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RECUERDOS DEL FUTURO

Tokio, 18 de enero, 2051. Aunque mi sitio de residencia habitual es a 800 metros de altura en la
“Sky City”, desde donde puedo ver a lo lejos a la gigantesca aglomeración de Tokio, he estado en
Nicaragua varios meses viendo cómo avanza la construcción del Canal Interoceánico financiado por
los chinos. Mi vecino, a quien veo poco porque trabaja en Dhaka, dice que acostumbrado como está
a la congestión y el desorden de la capital de Bangladesh, encuentra que Tokio no es tan
desordenada ni ruidosa. Es que Tokio y Dhaka, no son las únicas supermegalópolis, porque con los
9.000 millones de personas que habitan este planeta, 6.000 de ellas residiendo en ciudades, ya hay
alrededor de 40 urbes que superan los 10 millones de habitantes.

Aunque trabajo para una empresa constructora con casa matriz en la torre del El Espiral de Nueva
York, un edificio de 1.000 pies de alto, compartido con la farmacéutica Pfizer, mi esposa y yo
escogimos residir en Tokio, la más habitable de las supermegalópolis de la región, porque las
mayores obras de construcción tienen lugar en Asia. A ella le resulta muy ventajoso vivir en Tokio
porque trabaja como consultora de diseño para la Toyota y desde Tokio, tomando el híper avión,
podemos estar en cuestión de horas en San Francisco y Nueva York. Desde la primera escala,
Samanta puede cómodamente visitar a sus padres en ciudad de México y yo continuar a Nueva
York para reunirme con mis colegas de la empresa. Desde Nueva York se atiende a los clientes de
las Américas, mayormente en los países del ALCA y Centro América, porque el sur del continente
nunca ha logrado mantener un ritmo de crecimiento apreciable y genera pocos proyectos de gran
envergadura. Pero esa es otra historia. También hago visitas frecuentes al otro centro mayor de
trabajo que la compañía tiene en La Défense, París, desde donde atendemos los trabajos que
realizamos en Europa, África y Medio Oriente.

Somos una familia promedio, con dos hijos, una hembra de 10 que nació en Dubái y un jovencito de
16 que nació en Ciudad del Cabo. Felizmente, son niños saludables, gracias a la manipulación
genética a que someten a los bebés aun antes de nacer. “Bebés Programados” les llaman sus
abuelas, quienes no disfrutaron la ventaja de tener hijos inmunes al 99% de las enfermedades antes
tan comunes. Todavía hoy los cuida un robot IA-200, mejorando sus probabilidades de crecer sin
sufrir accidentes caseros. Ambos van al colegio internacional en “Sky City”. Los fines de semana, los
llevamos a los niveles de entretenimiento para asistir al “Holocine La Estrella”, donde presenciamos
funciones de inmersión con los actores robóticos de moda o proyecciones holográficas simultáneas
de los shows de Nueva York, Londres o más allá.

Estar en Japón, nos ha permitido enseñarles a nuestros niños el valor de la paz, lo indeseable de la
guerra y de las armas nucleares, así como a valorar el ambiente y los recursos naturales que en
Japón siempre han sido escasos. Es un pueblo que ha buscado espontáneamente la vida sustentable,
desde cuando el término era una novedad en otros países. Y no es que la vida en Japón sea perfecta,
pero aparte del norte de Europa y el Oeste de Norteamérica, no hay otra región en el globo donde
el progreso y la tecnología se adopten con más rapidez y sabiduría.

Felizmente, desde 2027 no ha habido en el mundo otra guerra de grandes proporciones. Después
del armisticio, China y la India, todos lo reconocemos hoy, son los países más poderosos y
prácticamente gobiernan el planeta, pero sus pueblos no son los más felices ni los más libres y eso
lo valoramos en casa por encima de todo.

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