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Antiguo Testamento

Nombre
La palabra "testamento", hebreo berîth, griego diatheke, significa primariamente la alianza que
Dios pactó primero con Abraham, luego con el pueblo de Israel. Los profetas conocían sobre la
nueva alianza a la cual daría paso la del Monte Sinaí. En consecuencia, Cristo en la Última
Cena habla de la sangre de la nueva alianza. El apóstol San Pablo se declara a sí mismo (2
Cor. 3,6) ministro “de una nueva alianza”, y llama (3,14) “el antiguo testamento” a la alianza
pactada en el Monte Sinaí. La Versión de los Setenta emplea la expresión griega diatheke por
el hebreo "berîth". Los intérpretes posteriores, Aquila y Símaco, sustituyeron a diatheke con la
más común syntheke, que probablemente concordaba más con su gusto literario. El término en
latín es "fædus" y más a menudo “testamentum”, una palabra que corresponde más
exactamente al griego.

Respecto a los tiempos del cristianismo, en un período temprano la expresión vino a significar
toda la revelación de Dios según exhibida en la historia de los israelitas, y debido a que esta
antigua alianza se incorporó a los libros canónicos, fue un paso fácil hacer que el termino
significara las Escrituras Canónicas. Incluso el texto antedicho (2 Cor. 3,14) señala a eso. Así,
Melito de Sardes y Clemente de Alejandría llaman a las Escrituras “libros del Antiguo
Testamento” (ta palaia biblia; ta tes palaias diathekes biblia). No es claro si en estos dos
autores “Antiguo Testamento” y “Escrituras del Antiguo Testamento” significan lo mismo.
Orígenes muestra que en su época la transición era completa, aunque en sus escritos todavía
se pueden trazar signos del gradual establecimiento de la expresión, pues cuando él quiere
decir Escrituras, habla repetidamente del “llamado” Antiguo Testamento. Todavía no se puede
probar que los más antiguos escritores occidentales usaran este término. Para el abogado
Tertuliano los Libros Sagrados son, sobre todo, documentos y fuentes de argumento, y por lo
tanto él los llama frecuentemente “vetus and novum instrumentum”. Cipriano menciona una vez
la "scripturæ veteres et novæ". Subsiguientemente el uso del término se establece también
entre los latinos, y es a través de ellos que se volvió propiedad de la cristiandad. En este
artículo, la expresión “Antiguo Testamento” se usará con el sentido de escrituras canónicas del
Antiguo Testamento

Historia del Texto


El canon del Antiguo Testamento, sus manuscritos, ediciones y versiones antiguas se tratan en
los artículos: Biblia, Biblia Hebrea, Canon del Antiguo Testamento, Códice Alejandrino, Masora,
Manuscritos de la Biblia, Versiones de la Biblia, etc. Asuntos relativos al origen y contenido de
los libros individuales se proponen y contestan en los artículos respectivos de cada libro. Este
artículo se circunscribe a una introducción general sobre el texto de las partes del Antiguo
Testamento escritas en hebreo; para los pocos libros compuestos originalmente en griego
(Sabiduría, [[2 Macabeos) y aquellos cuyo original semítico se perdió (Judit, Tobías,
Eclesiástico, 1 Macabeos) no requieren tratamiento especial.

Texto de los Manuscritos y Masoretas


El punto de partida seguro para una correcta evaluación del texto del Antiguo Testamento es la
evidencia que se obtiene de los manuscritos. Respecto a esto, lo primero a observar es que no
importa cuan antiguos sean los manuscritos más viejos---los primeros son del siglo IX d.C.---
desde el tiempo en que los libros fueron compuestos, hay una tradición uniforme y homogénea
respecto al texto. El hecho es todavía más sorprendente, pues la historia del Nuevo Testamento
es muy diferente. Tenemos manuscritos del Nuevo Testamento escritos a menos de 300 años
después de la composición de los libros, y en ellos hallamos numerosas diferencias, aunque
pocas de ellas son importantes. Las variantes textuales en los manuscritos del Antiguo
Testamento se limitan a diferencias bastante insignificantes de vocales y muy raramente de
consonantes. Aun cuando tomamos en cuenta las discrepancias entre las escuelas orientales,
o babilónicas, y occidentales, o palestinas, no se hallan diferencias sustanciales. La prueba
para la concordancia entre los manuscritos fue establecida por B. Kennicott después de
comparar más de 600 manuscritos ("Vetus Testamentum Hebraicum cum cariis lectionibus",
Oxford, 1776, 1780). De Rossi ha añadido bastante a dicho material ("Variæ lectiones veteris
Testamenti", Parma, 1784-88). Es obvio que la notable uniformidad no se puede deber el azar;
es única en la historia de la tradición del texto, y todavía más notable puesto que el imperfecto
sistema de escritura hebreo no podía sino ocasionar muchos y variados errores y deslices.
Además muchas peculiaridades en el método de escritura los muestran uniformes en todos
lugares. Las variantes falsas se retienen iguales, de modo que el texto es claramente el
resultado de igualamiento artificial.

Ahora surge la pregunta: ¿Hasta dónde podemos remontar este cuidado en manejar el texto
para la posteridad? Filo Judeo, muchas autoridades sobre el Talmud y rabinos y letrados judíos
de los siglos XVI y XVII favorecían la opinión de que el texto hebreo, como se lee hoy día en los
manuscritos, nos fue escrito y legado desde el principio sin adulteración. Las obras de Elías
Levita, Morino, Capelo han demostrado que esta opinión es insostenible; e investigaciones
posteriores han establecido la historia del texto en sus rasgos esenciales. La uniformidad de los
manuscritos es esencialmente el trabajo de los masoretas, que no fueron finalizados hasta
después de la escritura de los manuscritos más antiguos. El trabajo de los masoretas consistía
principalmente en la preservación fiel del texto transmitido. Ellos realizaban esto al mantener
estadísticas exactas sobre el estado completo de los Libros Sagrados. Se contaban los versos,
las palabras, las letras; se compilaban listas de palabras similares y de la forma de las palabras
con el deletreo completo y real, y se catalogaban las posibilidades de posibles errores. La
invención de los signos para vocales y acentos---cerca del siglo VII---facilitó la fiel conservación
del texto. Las separaciones incorrectas y la conexión de sílabas y palabras fueron casi
excluidas desde entonces.

Los masoretas usaron la crítica textual muy moderadamente e incluso lo poco que la utilizaron
muestra que hasta donde fuera posible dejaron intacto todo lo que había sido transmitido. Si
una interpretación parecía insostenible, no corregían el texto mismo, sino que se contentaban
con anotar la variante apropiada en el margen como "Qerê" (leído) en oposición a
"Kethîbh" (escrito). Tales correcciones fueron de varias clases. Antes que nada fueron
correcciones de errores reales, ya fuese de letras o de palabras completas. Una letra o palabra
en el texto, según la nota en el margen, tenía que ser o cambiada, o insertada u omitida por el
lector. Tales eran los llamados "Tiqqunê Sopherîm", correcciones de los escribas. El segundo
grupo de correcciones consistía en cambiar una palabra ambigua---en la Masora se registran
dieciocho de éstas. Pero sus compiladores estaban conscientes del "Itturê Sopherîm", o
borraduras de la waw conectora, que había sido hecha en varios sitios en oposición a los
Setenta y las versiones samaritanas. Cuando luego los masoretas hablan sólo de cuatro o
cinco casos, debemos decir con Ginsburg que éstos son meramente registrados como típicos.
No eran raros los casos en que consideraciones de orden moral o religioso llevó a la sustitución
de una palabra mal sonante por un eufemismo menos dañino. Las vocales de la expresión a
ser leída se anexan a la palabra escrita del texto, mientras que las consonantes se anotan
sobre el margen. Es bien conocido el recurrente "Qerê" Adonai en vez de Yahveh; parece
remontarse al tiempo de antes de Cristo, y probablemente incluso antes de que los primeros
intérpretes griegos se relacionaran con él.

El hecho de que los masoretas no se atrevieran a insertar los cambios descritos en el Texto
Sagrado mismo muestra que éste ya estaba establecido; otras peculiaridades apuntan a la
misma reverencia por la tradición. Repetidamente hallamos en el texto el llamado Nun invertido
(por ejemplo, Números 10,35-36). En Isaías 9,6 hay una Mêm final dentro de la palabra. Se
interrumpe una waw o se hacen más grandes las letras, mientras que otras se sitúan más
arriba---las llamadas letras suspendidas. No pocas de estas rarezas están ya registradas en el
Talmud, y por lo tanto deben ser más antiguas. En el “Mishna” se mencionan incluso letras con
puntos. El conteo de las letras pertenece probablemente a un período anterior. Existen registros
para la crítica textual de ese mismo tiempo. En lo esencial la obra se complete con el tratado
post-talmúdico “Sopher m”. Este tratado, el cual da una cuidadosa introducción al Texto
Sagrado escrito, es una de las pruebas más concluyentes de la escrupulosidad con que
generalmente se trataba el texto en el tiempo de su origen (no antes del siglo VII).

Primeros Testigos
La condición del texto previo a la época de los masoretas es garantizada por el “Talmud”, con
sus notas sobre crítica textual y sus innumerables citas, que sin embargo, eran sacadas
frecuentemente sólo de la memoria. Otra ayuda eran los Tárgums o versiones arameas libres
de los Libros Sagrados, compuestas desde los últimos siglos a.C. hasta el siglo V d.C. Pero el
estado del texto se evidencia principalmente por la versión de la Vulgata hecha por San
Jerónimo a finales del siglo IV y comienzo del V. Él siguió el hebreo original, y sus notas
ocasionales sobre cómo se deletreaba o leía una palabra nos permite llegar a un juicio seguro
sobre el texto en el siglo IV. Como debía esperarse de las declaraciones del Talmud, el texto
consonántico de los manuscritos concuerda casi en todos los aspectos con el original de San
Jerónimo. Aparecen mayores discrepancias en la vocalización, lo cual no debe sorprender,
pues en esa época no se conocía el marcado de las vocales. Así la interpretación es
necesariamente a menudo ambigua, como expresamente declara el santo. Su comentario
sobre Isaías 38,11 muestra que esta declaración no sólo debe ser tomada como una nota
sabia, sino que de ese modo la interpretación debe a menudo ser influenciada prácticamente.
Cuando San Jerónimo habla ocasionalmente de vocales, él quiere decir letras vocales o
mudas. Sin embargo, puede ser errónea la opinión de que en el siglo IV la pronunciación era
todavía fluctuante. Pues el santo conocía cómo, en un caso definido, se debía vocalizar la
palabra ambigua; él apeló a la costumbre de los judíos oponiéndose a la interpretación de los
Setenta. Una pronunciación fija había resultado ya de la práctica, en boga por siglos, de leer la
Sagrada Escritura públicamente en la sinagoga. Puede haber duda en casos particulares, pero
en la totalidad, incluso el texto vocálico era seguro.

Los manuscritos de ese tiempo se escribían en letras de “caracteres cuadrados”, como se


puede ver en las notas de San Jerónimo. Esta escritura distinguía la forma final de las muy
conocidas cinco letras (Prologus galeatus), y probablemente suponía la separación de las
palabras que, excepto en unos pocos lugares, es la misma que en la Masora. Algunas veces la
Vulgata sola parece haber conservado la separación correcta en oposición a los masoretas y la
versión griega.

Es muy lamentable la desaparición de la Hexapla de Orígenes. Esta obra en sus dos primeras
columnas nos habría transmitido tanto el texto consonántico como la vocalización, pero de esta
última sólo quedan unos cuantos remanentes dispersos. Ellos muestran que la pronunciación,
especialmente de los nombres propios, en el siglo III muchas veces no concuerda con la usada
posteriormente. El alfabeto en tiempos de Orígenes era el mismo que el de un siglo y medio
después. En cuanto a las consonantes, hubo poco cambio y el texto no muestra una
transformación esencial.

Las versiones griegas que se originaron en el siglo II nos remontan aún más atrás. La más
valiosa es la de Aquila, pues está basada en el texto hebreo, y lo interpretó a la letra con la
mayor fidelidad, permitiéndonos así llegar a conclusiones confiables sobre la condición del
original. La obra es muy valiosa porque Aquila no se ocupa de la posición griega de las
palabras y del idioma peculiar griego. Además, él difiere conscientemente de la Versión de los
Setenta, tomando el entonces texto oficial como su norma. Había sido un discípulo del Rabí
Aqiba, presumiblemente él mantuvo las opiniones y principios de los escribas judíos a
principios del siglo II. Las otras dos versiones del mismo período son de menor importancia
para la crítica. Teodoción dependió de Los Setenta, y Símaco se permitió mayor libertad en el
tratamiento del texto. Sólo nos han llegado muy pocos fragmentos de las tres versiones. La
forma del texto que se ha podido reunir de ellos es casi la trasmitida por los masoretas; las
diferencias naturalmente se volvieron más numerosas, pero permanece como la única
recensión conocida de los manuscritos. Sin embargo, debe ser adscrita por lo menos a
principios del siglo II, e investigaciones recientes de hecho la asignan a ese período.

Pero eso no es todo. La perfecta concordancia de los manuscritos, incluso en sus notas críticas
y aparentemente irrelevantes y casuales peculiaridades, ha llevado a la suposición de que el
texto presente no sólo representa una sola recensión, sino que esta recensión está construida
a partir de un arquetipo que contiene las mismas peculiaridades que nos sorprenden en los
manuscritos. Se ha presentado evidencia que parece abrumadora a favor de esta hipótesis, la
cual, desde tiempos de Olshausen, ha sido defendida y basada sobre un argumento más
profundo, especialmente por De Lagarde. Por lo tanto no es sorprendente la afirmación de que
esta opinion había sido desde hacía tiempo un hecho admitido en la crítica textual del Antiguo
Testamento. Aun así, a pesar de lo persuasivo que el argumento parezca a simple vista, su
validez ha sido impugnada constantemente por autoridades tales como Kuenen, Strack, Buhl,
König y otros distinguidos por su conocimiento sobre el asunto. La condición presente del texto
hebreo es sin duda el producto de una labor sistemática durante el curso de varios siglos, pero
la pregunta es si el supuesto arquetipo existió alguna vez.

Desde el principio es tan improbable la presunción de que cerca de 150 d.C. sólo había
disponible una copia para la preparación del texto bíblico, que apenas merece consideración.
Pues incluso si durante la insurrección de Bar-Cocheba un gran número de rollos bíblicos
perecieron, sin embargo nunca existieron suficientes de ellos en Egipto y Persia, de modo que
no hubo necesidad de basarse en una copia defectuosa. ¿Y cómo pudo esta copia, cuyos
defectos peculiares no pudieron ser pasados por alto, lograr tan indiscutible autoridad? Esto
pudo haber pasado sólo si tenía mucho más peso que las otras, por ejemplo, porque fuera un
rollo del Templo; esto pudo haber implicado que había textos y copias oficiales, y así la
uniformidad se remonta más atrás. Suponiendo que fuese sólo un rollo privado, preservado
meramente por azar, sería imposible explicar cómo retuvo los errores obvios. Por ejemplo, ¿por
que tendrían todas las copias una Qoph cerrada, o una letra casualmente más grande, o una
Mem final dentro de una palabra? Tales improbabilidades surgen necesariamente de la
hipótesis de un solo arquetipo. ¿No es mucho más probable que los supuestos errores no
fueran realmente errores, sino que tuviesen algún significado crítico? Para muchos de ellos ya
se ha dado una explicación satisfactoria. Así la Nun invertida señala a la incertidumbre de los
pasajes respectivos: en Proverbios 16,28, por ejemplo, la Nun pequeña, como Blau conjetura
correctamente, puede deber su origen a la enmienda textual sugerida por el sentimiento
prevaleciente luego. Las letras grandes servían quizás para marcar la mitad del libro.
Posiblemente algo similar debe haber dado inicio a las otras peculiaridades que no podemos
explicar hoy día. En tanto exista la posibilidad de una explicación probable, no podemos hacer
al azar responsable por la condición del texto, aunque no negamos que aquí y allá la
casualidad ha estado en juego. Pero la concordancia completa fue surgiendo gradualmente.
Mientras más antiguos los testigos, más difieren, aunque la recensión se quede igual. Y aun
así, se podría haber esperado que mientras más antiguos fuesen se volviesen más uniformes.
Además, si un códice fue la fuente de todos los demás, no se puede explicar por qué rarezas
simples se tomaron fielmente por doquier, mientras que el texto consonántico se cuidó menos.
Si, además, en tiempos posteriores las escuelas orientales y occidentales mantuvieron las
diferencias, es claro que el supuesto códice no poseía necesariamente la autoridad decisiva.
El presente texto, por el contrario, parece haber resultado de la labor crítica de los escribas
desde el siglo I a.C hasta el siglo II d.C. Considerando la interpretación de la Biblia en la
sinagoga y las declaraciones de Flavio Josefo (Contra Apionem, I, VIII) y de Platón (Eusebio,
"Præp. Evang.", VIII, VI) sobre el tratamiento de las Escrituras, podemos suponer
correctamente que los cambios mayores del texto no ocurrieron en esa época. Incluso la
palabra de Jesús en Mt. 5,18 sobre la i o la tilde que no pasarán, parece apuntar a un cuidado
escrupuloso en la preservación de la misma letra; y la autoridad incondicional de la Escritura
presupone una alta opinión de la letra de la Sagrada Escritura.

No podemos asegurar cómo se llevó a cabo en detalle el trabajo de los escribas. Algunas
declaraciones de la tradición judía sugieren que estuvieron satisfechos con investigación y
criticismo superficial, el cual sin embargo, es todo lo que se podía esperar en un tiempo cuando
la crítica textual seria no estaba ni siquiera pensada. Cuando surgían dificultades, se dice que
se contaban los testigos y la cuestión se decidía según la mayoría numérica. Sin embargo,
simple e imperfecto como era este método, bajo las circunstancias de una explicación objetiva
del estado actual del asunto, era mucho más valioso que una serie de hipótesis, cuyos
reclamos no podemos ahora examinar. Ni hay ninguna razón para suponer, con algunos
escritores cristianos antiguos, cambios conscientes o falsificaciones del texto. Pero estamos
justificados, quizás, al afirmar que las disputas entre los judíos y los cristianos sobre el texto de
la Escritura fueron una de las razones por la cual los primeros apresuraron el trabajo de unificar
y establecer el texto.

Los manuscritos de esa época probablemente mostraron poca diferencia de aquellos de la


época subsiguiente. El texto consonántico estaba escrito en la forma más antigua de los
caracteres cuadrados; las llamadas letras finales presumiblemente comenzaron a usarse
entonces. El Papiro Nash (los Diez Mandamientos) podría dar alguna información si sólo fuera
cierto que realmente pertenece al siglo I. La cuestión no puede ser decidida, pues nuestro
conocimiento de la escritura hebrea de los siglos I al III es bastante imperfecta. El papiro está
escrito en caracteres cuadrados bien desarrollados, exhibe división cuidadosa de las palabras y
siempre usa las “letras finales”. Como en el Talmud, todavía está viva la memoria de la
relativamente tardía distinción de las formas dobles de las cinco letras, su aplicación a la
Sagrada Escritura no se puede remontar mucho tiempo atrás. Incluso la Masora contiene un
número de frases que tienen letras finales divididas en forma diferente en el texto y en el
margen, y por lo tanto, deben pertenecer a un período cuando todavía no se usaba la
distinción. Por el Nabat n e inscripciones palmirianas sabemos que en tiempos de Cristo ya
existía la distinción, pero no se deduce que el mismo uso prevaleciera en la tierra al oriente del
Jordán, y en particular en los Libros Sagrados. Las inscripciones palmirianas de los siglos I al III
aplican la forma final de sólo una letra, a saber, Nun, mientras que el Nabat puede ir más lejos
que el hebreo y usar, aunque no consistentemente, formas dobles también para Aleph y Hê.
Todavía permanece una pregunta incontestada el tiempo cuando los copistas judíos
comenzaron a distinguir las formas dobles. Además, el término “letras finales” no parece muy
apropiado, considerando el desarrollo histórico. No son las formas finales inventadas entonces,
sino más bien las otras, las que parecen ser producto de una nueva escritura. Pues, con la sola
excepción de Mêm, las llamadas formas finales son la de los antiguos caracteres según
exhibidas parcialmente, por lo menos en las inscripciones más antiguas, o de cualquier modo
en uso en el papiro arameo del siglo V a.C.

El Texto de la Biblia antes de Cristo


En cuanto a los siglos precedentes, estamos relativamente bien informados. En lugar de los
faltantes manuscritos, tenemos la antigua versión griega del Antiguo Testamento, la llamada
Versión de los Setenta o Versión Alejandrina. El Pentateuco fue traducido en la primera mitad
del siglo III, pero no se puede determinar en qué orden y a qué intervalos siguieron los demás
libros. Aun así, en el caso de la mayoría de los libros el trabajo fue completado probablemente
cerca de mediados del siglo II a.C. Es de vital importancia la cuestión del estado del texto al
momento de la traducción. Como la versión no es obra de un solo hombre---ni siquiera el
Pentateuco tuvo un solo traductor---ni el trabajo se realizó en una sola época, sino que se
extendió por más de cien años, no puede ser juzgado por el mismo criterio; lo mismo es cierto
de su original griego. Al momento de la traducción, algunas de las Escrituras del Antiguo
Testamento ya existían desde hacía miles de años, mientras que otras habían sido recién
compuestas. Considerando este desarrollo histórico, al juzgar los textos, no debemos
simplemente oponer toda la Masora por un lado y Los Setenta en el otro; sólo se pueden
obtener resultados de algún valor práctico por un estudio separado de los diferentes libros de la
Sagrada Escritura.

El más antiguo, el Pentateuco, presenta considerables diferencias con la Masora sólo en Éxodo
36 - 40, y en Números. Aparecen mayores divergencias en Samuel, Jeremías, Job, Proverbios
y Daniel; el texto masorético de los Libros de Samuel ha sufrido en muchos pasajes. La versión
griega a menudo sirve para corregirlo, aunque no siempre. En Jeremías la tradición del texto no
está establecida. En la versión griega faltan no menos de 2,700 palabras en el texto
masorético, alrededor de un octavo del total. Las adiciones a la Masora son insignificantes.
Algunas de las partes faltantes en Los Setenta pueden ser adiciones posteriores, mientras que
otras pertenecen al texto original. Las transposiciones en el texto griego parecen ser
secundarias. No obstante, el orden de la Masora es objetable, y algunas veces Los Setenta
está correcto en oposición a él. En Job el problema textual es bastante similar. El texto griego
es considerablemente más corto que en la Masora. La interpretación griega de los Proverbios]]
difiere aún más del texto hebreo. Por último, el Eclesiástico griego, una traducción que se debe
considerar hecha por el nieto del autor, es diferente por completo a la recensión hebrea recién
descubierta. Estos hechos pruebas que durante el siglo III a.C. circulaban textos que
manifestaban rastros de tratamiento descuidado. Pero se debe recordar que algunas veces los
traductores pueden haber tratado el texto más libremente y que incluso nuestra versión griega
no nos ha llegado en su forma original. Es difícil determinar cuán lejos podemos reconocer el
texto oficial del período en la forma presente del texto griego. La leyenda de la misión solemne
a Jerusalén y la delegación de los traductores a Egipto no pueden ser tratadas como históricas.
Por otro lado, es arbitrario asumir que el original de la versión griega representa un texto
corrupto todo el tiempo si difiere de la Masora. Tenemos que distinguir varias formas del texto,
si las llamamos recensiones o no.

Para un juicio sobre Los Setenta y su original es indispensable el conocimiento de la escritura


hebrea común en ese entonces. En el caso de los Profetas Menores, Vollers ha hecho intentos
por descubrir los caracteres empleados. Wellhausen y Driver han investigado los libros de
Samuel; Köhler, a Jeremías; Cornill, a Ezequiel; Beer, a Job; Peters, al Eclesiástico. Todavía no
se ha obtenido certeza completa sobre los caracteres de los rollos hebreos del siglo III a.C.
Según una tradición judía, cuando Esdras regresó del Exilio trajo consigo la nueva escritura
(asiria), en la cual se transcribieron los Libros Sagrados luego. Es poco probable un cambio
súbito. No es posible que la escritura del siglo IV fuera bastante similar a la del Papiro Nash o a
la de las inscripciones del siglo I. La escritura aramea del siglo V muestra una tendencia
indiscutible hacia las formas posteriores, no obstante muchas letras están todavía
cercanamente relacionadas al antiguo alfabeto: como Bêth, Caph, Mêm, Samech, Ayin, Tasade.
¿Cómo se realizó este cambio? ¿Acaso pasó por el alfabeto samaritano, que claramente
muestra su conexión con el fenicio? Conocemos las letras samaritanas sólo después de la
época de Cristo. Las inscripciones más antiguas pertenecen, quizás, al siglo IV d.C.; otro, el de
Nablo, al VI. Pero esta escritura es indudablemente decorativa, despliega cuidado y arte, y no
ofrece, por lo tanto, una base segura para una decisión. Sin embargo, presumiblemente hubo
un tiempo en que las Sagradas Escrituras fueron escritas en una forma antigua de caracteres
samaritanos que estaban estrechamente relacionados con los de la inscripción en la moneda
hasmonea.
Otros sugieren el alfabeto palmiriano. Ciertamente algunas letras concuerdan con los
caracteres cuadrados; pero Ghimel, Hê, Pê, Tsade, y Qôph difieren tanto que es inadmisible
una relación directa. En resumen, considerando la naturaleza local de esta escritura artificial, es
apenas creíble que ejerciera una vasta influencia hacia occidente. Los caracteres cuadrados
hebreos se acercan más al nabateano, cuya esfera se extendió más y estaba inmediatamente
adyacente a Palestina.

Como el cambio de alfabeto probablemente se realizó paso a paso, debemos contar con los
escritos de transición, cuya forma y relación puede quizás ser determinada aproximadamente
por comparación. La versión griega ofrece un material excelente; hasta sus errores son una
inestimable ayuda; pues los errores en interpretación o escritura ocasionados, o ya supuestos,
por el original, a menudo encontrarán su razón y explicación en la forma de los caracteres. Un
grupo de letras que aparezcan erróneas repetidamente dan una pista en cuanto a la forma del
alfabeto original. Pues las bien conocidas posibilidades en la escritura cuadrada de las
confusas Daleth con Rêsh, Yôdh con Waw, Bêth con Caph no existen del mismo modo en los
escritos de transición. El intercambio de Hê y Hêth, de Yôdh y Waw, tan fácil con los nuevos
caracteres, es apenas concebible con los viejos; y se excluye completamente la confusión de
Bêth por Caph. Por otro lado, Aleph y Tau pueden ser confundidas fácilmente. Ahora bien, en
Crónicas reciente en sí mismo y traducido del griego mucho después del Pentateuco, Waw y
Tau, Yôdh y Hê, Caph y Rêsh han sido confundidas una con otra. Esto se puede explicar sólo si
se usó una forma de escritura más antigua. Por tanto estamos obligados a suponer que el
alfabeto antiguo, o una forma de transición como él, estuvo en uso hasta el siglo II ó I a.C. Por
las palabras de Cristo sobre la tilde (Mt. 5,18) se ha concluido que Yôdh debe haber sido
considerada como la más pequeña de las letras; esto cuadra bien con los caracteres
cuadrados. Sabemos otramente que en tiempos de Cristo la nueva escritura estaba casi
desarrollada; por lo menos lo atestiguan suficientemente las inscripciones del Benê Chezîr y de
muchos osarios. Pero en estas inscripciones Zayin y Waw son tan pequeñas o incluso menores
que la Yôdh.

En adición a la forma de los caracteres, la ortografía es de mucha importancia. El texto


consonántico no puntuado puede volverse esencialmente más claro al escribir “plene”, es decir,
al usar las llamadas letras mudas (matres lectionis). Este método fue usado a menudo en el
original de la Versión de los Setenta. En el texto de los profetas menores Aleph parece no
haber sido escrita como una vocal; así sucedió que los traductores y la Masora difieren, según
supongan a Aleph o no. Si se hubiese escrito la vocal, sólo hubiese sido posible una
interpretación. Lo mismo se aplica al uso de Waw y Yôdh: su omisión ocasiona errores de uno y
otro lado. La libertad prevaleciente a este respecto es expresamente testificada incluso para un
período más tardío, pero es ir demasiado lejos el considerar la omisión de las vocales como
una regla comúnmente observada. Las inscripciones más antiguas (Mesa, Siloé) y la historia
completa de la escritura semítica prueban que este artificio ya se conocía.

En casos particulares la posibilidad de conectar o separar las letras de forma diferente puede
ser considerada como otra fuente de interpretaciones diversas. No se puede demostrar por
testimonios directos si los manuscritos antiguos expresaban o no la división de las palabras.
Las inscripciones Mesa y Siloé, y algunas de las más antiguas arameas y fenicias, dividen las
palabras con un punto. Los monumentos posteriores no se atienen a este uso, sino que marcan
la división aquí y allá con un pequeño intervalo. Esta costumbre es universal en el papiro
arameo desde el siglo V en adelante. Los fragmentos hebreos no son la excepción, y la
escritura siríaca le aplica a los escritos la división de palabras en los manuscritos más
tempranos. Por lo tanto, la conjetura que la división de palabras se usaba en los rollos antiguos
no se debe rechazar desde el principio. No obstante, los intervalos deben haber sido tan
pequeños que se producían fácilmente conexiones falsas. No faltan ejemplos, y tanto la Masora
como la versión griega testifican esto. Así Génesis 49,19-20 está correctamente dividido en el
griego y en la Vulgata, mientras que la Masora erróneamente lleva el Mêm, que pertenece al
final del versículo 19, a la siguiente palabra “Asher”. El pasaje, además, es poético y una nueva
estrofa comienza con el verso 20. De aquí que en el arquetipo de nuestro texto masorético no
se aplicó la escritura en verso, conocida quizás en un período anterior y usado en los
manuscritos más recientes

Los errores debidos al intercambio de letras, a la incorrecta vocalización o conexión, muestran


cómo se originó la corrupción del texto, y así sugiere modos de reparar los pasajes afectados.
Otras faltas que siempre ocurren al transmitir los manuscritos, tales como la haplografía,
ditografía, inserción de glosas, transposición, incluso de columnas completas, también se
deben tomar en consideración al estimar el texto de los Libros Sagrados. En libros o pasajes de
naturaleza poética, el metro, el orden alfabético de los versos y estrofas y su estructura
proveen los medios para la enmienda textual, la cual sin embargo se debe seguir con gran
prudencia, especialmente donde los manuscritos parecen desorganizados.

Sin embargo, debemos tener cuidado de comparar Los Setenta como unidad con la Masora. En
la crítica textual debemos distinguir entre las preguntas: ¿Cuál es la relación de la versión
griega de las Escrituras en general con el hebreo? Y, ¿cuán lejos en un caso particular se debe
corregir un texto con el otro? Los Setenta puede diferir en el todo considerablemente del texto
masorético, y aun así a menudo aclarar un pasaje oscuro en el hebreo, mientras que lo
contrario sucede con igual frecuencia. Aparte de Los Setenta hay muy poco que nos pueda
ayudar. El texto samaritano arroja luz sobre el Pentateuco, por lo menos hasta el siglo IV,
quizás hasta el tiempo de Esdras. Aun así hasta que aparezca la edición crítica permanecerá
una interrogante abierta si el texto samaritano no fue influenciado por los Setenta en un período
posterior. Respecto a pasajes más cortos, los textos paralelos permiten comparación. Las
desviaciones observadas en ellos muestran que se han realizado cambios, que demuestran
descuido o variaciones accidentales o intencionales. La tradición judía narra que Esdras realizó
una restauración de las Sagradas Escrituras. Subyacente a esta narrativa puede haber una
recolección de eventos históricos que probaron ser desastrosos tanto para la vida política y
religiosa de Israel como para sus Libros Sagrados. Las consecuencias no se muestran tanto
como en los libros de Samuel y Jeremías, por ejemplo, pero son tales que se necesita la
aplicación de medios críticos para llegar a un texto legible. A veces a pesar de todo no se
puede hacer nada y el pasaje está irremediablemente desfigurado. Será imposible hacer que el
texto masorético concuerde completamente con los Setenta hasta que no seamos favorecidos
con algún descubrimiento inesperado. Sin embargo, todas estas discrepancias no alteras los
Textos Sagrados a tal grado que se afecte el contenido religioso del Antiguo Testamento.

Fuente: Merk, August. "The Old Testament." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14.
New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/
14526a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.

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