por contra, en la apertura de
relaciones con Estados Unidos, que venía a reconocer a China como una gran potencia, una de
sus obsesiones. Mao murió en septiembre de 1971. De su legado sobrevivió la estructura de
poder comunista, pero no las tensiones permanentes que él animara. También subsistió el culto
a Mao como fundador del régimen y del Estado.

Aunque el Partido Comunista chino ha reconocido “errores” cometidos por el dirigente


revolucionario, la versión oficial, y el sentimiento extendido en China, es aún hoy que Mao Zedong
fue mayormente un buen líder que empujó al país a convertirse en una potencia mundial, indican
los expertos consultados por EL ESPAÑOL.

“Mao es visto no sólo como un líder bueno y relevante, sino como el más importante del siglo XX
por una amplia mayoría de la población china según encuestas realizadas tanto por académicos
chinos como occidentales”, asegura Daniel Leese, profesor de Política e Historia Moderna de
China en la Universidad de Friburgo (Alemania).

Las razones, dice Leese, son dos: por un lado, en la educación y los medios de comunicación se
ensalza su figura como fundador del Partido Comunista y la República Popular mientras se
difuminan sus sombras; por otro, las reformas capitalistas llevadas a cabo por sus sucesores han
generado unas diferencias económicas en la sociedad que despiertan sentimientos de nostalgia
en algunos ciudadanos.

Para Steve Tsang, profesor de Estudios Chinos Contemporáneos en la inglesa Universidad de


Nottingham, la mayoría de los chinos no piensan hoy día en Mao y su opinión sobre él,
generalmente, es la que ofrece el Gobierno.

“La mayoría de los chinos saben muy poco de Mao y lo que saben lo han aprendido sobre todo a
través de la propaganda del Gobierno, que lo presenta principalmente como una figura positiva”,
dice Tsang, que también integra el think tank británico Chatham House. “[Pero] para aquellos que
saben, Mao es un personaje muy distinto: la gente mayor que vivió el Gran Salto Adelante y la
Revolución Cultural sabe cuánto daño hizo Mao a China y su pueblo”.

LOS "ERRORES" DE MAO


Las muertes bajo el régimen de Mao se cuentan por millones. El Gran Salto Adelante (1958-1962),
un plan económico basado en la industrialización acelerada y la colectivización agrícola derivó en
una terrible hambruna que acabó con la vida de hasta 45 millones de personas, según los
historiadores. La Revolución Cultural (1966-1976) supuso una década de caos en la que hasta dos
millones de personas perdieron la vida víctimas de una cruzada contra la “burguesía” convocada
por Mao.

Seis años después de la muerte del 'Gran Timonel', el Partido Comunista de China reconoció en
una resolución que la Revolución Cultural fue un “error cometido por un gran revolucionario
proletario”. Sin embargo, la formación concluyó que los méritos de Mao Zedong sobrepasaban
con creces sus fallos y se instauró la noción de que el dirigente había sido 'un 70% bueno y un
30% malo'.

Pero el partido no ha abordado en profundidad lo ocurrido -pese a que el padre del actual
presidente, Xi Jinping, fue encarcelado durante la revolución- y los críticos con el régimen afirman
que la discusión sobre lo ocurrido bajo el mandato de Mao Zedong es casi nula.

“El Gobierno chino tiene el monopolio de la historia”, dice Tsang, el experto de Chatham House.
Con él coincide William Nee, investigador en Hong Kong de Amnistía Internacional. “La principal
arma del Gobierno para lidiar con los aspectos negativos del legado de Mao han sido la tortura y
la reescritura y limpieza de la historia para satisfacer necesidades políticas actuales”, asegura Nee.
“En las últimas décadas, el espacio para hablar de Mao Zedong y su legado ha sido limitado, pero
el Gobierno del presidente Xi Jinping ha reducido el ya limitado espacio de debate”.

El pasado 16 de mayo se cumplieron también 50 años del inicio de la Revolución Cultural. El


aniversario pasó prácticamente desapercibido en la prensa china. Sin embargo, el Diario del
Pueblo, vocero del Partido Comunista, publicó un artículo en su web que reforzaba la postura del
Gobierno ante los “errores” de Mao. “La historia siempre avanza y resumimos y absorbemos las
lecciones de la historia para usarla como un espejo para avanzar mejor”, rezaba el artículo,
recogido por The New York Times.

“Mi madre piensa que es un demonio, pero mi padre, que fue más represaliado que mi madre,
hasta hace unos años decía que fue un gran líder”, afirma Rose Tang, artista y superviviente de la
matanza de Tiananmen, desde Nueva York. “Eso siempre era una fuente de discusión y entonces
ya me rendí”.

Tang cuenta que su padre fue privado de su libertad por once años mientras que su madre tenía
que pintar cuadros de Mao. Más de una decena de sus parientes murieron de hambre durante el
Gran Salto Adelante. Pero Rose, que critica abiertamente al 'Gran Timonel', asegura que tanto los
que lo defienden abiertamente como los que lo atacan en público son relativamente pocos en la
sociedad china actual. Lo que reina, dice, es la indiferencia y la falta de espíritu crítico.

Rafael Bueno, director de Política y Sociedad de Casa Asia, asegura que las dificultades que China
atraviesa en la actualidad llevan a algunos a decir “esto con Mao pasaba y entonces se está
empezando a recuperar un poco esta figura”. El experto cita como ejemplo el hecho de que se
empezara a construir una estatua de 37 metros del líder comunista en una localidad del país,
aunque el proyecto se ha paralizado. Bueno afirma, sin embargo, que los que añoran los años de
Mao son pocos, pero que muchos valoran que Mao unificara el país y fundara la República
Popular.

Por su parte, Mao Feng, piensa que pese a haber cometido errores, Mao Zedong fue un gran
capítulo en la historia de China. “Cualquier persona puede fallar, pero tenemos que ver cosas
positivas”, dice. “Yo creo que ha llevado a China a tener buena imagen, eso es más importante”.

☺!

Gran revolución cultural proletaria/ Matanza de Tiananmén: el puente


El Partido Comunista de China (PCCh) llegó al poder en 1949 y, desde entonces, su gobierno ha
sido el hilo conductor de la vida política del país. El organismo –o algunas de sus facciones más
relevantes– estuvo detrás de la ejecución de los dos acontecimientos que tratamos.

La Gran Revolución Cultural Proletaria fue una iniciativa emprendida por Mao Tse-Tung en 1966.
Finalizó en 1976, cuando el líder murió. Su ejecución se distinguió por un cúmulo de campañas
ideológicas que exaltaban la adquisición del marxismo como horizonte de gobierno y modo de
vida. Su objetivo, en términos generales, era eliminar todo lo que quedara de “cultura burguesa”
entre los intelectuales, los ciudadanos y los mismos miembros del PCCh. En ocasiones, la
delimitación del enemigo político deriva en purgas, en cacerías de brujas. Para muchos, ese es el
legado de la Revolución Cultural: destitución arbitraria y frenética de funcionarios, persecución
de “autoridades académicas reaccionarias”, reconfiguración radical de la estructura del PPCh,
entre muchas otras situaciones. Mao, que sabía notar las discrepancias al interior de su partido,
estaba convencido de que un grupo grande de “revisionistas contrarrevolucionarios” había
penetrado las filas de ese organismo, del gobierno, del Ejército y de los entidades culturales.
Según Mao, la revolución de 1949 había provocado una gestación de dos bandos opuestos: el de
los revisionistas burgueses y el de los verdaderos revolucionarios. Él, por supuesto, se asumía
parte del segundo grupo y se proclamó el agente de la revolución definitiva. La operación se
concretó con la circular del 16 de mayo de 1966, documento escrito por Mao y expedido por el
Buró Político del Comité Central del Partido Comunista. El texto era una especie de tratado que
invitaba a luchar contra los militantes supuestamente antipartidistas y a limpiar la ideología
marxista de impurezas. El movimiento buscaba abarcar cada aspecto de la vida política, social,
cultural y económica de China. Esto se tradujo en una ejecución paranoica: nadie estaba libre de
ser sospechoso de capitalismo.

La intransigencia ideológica del maoísmo trajo destrucción y asesinatos. La clase intelectual –


académicos, escritores, artistas– fue perseguida y la educación universitaria en el país se paralizó
por completo. Muchos templos religiosos, libros y obras de arte fueron pasados por fuego. En un
acto inquisitorio, muchísima gente fue acusada de reaccionarismo. Mao Tse-Tung murió en
septiembre de 1976. Después de numerosos debates al interior del partido, en los que se jugaba
la sucesión al poder y la determinación del futuro de China, el buró del Comité Central del Partido
condenó la Revolución Cultural como desviacionismo. Se reivindicó a los funcionarios acusados
injustamente y, además, se persiguió a los ex colaboradores de Mao. Sin embargo, el fallecido
líder no fue erigido como enemigo, sino como símbolo nacional.

En 1978 llegó la Reforma Económica China, un conjunto de medidas que modificaron


relevantemente las tesis marxistas prevalecientes en el país. Esta operación, una tentativa de
liberación dogmática, fue llevada a cabo por el ala reformista del partido, dirigida por Deng
Xiaoping, considerado máximo líder del país desde el año de la Reforma hasta su muerte, en 1997.
La matanza de Tiananmén ocurrió cuando él estaba a cargo del gobierno. El origen del episodio
se remonta a la figura del ex secretario general, Hu Yaobang, que combatió el modelo socialista
y lo que quedaba del maoísmo en el aparato político chino. Hu respaldó las protestas estudiantiles
de 1987. Ello provocó su expulsión del partido. Murió de un infarto el 15 de abril de 1989. El PCCh
tardó mucho en iniciar el luto oficial, lo que desató el descontento de los opositores. Ellos, por su
parte, comenzaron a meditar el nepotismo del partido y la destitución injusta de Hu. Los
estudiantes demandaron una profundización de la reforma económica iniciada por Deng
Xiaoping, buscaban acabar con lo que quedaba de Mao y adoptar el liberalismo como modelo
económico y cultural.

La plaza de Tiananmén había funcionado como escenario de la protesta. En principio, los


manifestantes fueron ignorados. No obstante, la visita de Gorbachov a China puso los ojos del
mundo en el país. La madrugada del 3 de junio, el gobierno lanzó la amenaza de llevar a las fuerzas
armadas a la plaza. Los manifestantes comenzaron a desalojar el lugar, pero eso no evitó el
castigo. El Ejército disparó a civiles desarmados mientras trataban de huir. La matanza significó la
operación más despiadada del Estado chino desde la época del maoísmo. Los muertos, según la
Cruz Roja, fueron alrededor de 2 mil 600. No se pudo contar a los heridos.

El Estado chino se ha distinguido por impedir la focalización de estas situaciones. Al parecer, un


régimen autoritario precisa purgar fragmentos de la memoria.

El lunes 16 de mayo se cumplieron 50 años del inicio de la Revolución Cultural. Las autoridades
chinas prefirieron evitar conmemoraciones: finalmente, el episodio se llevó a cabo durante su
mandato. Sin embargo, al día siguiente el gobierno habló mediante su periódico oficial, el Diario
del Pueblo. En el comunicado se habla de esa revolución como un grave error y, además, se insta
a la población a superarla. Según ellos, un episodio así nunca debe olvidarse ni repetirse. En 1981,
el PCCh emitió un documento donde culpó a Mao del horror que muchos padecieron, no
obstante, evitó hablar de su propia responsabilidad. Esta es la postura que el gobierno ha
mantenido desde entonces. Por lo demás, la reciente publicación del diario no habla de las
víctimas.

El 4 de junio de 2014, cuando se cumplieron 25 años de la matanza de Tiananmén, la plaza


amaneció custodiada por la fuerza pública. Pretendían vigilar a los ciudadanos chinos y a los
turistas que rondaban la zona. El Estado se había dado a la tarea de cuidar que nadie recordara
el asunto. Además, el gobierno intimidó periodistas durante los días previos al aniversario.

La destrucción de la propia memoria es un rasgo que hay que atender. Pisotear las huellas que
uno mismo ha dejado da cuenta de una intención más allá del caminar mismo. Georges Didi-
Huberman, en su ensayo “Arde la imagen”, dice que toda memoria está siempre amenazada de
olvido […] Tantos libros y bibliotecas han sido quemados. Y, asimismo, cada vez que ponemos los
ojos en una imagen, deberíamos pensar en las condiciones que impidieron su destrucción, su
desaparición. Es tan fácil destruir imágenes, en cada época ha sido algo tan normal.

Un aparato totalitario recurre a la destrucción cuando su poder se tambalea. En este sentido, no


sólo se sirve de la desaparición de opositores o de los discursos que estos hayan engendrado. Un
Estado feroz necesita comer de sus propias partes, de sus propios rastros, cuando estos se
vuelven tan peligrosos como aquellos que se dedican a resistir. Es que, finalmente, la historia
oficial es un engrane del que depende, en gran medida, la legitimidad de ese aparato. El poder
político, parafraseando a Paul Valéry, no se sostiene únicamente con la represión del cuerpo
sobre el cuerpo, sino que precisa también de fuerzas ficticias. Por lo demás, lo ficticio no es
precisamente lo falso. Siguiendo a Jacques Ranciére en La imagen intolerable, la ficción es ese
artefacto que construye otras realidades, otras formas de sentido común, “otras comunidades
de las palabras y las cosas, de las formas y las significaciones.” El Estado, sobre todo cuando es
autoritario, necesita diseminar narraciones capaces de posibilitar su permanencia en el poder. La
historia oficial es una de sus principales ficciones. En este sentido, tachar un cúmulo de líneas en
ese relato se vuelve un requisito para proteger su existencia. Por ello no debemos dejar de lado
que el Diario del Pueblo se haya negado a hablar de las víctimas: las voces de los afectados
podrían contradecir o anular la pretendida versión unívoca que el gobierno quiere imponer a los
ciudadanos.

Por otra parte, si configurar una narración específica es una tentativa de prolongación del
régimen, ¿quiénes son los más vulnerables a estas ficciones?

Niños del régimen

La Revolución Cultural y la matanza de Tiananmén comparten un rasgo fundamental: el papel que


los jóvenes desempeñaron en cada episodio. El proyecto maoísta no hubiese sido posible sin la
actividad de los Guardias Rojos: estudiantes de secundaria y universitarios que lucharon contra
los “elementos elitistas de la sociedad”. Buscaban purificar el marxismo en China y, con ello,
deshacerse de todo lo que oliera a liberalismo u oposición. En agosto de 1966, Mao se reunió con
más de un millón de Guardias y, con ello, comenzó su operación formal en aras de concretar los
ideales de la empresa maoísta. Allí, el líder los invitó a gestar un ataque contra los “Cuatro
Antiguos” de la sociedad china: costumbres, cultura, hábitos e ideas antiguas. El entusiasmo de
los chicos, como su completa adscripción al proyecto de Mao, provocó una horda de destrucción
en la que se destruyeron libros, museos, templos religiosos. Eventualmente, los Guardias Rojos
dejaron de atacar objetos culturales para operar contra intelectuales, políticos, artistas que, ante
los ojos de los muchachos, no eran más que un grupo de derechistas.

En 1967, cuando Mao se dio cuenta de los estragos del movimiento, decidió desaparecerlo. El
Ejército Popular de Liberación se encargó del asunto: hubo torturas, maltratos y ejecuciones
sobre esos jóvenes que, en algún momento, habían actuado como los más recios defensores del
régimen.

La matanza de Tiananmén no dista mucho de lo anterior: los estudiantes se volvieron


particularmente incómodos para el Estado y, por lo tanto, abrió fuego contra ellos. El entramado
de hechos parece arrojar una luz muy particular sobre la constitución de las dictaduras: ante los
ojos de un Estado totalitario, el joven es visto como un potencial nicho de continuidad o de
subversión.

El régimen autoritario protege a los jóvenes cuando le son útiles. Los Guardias Rojos significaban
una concreción plausible de la ideología maoísta y, tal vez, la posibilidad de concretar por
completo su sistema de creencias. Sin embargo, una vez que la juventud deja de servir, o peor,
cuando se vuelve un agente capaz de interrumpir el avance del sistema, es golpeada,
desaparecida, asesinada.

Finalmente, son las nuevas generaciones las que habrán de aceptar –o rechazar– esas ficciones y
sentidos comunes fabricados desde el poder dominante. Son ellas las que ejecutarán discursos,
o bien, decidirán subvertirlos.

Es un detalle curioso que el retrato de Mao Tse-Tung permanezca en la plaza de Tiananmén. El


Estado chino parece valerse de una memoria incómoda para sostenerse: no puede declarar
abiertamente qué hizo ese hombre, pero sigue necesitando su imagen para quedarse en el poder.
En este sentido, Mao es una especie de fantasma para los chinos, él está allí y, de alguna forma,
su recuerdo determina algunas de las actividades concretas del gobierno. En efecto, tal vez ya no
haya purgas masivas de opositores. Sin embargo, el borrado de la memoria es también una
especie de vaciamiento, de persecución, de imposición de sentidos.

Agusto Pinochet
Datos biográficos.
(Augusto Pinochet Ugarte; Valparaíso, 1915 - Santiago de Chile, 2006) Dictador chileno que se
hizo con el poder tras derrocar al presidente electo Salvador Allende y que gobernó Chile entre
1973 y 1990, reprimiendo duramente a la oposición política. Pese a la violación reiterada de los
derechos humanos que tuvo lugar bajo su mandato, conservó parte de su poder y privilegios
hasta 1998.

Augusto Pinochet salió de la escuela militar en 1936 con el grado de teniente de infantería y
continuó sus estudios en la especialidad de geopolítica. Fue encargado de realizar misiones de
relativa importancia hasta que en 1956 formó parte de la delegación militar chilena en Estados
Unidos. Diez años más tarde había alcanzado el grado de coronel y poco después se le confió el
mando de la IV División. A partir de ese momento su prestigio dentro de las Fuerzas Armadas fue
en aumento. En 1969 alcanzó el generalato y la jefatura del estado mayor del ejército.

Tras el triunfo de la Unidad Popular (UP) encabezada por Salvador Allende en 1970, catalizó el
malestar de los sectores más conservadores del ejército y de la sociedad chilena ante el avance
de la izquierda. En el contexto de una campaña de desestabilización de las instituciones estatales,
en 1973 el legalista general Carlos Prats fue obligado por sus compañeros a renunciar a sus cargos
de ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas; fue sustituido por el
general Pinochet, quien, con el apoyo de Estados Unidos, el 11 de septiembre encabezó el golpe
de Estado que derrocó el régimen de Allende. El Palacio de la Moneda fue bombardeado y el
presidente Salvador Allende, que se encontraba en su interior, se negó a rendirse y murió en el
palacio presidencial.

Pinochet desencadenó una dura represión con el objetivo de eliminar a la oposición política y
concentró en su persona casi la totalidad de los poderes del Estado. Los servicios de inteligencia,
la DINA y el Centro Nacional de Información (CNI), creado en 1977, tuvieron un importante papel
en la represión y en el régimen autoritario que instauró. La persecución de los opositores al
régimen traspasó incluso las fronteras nacionales, como lo demuestran, entre otros, los
atentados que costaron la vida al general Prats en Buenos Aires y a Orlando Letelier en
Washington, en 1974 y 1976 respectivamente.

Tras la promulgación de varias actas constitucionales, en 1980 aprobó una nueva Constitución de
carácter autoritario, que aseguró su permanencia en el gobierno hasta 1989. Eliminada toda
oposición política y sindical, su régimen instituyó una nueva política económica basada en los
principios neoliberales y monetaristas. Su severo plan de ajuste supuso un drástico recorte de los
salarios y la privatización de las empresas públicas.

Tras las recesiones de 1975, 1976, 1982 y 1983, la economía diseñada por su régimen comenzó
a dar rendimientos y a experimentar una gran expansión, hasta el punto de que fue tenida como
modélica en América Latina. Seguro de sus logros políticos y económicos y de su autoridad e
influencia en el país, en 1988 convocó un referéndum dentro del marco previsto por la
Constitución. Las urnas no le fueron favorables, y con el triunfo de la oposición política coaligada
en Concertación Democrática (CD), se inició el proceso de transición a la democracia, marcada
por la moderación y por el enorme poder que conservaba Pinochet.

Las elecciones convocadas a continuación para sucederle fueron ganadas por CD, y en 1990 cedió
la presidencia al democristiano Patricio Aylwin. No obstante, conservó la jefatura de las Fuerzas
Armadas hasta marzo de 1998, cuando entró en el Congreso como senador vitalicio. Inquietado
en sus últimos años por la justicia, viajó a Gran Bretaña para una intervención quirúrgica, y debió
hacer frente a una orden de detención que lo retuvo en Londres durante varios meses. Intervino
en el proceso el juez español Baltasar Garzón, por la responsabilidad que tendría Pinochet en la
muerte de ciudadanos españoles en el período de la dictadura militar que él presidió.

Volvió a Chile el 3 de marzo del 2000. A pesar de que intentó alejarse de la vida pública, se
mantuvo en el centro de la actualidad por la infinidad de demandas presentadas en su contra por
los atropellos a los derechos humanos cometidos durante su gobierno: detenciones ilícitas,
apremios ilegítimos, asesinatos e incluso terrorismo de Estado; muchos de esos delitos fueron
llevados a cabo en el extranjero, como los ya citados atentados a Carlos Prats, Bernardo Leighton
y Orlando Letelier. Tras su muerte, ocurrida el 10 de diciembre de 2006, fue velado en la Escuela
Militar de Santiago, pero sin que se le rindieran honores de Estado.

Tras liderar un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet dirigió el país por
17 años mediante un régimen dictatorial caracterizado por violaciones a los derechos humanos y
la implementación de un modelo económico neoliberal.

Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, en calidad de Comandante en Jefe del Ejército de Chile,
encabezó el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al gobierno de Salvador
Allende. Tras el bombardeo a La Moneda, el poder fue asumido por una Junta Militar de Gobierno
liderada por Pinochet, siendo nombrado Jefe Supremo de la Nación el 27 de junio de 1974 y,
pocos meses después, el 17 de diciembre, Presidente de la República.

Su estadía en el poder se caracterizó por el quebrantamiento del sistema democrático, la


disolución del Congreso Nacional, la proscripción de los partidos políticos, la restricción de los
derechos civiles y políticos (libertad de expresión, información, reunión y movimiento) y la
violación de los derechos humanos. También debió sortear conflictos limítrofes como el caso del
Canal Beagle con Argentina, situación que generó tensiones ente las Fuerzas Armadas de ambos
países.

Bajo su gobierno se dio inicio a un proceso de profunda transformación económica y social. A


partir de 1980 se comenzó a implementar con fuerza un nuevo modelo económico de corte
neoliberal, desarrollado bajo los lineamientos de los llamados Chicago boys.

A través de un plebiscito en 1980, se aprobó una nueva Constitución Política que establecía que
Pinochet continuaría en la presidencia por un nuevo período de ocho años, cargo que asumió
formalmente el 11 de marzo de 1981. Asimismo, ascendió a Capitán General al año siguiente,
grado de tradición colonial que no se había ostentado en nuestro país desde los comienzos de su
vida republicana.

Las transformaciones económicas y políticas implementadas durante el régimen militar se


oponían a la imagen del otro Chile durante ese período, el de la resistencia y movilización social.
Desde 1983 se inició una fuerte oposición al régimen, situación que culminó con el triunfo de la
opción "NO" en el plebiscito de 1988. Como consecuencia de esto, y tras la realización de un
nuevo plebiscito en 1989 que tuvo como objeto reformar la Constitución para garantizar la futura
gobernabilidad democrática, el 14 de diciembre de 1989 se realizaron las primeras elecciones
presidenciales y parlamentarias, resultando elegido el candidato de la Concertación de Partidos
por la Democracia, el demócrata cristiano Patricio Aylwin Azócar. Con ello se inició un período de
transición a la democracia que se caracterizó, en sus primeros años, por la tensión existente entre
el Gobierno y las Fuerzas Armadas, aún bajo el mando de Augusto Pinochet pues, tras entregar
el poder el 11 de marzo de 1990, este continuó como Comandante en Jefe del Ejército, tal como
lo establecía la Constitución dictada durante su gobierno.

El 11 de marzo de 1998, al día siguiente de abandonar la comandancia en jefe, Pinochet volvió a


participar activamente en la política del país cuando asumió como senador vitalicio. Sin embargo,
su fuero parlamentario no impidió que se iniciaran diversos procesos judiciales en su contra. Caso
emblemático fue su detención en Londres en octubre de 1998 y el caso Riggs, que lo acusaba de
malversación de fondos públicos.

A su muerte, acaecida el 10 de diciembre del 2006, recibió honores fúnebres únicamente como
ex Comandante en Jefe del Ejército y no como ex Presidente de la República.

El ex dictador chileno Augusto Pinochet, de 91 años, murió el domingo en el Hospital Militar de


Santiago, donde había ingresado hace una semana tras sufrir un ataque cardíaco y un edema
pulmonar. Desde 1973 a 1990 Pinochet impuso una feroz dictadura en Chile y a partir de que en
1998 el juez español Baltasar Garzón consiguió su detención en Londres por cargos de genocidio,
terrorismo y tortura, se han presentado más de 300 querellas contra él en su país y ha sido
desaforado en 14 ocasiones violaciones de los derechos humanos y corrupción. Desde 1973 a
1990 Pinochet impuso una feroz dictadura en Chile Nacido en Valparaíso (Chile) el 25 de
noviembre de 1915, Pinochet ingresó a los 18 años en la Escuela Militar y en 1972 fue nombrado
jefe interino del Ejército, ya que su titular, el general Carlos Prats, pasó a ser ministro del Interior
del Gobierno presidido por Salvador Allende.

El 23 de agosto 1973, Pinochet fue confirmado como jefe del Ejército por Allende, a quien juró
lealtad, pero sólo por 18 días, ya que el 11 de septiembre del mismo año encabezó el golpe de
Estado e inauguró una dictadura de 17 años (1973-1990). En 1980 promovió un texto
constitucional que concentraba todos los poderes en su persona. Un año después, prolongó su
mandato presidencial por ocho años en los que hubo períodos de inestabilidad y protestas
callejeras (1983-1984). Pinochet fue confirmado como jefe del Ejército por Allende, a quien juró
lealtad, pero sólo por 18 días El 7 de septiembre de 1986 salió ileso de un ataque guerrillero y en
agosto de 1988 fue designado por la Junta Militar candidato único a la presidencia en el plebiscito
del 5 de octubre, en el que un 55,2 por ciento de la ciudadanía rechazó sus intenciones de
continuar gobernando hasta 1997. Dejó el poder en 1990 Tras las elecciones generales de
diciembre de 1989, en que fue elegido el democristiano Patricio Aylwin, Pinochet abandonó el
poder en marzo de 1990, pero continuó como jefe del Ejército hasta marzo de 1998, periodo
calificado de "democracia tutelada". Casado con María Lucía Hiriart Rodríguez, Pinochet se
aseguró en 1998 un nombramiento como senador vitalicio, cargo al que renunció en 2001.

Sin embargo, mantuvo su inmunidad en calidad de ex gobernante. Fosas comunes, secuestos,


fraude, torturas... Su declive comenzó con el hallazgo de fosas clandestinas, denuncias de
torturas, fusilamientos y desaparición de personas. Según el informe Rettig (1991), durante la
dictadura se registraron 3.197 víctimas, de las que 1.192 son detenidos desaparecidos. Durante
la dictadura se registraron 3.197 víctimas, de las que 1.192 son detenidos desaparecidos El juez
español Baltasar Garzón logró su detención el 17 de octubre de 1998 en Londres, donde estuvo
retenido 503 días mientras se entabló sin éxito un proceso para su extradición a España, por
cargos de terrorismo, genocidio y torturas. Tras regresar a Chile, Pinochet fue privado de su
inmunidad parlamentaria en agosto de 2000 para ser investigado en el caso "Caravana de la
Muerte", mientras familiares de las víctimas de la dictadura continuaban presentando denuncias
en su contra.

A las más de 300 querellas en Chile, se sumó una petición de extradición de Argentina por el
asesinato del general Prats y su esposa en Buenos Aires en 1974. La 'Caravana de la muerte' En
enero 2001, fue procesado con arresto domiciliario por el juez Juan Guzmán, en relación con las
74 ejecuciones de presos políticos por la "Caravana de la muerte", en 1973. Pero, en julio de 2002,
fue exonerado tras alegar que padecía "demencia vascular irreversible". En agosto de 2004, fue
nuevamente desaforado por los crímenes de la "Operación Cóndor", el sistema coordinado de las
dictaduras de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay para perseguir y asesinar a
opositores. Pero en septiembre de 2005 la Corte Suprema le sobreseyó definitivamente en esa
causa.

En diciembre 2004, la Corte de Apelaciones le quitó el fuero en la causa por el asesinato de Prats,
pero Pinochet quedó definitivamente exonerado en ese caso en abril de 2005 por razones de
salud. Fraude fiscal y dinero negro El ex dictador afrontó una causa por enriquecimiento ilícito
tras descubrirse sus millonarias cuentas secretas en el Riggs Bank estadounidense.

En junio 2005, Pinochet fue despojado de su inmunidad por cuatro delitos: fraude al fisco, uso
de pasaportes falsos, declaración jurada de bienes falsa y por eludir medidas cautelares sobre sus
bienes.

En el mes siguiente, fue desaforado por quinta vez por su presunta responsabilidad en la
"Operación Colombo", que encubrió la desaparición de 119 opositores en 1975. El 19 de octubre
de 2005, la Corte Suprema ratificó su desafuero por el caso "cuentas secretas", y el 18 de
noviembre fue sometido a un histórico careo con el ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, en
relación con la "Operación Colombo". Ha sido por procesado por corrupción y fraude tributario
Tras ser declarado mentalmente apto para un juicio, el 16 de noviembre, Pinochet fue
interrogado por cuarta vez sobre las cuentas y, el 23 de noviembre, procesado por corrupción y
fraude tributario. Al día siguiente, fue procesado por la desaparición de seis militantes del MIR y
el juez decretó su arresto domiciliario. El 28 de diciembre 2005, Pinochet fue fichado en la causa
de la Operación Colombo, pero obtuvo la libertad provisional bajo fianza de 24 millones de pesos
(unos 46.000 dólares). Dos días después, la Corte de Apelaciones aprobó su desafuero por
malversación de fondos públicos. En enero de 2006, obtuvo la libertad provisional bajo fianza de
19.000 dólares en su procesamiento por tres crímenes de la Operación Colombo. El 11 de enero,
fue nuevamente desaforado por dos homicidios cometidos por la "Caravana de la Muerte", una
causa sobreseída en 2001 por la Corte Suprema. El pasado 25 de noviembre, durante su 91
cumpleaños, Pinochet asumió en una carta pública "la responsabilidad política" de sus actos,
reiterando que todo lo hizo "por amor a la patria".

No existe un nombre que cause más repulsión en Chile que el de Augusto Pinochet. Nacido en
Valparaíso en 1915, el menor de seis hermanos siempre estuvo vinculado al férreo orden y la
disciplina, que impuso a sangre y fuego años más tarde. Después de cursar la educación primaria
y secundaria en su ciudad natal, ingresó a los 17 años a la Escuela Militar del Libertador Bernardo
O'Higgins en la capital andina e inició su carrera castrense.

Ascendió meteóricamente dentro de las fuerzas armadas y en 1969 ocupó el cargo de General de
Brigada. Un año más tarde el candidato por Unidad Popular, Salvador Allende, triunfó en las
elecciones para presidente de la República en un hecho sin precedentes: se trataba del primer
candidato socialista en llegar por vías democráticas al poder.

En aras de la ratificación de Allende por el Congreso Nacional, el Comandante en Jefe del Ejército
de Chile, René Schneider, fue asesinado en un intento de secuestro en octubre de 1970. El ataque
fue orquestado por la férrea oposición que se negaba a ceder el poder a un presidente marxista
y ejecutado con apoyo de la CIA, que intentaba a toda costa la formación de una alternativa
política y económica al capitalismo en América Latina.

Después de la muerte de Schneider, el general Carlos Prats tomó su puesto y el entonces brigadier
se convirtió en el segundo al mando bajo el título de comandante en jefe de Santiago. A partir de
entonces, la figura de Augusto Pinochet emergió con fuerza en el destino de Chile durante el
último tercio del siglo XX.

A finales de junio de 1973, una acción militar subversiva intentó terminar con el gobierno de
Salvador Allende a través de las armas. El "tanquetazo" fue un levantamiento sofocado por Prats
y sus comandantes principales, entre ellos Pinochet. El entramado para el gobierno socialista no
lucía nada prometedor: el ejército y las fuerzas armadas manifestaban resueltamente el rechazo
a la presidencia de Allende, mientras desde Estados Unidos se fraguaba una estrategia de apoyo
incondicional a quienes lograran acabar con el riesgo que entonces representó la Unidad Popular.

Tres meses más tarde, Prats fue designado ministro de defensa y Pinochet ascendió como
comandante en jefe. Para los primeros días de septiembre, el golpe de Estado era eminente. Los
mandos castrenses estaban preparados para acabar con la alternativa socialista y tanto el líder
de la Armada como el de la Fuerza Aérea esperaban la afirmativa de Pinochet para iniciar el
ataque al Palacio de la Moneda, casa del poder ejecutivo en Chile.

Finalmente, el 11 de septiembre de 1973, Allende y su gobierno perecieron en el asalto a La


Moneda y comenzó uno de los periodos más negros en la historia de Chile: una Junta Militar de
Gobierno precedida por Augusto Pinochet tomó el control del país andino, primero como Jefe
Supremo de la Nación y posteriormente como presidente de la República.

La dictadura precedida por Pinochet inauguró una época que quebró el sistema democrático en
Chile tras la disolución del Congreso Nacional y la realización de un plebiscito amañado para
promulgar una nueva Constitución Política, que otorgó el control total de la política a Pinochet y
la junta. Los derechos civiles desaparecieron mientras el autoritarismo se impuso y la represión
generalizada se apoderó de todos los espectros de la vida en el país andino. La violación de
derechos humanos, tortura y la intromisión de un nuevo patrón de acumulación, el
neoliberalismo, impuso un modelo económico diametralmente opuesto al del depuesto Salvador
Allende.

El régimen se mantuvo en pie durante 17 años, desde 1973 y hasta 1990. Dos años antes, la
Constitución estipulaba la elección democrática de un nuevo presidente. Pinochet intentó
reelegirse a través de sus propias cláusulas: la aprobación ciudadana de su postulación como
candidato a través de un plebiscito se puso en marcha en 1988, cuando después de una intensa
campaña electoral, el 5 de octubre de 1988 el "No" resultó ganador con el 54.7 % de los votos y
las primeras elecciones en dos décadas se celebraron en 1990.

Augusto Pinochet gestionó las vías legales para mantenerse inmune aún después del proceso
democrático en Chile de 1990. Sin embargo, enfrentó un sinfín de procesos judiciales durante sus
últimos años de vida, entre ellos más de 400 querellas por violaciones a los derechos humanos,
problemas legales por malversación de fondos públicos y redes de contrabando. En España, fue
perseguido por genocidio, terrorismo, tortura y desaparición de personas, mientras en Inglaterra
fue detenido y puesto en libertad de forma polémica en el año 2000.

Finalmente, Augusto Pinochet falleció el 10 de diciembre de 2006 en Santiago de Chile, víctima


de un infarto agudo de miocardio, pero nunca enfrentó una sentencia definitiva en forma que
castigara todos los crímenes cometidos por su régimen, una herida que aún hoy se mantiene
abierta en América Latina y cuya historia debe volver a la memoria constantemente para no
repetir.

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