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Reseñas

Sylvia Molloy y Mariano Siskind, editores


POÉTICAS DE LA DISTANCIA:
ADENTRO Y AFUERA DE LA LITERATURA ARGENTINA
Buenos Aires: Norma, 2006

¿De qué manera participa en la literatura nacional


argentina el escritor desplazado, con su estética
migrante? Esta es la pregunta, la inquietud, que
motiva a los editores en el prólogo a la presente
obra enmarcada en el congreso “Literatura
argentina: adentro y afuera” realizado en la
Universidad de Nueva York (NYU) el año 2005
y que trató de la misma temática.

¿Qué significa, o bien, qué implicancias tiene


ese adentro y afuera? ¿Es posible regresar de
ese desplazamiento? ¿Son acaso las ficciones,
la creación por medio del lenguaje, la única
vuelta posible?

En lo que a aspectos formales se refiere, el


libro se compone de un prólogo escrito por los editores, más trece escrituras
críticas, escrituras desplazadas que no se deciden por un género definitivo. Los
escritores a cargo de ellos son Sylvia Molloy, María Negroni, Marcelo Cohen,
Diana Bellesi, Edgardo Cozarinsky, Mercedes Roffé, Alicia Borinsky, Sergio
Chejfec, Luisa Futoransky, Martín Kohan, Luisa Valenzuela, Tamara Kamenszain
y Alan Pauls; todos ellos escritores argentinos, de trayectorias marcadas por el
desplazamiento constante o bien por un desplazamiento interno, dan cuenta
en una mezcla de ensayo, confesión autobiográfica y ficción de las distintas
huellas dejadas por el distanciamiento y la tensión del adentro/ afuera en su
escritura. Dicen los editores: “En ellos, la escritura se vuelca sobre sí misma
para reconstruir la narrativa de su formación y de la figura de escritor que la
engendra; autobiografías críticas de las condiciones de posibilidad concretas de
esa escritura extrañada que es la casa del escritor diaspórico (13)”.

Así, por ejemplo, María Negroni habla del lujo moral que supone la distancia,
ese no involucrarse propio de quien no pertenece completamente a un lugar;
del mismo modo, Molloy y Futoransky se refieren a la migración como una
biblioteca, viajes como hipertextos, referencias librescas que inauguran una
única patria posible anclada en un lenguaje camaleónico. Esta problemática se
ve expresada en el desplazamiento experimentado dentro de la patria primaria,

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la patria de la lengua, y entonces, junto con Walter Benjamin (el “emigrado


crónico”, según Martín Kohan), la figura del traductor y la traducción salen a
relucir: “Después del diluvio, a partir de Babel, el exilio es un castigo, como la
traducción (119)”, dice Futoransky.

Se trata de vueltas imposibles: vueltas de tuerca, vueltas de palabras que inau-


guran un bilingüismo que es a la vez reconocimiento y desafío o, como en el
caso de Cozarinsky (quien escribió la mayoría de sus cuentos del libro Vudú
urbano en inglés), el bilingüismo se vuelve la única lengua y/o la única escri-
tura posible.

En las palabras de Molloy:

Ser bilingüe es hablar sabiendo que lo que se dice está


siempre siendo dicho en otro lado, en muchos lados. Esta
conciencia de la inherente rareza de toda comunicación,
este saber que lo que se dice es desde siempre ajeno,
que el hablar siempre implica insuficiencia y sobre
todo doblez (siempre hay otra manera de decirlo), es
característica de cualquier lenguaje, pero, en la ansiedad
de establecer contacto, lo olvidamos. (19)

Esa otra forma, los otros lugares que pululan como fantasmas en el lenguaje
recuerdan también todas las patrias posibles, así como también los nuevos
territorios que se ofrecen a los sentidos del errante, abiertos a todas sus posi-
bilidades. El testimonio de Tamara Kamenszain habla de los espacios abiertos
que se ofrecen a la sensibilidad de aquel que no es ni turista ni local: “Esto es
lo que atesoré en el exilio: la posibilidad de toparme con lo necesario por azar.
Sin la indiferencia del local ni la ansiedad del turista, el extranjero-residente es
ese que puede encontrarse con el arte afuera de los museos” (158).

Sin embargo, los nuevos territorios, las patrias en tránsito, plantean desafíos a la
memoria. De esta forma, incluso las luces y el cosmopolitismo de Nueva York
son vistos en una nueva luz. En las palabras de María Negroni: “Sentía que sus
calles pertenecían a una comunidad de seres errantes, fugaces e inseguros como
yo. Una ciudad desmemoriada… (25)”. Luisa Valenzuela, por su parte, plantea
que el desplazamiento propone un intersticio habitable, allí donde establecer lo
privado, el hogar: “En el entre, entonces, en el entretiempo, en el entreespacio,
se construye el tentempié del nómade. Es la casa, el hábitat que le aporta un
techo a la experiencia extrema del desierto” (162).

Otra problemática o tensión en los testimonios de estos escritores es la noción de


patria, de nación (ese adentro doloroso) y cómo reconciliarse con ella, su pasado,

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sus traumas, así como, al mismo tiempo, reconciliarse con sus figuras o padres
literarios. Edgardo Cozarinsky es categórico al señalar que “Soy escritor y soy
argentino. No sé si soy escritor argentino (69)”. Del mismo modo, la patria aparece
cargada de un lenguaje sucio que se refleja en las palabras de Alicia Borinsky:
“(…) la ciudad y el país mismo se me ofrecían con el idioma del desecho. Para mí
era contar las historias que se des-contaban, como los objetos rotos en las bolsas
de basura. En mi caso el des-cuento era el tiempo de mi ausencia” (95).

En lugar del cuento, el desplazamiento propone el des-cuento o, en el caso de


Molloy, el país se desliga de geografías y ataduras para transformarse en dócil
biblioteca:

Es así como en distintos momentos, desde distintas


latitudes –y desde luego desde distintas bibliote-
cas– uno echa mano del país que necesita, y ese país
está compuesto de recuerdos varios, de fabulaciones a
partir de esos recuerdos, de lecturas que uno convoca
del archivo, pero también y sobre todo de deseos y de
traumas presentes. (20-1)

La biblioteca como icono es también tema de texto de Futoransky, aunque


esta vez ligado a la tarea del escritor: “Cada autor de alguna manera y a su
manera no es más que una biblioteca ambulante, un atlas, que su vez refiere y
nos reenvía a otras bibliotecas donde prolifera finalmente todo lo no escrito ni
cartografiado” (123).

Por último, las referencias a los padres, a los héroes, del territorio (literario)
nacional así como también los próceres del desplazamiento no se dejan espe-
rar. Ya sea la sombra de Borges que ilumina caminos y empantana al mismo
tiempo. Dice Alan Pauls: “Sigo preguntándome si llegaremos a inventar alguna
manera de pensarnos que le deba un poco menos (o que olvide un poco más) al
Borges del “Escritor argentino y la tradición” (172); o la memoria de Arlt quien
fija la patria ya no en lo nacional sino en lo urbano, la ciudad que es nación y
dislocamiento. Comenta Martín Kohan: “El sentido de una emigración depende
del sentido en que se defina la pertenencia… No es al país adonde uno quiere
volver, sino a la ciudad” (136).

Existe también, se invoca, se exige, un tipo diferente de escritura del desplaza-


miento, aquella de los extranjeros que escriben por los locales, como el caso de
Gombrowicz, así como también se evocan las figuras de tantos escritores despla-
zados y extranjeros en su propia lengua como Franz Kafka, Vladimir Nabokov
o escritores como Flaubert (citado por Chejfec) quien se preguntó “¿Dónde sino
en el extranjero lo propio se convierte en cierto y determinante?” (113).

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Dice Sergio Chejfec:


(…) en la madeja de evocaciones y recuerdos distancia-
dos de quien está fuera de su país, las versiones que los
extranjeros construyen sobre este poseen una capacidad
persuasiva particular. No nos convencen de algo definido,
sin embargo, más bien despiertan en nosotros un clima
de camaradería y frustración: estamos a mitad de camino
entre ellos y los, digamos, residentes. (108)

También existen los desplazamientos aún después de la muerte, como el caso de


las cenizas del general San Martín, o la vuelta imposible de Esteban Echeverría,
ambos casos narrados por Martín Kohan.

El adentro y afuera de la literatura argentina está plagado de fantasmas de los


que se quedaron en ese adentro tan parecido a un infierno y que no reconocen la
validez o autoridad de los desplazados de escribir sobre ese adentro que les es
tan propio. Alicia Borinsky es categórica al señalar que: “Mejor el samovar con
su invitación a la duda y la parodia que las falsas seguridades y la mezquindad
de quienes creen que la verdadera literatura siempre se hace desde un adentro
universal que invisibiliza a los otros y así completan, sin darse cuenta, la tarea de
las desapariciones (102)”.

Para la mayoría de los escritores de ese volumen, el afuera les ofrece un punto de
vista único, marcado por la movilidad constante, tanto del lenguaje como de las
geografías. Al mismo tiempo, el lenguaje, la creación literaria, se vuelve escudo
frente a la nostalgia. Así, explica Mercedes Roffé: “Mejor que la muerte a plazos
de la nostalgia, que es pringosa y nos precipita a lamernos las heridas y eterna-
lizarlas, el humor negro. Mejor que el autoanálisis, la invención de personajes
(98)”. Del mismo modo, afirma Marcelo Cohen, la creación puede ayudar a la
amnesia: “Porque el relato no era una nemotecnia, un instrumento para pautar la
experiencia, sino una contramemoria, un dispositivo de amnesia y reordenamiento
lo más afinado posible a la sensación. Para mí se trataba de construir un lugar,
compuesto y autosuficiente, sí, pero con un lado abierto al desorden (50)”.

Ya sea como referente teórico en cuanto a la problemática del regreso, la nostalgia


y los desplazamientos, o como una pequeña ventana hacia las complejas y enrique-
cedoras poéticas de tan destacados escritores, Poéticas de la distancia logra, una
vez más, a través del ancla del lenguaje, de la lectura, no ya un distanciamiento
sino un acercamiento… quizás la única vuelta posible. O, en las palabras de Luisa
Valenzuela: “(…) en el fondo nada importa el acá o el allá, cualesquiera que sean.
El ancla es la escritura, el lugar donde cuerpo y palabra se fusionan” (154).

María José Navia


New York University

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