Está en la página 1de 100

DRA

Hacia un
Modelo
Integral de la
Personalidad

Después de todo, ¿quién es


el ser humano?
FT
Martín A. Villanueva Reinbeck

FastPencil
DRA
Copyright © 2013 Martin A. Villanueva Reinbeck

FastPencil
307 Orchard City Drive
Suite 210
Campbell CA 95008 USA
info@fastpencil.com
(408) 540-7571
(408) 540-7572 (Fax)
http://www.fastpencil.com

This work is licensed under the Creative Commons Attribu-


tion-Noncommercial-No Derivative Works 3.0 United States
License. To view a copy of this license, visit http://creative-
commons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/us/ or send a letter to
Creative Commons, 171 Second Street, Suite 300, San Fran-
cisco, California, 94105, USA.

The Publisher makes no representations or warranties with


respect to the accuracy or completeness of the contents of
this book and specifically disclaim any implied warranties of
merchantability or fitness for a particular purpose. Neither
the publisher nor author shall be liable for any loss of profit or
FT
any commercial damages.

Printed in the United States of America.


Primera Edición - Grupo EPSI UBA Edición
DRA
Tabla de contenidos
capítulo 1 Introducción ............................................ 1
capítulo 2 El Ser y el Ser en el Mundo ...................... 23
capítulo 3 Desarrollo “Normal” de la Personalidad
FT en las Primeras Etapas de la Vida ............. 45
FT
DRA
DRA
1
Introducción

Desde que el hombre tomó conciencia de su existen-


cia, es decir, desde que se le puede considerar verda-
deramente humano, hace ya muchos miles de años,
se ha cuestionado sobre su propia naturaleza, su
identidad real y su relación con el universo en que vi-
ve. ¿Quién o qué es el hombre? ¿Quién o qué soy yo
en verdad? ¿Qué hago en este mundo?
FT
Son múltiples las respuestas que el ser humano ha tra-
tado de dar a esta cuestión fundamental: religosos, místi-
cos, filósofos, antropólogos, sociólogos, médicos y psicó-
logos se han ocupado del tema y con frecuencia han lle-
gado a conclusiones aparentemente opuestas. Pero esta
divergencia de opiniones no sólo ha sucedido entre las
diferentes disciplinas del conocimiento; dentro de la
misma Psicología existen tantos y tan distintos puntos de

1
2
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

vista, que es común que el estudiante abra los libros sólo


para encontrarse con contradicciones.
Los psicoanalistas rechazan la “superficialidad” de los
conductistas, quienes a su vez repudian las aseveraciones
“sin fundamento científico” que hacen los primeros; los
psicólogos cognoscitivistas ridiculizan los esfuerzos “sen-
timentales” de los que han adoptado un marco existen-
cial-humanista, y éstos a su vez deploran la “frialdad de
los demás”. Esta situación hace que el campo de la Psico-
logía de la Personalidad parezca un verdadero campo de
batalla intelectual y que el estudiante se pregunta (¡si se
atreve!) “quien tiene la razón”.
Aparentemente, las aportaciones de los creadores y se-
guidores de cada teoría son contradictorias e incompati-
bles con las otras. Algunos enfoques (como el psicoanalí-
tico) estudian al individuo hasta cierto punto aislado del
medio sociocultural en que vive y destacan los aspectos
inconscientes del hombre. Basándose en esto, pretenden
analizar lo que aparentemente consideran el meollo del
FT
ser humano: los impulsos o pulsiones reprimidas, que
manejan a cada individuo hasta que éste no las hace
conscientes. Su meta es descubrir lo más “profundo” en
el hombre, por lo que quizá podríamos representar gráfi-
camente estos enfoques como un triángulo que apunta
hacia abajo (fig. 1).
Por otro lado, otras corrientes (como el conductismo
y el aprendizaje social) ven al hombre como un producto
DRA Introducción 3

de los reforzamientos y castigos, extinciones, modela-


mientos y otros factores ambientales; desdeñan el estu-
dio de los aspectos inconscientes del individuo y consi-
deran que el propósito de la Psicología debe ser estudiar
lo obvio, lo objetico y cuantificable: la conducta. Por esta
razón podríamos representar a estas corrientes como un
triángulo que apunta hacia arriba: lo consciente, lo obje-
tivo. (fig. 2).
Otras teorías (como las cognoscitivistas) ven al hom-
bre influido por su medio y prácticamente ignoran los as-
pectos inconscientes de la mente. Sus estudios están en-
caminados a descubrir todo lo que puedan sobre lo que
al parecer consideran el núcleo de cada individuo: sus
pensamientos. Estas teorías, por tanto, podrían ser repre-
sentadas como un triángulo que apunta hacia la izquier-
da (el izquierdo, aún a nivel neurológico, es el asiento de
lo racional) (fig. 3).
Finalmente, otros enfoques (como el existencial-hu-
manista) suelen aceptar la importancia de los aspectos
FT
inconscientes del ser humano, pero por lo común lo es-
tudian como una unidad separada del medio ambiente
en que se desenvuelven. Gran parte de sus esfuerzos es-
tán dedicados a la comprensión de los sentimientos,
afectos y emociones del individuo, por lo que podría re-
presentarse gráficamente como un triángulo que apunta
hacia el lado afectivo: el derecho. (fig. 4).
4
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Fig. 1. Representación simbólica de los enfoques que estudian al


individuo como una entidad separada de su cultura, cuyos
aspectos principales son los inconscientes y apuntan hacia el
FT
análisis de los impulsos profundos del hombre.
DRA Introducción 5

FT
Fig. 2. Representación simbólica de las corrientes que ven al ser
humano como el producto de sus interacciones con su medio,
estudia lo consciente y lo objetivo, la conducta.
6
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Fig. 3. Representación simbólica de las teorías psicológicas que


enfatizan la naturaleza social del hombre; que estudian los
aspectos conscientes y sus investigaciones apuntan hacia el
conocimiento y comprensión del pensamiento.
FT
DRA Introducción 7

Fig. 4. Representación simbólica de las corrientes que estudian al


hombre como una entidad relativamente independiente de su
medio ambiente, que aceptan la importancia del inconsciente y se
esfuerzan por comprender el aspecto emocional del individuo.

Por supuesto, la presentación hecha hasta aquí


FT
de las diferentes corrientes esta muy simplificada. De
ninguna manera pretendemos sugerir que los enfoques
mencionados solo se caracterizan por lo expuesto; las es-
cuelas son mucho mas complehas y los autores que las
representan con frecuencia no concuerdan en sus opi-
niones a pesar de pertenecer a la misma corriente de
pensamiento. Mas aun, existe un gran numero de ellos
que difícilmente podrían clasificarse en uno solo de los
8
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

marcos teóricos mencionados no obstante , no es raro


que el estudiante de3 las teorías de personalidad las per-
ciba en una forma similar a la aquí descrita. Ve a las dis-
tintas escuelas como incompatibles e incongruentes
unas con las otras y tarde o temprano se pregunta “¿Cuál
es la verdadera? ¿Cuál tiene la razón?”

No es raro que al comenzar un curso los


alumnos se pregunten algo asi como: “¿de que corriente
eres?; por supuesto, se refieren a si me defino como psi-
coanalista, conductista, etc. El psicólogo, según lo que
ellos piensan –y de hecho, peinsan bien-, debe definirse.
Desgraciadamente, la palabra deficinicion significa lite-
ralmente poner fin a algo, limitarlo. En la búsqueda de su
propia identidad profesional, la mayor parte de los psicó-
logos que conozco han acabado en realidad por definir-
se, por limitarse a si mismo aferrándose desesperada y te-
nazmente a la corriente que le ha sido presentada con
mayor atractivo y convicción.
FT
Eric Fromm (1955) ha expuesto en forma
brillante su tesis referente a las necesidades de un marco
de orientación e identidad. Según el, la necesidad de un
marco de orientación solo puede satisfacerse en forma
sana mediante la razón bien orientada. Desafortunada-
mente un gran numero de psicólogos han hecho caso
omiso de esta afirmación e intentan encontrar un marco
de referencia dentro de la psicología, mediante la irracio-
DRA Introducción 9

nalida: aceptando a ciegas y aferrándose a los dogmas


que le han enseñado sus profesores preferidos. No se
cuestiona si los reforzamientos en verdad son tan funda-
mentales como se afirma; no se preguntan si el superego
en realidad es lo que se dice, o si existe siquiera; no po-
nen en duda la importancia de la comprensión empática
en la psicoterapia. Sencilamente acepta lo que se les en-
seña en forma pasiva, y al cabod e los años se convierten
en profesionistas que viven aferrados a su “sagrada es-
cuela” sin haber cuestiónado lo que practican y enseñan
a sus propios estudiantes.
En esta forma la psicología continua dividida
en pequeños grupos o asociaciones que en cierta medida
están formadas por profesionistas que, habiendo acepta-
do a ciegas las “sagradas escrituras”, ni siquiera se han
atrevido a leer detenidamente y con animo positivo, a los
representantes de las otras escuelas. Esto es en verdad
irracional y absurdo pero cierto. Lo que estos psicólogos
han encontrado no es un marco de orientación profesio-
FT
nal autentico, sino una “tabla de salvación” que lo prote-
ge de la desorientación y la necesidad de pensar por sí
mismo.
La necesidad de identidad, según Fromm,
solo puede satisfacerse sanamente mediante la inviduali-
dad: reconociendo de que “yo soy yo y nadie mas”; pero
muchos profesionistas de la psicología intentan satisfa-
cerla por medio de la “conformidad gregaria”; se unen a
10
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

un grupo que los hace sentir que son “alguien” dentro de


la profesión; pero, ¿Quién es ese alguien? Un títere del
grupo, un miembro fiel pero irracional de la organiza-
ción. Lo que estos psicólogos han encontrado no es la sa-
tisfacción de su necesidad de identidad como profesio-
nista, sino una forma de escapar de su libertad para ser
ellos miso, están aterrados por el compromiso que impli-
ca ser individuales y únicos y huyen desesperadamente
de su realidad.
Este libro no está escrito para ese tipo de
individuos; es para personas que son lo bastante valien-
tes como para enfrentarse a la duda; que se atreven a
pensar por ellas mismas en una forma racional y a ser in-
dividuales. Si Ud. No es así, si considera que ya sabe cuál
es la vedad absoluta sobre el hombre, entonces cierre es-
te libro y jamás lo vuelva a abrir. Pero si aun se atreve a
dudar u a pensar por Ud. Mismo, quizá pueda encontrar
en estas páginas algún material que alimente su razón y
lo ayude a llegar a sus propias conclusiones. De ninguna
FT
manera pretendo que Ud. Este desacuerdo con mi actual
(pero creciente) punto de vista sobre el ser humano; so-
lo lo invito a ser lo bastante valiente como para cuestio-
narse los dogmas que con frecuencia se enseñan como
verdades reveladas en las escuelas psicología.
Según Piaget (1964), el pensamiento de los
niños menores de siete u ocho años se caracteriza por lo
que él llama “centracion”. No es el momento de discutir
DRA Introducción 11

si ese concepto es válido o no lo es; lo importante es que


sirve para ilustrar como piensan parte de los psicólogos
modernos. Cuando a un niño que todavía no supera el
periodo de centracion se le pide que describa un objeto
que tiene frente a si, como lo vería alguien situado en el
lado opuesto, es incapaz de hacerlo; no puede “ponerse
en el lugar del otro”; no le es posible imaginar cómo ve-
ría el objeto una persona que estuviera en el lado contra-
rio al que él está con respecto al mismo. El único punto
de vista valido para él es el suyo; todos los demás no
cuentan.
Es mi opinión que los fanáticos de cualquier
teoría psicológica se semejan muchísimo al niño en esta
etapa del desarrollo cognoscitivo. Afirman que la única
forma correcta en que pude verse al hombre es como
ellos lo hacen, y por lo menos desprecian las opiniones
de personas que han dedicado su vida entera a compren-
derlo mejor desde otro Angulo. Es una verdadera lástima
que suceda, pero es necesario reconocerlo para pode
FT
trascender esta situación lamentable.
Es irónico, por otro lado, que los mismos
psicólogos que resaltan la importancia de la apertura y
flexibilidad ante sus pacientes, no pocas veces son los
que más tenaz e irracionalmente se aferran a sus ideas.
Esta es una de las mayores incongruencias con que nues-
tra disciplina debe enfrentarse.
12
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Hemos visto como algunas corrientes


psicológicas de la personalidad le dan una importancia
central a los impulsos y pulsiones para poder entender al
ser humano, en tanto que otras consideran que lo funda-
mental para llevar a cabo esta tarea es el análisis de la
conducta; algunas escuelas estiman que el pensamiento
y los procesos cognoscitivos son la base para compren-
der al hombre, mientras que otras resaltan los sentimien-
tos, las emociones y los afectos.
La pregunta sobre cual tiene la razón es
completamente absurda; el ser humano presenta todos
esos aspectos y cada uno se relaciona con los demás en
forma reciproca. El fenómeno humano es un todo una
configuración, una estructura dinámica y global: una
“Gestalt”. No es posible ni siquiera determinar cuál de
los factores es el primordial o la causa fundamental que
“determina” a los otros. Las emociones, los pensamien-
tos, las pulsiones, y la conducta están interrelacionados
formando una Gestalt, y si extraemos del todo una de sus
FT
partes, deja de ser lo que es.
Si un individuo se siente deprimido, piensa
que la vida es despreciable; pero si piensa esto, se depri-
me aún más, ¿cuál es la “causa” de cuál? Es imposible de-
cirlo. Si se comporta en una forma desanimada y desga-
nada, los demás tienden a rechazarlo y ello le provoca
impulsos agresivos hacia ellos; pero sino los externaliza,
los impulsos hostiles se vuelcan contra el mismo y se
DRA Introducción 13

siente más deprimido y actúa como tal; ¿Cuál fue la cau-


sa y cual el efecto? Estas preguntas son tan ridículas co-
mo la del huevo o la gallina. El fenómeno humano es un
todo en el que cada una de las partes interactúa con las
demás y las determina.
A pesar de lo dicho, las diversas corrientes
dentro de la psicología tienden a ver un solo aspecto del
hombre, como si este fuera realmente divisible en sus
“partes”. Su división esta polarizada: ven conductas o im-
pulsos; emociones o pensamientos; ven al hombre como
parte de un contexto sociocultural o un individuo aislado
o independiente como un ente consciente o un obscuro
ser lleno de estructuras inconscientes.
Para entender al ser humano se aferran al
polo que consideran “positivo” y se desconectan en los
demás; pero como es bien sabido, cuando cortamos el
polo “negativo” de una lámpara esta se apaga en el acto.
De hecho, como veremos en este libro todo depende de
su opuesto y solo mediante la integración de los contra-
FT
rios podemos encontrar la luz y la iluminación, tal como
se crea la vida humana solo cuando los eventos se unen
cuando el hombre y la mujer se hacen “una sola carne”.

El propósito de esta obra es mostrar que los


enfoques que aparentemente son contradictorios e in-
compatibles, no lo son en realidad; que no solo tienen
mucho en común, sino que se complementan mutua-
14
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

mente en una forma fascinante que nos puede hacer ver


al hombre de una manera por completo nueva y diferen-
te (ver fig. 5).

FT
Fig. 5 Representación simbólica de la integración de los
principales enfoques de la teoría de la personalidad. Se re-
presenta al ser humano como una integración de su conduc-
ta, sus impulsos o pulsiones, sus emociones y afectos y sus fa-
cultades cognoscitivas; más aun, se toman en cuenta sus as-
pectos conscientes e inconscientes y se presenta como una en-
tidad individual pero que al mismo tiempo forma parte de
DRA Introducción 15

un contexto sociocultural. No obstante, hay muchos espacios


negros que simbolizan todo aquello que aun tiene que descu-
brir el hombre sobre sí mismo. El centro negro simboliza que
la esencia de lo que el ser humano es, siempre será una incóg-
nita irresoluble a nivel intelectual, pues está más allá de la
comprensión y la descripción.

En este escrito pretendo mostrar que la inte-


gración de los distintos puntos de vista sobre el ser hu-
mano no solo es posible, sino necesaria para el desarrollo
de la psicología de la personalidad y de nuestra com-
prensión del hombre. Debo resaltar que el punto de vista
presentado en este volumen de ninguna manera preten-
de ser la última palabra. Solo se puede considerar como
una invitación al pensamiento integrativo. Falta mucha
investigación seria que relacione los conceptos de distin-
tos marcos teóricos; esta obra es también una invitación
para que los psicólogos se esfuercen por encontrar, por
medios empíricos, como puede mejorarse y ampliarse
FT
del modelo integrativo.
Mi visión del ser humano no es estática, sino
cambiante y fluida. Cada experiencia, cada vivencia, cada
encuentro con el hombre y conmigo mismo; cada libro
que tomo en mis manos me hace enriquecer mi punto de
vista. Siento con sinceridad que al escribir estas páginas
he encontrado múltiples valores y que mi comprensión
se ha enriquecido muchísimo; he visto al ser humano
16
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

desde un Angulo nuevo para mí; mi perspectiva ha cam-


biado y mi horizonte se ha ampliado indescriptiblemen-
te.
En realidad, espero que mi comprensión siga
enriqueciéndose sin cesar.

Este libro es solo parte de lo que hasta hoy he


aprendido de los grandes maestros (desde Freud y Klein
hasta Buda y Lao-Tse) y mis pacientes, alumnos, profe-
sores, amigos y de mi mismo; mucho se ha quedado sin
escribir y mucho mas, lo esencial, no podre ser escrito
por ser completamente inexpresable. No obstante, con-
fió en que conforme continúe madurando, mi visión del
hombre se vaya ampliando indefinidamente. ¡Hay tanto
que aprender…!
Una antigua leyenda oriental cuenta que cinco
ciegos que ignoraban lo que era un elefante, de repente,
caminando por la selva, se encontraron con uno. El pri-
mero se topo con una pata y se convención de que el ele-
FT
fante era un gran tronco de árbol, y anda más que eso; el
segundo se encontró con la cola y llego a la conclusión e
que el animal era realmente una larga y delgada lombriz;
el tercero toco la oreja del paquidermo y no le quedo la
menor duda de que se trataba de la enorme hoja de una
planta desconocida; el cuarto hallando la trompa pensó
que el elefante era una gran boa; por último el quinto
ciego subió al tronco del animal y concluyo que este era
DRA Introducción 17

en realidad un pequeño monte. Obviamente, todos los


hombres de la leyenda tienen algo de razón, pero tam-
bién están equivocados. Los cinco ciegos cometieron el
error de pensar que su descripción era la verdad absoluta
del elefante: cada uno creía que el animal era en realidad
un tronco de árbol, una boa, etc.; y nada más que eso. La
pata del elefante parce como si fuera un tronco de árbol
pero es mucho más que eso. Algo similar sucede a los
psicólogos cuando tratan de decidir que es el ser huma-
no; tomando su impresión no solo como absolutamente
real, sino como la única. Sino estamos conscientes que el
hombre no es en esencia lo que nos parece, podemos lle-
gar a conclusiones tan absurdas como la de los ciegos de
la leyenda. Más aun, sino tomamos en cuenta este hecho,
aun integrando los distintos puntos de vista llegaremos a
conclusiones equivocadas.
Es fundamental tener en mente lo que
Allport (1968) nos ha enseñado sobre el “realismo heu-
rístico”. Las descripciones que hagamos sobre un indivi-
FT
duo o el hombre en general tienen que ser tomadas co-
mo si fuera reales, pero no podemos afirmar con certeza
absoluta que nuestras observaciones son idénticas a
nuestro objeto de estudio: nosotros mismos; solo pode-
mos describir la personalidad en un lenguaje figurado,
pues no nos es posible afirmar o definir lo que el hombre
es, sino lo que parece ser.
18
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

En nuestro esfuerzo por comprender la


realidad somos algo así como un hombre que trata de
entender cómo funciona un reloj encerrado en su caja.
Ve la esfera, las agujas que se mueven y hasta puede ser
que escuche su tic tac, pero no tiene los medios para
abrir la caja. Se trata de un hombre de ingenio, puede
formarse una idea del mecanismo de todas las cosas que
está viendo; pero nunca podrá estar seguro de que el mo-
delo, la imagen que se formo en su mente sea la única ca-
paz de explicar las cosas que está observando. Nunca es-
tará en condiciones de comparar el mecanismo real con
la imagen que él se ha formado y ni siquiera imaginar las
consecuencias de tal comparación.
La afirmación citada fue hecha no con
respecto al ser humano, sino refiriéndose a la realidad fí-
sica. Fue Albert Einstein (citado por zukav, 1979, pági-
nas 29 y 30) quien la hizo y si esto se afirma sobre una de
las “ciencias exactas” ¡Cuánto mas no podrá aplicarse a la
psicología! El ser humano no es ni tiene realmente un su-
FT
perego, un Id o un ego, ni un conjunto de rasgos cardina-
les, centrales y superficiales, ni un sí mismo idealizado,
etc. El hombre no es ni tiene todos esos; más bien parece
como si todo ello fuese verdad, pero la verdad es una in-
cógnita.
Por otra parte, es indispensable reconocer y
recordar constante que aunque fuera posible tomar en
cuenta todas las teorías de la personalidad han descu-
DRA Introducción 19

bierto hay muchísimo más que falta por descubrir y reco-


nocer: hay algunos vacios que quizá puedan llenarse con
nuevos descubrimientos e investigaciones serias; sin em-
bargo la esencia, el meollo del ser humano, no puede es-
tudiarse ni describirse, pues se encuentra más allá de to-
da descripción y comprensión. Esto lo veremos mayor
detalle posteriormente, pero desde el principio de nues-
tro estudio es importante tenerlo en mente. Solo recono-
ciendo y aceptando nuestras inmensas limitaciones po-
dremos conservarnos abiertos para descubrir lo nuevo y
lo maravilloso en la incógnita que cada hombre repre-
senta.
Una observación más. Todo lo dicho en este
libro se refiere al ser humano en forma global, pero eso
no quiere decir que pueda aplicarse a cada individuo.
Todos y cada uno de nosotros compartimos con los de-
más una misma naturaleza humana, pero esta se mani-
fiesta en forma diferente en cada quien; por eso no pue-
de menos que subrayarse la importancia de evitar gene-
FT
ralizaciones absurdas que algunos fanáticos de las teorías
de la personalidad pretenden hacer. Las etapas del desa-
rrollo, por ejemplo, son abstracciones, generalizaciones,
pero es imposible afirmar que todos y cada uno de los se-
res humanos de todas las culturas y las épocas atraviesan
por las mismas. Aunque la esencia humana la comparti-
mos con todos, las formas en las que puede manifestarse
son en realidad infinitas e impredecibles. Si estas es una
20
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

conclusión a la que los científicos que estudian la física


moderna (la mecánica cuántica) han llegado después de
muchos siglos de experimentos cuidadosos, ¿Por qué los
psicólogos no somos lo suficientemente humildes para
reconocer lo mismo?
Respeto profundamente a todo hombre que
busca con sinceridad la verdad; por eso respeto a todos
los creadores de las teorías de la personalidad menciona-
das en este libro; pero también a los creadores de las que
no han sido incluidas; he procurado propone un modelo
de la personalidad que integren las principales aportacio-
nes de los enfoques con los que estoy más familiarizado,
pero esto no quiere decir que cada teoría ha sido incluida
tal y como fue propuesta por su autor. En realidad ha ha-
bido muchas modificaciones, pero la esencia ha quedado
intacta. Por otro lado, muchas son las teorías que no he
incluido en esta integración; esto no significa que me-
nosprecie sus aportaciones. La única por lo que no lo he
hecho es quizá, por ignorancia; ¡jamás por desprecio!
FT
La incógnita del hombre representa, para el
mismo, una invitación a la exploración y a la investiga-
ción honesta y abierta; pero constituye al mismo tiempo
un reto para enfrentarse con la más grandiosa de las
aventuras: el conocimiento de si mismo. En este libro
abordo esta aventura en cinco pasos. En primer lugar, y
como punto de partida, he tratado de exponer muy bre-
vemente la naturaleza del ser y del ser en el mundo, re-
DRA Introducción 21

saltando en especial los atributos existenciales del hom-


bre. Segundo, he recopilado las principales contribucio-
nes de diversas teorías del desarrollo “normal” del ser
humano desde su nacimiento hasta antes de la adoles-
cencia. En tercer lugar expongo con mas detalles los fac-
tores eugénicas y patogénicos que pueden influir en este
periodo sobre la personalidad humana. La cuarta parte
del libro está dedicada al estudio de las etapas del desa-
rrollo desde la adolescencia hasta la muerte del indivi-
duo y se encuentra organizada según los atributos exis-
tenciales, las necesidades emocionales, los conflictos y
las distintas soluciones para estos conflictos que el ser
humano suele encontrar en su camino. Por último, la
quinta parte de esta obra trata de exponer los mayores
logros del hombre: la autorrealización y la plenitud abso-
luta.

Con base en todo lo dicho hasta aquí,


podemos iniciar nuestro estudio sobre el hombre; prin-
FT
cipiar nuestra aventura. Espero honestamente que la lec-
tura de este libro resulte una experiencia tan enriquece-
dora para el lector, como lo ha sido para mí el escribirlo.
Si fuera así, no cabe duda que abra valido doblemente la
pena.
FT
DRA
DRA
2
El Ser y el Ser en el
Mundo

PARTE I: EL SER
¿Quién es el ser humano? ¿Qué es el hombre? ¿Cómo
puede definirse? Estas preguntas se las ha hecho el mis-
mo hombre desde tiempos inmemorables; probable-
mente desde que tomó conciencia de su propia existen-
cia y pudo decir “yo”; desde que el animal bruto se con-
FT
virtió en homo sapiens; desde que comió el fruto del “ár-
bol de bien y el mal” y adquirió la “sabiduría”.
A pesar de la antigüedad de estas preguntas, el
hombre, como dice Alexis Carrel, sigue siendo para sí
mismo la mayor de las incógnitas, y cada individuo debe
enfrentarse en su vida con el antiguo dictamen griego:
“¡Conócete a ti mismo!”
El hombre no puede definirse, pues cualquier in-
tento de definición impone necesariamente una limita-

23
24
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

ción reduccionista sobre lo definido y lo despoja de su


esencia. Ya los psicólogos de la Gestalt mostraron que el
todo es diferente a la suma de sus partes. ¿Qué es, por
ejemplo, la estrella de David? No es la suma de dos trián-
gulos y un hexágono; no, la estrella de David no es más
que eso: ni más ni menos, la estrella de David. Y al inten-
tar analizarla en sus diversos “componentes” sólo conse-
guiremos destruir su esencia. En realidad, la única forma
cómo podemos definir la estrella de David es diciendo
que es lo que es. Pues bien, algo muy similar puede de-
cirse del ser humano. El hombre es mucho más que la su-
ma de sus partes, llámese éstas “estructuras psíquicas”,
“rasgos”, “factores de la personalidad”, “arquetipos” o
“conductas condicionadas”. El ser humano es mucho
más complejo que todo esto; es una integración, un pro-
ceso dinámico y cambiante que interactúa constante-
mente con su medio físico y social y lo transforma.
Recordando a Assagioli (1965) puedo afirmar co-
mo todo ser humano que yo, en esencia, no soy mi cuer-
FT
po, pues lo puedo dirigir hacia donde me place, y por
tanto yo tengo un cuerpo, no soy mi cuerpo. Yo tengo
pensamientos, sueños y fantasías, pero en vista de que
puedo modificarlos, dirigirlos y corregirlos, yo no soy ta-
les cosas; yo tengo sentimientos, emociones y necesida-
des de las cuales puedo estar consciente; pero si puedo
concientizarme de todo ello y reaccionar de forma selec-
tiva antes mis emociones y necesidades, entonces yo soy
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 25

esencialmente algo más que éstas. Si no soy mi cuerpo ni


mis pensamientos ni mis emociones, ¿qué soy?
Lo cierto es que no puedo definirme, porque soy
Yo, en esencia, el que define y Yo, el meollo, la quintae-
sencia, el alma de mí ser, soy indivisible: soy individuo,
literalmente sin división; por lo tanto no puedo ser el de-
finidor y el definido al mismo tiempo, no puedo ser el
observador y el observado. No puedo conocer en el sen-
tido intelectual mi esencia porque mi esencia es lo que
soy, y así como el ojo no puede verse a sí mismo, por ser
el sujeto que conoce, Yo no puedo ser el objeto conoci-
do. Esto quiere decir que no tiene sentido hablar de “mi
Yo”, pues el sujeto en esa frase no puede ser otro sino
Yo, lo cual implicaría que Yo, sujeto conocedor, poseo
un Yo como objeto conocible, cosa totalmente insosteni-
ble. Yo no tengo un Yo, Soy Yo.
A ese núcleo medular que constituye la esencia del
ser, “el Yo profundo”, Frankl (1975) lo concibe como “el
centro espiritual-existencial” y afirma (págs. 30 y 31)
FT
que:
…de la misma manera que en el lugar de origen de la re-
tina, o sea en el lugar de entrada del nervio óptico, la retina
tiene su punto ciego, así también el espíritu, precisamente
allí, donde tiene su origen, es ciego a toda autocontempla-
ción y autorreflexión; allí donde es enteramente primordial,
totalmente “el mismo” es inconsciente de sí mismo. Y a él po-
dríamos aplicar lo que leemos en los antiguos vedas indios:
26
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

“Ve y no puede ser visto, oye y no puede ser oído, piensa y no


puede ser pensado”
Según la filosofía del Vedanta, ese ser esencial que
soy, el cual es indefinible e incomprensible intelectual-
mente, es el Ser por excelencia; el Ser Absoluto cuya na-
turaleza es precisamente esa: Ser. De hecho, el hombre
no puede definirse a sí mismo más que como lo hizo
Yahveh en el Éxodo de la biblia: “Yo soy el que soy… Yo
soy” (Ex. 3, 14). Pero puesto que cada uno sólo puede
definirse medularmente en esa misma forma, según la
metafísica oriental, la esencia de todo ser humano es una
misma y es una con el Ser. El meollo de lo que el hombre
es está más allá de toda descripción; para expresarlo en
términos Taoístas, “el Tao que puede nombrarse no es el
Tao verdadero”.
Por supuesto, estas enseñanzas no pueden com-
prenderse intelectualmente: trasciende todo pensamien-
to. Si un individuo ha de entenderlo tiene que vivirlo, tie-
ne que ser lo que es o, más sencillo, tiene que ser. Cuan-
FT
do un ser es en plenitud ha alcanzado lo que los hinduis-
tas llaman “samadhi”: absorción o identificación comple-
tas con el Ser; unión meditativa con el absoluto. Ha lle-
gado al “nirvana” de los budistas: el estado perfecto de
iluminación. Ha encontrado la verdadera comunión de
los cristianos, el Tao para los taoístas. Según estas doctri-
nas, cuando la persona llega a alcanzar esta iluminación
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 27

ha logrado la máxima realización del ser humano, ha lle-


gado a la plenitud.
Pero ¿qué significa “ser”? Fenomenológicamente,
ser es darse cuenta, estar consciente de que se es. Esto
significa que si yo me doy cuenta de mi propia existen-
cia, soy, existo; pero si no me percato de mí mismo, en-
tonces fenomenológicamente, no soy. La mesa sobre la
cual me estoy apoyando, por ejemplo, no tiene concien-
cia de que existe ni de que yo la estoy usando; por lo tan-
to la mesa, ante sí misma, no existe; más aún, ni siquiera
puede hablarse de “la mesa ante sí misma”, pues simple-
mente no hay ese “sí mismo” que hace que un ser sea. En
consecuencia, la mesa no es.
En la medida en que me doy cuenta de mí mismo,
en la medida en que soy consciente de que existo, soy; de
ahí que ser, existir y conciencia puedan considerarse si-
nónimos. En tanto un individuo se da cuenta de que es
humano lo es, pero en la medida en que vive inconscien-
temente, sin percatarse de la maravilla indescriptible que
FT
es en esencia, no es. Ser es darse cuenta, es el proceso de
ser consciente, es Conciencia Viva, es Vida Consciente.
Si lo que Yo soy es el que soy, eso que soy es la
existencia, es Vida y Conciencia, y Eso, no puede descri-
birse; simplemente Es, y eso que Es soy. Tal es el signifi-
cado del antiguo mantra que los grandes maestros del
Yoga han repetido por siglos en sus meditaciones: Yo
Soy Eso, ¡ham-sa!
28
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Al parecer, durante las experiencias cumbre descri-


tas por Maslow (1964) y William James en 1902, ocu-
rren breves encuentros con nuestro Yo esencial, con la
Vida que somos en el fondo. Estas experiencias pueden
considerarse como estados mixticos caracterizados por
sentimientos de que un horizonte sin límites se abre ante
los ojos; no obstante, estas vivencias son indescriptibles,
iluminadoras, transitorias e incontrolables por la volun-
tad.
Nada de lo que pueda decirse sobre el ser humano,
ninguna teoría, ninguna investigación, ningún sistema fi-
losófico puede realmente alcanzar el meollo o la esencia
del ser. Esta se encuentra más allá de cualquier pensa-
miento o concepto: “el Tao que puede nombrarse no es
el Tao verdadero”. La comprensión de la esencia huma-
na debe alcanzarse viviéndola, no estudiando Psicología
ni Filosofía, ni nada que se le parezca. No se encuentra
en los libros; está dentro de cada uno.
Hemos visto que la esencia del ser no puede des-
FT
cribirse, pero esto no significa que no pueda estudiarse el
camino que lleva al hombre a descubrir por sí mismo su
Yo profundo, así como los obstáculos que con frecuencia
se lo impiden. Este libro puede considerarse, si así lo de-
sea el lector, el estudio de tal sendero: la vida humana.
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 29

PARTE II: EL SER EN EL MUNDO


A pesar de que la naturaleza primordial del hombre,
del ser, no puede describirse, una cosa es indudable: ese
ser está en el mundo y constantemente interactúa con él
y lo modifica. Su mera presencia altera su medio ambien-
te del que forma parte inseparable.
Al percatarse de su propia existencia, el ser huma-
no forzosamente se da cuenta del medio ambiente en
que vive. De hecho se puede percatar de su propia exis-
tencia sólo cuando es consciente de él mismo como una
entidad separada del resto de la creación. Pero así como
el fondo es indispensable para que aparezca la figura, del
mismo modo el mundo es esencial para que el ser surja.
El fondo depende de la figura tanto como ésta depende
del primero; así sucede también con el ser humano: para
ser requiere del mundo psicológico del que se diferencia,
y este mundo psicológico requiere, para su existencia, del
ser que es consciente. Todo esto puede parecer difícil al
principio, pero conforme vayamos avanzando se aclarará
FT
poco a poco. Por ahora nos basta saber que psicológica-
mente, el hombre y su mundo son inseparables, por lo
que la forma más completa de entenderlo es viéndolo co-
mo el proceso de ser en el mundo, o en términos de Boss
(1963), “dasein”.
El ser en el mundo se caracteriza por ciertos atri-
butos inalienables al mismo. Estos atributos existencia-
les, que son parte ineludible del ser en el mundo, parten
del hecho de que le hombre se da cuenta de su propia
30
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

existencia y puede decir, “vivo”. De esta capacidad para


tomar conciencia de sí mismo, que es el meollo del ser
en el mundo, se desprenden las propiedades existencia-
les u ontológicas descritas por los existencialistas (como
Bugental, 1965, y Yalom, 1980).
El decir “yo soy yo”, el poder tomar conciencia de
la propia existencia lleva implícitamente una serie de
consecuencias que son el núcleo del conflicto existencial
del ser humano. El decir “yo soy yo” implica tener que
enfrentarse con la propia fragilidad, desamparo y morta-
lidad; implica verse forzado a reconocer la soledad y el
aislamiento propios de la individualidad; implica con-
frontar la libertad y la responsabilidad de la propia exis-
tencia. Cuando un ser dice “yo soy yo” se ve forzado a
reconocer,
Soy mortal e indescriptiblemente frágil, débil, limitado y
desamparado. Soy un punto invisible en un pequeño plane-
ta, en el que sólo alcanzaré a dar un número insignificante e
incierto de vueltas diminutas alrededor de una estrella ena-
FT
na perdida entre más de cien millones de estrellas, que for-
man una de las cien mil millones de galaxias que flotan en la
inmensidad del espacio girando en la eternidad del tiempo.
Mi vida es frágil y efímera y sé que puedo perderla sin el me-
nor aviso; estoy condenado a muerte y sé con absoluta certe-
za que mi condena se cumplirá. Esta mano tibia y flexible
que hoy detiene con firmeza un papel o un libro, un día esta-
rá tiesa y helada; no me cabe la menor duda. Ignoro cuándo
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 31

moriré, pero que tendré que pasar por esa puerta, eso no está
en tela de juicio. Moriré y el mundo seguirá girando como
hasta ahora, los niños jugando y los enamorados tomándose
de las manos.
Soy insignificante, pero paradójicamente soy
único e irrepetible; soy el ser más importante que ha existido
y existirá en la historia del universo entero para mí. Soy
grandioso y lleno de riquezas nuevas e inigualables. Y preci-
samente por ser único e irrepetible, por ser individual, estoy
sólo en la inmensidad del espacio de la vida. Mi mundo es
mi mundo y jamás alguien lo ha visto ni lo verá como yo, ni
podrá entenderlo como yo lo hago, ni sentirlo como yo lo
siento. Estoy separado del resto de la creación por mi indivi-
dualidad, pero paradójicamente soy parte integral de ella.
Soy parte del universo y mi presencia hace una
diferencia, por mínima que ésta sea. Mi vida es mi vida y
precisamente por eso soy responsable del sentido que dé a mi
existencia. Los caminos que tome serán mis caminos y sólo
yo podré responder por haberlos elegido, pero, paradójica-
FT
mente, soy tan limitado que mi existencia está influida por
un sinnúmero de factores incontrolables, impredecibles e in-
comprensibles. Y es precisamente por ello que tengo que ele-
gir y soy libre.
Mi vida no es más que mía, y soy responsable por
ella justamente porque puedo elegir el curso que dé mi exis-
tencia sobre este mar de corrientes inciertas: soy libre para
dar un significado a mi existencia o destruir mi vida sobre
32
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

esta tierra, enriquecerla o destrozarla, pero, paradójicamen-


te, no puedo renunciar a mi libertad: soy esclavo de ella.
La característica existencial de fragilidad, impoten-
cia, desamparo y mortalidad es la ineludible. No hace fal-
ta recalcar lo que las noticias diarias nos dicen a gritos:
estamos expuestos constantemente a la tragedia y la
muerte; amenazados por el no ser en el mundo, la des-
trucción del dasein que somos. Diariamente tenemos
noticia de personas que mueren en forma repentina y de
igual modo sufren tragedias impredecibles. Lo que pue-
de hacer aterrador todo esto es lo que sabemos sin duda
que algún día será nuestro último día y que aunque igno-
ramos si esa jornada final será hoy, mañana o en un futu-
ro muy lejano, tenemos conciencia de que nos enfrenta-
remos con ese obscuro mundo de lo absolutamente des-
conocido. Nuestra incalculable pequeñez nos hace estar
expuestos a lo impredecible, que si lugar a dudas puede
ser aterrador.
Nadie puede asegurar que mañana no habrá algún
FT
cambio terrible en su vida; vamos, ni siquiera puede ase-
gurarlo con respecto a hoy mismo. Esto es precisamente
una de las fuentes de la angustia ontológica: la angustia
de fragilidad y mortalidad, que en última instancia es la
angustia de extinción, de no ser. Esta es una consecuen-
cia natural de ser en el mundo, que es ser consciente de
la propia contingencialidad, destructibilidad; en una pa-
labra, de la propia humanidad.
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 33

Otra fuente de angustia ontológica es nuestra sole-


dad y aislamiento existencial. Como lo han mostrado di-
versos autores – Fromm (1941, 1955), Moustakas
(1972), Frankl (1946), Yalom (1980), y otros – la indi-
vidualidad del hombre tiene como precio la soledad. Las
experiencias y vivencias de cada ser humano son única-
mente suyas y nadie puede realmente comprenderlas co-
mo él; cada uno nace solo, vive solo y muere solo: todo
ser humano es solo.
Tu vida, hermano mío, es una morada solitaria separada
de las vivencias de los demás hombres. Es una casa en cuyo
interior no puede penetrar la mirada del vecino. Si se hun-
diese en las tinieblas, la lámpara de tu vecino no podría
alumbrarla. Si estuviese vacía de provisiones, no podrían lle-
narla las despensas de tus vecinos. Si estuviese en un desierto,
no podrás pasar a los jardines de los demás hombres, labra-
dos y cuidados por otras manos. Si se levantase en la cumbre
de una montaña, no podrías bajarla al valle hollado por los
pies de los hombres.
FT
El espíritu de tu vida, hermano mío, está asedia-
do por la soledad y si no fuese por esa soledad y ese abando-
no tú no serías tú, ni yo sería yo.
G. J. Gibran
Cuando el ser humano toma conciencia de este atri-
buto en sí mismo, aparece naturalmente la angustia de
aislamiento; el aterrador sentimiento de que nadie, abso-
lutamente nadie puede salvarnos. Alrededor de tu lecho
34
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

de muerte podrá haber muchas personas preocupadas,


pero tú y sólo tú estarás despidiéndote de este mundo;
serás tú muerte, de nadie más. De igual manera tu vida es
tu vida; tus sentimientos, tus esperanzas y tus recuerdos
son solamente tuyos.
Esta soledad existencial hace que la “realidad”
sea diferente en cada ser humano; que mi mundo expe-
riencial, fenomenológico, sea únicamente mío y que con
nadie lo pueda compartir. Según la teoría existencialista
cada individuo tiene un mundo experiencial sobre sí mis-
mo: cómo se siente a sí mismo, cómo se ve, cómo se ex-
perimenta, cómo se “vive”. Este mundo privado y total-
mente individual se denomina “eigenwelt”. También el
individuo tiene un mundo fenomenológico (de expe-
riencias muy particulares) con respecto a sus semejan-
tes: cómo los ve, cómo los siente y cómo interpreta sus
conductas y mensajes, qué emociones le provocan. Este
es el “mitwelt”. Cada individuo tiene un mundo privado
de relación con la naturaleza en general, con el universo:
FT
el mundo fenomenológico conocido como “umwelt”.
En realidad no existe “la realidad”, no existe el “mundo”,
pues esa realidad y ese mundo es privado y único para
cada individuo y cada quien crea, moldea y da forma a
su mundo y su realidad. El mundo del paranoico es un
mundo amenazante, peligroso y hostil; esa es la verdad
para él, esa es su verdad. Todos jugamos el “juego de la
conciencia” creyendo que la realidad externa es realmen-
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 35

te lo que aparenta. Es una forma de olvidar que somos


individuos separados, aislados, solos. Es un engaño, una
ilusión: es “maya”.
Cientos de experimentos en psicología de la
percepción han demostrado que un estímulo es percibi-
do en tantas formas diferentes como individuos los per-
ciban. Una sonrisa puede ser interpretada como un gesto
de burla, de amabilidad o de interés malévolo o… tantas
cosas como pueda tener el hombre en su mundo. Cada
individuo crea su mundo, lo interpreta, le da un signifi-
cado, lo moldea y luego lo proyecta al exterior y se con-
vence a sí mismo de que lo que ve “allá afuera” es la reali-
dad. En esa forma evita responsabilizarse por su creación
y niega su soledad existencial, su individualidad.
¿Qué significa entonces “captar la realidad obje-
tivamente”? Yo capto la realidad en forma objetiva en la
medida en que las interpretaciones que les doy a los estí-
mulos externos coinciden aparentemente con las que la
mayoría de la gente les da, o con las que el individuo esti-
FT
mulante les confiere. Quiere decir que en mi percepción
es realista cuando interpreto como “amable” una sonrisa
de alguien que sonrió sintiendo “amabilidad”; sin embar-
go, jamás podrá comprobarse que lo que para mí signifi-
ca la amabilidad es lo mismo que para la otra persona. Mi
sentimiento de amabilidad es sólo mío y sólo puedo su-
poner que coincide con el de los demás. Podremos coin-
cidir aparentemente en el significado que demos a los di-
36
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

versos estímulos, pero lo que muy en el interior sentimos


e interpretamos es privado, único, individual e irrepeti-
ble. Somos solos.
La tercera propiedad existencial del ser en el
mundo es la libertad fenomenológica: el sentimiento
humano de tener capacidad para elegir su propio cami-
no. Este sentimiento está íntimamente relacionado con
la finitud del conocimiento: si supiéramos y pudiéramos
controlar, o cuando menos predecir, lo que ocurriría si
actuásemos de una y otra forma, no seríamos libres para
elegir, pero puesto que jamás podemos controlar todas
las variables que influyen en los eventos, nos vemos for-
zados a escoger y esto es lo que nos hace experimentar el
sentimiento de ser libres.
Es indiscutible que la vida del hombre está
influida, y hasta cierto punto determinada, por factores
que están totalmente fuera de su control y que nos po-
drían hacer pensar que su libertad es sólo una fantasía.
Ciertamente, existen fuerzas biológicas, socioculturales,
FT
económicas, políticas y psicológicas que tiran de noso-
tros como poderosas corrientes marinas tratando de
arrastrar un barco. El hombre está, sin duda alguna, de-
terminado por muchas de esas fuerzas, empezando por
su dotación genética y sus impulsos y necesidades bioló-
gicas y psicológicas; el ser humano está determinado e
influido por sus experiencias pasadas, factores reprimi-
dos y los condicionamientos a que haya sido expuesto.
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 37

Sin embargo, como Frankl (1978) ha hecho notar, no se


debe cometer el error de confundir “determinismo” con
“pandeterminismo” (el determinismo absoluto).
Como fenómeno humano… la libertad es demasiado hu-
mana. La libertad humana es libertad finita. El hombre no
está libre de condiciones. Pero es libre para asumir una acti-
tud frente a ellas. Las condiciones no lo determinan por com-
pleto. Dentro de ciertos límites depende de él que sucumba o
que se rinda a las condicione. Puede igualmente superarlas y
al hacerlo abrirse y entrar a la dimensión humana…
En último término, el hombre no está sujeto a las
condiciones con que se enfrenta; son más bien dichas condi-
ciones las que se hayan sometidas a su decisión. Voluntaria o
involuntariamente es él quien decide si se enfrentará o cede-
rá, si se dejará determinar o no por las condiciones. Puede
objetarse, desde luego, que tales decisiones están, a su vez, de-
terminadas. Mas es evidente que esto conduce a un “regres-
sus in infinitum”. Una afirmación de Magda B. Arnold re-
sume este estado de cosas y representa una conflusion ade-
FT
cuada de la discusión: “Todas las decisiones están causadas,
pero están causadas por el que elige”·
(Frankl, 1978, págs. 50 y 51)
El ser humano es libre por ser racional. Puede
darse cuenta de su propia existencia, del curso que lleva
su vida, y (hasta cierto punto) percatarse de los factores
que lo determinan. Más aún, tiene la voluntad para guiar
su existencia. Esto es precisamente lo que Frankl consi-
38
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

dera que algunos psicólogos han pasado por alto, por lo


que han llegado a la conclusión simplista de que el indi-
viduo “no es más” que una maquina condicionada por su
historia de reforzamientos o por constelaciones reprimi-
das en su inconsciente. La libertad para reaccionar en
una forma u otra ante esas fuerzas ocultas, que innega-
blemente influyen al ser humano, es inalienable. Esto
Frankl lo afirma aun sobre las condiciones genéticamen-
te determinadas:
La herencia no es sino el material a partir del
cual se construye el hombre a sí mismo. No son sino las pie-
dras que el constructor acepta o rechaza. Mas el constructor
mismo no está construido con piedras.
(Frankl, 1978, pág. 53)
Como Fromm (1941) ha mostrado con claridad, el re-
conocer y aceptar esta libertad para elegir el propio ca-
mino en la vida, es inmensamente angustiante para el ser
humano. No sólo porque lo confronta de nuevo con su
individualidad y su soledad, sino porque lo fuerza a darse
FT
cuenta de que no hay un camino preestablecido y seguro
que deba recorrer; que debe escoger el rumbo que le da-
rá a su existencia. Puesto que “no hay camino (sino que)
se hace camino al andar”, nos tenemos que enfrentar con
el caos y la desorientación; con una hoja en blanco sobre
la que debemos pintar nuestra existencia. Debemos en-
frentarnos con una masa informe de barro (las condicio-
nes bio-psico-sociales que nos han sido dadas) para darle
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 39

un sentido con nuestras propias manos sin tener la me-


nor orientación. La libertad fenomenológica nos con-
fronta con la angustia ontológica de desorientación, sin
sentido, caos y absurdo o, como Yalom (1980) la llama,
la angustia existencial por carecer de base o fundamento.
El hombre debe enfrentarse con el hecho de que su vida
está en sus manos, de que “él es el arquitecto de su pro-
pio destino”, lo quiera o no, pues es esclavo de su liber-
tad.
La cuarta característica existencial del hombre,
del ser en el mundo, es su responsabilidad (que por su-
puesto es inseparable de las otras propiedades ontológi-
cas). El hecho de que la vida de cada hombre sea suya lo
hace responsable de ella, y los factores y contingencias
incontrolables, impredecibles e incomprensibles de la vi-
da no lo eximen de esta responsabilidad. Un capitán de
barco no es responsable de la tormenta a que se enfrenta,
pero si de la forma en que conduce su nave dentro de la
catástrofe. Igualmente, cada individuo es responsable de
FT
la forma en que conduce su vida sobre las circunstancias
que lo acometen. Cada uno de nosotros tenemos la res-
ponsabilidad de nuestra propia vida; de lo que hagamos
o dejemos de hacer con esta oportunidad que se nos
ofrece. El dar vida real a nuestras potencialidades laten-
tes, el hacer de nuestra existencia una vivencia rica y ple-
na de significado valioso, o el no hacerlo, está en nuestras
propias manos.
40
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Cuando el individuo se reconoce a sí mismo


como responsable no sólo se ve forzado a aceptar como
suyas las consecuencias de sus actos y el resultado de su
vida; también debe reconocer como propias sus emocio-
nes, sus deseos, sus necesidades, sus impulsos y sus pen-
samientos. No puede culpar a los demás, ni al pasado re-
primido, ni a los impulsos de “su ello”, pues él es capaz
de elegir sus reacciones ante las condiciones incontrola-
bles que le ha tocado enfrentar, y a las que Frankl (1946)
llama “destino”.
La conciencia de la condición humana de res-
ponsabilidad existencial: el sentimiento de remordi-
miento angustioso por saber que no ha aprovechado su
vida como hubiera podido; por intuir que “enterró sus
talentos” y que éstos no dieron fruto; esto es por no ser
lo que realmente es; por mentirse y engañarse con falsas
excusas o racionalizaciones que internamente no lo
exentan de su culpabilidad por desperdiciar la oportuni-
dad irrepetible que es la vida.
FT
En resumen, cuando el hombre toma conciencia
de su propia existencia, cuando come el fruto del bien y
el mal y adquiere la sabiduría, “se le abren los ojos” y se
da cuenta que “está desnudo” (que es frágil y desampara-
do, solo, libre y responsable) y al tratar de esconder su
desnudez, es expulsado del “jardín del Edén” (y sufre de
la angustia existencial de extinción, aislamiento, sin sen-
tido y culpa).
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 41

Sin embargo, a la “expulsión” del paraíso sigue


la promesa de una tierra fértil y acogedora “de la mana
leche y miel”. Las mismas propiedades existenciales que
son fuente de angustia y tormento son también oportu-
nidades únicas para que el hombre crezca y se desarrolle
positivamente.
Sólo dándose cuenta de su fragilidad, desampa-
ro, contingencialidad y mortalidad, el individuo puede
tomar en serio su existencia y comprometerse consigo
mismo para desarrollar sus potencialidades y darle signi-
ficado a su vida mediante la productividad, soledad y ais-
lamiento existencial, el ser humano puede relacionarse
con otros en forma fraternal y amorosa y, por tanto, de-
sarrollar su más humana virtud y darle un verdadero sig-
nificado a su vida, pues como Fromm (1955) ha recono-
cido, es en el sentimiento del amor en el que se encuen-
tra la única respuesta a la existencia humana.
Exclusivamente estando consciente de su liber-
tad y aceptando su capacidad para elegir su camino, el
FT
hombre puede emplear su razón para dirigir su existencia
hacia la meta que él mismo siente valiosa y juzga rica y
significativa; para ser lo que es, ejercer su inalienable au-
tonomía sobre su vida y su derecho de ser.
Sólo concientizándose plenamente de su res-
ponsabilidad puede la persona sentirse en verdad orgul-
losa de sí misma al ir realizando cada una de sus capaci-
42
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

dades humanas y bellas, y en esta forma ir reconociendo


que la vida, su vida, vale la pena.
No obstante, para alcanzar la “tierra prometida”,
descubrir el más profundo significado de la vida y desa-
rrollar al máximo sus potencialidades humanas para
amar, relacionarse con el hombre en forma fraternal,
crear ser racional e individual (Fromm, 1955), el indivi-
duo debe aceptar la “expulsión del paraíso”, cumplir el
pacto y soportar las inclemencias del desierto: debe
ser auténtico y veraz consigo mismo, reconocer y acep-
tar sus atributos existenciales y tolerar las angustias onto-
lógicas correspondientes; eso es lo que los existencialista
(Bugental, 1965) llaman una forma auténtica de ser en
el mundo; es darle una vida un sí como respuesta (Ti-
llich, 1952); es seguir el consejo de Shakespeare: “¡Sé
honesto contigo mismo!”
No tenemos otra opción: si deseamos entrar a la
“tierra prometida” debemos primero reconocer y aceptar
nuestra condición humana y enfrentaremos con valentía
FT
a todo lo que eso implica. Sin embargo sabemos que si lo
hacemos, si somos veraces con nosotros mismos, sere-
mos nuevamente libres del exilio pues “la verdad os hará
libres”.
La interrogante está en si seremos lo bastante
valerosos como para ser lo que somos en realidad y acep-
tar las consecuencias, o si por el contrario intentaremos
cerrar los ojos para no enfrentarnos con la ansiedad. La
DRA El Ser y el Ser en el Mundo 43

interrogante está en si negaremos nuestra realidad exis-


tencial viviendo en forma no auténtica o si optaremos
por la verdad: “ser o no ser, ¡ésa es la cuestión!”

Para poder reconocer y aceptar su condición


humana, el individuo no sólo debe tener una fuerza emo-
cional suficientemente desarrollada (que en parte se va
adquiriendo durante el crecimiento); también debe ser
capaz de darse cuenta que existe y, por tanto, de sus atri-
butos ontológicos. El hombre no nace dándose cuenta
de su ser en el mundo, sino que se va dando cuenta de
su propia existencia conforme madura psicológicamente.
Por tal motivo, si deseamos comprender al ser humano,
debemos a entender a fondo su desarrollo psicológico
tomando en cuenta diversos factores (cognoscitivo,
emocional, interpersonal, psicosexual, etc.). Estos facto-
res que han sido brillantemente estudiados por diferen-
tes autores, de ninguna manera son opuestos entre sí;
más bien se complementan unos a otros, y debemos to-
FT
marlos en cuneta en forma integral para obtener una vi-
sión más global del hombre. Por todo lo anterior, en la
siguiente sección me propongo revisar la evolución del
individuo desde su nacimiento hasta su adolescencia
(exclusive), integrando varios enfoques teóricos y to-
mando como base para entenderla los conceptos desa-
rrollados hasta este punto.
FT
DRA
DRA
3
Desarrollo “Normal” de
la Personalidad en las
Primeras Etapas de la
Vida

PARTE I: LAS POTENCIALIDADES DEL SER HUMANO Y


FACTORES QUE AFECTAN SU DESARROLLO

PARTE II: PERÍODO I DEL DESARROLLO: DEL NACIMIENTO


FT
AL AÑO Y MEDIO O DOS AÑOS DE EDAD
Como es bien sabido, el recién nacido no tiene con-
ciencia de su propia existencia, pues es incapaz de distin-
guirse a sí mismo del resto del mundo (Sullivan, 1953,
Piaget, 1954, Kernberg, 1976 y otros). Podría decirse
que psicológicamente forma una parte indiferenciada del
todo; que él y el todo son uno, como una gota de mar en
el océano.

45
46
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

En este momento los acontecimientos no tienen lógi-


ca para el bebé, que experimenta el mundo en una forma
“prototáxica” (Sullivan, 1953) caracterizadas porque los
diversos estímulos son percibidos como inconexos, dis-
cretos y sin relación alguna entre ellos, siendo producto
de una “causalidad global” (Piaget, 1954). “Nada tiene
pies ni cabeza”, todo es caos. Kernberg (1976) lo ha de-
nominado “la etapa del ‘autismo’ normal o etapa indife-
renciada primaria”, y el Génesis lo describe maravillosa-
mente en forma simbólica: “… la tierra era algo caótico y
vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo” (Gen.
1, 2).
En el universo mental del pequeño no existe objeto al-
guno ni figura diferenciable, pues aún no se ha estableci-
do siquiera una mínima representación de sí mismo ni
de la madre. Todo es confusión. Este mundo psicológico
del recién nacido podría representarse simbólicamente,
en forma gráfica, como un simple circulo sin límites defi-
nidos y en cuyo interior nada puede distinguirse (fig. 4
FT
-1). No obstante, a partir de este estado caótico, el bebé
empezara a incorporar a su mundo emocional las expe-
riencias que principia a tener; como veremos, esta incor-
poración se puede realizar gracias a liga emocional que lo
une con su madre: la empatía (Sullivan. 1953), confluen-
cia (Perls, 1973), o como Klein la llama, “identificación
proyectiva”
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 47

Fig. 4-1. Representación simbólica de la unión indife-


renciada del recién nacido con el todo. Nada puede dis-
tinguirse en el mundo psicológico del neonato y todas
las experiencias son difusas, indiferenciadas y se basan en
la empatía.

Como todo animal, el ser humano al nacer posee una


tendencia natural hacia la satisfacción inmediata de sus
necesidades fisiológicas (que son las más primitivas en la
teoría motivacional de Maslow, 1970): oxigeno, agua y
alimento, calor y comodidad física. Son embargo, para
FT
desarrollarse sanamente, desde este momento inicial en
la vida el individuo también necesita satisfacer sus nece-
sidades de seguridad (sintiéndose libre de angustia o
tensión) y de amor y pertenencia (Maslow, 1970).
Por supuesto, el bebé no sabe nada de estas necesida-
des, pero cuando se satisfacen experimenta una serie de
sensaciones de paz y satisfacción que Sullivan (1953) lla-
ma “euforia” en contraposición al estado de tensión y
48
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

malestar que prevalece durante los inevitables momen-


tos en que estas necesidades están insatisfechas, provo-
cándole una sensación de “angustia”.
La forma de reaccionar del neonato es en gran parte
refleja (Piaget, Inhelder, 1969) y se manifiesta en una
tendencia innata a evitar el dolor y a buscar el placer. En
términos psicoanalíticos, su conducta está determinada
plenamente por el “principio del placer”. Este placer, co-
mo Freud lo ha reconocido, proviene principalmente de
las estimulaciones de la región oral mediante el acto de
mamar y succionar, de ahí el nombre de esta primera eta-
pa del desarrollo.
Desde muy temprano en la vida existe una poderosa
comunicación emocional no verbal entre la madre y el
lactante: la empatía (Sullivan, 1953) o confluencia
(Perls, 1973) (en términos de Klein, 1952 -, “identifica-
ción proyectiva”.). La empatía, este lazo emocional, per-
mite que el lactante experimente el estado anímico de su
madre como si fuera él quien lo viviera; si ella se encuen-
FT
tra tranquila, en paz, a gusto y se comporta en forma
amorosa, tierna y cálida, el bebé goza la “euforia” que ella
le transmite; en tanto que si la madre esta tensa, angus-
tiada, hostil o a disgusto, su hijo sufrirá un estado de ten-
sión y malestar.
Ahora bien, gracias a la repetición frecuente de expe-
riencias de euforia (dada por la empatía con una madre
tierna y cariñosa y por la satisfacción de las necesidades
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 49

orales) y de angustia (debida a la frustración de las nece-


sidades fisiológicas, de seguridad y de amor y pertenen-
cia), el lactante empieza a distinguir dos tipos de mun-
dos totalmente diferentes y no continuos. Uno represen-
ta al conjunto de sensaciones de extrema paz, satisfac-
ción y euforia; es un mundo al que podemos conceptua-
lizar como “el mundo bueno”, el cielo infantil. El otro re-
presenta al conjunto de experiencias de tensión, dolor e
incomodidad, y podemos concebirlo como el infierno
del bebé, el “mundo malo”, que provoca emociones de
miedo, rabia, rebelión y agresión (Kernberg, 1976). Esta
diferenciación entre lo bueno y lo malo es simbolizada
en la Biblia cuando se dice que “comieron el fruto del ár-
bol del bien y el mal”.
Para el lactante, ambos mundos son opuestos entre si
y entre ellos no existe continuidad, ni una causa especifi-
ca que pueda explicar su existencia; sin embargo, puesto
que está motivado por el principio del placer, parece in-
dudable que el bebé tiende a centrar su incipiente con-
FT
ciencia en el “mundo bueno” y a evitar las experiencias
desagradables; es decir, a negar o repudiar el “mundo
malo”. Cuando el lactante experimenta el “mundo celes-
tial”, aparece claramente la sonrisa típica de este periodo
(Spitz, 1965), que se conoce como “el primer organiza-
dor”.
Podemos suponer que estos dos mundos se forman a
partir del mundo indiferenciado primario, como si éste,
50
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

con las experiencias repetitivas agradables y desagrada-


bles, se fuera dividiendo o estrangulando en forma simi-
lar a la mitosis celular.
Aunque las experiencias que dan lugar a la formación
de estos dos mundos son las interacciones frecuentes en-
tre la madre y el bebé, éste todavía no es capaz de dife-
renciarse a sí mismo de ella; por tanto, podemos decir
que estos mundos representan la imagen de la fusión
madre-sí mismo: Kernberg (1976) los considera “repre-
sentaciones intrapsíquicas sí mismo-objeto, indiferencia-
das, primarias”. Por estar constituidos por imágenes pri-
mitivas, globales y poco delimitadas, los límites del
“mundo bueno” y del “mundo malo” son difusos y pocos
claros y, como sabemos, ambos se forman principalmen-
te por la empatía que existe entre el bebé y su madre.
Puesto que en este momento del desarrollo el lactan-
te aun no puede distinguirse a sí mismo como un ser se-
parado de su madre, Mahler (1971) lo ha nombrado
“etapa de simbiosis” y Kernberg (1976) “simbiosis nor-
FT
mal”. Los dos mundos mentales del bebé podrían repre-
sentarse simbólicamente como se ilustra en la figura 4-2.
Ahora bien, dado que en este periodo el lactante toda-
vía es incapaz de distinguir entre lo que él es y lo que no
es, no puede percatarse de que el mundo real es indepen-
diente de sus propios deseos y sentimientos, por lo que
se comporta como si experimentara absolutos “senti-
mientos de eficacia” y poder sobre su medio (Piaget,
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 51

1954); como si nada pudiera ocurrir sino como resulta-


do de sus propios deseos o acciones. Esto muestra que se
trata de un periodo caracterizado por un marcado ego-
centrismo (Sullivan, 1953) en el que el niño presenta
formas extremadamente rudimentarias de pensamiento
y en el que no hay continuidad, lógica, orden ni estabili-
dad: sus experiencias siguen siendo prototáxicas. En tér-
minos psicoanalíticos, solo se manifiestan los “procesos
primarios de la mente”.
FT

Fig. 4-2. Grafica simbólica de la formación del “mun-


do bueno” y del “mundo malo” en la mente del lactante,
52
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

a partir de las experiencias con la madre, cuando el lac-


tante aún no puede distinguirse de la propia. Ambos
mundos se crean y conservan principalmente por la em-
patía entre el bebé y su madre.

Otra consecuencia de la no diferenciación entre las


imágenes de sí mismo y del otro (la madre) es que le es
imposible experimentar sentimientos hacia alguien: en
su mundo todavía no existe otro alguien, y por tanto no
puede depositar ninguna carga emocional en persona al-
guna; esto es lo que en términos freudianos se conoce
como “narcisismo primario”.
Conforme avanza la maduración cognoscitiva del be-
bé en este primer periodo de la vida (sensorio-motriz), al
ir acumulando más experiencias (tanto de paz y satisfac-
ción como de frustración y angustia), comienza a darse
cuenta que sus necesidades no se satisfacen de inmedia-
to, lo que le permite a empezar a reconocer, de modo
muy primitivo, que los objetos y las personas son inde-
FT
pendientes de su voluntad. En esta forma principia a di-
ferenciarse a sí mismo de la madre y otros objetos; se ini-
cia la destrucción de la fusión sí mismo-madre como tal.
A este momento del desarrollo Mahler (1971) lo ha lla-
mado “subfase de diferenciación” (de la fase de separa-
ción-individuación).
El proceso de diferenciación es largo, importante y di-
fícil. Las imágenes primitivas de la fusión sí mismo-ma-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 53

dre buena (el “mundo bueno”) y de la fusión sí mismo-


madre mala (el “mundo malo”) empiezan a dar lugar a
las imágenes buenas de sí mismo y de la madre, por un
lado, y a las imágenes malas de sí mismo y de la madre,
por el otro. Ahora bien, puesto que en la mente del bebé
las imágenes de la madre se forman principalmente con
base a las experiencias orales, alimenticias, Klein (1952)
las ha llamado, respectivamente, “pecho bueno” y “pe-
cho malo” y Sullivan (1953) “pezón bueno” y “pezón
malo”.
La diferenciación de las imágenes (buena y mala) de sí
mismo de las de la madre es muy paulatina, por lo que
durante cierto tiempo continúan sobreponiéndose y
confundiéndose unas con otras (Fig. 4-3). Las zonas de
intersección, que pueden considerarse como todo aque-
llo que el bebé aun no diferencia como “sí mismo” o co-
mo “madre” es de suma importancia, ya que por ser un
residuo (cada vez menor) de la fusión sí mismo-madre,
es decir, una zona todavía no diferenciada, sigue siendo
FT
la base de la empatía, confluencia, o identificación pro-
yectiva descrita ampliamente por Klein (1952) (en sus
estudios sobre la posición esquizoparanoide). Además,
las regiones que progresivamente se van diferenciado co-
mo “sí mismo” y como “madre”, son la base de los meca-
nismos de proyección (lo que el lactante imagina en la
madre) y de introyección (lo que el bebé incorpora de lo
que percibe de la madre).
54
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Dado que el bebé se encuentra dominado por el prin-


cipio del placer, podemos suponer que tiende a centrar
su muy primitiva conciencia de sí en la aun pobremente
delimitada imagen “buena” de sí mismo y a identificarse
con ésta; más aún, cabe pensar que tiende a rechazar de
su naciente conciencia los aspectos “malos”: éstos son
demasiados amenazantes y opta por negarlos y excluirlos
de su propia imagen. Así pues, pueden considerarse co-
mo el “no-yo” (o no-mí) descrito por Sullivan (1953), al
que podemos conceptualizar como una región mala, re-
pudiada de la imagen de sí mismo; se conserva separada
de la parte “buena” (con la que se identifica el lactante)
por medio del mecanismo de escisión mencionado por
Klein (1952).
FT
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 55

Fig. 4-3. Grafica del inicio del proceso de diferencia-


ción e las imágenes sí mismo-madres buenas y malas (en
la mente del lactante)

Lentamente, gracias al continuo cuidado tierno y


amoroso de la madre y al progreso del desarrollo cognos-
citivo, el bebé comienza a asimilar las experiencias que va
FT
teniendo con la realidad externa, es decir, a descubrir
que existen una serie de vivencias corporales que no se
presentan acompañadas de emociones de euforia o an-
gustia extremas (que son características de las imágenes
“celestiales” e “infernales” madre-sí mismo). Comienza a
reconocer ciertas experiencias diferentes a las de las imá-
genes buenas de sí mismo y/o de la madre (digo y/o pa-
ra indicar que éstas aún no se acaban de diferenciar total-
mente).
56
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Como se comentó, cuando el lactante todavía no em-


pezaba a reconocer la realidad, cuando solamente exis-
tían para él la imagen buena (“celestial”), madre-sí mis-
mo y la imagen mala (“infernal”), tendría a identificarse
a sí mismo y a su madre con la parte buena y rechazaba
de su incipiente conciencia la región mala. Pues bien,
ahora que comienza a reconocer la realidad, forzosamen-
te lo tiene que hacer partiendo de esa imagen buena con
la que había estado identificándose hasta ahora. Así, de la
primitiva imagen buena de sí mismo-madre (que aún no
acaba de diferenciarse), empieza a desprenderse otra: la
que corresponde con la realidad corporal que el lactante
principia a reconocer (en sí mismo y/o en la madre). A
esta nueva y naciente imagen la llamaremos simplemen-
te “reconocible” (fig. 4-4).
En este momento del desarrollo la imagen reconocible
está basada en las experiencias físicas que hacen que el
bebé comience a reconocer y a identificarse con su pro-
pio cuerpo, a sentirlo suyo, a sentir “yo soy mi cuerpo”.
FT
Por esta razón podemos decir que el sí mismo reconoci-
ble inicial es el corporal (Allport, 1961).
Al irse desprendiendo la imagen de sí mismo-madre
reconocible de la imagen buena, una parte de esta em-
pieza a quedar excluida de la zona reconocible; esta parte
puede considerarse (empleando términos de Horney –
1945 – y Kernberg – 1976 - ) la región “idealizada” de las
imágenes (aún no bien diferenciadas) madre-sí mismo
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 57

bueno. Al mismo tiempo, la región reconocible de la


imagen sí mismo-madre continúa sobreponiéndose con
la “buena”; esta región es la base sobre la cual, posterior-
mente, se establecerá la estima a sí mismo y a otros, y por
lo tanto podemos conceptualizarla como la zona aprecia-
da del sí mismo-madre. Por otro lado, la parte de la ima-
gen reconocible que va independizándose de la zona
buena, que va excluyéndose de ésta, comienza a hacer
contacto con la región mala y, paulatinamente, a super-
ponerse con ella. No obstante, durante algún tiempo se
encuentra libre, sin que esté asociada con emociones ex-
tremas de angustia o euforia: por tanto, en ese momento
puede considerarse, sencillamente, como una región
“aceptada” de la imagen reconocible.
Podemos suponer que en esta – muy temprana – eta-
pa del desarrollo se sientan las bases de toda la estructura
psicológica del individuo a pesar de que ésta no puede
considerarse existente todavía.
La imagen idealizada de sí mismo (1 de la fig. 4-4) es
FT
la sede de imágenes introyectadas muy primitivas e irrea-
les que el lactante siente como extremadamente placen-
teras, algo así como un sueño irreal y difuso de lo que de-
bería ser, por lo que podemos considerarla la imagen ar-
quetípica de la bondad personificada del “Todo podero-
so”, del “Todo misericordia”, del “Viejo sabio”, descrita
por Jung (1917). Más aún, puede considerarse como la
tierra fértil sobre la que posteriormente se desarrollara el
58
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

arquetipo de Persona (la máscara del individuo) y, en


años por venir, lo “deberías” (Horney, 1945), las “metas
ficticias” (Adler, 1956), y por supuesto las normas socia-
les del superego (Freud, 1923).
FT
Fig. 4-4. Representacion simbolica del proceso en que
empiezan a reconocerse ciertos aspectos de la realidad
(de sí mismo y/o de la mdadre). 1. Zona idealizada de la
imagen ya diferenciada del sí mismo bueno. 2. Zona
apreciada de la imagen ya diferenciada del sí mismo
(bueno y reconocible). 3. Zona aceptada de la imagen
reconocible ya diferenciada de sí mismo. 4. Zona ya dife-
renciada de la imagen repudiada de sí mismo. 5. Zona
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 59

idealizada de la imagen ya diferenciada de la madre bue-


na (pecho o pezon bueno). 6. Zona apreciada de la ima-
gen ya diferenciada de la madre (buena y reconocible).
7. Zona aceptada de la imagen reconocible ya diferencia-
da de la madre. 8. Zona ya diferenciada de la imagen de
la madre mala (pecho o pezon malo9. 9. Zona idealizada
de la imagen aun no diferenciada de sí mismo-madre
buena. 10. Zona apreciada e idealizada de las imágenes
aun no diferenciadas sí mismo-madre. 11. Zona aceptada
de la imagen aun no diferenciada sí mismo- madre reco-
nocible. 12. Zona aun no diferenciada de la imagen mala
sí mismo-madre.

El sí mismo apreciado (2 de la fig. 4-4) está formado


por imágenes realistas del propio bebé (aunque es este
momento son muy rudimentarias y estan relacionadas
unicamente con su cuerpo, que esta descubriendo). El
lactante se identifica con estas imágenes, es decir, las
siente “suyas”. Paulatinamente, al ir descubriendo distin-
FT
tas partes de su cuerpo, lo empieza a sentir suyo: se co-
mienza a formar, como Allport (1961) ha mencionado,
el “sí mismo corporal”. Estos aspectos apreciados de sí
mismo con los que el lactante principia a identificarse
son una gran fuente de satisfaccion y placer, por lo que
podemos considerarlos como el asiento de la confianza
basica, elemento indispensable para el sano desarrollo de
la personalidad (Erickson, 1950). Mas aún, la imagen
60
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

apreciada de sí mismo, o mas concretamente, la imagen


reconocible que el bebé empieza a formarse de sí mismo,
puede considerarse como la base de que en épocas pos-
teriores llegará a ser una autoimagen bien definida: el
ego o autoestima.
La zona repudiada de sí mismo (4 de la fig. 4-4) se for-
ma por imágenes introyectadas muy primitivas y angus-
tiantes que el niño siente peligrosas, obscuras y amena-
zantes (como el arquetipo jungiano de “demonio” y
“malevolo”); por todas aquellas emociones, sentimien-
tos, deseos o impulsos muy primitivos que se han acom-
pañado de una angustia tan intolerable que han tenido
que ser excluidos de la incipiente conciencia infantil por
medio de la escision. Por tanto, puede considerarse co-
mo equivalente al id freudiano (del que hablaremos con
mas detalle en las paginas siguientes).
La imagen idealizada de la madre (5 de la fig. 4-4), el
pecho (o pezón) bueno, es el blanco de las proyeciones
del bebé de sus propias fantasias irrealistas y primitivas,
FT
de “lo bueno” y lo “hermoso”. Esta imagen idealizada de
la madre es la base de lo que mas tarde se convertira en el
ideal inconsciente de bondad, belleza y perfección (que
muchos individuos buscan toda su vida por ignorar que
ese ideal… “solo existe en su cabeza”.
La imagen apreciada de la madre (6 de la fig. 4-4) está
constituida tanto por las incipientes percepciones realis-
tas que el bebé tiene del cuerpo de su madre (cara, ma-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 61

nos, etc), y que le causan sentimientos de seguridad,


amor, alegria y paz, como por ciertas fantasias primitivas
que proyecta en ella. Esta imagen es fundamental para el
desarrollo positivo de la personalidad de todo ser huma-
no, ya que se construye principalmente con base en la sa-
tisfaccion real de las necesidades fisiologicas, de seguri-
dad, y de amor y pertenencia, satisfacción indispensable
para el logro de la confianza en los demás y el crecimien-
to sano del individuo, sin una firme imagen apreciada de
la madre, el lactamte no puede desarrollarse adecuada-
mente.
La imagen reconocible de la madre, en conjunto, da al
lactante su primer contacto realista con el mundo exter-
no. No puede dudarse de su importante funcion en la vi-
da psicológica.
Como Klent (1952) ha reconocido, el “pecho malo”
(la imagen de la madre mala, frustrante) permite al niño
proyectar y por lo tanto “deshacerse” de sus impulsos
agresivos y emociones desagradables. Esto le confiere
FT
cierto sentimiento de alivio de sus propios afectos ame-
nazantes (aunque al proyectarlos, según Klein, se siente
amenazado por el peligro externo, lo cual lo hace adoptar
la posicion esquizoparanoide). Sin embargo, la imagen
de la madre mala comunmente se excluye de la concien-
cia, aunque puede continuar siendo una fuerte influencia
para la conducta del individuo.
62
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Las zonas aún no diferenciadas de las imágenes ideali-


zadas (9 de la fig. 4-4) y de las malas (12) continúan
siendo la base de la empatia, confluencia (o identifica-
cion proyectiva) entre la madre y el niño, de emociones
extremadamente placenteras y no placenteras, respecti-
vamente; por su parte, la region indiferenciada de las
imágenes apreciadas (10 de la fig. 4-4) y aceptadas (11),
comienza a dar lugar a que el bebé se identifique con al-
gunas caracteristicas de la madre y sigue siendo una sede
importante de la comunicación empatica entre la madre
y su hijo de ciertas emociones agradables y/o aceptables.
Como hemos visto, desde los primeros meses de vida
comienzan a formarse los elementos fundamentales de la
personalidad del ser humano.
Gracias a las experienias que el bebé sigue teniendo
con el mundo externo, al cariño y cuidado amoroso de la
madre y a las imágenes positivas que ha introyectado de
ésta, el área reconocible de sí mismo y de ella continúan
separandose paulatinamente de la primitiva imagen sí
FT
mismo.madre buena; es decir, el bebé sigue ampliando
su contacto con la realidad y por tanto la zona reconoci-
ble de las imágenes de sí mismo y de su madre se expan-
de poco a poco y principia a incluir algunas partes de las
imágenes malas o repudiadas.

Este proceso continúa hasta que llega el momento en


que, para explicarlo mediante el modelo grafico que he
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 63

venido desarrollando, las imágenes buenas de sí mismo y


de la madre llegan a hacer “contacto con las malas (con
el sí mismo repudiado y con el “pecho malo”). En esta
forma, el lactante comienza a reconocer la mismidad y la
continuidad de las imágenes buenas y malas; se establece
el puente entre “el cielo de euforia” y “el infierno de an-
gustia” irreales al mundo infantil, un puente que se apoya
en el precario reconocimiento de la realidad del lactan-
te. Esto es precisamente lo que Klean (1952) quiso decir
al hablar de la “posición depresiva” Segal (1964) lo expli-
ca de este modo:
(El lactante)… comienza a percatarse que sus expe-
riencias buenas y malas no proceden de un pecho o ma-
dre buena y de un pecho o madre mala, sino de la misma
madre que es a la vez fuente de lo bueno y lo malo… A
medida que la madre se convierte en un objeto total, el
yo del bebé se convierte en un yo total, escindiéndose
cada vez menos en sus componentes buenos y malos. La
integración del yo y del objeto prosiguen simultánea-
FT
mente.
Al mismo tiempo, por las inevitables experiencias que
frustran los deseos o necesidades del bebé, éste llega a re-
conocerse a sí mismo como un ser separado del mundo y
de la madre, a quien comienza a percibir como un ser in-
dividual e independiente de sus propios deseos. Así, el
pequeño comienza a distinguir más claramente lo que él
64
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

es de lo que no es y a reconocerse mejor como su cuer-


po.
El lactante no sólo llega a distinguirse a sí mismo co-
mo separado del mundo, sino que también comienza a
adquirir una comprensión de la permanencia de los obje-
tos y a desarrollar una sencilla concepción del espacio, el
tiempo y la relación entre causas y efectos. Esto quiere
decir que en el mundo interno del bebé empiezan a exis-
tir imágenes mentales, “representaciones” o “esquemas”
de los objetos y personas que lo rodean, como entes que
poseen una existencia separada de él. Su mundo interno
comienza a poblarse, tanto de otros seres humanos a
quienes ahora principia a reconocer con claridad, como
de objetos separados de él: su chupón, los juguetes más
familiares, etc.
Por supuesto, al empezar a apreciar estas imágenes
mentales en su mundo, se establece la base para que po-
co a poco desarrolle una clara identidad de sí mismo, co-
mo la llamó Allport (1961). Esta ha comenzado a for-
FT
marse, pero acabará de establecerse posteriormente,
cuando sea capaz de identificarse a sí mismo por su pro-
pio nombre.
Puesto que el desarrollo cognoscitivo del niño aún es-
tá en sus primeros estadios, concibe los efectos, los fenó-
menos, como producto de causas mágicas y no realistas:
los acontecimientos temporalmente concordantes los
asocia en forma causal y muestra rudimentos de pensa-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 65

mientos supersticiosos. Por este motivo, Piaget (1954)


ha llamado a esta fase del desarrollo “mágico-Fenomena-
lístico” (dentro del período Sensoriomotriz) y corres-
ponde, según Monte (1977), con la aparición de las ex-
periencias paratáxicas descritas por Sullivan (1953).
Todos estos cambios cognoscitivos y emocionales,
que permiten al lactante darse cuenta de su existencia se-
parada del resto del mundo y que éste no obedece a sus
deseos o intenciones (lo cual, naturalmente, destruye sus
antiguos “sentimientos de eficacia”, tienen como resulta-
do una transformación muy importante en el mundo psi-
cológico del bebé: ni más, ni menos, en este momento
de su desarrollo tienen el primer contacto y “conoci-
miento sensoriomotriz” de dos de sus atributos existen-
ciales: su separatividad y su indefensión. Este hecho es
tan claro y definido que, como cualquier profesor de na-
tación para niños lo sabe, si un bebé se introduce en el
agua antes que llegue a este punto de su evolución psico-
lógica, flota sin el menor problema y sin mostrar signos
FT
de miedo, pero si se le mete a la alberca después de este
momento (alrededor de los siete u ocho, meses de
edad), manifiesta claros signos de pánico y, si no se le
sostiene, muere ahogado. La única forma de explicar este
fenómeno es reconociendo que el lactante ha logrado
percatarse de su propia existencia y de su separatividad e
indefensión (y quizás, incluso de su mortalidad).
66
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Naturalmente, este “conocimiento” es muy primitivo:


es un conocimiento preverbal, Sensoriomotriz. El bebé
no “sabe” que es solo y frágil; sin embargo, desarrolla un
sentimiento obscuro e incomprensible de su fragilidad,
su indefensión, su “inferioridad orgánica” (para emplear
un término de Adler); tal como lo ha reconocido Klein
(1963), se da cuenta de su soledad.
Este primer reconocimiento de la propia separatividad
e indefensión provoca en el lactante una intensísima “an-
gustia básica” que puede ser descrita como un sentimien-
to de ser pequeño, insignificante, indefenso, abandona-
do, amenazado…” (Horney 1937, pág.92). Esta angustia
básica es en esencia lo que Adler (1927) ha descrito co-
mo el sentimiento infantil de ser “impotente, débil y de-
pendiente”. Este suceso es expresado simbólicamente
para la narración bíblica: habiendo comido el fruto el ár-
bol del bien y del mal, del árbol de la sabiduría, se le
abrieron los ojos al hombre y se dio cuenta que estaba
desnudo (desprotegido) y de inmediato fue expulsado
FT
del paraíso.
Como hemos visto, el reconocimiento de la separativi-
dad y de la indefensión provoca en el bebé la angustia
básica, que aumenta enormemente sus necesidades de
seguridad y de amor y pertenencia para emplear los tér-
minos de Maslow, (1970). Al comenzar a darse cuenta
de su propia debilidad. Impotencia y fragilidad se incre-
menta en el lactante la necesidad imperiosa de seguri-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 67

dad; al percatarse de su totalidad y aislamiento, se refuer-


za su necesidad de amor y pertenencia.
Como Maslow (1970) ha encontrado, todo ser huma-
no necesita cierta estabilidad y permanencia en el mun-
do; sentir que está “a salvo” de las contingencias y ame-
nazas impredecibles, incontrolables e incomprensibles
de la vida, sentirse libre de la incertidumbre y de la an-
gustia.
Esta necesidad aparece claramente en el momento en
que el lactante se da cuenta de su incapacidad para con-
trolar al mundo a su antojo, cuando desaparecen sus
“sentimientos de eficacia” (en términos de Piaget, 1954)
y empieza a interpretar los acontecimientos como pro-
ducto de fuerzas mágicas y extrañas (la fase “mágico- fe-
nomenalística”); cuando empieza a enfrentarse con su
condición humana. Por otra parte, la necesidad de amor
y pertenencia, de sentirse querido, acogido y protegido
brota claramente cuando nace la conciencia de estar so-
lo, de ser un ente separado, aislado.
FT
Por lo dicho hasta este punto, es obvio quela meta de
este primer periodo de la vida es compensar la angustia
básica mediante el desarrollo de una firme “confianza bá-
sica” (Erikson, 1950), que el pequeño puede adquirir no
sólo gracias a las experiencias de constancia, continui-
dad y mismidad de los objetos externos y los aconteci-
mientos internos, sino al cuidado, tierno, cariñoso y pa-
cifico de la madre. Este y sólo este tipo de cuidad, le per-
68
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

mite saciar no únicamente sus necesidades fisiológicas,


sino de seguridad y de amor y pertenencia que le permi-
tirán desarrollar “la virtud de la esperanza” (Erikson,
1964). Si el bebé ya ha sido expulsado del paraíso, nece-
sita la esperanza de que llegará a la tierra prometida, una
tierra firme sobre la cual puede apoyarse seguro y confia-
do que le brindará la leche que satisfaga sus necesidades
fisiológicas y la miel para disfrutar la bella dulzura de la
vida que tiene por delante.
El reconocimiento por parte del lactante de sí mismo,
como un ser separado y diferente, marca un paso defini-
tivo en su desarrollo pues representa el umbral que sepa-
ra la no-existencia (la inconsciencia, la indiferenciación),
de la existencia individual humana y aunque todavía no
sea capaz de comprenderlo intelectual y racionalmente
ni de verbalizarlo, al traspasar este umbral, el lactante ad-
quiere una rudimentaria conciencia del yo y el tú; repre-
senta su verdadero nacimiento psicológico como indivi-
duo (1975), y como es un acontecimiento tan drástico,
FT
es indudable que pueda provocar un verdadero… “trau-
ma de nacimiento” (1924):se ha dejado atrás la época de
la no-existencia, de la indiferenciación psicológica (o
“analítica” en términos de Anna Freud,1947)y por tanto
aparece la “angustia de separación” a la que Spitz
(1965)ha llamado “el segundo organizador” del desarro-
llo del lactante.
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 69

Esta angustia de separación es una consecuencia natu-


ral del sentimiento del lactante de ser vulnerable y débil,
incapaz para lidiar con un mundo incomprensible e in-
controlable que en ocasiones se le presenta hostil y peli-
groso. La angustia de separación se manifiesta claramen-
te en forma de marcadas conductas de apego en la mayor
parte de los bebés (1953), quienes muestran su depen-
dencia afectiva hacia la madre de maneras verdadera-
mente obvias.
Pero esta dependencia no sólo es manifiesta, sino que
también ocurre a niveles intrapsíquicos, pues:
Se intensifican los procesos de introyección. Esto se
debe en parte a la disminución de los mecanismos pro-
yectivos y en parte a que él bebé descubre cuánto depen-
de de su objeto (la madre), a quien ve ahora como per-
sona independiente que puede alejarse de él. Esto au-
menta su intensidad de poseer este objeto, guardarlo
dentro de sí y, si es posible, protegerlo.
FT
(Segal, 1964, pág.73)
Si imaginamos la autoconciencia, el Yo, en el eje cen-
tral de la imagen de sí mismo que se va separando paula-
tinamente de la imagen de la madre (el otro), el “instan-
te” del nacimiento psicológico del bebé podría represen-
tarse gráficamente como se ilustra en la figura 4-5.
En forma paulatina el bebé se sigue desarrollando cog-
noscitivamente hasta que llega a ser capaz de reconocer,
70
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

en una manera muy elemental y primitiva, las causas ex-


ternas de los acontecimientos (Piaget, 1954); sin embar-
go, continúa asociando los que se presentan al mismo
tiempo como si uno necesariamente fuera la causa del
otro (sus experiencias siguen siendo “paratáxicas” en tér-
minos de Sullivan, 1953). Los nuevos logros cognosciti-
vos lo preparan para proseguir acumulando experiencias
que le permitan continuar su desarrollo psicológico en
todos aspectos: asimilando estas vivencias y acomodan-
do sus primitivos esquemas según las mismas.
Conforme continúa el desarrollo cognoscitivo del ni-
ño, acumula más experiencias, y se afirma su confianza
básica gracias al trato protector y amoroso de sus pa-
dres, va siendo más y más capaz de sentirse y aceptarse
como un ser diferente a su madres (en especial a nivel
corporal) y de terminar de aceptar los aspectos “malos”
que han sido incluidos en su autoimagen reconocible (y
que llamaremos, como lo hizo Horney- 1945-, “autoima-
gen despreciada”).
FT
No cabe duda que a inclusión de algunos aspectos
“malos” dentro de la autoimagen reconocible y de la
imagen reconocible de la madre (el otro) representa un
enorme logro emocional para el lactante, ya que implica
un desarrollo importante de su capacidad para tolerar la
angustia y la frustración. No obstante, existen todavía
michos aspectos de las imágenes malas de sí mismo y de
la madre que no pueden ser incorporados a la zona reco-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 71

nocible; dado que éstos se conservan rechazados de la


conciencia del individuo, podemos considerarlos, res-
pectivamente, como la autoimagen repudiada y la ima-
gen repudiada del otro.
La fuerza emocional que va adquiriendo el bebé le da
la capacidad para continuar diferenciándose cada vez
más a sí mismo de su madre e ir logrando mayor inde-
pendencia, misma que más adelante se manifestará co-
mo la tendencia hacia la “autonomía” descrita por Erik-
son (1950). Pero para alcanzar tal meta el bebé debe en-
frentarse y aprender a soportar un gran número de situa-
ciones angustiantes y frustrantes.
FT

Fig. 4-5 Representación simbólica del “momento” del


nacimiento psicológico. AII: Autoimagen Idealizada;
AIA: Autoimagen Apreciada; AID: Autoimagen Despre-
72
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

ciada; AIR Autoimagen Repudiada; IIO: Imagen Ideali-


zada del Otro; IAO: Imagen Apreciada del Otro; IDO:
Imagen Despreciada del Otro; IRO: Imagen Repudiada
del Otro. Las imágenes de sí mismo y de la madre (el
otro) se van separando hasta que aparece en el bebé la
consciencia sensoriomotriz del Yo y el tú; de su separati-
vidad y de su indefensión. Así mismo, las imágenes bue-
nas hacen contrato con las malas (tanto en la autoima-
gen como en la imagen de la madre (el otro), recono-
ciéndose así la “totalidad” y “continuidad” tanto de sí
mismo como del otro.

Es necesario, fundamentalmente, que adquiera sufi-


ciente confianza básica para tolerar la separación física y
psicológica de su madre. En términos existenciales, es
necesario que adquiera suficiente valor (a su nivel, claro
está) para poder aceptar su separatividad y su indefen-
sión.
FT
La angustia del niño ante la amenaza de separación se
muestra con claridad en sus conductas de apego marca-
das: llanto, berrinches, rabia contra la madre cuando ésta
se aleja por ciertos periodos de tiempo (que al bebé le
deben parecer interminables). Pero conforme su con-
fianza se va afianzando, su capacidad para tolerar su se-
paratividad y su indefensión continúa incrementándose
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 73

y en forma paulatina se va separando psicológicamente


de la imagen de su madre (fig. 4-6).

Fig. 4-6. Representación simbólica del proceso en que


la autoimagen reconocible y la imagen reconocible del
otro continúan separándose una de la otra (a la par que
las imágenes buena y mala de sí mismo y del otro). AII:
FT
Autoimagen Idealizada; AIA: Autoimagen Apreciada;
AID: Autoimagen Despreciada; AIR Autoimagen Repu-
diada; IIO: Imagen Idealizada del Otro; IAO: Imagen
Apreciada del Otro; IDO: Imagen Despreciada del Otro;
IRO: Imagen Repudiada del Otro.

De manera simultánea, el lactante continúa a desarro-


llándose cognoscitivamente y empieza a ser capaz de re-
conocer las causas reales de los acontecimientos, aunque
74
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

esto sea sólo en situaciones muy simples (por ejemplo, el


lactante puede reconocer que si la silla se mueve es por-
que hubo algo o alguien que la movió accidentalmente o
voluntariamente). En términos de Piaget (1954), apare-
ce la “objetivación y espacialización real de las causas”, lo
cual, según Monte (1977), es un signo de la primera ma-
nifestación de experiencias “sintáxicas” en el niño (con-
ceptualizaciones lógicas y razonables). Por supuesto, es-
te tipo de experiencias no se establecen firmemente co-
mo una forma de funcionamiento psicológico sino hasta
mucho tiempo después de la infancia (Sullivan, 1953).
Al mismo tiempo que sucede todo esto, el lactante co-
mienza a incluir dentro de lo que él considera ser (aque-
llo con lo que se identifica), su propio nombre; esto, por
supuesto, está ligado al hecho de que comienza a ser ca-
paz de entender (y emitir) verbalizaciones eminente-
mente sencillas y simples. Puesto que su desarrollo cog-
noscitivo ya se lo permite, el bebé empieza a tener pensa-
mientos conscientes muy elementales, que puede recor-
FT
dar de un día a otro. En esta forma, empieza a percatarse
que él es el “María”, es decir, asocia a su identidad su
nombre, que ha escuchado innumerables veces. Esto es,
precisamente, lo que Allport (1961) ha denominado
“identidad de sí mismo” o “autoidentidad”. En este mo-
mento el bebé ya no se considera su cuerpo; ahora se
identifica también con su propio nombre, que le da un
sentimiento de mismidad y continuidad ya no única-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 75

mente en espacio, sino en tiempo. Al sí mismo corporal


se suma la identidad de sí mismo.
Todo lo anterior, aunado al incremento y fortaleci-
miento de la confianza básica del lactante hace que éste
pueda diferenciarse mucho más claramente de su madre
(y del resto del mundo) y que los límites de su autoima-
gen reconocible sean cada vez más definidos (como se
ilustra en la fig. 4-6), lo cual, por supuesto, facilita su
desarrollo cognoscitivo y prepara el terreno para que len-
tamente pueda reconocer con mayor claridad las causas
de los acontecimientos a su alrededor en forma más ob-
jetiva y coherente, esto es, para que adquiera la “causali-
dad representativa” descrita por Piaget (1954).
Antes de continuar describiendo el desarrollo psicoló-
gico del bebé, considero necesario dedicar las siguientes
paginas a explicar con más detenimiento lo referente a
las imágenes idealizadas, reconocibles y repudiadas que
el lactante se forma de sí mismo y del otro.
El sí mismo repudiado (o autoimagen repudiada) está
FT
formado por todos los sentimientos, expresiones emo-
cionales, conductas, imágenes corporales e introyecta-
das, que el bebé ha relacionado con experiencias excesi-
vamente aversivas y que por asociación han adquirido
una cualidad aversiva extrema (en forma similar a lo que
los conductistas, como Watson, han mostrado que ocu-
rre en el condicionamiento clásico). Dado que son imá-
genes sumamente angustiantes, deben ser excluidas de la
76
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

incipiente conciencia infantil y quedan disociadas de és-


ta debido a la tendencia innata a evitar el sufrimiento, la
angustia y la falta de placer. Así se empieza a formar algo
como una fobia condicionada que hará que el niño evite
concientizarse o darse cuenta de la región fóbica de su
autoimagen. Esta “conducta de evitación” será reforzada
negativamente al no sufrir el malestar que esta región le
provoca.
Es así como se establece y se mantiene el área repudia-
da, tal como Dollard y Miller (1950) han descrito el pro-
ceso de represión.
La región repudiada, que se encuentra más allá del aún
débil límite de la autoimagen reconocible, impone una
pesada carga al lactante a pesar de encontrarse fuera de
su naciente conciencia; una presión indefinible, obscura
y confusa, que es compensada únicamente por la zona
idealizada de la autoimagen. Esta es una región fantástica
y mágica del sí mismo; tan difusa y poco definida como
lo anterior y con un magnetismo atractivo igual de pode-
FT
roso que el magnetismo repulsivo del área repudiada, y si
a una se le puede considerar como región fóbica, la otra
podría conceptualizarse una región compulsivamente
atrayente, que aún estando fuera de la conciencia inci-
piente del bebé y siendo imprecisa e indefinida, tira de él
en forma cautivadora.
Es importante reconocer que los aspectos de la auto-
imagen, que hasta este momento de la evolución del lac-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 77

tante han sido excluidos de la incierta región reconoci-


ble, difícilmente podrán reintegrarse a la conciencia
adulta debido a que fueron eliminados de ella antes que
existiera el lenguaje, por lo que nunca pudieron der re-
presentados en forma verbal a un nivel realmente cons-
ciente. En otras palabras, todas las sensaciones, impre-
siones, impulsos, imágenes introyectadas y procesos
mentales primitivos que en esta época constituyen las
autoimágenes repudiadas e idealizadas, quedarán irre-
mediablemente como imágenes difusas e informes, sen-
saciones vagas y abstractas o impresiones inefables per-
didas en la obscuridad del inconsciente.
La autoimagen repudiada quedará como la sensación
indefinible de lo malo, obscuro, sombrío, peligroso y
prohibido, como algo de sí mismo que prácticamente se
funde con la imagen primordial, universal y arquetípica
del “maligno” o “diablo” y de la “sombra” descrita por
Jung (1917). Estas imágenes, desde luego, se encuentran
en todo ser humano en forma inconsciente; es por ello
FT
que Jung habló del inconsciente colectivo.

Cuando el bebé alcanza este punto en su desarrollo


psicológico y ano sólo reacciona en forma refleja ante los
estímulos del medio ambiente, sino que presenta arcai-
cas conductas operantes que inevitablemente se encuen-
tran determinadas por el principio del placer. Sin em-
bargo, algunas pueden provocar enérgicas reacciones ne-
78
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

gativas en la madre, que para el pequeño constituyen


verdaderas catástrofes pues son una amenaza a sus nece-
sidades de seguridad y amor y pertenencia. Por ello, al-
gunas de estas conductas llegan, por asociación, a adqui-
rir cualidades aversivas en sí mismas y aun los incipientes
deseos o fantasías de llevarlas a cabo pueden condicio-
narse como objetos fóbicos, haciendo que el lactante las
elimine de su autoimagen reconocible para evitar la an-
gustia. En términos psicoanalíticos, se están adquiriendo
los rudimentos de una muy primitiva represión de las
tendencias o pulsiones que llevan al niño a buscar el pla-
cer.
Por otro lado, las frustraciones a que inevitablemente
se enfrenta el lactante provocan en forma natural su re-
belión o agresión contra el objeto frustrante (Adler,
1908; Horney, 1937; Klein 1952; etc.); sin embargo, no
es raro que esta agresión provoque en la madre angustia,
desesperación, frustración y aun rabia contra el bebé. Es-
to, por supuesto, representa para él una seria amenaza
FT
para la satisfacción de sus valores y deficiencia (o necesi-
dades básicas). Consecuentemente, es posible que las
reacciones agresivas y rebeldes sean condicionadas co-
mo objetos fóbicos y excluidas de la autoimagen recono-
cible: pueden ser reprimidas o escindidas.
A la expulsión temprana de la autoimagen reco-
nocible de las tendencias innatas a buscar el placer (los
impulsos “eróticos”) y de los impulsos agresivos, se le
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 79

puede considerar como la base del id descrito por Freud


(1923), que sin embargo no acabará de ser reprimido si-
no hasta el final de la tercera etapa del desarrollo.
Ahora bien, puesto que la carga emocional que
impone al niño su autoimagen repudiada deber ser re-
compensada por las áreas idealizadas para poder guardar
el equilibrio armónico, es evidente que el sentimiento
angustioso y difuso que le causan las imágenes primor-
diales de lo malo y lo sombrío será compensado por la
imagen inconsciente del “Todo misericordia”. Esta ima-
gen bondadosa, que todos necesitan para sentirse inter-
namente protegidos, fue identificada por Jung (1917)
como un arquetipo del inconsciente colectivo, que pue-
de aparecer en símbolos universales, sueños o fantasías
muy primitivas en forma del “mago”, del “Viejo Sabio”,
del “Todo misericordia”, de la “Gran Madre”, etc. Por
supuesto estos arquetipos pueden ser proyectados hacia
figuras del padre, la madre y, más comúnmente, los gran-
des líderes religiosos y –a veces- políticos, son deposita-
FT
rios de las proyecciones colectivas de este arquetipo.
La imagen arquetípica de “sombra”, ese senti-
miento difuso de lo negativo en uno mismo, también de-
be ser compensada interna e inconscientemente, pues
provoca una pesada carga emocional para el individuo
que es compensada por la imagen difusa y vaga de lo que
“debería ser”. Esta imagen es lo que Jung (1917) ha de-
nominado “persona”, la imagen primordial y universal de
80
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

la máscara que el individuo emplea para ocultar ante


otros y ante sí mismo, la parte negativa, obscura y som-
bría de sí: “la sombra”.
Dado que el arquetipo de “persona” es la imagen pri-
mordial de lo que “debería ser”, podemos considerarla
como la base sobre la que posteriormente se desarrolla-
ran los “deberías” del sí mismo idealizado (Adler, 1956)
y, por supuesto, las normas morales contra los impulsos
eróticos y agresivos: el superego.
Hasta este momento solo hemos descrito y explorado
las regiones idealizada y repudiada de la autoimagen, que
se encuentran fuera de los inestables límites de lo que el
lactante nebulosamente reconoce de sí mismo. Ahora
bien. La parte reconocible del sí mismo (o autoimagen)
está formada por todas aquellas sensaciones, percepcio-
nes, cogniciones, tendencias, impulsos, deseos, necesida-
des y fantasías primitivas que el bebé reconoce como el
mismo; como sabemos, todos estos contenidos o proce-
sos mentales que constituyen la autoimagen reconocible
FT
al principio solo se refieren a su cuerpo, pero posterior-
mente incluyen su nombre, su `propia mismidad y conti-
nuidad a lo largo del tiempo (“la autoimagen”). Pero la
imagen reconocible de sí mismo también incluye las
imágenes que él bebe ha introyectado del mundo exter-
no y con las cuales se identificado: en una palabra, la au-
toimagen reconocible está formada por todo aquello que
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 81

el siente como “mío”. Por tal motivo puede considerarse


equivalente o idéntica al ego.
Es claro que los límites del ego, o autoimagen recono-
cible, durante la infancia, son frágiles y no del todo fir-
mes; sin embargo, más adelante se consolidaran con ma-
yor firmeza. Ello tendrá dos consecuencias importantes:
por un lado dará al individuo mayor sensación de estabi-
lidad y solidez en su sentido de sí mismo (“este soy yo”)
y por el otro, la consolidación del límite del ego o auto-
imagen reconocible hará inaccesibles a la conciencia las
regiones idealizada y repudiada, por lo que, funcional-
mente, podemos considerarlos (a estos límites) idénti-
cos a lo que Freud llama “represión”; representan una
verdadera “coraza caracterológica”, que incluso llega a
manifestarse a nivel corporal (Reich, 1949; Lowen,
1975) y fueron descritos por Sullivan (1953) como “au-
todinamismo”.
No obstante, no debemos perder de vista que en esta
temprana edad, en la que apenas comienza a desarrollar-
FT
se el lenguaje y este límite es todavía débil, los conteni-
dos de la autoimagen reconocible (ego) son casi en su
totalidad preverbales, difusos, y pueden confundirse y
mezclarse fácilmente con los de las regiones idealizada y
repudiada. Los contenidos de la autoimagen reconocible
que han sido relacionados con emociones agradables (la
autoimagen apreciada), en los que se basa la confianza
básica, pueden confundirse con las regiones idealizadas e
82
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

irreales del sí mismo, por otra parte, los que se han aso-
ciado con emociones desagradables (la autoimagen des-
preciada), en los que se basa la desconfianza básica, pue-
den entrar a formar parte de la región repudiada de sí
mismo.
Hasta este momento hemos hablado de imágenes re-
conocibles, idealizadas y repudiadas; mencionado nece-
sidades y tendencias, y hecho referencias a emociones y
sentimientos, pero… ¿Quién es el que tienen conciencia
de esas imágenes?… ¿Quién experimenta esas emocio-
nes? ¿Quién siente esas necesidades y tendencias a ac-
tuar en cierta forma? La respuesta, naturalmente, es “el
Yo”, “el Ser”.
El Yo (o Ser) es el foco, el núcleo de la conciencia, la
emoción y la voluntad, es el sujeto por excelencia y, por
tanto, no puede ser concebido como objeto. Como lo
han reconocido Allport (1961), Moustakas (1956), Bu-
gental (1965, 1979) Frankl (1978) y otros, el Yo es el
que conoce, siente y actúa.
FT
Lo que es claro es que Yo soy el centro de mi propia
vida. “Yo” es la palabra que usamos para referirnos a lo
que es para cada uno de nosotros una experiencia única,
única en que ese “Yo” no apunta a un objeto para ser vis-
to, sino al mismo proceso de ver los objetos. Así como el
ojo en mi cabeza no puede verse a sí mismo, así el “Yo”
de mi ser no puede verse a sí mismo, no puede hacerse a
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 83

sí mismo un objeto. Es el mismo ver, el verdadero proce-


so de darse cuenta (Bugental, 1979, pág. 4.).
El Yo es la esencia de cada individuo. Allport (1961)
lo reconoce como “el conocedor”; Frankl (1978), el “Yo
profundo” o “centro espiritual existencial, Moustakas
(1956) y Jung (1917) como el “Ser” o “Sí mismo”
(“Self”).
He llamado a este centro del sí mismo. Intelectual-
mente, el sí mismo no es más que un concepto psicológi-
co, un constructo que sirve para expresar una esencia in-
conocible que no podemos captar como tal, pues por de-
finición trasciende nuestros poderes de comprensión.
Puede igualmente ser llamado el “Dios en nosotros”. Los
inicios de nuestra vida psíquica total parecen estar inex-
tricablemente enraizados en este punto y todos nuestros
últimos y más altos propósitos parecen tender hacia él.
Esta paradoja es inevitable, como siempre, cuando trata-
mos de definir hacia él. Esta paradoja es inevitable, como
siempre, cuando tratamos de definir algo que yace más
FT
allá del alcance de nuestra comprensión. (Jung, 1917,
pág. 238).
El Yo es el núcleo medular, la quintaesencia, el meollo,
el “alma” del ser en el mundo y precisamente por ser la
esencia del sujeto conocedor, no puede conocerse a sí
misma (por lo menos en forma intelectual). El Yo está
más allá de la conciencia porque es, en sí mismo, la con-
ciencia.
84
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Así pues, el Yo (o Ser) es, por su misma naturaleza,


autoinconsciente, o tal vez sería más adecuado llamarlo
“supraconsciente”. De ahí que cuando un individuo se
refiere a “su yo” en realidad está hablando de la región
reconocible de su autoimagen: de su ego. Pero ¿quién la
reconoce? Él, su Ser más profundo, o… (En vista de que
el lenguaje es realmente muy pobre para expresar estos
conceptos) su Yo (con mayúscula). Por todo esto, cuan-
do hablamos de “autoconocimiento” o “Insight”, nos re-
ferimos a la exploración, por parte del Yo, de las diversas
regiones de la autoimagen (reconocible, idealizada o re-
pudiada).
El Ser, cuya verdadera y esencial naturaleza es indes-
criptible por estar más allá de toda comprensión, es en el
mundo, un mundo del que forma parte, al que modifica
con su mera presencia y del que puede estar consciente.
De entre todo lo que el Ser percibe y concibe en el mun-
do, una parte la reconoce como suya, íntima, propia, y se
identifica con ella (con su cuerpo, su nombre, etc.). A to-
FT
do esto con lo el Ser se identifica lo hemos llamado “au-
toimagen reconocible” o “ego”; de todo aquello que
siente como suyo, su ego, parte aprecia (la autoimagen
apreciada) y parte despreciada (la autoimagen despre-
ciada). Sin embargo, más allá de lo que puede reconocer
conscientemente como suyo, existen partes a las que, a
pesar de ser igualmente “suyas”, no puede o no se atreve
a aceptar como causan demasiada angustia para aceptar-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 85

las como parte de sí (el sí mismo repudiado, autoimagen


repudiada o “id”); otras son las imágenes idealizadas de
lo que siente que debería ser para compensar la pesada
carga que le imponen las partes repudiadas: la autoima-
gen (o sí mismo) idealizada o “superego”.
El Yo puede atender y reconocer las diversas regiones
de la autoimagen reconocible (ego) y dar la vida real a
las potencialidades que le son inherentes; pero sólo pue-
de realizar o actualizar las que no han sido excluidas de
esta región reconocible de su autoimagen. Una vez que
el límite de sy ego se halla consolidado, constituirá una
barrera opaca para el Yo (cuando menos en estado de vi-
gilia y condiciones “ordinarias”). Por consiguiente, el Ser
únicamente podrá atender, reconocer y actualizar aque-
llos aspectos de sí mismo que se encuentren dentro de la
región reconocible de su autoimagen (el ego).
Ahora bien, hemos dicho que durante la infancia el
borde de la región reconocible de la autoimagen no será
firmemente consolidado todavía (es decir, que aún no se
FT
establece la represión, autodinamismo o coraza caracte-
rológica); ello implica que en esta época de la vida el Yo
puede tener cierto acceso a las regiones idealizada (que
es especialmente atractiva) y repudiada (inmensamente
repulsiva), cosa que le será sumamente difícil en épocas
posteriores, une vez que el autodinamismo se haya con-
solidado.
86
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Hemos mencionado que el Yo puede reconocer diver-


sos aspectos del ego (o autoimagen reconocible); sin
embargo, es necesario hacer notar que también puede
atender, reconocer y reaccionar ante los estímulos que
recibe del medio externo mediante las capacidades que
paulatinamente se van desarrollando en él (sensación,
atención, percepción, memoria, juicio, raciocinio, emo-
ción, voluntad, afecto, etc.).
Ahora, el Yo sólo puede atender a un aspecto del mun-
do a la vez, lo cual significa que, para explicarlo de una
manera antropomórfica, su “rango” o amplitud “visual”
es muy limitada. Si el lector trata de atender todas las
sensaciones que está teniendo en este momento su cuer-
po, y al mismo tiempo pensar en sus propias característi-
cas más apreciadas y atender simultáneamente a lo que
está leyendo, verá que es en realidad imposible. Por
ejemplo, ¿notó Ud. La presión que ejerce el asiento so-
bre sus caderas? ¿Ya notó su respiración? ¿Se da cuenta
de la temperatura de sus manos? ¿Puede concientizarse
FT
de sus más caros anhelos de la vida? ¿Y qué pasó con su
respiración?
Este sencillo ejemplo muestra lo limitado que es el
campo de atención del Ser. Sólo puede atender plena-
mente un estímulo a la vez, sea externo o interno. Cuan-
do el Yo dirige su atención del mundo “interno” puede
concentrarse en las imágenes que tiene de sí mismo (en
su propia autoimagen) o en las que se ha formado de fi-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 87

guras externas (“el otro”). Por ejemplo, si atendiendo a


una imagen internalizada que Ud. Tiene del “otro”. El
ser únicamente puede atender en cada instante, a un estí-
mulo, sea externo o interno, y si es de estos últimos, solo
puede concientizarse, momento a momento, de un solo
aspecto de su autoimagen o de las imágenes que ha inter-
nalizado de los “otros”.
Al ir atendiendo y reconociendo los distintos compo-
nentes de la autoimagen reconocible, el Yo no sólo se
percata de los contenidos de ésta, sino que los actualizan,
les da vida y se identifica con ellos, experimentando las
emociones asociadas con los mismos. Por ejemplo, si su
atención se encuentra en su autoimagen apreciada, el Ser
experimenta agrado y placer y se siente a sí mismo “bue-
no”, “valioso”, etc., en tanto que cuando se localiza en su
autoimagen despreciada experimenta angustia y tensión
y se siente “malo”, “indigno”, etc. Cuando un adulto se
concientiza de “su amor por su esposa”, ese afecto llama-
do “amor”, que un segundo antes, cuando se encontraba
FT
atendiendo a otra cosa, estaba latente, cobra vida y el Ser
puede exclamar, “¡Yo amo!”
No sorprende que el Yo, aun cuando el individuo sea
un bebe, tienda a conservarse identificado con las áreas
“buenas” de su autoimagen” y a alejarse de las “malas”.
Posteriormente, cuando se establezca la coraza defensiva
(la represión) el Yo será incapaz de “ver” los contenidos
de la zona repudiada de su autoimagen, es decir, las ne-
88
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

cesidades, tendencias e impulsos agresivos y eróticos


(del id) que exigirán ser satisfechos, pero que, por en-
contrarse fuera del umbral “Yoico” de tolerancia a la an-
gustia, serán inaccesibles a la conciencia, al Ser. Al mis-
mo tiempo, el Yo será forzado por las exigencias tenaces
y enérgicas de su autoimagen idealizada; ésta, como he-
mos visto, estará constituida por los “deberías”, las “me-
tas ficticias” y las normas morales del superego, todo lo
cual paradójicamente, representara el ideal inalcanzable
de perfección y admirabilidad que lo presionará, sin su
propia conciencia, a pensar, sentir y actuar como lo que
no es en realidad. Por último, el Yo deberá enfrentarse
con la realidad externa y adaptarse a las demandas que
continúan influyendo en la formación y desarrollo de la
personalidad. Así pues, tenemos (en términos freudia-
nos) que el Yo tendrá que lidiar con las demandas del su-
perego, el id y la realidad externa (Freud, 1923).
El Yo, punto central de la conciencia, se identifica con
los componentes de su autoimagen reconocible (el ego)
FT
al irlos reconociendo momento a momento. Sin embar-
go, solo puede estar identificado conscientemente con
las funciones e imágenes del ego que se encuentra actua-
lizado a cada instante al desplazar su atención a través
del mismo. A esta cambiante región del ego, de su auto-
imagen reconocible con la cual el Yo se siente conscien-
temente identificado en un momento dado, la llama “yo”
consciente (con minúscula, para diferenciarlo del Yo
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 89

profundo preconsciente). De esta forma, si el Ser tiende


a una carencia del sí mismo corporal, se identifica con
ella y dice “yo tengo hambre”, “yo estoy hambriento”.
Pues el Yo, el Ser, sólo puede atender conscientemen-
te a una pequeña y cambiante región, sea de su autoima-
gen reconocible, de las imágenes internalizadas que tiene
del mundo o de la realidad externa, podemos considerar
todo aquello que es potencialmente reconocible, pero
que en un momento dado no está siendo atendido por el
Yo, no es realmente “consciente” sino más bien “cons-
cientizable”, o en términos psicoanalíticos, “preconscien-
te”.
Por otro lado, el yo, la región de la autoimagen reco-
nocible (ego) con la que el Yo o Ser se identifica y a la
que llama “yo” es, por su misma naturaleza, consciente,
sin embargo, el Ser es incapaz de reconocer o “ver” el
borde o límite de su autoimagen reconocible (que acaba-
rá de consolidarse en la niñez). En otras palabras, es to-
talmente ciego a esa barrera la “represión”. Por tanto,
FT
cuando el yo llega a esa barrera deja de ser yo consciente,
pues, ya que constituye el umbral “Yoico” de tolerancia a
la angustia es, por sí misma, el conjunto de “mecanismos
de defensa”, “técnicas auxiliares de ajuste” (Horney,
1945) u “operaciones de seguridad” (Sullivan, 1953).
Como se mencionó, el Yo surge cuando él bebé co-
mienza a ser capaz de percibirse a sí mismo como un ser
diferente al “otro” (la madre) a quien puede identificar,
90
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

aunque no con absoluta precisión, como “tú”. La imagen


que el niño se forma del “otro” también puede concep-
tualizarse como integrada por un “otro idealizado”, u
“otro repudiado” (ambos inconscientes) y un “otro reco-
nocible” (apreciado y despreciado).
La región idealizada del “otro” representa la imagen
fantástica e ideal del “otro”: lo que en fantasía debería
ser, pero que, por no corresponder con la realidad, se en-
cuentra excluida de la consciencia emergente del peque-
ño. Esta imagen idealizada puede tener gran influencia
en el individuo durante su vida. Muchas personas, ya en
la edad adulta, viven atormentados y tristes sin tener idea
de que la razón de su tormento es que la madre que tu-
vieron jamás correspondió con la idealizada que incons-
cientemente siempre anhelaron tener.
La parte repudiada de la imagen del “otro” está consti-
tuida `por aspectos que se han asociado con una canti-
dad excesiva de angustia y que, por tanto, el bebé difícil-
mente puede reconocer en forma consciente. Esta ima-
FT
gen rechazada de la conciencia del bebé puede ser de
gran importancia; con frecuencia nos encontramos con
personas que han reprimido, negado o excluido de su
conciencia los aspectos desagradables, angustiantes o da-
ñinos de sus seres más cercanos (en especial de la ma-
dre)
La imagen reconocible del “otro” representa todo
aquello que el individuo es capaz de reconocer en la ima-
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 91

gen que ha internalizado de la otra persona (por lo gene-


ral de la madre). Tiene ciertas facetas apreciadas (en que
se basa la confianza en los demás) y algunas despreciadas
(base de la de confianza en otros), que se han formado
dependiendo del tipo de emociones positivas o negati-
vas, con que se hayan asociado. Ahora bien, cuando el
Ser enfoca su atención en el “otro” y lo identifica como
un individuo diferente o separado, puede concretizar la
imagen que percibe en un “tú”, que por supuesto, puede
ser bueno y malo.
Como se mencionó, a partir del “nacimiento psicoló-
gico” el mundo interno del bebé empieza a poblarse con
las imágenes de diferentes personas, las más cercanas a
él. Y con distintos objetos de la naturaleza que lo rodea.
Esto es posible gracias a que su desarrollo cognoscitivo
ya le permite conservar representaciones mentales per-
manentes de estas figuras, que paulatinamente va asimi-
lando y acomodando en esquemas mentales. Lo anterior
significa que el lactante comienza a ser capaz de recordar
FT
a otros seres de su medio ambiente y a tener primitivos
pensamientos sobre ellos sin que se empieza a formar
imágenes mentales son con frecuencia, además de la ma-
dre, el padre, los hermanos, y todas las que sean significa-
tivas para él. Pero el bebé no sólo se forma representa-
ciones mentales de personas, sino también de objetos,
cosas y diferentes elementos de la naturaleza: sus jugue-
tes, su cuna, el perro de la casa, un árbol, etc.
92
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

Ahora bien, todas estas personas y objetos de la natu-


raleza de las que paulatinamente se va formando imáge-
nes mentales comienzan a asociarse con las emociones
que el pequeño ha experimentado al entrar en contacto
con ellos. En esta forma, las personas y la naturaleza ad-
quieren cualidades positivas y negativas en el mundo del
bebé. Este hecho puede verse con mucha claridad si re-
cordamos el experimento de Watson (1917) con Alber-
tito, un bebé de once meses de edad. Presentando al ni-
ño un animal inofensivo, le provocó una fobia condicio-
nada a éste haciendo sonar un fuerte e intempestivo rui-
do cada vez que Alberto tocaba al animal. El lactante
asoció el espantoso ruido con el contacto del inofensivo
animalito y comenzó a temer a este. En otras palabras, la
imagen que el niño tenía de su criatura adquirió una cua-
lidad negativa y se convirtió, para el en “mala”.
Por todo lo anterior, resulta obvio que durante el pri-
mer periodo de vida el ser humano comienza a tener un
mundo interno constituido por representaciones menta-
FT
les de sí mismo y las personas y la naturaleza que lo ro-
dean. Posteriormente, estas imágenes influirán en sus
pensamientos, sentimientos, emociones, actitudes y
comportamiento hacia sí mismo, los demás y el mundo
externo en general; es decir, su participación en la vida
estará guiada por estos esquemas internalizados. Sin em-
bargo, su participación, comportamiento y actitudes pro-
vocarán a su vez, reacciones específicas hacia el en su
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 93

medio ambiente. En esta forma, el individuo “creará” su


mundo que, como los existencialistas han hecho notar,
puede dividirse con fines didácticos en personal –el de sí
mismo (eigenwelt)- interpersonal (mitwel) y de relacio-
nes con la naturaleza (unwelt). Como hemos visto, estos
mundos comienzan a formarse desde una edad muy
temprana, en la infancia, aun antes que el bebé pueda ex-
presar verbalmente sus pensamientos o conceptos.
En las últimas páginas he tratado de exponer, tal como
lo veo, y en una forma más clara, cual es la naturaleza y
contenido de los diferentes aspectos de la autoimagen y
las imágenes q el lactante se forma del mundo que lo ro-
dea. Confío en que mi explicación haya servido para
aclarar al lector todos estos conceptos (y no para con-
fundirlo más). Ahora que se ha explicado con mayor de-
talle, volvemos a nuestra explicación sobre el desarrollo
psicológico del individuo.
Ya se mencionó que él bebe logra paulatinamente, y
gracias a la satisfacción de sus necesidades de seguridad
FT
y de amor y pertenencia. Afianzar su confianza básica,
que le permite seguir acumulando experiencias y evolu-
cionando en forma cognoscitiva. De esta manera, el lac-
tante puede descubrir no sólo un “sí mismo corporal” si-
no también una “autoidentidad” (Allport, 1961) que fa-
cilitan su proceso de diferenciación de la madre u el re-
conocimientos de aspectos “malos” de sí mismo y de
ella. Todo lo anterior, aunado al reconocimiento por
94
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

parte del niño de otras personas y objetos permanentes y


diferentes de él mismo, prepara el terreno para que poco
a poco también pueda reconocer con mayor claridad las
causas reales y objetivas de los hechos que ocurren a su
alrededor, en una forma coherente que adquiera la “ca-
sualidad representativa” descrita por Piaget (1954).
Conforme el bebé madura cognoscitiva y emocional-
mente, va pudiendo diferenciarse con más claridad de su
madre y otros, y concluir así con la etapa de Kernberg
(1978) ha denominado “diferenciación de las represen-
taciones de sí mismo y el objeto”. Por último, llega un
momento, al finalizar la infancia, en que ya tiene una
imagen de sí mismo perfectamente diferenciada del resto
del mundo(a pesar de que continúe sintiéndose unido y
dependiente de la madre, el “otro”). Más aún, ha equili-
brado o compensado su desconfianza con la adquisición
de la confianza básica para dar el siguiente paso hacia la
“autonomía” (Erikson, 1950) que le permitirá continuar
con el proceso de separación-individuación (Mahler,
FT
1971). Todo lo anterior podría ilustrarse gráficamente
de la siguiente forma (Fig. 4-7)
DRA Desarrollo “Normal” de la Personalidad… 95

Fig. 4-7. Representación simbólica de la relación entre


la autoimagen y la imagen internalizada del “otro” (la
madre) al finalizar el primer periodo del desarrollo.
ATM: Arquetipo del Todo Misericordia; AP: Arquetipo
de Persona; AII: Autoimagen Idealizada; SMC+: Sí mis-
mo corporal positivo (apreciado) AId+: Autoidentidad
positiva (apreciada) [en conjunto son la base de la con-
fianza básica]. AIA: Autoimagen apreciada. AIR (ego):
FT
Autoimagen reconocible o ego. Su límite es la represión,
autodinamismo o coraza caracteriológica. AId-: Auto-
identidad negativa (despreciada); SMC-: Sí mismo cor-
poral negativo (despreciado) [en conjunto son la base
de la desconfianza básica]. AID: Autoimagen desprecia-
da. AS: Arquetipo de Sombra; AM: Aequetipo del malig-
no; AIRp: Autoimagen repudiada. ATMPO: Arquetipo
del todo misericordia proyectado en el otro; APPO: Ar-
quetipo de persona proyectado en el otro; IIO: Imagen
96
DRA Hacia un Modelo Integral de la Personalidad

idealizada del otro; IIO: Imagen Idealizada del otro;


ICO+: Imagen Corporal del otro positiva ; IdO+: Identi-
dad del otro positiva (apreciada) [en conjunto son la ba-
se de la confianza en el otro generalizado]; IAO: Imagen
apreciada del otro; IdO-: Identidad del otro negativa;
ICO-: Imagen corporal del otro negativa (despreciada)
[en conjunto, son la base de la desconfianza del otro ge-
neralizado]. IDO: Imagen despreciada del otro. ASPO:
Arquetipo de Sombre proyectado en el otro; AMPO: Ar-
quetipo del maligno proyectado en el otro; IRO2: Ima-
gen repudiada del otro.
En esta figura, el yo se encuentra en una región apre-
ciada del sí mismo corporal. Las imágenes reconocibles
de sí (AIR) y el otro (IRO1) pueden considerarse pre-
conscientes; las imágenes idealizadas y repudiadas de sí
mismo y el otro son inconscientes; puesto que el Yo o
Ser se encuentra atendiendo a una región reconocible de
su autoimagen, el yo; esta región (el yo) es la única que,
en esta figura, sería realmente consciente.
FT

También podría gustarte