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AUTOBIOGRAFÍA DE JOAQUÍN SABINA

…a los catorce, parece que fue ayer, el rey Melchor se lo hizo bien conmigo y me trajo por fin una
guitarra…

Aquel adolescente ensimismado que era yo, con granos y complejos, en lugar de empollar física y
química, mataba las horas rimando en un cuaderno a rayas versos llenos de odio contra el mundo
y los espejos…

El mundo, lejos de sentirse aludido, seguía girando que es lo suyo, desdeñoso sin importarle ni un
carajo mi existencia…

Y los espejos cabrones, en vez de consolarme con mentiras más o menos piadosas, me sostenían
cruelmente la mirada…

Vivía en un sitio que se llamaba Úbeda, algunas noches, mientras mis padres dormían, me daban
las diez y las once y las doce y la una, practicando con sordina en mi flamante guitarra los acordes
de blanca y radiante va la novia o iniciándome en el cursivo y noble arte de la masturbación, o
suspirando por mi vecina, una rubia de bote que suspiraba por un idiota moreno que tenía una bici
de carreras y jugaba al baloncesto…

Solo se me ocurrían tres maneras de atraer su atención, triunfar en el toreo, atracar un banco o
suicidarme, lo malo era que las tres exigían una sobredosis de valor que yo, hay de mí, no poseía…

Yo poseía mi cuaderno a rayas, cada vez más llenos de ripios contra el mundo, mi guitarra cada vez
más desafinada, y un plano del paraíso que resultó ser falso…

Y la vida previsible y anodina como una tarde de lluvia en blanco y negro, pero en la pantalla del
ideal cinema, cuando no daban una de romanos, el viento golfo de manhattan le subía la falda a la
Marilyn y era domingo y no había clase y los niños de provincia soñábamos despiertos y en
tecnicolor con pájaros que volaban y se comían el fondo, y el mundo que querían comerse los
pájaros que anidaban en mi cabeza pongamos que se llamaban Madrid…

Así que un día me subí y sin billete de vuelta al vagón de tercera de aquellos de unos de esos
sucios trenes que iban al norte me apegue en la estación de atocha y aprendí que las malas
compañías no son tan malas y que se puede crecer al revés de los adultos…

Y supe al fin a que saben los aplausos, y los besos, y el alcohol, y la resaca, y el humo, y la ceniza, y
lo que queda después de los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza, tal
vez por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo, un inventario de la duda, siete
crisantemos con espinas…

Y cuando las cartas vienen malas y amenaza tormenta y los dioses se ponen intratables y los
hoteles no son dulces y todas las calles se llaman melancolía, todavía fantaseo con debutar sin
picadores o con desvalijar sucursales de Banesto o con probar mi suerte a la ruleta rusa…
Pero ahora en lugar de tirarme las vendas de espontaneo o de escribirle una carta póstuma a
garzón o de ahorrar para una Smith and Wesson del especial, escribo en tecnicolor la canción de
las noches perdidas, para vengarme de tantas tardes de lluvia en blanco y negro, de tantos
hombres de traje gris, de tantas rubias de vote que se van con idiotas morenos que juegan al
baloncesto, de tantas bocas adorables que nunca fueron mías, que nunca serán mías…

Aquellos granos, trajeron estas cicatrices, y aquellos miuras que nunca toreé me cocieron a
cornadas el alma, pero no me quejo, tengo amigos y memoria y risas y trenes y bares y una mala
salud de hierro y un puñado de canciones recién salidas del horno que me tienden dejar metros, lo
vuelven orgulloso como padre primerizo que babea…

Y de cuando en cuando una rubia de vote me tira un beso desde el público aprovechando un
despiste de su novio, ese idiota moreno que juega al baloncesto…

Pero a qué viene todo esto, pues a que anochece y está lloviendo, y los periódicos hablan de
elecciones y yo no sabía cómo hablar de esta boca, que es desde ahora y para siempre, mas
vuestra ya que mía…

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