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Philippe Lacoue-Labarthe La verdad sublime ‘Traduccién Diego Fernandez H. y Andrea Porest ediciones / metales pesados Prefacio D. Fernindez H. 7 A. Potesta 1 Hacia el final del cuarto acépite de La verdad sublime puede leerse: elo sublime no [se refiere] a la presentacién del hecho que hay lo impresentable, no postula ninguna presentacién negativa, sino simplemente la presentaciin del hecho que Iay presentaciom» (pig. 61). No seria exagerado de concentraa tesis que recorre el texto de Philippe Lacoue-Labarthe. En efecto, eso que Lacoue-Labarthe sugiere que lo sublime no que en este desplazami ¢s (opresentacién negativay, epresentacién de lo impresentables) atafie a un vasto repertorio de formulaciones que habrian hecho de la paradoja, del oximoron o del hipérbaton, la modalidad propia para reproducirlainquietud a que habria dado lugar la experiencia de lo «sublime». Se trata, en lo fundamental, de un repertorio que habria akcanzado su mixima expresin con Kant -a él pertenece, en efecto, la expresin Negative Darsellung (presentacin negativa), en el contexto de la Critica de la facultad de juzgan, y que hhabria encontrado en el paraftaseo de Jean-Francois Lyotard, probablemente, una de sus variaciones mds eficaces’. Y ésta es, "CF enue ones. Lyward. JF «Réponse 3 la question: questoe que le postmoderses. En Criigue t 37-1" 418.1982, pp. 366-357 La femala de Lyorard dive, em feces Le priscmation (deci) gly 4 de Fimprsentaln, Pero si Gra revisterleancia para teconocer el despramienta en juego cabenotarque apenas dincae Lacowe-Lalurhe,en oe texto, sguronosentido ‘que alberg la fémula de Lyotard. Ea efeo, i emul vo dice, simplemente, que 5 pues, la densa interpretacién que se busca discutir (0 deconstruir) cen dl presente texto de Lacoue-Labarthe. No se trata, entonces, de Jo impresentable, sino acaso, por el contratiom de la presentaciéin. (O iis precisamente: del hecho ~misterioso pero irrefutable de que hay presentacién. Y como no deja de observarlo Lacoue- Labarthe, este desplazamiento cambia wodor (pig. 23). El repertorio filoséfico que recorre las piginas de La verdad sublime es, no obstante, vasto y complicado. A Lyotard ~quien, como deciamos, condensa toda una «comprensiény de «lo subli- ‘mer cabria sumar otro «nombre propio», de una estaturs filosé~ fica cexplicita alusién a Jacques Derrida: «se sabe que un cierto helio sropismoes constitutivo da discurso que la filosofia, desde su pri- mer gesto, tiene sobre su objeto: lo meteefisico». Ambos nombres propios (Derrida, Lyotard), de mancra muy distinea, constieuyen, 4 mayor. Dice LacouesL abarthe al inicio de su texto yen pues, el horizonte de una tensién que habria dado lugar no solo a tuna doble lectura de lo sublime, sino, mucho més extendidamen- te, de una doble lectura de la Estétca propiamente tal. Latensién de la que hablamos es, pues, constivutiva (y, por cende, ireductible) a tales discursos y demés nombres propios que constituyen la modemidad estética. Se trata, justamente, To salimesea ch presetacin delo impreenable, sino, mucho més predsamente: sla preentacién el buco (co) ie ay lo inpreseatable, Se adverts, por tanto, ‘que Io que se jusga en xa variacién arate al hecho de que doimpestentabler no cLobjeto de ninguna pesenacde, que lo impreseatble, pr mismo, 0 em cwnte tal le haber aks coss- en efewo, nunca se presenta Ea cambio, lo que st hayes tuna muerte de padéjea cvlencis: se pesenta no bo impresenable sino, apenas, e ‘ech de que haya impresenable.En consecencia, lo ablimes na implica tn nite parala experiencia hurtana esto 6, un limite qu, desde furs, la cosstnye, la con- deme, la hace pusible), y que, por lo mismo, un limite insondable o inacrutble, ‘sino, antes bens que slo hay experiencia, en sentido esticro (bli), cuando ext, Imposbiidad conainiye f uno mismo dela experienda. De ah en Bn, que lo Jmpresentables sunca puede se (d)sabjetor de (ura) experiencia (na hay cl wabjeo Jmpresoeble) Se aa, en cambio ~y nee esd a egaivdad ala ue hacemon ‘referencia snteriormente”deuna experiencia que, en tims ténino,axece Je obo, 6 de a tensién verdadlapariencia que, una y otra ver, de Kant a Heidegger (0 a Benjamin y al propio Derrida), pasando por Goethe y Schiller, Hegel, Hélderlin y el romanticism de Jena, Lo bello y lo sublime serian asi dos nociones que vendrian a situarse progresivamente en el campo de esta tensién. Asi, mientras la belleza tendis a ocupar, cada vex mas, el lugar de ea verdad de lo que aparece», lo sublime, por su parte, tendié a designar el esfuerzo del pensamiento (de la imaginacién y la sensibilidad) por sobrepasar el ambito de la mera presencia (el de lo que aparece, de lo que se manifiesta o de lo que se presenta) para intentar pensar (sentir o imaginar), en cambio, un més alld (meta) de tod2 evidencia, aunque teniendo por exigencia, justamente, la de hacer de ese mas alléla fuente 0 retorna al centro de la cues el origen de una (paradéjica) evidencia, acaso mis fundamental. Una trasposicién de la fisica y la metacfisica habria tenido lugar, in el seno dela modemnidad estética, respectivamente, en las categorias de lo bello y lo sublime. El ensayo de Lacouc-Labarthe constituye un intento por iral fondo deestatensin. ¥ dicha tentativa ha implicado examinar dos consideraciones que, opuestas 2 primera vista, hablan antes bien, y como ya sugerfamos, de un doble origen ~acaso de un origen escindido de la Eztética. Kant, por ejemplo aunque se tata de tun ejemplo mayor, de un ejemplo que parece constituir, por si mismo, el lugar de esa escisién-, permi (acaso las inauguraria), como el ini Labarthe, por lo demas, no deja de recordarlo. Habria, entonces, porun lado, sel pensamiento clisico de lo sublime» (pég. 20) en cl que predomina el sal metafisica del «heliotropismo plardnico» (la expresién es de Derrida’), omnipresente en Ia tradicién de la > Dewida, J La mitolgia blanca. En Mg della, eral. C. Conair Maria, Madrid: Cede, 2006, p. 284 ys. estética (y de la cultura judeo-cristiana) y decisivo, por tanto, en la valoracién romintica c idealista de lo sublime, jentras, por ‘otto, menos explicitamente pero de modo tanto o mis irrevocable, cl sol y la visién (0 la ceguera) proporcionada por aqué, que le restituirian a la presentacién su trasfondo meta-fisico. Ala lurde tal osilacion, la tesis de Lacoue-Labarthe, tan sutil cen su formulacién como lapidaria en sus alcances, retoma —«muy alusivamente» (pig. 21) la cuestién del heliotropismo desarrollada por Derrida en «La mitologia blanca». En efecto, zcabe, acaso, para Ia estética oxra posibilidad que el heliotropismo (el culto de la Idea ia del sentido) © es ésre, en cambio, el que regula todas las posibilidades para aquélla, porlo cual, indefectiblemente, toda estética no podria dejar de ser (de reducirse), en itimo término, a una eidética? Si Lacoue- Labarthe parece suscribir sin reservas los anilisis de Derrida sobre dicho heliocentrismo, parece dudar, empero, de algunas de sus consecuencias. En efecto ~advierte Lacoue-Labarthe=, el examen como luz “la cidétican, exo es, como fuente prim. del heliotropismo derridiano podria haber contribuido a encubrir ‘otra posbilidad para la estética(y,en consecuencia, para lo sublime). Junto al Dios onto-teoligico y al dhéorcin platénico, habria, pues, ‘como Io atestigua la inscripcién del templo de Isis analizada por Kant y discutid2 ampliamente en el ensayo de Lacoue-Labarthe, otra tradicién: una tradicién cuyo centro no estaria constituido por La logica (hiperbélica) de la mimesis -entendida ésta como reproduccién e imitacién-, sino por el problemadel desvelamiento, de la presentacién (Darstellung), y, en fin, por la dinémica de la mostracién. Bajo esta luz —muy literalmente-, el problema de lo sublime adquiriria una far radicalmente distinta: antes que problematizar do imprescatabler la prescntacin (del hecho) que hay lo imprsentable, como ya deciamos se trataria, simplemente, dela presentaciém: del hecho que hay preentacin pag. 61). 8 2 Ahora bien, Heidegger constieuiria la clave de este despla- zamiento. Su anilisis del phainesthai, del mostrarse, del aparecer, plantearia la exigencia de analizar de modo diverso la dinémica comprometida en la evenida 2 presencia». Frente a la subordina~ cién cidética del ente a la idea, que opera desde Platn, Heidegger atiende en cambio alo que cabria lamar la dimensién fintica de la presencia, para lo cual desarrolla un «fototropismo» que no es platénico ni metafisico (en el sentido tradicional de la palabra: es decir, justamente, platénico). Como dice Lacoue-Labarthe le- ryendo a Heidegger: «que haya en general el aparecer no depende de la aprehensidn eidética del entes (pag. 25). Lo fintico no es ni lo ideal ni lo (ex)puesto 2 la luz del sol, tampoco la luz plena, la fuente del saber 0 de la idea, sino lo que se da en el destello de la Juz en el claroscuro de la luz; 0 si se quiere: lo que tiene lugar en las deformaciones del presentarse, del mostrarse en la luz, del aparecer 0 del ser luminoso del ente, del ekphanéstaton. Y este forotropismo, que desbarata toda la comprensién estética de ma- tie plawnica, esd a la vex a contraluz de la lectura de Desrida: el hecho del aparecer es independiente de la luz racional y de todo forotropismo metafisico. Es lo que ensefia Heidegger y que, con- secuentemente, exige otro «filtro deconstructivor. Es irrelevante, por tanto, que Heidegger no dedique «la menor alusin ala problemética de lo sublime» (pég. 27), pues es bajo el motivo de su ausencia (o mejor, de cierto ocultamiento, lo que a la ver tiene todo que ver con el problema de elo sublime») que el autor del «Origen de la obra de arte» ha podido dar con la estatura que el problema parce requeri. Y la esatura (0 la magnitud ~Die Grif, como dice Kant, en sus propios téminos, propésito de elo sublime matemético»), justamente, atafe a una 9 cuestién central en este desplazamiento: se trata de la grandeza, que el fildsofo de la Selva Negra ha situado en dl centro de su consideracién acerca de la obra de arte. «Sublime —dice Lacoue- Labarthe~ es una palabra que no perteneceal léxico heideggetiano, incluso si el concepto-y la cosa misma~ esti por dequier presente (por lo menos en lo que respecta a la “grandeza"») (pig, 27). Pero, como se sabe, la grandeza de la que habla Kant en los pasajes antes mencionados, apenas tiene que ver con una ‘magnitud hallable en alguna clase de productos de la nacuraleza, por «colosals 0 «monstruosar (son los términos de contraste proristos por Kant) que éstos puedan ser. Se trata, en cambio, de tuna grandeza —de un extrafo y «extrafiante» tipo de grandeza; de tuna grandeza «absolut, dird también Kant~ que siendo «igual solo a sf mismay‘ resulta inreductible a cualquier manifestacién cempirica, a cualquier tipo (pos, eides, Gatalt) de fenomenalidad. Yesa esla grandeza que, como deciamos, Heidegger recupera en su lectura radicalmente anticestética (esto es, meteefisica, en un sentido enfitico) de la obrade arte. Tales el lugar, en efecto, que le habria quedado reservado al arte, a lz obra de() arte, cuando ésta (la obra) es pensada a partir de un efecto =o de una «operacién», si cabe la palabra; es decir, de una Wirkung alojada en la obrz (Werk) cuando ésta es retrotraida a su esencia, a su origen, 0 a su fundamento (Ween, Ursprung, Grund). En otras palabras, cuando la obra de arte tiene la capacidad de desocultar (lo ente) Por esto, la lapidaria conclusién que anticipa Lacoue- Labarthe seria, precisamente, que un pensamiento tal acercade lz obra de arte -es decir, un pensamiento (dl de Heidegger, pero no solo de él) que pueda estar a la altura de pensarla por fuera o mas alli de sus rendimientos estéticos-, lo constituye, justamente, “Kant Coton de a fica deuagar, ad, .Oyarzun. Caracas Monte Avila, 1992. §25,p. 164 10 el pensamiento acerca de lo sublime, aunque, desde luego, no cualquiera Yesto querria decir que: la verdad del arte es lo sublime. O bien, si se lo reduce a su expresién més econdmica, pero a la vez mds depurada, que: la verdad [...] es (lo) sublime. 3 Por esto, en su implicita pero radical~ reflexién sobre lo sublime, Heidegger habria dado lugar a un pensamiento que rebasa el marco de la tradicién judeo-cristiana. «Das Wort" schin” dice en Nietzsche & meint das Erscheinen im Schein solchen Vorscheing» (sla palabra “bello” alude al hacer aparicién en la apariencia de ese aparccer). En efecto, leido a contrapelo de todo heliotropismo, es Kant ~para Heidegger y. de Labarthe= el que permitiria pensar una determinacién radical (es decir, justamente, sublime) de la bellera. Pero, desde luego, esto no quiere decir que lo sublime sea, como lo entiende la mis banal para Lacoue- de sus consideraciones, un grado superlativo de belleza (es decis, un summum fascinante o irresistible de aquélla), sino, antes bien, la esobria» venida a presencia de cuanto se presenta, y donde, por tanto, lo que se subraya (lo que se destaca [découpe}) es la propia dindmica de esa venida, antes que la presencia propiamente tal (lo cual, como puede verse, plantea una relacién intima y estrecha entre ambas categorias, lo bello y lo sublime, pero que no requiere ni de subordinaciones ni de superlatives): «Lo sublime dirs Lacoue-Labarthe= no ofiece nada de més (motivo del exceso), ni tampoco nada de menos (motivo de lo impresentable), deaquello que offece, en lo esencial, el concepto de lo bello» (pig. 41). u En suma, el desplaramiento sugerido por Lacoue-Labarthe implicaria abandonar el espurio territorio que presume la exis- tencia de algo (acaso la totalidad misma) que excede el mbito de la presencia y de lo presentable, para pensar, en cambio, en aquello dela presencia que es irreductible a cualquier aprehensién cidética: lo sublime seria asi la mera renida a (presencia), el mo- vimiento fintico por el cual algo se presenta, por el cual, en fin, bay presentacion. Esta dindmica ~aquella que exptesa el movimiento de la venid: a presencia, no obstante, pone de manifiesto una aporfa fandamental que recorre toda aprehensién eidética: lo sublime no seria un «afuerav de la eidética, sino aquello que, desde dentro, consticuye su propia problematizacién. Lo muestra en forma rmagistral la sentencia del templo de Isis: lo sublime anuncia la impresentabilidad (de lo) metafisica(o); Isis dice que «la esencia del _develamiento es el velamiento» (pig. 53), 0 bien, para decirlo en el idioma de Heidegger, que el ente esti abierto a su verdad presente, y acomtece, «como tal», en la sola medida de su cextrafamiento o de su ocultamiento: que algo, en otras palabras, nada menos que la esencia de la presentacién— queda velado con cocasién de cualquier presentacién. La hipétesis de Lacoue-Labarthe, entonces, podria ser cexpresada de la siguiente forma: a lo largo de su breve historia modema (cuya data es la de la propia Exética), lo sublime no habria sido, quizds, otra cos que el nombre para una genuina inquietud metafisica (aunque mal planteada): la inquietud de que lo que se presenta (digamos: lo bello) sea irreductible a su aprehensién eidética. Y el corolario de este yerro habrian sido los abundantes oximoron, paradojas e hipérbaton que pueblan las consideraciones modernas de una weidética negativar, y que legarian hasta Lyotard y Derrida. Retomando el horizonte 2 trarado por el tratado matricial sobre la cuestién (Sobre lo sublime de Pseudo-Longino, el que en su peculiar eretéricay expresa ya toda su vocacién meta-fsica). sugiere Lacoue-Labarthe, que el asunto de lo sublime era, entonces, el de la propia presentacién: el brillo mismo del aparecer, el ekphanestaton Nota de traduccién «La wérité sublimer fue publicado por primera ver en la revista Pochic, vol. 30, n° 6, pp. 83-117, en 1985, y mis tarde en el volumen colectivo dirigido por Michel Deguy y Jean-Luc Nancy, Du sublime, Belin, Paris, pp. 97-147, en 1988, junto con textos de Jean-Frangois Courtine, el propio Deguy, Eliane Escoubas, Jean-Frangois Lyotard, Louis Marin, del propio Nancy y de Jacob Rogozinshi Todas las citas del texto de Lacoue-Labarthe han sido tomadas de las correspondientes ediciones castellanas. En cocasiones, que hemos consignado en la correspondiente nota al pic, hemos modificado fi de sentido 0 de fluider del texto. Ha habido, no obstante, una Ainica excepcién: las Lecciones sobre a filosofta de la religion de G. W. E Hegel, que cita Lacoue-Labarthe en las pags. 42-43, y que hemos traducido directamente de la version alemana editada por Dunder und Humbole Verlag (Berlin, 1832), por cuanto ésta sramente las traducc nes para efectos nno se encuentra en el volumen XVII de la Geammelte Werke, traducido al castellano por Ricardo Ferrara (Alianza, Madrid, 1987). 13

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