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Natalie Carolina Tigre Cardozo

14 de diciembre del 2017

Lucía Miranda: una estrategia de posicionamiento intelectual

Introducción

A lo largo del siglo XIX, se realizaron numerosos textos- tanto narrativos como líricos- que

tuvieron como base al mito fundacional de “Lucía Miranda”. Este hecho, sumado al que

dos mujeres, Eduarda Mansilla y Rosa Guerra, lo publicaran- y posiblemente redactaran-

al mismo tiempo, da cuenta de la importancia que tenía este mito en el imaginario

argentino. “Dicho episodio propone un verdadero mito de origen sobre la fundación de la

sociedad hispano criolla y atribuye a los aborígenes el inicio de las hostilidades” (Lojo, “En

las fronteras” 348). Es justamente este último aspecto el que ha llamado mi atención que,

a diferencia de La cautiva de Echeverría, representan una representación de la mujer

desde la pluma de una mujer. En este trabajo sostendré, como Eduarda Mansilla (se)

retrata a la mujer letrada tanto en la narración como en la estructura de su texto, y cómo a

partir de la reescritura del mito es posible hallar un camino hacia la memoria colectiva y

las bases de un proyecto nacional.

Sobre Eduarda Mansilla y la mujer letrada

Para comprender la importancia de esta obra en la historia de la literatura Argentina, es

necesario conocer el contexto en el que empezó a existir. Era una etapa “de crucial

consolidación del aparato burocrático y verbo- simbólico del Estado, la cuestión del

carácter nacional […] de la literatura fue un asunto que competía a los intelectuales más

comprometidos con el mismo proceso de institucionalización del poder estatal” (Gonzáles

117). Esta literatura abarcaba por supuesto, tanto a los indios como a las mujeres; sin

embargo, no solía recibir con buenos ojos la literatura escrita por estas últimas, dado que
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constituían a aquel sujeto que se necesitaba regular. Por ello, en la época en que Mansilla

publica el folletín de “Lucía Miranda”, “son pocas las mujeres que se animan a publicar

sus textos con nombre propio o confían en labrarse un futuro como literatas” (Batticuore,

La mujer romántica 223). Incluso, a pesar de que Mansilla gozó de mucha fama literaria

posteriormente, pues su obra fue traducida a otros idiomas, “sus opiniones políticas, tan

‘incorrectas’ como las de su hermano, o más aún, no podían ser tomadas en cuenta con

el mismo valor y gravitación que si se hubiese tratado de opiniones varoniles” (Lujo,

“Introducción” 16).

Por este motivo, resulta interesante la caracterización de la mujer letrada que Mansilla

realiza en el personaje de “Lucía Miranda” y en los paratextos de la novela misma.

Asimismo, es importante rescatar la adhesión de la carta de Caleb Cushing, su publicista;

dicha carta servirá como recurso retórico para validar la calidad de la novela. Sobre los

paratextos, estos se encuentran al inicio de cada capítulo Mansilla presenta pequeñas

citas de diversos autores, que sirven a manera de preámbulo sobre el capítulo a tratar.

Dichos escritores van desde Garcilaso de la Vega hasta Horacio, siendo su preferido el

francés, Víctor Hugo. El uso de estas citas no solo demuestra sus conocimientos en

distintas lenguas, las cuales eran prestigiosas en ese entonces. Sino también, demuestra

sus conocimientos en literatura clásica, humanista y romántica. Estas lecturas se

complementan con la épica caballeresca, género preferido de Lucía Miranda cuando aún

vivía en Europa con su madre y podía leerle las aventuras de Rodrigo Díaz de Vivar. A su

vez, la autora aprovecha para situar a Europa como la cuna de todos aquellos

conocimientos que van a ser trasladados a América, “El viejo continente es a los ojos de

Eduarda la escuela elemental de conocimientos y el paradigma del buen gusto y

refinamientos a imitar por los que deseen hacer grande la nación Argentina” (Batticuore,

Itinerarios 164). Por otro lado, las habilidades y gustos literarios de Lucía Miranda, se
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suman a su posterior destreza lingüística, ya que se convierte en la primera persona del

bando español, capaz de comunicarse con los indígenas. De esta manera, “a la Lucía

Miranda de Eduarda Mansilla se le adjudica un papel regulador y transformador. . . . Así

transmite a las mujeres indígenas técnicas y prácticas, valores y creencias” (Lojo,

“Introducción 59).

En un primer momento, la narración del texto hace creer al lector la posibilidad de éxito de

esta mujer. Esto sucede en el descubrimiento de la trampa que había urdido el brujo

Gachemané para ella, narrado en el capítulo XIII de la segunda parte de la novela.

Mediante este episodio no solo se muestra la supremacía y astucia de la mujer letrada

sobre el indio brujo, sino también implica el triunfo de la religión católica sobre los dioses

de aquella tribu. No obstante, al final de la novela, Lucía Miranda fracasa: no solo no

puede cumplir con la labor evangelizadora que se había propuesto, sino que muere junto

a su esposo. De esta manera es posible afirmar que “las novelas de Masilla platean una

suerte de dilema inherente a la cultura nacional: si bien no saber leer puede ser la causa

de los conflictos que asedian a los personajes, saber hacerlo tampoco garantiza el orden

de la vida civilizada” (Batticuore, La mujer romántica 253).

Romance e imagen virginal

El relato acerca de “la cautiva” en el libro de Mansilla, abarca los últimos capítulos de la

segunda parte del texto. Toda la primera parte refiere a los hechos acontecidos en

España, remontándose a la juventud del padre adoptivo de Lucía, Don Nuño. En este

relato aparecen diversas mujeres, siendo las más importantes para el desarrollo de este

apartado: Nina y su madre, María de las Rosas. Estas mujeres engloban, en distintas

maneras, muchos de los aspectos atribuidos al tópico de la mujer mariana1: son hermosas

1
No solo estas dos mujeres, sino también otras presentadas en el texto como Anté y la misma Lucia
Miranda, gozan de este virginal atributo.
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y virginales. Respecto de la última, María de las Rosas, es necesario hacer hincapié, ya

que en su historia se presentan pasajes similares a los de la Virgen María. Ambas son

mujeres cuyas historias se inscriben en un pasado remoto y son el fruto de un matrimonio

que tuvo muchas dificultades para engendrar descendencia. Asimismo, sumada a su

belleza e indiferencia ante los placeres banales de la vida, se encuentra el embarazo casi

milagroso de ambas2, así como el amor incondicional de aquel que no es el padre de la

criatura. Esta historia, sumada al desarrollo y desenlace de la de Nina, atribuye al texto la

añoranza por el pasado, así como el tinte trágico propio de las historias románticas.

Este tipo de novelas tenían como fin el educar “en las virtudes restrictivas de la

maternidad republicana” (Sommer 33). Es decir, venían acompañadas de un fin

moralizante: educar sentimentalmente a los lectores, usualmente muchachas jóvenes

atraídas por el género. Por ende, en tanto que estas construcciones eran seguidas, el

proyecto nacional podía ser vigente. Por ese motivo, era necesario que los lectores

pudieran de alguna manera, entablar lazos con ella, por eso “influida por el movimiento

romántico, Eduarda Mansilla se ocupa de reconstituir una genealogía que sirva de anclaje

a sus personajes y brinde posibilidades de identificación o proyección a sus lectores”

(Chikiar 42).De esta manera, estos pasajes podrían significar una crítica al estereotipo de

mujer mariana, en el sentido de que la completa sumisión y enajenación que tuvieron Nina

y María de las Rosas respecto de su realidad, no les pudo brindar un final feliz.

Propuesta de mestizaje

Como se mencionó en la introducción de este ensayo, este mito representa los conflictos

presentes entre la sociedad española y los aborígenes del lugar. La representación de

este conflicto, no era ajena al problema del mestizaje, pues como se ha mencionado en

2
En la novela nunca se explicita, pero se puede postular que el embarazo de María de las Rosas fue
producto de una violación por parte del joven Aldobrandini.
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los numerosos estudios acerca de esta novela; Ruy Díaz de Guzmán, primer transcriptor

del mito, era de origen mestizo. La posibilidad del mestizaje, se encuentra entonces,

desde la misma concepción del relato.

En el texto de Eduarda Mansilla, la propuesta de mestizaje representada por Lucía-

Marangoré/ Siripa es totalmente imposible, no por presentar elementos de distintas etnias,

sino por ser inmoral. Mientras que, al final del texto, otra propuesta de mestizaje sí es

presentada como posible: la relación entre Alejo, joven español, y Anté, miembro de la

tribu. No obstante, la justificación para desechar la unión Lucía- Marangoré/ Siripa, es

mucho más profunda. Como se ha intentado explicar en los dos apartados anteriores,

ninguna de las representaciones de la mujer presentadas en el texto- la mujer religiosa y

la mujer letrada- logran sus cometidos, por ende, no representarían al sujeto nacional

ideal para poder evangelizar y educar a estos indios. Lo cual resulta, en un primer

momento, muy contradictorio, ya que se está hablando de aquellos ámbitos en los cuales

tienen más cualidades. Por otro lado, la relación entre Alejo y Anté si parece fructífera en

un futuro fuera de la novela. Es preciso recordar, el fervor con que Anté escuchaba y

seguía a Lucía en sus fervores religiosos, presentándose así, como un corazón fértil en el

cual la religión podría florecer, al contrario de los hermanos caciques. Resulta entonces,

que Lucía sí era capaz de evangelizar y hacerse escuchar entre algunos personajes de la

novela, como Anté. Sin embargo, el carácter pasional de ambos hermanos dificultan esta

tarea, haciéndola imposible. Es por este motivo que la representación del indio que realiza

Mansilla en su obra, es ambigua. Por un lado, la caracterización de Marangoré se puede

separar en un antes y un después de su enamoramiento, pero acompañado siempre de la

amistad y cariño de Lucía- puesto que ella no nota los sentimientos del cacique hasta que

ya es muy tarde. Por otro lado, la figura de Siripo, salvaje y astuta, que despierta más bien

repugnancia por parte del bando español.


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Al inicio de la segunda parte del texto, las cualidades propias de un caballero son

trasladadas desde la épica hasta la figura de Marangoré, el próximo cacique; tiene un

espíritu guerrero, hermoso talle y gentil porte: “cautivados los españoles por la gentil

presencia del indio y por el acto de cortesía que hacía” (Mansilla 308). No obstante, estas

cualidades dejan de ser cultivadas al nacer el amor por Lucía. Es decir, contrario de lo

que sucedería con caballero medieval, cuyo amor por su doncella es un impulso para

luchar en las batallas; en el caso de Marangoré, la entrega a sus pasiones hace de él un

sujeto meditabundo e inútil militarmente. Es decir, el varón indígena- dada su naturaleza

salvaje- es incapaz de regular sus emociones. Lo mismo sucede son Siripo, quien- a

diferencia de su hermano que entra en un conflicto por haberse enamorado de la esposa

de alguien- ni siquiera se esfuerza en abandonar los pensamientos de estas pasiones y

aprovechándose de la situación de su hermano, decide tentarlo. Esta última acción resalta

aún más el carácter demoníaco que es constantemente otorgado a algunos indios como

Gachemané. Esta feminización de la figura caballeresca; sin embargo, no mas no se

traslada a la figura del militar español, quien en todo momento parece controlar sus

pasiones.

Esta feminización es una respuesta al problema que existía respecto de la negativa de los

intelectuales masculinos de aceptar opiniones (políticas) de estas escritoras. “El ideal

civilizador rioplatense, influido, después de 1860 por las pautas de cultura victoriana, hará

el máximo esfuerzo para neutralizar y encerrar lo femenino, percibido con más fuerza que

nunca como peligroso, secreto, y también como impuro en sus vínculos materiales y

viscerales con el cuerpo y la fecundidad “(Lojo, “Introducción” 64). Como se mencionó

anteriormente, el control del material literario era una de las medidas usadas para lograr

este cometido, en ese sentido “la épica vino a ser la modalidad narrativa más adecuada

para contrarrestar la avalancha de género ‘blandos’ (líricos y novelescos) que


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‘afeminaban’ las costumbres, y, sobre todo, desdibujaban la estabilidad de los géneros. . .

.El culto de los héroes nacionales en la época fue, entre muchos, una excelente excusa”

(Gonzáles 116). Sin embargo, el mito de la cautiva- una épica- ha sido usado para lo

contrario. No existe un héroe nacional en este mito, es una heroína trágica: Lucía, que

fracasa por la incapacidad de los personajes varones de controlar sus pasiones.

Conclusiones

En la novela “Lucía Miranda”, su autora, Eduarda Mansilla logra no solo hacer gala de su

cultivado intelecto, sino también reescribir el mito de “la cautiva” en orden de presentar un

problema latente en aquella época. Con esta sutil denuncia- que por encontrarse dentro

de un texto de carácter íntimo, quizá pasó desapercibida- se aseguró un espacio en la

historia literaria argentina, con lo cual, pudo contribuir a la formación de una memoria

colectiva.

Bibliografía

Batticuore Graciela. “La escritora como intérprete cultural. Eduarda Mansilla”. En La mujer

romántica. Lectoras, autoras y escritores en la Argentina 1830-1870. Buenos Aires:

Edhasa, 2005. 223-274.

_______________. “Itinerarios culturales. Dos modelos de mujer intelectual en la

Argentina del siglo XIX”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 22.43 (1996): 163-

180.

Chikiar Bauer, Irene. “Lucía Miranda: O el camino de la extrañeza a la absorción”. Olivar

12.15 (2011): 37-57.


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Gonzáles Stephan, Beatriz. “Narrativas duras en tiempos blandos: Sensibilidades

amenazadas de los hombres de letras”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 26.52

(2000): 107-134.

Lojo, María Rosa. “En las fronteras de la nación. Usos de la memoria y el olvido”. INTI,

Revista de Literatura Hispánica 77-78 (2013): 347-370.

_____________” Introdroducción”. En Lucía Miranda. Madrid: Iberoamericana, 2007. 11-

88.

Sommer, Doris. “Romance Irresistible”. En Ficciones fundacionales. Las novelas

nacionales de América Latina. México DF: Fondo de Cultura, 2004. 17-47.

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