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bajo consumo
Una lámpara compacta de bajo consumo CFL, (del inglés Compact fluorescent lamp) es una
lámpara electrónica fluorescente que trabaja con circuitos integrados.
Dichas lámparas no son más que tubos fluorescentes optimizados, que se han ido
perfeccionando y compactando a lo largo de los años, para sustiruir a las bombillas
incandescentes tradicionales. Donde el tubo ya no es recto, sino que se enrolla para reducir
espacio y donde la reactancia y el cebador empleados en el encendido del fluorescente, ha
sido sustituído por un pequeño circuito electrónico (balasto electrónico) alojado en el casquillo
de la bombilla, lo que elimina la mayor parte del parpadeo y los problemas de arranque
asociados a los fluorescentes.
Todos los CFL cuentan con dos filamentos de tungsteno o wolframio alojados en los extremos
libres del tubo cuya misión es calentar los gases inertes (neón, kriptón o argón), situados en el
interior del tubo.
En el interior del tubo tambien se encuentra vapor de mercurio a una presión algo inferior a la
atmosférica.
Las paredes internas del tubo se encuentran revestidas con una fina capa de fósforo.
La función de esa frecuencia tan elevada es disminuir el parpadeo que provoca el arco
eléctrico que se crea dentro de las lámparas fluorescentes cuando se encuentran encendidas.
De esa forma se anula el efecto estroboscópico que normalmente se crea en las antiguas
lámparas fluorescentes de tubo recto (cuya frecuencia es de sólo 50 ó 60 hertz) que funcionan
con balastos electromagnéticos (no electrónicos).
La corriente calienta los electrodos los cuales desprenden electrones que ionizan el gas inerte
que llena el tubo, formando un plasma que conduce la electricidad. Este plasma excita los
átomos del vapor de mercurio que emiten radiación ultravioleta que es recibida por el
revestimiento con fósforo del tubo y convierten esta radiación en visible.
La coloración de la luz emitida por la lámpara depende del material de dicho recubrimiento
interno.
Son “frías”: la mayor parte de la energía que consumen la convierten en luz en vez de en calor
como ocurre en las bombillas incandescentes.
Utilizan entre un 50 y un 80% menos de energía que una bombilla incandescente para
producir la misma cantidad de luz.
Duran hasta 10 veces más y solo cuestan siete veces más. Una bombilla incandescente
apenas convierte el 2,6% de la energía que consume en luz visible, mientras que una lámpara
fluorescente dedica hasta el 15% de la energía consumida en cumplir su misión de iluminar.
Se ahorra unos 60 euros al año en electricidad. Y lo que es más importante, se reduce la
emisión de gases del efecto invernadero en 340 Kg.
Inconvenientes
El mecanismo que genera el encendido consume de golpe una cantidad importante de energía
eléctrica. Dicho gasto resultará compensado por el bajo consumo que requiere el mantener la
iluminación activada. Así que la reducción de consumo energético será inversamente
proporcional al número de encendidos y directamente proporcional al tiempo que necesitemos
que permanezca encendida la lámpara (aunque esta reducción del consumo final, por el bajo
consumo que requiere el mantener la lámpara encendida, se estabiliza tras cierto número de
horas de activación ininterrumpida, a partir de las cuales ya no se puede reducir más). Por lo
que, un encendido y apagado repetido, para obtener tiempos de iluminación no prolongados
suficientemente, harán que este tipo de alumbrado resulte más costoso energéticamente;
mientras que resultará rentable para espacios que deben de permanecer continuamente
iluminados.
Las lámparas de bajo consumo son muchísimo más sensibles a la temperatura ambiente que
las incandescentes. Les afectan las temperaturas bajas; pero aún más las altas. De modo que
la durabilidad indicada sólo es cierta en las condiciones óptimas y constantes a las que se han
hecho las mediciones en fábrica. Y se reducirá muchísimo si se instalan en elementos
cerrados en que se acumule el calor, como los plafones (o incluso las propias carcasas con
cubierta de vidrio esmerilado, para ocultar los tubos, que ya incorporan de fábrica algunos
modelos).
Es una luz mortecina plana, sin calidez, que modifica mucho la percepción de los colores
(estando totalmente excluida para trabajos fotográficos, grafismo, pintura y otras artes
plásticas, etc.; y siendo rehuida en la hostelería de calidad por el aspecto lastimoso y poco
atractivo que confiere a la comida).
Dado que la luz que producen emite radiaciones ultravioletas dañinas, es necesario fabricarlas
con determinadas pinturas protectoras que filtren dichas radiaciones. De manera que es
importante que estén fabricadas con materiales de calidad y que se sometan a ciertos
controles, para que podamos estar tranquilos de su completa inocuidad. Por el contrario,
aprovechando dichas radiaciones peligrosas, se fabrican también en una modalidad en que el
cristal de los tubos es trasparente, para utilizarlas para la destrucción de gérmenes (por
ejemplo, en aparatos que la aplican para la depuración del agua). Las incandescentes son
siempre absolutamente inofensivas en este sentido.
Son altamente contaminantes y peligrosas para el medio ambiente, su rotura supone un
verdadero problema, debido a su contenido en mercurio (entre 2’5 mg y 8 mg por lámpara),
metal pesado altamente tóxico. El mercurio se encuentra sellado dentro del tubo de vidrio.
Cuando este se rompe, el mercurio se libera en forma de vapor de mercurio.
Evacuar a las personas de la habitación durante un cuarto de hora como mínimo y ventilar
dicha estancia.
Usar guantes para recoger los restos de la bombilla
No utilizar una aspiradora automática para recoger los restos de la bombilla.
Evitar inhalar el polvo.
Trasladar los restos, en una bolsa sellada adecuadamente, a un punto limpio para su reciclaje,
ya que se trata de un residuo tóxico