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Así, por ejemplo, María Negroni habla del lujo moral que supone la distancia,
ese no involucrarse propio de quien no pertenece completamente a un lugar;
del mismo modo, Molloy y Futoransky se refieren a la migración como una
biblioteca, viajes como hipertextos, referencias librescas que inauguran una
única patria posible anclada en un lenguaje camaleónico. Esta problemática se
ve expresada en el desplazamiento experimentado dentro de la patria primaria,
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Esa otra forma, los otros lugares que pululan como fantasmas en el lenguaje
recuerdan también todas las patrias posibles, así como también los nuevos
territorios que se ofrecen a los sentidos del errante, abiertos a todas sus posi-
bilidades. El testimonio de Tamara Kamenszain habla de los espacios abiertos
que se ofrecen a la sensibilidad de aquel que no es ni turista ni local: “Esto es
lo que atesoré en el exilio: la posibilidad de toparme con lo necesario por azar.
Sin la indiferencia del local ni la ansiedad del turista, el extranjero-residente es
ese que puede encontrarse con el arte afuera de los museos” (158).
Sin embargo, los nuevos territorios, las patrias en tránsito, plantean desafíos a la
memoria. De esta forma, incluso las luces y el cosmopolitismo de Nueva York
son vistos en una nueva luz. En las palabras de María Negroni: “Sentía que sus
calles pertenecían a una comunidad de seres errantes, fugaces e inseguros como
yo. Una ciudad desmemoriada… (25)”. Luisa Valenzuela, por su parte, plantea
que el desplazamiento propone un intersticio habitable, allí donde establecer lo
privado, el hogar: “En el entre, entonces, en el entretiempo, en el entreespacio,
se construye el tentempié del nómade. Es la casa, el hábitat que le aporta un
techo a la experiencia extrema del desierto” (162).
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Reseñas
sus traumas, así como, al mismo tiempo, reconciliarse con sus figuras o padres
literarios. Edgardo Cozarinsky es categórico al señalar que “Soy escritor y soy
argentino. No sé si soy escritor argentino (69)”. Del mismo modo, la patria aparece
cargada de un lenguaje sucio que se refleja en las palabras de Alicia Borinsky:
“(…) la ciudad y el país mismo se me ofrecían con el idioma del desecho. Para mí
era contar las historias que se des-contaban, como los objetos rotos en las bolsas
de basura. En mi caso el des-cuento era el tiempo de mi ausencia” (95).
Por último, las referencias a los padres, a los héroes, del territorio (literario)
nacional así como también los próceres del desplazamiento no se dejan espe-
rar. Ya sea la sombra de Borges que ilumina caminos y empantana al mismo
tiempo. Dice Alan Pauls: “Sigo preguntándome si llegaremos a inventar alguna
manera de pensarnos que le deba un poco menos (o que olvide un poco más) al
Borges del “Escritor argentino y la tradición” (172); o la memoria de Arlt quien
fija la patria ya no en lo nacional sino en lo urbano, la ciudad que es nación y
dislocamiento. Comenta Martín Kohan: “El sentido de una emigración depende
del sentido en que se defina la pertenencia… No es al país adonde uno quiere
volver, sino a la ciudad” (136).
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Para la mayoría de los escritores de ese volumen, el afuera les ofrece un punto de
vista único, marcado por la movilidad constante, tanto del lenguaje como de las
geografías. Al mismo tiempo, el lenguaje, la creación literaria, se vuelve escudo
frente a la nostalgia. Así, explica Mercedes Roffé: “Mejor que la muerte a plazos
de la nostalgia, que es pringosa y nos precipita a lamernos las heridas y eterna-
lizarlas, el humor negro. Mejor que el autoanálisis, la invención de personajes
(98)”. Del mismo modo, afirma Marcelo Cohen, la creación puede ayudar a la
amnesia: “Porque el relato no era una nemotecnia, un instrumento para pautar la
experiencia, sino una contramemoria, un dispositivo de amnesia y reordenamiento
lo más afinado posible a la sensación. Para mí se trataba de construir un lugar,
compuesto y autosuficiente, sí, pero con un lado abierto al desorden (50)”.
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