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— —_— respeto racticar suet pdo qu calle» y nctique: je ritual, Barroco 1Un penseque, un juzgueque y un creique, tres caballeros muertos de un disparo en la calle de la gorguera.» La calle de la gorguera es evidentemente la garganta, porla que vienen subiendo hacia la boca la voz y as palabras, que, sin embargo, no siempre llegan a cumplir la vos: «Ah, pensé que...»/ejuzgué que...r/scref que...». Tres arranques, por tanto, de .acobardado, a mitad de camino, és0s son los tres caba~ Ieros que venian por la calle de la gorguera y el dicho proverbial es el comentario se entera, quedindose azoradas en puntos suspensi- un decir que se interrumps —segtin el tono, benévolo 0 sarcistico— que le merecen al oyente tales timidos decires inconclusos. Pero el que sean tres caballeros y, por afiadidura, que mueran de un disparo pertenece ya al gusto espectacular y artificiero que es propio del tarroco. sJuzgué ques, en el s .!me parecié’, en desuso tal vez al menos desde el siglo x1x, podria, ademas, fechar bastante atris el dicho, aproxi- mindolo al lugar a que més suena: el siglo xvm. Bien es verdad que por entonces, tido de ‘estimé sino recuerdo mal, ia decir tinicamente «tiro» y no edisparo», y una co- de explicar, dado que stiro» sigue siendo hoy toda- ra totalmente vigente. Aun asi la hiperbélica atmésfera de la representacin p: poner en escena aquella pistola de culata curva, casi en forma de ‘oma, que el propio Calderén quiso que fuese un éspid, reccién posterior seria difi rece que quie1 Pero la simple complicacién 0, menos todavia, la longitud no hace barroco. No lo hace, por ejemplo, un dicho como te: «De Toro a Zamora cinco leguas son, cinco por aquende, cinco por llende, cinco por el vado, cinco por la puente», aunque todo este vasto y luminoso paisaje se despliegue tan s6lo para replicarle a coiro que lo diga como lo diga la cosa es la misma, para lo cual, ademis, el castella~ nodisponia de otro dicho tan lacénico como el de Olivo y aceituno todo es uno» Mas tras haber sacado del barroco el refrin de las cinco leguas seria erronco ir a incribirlo en lo mudéjar a titulo de la ajustada combinacién matemitica de 6 x 6 {sis miembros de seis silabas, dado que el miembro «cinco leguas son», al ser agu~ 485 do, debe igualarse como 5 + 1), como un bien calculado primor de albafileria de ladrillo, El mudéjar se complace, ciertamente, en jugar con las razones matemiti- as, pero de tuna manera extraordinariamente mis compleja ‘A Sigmund Freud, en su tratado sobre el chiste, se le pasaron por alto, ina vertidas, dos cosas importantes. La primera de ellas ¢s una —no la tinica, por st puesto— de las situaciones funcionales més antiguas y fecundas en la creacién de chistes: la de lo que Boccaccio quiso entender preferentemente por il motto en la jornada que en el Decamerin le dedicé. Su forma ideal era la de una réplica fli ante una frase maliciosa 0 agresiva;el propio rey disculpaba y hasta celebraba al que acertase a darle una respuesta ingeniosa. De los de la Antigiiedad fue, por lo visto, Didgenes de Sinope el mis famoso por su destreza y rapidez.en este arte, del que hizo casi un método didactico. «Oh Didgenes», le dijeron una vez, «los sinopenses te condenaron al destierro». ¢¥ yo a ellos a quedarse», rebatid. Otras veces hacia alguna cosa rara para que le preguntasen «zQué haces?» y dar una respuesta que Ya traia pensada. Le salié- mal, sin embargo, con Platén: entré, en efecto, en el jadi de la Academia y se puso a patear los arriates y las flores; mas comoquiera q Platon se guardase muy bien de darle pie con la pregunta, tuvo que ser él mismo el que adelantase la respuesta preparada: «Pisoteo la vanagloria de Platén», {que al fin acabé por ser él el que le diese pie a Platén para aquella respuesta me- morable: «Oh, Didgenes, ti pisas una vanagloria con otra vanagloria». La otra cos. que Freud no supo advertir en su tratado es la instantaneidad caracteristica del chiste. El rasgo de instanteneidad queda muy bien recogido en castellano con e empleo de la palabra golpe («Has tenido un buen golpe») para el chiste, lo mismo que en italiano con battuta («Bella battutals). Y, atin més, del ocurrente para el chiste se suele decir que tiene chispa», zy hay cosa mis instantinea que la chispi? Pues bien, ya no sé de cuando ni de qué lectura recuerdo todavia liter mente por lo que a las dos frases directas se refiere— un chiste, barroco si los hay que bien mereceria servir de paradigma de esas dos cosas que olvidé Freud ensa tratado: la situacién de motto y la instantaneidad. Es sabido que el arzobispo de Toledo gozaba de un privilegio que s6lo compartia, por cuanto se me aleanza,con el papa o tal vez, todo lo mis, con algtin otro arzobispo de otra sede de importan cia comparable: el de poder castrar a las voces blancas que pareciesen muy sobre- salientes en los cAnticos de la catedral, a fin de no perderlas con la muda. Pasba pues, uno de estos castrados, ya todo un mozanc6n, por delante del chisc6n deun zapatero judio, que estaba a su tarea, cuando, en esto, levanta el judio la cabeza y¥i y le dice: «:Cémo le va a vuestro gavikin sin cascabeles?»;a lo que el mozo, const voz atiplada,le replica: «ZY al vuestro sin caperuza?». Creo que es ocioso encarecet 436 aqui el rasgo de motto, sea de réplica feliz a unas palabras agresivas;y en cuanto al de instantaneidad, la respuesta es literalmente una volea, un contragolpe sin dejar rebotar. El no dejar rebotar es aqui exactamente no repetir la palabra gavilén sino empalmarla en el aire segiin viene y devolverla con su propio impulso mediante el lance anaférico «y al vuestro» Pero tampoco es que el barroco requiera siempre una complicacién especta- cular; puede surgir también en los mis simples recursos efectistas, como el de la sinestesia con el remate a la media ver6nica que logré Manuel Machado en aquel tun famoso pie quebrado que cerraba el poema de las ciudades de Andalucia: dos tikimas verénicas templadas y de sibito la media bien ceiiida a la cadera: «Huelv hhorila / de las tres carabelas / y Sevilla», aunque no sin un punto de tufillo re fico andaluz de «ahi queda esso» que mi gusto personal nunca ha aceptado. Laaficién, tan barroca, por la hipérbole pervive todavia —o al menos pervivia asta hace poco— en los hablares castellanos. Fue a una mujer de Jaén a la que le cide algo que viene «ello por ello», como suelen decir los extremefios,o sea muy justa y oportunamente: «Como la guanti ‘un gitano, que ni falt6 cara ni sobr6 mano»; en cuanto a los madrilefios, es notorio hasta qué punto se recrear recreaban— en hipérboles jocosas del tipo «mis estrecho que un silbido» ira sinestesia— 0 «mis simple que el mecanismo de un chupete». Pero para hi. pétbole barroca ninguna como aquella de la Iuvia, tan sali derosca, que llega a trascender el limite posible de la mera mag ha cantidad en cualidad, ya que el peso especifico, al ser una nota analitica de una sustancia material determinada, debe inscribirse en lo cualitativo. Reza asf: «Llue- ye mis que el dia en que enterraron a Zafra, que el ataid era de plomo y flotaba sobre las aguas». Virgen santisima, pues y qué aguacero tan tremendo, tan obstina- doy tan impenitente no seria el que, a despecho de toda resistencia, lograse con- rencer al plomo mismo de que es mis ligero que el agua!

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