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LA GRATITUD DE UNA RATITA

Un león dormía la siesta en la sabana africana, cuando pasó por allí


una ratita. Confundiendo la melena de león con hierba, la ratita
trató de abrirse paso entre ella.

-¿Quién interrumpe mi siesta? -rugió el león, agarrando a la ratita


con una de sus enormes zarpas.

-¡Vaya! ¿No es más que un ratón? Justo lo que más me apetece


comer hoy.

La ratita gritó y pidió clemencia de rodillas:

-León, por favor, perdóname la vida. Mis siete hijos esperan mi


regreso.

-¿Tienes siete hijos? -preguntó el león.


-Sí. Una ratita diminuta como yo no será bastante para satisfacer tu
hambre. Si me perdonas la vida, prometo devolverte el favor.

-¡Ja, ja! ¿Dices que me devolverás el favor si te perdono la vida? ¿Y


cómo puede un animal tan pequeño como tú devolverme el favor?
-preguntó el león.

Finalmente dejó libre a la ratita pensando en sus hijos.

-Gracias, león. Te compensaré por esto, te lo aseguro -exclamó la


ratita agradecida.

Varios días después, el león, despertándose de una siesta, salió de


cacería muy hambriento.

-Sniff, sniff. Huelo a algo bueno -se relamió.


Siguió el rastro del olor y encontró un tentador trozo de carne
sobre el suelo.

¡Vaya golpe de suerte!. pensó el león.

Se aproximó a lo que tenía que haber sido su almuerzo, cuando de


pronto cayó en la red de una trampa.

El león rugió y luchó con desesperación, pero no pudo salir de la


red.

-¡Que verguenza! Por culpa de mi glotonería al tratar de comerme


la comida de alguien, ahora estoy atrapado.

Por mucho que lo intentaba, no podía escapar. Entonces, la ratita a


la que había perdonado la vida unos días antes, se acercó a él con
sus hijos.
-¡León! Déjame devolverte el favor que te debo. Ahora me toca a
mí salvarte la vida.

La ratita agarró la red y empezó a roerla con sus fuertes dientes.


Pidió a sus hijos que hiciesen lo mismo.

Los ratoncillos, que miraban al león aterrorizados, cogieron la red


enseguida y comenzaron a roerla ellos también.

-¡Daos prisa! Los cazadores se acercan -dijo la madre.

Los cazadores, con armas en la mano, ya se veían a lo lejos cuando


la red se abrió y el león cayo libre al suelo.

-Gracias ratita. No esperaba que un animal tan pequeño como tú


me devolviera el favor. Siento mucho haberte menospreciado -dijo
el león, y se marchó a toda prisa.

ANGELITA MARQUEZ SANCHEZ

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