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OPINIÓN Y BLOGS
Caricatura satírica del semanario "La Flaca" que ironiza sobre la farsa electoral.
Entre las tantas preguntas que nos provoca hoy la crisis en Catalunya hay una que –
abandonando la intensidad de lo inmediato– nos invita a reposar la mirada en la
Historia. ¿De dónde viene y por qué se ha enquistado tanto el conflicto territorial?
En este post no pretendo viajar a los orígenes ancestrales del problema –no sabría ni
cómo permitirme esa osadía– pero sí ofreceros unos datos sobre su pervivencia en el
tiempo, que, aunque parezcan superficiales para unos, o hasta equivocados para otros,
no dejarán de despertar, al menos, una buena dosis de curiosidad.
Se trata de datos sobre el caciquismo español. Sí, el caciquismo. Ese concepto que nos
ha permitido describir de manera genérica la organización política durante el período
de la Restauración borbónica entre finales del siglo XIX y principios del XX. Un sistema
de dominación político-social basado en una maraña de complejas relaciones entre el
poder político central y las clientelas locales que sustentó el “turnismo pacífico” entre el
Partido Conservador y el Partido Liberal durante cerca de cuatro décadas, desde el
Pacto de El Pardo en 1885 entre Cánovas y Sagasta hasta la instauración de la dictadura
de Primo de Rivera en 1923.
No obstante, solemos pasar por alto que éste no se trataba de un proceso sencillo,
carente de conflicto, sino más bien –y he aquí el quid de la cuestión– de uno que debía
enfrentarse a diferentes realidades locales más o menos dispuestas a encajar el pacto
nacional. Pues, como señala uno de los historiadores más duchos en la materia –José
Varela Ortega– el pacto de la Restauración además de ser un pacto de las élites a nivel
central también lo tenían que ser a nivel local. Y, como es lógico, cada medio social
podía reaccionar de forma diferente a dicho encaje. Es por eso que Javier Tusell –otro
gran estudioso del caciquismo español– señalaba que las elecciones durante este
período, a pesar del encasillado, testimonian la complicada relación entre unos
intereses clientelistas locales y el poder central.
Unos datos que muestren variación en cuanto a esas dificultades para encajar las
imposiciones del poder central podrían ayudarnos no tanto a rastrear los orígenes del
conflicto territorial pero si a dar cuenta –si es el caso– de las fricciones existentes entre
las élites centrales y las locales a principios de siglo, así como –quizás– su relación con
la actualidad.
Esos datos, os propongo, son los que podemos obtener gracias a una particular regla
introducida en la reforma electoral de 1907 –hace 110 años–, también conocida como la
“Ley Maura” en honor a su promotor. El artículo 29 de la misma establecía que en
aquellos distritos electorales en donde el número de candidatos no superase al números
de actas en liza no sería necesario realizar las elecciones. Es decir, que el candidato que
no tuviese contrincante, pues, quedaría proclamado sin elección.
GráTco 1
GráTco 2
¿Existe alguna relación empírica entre la variación territorial de esta medida de falta
de competitividad a principios del siglo XX con las preferencias territoriales actuales?
Veámoslo.
GráTco 3
Las sorpresas aparecen cuando observamos la correlación entre estas dos variables tan
distanciadas en el tiempo: las preferencias actuales sobre el modelo territorial con
nuestra aproximación de caciquismo –o de docilidad local ante el poder central–, esto
es, la aplicación del artículo 29 por el cual se eludía la competición electoral.
GráTco 4
Seguramente pueda argumentarse que aquí hay correlación pero no causalidad. Que
seguramente exista, al menos, una variable omitida que explique el porqué de algunos
territorios con más o menos resistencia a la supresión de la comeptición electoral, y que
sea ésta en realidad la que nos explique las preferencias actuales sobre la organización
territorial. También podría argumentarse que de la misma forma que encontramos una
asociación con las actuales preferencias territoriales podríamos encontrala con otras
variables que reflejen valores conservadores o, incluso, el voto a partidos de derechas.
Y que, por tanto, el acento puesto en la cuestión territorial no se justifica.
Ante estos argumentos yo solo podré alzar las manos y asentir con la cabeza. Pero estos
no harán más que sugerir la idea de que los parámetros que explicaban el caciquismo
hace 110 años nos siguen hoy marcando el paso. De una u otra forma, habrá valido la
pena echar un ojo atrás para reflexionar. Escapando, aunque sea por un rato, de la
dictadura de lo inmediato.
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NOTAS
[1] Es importante señalar que una interpretación unívoca del artículo 29 no sería del
todo correcta. En un texto de 1970, Javier Tusell llamaba la atención sobre este aspecto,
señalando que el artículo 29 también se empleaba para la elección de personajes
políticos de ámbito nacional, para la promoción de políticos de segunda fila o para la
llegada de notables a las instituciones políticas. No obstante, tanto Tusell como otros
estudiosos de las elecciones en el período de la Restauración coinciden en identificar la
aplicación del artículo 29 como un reflejo de la escasa competitividad electoral en el
distrito, o de la docilidad del territorio a las voluntades del Ministro de Gobernación.
Véase: Tusell (1970) “Para la sociología política de la España contemporánea: el impacto
de la ley de 1907 en el comportamiento electoral”. Hispania 30: 571–631.
[2] Los datos sobre las actas conseguidas con arreglo al artículo 29 de la ley electoral del
1907 han sido obtenidos del Archivo Histórico de Diputados (1810-1977) del Congreso de
los Diputados (España).
GráTco (extra)
12/11/2017 - 19:01h