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Si se le cree a ciertos pedagogos del guión, «todo ha sido ya escrito... Los casos
dramatúrgicos son muy poco numerosos: La salud, el amor, el odio, los celos, la necesidad
de venganza, el ascenso social, etcétera... y toda historia invariablemente girará alrededor
de estos temas».(1) O más aun: «Al menos un noventa y nueve por ciento de las películas
son concebidas sobre un esquema que toma al personaje principal como hilo
conductor...». Pero, ¿Hay que creerles? ¿Puede el espectador contentarse con unos
cuantos esquemas narrativos probados, con evasiones estandarizadas, al consentir en
proyectarse en lo imaginario?
Sin embargo, si nos referimos al modelo de «cine narrativo clásico», constatamos que un
cierto número de cineastas ha sabido transgredir el modelo y sus variantes, y esto a todo
lo largo del proceso de elaboración de la obra. La reproducción de lo mismo es
continuamente traspasada por la invención de lo diferente. El esquema clásico —el relato
transparente— no es por demás bosquejado sino inspirándose en —pero también
alejándose de— los modelos anteriores.
Pero al mismo tiempo la dimensión temporal de las películas (diégesis) hace un llamado al
cuestionamiento sobre este supuesto realismo. Los planos se encadenan a la velocidad del
pensamiento sobre los seres y las cosas, una velocidad modulable por la emoción y sus
sacudidas, sus intensificaciones. El salto instantáneo de los puntos de vista, el
encadenamiento elíptico de los momentos, conducen a un espacio-tiempo angosto donde
el pensamiento puede ejercer su fuerza y encontrar sus límites. Es, por lo tanto,
apartándose del flujo ordinario de las percepciones que el cine ha podido convertirse en un
arte; alejándose de la observación común (ojo y oído), ha podido inventar una escritura
(una sintaxis de lo audible y de lo visible) que hace de él un dispositivo excepcional,
maleable al infinito.
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EL GUIÓN DE INVESTIGACIÓN
¿Cómo delimitar un tema de película, cuando en el cine la omisión es la figura principal (no
sabríamos hablar de todo, mostrar todos los aspectos al mismo tiempo), y la selección de
las situaciones o de las personas, la práctica más difícil? Lo real es rico en una infinidad de
argumentos posibles, y el cineasta está forzosamente obligado a construir allí una
realidad, a trazar allí un camino y a organizar esta verdad particular de que se trata; al
mismo tiempo, la película es un espectáculo, por lo que el documentalista se prepara
igualmente a una exposición visual y sonora, a un tratamiento escenográfico, capaces de
sensibilizar y emocionar a un público, en el tiempo dado.
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No se sabría pues comparar la producción del documental con la del reportaje, el cual se
«cubre» en la filmación y fabrica en el montaje una realidad prisionera de la actualidad
factual y de sus convenciones: duración breve, comentario calibrado. Nada asegura
tampoco que la llegada del equipo de filmación al terreno va a coincidir con un
acontecimiento interesante para el micrófono o la cámara ¿Cómo, de hecho, encontrarse
en el buen eje, a la buena distancia, en el buen momento? ¿Cómo prever, anticipar,
preparar una toma de vistas, sin intervenir en el desenvolvimiento del proceso en curso?
Así, la captación de las imágenes documentales aparece hipotética, si no laboriosa: si es
fácil rehacer una toma sobre un plató, es difícil recomenzar un plano en las situaciones
reales, ya que estas han sido ya «puestas en escena» por sus determinantes propias y no
por el portavoz de un realizador.
De ahí la idea de reconstruir las escenas, de hacerlas representar por sus «actores
ordinarios», insertándolos en una guionización más o menos escrita. Esto supone, ya lo
hemos visto, una constitución previa: elección de los lugares, de los momentos, de las
personas, de las acciones; inserción de una «escena actuada» dentro de una «situación
real»...
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Por la longitud o la amplitud de las acciones, por la duración de cada actitud, por el
silencio entre las réplicas o los movimientos, por las velocidades y los intervalos, la
película construye una verdadera legibilidad de la idea inicial. El encadenamiento de las
expresiones (el texto facial, el gesto vocal, la actitud corporal) procede de este rigor
temporal. Intencional o no, un movimiento preciso (una vacilación en la voz, un cambio de
mirada) despierta de facto una asociación, una trayectoria posible. Se trata en el fondo de
reclutar un haz de expectativas, una red de implicaciones, a partir de las cuales el
espectador podrá aclarar, como por adelantado, el encadenamiento múltiple de causas y
efectos. El segundo plano cognitivo, sin el cual la imagen no podría ser finamente
comprendida, está pues construido por una escritura exacta de duraciones, por una
arquitectura de lo móvil y de lo inmóvil, por una reunión incesante de los signos. El cine se
apoya —tempo giusto— sobre configuraciones en movimiento llevadas por el desglose
hasta la elocuencia.
EL GUIÓN DE EXPOSICIÓN
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de su trayecto. Hay amalgama del ver y del comprender: el discurso fílmico articula
imágenes pasajeras (los planos) sobre saltos furtivos (los raccords de plano), los cuales
aseguran por otro lado la unión temporal y la puesta en relación lógica.
Los planos se encadenan, como otras tantas tomas en cuenta sucesivas, llevando al
movimiento del pensamiento hacia el movimiento ininterrumpido de los puntos de vista,
de los instantes, hacia un trayecto obligado. Cada raccord expresa una intención, suscita
una puesta en relación (pero, o, y pues, ahora bien, ni, ya que, sin embargo, por otra
parte), llama a una actividad inductiva o deductiva, una inferencia... Los puntos de corte
son establecidos no solamente para facilitar las transiciones formales de plano a plano
(ilusión de continuidad) sino también para clarificar las uniones lógicas de la exposición. El
montador, arquitecto de la memoria, construye escena tras escena el pensamiento y la
emoción del espectador.
Ciertos montajes son perfectamente capaces de imitar una observación minuciosa, pero
también de descomponerla en múltiples elementos visuales y sonoros diferenciados, con el
objetivo de hacer inteligibles, por un trabajo de recomposición que ya no se refiere
directamente a una percepción inmediata o a una narración «omnisciente», procesos que
permanecerían invisibles si nos abstuviéramos a la simple descripción cronológica de los
hechos.
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A título de ejemplo, se podría ver o volver a ver la película de Alain Jaubert, El sueño de la
diagonal (Le Rêve de la diagonal), la de Georges Franju, Pedro y María Curie (Pierre et
Marie Curie), la de Lucien Clerge, El drama del toro (Le drame du taureau), o también la
de Jean Daniel Pollet, Bassae, por solo citarlos a ellos.
NOTAS
(1) Jean Marie Roth. La escritura de guiones (L’écriture de scénarios), Top editions, París 1998.
(2) G. Leblanc. El autor de cara al pedido (L’acteur face à la comande), Documentaires, no. 14.
(3) Pienso en el plano del jefe Kimbanguista, mirando súbitamente su reloj, en plena ceremonia destinada a recaudar
fondos para la secta. El camarógrafo (y realizador) de la película Zaire, el ciclo de la serpiente es Thierry Michel.
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