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TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 259

Espacio público: notas para la articulación


de una psicología ambiental comunitaria
Héctor Berroeta T.
El espacio es simultáneamente real e imaginado,
actual y virtual, lugar de estructuras individuales y
de experiencia y acción colectivas
Soja

Introducción

Los espacios públicos son heterogéneos: por una parte, instauran, preservan, promueven
y organizan la comunicación entre gente diferente. Por otra, admiten múltiples
definiciones, significados y atributos, según la perspectiva desde la cual se los comprenda.
Habitualmente, el espacio público moderno se define a partir de la separación formal,
casi siempre legal, entre la propiedad privada urbana y la propiedad pública. Tal separación
normalmente supone reservar el suelo libre de construcciones (excepto equipamientos
colectivos y servicios públicos) y para usos sociales característicos de la vida urbana
(esparcimiento, actos colectivos, transporte, actividades culturales y a veces comerciales,
etc.). Donde, lo que define la naturaleza del espacio público es tanto el uso como su estatuto
jurídico. El espacio público supone, pues, dominio público, uso social colectivo y diversidad
de actividades (Segovia y Dascal 2000, p. 170). Esta aproximación, si bien delimita claramente
qué es y qué no es espacio publico, se sitúa en un acercamiento de predominio materialista,
donde la determinación del espacio está dada por sus características físicas, y desde ahí se
comprenden las prácticas sociales que en él tienen lugar.
Para Borja (2003), la historia de la ciudad es la de su espacio público. Este autor
sostiene que “el espacio público es a un tiempo el espacio principal del urbanismo, de la
cultura urbana y de la ciudadanía; es un espacio físico, simbólico y político”. Agrega que
“al espacio público se le pide ni más ni menos que contribuya a proporcionar sentido a
nuestra vida urbana. La calidad, multiplicación y la accesibilidad de los espacios públicos
definirán en buena medida el progreso de la ciudadanía”.
Manuel Castells (1998) sostiene que, frente a la disolución general de las
identidades en el mundo instrumental del espacio de los flujos, el espacio de los lugares
se constituye como expresión de identidad, de lo que yo soy, de lo que yo vivo, de lo que
yo sé y de cómo organizo mi vida en torno a ello.
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El antropólogo Francés Marc Auge (1998), ha distinguido en la sobremodernidad


la emergencia de lo que él ha denominado los “No Lugares”. Se trata de aquellos espacios
donde no se crea una identidad singular ni relación, sino soledad y similitud. En ellos,
las imágenes tienden a hacer sistema, esbozan un mundo de consumo que todo individuo
puede hacer suyo, porque allí se es incesantemente interpelado a hacer como los demás
para ser uno mismo; por el contrario, plantea que “Los Lugares” es donde se realiza la
construcción concreta y simbólica del espacio, que es al mismo tiempo principio de
sentido para quienes lo habitan y principio de inteligibilidad para quienes lo observan,
lugares identificatorios, relacionales e históricos, configuran las posiciones, permiten
pensar las relaciones e identidades compartidas en la ocupación de un lugar común y
proponen e imponen puntos de referencia.
En estos planteamientos, la noción de espacio público a la que se apela es
multidimencional, compleja, pues en ella confluyen aspectos de orden material y
simbólico, instituidos por su doble carácter, físico y social. Por ende, se constituye en un
territorio de análisis y acción pluridisciplinar, en el que concurren las ciencias sociales,
las bellas artes y las ciencias exactas.
En psicología social, esta categoría ha sido abordada tangencialmente, a partir del
estudio de la relación sujeto entorno, en los desarrollos teóricos de la Psicología
Comunitaria y, más directamente, en los modelos de la apropiación espacial en la
Psicología Ambiental. La noción de espacio público es una dimensión fundamental para
situar espacialmente las prácticas comunitarias y fundamentar los procesos de acción-
transformación que en su entorno tienen lugar, de ahí la importancia de explorar un
relato integrador de estos dos campos de conocimiento.
Esta reflexión es una aproximación preliminar de análisis de algunos recursos
teóricos de la psicología ambiental y comunitaria pertinentes para comprender las
acciones y escenarios que constituyen y son constituidos en y por el espacio público, así
como de los fenómenos socioambientales en general. Es un ejercicio analítico que
busca profundizar la propuesta de una “Psicología Ambiental Comunitaria “(Weinsenfeld,
2003).
En este texto, propondremos dos posibles aproximaciones a este fin, una
dirección de complementariedad operativa, a través de la revisión de trayectorias y
marcos afines entre ambas perspectivas; y una segunda, de análisis teórico acerca de la
noción de espacio. Para ello presentaremos, en primer lugar, a modo de
contextualización, los principales aspectos de estas dos propuestas, centrándonos en
los conceptos de Sentido de Comunidad y Apropiación Espacial. Posteriormente,
bosquejaremos un análisis del espacio desde una lectura de Acción Situada.Y finalmente
intentaremos una relación de complementariedad y sinergia entre ambas perspectivas.
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Presentación
Dos direcciones para una propuesta de integración

La psicología comunitaria y la psicología ambiental son dos ámbitos de conocimiento de


la psicología social que se han abocado sistemáticamente a analizar la relación persona-
entorno, aunque con énfasis de estudio distintos. Mientras la psicología comunitaria ha
estado más centrada en conocer los procesos de interacción entre los miembros de un
colectivo pertenecientes a un territorio y su relación con las condiciones de producción
en las que tienen lugar, la psicología ambiental se ha preocupado por los procesos
sociocognitivos presentes en la relación sujeto y entorno físico. De esta forma, ambos
campos de conocimiento, con sus particulares énfasis, han estado intrínsecamente
vinculados al estudio y mutación del espacio público.
Por su parte, la psicología comunitaria, desde su génesis, ha estado abocada a la
transformación de las condiciones de vida de los habitantes de un territorio, por lo
general en el ámbito barrial. Para lo cual, ha desarrollado una serie de estrategias de
intervención sobre los procesos de convivencia que se dan en estos espacios. En tanto,
la psicología ambiental, en los últimos años, ha orientado fuertemente su investigación
sobre los procesos de apropiación espacial que tienen lugar en el espacio público,
particularmente en el escenario barrial. (Pol, Valera, Vidal, 1999), aportando
significativamente en la comprensión de los procesos psicosocial que median el uso y
convivencia en estos espacios.
Desde esta constatación inicial y de sus desarrollos paralelos, consideramos de
una alta pertinencia teórica y aplicada abocarse a una lectura de integración que permita
hacer uso de ambos campos disciplinares en la comprensión e intervención de las
prácticas de convivencia que constituyen el espacio público de un barrio. Esto con el
afán de favorecer la incorporación de estrategias psicosociales atingentes al diseño y
regeneración urbanos que potencien la integración y la cohesión social.
Una propuesta de revisión para el acercamiento de estos campos, puede
organizarse en dos direcciones. Un primer esfuerzo es identificar aquellos elementos
comunes y las posibilidades de sinergia que se proveen ambas perspectivas. Explorar la
integración de algunos marcos conceptuales y desarrollar propuestas comunes que
favorezcan el diseño de estrategias complementarias para acciones más complejas en
ambos campos.
Un primer fundamento para esta dirección, es afirmar que las prácticas ambientales
se desarrollan en entornos comunitarios. Por lo tanto, es en el escenario barrial, comunal,
de la vida cotidiana, donde los sujetos despliegan sus comportamientos en relación con
el medio ambiente y es en él donde se reproducen las pautas culturales y los circuitos
de exclusión que los sustentan. En consecuencia, la comunidad es el espacio funda-
mental para la promoción de acciones pro ambientales, pues permite favorecer procesos
de concientización a favor del cuidado ambiental y del uso sustentable de recursos,
además es propicio para facilitar la reflexión problematizadora acerca de las
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responsabilidades institucionales del deterioro ambiental y la generación de acciones


colectivas de control ciudadano.
En segundo lugar, si atendemos a que la psicología comunitaria es una psicología
del cambio social que persigue la modificación de aquellas estructuras sociales que
están deteriorando el bienestar (Martín y Chacón, 1993) y que, por lo tanto, sus acciones
se dirigen a transformar los factores socio históricos externos al sujeto, que condicionan
sus circunstancias de vida y que son responsables de su bienestar físico, emocional y
social. Se hace evidente que esta dirección al cambio y a la calidad de vida, tiene lugar en
escenarios materiales, en espacios físicos concretos. En ellos se expresan las
contradicciones y la lucha social, el espacio público es donde, históricamente, ha tenido
lugar la disputa ciudadana.
De ahí que la psicología comunitaria en su desarrollo latinoamericano ha buscado
que las comunidades se involucren activamente en los procesos de modificación de sus
entornos, que conserven e incrementen sus recursos, que decidan sobre las
modificaciones urbanísticas que les afectan y que se apropien de sus espacios públicos.
En este sentido, Safa (2000) reafirma esta posición cuando define las Identidades Vecinales
como la preservación del lugar de residencia legítima a partir de la toma de decisiones
en el desarrollo tanto de acciones e innovaciones socio urbanas como de demandas
(preservación, cambio o mejoramiento del entorno) y sus problemáticas
(contaminación, inseguridad y distribución desigual de bienes y servicios). Ambas
dimensiones intrínsecas a la noción de sostenibilidad ambiental.
En suma, una primera vía de aproximación se basa en plantear que ambas disciplinas
tienen su punto de encuentro en la comunidad, desde donde se relevan las condiciones
de posibilidad que mutuamente se proveen y los sentidos compartidos que sus objetivos
sustentan. Explorar su relación en esta dirección, es un ejercicio que entregaría elementos
para una reflexión integradora y para la consecución de metas compartidas.
Un segundo camino, que a nuestro juicio es fundamental, para aproximarse a una
lectura complementaria de estos campos, es analizar los fundamentos epistemológicos
con que se aborda la noción de espacio (entorno) desde ambas perspectivas. Para ello es
ineludible interrogar la tradicional dicotomía subjetivo - objetivo desde donde se
conceptualiza el ambiente y el espacio comunitario.
En esta vía, la psicóloga social latinoamericana Esther Weinsenfel (2003; 2001 y
2000), es sin duda, quien ha profundizado de manera más consistente y directa la
intersección entre ambas disciplinas. Esta autora ha planteado la necesidad de conformar
una Psicología Ambiental Comunitaria, como resultado de una revisión crítica de los
fundamentos epistemológicos que sustenta la Psicología Ambiental y a su constatación
de la escasa pertinencia que esta disciplina tendría para el contexto latinoamericano. A
partir de este cuestionamiento, ha propuesto concebir el espacio (ambiente) desde un
enfoque socio construccionista como una realidad intersubjetiva construida en la
interacción social; y ha sugerido la idoneidad de una metodología que comprometa la
subjetividad del investigador para el abordaje de la intervención ambiental, la
Investigación Acción Participativa (Weisenfeld, 2001. p, 8).
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Este planteamiento es un aporte fundamental para desarmar cualquier propuesta


de relación entre estos campos, que busque reafirmar un determinismo objetivista. Sin
embargo, nos parece que niega toda posibilidad de incorporar el estatus de lo material
al análisis del ambiente y el entorno comunitario, situándose en un omnipotente
determinismo subjetivista.
A nuestro juicio, una lectura de integración debe pasar por reconocer que es en el
espacio habitado, construido, material, donde tienen lugar las interacciones comunicativas
que constituyen la intersubjetividad de lo comunitario. Las infraestructuras sociales y
los espacios públicos en los entornos comunitarios, son elementos materiales que los
procesos de apropiación transforman en espacios simbólicos constitutivos de identidad,
que favorecen el sentido de pertenencia y de vertebración social de quienes habitan
estos espacios.
Por lo tanto, es necesario explorar la integración de estas dimensiones subjetivas
y objetivas presentes en la noción de ambiente y entorno comunitario, a partir de una
conceptualización híbrida que permita integrar lo físico y lo simbólico. Que se reconozca
al entorno como físico, material, no humano y de apariencia inmutable, pero a su vez
construido, distribuido, ocupado, de significación temporal e incompleta, según las
relaciones socio históricas en las que participa.
Una perspectiva de la realidad espacial que no la conceptualice como
completamente independiente de la agencia humana y de los significados que en su uso
va adquiriendo, pero que tampoco la entienda como producto exclusivo de un
subjetivismo discursivo capaz de construirlo todo unidireccionalmente.
Nos parece que un sendero para indagar en esta dirección, es la teoría de la acción
situada, desde la cual se puede pensar lo comunitario como un escenario socio-físico
que condiciona las prácticas sociales que instituyen el espacio público

Psicología Ambiental y Psicología Comunitaria:


Trayectorias Contiguas
Intentaremos un ejercicio descriptivo que nos permita una visión panorámica de ambas
disciplinas, como marco de referencia para la exégesis de algunos puntos de encuentro
y relectura, que sustenten las vías analíticas propuestas.
Revisaremos brevemente los orígenes, definiciones, principales enfoques,
temáticas centrales y campos de aplicación de ambas disciplinas.

Orígenes

Si bien la psicología ambiental como campo de la psicología social es reciente, la preocupación


por la influencia de los entornos ambientales en el ser humano es de larga data.
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Pol (1993, p. 164) plantea dos nacimientos para la psicología ambiental. El primero,
se inicia en el primer tercio del siglo XX en Europa y luego en EE.UU.Tempranamente,
Hellpach recoge las influencias de la Ecología de Haeckel (1886), de la noción de
umwelt de Von Uexkül (1909) y de la Metereobiología en su publicación del año 1919
“Geopsyche”, en la que da cuenta de la influencia de los fenómenos físico-ambientales
en la conducta.
Luego, Egon Brunswik y Kurt Lewin, ejercen una influencia fundamental en la
psicología ambiental moderna; el primero a partir de sus estudios sobre la percepción
ambiental y su teoría probabilística, siendo el primer investigador que utiliza el término
psicología ambiental. Por su parte, Lewin, con su teoría del campo, consideró el entorno
desde una perspectiva molar, sus postulados de la investigación acción abrieron caminos
para un estudio en ambientes naturales. El desarrollo de la estación psicológica en
Midwest, permitió que se estudiara la relación entre situaciones ambientales y la conducta,
iniciando de esta forma la psicología ambiental en EEUU.
El segundo nacimiento, está ligado a las demandas provenientes del mundo de la
arquitectura y el diseño urbano, a tal punto que se le conocerá como “Psicología de la
Arquitectura”, el contexto de producción de esta psicología estará dominado por un
bienestar económico, la primacía de referentes humanistas y una fuerte preocupación por
la calidad de vida y el bienestar. Por lo que esta psicología ambiental centrará sus intereses
en aspectos de orden social, relacionados con la satisfacción y calidad de vida. En esta etapa
se pueden reconocer dos grandes momentos: el primero centrado fuertemente en aquellos
aspectos de orden físico, como señala Proshansky y O’Hanlon (1977), en los que el
ambiente construido es lo fundamental. Un segundo momento, denominado de modelos
psicosociales de explicación, en los que ambiente y personas se conciben como elementos
indisociables, en el que el simbolismo adquiere un rol protagónico.
Por último, como señala Pol (1993, p. 184), es posible distinguir un tercer
momento en este desarrollo. El de una psicología ambiental, más social, más
organizacional y más verde, que está fuertemente marcada por la problemática ecológica,
el desarrollo sustentable y la educación ambiental.
Por su parte, la Psicología Comunitaria presenta antecedentes de origen más
recientes, que responden más a un contexto social que a un campo académico. Su
génesis se vincula a los diversos movimientos sociales, culturales y políticos que tienen
lugar a finales de la década del cincuenta y a inicios de los sesenta. La crítica social que
caracteriza este periodo, se expresó en las ciencias sociales en un fuerte cuestionamiento
al modo de hacer ciencia y al nivel de compromiso que manifiestan las disciplinas
sociales. Estos serán los fundamentos de lo que se ha conocido como la Crisis de la
Psicología Social, cuyos efectos epistemológicos y ontológicos marcan la bifurcación
de los programas de investigación en esta rama de la psicología. En psicología comunitaria
estos caminos paralelos se pueden observar, con cierta claridad, en sus versiones
anglosajona y latinoamericana.
Otros antecedentes ampliamente citados, son los movimientos de sectorización
francesa y la anti psiquiatría italiana y la formación de los Centros Comunitarios de Salud
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Mentaln en EEUU; estos son la génesis de la “postura crítica ante las prácticas psicológicas,
psiquiátricas y sociales tradicionales” (Krause y Jaramillo, 1998), que caracterizará a la
Psicología Comunitaria.
Su inicio formal como término, disciplina y campo profesional es claramente la
Conferencia de Swampscott, Massachussets, titulada “Conference on the Education of
Psychologists for Community Mental Helth”, realizada el año 1965 en Boston (Tyler,
1984; Montero, 1994; Alfaro, 1993). En ella se define el rol del psicólogo comunitario
como un “agente de cambio social y conceptualizador participante en las transformaciones
comunitarias” (Aguilar & Cruz, 2002. P, 56), que se adscribe a un “modelo
interdisciplinario, entre las ciencias sociales y la psicología, a un campo de acción
diferente, entre los individuos y la sociedad, y al cambio social planeado” (Tyler,1984).
Por la característica distintiva que presenta y lo fundamental que resulta para el
planteamiento de una Psicología Ambiental Comunitaria, es importante distinguir el
desarrollo de la disciplina en Latinoamérica. Sus orígenes se vinculan a la crítica en los
años cincuenta, que profesionales y académicos vinculados a las Ciencias Sociales plantean
a los enfoques teóricos dominantes y a las prácticas que les suceden, cuya propuesta es
la redirección de la investigación y la intervención hacia el cambio social. Es así como
sociólogos, antropólogos y educadores orientan, progresivamente, su trabajo hacia los
grupos sociales más necesitados. (Montero, 1994; Alfaro, 1993; Krause y Jaramillo,
1998). Entre sus exponentes más representativos se puede señalar al sociólogo O. Fals
Borda, al educador Paulo Freire (1970) y al trabajador social E. Ander Egg. A partir de
esta multidisciplinariedad se comienzan a plantear herramientas teóricas, metodológicas
e interventivas, que posteriormente definirán a la Psicología Comunitaria, conceptos
tales como participación, autogestión y cambio social (Krause y Jaramillo, 1998).
Posteriormente se desarrollan estrategias teóricas y metodológicas más
disciplinares, que permiten responder a los problemas y dinámicas sociales. El Desarrollo
Comunal o Desarrollo de las Comunidades (Montero, 1980), la Psicología de la
Liberación (Martín-Baró, 1989).
Si bien los inicios de ambas disciplinas son muy distintos, una nace en el formalismo
académico y la interrogación ilustrada y, la otra, en la crítica disciplinar y la demanda
social; progresivamente van incorporando algunas preocupaciones similares.
Es así como en etapas más recientes podemos reconocer algunos puntos de
coincidencia, cuando la preocupación de la psicología ambiental transita a temáticas de
orden ambientalista e incorpora el concepto de sustentabilidad en sus análisis,
acercándose a la idea de cambio social propugnada por la psicología comunitaria; incorpora
discusiones de orden político y organizacional; se interesa por los procesos de
participación social; e inicia un transito a paradigmas más cercanos como el enfoque
transaccionalista o sociocultural. A su vez, la psicología comunitaria, que en sus inicios
está ligada a enfoques de salud mental centrados en el sujeto, transita hacia énfasis más
colectivos y críticos que incorporan una mirada holista de los fenómenos sociales,
incluyendo los espacios comunitarios.
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Definiciones

Una definición de Psicología Ambiental ampliamente aceptada, es la que proponen


Stokols y Altman en la introducción del Handbook of Environmental Psychology, donde se
refieren a ella como el “estudio de la conducta y bienestar humanos en relación con el
entorno sociofísico”(Stokols y Altman, 1987, p.1). Esta definición es lo suficientemente
inclusiva para cobijar todos los aspectos involucrados en esta relación: aspectos cognitivos
e interaccionales, individuales y grupales, así como los ambientes naturales, construidos
y sociales.
En una definición más descriptiva,Valera señala que puede entenderse la Psicología
Ambiental “como la disciplina que tiene por objeto el estudio y la comprensión de los
procesos psicosociales derivados de las relaciones, interacciones y transacciones entre
las personas, grupos sociales o comunidades y sus entornos sociofísicos” (Valera 1996b,
p3). Por lo tanto, comparte con otras disciplinas un campo de estudio común configurado
por el conjunto de fenómenos que implican directamente a las personas con sus
entornos.
La noción de entorno sociofísico incorpora la dimensión física y social del ambiente
en relación con el comportamiento. De esta forma se intenta romper con la dualidad
sujeto-entorno, relacionándolas como partes de un todo integrado. Es por ello que se
considera el entorno sociofísico como el ámbito sobre el que se centra el objeto de
estudio de esta psicología.
La psicología comunitaria es definida como “la rama de la psicología cuyo objeto
es el estudio de los factores psicosociales que permitan desarrollar, fomentar y mantener
el control y poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y
social para solucionar problemas que los aquejan y lograr cambios en esos ambientes y
en la estructura social” (Montero, 1984).

Enfoques

Valera (1996b, p. 10) señala que Altman y Rogoff, en el primer capítulo del Handbook of
Environmental Psychology (1987), plantean que la Psicología Ambiental esta configurada
en cuatro visiones de mundo, a partir de las cuales se exploran, describen o explican sus
procesos psicológico sociales, políticos, ambientales y colectivos; constituyen cuatro
formas diferentes de interpretar y analizar la relación entre las personas y sus entornos.
Estas cuatro perspectivas son:
Rasgo: Las características personales constituyen la base para la explicación del
funcionamiento psicológico con relativa independencia de las variables provenientes de
los contextos físicos o sociales. Sería un planteamiento de orden lineal.

• Interaccional: considera a la persona y el entorno como unidades separadas con


interacciones entre ellas. Se plantean relaciones bidireccionales.
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• Organísmica. La persona y el entorno pasan a definirse como elementos dentro de


un sistema integrado con interacciones entre las partes, se plantean relaciones globales
(holistas), la unidad de análisis es la “persona-en-entorno. Corresponde a una visión
sistémica de la realidad.
• Transaccional. En palabras de Altman y Rogoff (1987, p. 34), se “enfatiza el estudio
de unidades de análisis holísticas, con fenómenos definidos en términos de aspectos
psicológicos, contextuales y temporales que resultan inseparables”; entorno y per-
sona se definen y modifican mutuamente, estabilidad y cambio coexisten. Se plantean
mutaciones en sub entidades que generan los procesos psicológicos sustentables.

Saegert y Winkel (1990), ofrecen una revisión en la que se propone la delimitación de


cuatro paradigmas de investigación en Psicología Ambiental:

• Paradigma de la Adaptación: el principio fundamental es que el sujeto biológico-


psicológico procura enfrentarse a amenazas, cubrir necesidades básicas y restaurar o
expandir sus capacidades de afrontamiento al entorno; los enfoques utilizados son el
de estrés ambiental, percepción y cognición ambiental y valoración ambiental. Se
destacan los estudios de Kaplan y Kaplan (1989) acerca de la percepción de entornos
naturales y los estudios ambientes hospitalarios sobre la recuperación y satisfacción
de los pacientes (Ulrich, 1984).
• Paradigma del ambiente como estructura-oportunidad: se basa en la relación entre las
necesidades conductuales de una persona activa y orientada hacia un objetivo y las
cualidades del entorno capaces de satisfacer tales requerimientos. Se trata de un proceso
de selección de las mejores opciones dentro de un sistema de restricciones y
oportunidades de carácter sociofísico, enfatizándose especialmente el aspecto de
planificación racional del ser humano en la planificación ambiental (Hagerstrand, 1983)
• Paradigma sociocultural: Este paradigma contempla a la persona como un agente social
más que como un individuo autónomo que tiene necesidades para satisfacer o llevar
a término objetivos personales. La persona como agente social busca y crea significados
en el entorno al relacionarse con él. Estos significados no son construidos al
momento, sino que vienen modulados por la cultura y la estructura social dentro de
la cual la persona opera. Se considera el entorno como un producto sociocultural, el
énfasis está dado en la interacción social en un contexto sociocultural determinado.

En un cuestionamiento a estos enfoques, Weinsenfeld (2001, P. 3) se refiere a


ellos como positivista y fenomenológico; en los primeros situaría a las perspectivas
interaccionistas, organísmicas, de adaptación y de estructura-oportunidad y, en los
segundos, al enfoque transaccional y sociocultural. Plantea que si bien existen
diferencias en las dimensiones que abordan, en su forma de comprender el entorno
y su relación epistemológica y en los métodos de investigación que utilizan, ambas
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perspectivas se orientan a los procesos individuales y no grupales, sus investigaciones


giran en torno a variables definidas desde los investigadores, son agentes externos los
que deciden los problemas, los objetivos y las estrategias metodológicas en las
intervenciones, por lo cual la justificación de las investigaciones o intervenciones se
da más desde el investigador o la institución responsable que desde las propias perso-
nas involucradas. A partir de estos cuestionamientos, la autora propone el enfoque
socioconstruccionista para abordar el ambiente; desde ahí señala que el ambiente
sólo puede ser analizado en función del sentido de los sujetos, parte de una realidad
intersubjetiva que cambia dinámicamente a partir de contextos y situaciones históricas.
Los métodos de investigación han de ser hermenéuticos en busca de una comprensión
de las construcciones sociales que las personas elaboran de sus entornos y las
condiciones bajo las cuales estas llegan a constituirse. El investigador debe
comprometer su subjetividad en este proceso.
Diversos son los autores que dan cuenta de los enfoques o marcos conceptuales que
orientan la Psicología Comunitaria (Chacón 1998; Montero, 2004; Montenegro, 2002).
Chacón (1998) clasifica los marcos teóricos en: Psicología Clínica Comunitaria, en
los que incluye la salud mental comunitaria, el marco conductual comunitario y el modelo
de estrés psicosocial; el enfoque organizacional, el marco ecológico, el marco transaccional
y el marco de la acción social. Por su parte, Montenegro (2002) señala que existirían en la
literatura especializada tres modelos a los que se apela bajo el rótulo de psicología
comunitaria. Estos son: el de salud mental comunitaria, el ecológico y el de “transformación
social”.Alfaro (2000), clasifica lo que denomina tradiciones de trabajo, que son coherentes
en su planteamiento de entender la psicología comunitaria como un campo técnico de
carácter profesional sin autonomía disciplinar, que se nutre conceptualmente de la psicología
y de la psicología social. Estas tradiciones son: amplificación sociocultural, en las que
incorpora la Psicología Social Comunitaria, a la Educación Popular y a la propia
Amplificación Sociocultural; la tradición de Desarrollo de Competencias, que se caracteriza
por compartir los principios de la Psicología Social Clásica; y la Tradición de Redes, que
corresponde a los desarrollos de la teoría de sistemas.
Montero (2004) se refiere a cuatro perspectivas teóricas que se pueden reconocer
en la psicología comunitaria actual: Psicología de la Liberación, el Enfoque Crítico, La
Tendencia Sistémica, la Perspectiva Conductual y el modelo Iterativo-Reflexivo-
Generativo; a su vez, propone la definición de un paradigma inclusivo para la Psicología
Comunitaria que denomina de la Construcción y la Transformación Crítica y que se
caracteriza por un rechazo a toda consideración pasiva de la comunidad, que incorpora al
otro en la producción de conocimiento desde una relación de respeto e igualdad, a la
inseparabilidad de sujeto y objeto; asume un rol que sitúa al psicólogo como un catalizador
de las transformaciones sociales, que hace uso de metodologías que se transforman al
ritmo de las comunidades y cuyo objetivo es la acción ciudadana generada a partir de la
desalineación y la concientización. Este enfoque nos parece sumamente provocador y
sugerente para organizar los desarrollos en psicología comunitaria que corresponden a
una matriz crítica que, a nuestro juicio, se centra, prioritariamente, en una dimensión
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cultural. Y que, expresamente, no incorpora otras perspectivas que siguen estando muy
vigentes al hablar de Psicología Comunitaria.
Creemos necesario, para los fines descriptivos y comparativos de este apartado,
reconocer los distintos enfoques conceptuales que coexisten dentro del campo de la
psicología comunitaria. Si hacemos un ejercicio reduccionista que difumine los bordes
borrosos entre aquellos modelos teóricos más intersticiales, podemos proponer agrupar
los principales enfoques de la psicología comunitaria según sea su objeto privilegiado de
intervención y los fines que se propone.
Enfoques centrados en el sujeto: Estos enfoque estudian los procesos de influencia
que ejerce el entorno social sobre el individuo y cómo los recursos psicológicos del
sujeto permiten desarrollar mecanismos de adaptación.
Se plantean la existencia de factores que operan como mediadores entre la
influencia del medio y los efectos que este genera en el sujeto. Estos mediadores estarían
situados en ciertas características del entorno y ciertas capacidades del sujeto; en las
primeras encontraríamos las redes de apoyo social, las condiciones socioeconómicas,
etc., y en las segundas, la autoestima, habilidades sociales, locus de control, etc.
El origen de los problemas sociales para este modelo, estaría en la incapacidad de
los sujetos para hacer frente a los requerimientos del entorno. El desbalance entre el
nivel de exigencias propiciado por las condiciones socioambientales y los recursos
sociocognitivos con que cuentan las personas, serían la génesis de las conductas
desadaptativas.
El foco privilegiado para la intervención es el sujeto; se trataría, por una parte, de
fortalecer, en cada individuo, una serie de características subjetivas que son evaluadas
como deficitarias, tales como autoestima, habilidades sociales, estrategias de
afrontamiento, etc., y por otra, propiciar la generación de soporte social, a través de la
generación de redes sociales que provean al sujeto de apoyo instrumental y afectivo;
para ello se crean grupos comunitarios o se incentiva la ayuda institucional. El objetivo
último es lograr el bienestar psicosocial del sujeto.
El segundo es el enfoque centrado en el sistema: Desde esta perspectiva, los
problemas sociales son entendidos a partir de ciertas dinámicas de relación entre los
componentes de un sistema y se distinguen al hacer puntuaciones sobre sus elementos;
es decir, se trata de identificar pautas de interacción que son significadas como
problemáticas. Por lo tanto, las acciones que se emprenden intentan modificar las pautas
de relación entre los componentes del sistema.
La tercera y última perspectiva, es la que denominaremos enfoque centrado en lo
histórico-cultura, entendiendo por cultura lo que Thompson (1993, p. 204) denomina
formas simbólicas, es decir, “las acciones, los objetos y las expresiones significativas de
diversos tipos; en relación con los contextos y procesos históricamente específicos y
estructurados socialmente, en los cuales y por medio de los cuales, se producen, transmiten
y reciben tales formas simbólicas”.
Se postula que en la sociedad actual los recursos económicos, sociales y culturales
están distribuidos asimétricamente. La noción de problema social que se desprende de
270 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

esta perspectiva se identifica claramente en la estructura social, entendida como la


asimetría y diferencias relativamente estables, que caracterizan a los campos de interacción
y a las instituciones sociales, en términos de la distribución de los recursos de diversos
tipos, el poder, las oportunidades y las posibilidades de vida y el acceso a todo ello
(Thompson, 1993).
Lo que persigue este tipo de enfoque es un cambio en las condiciones objetivas de
las personas que participan de los procesos de intervención y cómo reflexionan sobre
las causas de sus posiciones en los campos de interacción. A través de procesos de
reflexión y acción es posible una transformación social.
A partir de esta revisión de los principales enfoques de ambas disciplinas, planteamos
la existencia de puntos de encuentro, que nos parece responden más a la adscripción a
grandes programas de investigación en las ciencias sociales, en general, y a la psicología, en
particular, que a factores distintivos de ambos campos. No es difícil relacionar los enfoques
interaccionistas y de competencias en la psicología ambiental con lo que denominamos
perspectivas centradas en el sujeto en la psicología comunitaria; en ambas visiones, la noción
de entorno-sujeto se presenta separada e independiente, constituyéndose en el foco de
acción el sujeto o el entorno.
La relación entre los planteamientos organísmicos y el enfoque sistémico está
dada por una misma matriz de análisis teórico, la teoría de sistemas, en la que sujeto y
entorno son partes constituyentes de un mismo sistema.
En cuanto a los planteamientos transaccionales y socioculturales de la psicología
ambiental, consideramos que, en sus definiciones formales, se acercan a la perspectiva
histórico-cultural, pero, concordando con Weinsenfeld (2001), visualizamos que su
operacionalización está más centrada en procesos que vinculan a las personas con los
espacios, que analizar los factores histórico y contextual que construyen los significados
compartidos y se expresan en las maneras particulares de estar en el espacio, pero que no
aborda la producción histórica y cultural en sus procesos de análisis. Sin embargo,
consideramos que es éste el ámbito de desarrollo de la psicología ambiental que más
aportes entrega al desarrollo de una psicología ambiental comunitaria, pues a pesar de que
su nivel explicativo se reduce finalmente al sujeto, el contexto en que se desarrollan las
investigaciones corresponde a comunidades territorialmente situadas. Volveremos sobre
este punto más adelante, cuando discutamos acerca de las teorías de la apropiación y la
comunidad.

Áreas Temáticas

Las áreas temáticas de la Psicología Ambiental, según Valera (1996b, p. 4), se pueden
dividir en cinco, que permiten ordenar los principales campos de desarrollo e
investigación.
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 271

1. Temas concernientes a la relación entre los aspectos del espacio físico y la conducta
espacial. Se incluyen estudios sobre las dimensiones físico-espaciales de la conducta,
los conceptos de espacio personal, territorialidad, privacidad, hacinamiento (crowding)
y el análisis de los procesos relacionados con el tema de la apropiación del espacio.
2. Aspectos relacionados con la adaptación de las personas a las variables ambientales,
incluyendo teorías sobre estrés ambiental, sobrecarga y deprivación ambientales,
efectos psicofisiológicos y conductuales producidos por el ruido, la iluminación, las
vibraciones, la temperatura u otros factores climáticos y ambientales.
3. Aspectos relacionados con la forma en que las personas accedemos al conocimiento
ambiental. Cabe destacar los estudios y teorías sobre la percepción ambiental, la
cognición ambiental y el estudio de mapas cognitivos, la representación de entornos
socio-físicos, así como el análisis del significado ambiental y de los aspectos
emocionales y afectivos del entorno.
4. Temas relacionados con la evaluación del ambiente. Incluyen estudios sobre
personalidad y entorno, el tema de las actitudes ambientales y la conducta ecológica
responsable, la evaluación de la calidad ambiental como ámbito de la calidad de vida
y los estudios sobre preferencias de paisajes.
5. Estudios centrados en grupos específicos de población, considerando sus relaciones
con el entorno sociofísico inmediato, fenómenos de reubicación o la adaptación funcional
al espacio, destacando especialmente los ámbitos de infancia, vejez y discapacidad.
6. Estudio de entornos específicos. Destacan los estudios y propuestas metodológicas en
torno al concepto de “escenarios conductuales” (behavior settings) desde la perspectiva
de la psicología ecológica. Además se incluyen otros estudios centrados en entornos
urbanos, residenciales, escolares, laborales, así como entornos naturales.

Las grandes áreas que recogen la producción en Psicología Comunitaria y que


parecen dominar el panorama actual, según Montero, son:

a. El área de la Salud Comunitaria, que abarca la promoción de la salud, prevención y


curación de enfermedades y educación para la salud, con la incorporación de la
comunidad.
b. El área de la Educación Comunitaria, que incluye los aspectos psicológicos ligados al
proceso de enseñanza-aprendizaje producidos en la participación, así como los factores
del mismo tipo involucrados en la educación popular y su papel en los procesos de
cambio social, al igual que la incorporación de la comunidad a la gestión del proceso
formal y de la escuela a la comunidad.
c. El área del trabajo comunitario en organizaciones o instituciones formalmente estatuidas,
cuyo énfasis se dirige a la participación, si bien no siempre se incorporan todos los
miembros de la organización con la misma oportunidad participativa (Montero,
1998, p. 59).
272 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

Esta autora, en una publicación más reciente, incorpora a las áreas de producción la
psicología ambiental comunitaria y la Psicología política (Montero, 2004).

Sentido de Comunidad y Apropiación Espacial:


Dos vías de aproximación al Espacio

Cómo se planteaba anteriormente, creemos que el ámbito de encuentro por antonomasia


entre estos dos campos de conocimiento de la psicología, son los fenómenos
socioespaciales que tienen lugar en el espacio público. Esta aproximación entre lugar y
comunidad, según Vidal (2002), ya está presente en los años setenta en las investigaciones
empíricas de corte individual. Hay (1998) afirma que, alrededor de los años setenta, la
investigación hacia la ligadura con el lugar emprendió una vía empírica muy parecida a la
desarrollada por lo que denomina ligadura con la comunidad, consistente en el desarrollo
de modelos para describir el vínculo de las personas con el lugar a partir de la evaluación
de los vínculos afectivos con él, desde un nivel de análisis predominantemente indi-
vidual. Como por ejemplo, la dependencia de lugar de Stokols y Shumaker (1981). En
psicología comunitaria este predominio del nivel individual de análisis y la búsqueda de
respuestas empíricas asociadas a la afectividad, se observan claramente cuando Sarason
(1974) desarrolla el concepto de Sentimiento Psicológico de Comunidad.
La Pertenencia es el eje sobre el que ha girado la aproximación de ambas disciplinas
a la noción de lugar. Mientras la Psicología Comunitaria lo ha abordado prioritariamente
a través del concepto de Sentido de Comunidad, la Psicología Ambiental lo ha hecho a
partir de la noción de Apropiación Espacial. El primero trata de un marco conceptual de
larga tradición en Psicología Comunitaria, que se encuentra en los fundamentos mismo
de esta disciplina. El segundo, es un enfoque en Psicología Ambiental de producción
reciente, que introduce aspectos sociales a su análisis y que ha desarrollado experiencias
recientes de investigación en ámbitos comunitarios.

Sentido de Comunidad

En psicología Comunitaria, el Sentido de Comunidad es definido como “Un sentimiento


que tienen los miembros de una comunidad acerca de la pertenencia, un sentimiento de
que los miembros se preocupan unos por otros y que el grupo se preocupa por ellos,
y una fe compartida en que las necesidades de los miembros se satisfarán por su
compromiso de estar juntos” (García, Giuliani y Wiesenfeld, 1994, p. 81). Para McMillan
y Chavis, (1986), existirían cuatro componentes que constituyen el concepto:
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 273

Membresía

Consiste en un sentimiento de pertenencia, de ser parte de una red de relaciones


sociales de un grupo que se caracteriza por: los límites que designan quiénes pertenecen
y quiénes no, la seguridad emocional para la generación de vínculos en un mínimo de
seguridad, el sentido de pertenencia e identificación con el grupo y sus características, la
inversión personal que las personas hacen a su comunidad, a través del grado de
participación en ella y el sistema de símbolos compartidos, materiales y no materiales,
que tienen una función integradora y afectiva.

Influencia

Es la capacidad de influir y ser influido por la comunidad; este proceso se desarrolla


mediante la participación y afecta directamente la integración de las personas a la
comunidad.

Integración y Satisfacción de Necesidades

En la comunidad se suscitan una serie de procesos que posibilitan la satisfacción de


necesidades personales y colectivas, tanto materiales como afectivas.

Conexión Emocional Compartida:

Este componente afectivo se relaciona con las formas de interacción en comunidad;


para McMillan y Chavis (1986), el componente fundamental del Sentido de Comunidad
surge a través de la frecuencia y la calidad de las interacciones, de la historia compartida
y de la inversión que las personas hacen en su comunidad.
Estas dimensiones concuerdan con los planteamientos que ligan el sentimiento de
comunidad con la identidad comunitaria, incorporando una dimensión más social al
término. Recientemente, en un análisis del concepto, Montero (2004) plantea las
dificultades que existen para su definición, tanto por la polisemia del término como por la
confusión que se genera al intentar distinguirlo analíticamente del concepto de Comunidad.
Sugiere que el constructo se clarifica más cuando es asociado a la identidad comunitaria.
Obviando las dificultades para distinguir analíticamente los términos Sentido de
Comunidad y Comunidad es posible reconocer tres dimensiones asociadas a éste
concepto: la satisfacción con la comunidad, la pertenencia con la comunidad y la relación
de la identidad con la vida en comunidad. Todos aspectos que se analizan internamente,
a partir de las interacciones que se suscitan entre los miembros de una comunidad. De
esta forma satisfacción, pertenencia e identidad, son explicadas desde: los vínculos
274 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

sociales, los procesos de integración, la historia compartida y las satisfacciones personales,


es decir, a partir de un análisis eminentemente subjetivista, ya sea se sitúe en el polo de
la representación o de la construcción lingüística.

Apropiación Espacial
La preocupación por el significado y la percepción de los entornos en las comunidades, la
satisfacción comunitaria y los planteamientos recientes sobre la Identidad Social Urbana,
son algunos de los aspectos que la Psicología Ambiental ha formalizado en su énfasis por
estudiar los procesos de apropiación espacial como medio para esclarecer los mecanismos
de pertenencia asociados al lugar.
Vidal y Pol (2005, p. 6) distinguen diversas aproximaciones teóricas que han
abordado desde ésta perspectiva, la relación entre las personas y los espacios:Topophilia
(Tuan, 1974); Dependencia del Lugar (Stokols,1981); Identidad de Lugar (Proshansky,
Fabian y Kaminoff, 1983) Sentido de lugar (Hay, 1998), Satisfacción Residencial (Amérigo,
1995; Canter y Rees, 1982), Satisfacción y Sentido de Comunidad (Hummon, 1992),
Identidad de Asentamiento (Feldman, 1990); Identidad Urbana (Lalli, 1992); Identidad
Social Urbana (Valera, 1996a, 1997; Varela y Pol, 1994) Espacio Simbólico Urbano
(Valera, Guardia y Pol, 1998); Apego al Lugar (Altman y Low, 1992) y Apropiación del
Espacio; Pol, (Korosec-Serfaty, 1976, 1996, 2002; Vidal, Pol, Guardia y Peró, 2004).
El centro de Investigación CR Polis de la Universidad de Barcelona, dirigido por
el doctor Enric Pol, ha desarrollado diversas investigaciones en torno a la apropiación
espacial como propuesta conceptual para dar cuenta de la relación entre las experiencias
cotidianas y las nociones de lugar que construyen los sujetos. Revisaremos sus principales
aportes para situar esta noción.
El modelo dual de la apropiación que plantea Pol (1996; 2002) explica el proceso
a través del mecanismo de Acción-Transformación que llevan a cabo los sujetos o
miembros de colectivos cuando dotan de significado sus entornos, mediante las acciones
que emprenden para modificarlos y de la Identificación Simbólica como resultado de la
categorización del yo, que se produce cuando los sujetos se atribuyen cualidades del
espacio en la definición de su identidad individual y colectiva. Esta aproximación pone
en evidencia dos procesos que están presentes en la relación entre personas y espacios,
esto es: cómo se dota de significado a un lugar y cómo un lugar se constituye en una
categoría de identificación. Ambas interrogantes sugerentes para enriquecer los estudios
sobre la conformación de la identidad comunitaria.
El simbolismo que alcanza un espacio, según Valera (1993,1996a), puede estar
dado por el significado asociado a las características físicas de una estructura espacial, a la
función adjudicada por su uso o a las interacciones simbólicas entre los sujetos que las
ocupan. En este proceso de atribuir significado a un entorno, Pol (1997) identifica la
existencia de dos fuentes de origen para la simbolización de un espacio, la proveniente
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 275

de un órgano de poder institucional (simbolismo a priori), que apela al mecanismo de


identificación, y la que se genera desde la misma comunidad (simbolismo a posteriori),
a través de la acción transformación. Esta distinción parece pertinente para comprender
los habituales conflictos de intereses que se generan en las intervenciones dirigidas por
organismos gubernamentales entre los usos propuestos y los usos desarrollados por
los miembros de las comunidades.
Otro concepto desarrollado por este equipo es el de Identidad Social Urbana (Valera
y Pol, 1994); en éste se plantea que los procesos de categorización del self incorporan,
como una categoría social, el sentido de pertenencia a determinados entornos urbanos
significativos para un grupo. Este proceso de categorización espacial se constituye a partir
de seis dimensiones: territorial, psicosocial, temporal, conductual, social e ideológica.
Estos planteamientos acerca de la apropiación espacial muestran cómo el entorno
urbano supera los aspectos físicos para adoptar una dimensión simbólica y social. Se lo
conceptualiza como un producto de la acción, fruto de la interacción entre las personas y el
espacio público compartido. Los contenidos de estas pertenencias son, a su vez, producto de
las maneras de interactuar de quienes comparten dicho espacio y de cómo los habitantes se
identifican con él, desde sus significados compartidos. En síntesis, estos autores entienden “la
apropiación del espacio, dentro de un contexto sociocultural, desde los niveles individual,
grupal y comunitario hasta el punto de vista de la sociedad. Este proceso se desarrolla a través
de dos vías complementarias: la acción-transformación y la identificación simbólica. Entre
sus principales resultados se hallan el significado atribuido al espacio, los aspectos de la
identidad y el apego al lugar, los cuales pueden entenderse como facilitadores de los
comportamientos respetuosos con los entornos derivados de la implicación y la participación
en éstos” (Vidal y Pol, 2005, p. 13).
Un estudio concreto que ha investigado estos procesos en ámbitos comunitarios, es
el Proyecto Ciudad, Identidad y Sostenibilidad CIS, dirigido por Valera y Pol (1994). El
objetivo principal de este proyecto fue analizar si las comunidades apegadas a sus entornos
y con una identidad social definida son más propensas a compartir valores que permiten
hábitat y comportamientos más sostenibles que las comunidades que no tienen un tejido
social vertebrado ni un sentido de apego con su entorno. Los resultados de la investigación
confirman que la sostenibilidad en un ámbito comunitario puede ser explicada por la
existencia de una identidad social, que se favorece por la calidad de los entornos urbanos
y los factores socioeconómicos. (Revisar el número monográfico dedicado a esta
investigación en la Revista Environment & Behavior City-Identity-Sustainability, Nº 34, 2002)

Cuestionamientos Cruzados

La Psicología Ambiental, a pesar de que incorpora en sus planteamientos enfoques más


holistas, mantiene en el centro de sus explicaciones los procesos de carácter individual de
la relación sujeto-entorno; su forma de incorporar lo comunitario corresponde más a una
276 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

acción de ampliación de categoría, que replica los análisis de procesos individuales a una
escala mayor, que a un planteamiento en el que se reconozcan las características distintivas
de la comunidad; y sus planteamientos están muy cercanos a lógicas representacionistas,
que privilegian el uso de metodologías cuantitativas, acercándose más a posiciones de una
psicología social clásica que a una psicología social crítica.
Otro aspecto en la aproximación ambiental es la escasa consideración de las
relaciones de poder que condicionan las prácticas sociales de la relación sujeto-entorno
y la distancia en que se sitúa el investigador-interventor de las personas investigadas. En
este sentido, Íñiguez clarifica lo que queremos puntualizar: “el psicólogo ambiental
orientado hacia la intervención forma parte de la realidad social sobre la que opera, no
debe ni puede situarse en una posición de exterioridad. Será únicamente desde “dentro”,
metiéndose, por así decir, en la piel de quienes viven la situación como se captan los
significados profundos que estructuran la realidad ambiental (Ibáñez e Íñiguez, 1996).
Por su parte, los planteamientos que ha desarrollado la Psicología Comunitaria en
relación con el entorno están principalmente centrados en los aspectos afectivos, cognitivos
y comunicativos que se suscitan en la interacción entre los miembros de la comunidad. No
incorpora claramente en sus análisis la dimensión espacial, a pesar que ya está presente en las
delimitaciones simbólicas que hacen los propios miembros de la comunidad cuando se
identifican con un Barrio, Sector, Comuna o Ciudad. García, Giuliani y Wiesenfeld (1994),
dan cuenta de esta separación entre la dimensión física y la funcional. Estas autoras distinguen
dos grandes grupos de características con que se ha abordado a la comunidad desde distintos
autores: a) estructurales, y b) funcionales. Las primeras, estructurales, están conformadas
por los individuos y el ambiente físico (público y privado), en el cual están asentados en este
sentido, los elementos estructurales son el escenario que sustenta el desarrollo de los aspectos
funcionales. Las segundas, funcionales, se refieren a todo lo que resulta de la interacción
entre los individuos y su medio ambiente. Acá se incluyen la interacción entre vecinos, la
formación de redes sociales, y todo intercambio que se produce en la vida cotidiana de la
comunidad. Como observamos en esta distinción, el papel atribuido al aspecto ambiental se
remite a la condición de escenario en el que ocurren los procesos sociales. Nuestra impresión
es que a pesar de la preeminencia por enfoques holistas en los desarrollos contemporáneos
de la psicología comunitaria, que se pueden reconocer tanto en los planteamientos sistémicos
como construccionistas, no se está integrando la dimensión espacial como un elemento
relevante en el análisis de los procesos comunitarios.

La noción de espacio: Una lectura desde la acción situada

Si consideramos que una comunidad, sin entrar en la discusión contemporánea del término,
tiene un arraigo territorial que habitualmente hace referencia a una población o barrio y,
eventualmente, a una comuna o ciudad; en la que nos encontramos con plazas, aceras,
solares, edificios, prados, ríos, en fin, un conjunto de artefactos materiales con los que
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 277

interactuamos cotidianamente, ambos planteamientos se nos presentan como incompletos.


Se plantean una serie de interrogantes en torno a la consideración de estos elementos y su
incidencia en los procesos comunitarios: ¿Da lo mismo el espacio físico en el que ocurren
las prácticas comunitarias? ¿Deben ser incorporados estos aspectos materiales al análisis o
basta con plantear que son efecto de una construcción lingüística? ¿Cómo abordar el
espacio público en su doble constitución, subjetiva y material? ¿Es posible hablar de
materialidad sin caer en un determinismo representacionista?
Estas cuestiones son centrales a la hora de intentar un análisis mixto del espacio
público o una propuesta de integración entre ambas perspectivas y nos sitúa en la
discusión epistemológica y ontológica que la psicología social ha venido desarrollando
hace ya un par de décadas; ahora bien, no es nuestro interés desarrollar en extenso este
largo debate ni revisar todas las críticas planteadas a una u otra perspectiva. No nos
interesa la discusión inicial acerca de la crítica al objetivismo representacionista, pues
entendemos que el construccionismo ya es una perspectiva institucionalizada, por lo
cual sus planteamientos son ampliamente conocidos. Lo que aquí queremos es plantear
nuestra discrepancia con un construccionismo radical que reivindica al lenguaje como
único fundamento de la realidad y que ignora otras formas no humanas. Nos parece
necesario que al tratar el tema Ambiental y del Espacio reconozcamos su incidencia en
la configuración de la realidad social, desde ahí nos parece que los planteamientos que
abordan el conocimiento como una acción situada, nos abren caminos para una
consideración de lo material y lo simbólico en este nexo entre Psicología Ambiental y
Comunitaria, que se expresa radicalmente en el Espacio Público.
El conocimiento como acción situada: En los últimos veinte años se han desarrollado,
en las distintas disciplinas de las ciencias sociales, un conjunto de enfoques y perspectivas
sobre la acción y la constitución social de la subjetividad, los cuales por medio de
trayectorias diferentes, se han propuesto formular perspectivas críticas ante los grandes
movimientos objetivistas y subjetivistas que hegemonizaron el desarrollo de la teoría
social de gran parte del siglo XX (Sandoval, 2004). A partir de este antecedente, se
postula una perspectiva del conocimiento como forma de acción situada, desde la cual,
el problema de la relación entre conocimiento y realidad pasaría por la posibilidad de
comprender que las prácticas de significación/construcción de la realidad social no
transcurren en el vacío, y por lo tanto, éstas necesariamente deben ser analizadas en un
contexto que adquiere sentido desde un cúmulo de relaciones sedimentadas como
corporalidad y forma de vida. Desde esta perspectiva del conocimiento como acción
situada, los procesos de significación —o construcción psicosocial del sentido—, siempre
estarían situados en un trasfondo semiótico-material en el cual se articulan saberes y
disposiciones corporales, con normas y tradiciones que hacen parte de una forma de
vida (Saavedra, 2005, p. 32).
En nuestro objeto de análisis, la aproximación construccionista (Weinsenfeld;2001.
p, 7) nos plantea que “Todas las consideraciones acerca del ambiente, sus taxonomías,
definiciones, usos, se realizan en función del sentido que le confieren los usuarios”; señala,
278 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

además, que “no concebimos al ambiente como una realidad objetiva, independiente de
nuestro modo de acceso a ella, sino como la realidad intersubjetiva que las personas
construyen en su interacción social, que se expresa en el conjunto de significaciones que
ellas elaboran a través de la comunicación y otras prácticas sociales”. Destaca la relevancia
que para este enfoque tienen los sistemas de significados y los repertorios de interpretación,
para instituir la realidad social y, a su vez, la exclusión de la materialidad y lo no lingüístico
de su análisis, nos parece que configura un relativismo extremo.
El olvido del mundo de los artefactos, las prácticas y el cuerpo, lleva
inevitablemente a una reificación del lenguaje como único soporte de la acción,
apareciendo ésta en una suerte de vacío existencial. La postergación del mundo no
lingüístico lleva a que el socioconstruccionismo desarrolle, explícita o implícitamente,
una visión de lo discursivo como separado de las necesidades materiales y existenciales
de la vida cotidiana, poniendo en jaque el estatus de realidad de nuestra propia experiencia.
De ahí la necesidad de desarrollar planteamientos que aborden las implicaciones
constitutivas entre materialidad y discurso (Pujol y Montenegro, 1999).
Como señala Sandoval (2004, p. 104), el problema fundamental del
socioconstruccionismo es que saca al sujeto del mundo, obviando (¿negando?) las
constricciones culturales-histórico-materiales en las que se construye, cometiendo el
olvido insoslayable de no hacer explícito que todo acto de construcción no es
absolutamente lingüístico, sino que se hace desde y sobre un contexto de artefactos,
saberes y prácticas materiales sedimentadas como “realidad” y encarnadas como
“subjetividad” (Ema, García y Sandoval, 2003). Desde esta perspectiva, lo discursivo
refiere a una trama compleja de agencias en las cuales el lenguaje es una de las fuerzas
que concurren a la significación junto a las disposiciones corporales, las estructuras
arquitectónicas, las regularidades comunicativas, los objetos informáticos y otra larga
red de agencias humanas y no humanas.
Una mirada del ambiente y el espacio público desde esta perspectiva nos lleva a
reconocer su dimensión material, a considerarlo como una agencia más parte del
trasfondo semiótico-material que constituye y que, a su vez, es constituido por la acción
social. Desde esta visión podemos concebir la realidad social como un proceso de
articulación e hibridación en el que participan distintas agencias (materiales y simbólicas).
Por lo tanto, el ambiente entendido como agencia es un elemento más de las condiciones
de posibilidad en que tiene lugar la acción y que es modificado en ese acto contingente.
El espacio físico y construido es parte de un proceso de sedimentación de la vida que
permite la interacción simbólica; esta sedimentación histórica, en tanto incorpora elementos
pasados y presentes, es lo que se denominará trasfondo, donde tiene lugar la acción, que
Sandoval (2004) lo plantea en dos direcciones: la sedimentación como formas de vida,
aludiendo a los juegos del lenguaje de Wittgenstein, que establecen un conjunto de reglas
sedimentadas como tradición que se objetivan y establecen los límites de lo posible y lo
imposible, y como corporalidad, donde se encarnan la historia de experiencias, el sentido
y significación de las relaciones de poder, en que el cuerpo es el resultado y condición de
la práctica social. Por lo tanto, el ambiente sería constitutivo de este proceso de
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 279

sedimentación, un agente más del trasfondo y que se hace realidad social en una experiencia
contingente (temporal), producto de un proceso de articulación en el que confluyen el
trasfondo y la propia acción que se constituyen mutuamente en este acto; desde ahí su
intrínseca condición de situado en tanto es temporal y siempre incompleto.
Desde este planteamiento pluralista epistemológico, lo relevante es comprender
las formas de sedimentación de vida que tienen lugar en escenarios concretos. La
psicología (subjetivismo) el ambiente (material) y la comunidad (social) son formas de
agencia y elementos de trasfondo semiótico-material, por lo cual sólo tiene sentido
explorarlos como forma de articulación en la acción situada histórica y corporal.
Esta perspectiva nos lleva a entender la relación entre ambiente y comunidad como
partes del trasfondo semiótico-material en que tiene lugar la acción y que, a su vez, es
modificado por ese acto, por lo cual su separación es sólo un acto analítico que cobra
sentido si se sitúa en un escenario local y temporal, como intento para abordar el proceso
de subjetivación que posibilite los fundamentos locales para una práctica comprometida
que transforme los agentes y agencias.
Por lo tanto, asumiendo que las relaciones sociales no ocurren en el vacío, ni la
identidad comunitaria se construye exclusivamente en las relaciones sociales con
absoluta independencia del lugar, nos abocaremos a bosquejar algunas líneas para una
complementariedad.

Bosquejos para una Integración

Una primera aproximación es fijar en la participación la articulación de algunas


distinciones que proponen la noción de Sentido de Comunidad y la revisión del concepto
de Apropiación del Espacio.
El énfasis que describimos en los mecanismos de Acción-Transformación y de
Identificación Simbólica en la explicación de la apropiación de los espacios, el apego al
lugar y la identidad social urbana, se relacionan directamente con los procesos de
empoderamiento y sentido de comunidad que busca generar la práctica comunitaria.
Ambos planteamientos tienen su punto de encuentro en la relevancia asignada a la
participación social.
Cuando nos referimos a la acción transformación en una comunidad, estamos
haciendo alusión directa a los procesos participativos que tienen lugar en ella, ya sean
dirigidos directamente sobre la materialidad de las estructuras y espacios comunitarios o
sencillamente a través de las acciones cotidianas que desempeñan las personas. En cada
comunidad, la manera en que son usados estos espacios es distinta, así como su conformación
y el simbolismo que se les atribuye. No es extraño ver en las comunidades que las
edificaciones institucionales construidas para albergar la vida cívica de un barrio (sedes
vecinales) son subutilizadas, mientras otros espacios construidos por la misma comunidad,
280 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

por ejemplo las sedes de los clubes deportivos, son el verdadero centro de la convivencia
colectiva; o las habituales disputas por el uso del territorio entre los jóvenes y los adultos
de una comunidad, mientras los primeros desarrollan acciones de modificación del espacio,
los segundos tienden a priorizar su conservación (Identificación). Todas estas acciones se
ligan directamente con la pertenencia, con la satisfacción, con la frecuencia y calidad de las
interacciones que tienen lugar en la comunidad y que conforman el sentido de comunidad.
Además, hemos de reconocer que las formas de participación de una comunidad
no son independientes de las condiciones de posibilidad de las agencias materiales. Por
ejemplo, el tipo de acción-transformación que se lleva a cabo en los barrios de viviendas
sociales ubicados en la periferia de la ciudad, que se caracterizan por ser de una calidad
constructiva cuestionable, de dimensiones insuficientes, que no cuentan con servicios
ni espacios públicos adecuados, son muy diversas a las que se suscitan en sectores de
viviendas unifamiliares, ubicadas en los primeros anillos de la ciudad y que cuentan con
instalaciones públicas y privadas. Por lo tanto, los niveles y formas de participación
están situados en condiciones materiales de posibilidad.
Por otra parte, la gestión ambiental como proceso interventivo que tiene lugar en la
comunidad, es una acción que implica la movilización de actores y que, por lo tanto,
significa asumir determinadas nociones de participación y posiciones de sujeto. Una
definición que da cuenta de esta conexión entre el agente gestionador y la comunidad es la
planteada por Sánchez (2001), quien define la gestión ambiental como « un proceso de
acción colectiva, voluntaria, e inclusiva, mediante el cual la comunidad de manera organizada
gestiona el logro de metas comunitarias, lo cual implica, generalmente, influir en las
decisiones públicas relacionadas con tales metas». Si en la gestión ambiental el agente
asume, como meta, la facilitación de procesos participativos en que los actores locales
diseñen sus propias propuesta de acción-transformación para los espacios públicos de su
comunidad, que luego serán negociados con los órganos de decisión competentes, se está
apostando por la construcción colectiva de un simbolismo a posteriori que tendrá lugar a
partir de las dinámicas de convivencia que constituyen esos espacios. En vez de la tan
frecuente construcción unidireccional (simbolismo a priori) que se da en los procesos de
regeneración urbana dirigidos desde los organismos estatales. Además, en estas acciones
se desarrollan, invariablemente, procesos colectivos que favorecen la generación de
pertenencia, autogestión y desnaturalización, que son propios de la construcción de
comunidad. Desde este punto de vista, los procesos de intervención que tienen lugar en
las comunidades y que buscan transformar sus espacios públicos, los límites entre estrategias
comunitarias y lecturas ambientales es altamente difuso.
En una dirección complementaria, pensar que toda acción de gestión ambiental
instituye un proceso de articulación, es decir, una práctica que establece relaciones
entre elementos o agentes de manera que las identidades de estos son modificadas
como resultado de la práctica articulatoria, permite plantear que, en este proceso, los
sujetos desarrollan acciones en sus entornos que los modifican y, a su vez, son modificados
por ellos (Montenegro, 2002). Por lo cual, el agente externo (gestionador), sea cual sea
su procedencia, se ve afectado por la acción de los otros y del entorno en que tiene lugar
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 281

la acción. Desde ahí, es posible pensar la creación de articulaciones temporales entre


los diversos agentes involucrados que posibiliten acciones evaluadas como pertinentes
por los miembros de las comunidades y que busquen modificar sus espacios o
condiciones de vida. En el plano de la regeneración urbana o el cumplimiento de las
agendas 21, esta mirada abre posibilidades para pensar lógicas participativas menos
consultivas y más sustantivas.
Otra conexión entre estos planteamientos es la articulación entre el Sentido de
Comunidad y la Identidad Social Urbana, que son distinciones que establecen formas de
identificación con el espacio público comunitario, donde, a nuestro juicio, es imposible
separar, más allá de un ejercicio academicista, las interacciones sociales y el espacio físico.
En este proceso de pertenencia es interesante mirar las fijaciones que se producen en la
articulación de las posiciones de sujeto, las agencias y las trayectorias, como categorías
temporales e incompletas de la identificación asociada al espacio público.Ya sea mediante
la acción colectiva y la conexión emocional compartida del Sentido de Comunidad o del
proceso individual de categorización del sí mismo propuesto por la Identidad Social Ur-
bana. Ellas se juegan en las acciones que tienen y se constituyen en el espacio público de la
comunidad o Barrio. Por lo cual, es interesante revisar, desde estas categorías conceptuales,
las relaciones que se generan entre los espacios públicos, la cohesión y la vertebración
social, para la conformación de coaliciones, “bloques históricos” (Laclau y Mouffe, 1985),
de espacios sociales y políticos que se opongan a otros espacios sociales en temas específicos,
como por ejemplo, en las temáticas ambientalistas y, más aún, en las de exclusión-
desigualdad; es decir, entrar en la dimensión de la esfera pública que subyace a la noción de
espacio público y que es tan propia de la psicología comunitaria de la transformación
social.
En síntesis, la posibilidad de pensar acciones ambientales-comunitarias que
busquen la articulación de distintas posiciones y agencias, que den posibilidades para
una acción crítica orientada a mejorar las condiciones de vida presentes y asegurar las de
futuro, son desafíos que una integración de estos campos tendría que asumir.

Consideraciones acerca de una


Psicología Ambiental Comunitaria

El trabajo interdisciplinario a realizar en el escenario comunitario implica la interacción


entre disciplinas, reciprocidad en los intercambios y el mutuo enriquecimiento. Es una
forma de cooperación estrecha, una apertura recíproca y la comunicación entre campos
de saber. Descentrarse de la propia disciplina implica una cooperación orgánica que
involucra más a posiciones que a territorios. Bajo esta premisa, creemos que la integración
de campos entre la Psicología Ambiental y la Psicología Comunitaria, es una dimensión
implícita en el quehacer de las prácticas y que al postular una Psicología Ambiental
282 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

Comunitaria lo que se está haciendo es instar a una nueva articulación que fije nuevas
posiciones para una acción política.
Consideraciones para una Psicología Ambiental Comunitaria:
• No se trata de un campo profesional, en tanto no es un área específica de intervención,
pues no se puede parcelar la realidad y pretender que el ambiente es completamente
independiente de quien los significa, así como tampoco plantear su absoluta dependencia.
• Tampoco está la intención de conceptualizarlo como una disciplina o subdisciplina
de la psicología, pues si bien no niega la posibilidad de generar conocimiento desde
la práctica, sus principales fuentes conceptuales son la Psicología Comunitaria y
Ambiental; por lo tanto, es más bien un campo de análisis que tiene su centro en los
procesos sociofísicos, que tienen lugar en las comunidades y que busca favorecer un
cambio social sostenible.
• Abogar por la consideración en ambas disciplinas de la relación entre los fenómenos
ambientales y las comunidades particulares, por lo que no se puede pretender
establecer leyes generales ni dictar normas, pues se entiende que los fenómenos
socio físicos están situados material y simbólicamente en un contexto histórico que
se expresa localmente.
• Privilegiar el uso de técnicas de investigación cualitativas, para intentar comprender
las posiciones de sujeto que articulan las interacciones que ocurren en los espacios
comunitarios, desde los cuales se pueden situar las formas particulares de apropiación,
los procesos de identificación y de cohesión social.
• Enfatizar la necesidad de analizar los espacios públicos, tanto por su incidencia en las
condiciones materiales de las comunidades y las posibilidades de convivencia, como
en su dimensión de acción política.Tal como Foucault argumenta que los mecanismos
del poder han cambiado históricamente, se puede sostener que las características de
las prácticas dominantes y políticas de regulación espacial también cambian,
dependiendo de los efectos internos de la distribución espacial y las condiciones
sociales externas dadas por la correlación de fuerzas y las necesidades de los distintos
programas e intereses. (Salcedo, 2005)
• Pensar los procesos de articulación como una posibilidad de conexión temporal
entre distintos agentes que se encuentran en el espacio público y que asumen
posiciones distintas.
• Favorecer los procesos de participación social en las intervenciones urbanas y los
planes de desarrollo, propiciando la modificación de las instancias formales, como la
movilización social a partir de procesos de concientización y desnaturalización de los
sistemas de producción humana que sustentan el deterioro ambiental.
• Entender la comunidad como una distinción analítica que favorece la acción de los
facilitadores sociales, que debe intentar articularse con otros para la acción política
como reacción colectiva frente a las amenazas ambientales.
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 283

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