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LA ARDILLA MUTADA

El abuelo se sentó a la luz de las velas y dejó que tanto Laura como Javier se acomodaran junto a
él, apoyados en los brazos de su sillón preferido. Los miró a los ojos, viendo cómo las llamas se
reflejaban en ellos y comenzó su historia.

Hubo un tiempo en el que las ardillas vivían en los bosques y eran ágiles saltarinas capaces de
hacer mil piruetas de rama en rama. Pero ya sabéis que los bosques han desaparecido, apenas
quedan diez o doce de ellos y están tan lejos que es casi imposible visitarlos. A medida que los
hombres iban quemando y talando bosques, las ardillas fueron acercándose a las zonas
residenciales, perdiendo el miedo que siempre tuvieron a los humanos. Trataban de encontrar
alimentos y cobijo en las ciudades.

Al principio recuerdo que era algo gracioso. Los parques se llenaron de estos roedores y los
niños, entre ellos vuestros padres, jugaban a corretear tras ellas con la ilusión de darles caza.
Pronto fue un incordio tanta ardilla por todas partes porque, como la gente les echaba comida,
se fueron reproduciendo en abundancia y llegaron a ser miles en cada parque. Ya no era gracioso
porque bajaban de los árboles en grupo y eran capaces de quitar la comida de las manos a los
asustados ciudadanos.

No sé muy bien cuándo ocurrió pero dicen los expertos que alguna de ellas fue la que provocó el
gran apagón de hace unos veinte años. Según explicaron más tarde, alguna de las ardillas fue
capaz de roer los cables que abastecían de luz a la capital del país, provocar un cortocircuito y no
morir después de ello. El resultado fue que quedó inmunizada contra la electricidad y que siguió
procreando.

Lo que ha pasado después lo sabéis vosotros muy bien. Una de las fuentes de alimentación que
tienen es la energía eléctrica. Se han convertido en seres eléctricos que buscan
desesperadamente los cables más gruesos para conseguir la energía necesaria para seguir
viviendo. A medida que proliferan y siguen reproduciéndose nos vamos quedando sin recursos
para poder plantarles cara porque todo nuestro mundo se está desmoronando. Somos tan
dependientes de la electricidad como ellas pero ellas son más y están mucho mejor adaptadas.

El abuelo pasó la mano derecha por la pierna de Javier y notó que los vellos del chico estaban
erizados. Lo miró a los ojos y supo que tenía miedo. Lo supo porque la luz de las velas apenas
escapaba de sus pupilas. Era el mismo miedo que los adultos sentían y para el que todavía no
había remedio.

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