Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los niños entraron a la casa oscura. Un olor a viejo y a encierro inundó sus narices.
- No vayan a tropezar con nada. Tengan cuidado – advirtió Orestes.
Amalia y Florencia se movían lentamente tomadas de la mano. Las telarañas colgaban
del techo y rozaban la cara de los niños con caricias pegajosas y frías. Uno de los gatos del
viejo se asustó y salió corriendo como un rayo, entre las piernas de los muchachos.
Los ojos se acostumbraron a la oscuridad. Al cabo de un momento ya podían distinguir
algunas formas. Una mesa y dos sillas ocupaban el centro de la pieza. Sobre un costado,
debajo de la ventana por donde llegaba la noche, había un catre parecido a un ataúd, que
seguramente serviría de cama. Las paredes estaban adornadas de viejos retratos
amarillentos y llenos de polvo. Pero lo que más llamó la atención de los niños, fue el baúl.
Se trataba de un cofre de grandes dimensiones. En su interior podrían caber hasta cuatro
niños de rodillas.
Orestes encendió una vela. Todos se pusieron a observar los detalles del lugar mientras
él inspeccionaba los remaches del baúl, su tapa de hierros y madera y su enorme cerrojo
coronado por un gran candado.
“El viejo debe tener la llave” – pensó, mientras hacía fuerza para tratar de abrirlo. (…)
“A orillas del Río Negro” (Fragmento.) Ignacio Martínez Ediciones del Viejo Vasa, 2008
B) Ortografía:
C) Análisis gramatical.