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Introducción
Los espacios públicos son heterogéneos: por una parte, instauran, preservan, promueven
y organizan la comunicación entre gente diferente. Por otra, admiten múltiples
definiciones, significados y atributos, según la perspectiva desde la cual se los comprenda.
Habitualmente, el espacio público moderno se define a partir de la separación formal,
casi siempre legal, entre la propiedad privada urbana y la propiedad pública. Tal separación
normalmente supone reservar el suelo libre de construcciones (excepto equipamientos
colectivos y servicios públicos) y para usos sociales característicos de la vida urbana
(esparcimiento, actos colectivos, transporte, actividades culturales y a veces comerciales,
etc.). Donde, lo que define la naturaleza del espacio público es tanto el uso como su estatuto
jurídico. El espacio público supone, pues, dominio público, uso social colectivo y diversidad
de actividades (Segovia y Dascal 2000, p. 170). Esta aproximación, si bien delimita claramente
qué es y qué no es espacio publico, se sitúa en un acercamiento de predominio materialista,
donde la determinación del espacio está dada por sus características físicas, y desde ahí se
comprenden las prácticas sociales que en él tienen lugar.
Para Borja (2003), la historia de la ciudad es la de su espacio público. Este autor
sostiene que “el espacio público es a un tiempo el espacio principal del urbanismo, de la
cultura urbana y de la ciudadanía; es un espacio físico, simbólico y político”. Agrega que
“al espacio público se le pide ni más ni menos que contribuya a proporcionar sentido a
nuestra vida urbana. La calidad, multiplicación y la accesibilidad de los espacios públicos
definirán en buena medida el progreso de la ciudadanía”.
Manuel Castells (1998) sostiene que, frente a la disolución general de las
identidades en el mundo instrumental del espacio de los flujos, el espacio de los lugares
se constituye como expresión de identidad, de lo que yo soy, de lo que yo vivo, de lo que
yo sé y de cómo organizo mi vida en torno a ello.
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Presentación
Dos direcciones para una propuesta de integración
Orígenes
Pol (1993, p. 164) plantea dos nacimientos para la psicología ambiental. El primero,
se inicia en el primer tercio del siglo XX en Europa y luego en EE.UU.Tempranamente,
Hellpach recoge las influencias de la Ecología de Haeckel (1886), de la noción de
umwelt de Von Uexkül (1909) y de la Metereobiología en su publicación del año 1919
“Geopsyche”, en la que da cuenta de la influencia de los fenómenos físico-ambientales
en la conducta.
Luego, Egon Brunswik y Kurt Lewin, ejercen una influencia fundamental en la
psicología ambiental moderna; el primero a partir de sus estudios sobre la percepción
ambiental y su teoría probabilística, siendo el primer investigador que utiliza el término
psicología ambiental. Por su parte, Lewin, con su teoría del campo, consideró el entorno
desde una perspectiva molar, sus postulados de la investigación acción abrieron caminos
para un estudio en ambientes naturales. El desarrollo de la estación psicológica en
Midwest, permitió que se estudiara la relación entre situaciones ambientales y la conducta,
iniciando de esta forma la psicología ambiental en EEUU.
El segundo nacimiento, está ligado a las demandas provenientes del mundo de la
arquitectura y el diseño urbano, a tal punto que se le conocerá como “Psicología de la
Arquitectura”, el contexto de producción de esta psicología estará dominado por un
bienestar económico, la primacía de referentes humanistas y una fuerte preocupación por
la calidad de vida y el bienestar. Por lo que esta psicología ambiental centrará sus intereses
en aspectos de orden social, relacionados con la satisfacción y calidad de vida. En esta etapa
se pueden reconocer dos grandes momentos: el primero centrado fuertemente en aquellos
aspectos de orden físico, como señala Proshansky y O’Hanlon (1977), en los que el
ambiente construido es lo fundamental. Un segundo momento, denominado de modelos
psicosociales de explicación, en los que ambiente y personas se conciben como elementos
indisociables, en el que el simbolismo adquiere un rol protagónico.
Por último, como señala Pol (1993, p. 184), es posible distinguir un tercer
momento en este desarrollo. El de una psicología ambiental, más social, más
organizacional y más verde, que está fuertemente marcada por la problemática ecológica,
el desarrollo sustentable y la educación ambiental.
Por su parte, la Psicología Comunitaria presenta antecedentes de origen más
recientes, que responden más a un contexto social que a un campo académico. Su
génesis se vincula a los diversos movimientos sociales, culturales y políticos que tienen
lugar a finales de la década del cincuenta y a inicios de los sesenta. La crítica social que
caracteriza este periodo, se expresó en las ciencias sociales en un fuerte cuestionamiento
al modo de hacer ciencia y al nivel de compromiso que manifiestan las disciplinas
sociales. Estos serán los fundamentos de lo que se ha conocido como la Crisis de la
Psicología Social, cuyos efectos epistemológicos y ontológicos marcan la bifurcación
de los programas de investigación en esta rama de la psicología. En psicología comunitaria
estos caminos paralelos se pueden observar, con cierta claridad, en sus versiones
anglosajona y latinoamericana.
Otros antecedentes ampliamente citados, son los movimientos de sectorización
francesa y la anti psiquiatría italiana y la formación de los Centros Comunitarios de Salud
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Mentaln en EEUU; estos son la génesis de la “postura crítica ante las prácticas psicológicas,
psiquiátricas y sociales tradicionales” (Krause y Jaramillo, 1998), que caracterizará a la
Psicología Comunitaria.
Su inicio formal como término, disciplina y campo profesional es claramente la
Conferencia de Swampscott, Massachussets, titulada “Conference on the Education of
Psychologists for Community Mental Helth”, realizada el año 1965 en Boston (Tyler,
1984; Montero, 1994; Alfaro, 1993). En ella se define el rol del psicólogo comunitario
como un “agente de cambio social y conceptualizador participante en las transformaciones
comunitarias” (Aguilar & Cruz, 2002. P, 56), que se adscribe a un “modelo
interdisciplinario, entre las ciencias sociales y la psicología, a un campo de acción
diferente, entre los individuos y la sociedad, y al cambio social planeado” (Tyler,1984).
Por la característica distintiva que presenta y lo fundamental que resulta para el
planteamiento de una Psicología Ambiental Comunitaria, es importante distinguir el
desarrollo de la disciplina en Latinoamérica. Sus orígenes se vinculan a la crítica en los
años cincuenta, que profesionales y académicos vinculados a las Ciencias Sociales plantean
a los enfoques teóricos dominantes y a las prácticas que les suceden, cuya propuesta es
la redirección de la investigación y la intervención hacia el cambio social. Es así como
sociólogos, antropólogos y educadores orientan, progresivamente, su trabajo hacia los
grupos sociales más necesitados. (Montero, 1994; Alfaro, 1993; Krause y Jaramillo,
1998). Entre sus exponentes más representativos se puede señalar al sociólogo O. Fals
Borda, al educador Paulo Freire (1970) y al trabajador social E. Ander Egg. A partir de
esta multidisciplinariedad se comienzan a plantear herramientas teóricas, metodológicas
e interventivas, que posteriormente definirán a la Psicología Comunitaria, conceptos
tales como participación, autogestión y cambio social (Krause y Jaramillo, 1998).
Posteriormente se desarrollan estrategias teóricas y metodológicas más
disciplinares, que permiten responder a los problemas y dinámicas sociales. El Desarrollo
Comunal o Desarrollo de las Comunidades (Montero, 1980), la Psicología de la
Liberación (Martín-Baró, 1989).
Si bien los inicios de ambas disciplinas son muy distintos, una nace en el formalismo
académico y la interrogación ilustrada y, la otra, en la crítica disciplinar y la demanda
social; progresivamente van incorporando algunas preocupaciones similares.
Es así como en etapas más recientes podemos reconocer algunos puntos de
coincidencia, cuando la preocupación de la psicología ambiental transita a temáticas de
orden ambientalista e incorpora el concepto de sustentabilidad en sus análisis,
acercándose a la idea de cambio social propugnada por la psicología comunitaria; incorpora
discusiones de orden político y organizacional; se interesa por los procesos de
participación social; e inicia un transito a paradigmas más cercanos como el enfoque
transaccionalista o sociocultural. A su vez, la psicología comunitaria, que en sus inicios
está ligada a enfoques de salud mental centrados en el sujeto, transita hacia énfasis más
colectivos y críticos que incorporan una mirada holista de los fenómenos sociales,
incluyendo los espacios comunitarios.
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Definiciones
Enfoques
Valera (1996b, p. 10) señala que Altman y Rogoff, en el primer capítulo del Handbook of
Environmental Psychology (1987), plantean que la Psicología Ambiental esta configurada
en cuatro visiones de mundo, a partir de las cuales se exploran, describen o explican sus
procesos psicológico sociales, políticos, ambientales y colectivos; constituyen cuatro
formas diferentes de interpretar y analizar la relación entre las personas y sus entornos.
Estas cuatro perspectivas son:
Rasgo: Las características personales constituyen la base para la explicación del
funcionamiento psicológico con relativa independencia de las variables provenientes de
los contextos físicos o sociales. Sería un planteamiento de orden lineal.
cultural. Y que, expresamente, no incorpora otras perspectivas que siguen estando muy
vigentes al hablar de Psicología Comunitaria.
Creemos necesario, para los fines descriptivos y comparativos de este apartado,
reconocer los distintos enfoques conceptuales que coexisten dentro del campo de la
psicología comunitaria. Si hacemos un ejercicio reduccionista que difumine los bordes
borrosos entre aquellos modelos teóricos más intersticiales, podemos proponer agrupar
los principales enfoques de la psicología comunitaria según sea su objeto privilegiado de
intervención y los fines que se propone.
Enfoques centrados en el sujeto: Estos enfoque estudian los procesos de influencia
que ejerce el entorno social sobre el individuo y cómo los recursos psicológicos del
sujeto permiten desarrollar mecanismos de adaptación.
Se plantean la existencia de factores que operan como mediadores entre la
influencia del medio y los efectos que este genera en el sujeto. Estos mediadores estarían
situados en ciertas características del entorno y ciertas capacidades del sujeto; en las
primeras encontraríamos las redes de apoyo social, las condiciones socioeconómicas,
etc., y en las segundas, la autoestima, habilidades sociales, locus de control, etc.
El origen de los problemas sociales para este modelo, estaría en la incapacidad de
los sujetos para hacer frente a los requerimientos del entorno. El desbalance entre el
nivel de exigencias propiciado por las condiciones socioambientales y los recursos
sociocognitivos con que cuentan las personas, serían la génesis de las conductas
desadaptativas.
El foco privilegiado para la intervención es el sujeto; se trataría, por una parte, de
fortalecer, en cada individuo, una serie de características subjetivas que son evaluadas
como deficitarias, tales como autoestima, habilidades sociales, estrategias de
afrontamiento, etc., y por otra, propiciar la generación de soporte social, a través de la
generación de redes sociales que provean al sujeto de apoyo instrumental y afectivo;
para ello se crean grupos comunitarios o se incentiva la ayuda institucional. El objetivo
último es lograr el bienestar psicosocial del sujeto.
El segundo es el enfoque centrado en el sistema: Desde esta perspectiva, los
problemas sociales son entendidos a partir de ciertas dinámicas de relación entre los
componentes de un sistema y se distinguen al hacer puntuaciones sobre sus elementos;
es decir, se trata de identificar pautas de interacción que son significadas como
problemáticas. Por lo tanto, las acciones que se emprenden intentan modificar las pautas
de relación entre los componentes del sistema.
La tercera y última perspectiva, es la que denominaremos enfoque centrado en lo
histórico-cultura, entendiendo por cultura lo que Thompson (1993, p. 204) denomina
formas simbólicas, es decir, “las acciones, los objetos y las expresiones significativas de
diversos tipos; en relación con los contextos y procesos históricamente específicos y
estructurados socialmente, en los cuales y por medio de los cuales, se producen, transmiten
y reciben tales formas simbólicas”.
Se postula que en la sociedad actual los recursos económicos, sociales y culturales
están distribuidos asimétricamente. La noción de problema social que se desprende de
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Áreas Temáticas
Las áreas temáticas de la Psicología Ambiental, según Valera (1996b, p. 4), se pueden
dividir en cinco, que permiten ordenar los principales campos de desarrollo e
investigación.
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1. Temas concernientes a la relación entre los aspectos del espacio físico y la conducta
espacial. Se incluyen estudios sobre las dimensiones físico-espaciales de la conducta,
los conceptos de espacio personal, territorialidad, privacidad, hacinamiento (crowding)
y el análisis de los procesos relacionados con el tema de la apropiación del espacio.
2. Aspectos relacionados con la adaptación de las personas a las variables ambientales,
incluyendo teorías sobre estrés ambiental, sobrecarga y deprivación ambientales,
efectos psicofisiológicos y conductuales producidos por el ruido, la iluminación, las
vibraciones, la temperatura u otros factores climáticos y ambientales.
3. Aspectos relacionados con la forma en que las personas accedemos al conocimiento
ambiental. Cabe destacar los estudios y teorías sobre la percepción ambiental, la
cognición ambiental y el estudio de mapas cognitivos, la representación de entornos
socio-físicos, así como el análisis del significado ambiental y de los aspectos
emocionales y afectivos del entorno.
4. Temas relacionados con la evaluación del ambiente. Incluyen estudios sobre
personalidad y entorno, el tema de las actitudes ambientales y la conducta ecológica
responsable, la evaluación de la calidad ambiental como ámbito de la calidad de vida
y los estudios sobre preferencias de paisajes.
5. Estudios centrados en grupos específicos de población, considerando sus relaciones
con el entorno sociofísico inmediato, fenómenos de reubicación o la adaptación funcional
al espacio, destacando especialmente los ámbitos de infancia, vejez y discapacidad.
6. Estudio de entornos específicos. Destacan los estudios y propuestas metodológicas en
torno al concepto de “escenarios conductuales” (behavior settings) desde la perspectiva
de la psicología ecológica. Además se incluyen otros estudios centrados en entornos
urbanos, residenciales, escolares, laborales, así como entornos naturales.
Esta autora, en una publicación más reciente, incorpora a las áreas de producción la
psicología ambiental comunitaria y la Psicología política (Montero, 2004).
Sentido de Comunidad
Membresía
Influencia
Apropiación Espacial
La preocupación por el significado y la percepción de los entornos en las comunidades, la
satisfacción comunitaria y los planteamientos recientes sobre la Identidad Social Urbana,
son algunos de los aspectos que la Psicología Ambiental ha formalizado en su énfasis por
estudiar los procesos de apropiación espacial como medio para esclarecer los mecanismos
de pertenencia asociados al lugar.
Vidal y Pol (2005, p. 6) distinguen diversas aproximaciones teóricas que han
abordado desde ésta perspectiva, la relación entre las personas y los espacios:Topophilia
(Tuan, 1974); Dependencia del Lugar (Stokols,1981); Identidad de Lugar (Proshansky,
Fabian y Kaminoff, 1983) Sentido de lugar (Hay, 1998), Satisfacción Residencial (Amérigo,
1995; Canter y Rees, 1982), Satisfacción y Sentido de Comunidad (Hummon, 1992),
Identidad de Asentamiento (Feldman, 1990); Identidad Urbana (Lalli, 1992); Identidad
Social Urbana (Valera, 1996a, 1997; Varela y Pol, 1994) Espacio Simbólico Urbano
(Valera, Guardia y Pol, 1998); Apego al Lugar (Altman y Low, 1992) y Apropiación del
Espacio; Pol, (Korosec-Serfaty, 1976, 1996, 2002; Vidal, Pol, Guardia y Peró, 2004).
El centro de Investigación CR Polis de la Universidad de Barcelona, dirigido por
el doctor Enric Pol, ha desarrollado diversas investigaciones en torno a la apropiación
espacial como propuesta conceptual para dar cuenta de la relación entre las experiencias
cotidianas y las nociones de lugar que construyen los sujetos. Revisaremos sus principales
aportes para situar esta noción.
El modelo dual de la apropiación que plantea Pol (1996; 2002) explica el proceso
a través del mecanismo de Acción-Transformación que llevan a cabo los sujetos o
miembros de colectivos cuando dotan de significado sus entornos, mediante las acciones
que emprenden para modificarlos y de la Identificación Simbólica como resultado de la
categorización del yo, que se produce cuando los sujetos se atribuyen cualidades del
espacio en la definición de su identidad individual y colectiva. Esta aproximación pone
en evidencia dos procesos que están presentes en la relación entre personas y espacios,
esto es: cómo se dota de significado a un lugar y cómo un lugar se constituye en una
categoría de identificación. Ambas interrogantes sugerentes para enriquecer los estudios
sobre la conformación de la identidad comunitaria.
El simbolismo que alcanza un espacio, según Valera (1993,1996a), puede estar
dado por el significado asociado a las características físicas de una estructura espacial, a la
función adjudicada por su uso o a las interacciones simbólicas entre los sujetos que las
ocupan. En este proceso de atribuir significado a un entorno, Pol (1997) identifica la
existencia de dos fuentes de origen para la simbolización de un espacio, la proveniente
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Cuestionamientos Cruzados
acción de ampliación de categoría, que replica los análisis de procesos individuales a una
escala mayor, que a un planteamiento en el que se reconozcan las características distintivas
de la comunidad; y sus planteamientos están muy cercanos a lógicas representacionistas,
que privilegian el uso de metodologías cuantitativas, acercándose más a posiciones de una
psicología social clásica que a una psicología social crítica.
Otro aspecto en la aproximación ambiental es la escasa consideración de las
relaciones de poder que condicionan las prácticas sociales de la relación sujeto-entorno
y la distancia en que se sitúa el investigador-interventor de las personas investigadas. En
este sentido, Íñiguez clarifica lo que queremos puntualizar: “el psicólogo ambiental
orientado hacia la intervención forma parte de la realidad social sobre la que opera, no
debe ni puede situarse en una posición de exterioridad. Será únicamente desde “dentro”,
metiéndose, por así decir, en la piel de quienes viven la situación como se captan los
significados profundos que estructuran la realidad ambiental (Ibáñez e Íñiguez, 1996).
Por su parte, los planteamientos que ha desarrollado la Psicología Comunitaria en
relación con el entorno están principalmente centrados en los aspectos afectivos, cognitivos
y comunicativos que se suscitan en la interacción entre los miembros de la comunidad. No
incorpora claramente en sus análisis la dimensión espacial, a pesar que ya está presente en las
delimitaciones simbólicas que hacen los propios miembros de la comunidad cuando se
identifican con un Barrio, Sector, Comuna o Ciudad. García, Giuliani y Wiesenfeld (1994),
dan cuenta de esta separación entre la dimensión física y la funcional. Estas autoras distinguen
dos grandes grupos de características con que se ha abordado a la comunidad desde distintos
autores: a) estructurales, y b) funcionales. Las primeras, estructurales, están conformadas
por los individuos y el ambiente físico (público y privado), en el cual están asentados en este
sentido, los elementos estructurales son el escenario que sustenta el desarrollo de los aspectos
funcionales. Las segundas, funcionales, se refieren a todo lo que resulta de la interacción
entre los individuos y su medio ambiente. Acá se incluyen la interacción entre vecinos, la
formación de redes sociales, y todo intercambio que se produce en la vida cotidiana de la
comunidad. Como observamos en esta distinción, el papel atribuido al aspecto ambiental se
remite a la condición de escenario en el que ocurren los procesos sociales. Nuestra impresión
es que a pesar de la preeminencia por enfoques holistas en los desarrollos contemporáneos
de la psicología comunitaria, que se pueden reconocer tanto en los planteamientos sistémicos
como construccionistas, no se está integrando la dimensión espacial como un elemento
relevante en el análisis de los procesos comunitarios.
Si consideramos que una comunidad, sin entrar en la discusión contemporánea del término,
tiene un arraigo territorial que habitualmente hace referencia a una población o barrio y,
eventualmente, a una comuna o ciudad; en la que nos encontramos con plazas, aceras,
solares, edificios, prados, ríos, en fin, un conjunto de artefactos materiales con los que
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además, que “no concebimos al ambiente como una realidad objetiva, independiente de
nuestro modo de acceso a ella, sino como la realidad intersubjetiva que las personas
construyen en su interacción social, que se expresa en el conjunto de significaciones que
ellas elaboran a través de la comunicación y otras prácticas sociales”. Destaca la relevancia
que para este enfoque tienen los sistemas de significados y los repertorios de interpretación,
para instituir la realidad social y, a su vez, la exclusión de la materialidad y lo no lingüístico
de su análisis, nos parece que configura un relativismo extremo.
El olvido del mundo de los artefactos, las prácticas y el cuerpo, lleva
inevitablemente a una reificación del lenguaje como único soporte de la acción,
apareciendo ésta en una suerte de vacío existencial. La postergación del mundo no
lingüístico lleva a que el socioconstruccionismo desarrolle, explícita o implícitamente,
una visión de lo discursivo como separado de las necesidades materiales y existenciales
de la vida cotidiana, poniendo en jaque el estatus de realidad de nuestra propia experiencia.
De ahí la necesidad de desarrollar planteamientos que aborden las implicaciones
constitutivas entre materialidad y discurso (Pujol y Montenegro, 1999).
Como señala Sandoval (2004, p. 104), el problema fundamental del
socioconstruccionismo es que saca al sujeto del mundo, obviando (¿negando?) las
constricciones culturales-histórico-materiales en las que se construye, cometiendo el
olvido insoslayable de no hacer explícito que todo acto de construcción no es
absolutamente lingüístico, sino que se hace desde y sobre un contexto de artefactos,
saberes y prácticas materiales sedimentadas como “realidad” y encarnadas como
“subjetividad” (Ema, García y Sandoval, 2003). Desde esta perspectiva, lo discursivo
refiere a una trama compleja de agencias en las cuales el lenguaje es una de las fuerzas
que concurren a la significación junto a las disposiciones corporales, las estructuras
arquitectónicas, las regularidades comunicativas, los objetos informáticos y otra larga
red de agencias humanas y no humanas.
Una mirada del ambiente y el espacio público desde esta perspectiva nos lleva a
reconocer su dimensión material, a considerarlo como una agencia más parte del
trasfondo semiótico-material que constituye y que, a su vez, es constituido por la acción
social. Desde esta visión podemos concebir la realidad social como un proceso de
articulación e hibridación en el que participan distintas agencias (materiales y simbólicas).
Por lo tanto, el ambiente entendido como agencia es un elemento más de las condiciones
de posibilidad en que tiene lugar la acción y que es modificado en ese acto contingente.
El espacio físico y construido es parte de un proceso de sedimentación de la vida que
permite la interacción simbólica; esta sedimentación histórica, en tanto incorpora elementos
pasados y presentes, es lo que se denominará trasfondo, donde tiene lugar la acción, que
Sandoval (2004) lo plantea en dos direcciones: la sedimentación como formas de vida,
aludiendo a los juegos del lenguaje de Wittgenstein, que establecen un conjunto de reglas
sedimentadas como tradición que se objetivan y establecen los límites de lo posible y lo
imposible, y como corporalidad, donde se encarnan la historia de experiencias, el sentido
y significación de las relaciones de poder, en que el cuerpo es el resultado y condición de
la práctica social. Por lo tanto, el ambiente sería constitutivo de este proceso de
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sedimentación, un agente más del trasfondo y que se hace realidad social en una experiencia
contingente (temporal), producto de un proceso de articulación en el que confluyen el
trasfondo y la propia acción que se constituyen mutuamente en este acto; desde ahí su
intrínseca condición de situado en tanto es temporal y siempre incompleto.
Desde este planteamiento pluralista epistemológico, lo relevante es comprender
las formas de sedimentación de vida que tienen lugar en escenarios concretos. La
psicología (subjetivismo) el ambiente (material) y la comunidad (social) son formas de
agencia y elementos de trasfondo semiótico-material, por lo cual sólo tiene sentido
explorarlos como forma de articulación en la acción situada histórica y corporal.
Esta perspectiva nos lleva a entender la relación entre ambiente y comunidad como
partes del trasfondo semiótico-material en que tiene lugar la acción y que, a su vez, es
modificado por ese acto, por lo cual su separación es sólo un acto analítico que cobra
sentido si se sitúa en un escenario local y temporal, como intento para abordar el proceso
de subjetivación que posibilite los fundamentos locales para una práctica comprometida
que transforme los agentes y agencias.
Por lo tanto, asumiendo que las relaciones sociales no ocurren en el vacío, ni la
identidad comunitaria se construye exclusivamente en las relaciones sociales con
absoluta independencia del lugar, nos abocaremos a bosquejar algunas líneas para una
complementariedad.
por ejemplo las sedes de los clubes deportivos, son el verdadero centro de la convivencia
colectiva; o las habituales disputas por el uso del territorio entre los jóvenes y los adultos
de una comunidad, mientras los primeros desarrollan acciones de modificación del espacio,
los segundos tienden a priorizar su conservación (Identificación). Todas estas acciones se
ligan directamente con la pertenencia, con la satisfacción, con la frecuencia y calidad de las
interacciones que tienen lugar en la comunidad y que conforman el sentido de comunidad.
Además, hemos de reconocer que las formas de participación de una comunidad
no son independientes de las condiciones de posibilidad de las agencias materiales. Por
ejemplo, el tipo de acción-transformación que se lleva a cabo en los barrios de viviendas
sociales ubicados en la periferia de la ciudad, que se caracterizan por ser de una calidad
constructiva cuestionable, de dimensiones insuficientes, que no cuentan con servicios
ni espacios públicos adecuados, son muy diversas a las que se suscitan en sectores de
viviendas unifamiliares, ubicadas en los primeros anillos de la ciudad y que cuentan con
instalaciones públicas y privadas. Por lo tanto, los niveles y formas de participación
están situados en condiciones materiales de posibilidad.
Por otra parte, la gestión ambiental como proceso interventivo que tiene lugar en la
comunidad, es una acción que implica la movilización de actores y que, por lo tanto,
significa asumir determinadas nociones de participación y posiciones de sujeto. Una
definición que da cuenta de esta conexión entre el agente gestionador y la comunidad es la
planteada por Sánchez (2001), quien define la gestión ambiental como « un proceso de
acción colectiva, voluntaria, e inclusiva, mediante el cual la comunidad de manera organizada
gestiona el logro de metas comunitarias, lo cual implica, generalmente, influir en las
decisiones públicas relacionadas con tales metas». Si en la gestión ambiental el agente
asume, como meta, la facilitación de procesos participativos en que los actores locales
diseñen sus propias propuesta de acción-transformación para los espacios públicos de su
comunidad, que luego serán negociados con los órganos de decisión competentes, se está
apostando por la construcción colectiva de un simbolismo a posteriori que tendrá lugar a
partir de las dinámicas de convivencia que constituyen esos espacios. En vez de la tan
frecuente construcción unidireccional (simbolismo a priori) que se da en los procesos de
regeneración urbana dirigidos desde los organismos estatales. Además, en estas acciones
se desarrollan, invariablemente, procesos colectivos que favorecen la generación de
pertenencia, autogestión y desnaturalización, que son propios de la construcción de
comunidad. Desde este punto de vista, los procesos de intervención que tienen lugar en
las comunidades y que buscan transformar sus espacios públicos, los límites entre estrategias
comunitarias y lecturas ambientales es altamente difuso.
En una dirección complementaria, pensar que toda acción de gestión ambiental
instituye un proceso de articulación, es decir, una práctica que establece relaciones
entre elementos o agentes de manera que las identidades de estos son modificadas
como resultado de la práctica articulatoria, permite plantear que, en este proceso, los
sujetos desarrollan acciones en sus entornos que los modifican y, a su vez, son modificados
por ellos (Montenegro, 2002). Por lo cual, el agente externo (gestionador), sea cual sea
su procedencia, se ve afectado por la acción de los otros y del entorno en que tiene lugar
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Comunitaria lo que se está haciendo es instar a una nueva articulación que fije nuevas
posiciones para una acción política.
Consideraciones para una Psicología Ambiental Comunitaria:
• No se trata de un campo profesional, en tanto no es un área específica de intervención,
pues no se puede parcelar la realidad y pretender que el ambiente es completamente
independiente de quien los significa, así como tampoco plantear su absoluta dependencia.
• Tampoco está la intención de conceptualizarlo como una disciplina o subdisciplina
de la psicología, pues si bien no niega la posibilidad de generar conocimiento desde
la práctica, sus principales fuentes conceptuales son la Psicología Comunitaria y
Ambiental; por lo tanto, es más bien un campo de análisis que tiene su centro en los
procesos sociofísicos, que tienen lugar en las comunidades y que busca favorecer un
cambio social sostenible.
• Abogar por la consideración en ambas disciplinas de la relación entre los fenómenos
ambientales y las comunidades particulares, por lo que no se puede pretender
establecer leyes generales ni dictar normas, pues se entiende que los fenómenos
socio físicos están situados material y simbólicamente en un contexto histórico que
se expresa localmente.
• Privilegiar el uso de técnicas de investigación cualitativas, para intentar comprender
las posiciones de sujeto que articulan las interacciones que ocurren en los espacios
comunitarios, desde los cuales se pueden situar las formas particulares de apropiación,
los procesos de identificación y de cohesión social.
• Enfatizar la necesidad de analizar los espacios públicos, tanto por su incidencia en las
condiciones materiales de las comunidades y las posibilidades de convivencia, como
en su dimensión de acción política.Tal como Foucault argumenta que los mecanismos
del poder han cambiado históricamente, se puede sostener que las características de
las prácticas dominantes y políticas de regulación espacial también cambian,
dependiendo de los efectos internos de la distribución espacial y las condiciones
sociales externas dadas por la correlación de fuerzas y las necesidades de los distintos
programas e intereses. (Salcedo, 2005)
• Pensar los procesos de articulación como una posibilidad de conexión temporal
entre distintos agentes que se encuentran en el espacio público y que asumen
posiciones distintas.
• Favorecer los procesos de participación social en las intervenciones urbanas y los
planes de desarrollo, propiciando la modificación de las instancias formales, como la
movilización social a partir de procesos de concientización y desnaturalización de los
sistemas de producción humana que sustentan el deterioro ambiental.
• Entender la comunidad como una distinción analítica que favorece la acción de los
facilitadores sociales, que debe intentar articularse con otros para la acción política
como reacción colectiva frente a las amenazas ambientales.
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Referencias