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ANTROPOLOGIA E HISTORIA Una relacién inestable por MANUEL GUTIERREZ ESTEVEZ La generacién de mis profesores de antropologia establecié las paces con la historia. Escribieron abundantemente para mostrarnos a sus estudiantes y a algunos colegas, todavia reticentes, que las agrias disputas con la historia y los menosprecios hacia ella, hechos desde la dogmética funcionalista por la generacién anterior, habian dejado ya de tener sentido, aunque habian dejado unos efectos nocivos en la formacién y el trabajo de los antropdlogos que convenia reparar. Las relaciones entre ambas habian estado enturbiadas desde hacia mucho tiempo: desde los comienzos de 1a antropologia como disciplina académica, fascinada por presentarse a si misma como la més joven y ambiciosa de las ciencias naturales y despectiva, por eso mismo, con Ia vieja dama de las humanidades. Para nuestros «padres fundadores» redactar una historia «natural» de la humanidad implicaba distanciarse, conceptual y retérica- mente, de Ia historia «politica» y «moral» que se habia hecho hasta entonces. Esa magna historia natural de la especie que se deseaba escribir, era algo que s6lo podia hacerse supliendo con muchas conjeturas los pocos datos disponibles. Cuando la generacién siguiente (Ia de Malinowski y Radcliffe-Brown, pero también la de Boas) comenzé a hacer un trabajo de campo mis intenso, dispuso de los instrumentos para criticar acerbamente las conjeturas y generali- vaciones histéricas de sus predecesores y, a la vez, para sustentar, con mayor coherencia teérica, el alejamiento de la historia propiamente dicha. ‘Al comenzar la segunda mitad del siglo, una nueva generacién, posfuncionalista, comenzé a ocupar posiciones relevantes en los principales departamentos universitarios de antropologia y a modificar el estado previo de las relaciones con la historia. E] movimiento de aproximacién no s6lo fue facilitado por la reconsideracién de las anteriores criticas sociolo- gistas a la historia, sino también por las transformaciones experimentadas en el campo mismo de la historia que, al haber expandido sus intereses hacia la historia social y econémica, ¢ incluso de las «mentalidades», se habia acercado también a las cuestiones de mayor interés para los antropélogos. Y asi, esta generacién, a la que pertenecen mis profesores — aunque todavia necesitando dar muchas explicaciones sobre el asunto—, dio por terminado el antiguo contencioso con la historia. 1 En 1958, Claude Lévi-Strauss publica una heterogénea coleccién de articulos y confe- rencias bajo el titulo de Antropologia estructural (1968, edic. en castellano). Entre los textos LA ANTROPOLOGIA COMO CIENCIA DEL HOMBRE n que aqui reine incluye uno con el titulo de «Historia y Etnologia. Muestra en él su identificacién con el particularismo histérico de Boas para, més adelante, criticar a Malinowski ya «muchos etndlogos de la nueva generacién a los que vemos negarse, antes de trabajar sobre el terreno, a todo estudio de las fuentes [...] con el pretexto de no malograr la maravillosa intuicién que les permitiré alcanzar en un diélogo intemporal con su pequefia tribu [...] verdades eternas sobre la naturaleza y la funcién de las instituciones sociales» (1968:12). Pero, aunque el conocimiento histérico sea relevante para el etndlogo o antropdlogo que hace trabajo de campo, sus intereses son muy diferentes de los del historiador: «Bl interés del etndlogo recae sobre todo en lo que no esté escrito, no tanto porque los pueblos que estudia sean incapaces de escribir, sino porque su objeto de interés difiere de todo aguello que habitual- mente los hombres piensan en fijar sobre la piedra o el papeb» (1968:25) (es decir, lo que los historiadores, en cambio, consideran de manera casi exclusiva). Es ésta, en opinién de Lévi-Strauss, la diferencia principal entre la historia y la etnologia, una diferencia de perspec tiva: «Nos proponemos mostrar que la diferencia fundamental entre ambas no es de objeto, ni de propésito, ni de método, Teniendo el mismo objeto, que es la vida social, el mismo propésito, que es una mejor inteligencia de! hombre, y un método que s6lo varia en cuanto a la dosificacién de los procedimientos de investigacién, se distinguen sobre todo por lacleccién de perspectivas complementarias: la historia organiza sus datos en relacién con las expresiones conscientes de la vida social, y la etnologia en relacién con las condiciones inconscientes» (1968:19). Una especie de ascetismo de la mirada, por el cual se logra climinar en el estudio de los fendmenos sociales «todo lo que deben al acontecimiento y a la reflexién» y alcanzar, en cambio, «més alla de la imager consciente y siempre diferente que los hombres forman de su propio devenirn, la arquitectura logica que se encuentra debajo de los desarrollos historicos aque pueden ser imprevisibles sin ser nunca arbitrarios» (un eco de Saussure con su distincién entre lengua y habla). Una cita, como tributo mas verbal que conceptual, a un historiador de la economia y fildsofo de la historia, le permite una legitimacién, supuestamente contundente, a estas diferenciaciones: «En este sentido, la célebre formula de Marx “los hombres hacen su propia historia, pero no saben que la hacen”, justifica, en su primer término, la historia y, en su segundo, la etnologia. Al mismo tiempo muestra que ambos caminos son indisociables» (1968:23-24). En 1962, cuatro afios después de la primera edicién de la Antropologia estructural, E. E. Evans-Pritchard, con una posicién de preeminencia académica en Inglaterra andloga a la que estaba adquiriendo Lévi-Strauss en Francia, retne también textos varios en la obra Ensayos de Antropologta Social (1974, edic. en castellano). En uno de estos ensayos, «Antro- pologia e Historia», muestra su acuerdo con la conclusién ultima de Lévi-Strauss (la antropo- logia y la historia son indisociables), aunque no con sus argumentos y consideraciones previas. Frente a la referencia leviestraussiana a Marx, Evans-Pritchard cita a Maitland cuando, en 1936, dijo que «pronto la antropologia tendré que elegir entre ser historia 0 no ser nada», aunque apostilla que sélo lo acepta si la proposicién puede invertirse: «la historia debe escoger entre ser antropologia social o no ser nada». La aproximacién ha Ilegado ya a plantearse en términos de identificacién mutud. Pero, aunque el ejercicio profesional de ambas disciplinas siga diferenciado, Evans-Pritchard apenas consigue apreciar diferencias entre ellas. «Estas diferencias no son de objetivos y método, puesto que ambas disciplinas estén tratando fundamentalmente de hacer lo mismo: traducir un conjunto de ideas en términos de otro al suyo propio, de manera que aparezca inteligible, y ambas emplean medios similares para lograr este fin. El hecho de que el antropélogo haga un estudio de primera mano y el historiador lo haga a través de documentos es una diferencia técnica, pero no metodolégica [...] Tampoco es n ENSAYOS DE ANTROPOLOGIA CULTURAL una divergencia importante que nosotros estudiemos por lo general sociedades pequefias y que Jos historiadores tengan por norma estudiar otras mas grandes; de hecho, algunas sociedades primitivas y barbaras tienen el mismo tamafio que las estudiadas por los historiadores clasicos y medievales» (1974:59-60). A pesar de afirmaciones tan rotundas, Evans-Pritchard reconoce ‘como una diferencia fundamental la que procede de la experiencia del trabajo de campo (que aun siendo una «técnica», tiene implicaciones relevantes). Aunque no ejemplifica a lo que se refiere, afirma que el contacto personal con la realidad social y la presién de las situaciones sociales recurrentes nos obligan a determinadas preguntas que «no suelen ser tenidas en cuenta por los historiadores, que no obtienen, por tanto, ninguna respuesta» (1964:60). A esta diferencia se afiade otra «de orientacién» temporal: «Los historiadores escriben historia, por decirlo asi, hacia adelante, y nosotros intentamos escribirla hacia atras» (1974:61). Es decir, intentamos, «a la luz de lo que hayamos aprendido en el presente, interpretar las fases de su desarrollo» (1974:62). En definitiva, «aunque el antropélogo y el historiador estudien los mismos hechos, lo harian en cualquier caso con fines diferentes y usandolos también de manera desigual: el antropélogo investiga el pasado de una sociedad sdlo para descubrir si lo que indaga del presente ha sido caracteristica constante a través de un largo periodo de tiempo, para cerciorarse que alguna correlacién, que cree poder establecer, es de hecho una interde- pendencia, para determinar si algin mecanismo social es repetitivo, etc., y no (como los historiadores) para explicar el presente por medio de antecedentes y origenes» (1974:62-63). Resulta pues que, pese al énfasis puesto en la coincidencia genérica de ambos campos, segin Evans-Pritchard, las dos disciplinas usan técnicas diferentes, se hacen distintas preguntas y, aun cuando pudieran estudiar los mismos hechos, lo harian con fines divergentes y usdndolos de desigual manera. Sus relaciones deben ser (aunque no lo fueran todavia en ese momento) relaciones de complementariedad y no de contradiccién como pensaban los mas rigidos de entre los funcionalistas, Casi treinta afios después, como el mismo Evans-Pritchard habia pronosticado, la situaci6n era otra y cada vez mas antropdlogos estaban haciendo estudios de historia y mas historiadores abordaban, con un nuevo estilo interpretativo, temas caracteristicos de la antro- pologia. Clifford Geertz, en un texto escrito en 1990, constata que se ha producido un cambio «en la ecologia del saber que ha Ievado tanto a historiadores como a antropélogos, cual pandadas de patos migratorios, al territorio del otro» (1992:59). Pero este movimiento migratorio parece haber inquietado mucho mas a amplios sectores del academicismo hist6rico que a los antropélegos (guizd porque estamos mds acostumbrados a los desplazamientos). «Hoy en dia se oye hablar bastante, unas veces de manera esperanzada, otras esceptica, cast siempre con nerviosismo, del supuesto impacto de la antropologia (Ia Ciencia) sobre la historia (la Disciplina) [...]. Los tradicionalistas ofendidos [...] escriben libros diciendo que eso significa el fin de la historia politica tal como la conocemos, y, por tanto, de la razén, de la libertad, de las notas a pie de pagina, de la civilizacién [...] Todo son disputas» (1992:55). Se trata, en opinién de Clifford Geertz, de disputas irrelevantes en las que no debemos dejarnos enredar. En la practica de la investigacién y de la escritura es donde se comprueban las multiples posibilidades de fecundacién mutua; es en esta practica donde se construyen los ejemplos reales «del continuo entre la historia antropologizada y la antropologia historizada». Laafinidad—y las fricciones ‘nevitables— entre historia y antropologia proceden de su interés compartido por el estudio de «los otros»; en ambas se experimenta, todavia mayoritariamente, la atraccién hacia «el movimiento centrifugo»: cualquier tiempo menos ahora, cualquier lugar menos aqui. «Intentar comprender lo que gente de condicién totalmente diferente a la nuestra, inscrita en circunstancias materiales diferentes, movida por ambiciones diferentes, dominada LA ANTROPOLOGIA COMO CIENCIA DEL HOMBRE, nh) por ideas diferentes, piensa de la vida, plantea problemas muy semejantes, ya se trate de circunstancias, ambiciones e ideas de la Liga hansedtica, de las Islas Salomén, del Conde- duque de Olivares 0 de los hijos de Sanchez. Al enfrentarnos con un mundo de otro lugar, da casi lo mismo que ese otro lugar haya existido hace mucho tiempo o esté muy lejos» (1992:58). Sin embargo, a pesar del comin interés por «los otros», una diferencia profunda separa los dos campos. No s6lo «el otro» es distinto sino que, también, el «nosotros» es diferente en la antropologia y en la historia, «Para la imaginacién histérica, el “nosotros” es una coyuntura en una genealogia cultural, mientras que el “aqui” es herencia. Para la imaginacién antropo- légica, el “nosotros” es una anotacién en el cuaderno de campo; el “aqui”, el propio pais» (1992:59), Pero, ademas del «nosotros» y del «otro» diferentes, hay también un «yo» distinto. Es acerca de este «yo», presente, de forma tacita o expresa en el texto, como autor y como personaje, sobre el que algunos antropélogos e historiadores de mi generacién estan indagando con més persistencia continuando y replicando, por otro lado, lo que habia sido sugerido o propuesto por R. Barthes (1967) en su articulo pionero sobre «Le discours de ’histoiren o por el propio Clifford Geertz (1989) en «El antropélogo como autor». He Uno de los rasgos con que, probablemente, sera caracterizado el ultimo cuarto del siglo xx por los futuros historiadores de las ideas, hard referencia a la preocupacin prioritaria por las cuestiones relacionadas con los usos del lenguaje y sus correspondientes efectos. Notaran cémo se extendié una creciente insatisfaccién con los diferentes modos de escritura académica que habian sido canonizados en la rigida divisién de los saberes, las ciencias y las artes; como se produjeron numerosos intentos de encontrar nuevos modelos de escritura en el repertorio, mucho més libre, de las obras de creacién literaria. Si los literatos habian conse- guido romper, hacia mucho tiempo, las convenciones estilisticas y estructurales de los géneros, los «cientificos sociales» también quisieron romper, entonces, sus propias convenciones para lograr una mayor eficacia persuasiva, La llamada «crisis de la representacién» convirtié este periodo en un campo de Agramante para la discusién de estrategias textuales, procedimientos de construccién y deconstruccién del discurso, polifonias y heteroglosias. Los historiadores, y sobre todo los antropélogos, dudaron sobre cémo habian de escribir y esta incertidumbre ‘compartida, junto con el comtin interés por lo literario, aproximé ambos campos mas que cualquiera de las discusiones metodologicas del pasado. En el caso de la historia, la situacién de partida era la del reconocimiento general de su cardcter narrativo que, supuestamente, podria quedar anulado, o al menos oscurecido, por una nueva forma de historiar que, minusvalorando la concatenacién de acontecimientos, situara, en cambio en primer término, el planteamiento de problemas y la busqueda de explicaciones (F. Furet, 1982). Pero aunque este nuevo tipo de discurso histérico pareciera alejarse del antiguo esquema narrativo, ha subsistido necesariamente «el cardcter analégico del empleo de las categorias narrativas en la historia erudita» (P. Ricoeur, 1987:377). El historiador escribe «historias» y esta actividad le somete a unas exigencias inevitables de estructuracién del discurso que no difieren, en lo esencial, de las que dominan al escritor de historias de ficcién; aunque el historiador utilice numerosas marcas tipogrdficas y cléusulas discursivas para mostrar al lector que su texto no es un producto de la imaginacién (cfr. J. Lozano, 1987:112- 171), El historiador, un escritor de historias «verdaderas», ha ido variando con el tiempo sus relaciones con los materiales utilizados para sostener verosimilmente su relato. «Si el siglo XIX 14 ENSAYOS DE ANTROPOLOGIA CULTURAL consolidé una revolucién en el tratamiento y andlisis del documento, a lo largo de nuestro siglo se denuncia tanto el fetichismo de los hechos como el fetichismo de los documentos, se inaugura un proceso sumarisimo al documento y aparece el historiador-detective, el historiador que, a través de indicios, puede descubrir lo que ciertos documentos callan» (J. Lozano, 1987:12). Esta actitud detectivesca del historiador ha sido resaltada en numerosas ocasiones. Por ejemplo, por Collingwood (cit. por J. Lozano, 1987:90) que, aunque matiza que «los métodos de la investigacion criminal no son, punto por punto, idénticos a los de la historia cientifica», concluye afirmando que «la analogia entre métodos legales historicos tiene cierto valor para comprender la historia». Un valor, en todo caso, suficiente como para que Collingwood describa la investigacién de un asesinato («;Quién mat6 a John Doe?») bajo el epigrafe general de «La evidencia del conocimiento histérico» (Collingwood, 1977:257-259). Mas moderna- mente, Carlo Ginzburg —un historiador interesado por la antropologia y cuyas obras, a su vez, despiertan gran interés entre los antropdlogos— ha defendido para los estudios hist6ricos un «paradigma indiciario» que ejemplifica en los métodos convergentes de la critica de arte de Morelli, del psicoanilisis de Freud y de la investigacién detectivesca de Sherlock Holmes («No hay nada tan importante como las minucias»), e incluso mas alla, en ciertas formas de la adivinacién arcaica y del rastreo de pistas por el cazador (C. Ginzburg, 1989:138-175). En todos los casos se trata de procedimientos de asignacién de sentido a detalles aparentemente insignificantes. El método de S. Holmes esta constituido por la forma de inferencia que Charles Sanders Peirce flamé abduccién o retroduccién; en esto reside su valor heuristico. «La importancia del paradigma indiciario no est4 en 1a nocién de lectura de signos codificados tales como las huellas, sino mds bien en el hecho de que los sistemas comentados por Ginzburg fueron desarrollados y cobraron significado a través de un proceso muy similar a la abduccién. Las reglas se postularon para explicar los hechos observados hasta demostrar una causalidad, hasta verificar la hipétesis. Al igual que en la abduccién, para codificar un sistema se requiere un conocimiento cultural o resultante de las experiencias» (N. Harrowitz, 1989:248). El peculiar juego de la imaginacién con la induccién, que es lo que permite la inferencia abductiva, sélo puede hacerse cuando, disponiendo de una masa de datos («jDatos! jDatos! jDatos!», grité con impaciencia) hay, a la vez, una identificacién personal (;quiz4 una Verstchen?) con las practicas, valores o creencias que intervienen en lo que se pretende conocer. A pesar de que S. Holmes declara que jamés pretende adivinar («Es una costumbre reprobable, que destruye las facultades légicas»), recomienda el ejercicio imaginativo de representarse a si mismo en el lugar y papel de otro: «Obtendra resultados... poniéndose siempre en el lugar del otro y pensando qué habria hecho usted en su caso. Exige cierta imaginacién, pero compensa», afirma en «El fabricante de colores retirado». Ginzburg utiliza, en ocasiones, el término «conjetural» como sinénimo de indiciario y termina su argumentaci6n refiriéndose a una «intuicién baja» que tiene sus raices en los sentidos, aunque va més alla de ellos. Es, quizé, andloga a «la imaginacién» que S. Holmes ejercita cuando, como si fuera un perro de caza, sigue su rastro; y es también semejante a los «juicios perceptivos» que, como un caso extremo de las inferencias abductivas, describe Peirce. Evans-Pritchard, probablemente, ironizaria sobre todo esto, como ironizé sobre Freud y quienes partian de «conjeturas» del tipo de «si yo fuera un caballo harfa lo que los caballos hacen en raz6n de determinados sentimientos que se supone que los caballos tienen» (1973:77). Sin embargo, esta «intuicién baja» esta forma de inferencia, en lo que tiene de experiencial, se vincula al trabajo de campo y ha constituido, y todavia constituye, uno de los modos més habituales de construccién textual de Ja autoridad etnogra- LA ANTROPOLOGIA COMO CIENCIA DEL HOMBRE 75 fica, aunque su reivindicacién ingenua se encuentra actualmente «bajo sospecha hermenéuti- ca» (James Clifford, 1995:74), Si la imagen del detective est4 siendo empleada para ilustrar los procedimientos de inferencia que permiten al historiador construir una narracién verostmil a partir de indicios, no resultard excesivamente chocante que la figura del espia —paralela, y a veces redundante con la del detective— pueda traerse a colacién para, de manera alegorica, sugerir algunos aspectos singulares de la posicién y el trabajo de los antrop6logos en el campo. Aunque la actividad de ambos se dirija a procurar conocer algo que les interesa e ignoran, sus estrategias difieren. A pesar de que algunos, como Marcel Griaule (citado por J. Clifford, 1995:98) no las consideren diferentes: «El papel de sabueso del hecho social es a menudo comparable al del detective y al del juez de instruccién. El crimen es el hecho, el culpable es el interlocutor, los cémplices son todos los hombres de la sociedad» (M. Griaule, 1969:94). Pero mientras que el detective, no sélo no ha de ocultar su condicién de tal, sino que su trabajo mismo constituye una exhibicién de sus caracteristicas mas idiosincrasicas, el espia, en cambio, adquiera 0 no una falsa identidad, ha de procurarse una buena coartada que le permita ser aceptado en el lugar y en las situaciones que ha de espiar. «Apoyada esta idea por el doctor Redfield, pasé entonces a efectuar la parte més dificil del proyecto, cual era la de captarme la confianza y simpatia de los nativos del cacicazgo. Para esta empresa me fue preciso visitar nuevamente la zona de X-Cacal en el papel de comerciante ambulante, por ser éste el tinico modo de que los indios me dejasen estar unos dias en cada pueblo. Fue asi como, acompafiado de un arriero y Mevando tres mulas cargadas de mercancia...» (A. Villa Rojas, 1978:31). No le basta al espia con una buena coartada, sino que necesita atenuar su singularidad (ocultar los signos de su extranjeria, disimular su acento, sus costumbres) para que los otros puedan confiarse a él como si fuera uno de ellos. «Otro detalle que me ayud6 bastante fue el referente al color de mi traje; desde un principio descubri que la camisa y el pantalén oscuros les disgustaba, en virtud de tecordarles el modo de vestir de los soldados mexicanos enemigos suyos y que, en cambio, el color blanco les agradaba por ser éste el que habian observado entre la gente de Belice que siempre les fue amigable. Por esta raz6n, mientras estuve en Tusik, vesti siempre de modo adecuado y sencillo» (A. Villa Rojas, 1978:32-33). Para el espia es de la maxima importancia el observar sin que su observacién sea detectada por los servicios de contraespionaje, el mirar disimulado. «Desde la puerta de mi tienda de campajia pude ver cuanto acontecia en el campamento 0 en el poblado...» (E. E. Evans-Pritchard, 1977:27). R. Rosaldo (1991:143-144) comenta al respecto: «El investigador de campo, trocando la adversidad en fortuna, en ventajoso punto de observacién, podré en lo sucesivo, y sélo con mirar desde la puerta de su tienda de campafia, hacer la acotacién mas conveniente, el reduccionismo, de sus vidas diarias.» Mientras el detective leva a cabo su investigacién con sobriedad expresiva y utilizando s6lo sus dotes de observacién y su légica, el espia se ve forzado a utilizar todas las. posibilidades teatrales de la interaccién, desde la seduccién a la coaccién moral. «La mesa de trabajo se convierte en el teatro de escenas vivientes. El investigador, sucesivamente camarada afable para el personaje ubicado en el banquillo, amigo distante, extranjero severo, padre compasivo, mecenas interesado, auditor aparentemente distraido frente a puertas que se abren sobre los misterios més peligrosos, amigo complaciente vivamente atraido por el relato de los problemas familiares mas insipidos, debe mantener sin respiro una lucha paciente, obstinada, plena de flexibilidad y de pasién controlada. El precio esta hecho de documentos humanos» (M. Griaule, 1969:95; citado por J. Clifford, 1995:100). Como es sabido, el pago de confidentes 0 el soborno de autoridades son también practicas del espia (y, a veces, aunque expresindolo de modo eufemistico, lo son del antropélogo). Hay otros muchos aspectos —algunos tan 76 ENSAYOS DE ANTROPOLOGIA CULTURAL importantes como lo que se refiere al desciframiento de cédigos y, sobre todo, la cuestién de la doble lealtad (cfr. P. Fabbri, 1995:15-120)— que las limitaciones del espacio no me permiten desarrollar aqui y habré que dejar para otra ocasién. El historiador y el antropélogo (como el relato de sus actividades, la antropologia y Ia historia), vistos desde este juego literario de «vidas paralelas» son tan distintos, y a la vez tan intercambiables entre si, como el detective y el espia; esto es, el encargado de reconstruir un orden narrativo para dejar en el olvido y traer a la memoria aquello que convenga a la identidad colectiva en el presente y el encargado de aportar informacién sobre aquellos sistemas sociales o culturales cuya simple existencia como diferentes desafia a los nuestros. Uno y otro inscriben su actividad investigadora en un mundo dividido por confrontaciones y conflictos; para algunos antropélogos, en este escenario est la raiz del imperativo que les lleva a un trabajo histérico. La Ultima obra de mayor ambicién aeeste respecto es la de Eric R. Wolf (1987), donde —siguiendo la perspectiva de I. Wallerstein (1979-1984) en la caracterizacién de una «economia-mundo»— la antropologia se encuentra con Ia historia en el esfuerzo comiin por retornar al marco conceptual de una economia politica de inspiracién marxista, En una posicién contraria a la de los teéricos del «sistema mundial», Marshall Sablins (1988), procura conciliar estructura y acontecimiento —vale decir, antropo- logia e historia— en una «fenomenologia de la vida simbélica». Otros muchos, sin buscar garantias teéricas sofisticadas, escriben obras hibridas en las que los géneros se mezclan y las estrategias textuales se diversifican. Pero asi como pueden citarse modelos de una u otra forma narrativa, obras que pueden proponerse como muestras «clasicas» de las diferentes maneras de escribir antropologia o de escribir historia, no hemos pasado todavia de esfuerzos experi- mentales de escritura mixta que, aunque nos despierten justificados entusiasmos pasajeros, no representan un hito nupcial en su larga relacién turbulenta. Bibliografia Barthes, R. (1967), «Le discours de Vhistoiren, en Social Science Information, Information sur les sciences sociales, VI, 4 (65-75). Clifford, J. (1995), Dilemas de la cultura. Antropologta, literatura y arte en la perspectiva posmoderna, Barcelona, Gedisa. Collingwood, R. G. (1977), Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Econémica. Evans-Pritchard, E. E. (1973), Las teorias de la religién primitiva, Madrid, Siglo XXI. — (1974), Ensayos de Antropologta Social, Madrid, Siglo XI. — (1977), Los Nuer, Barcelona, Anagrama. Fabbri, P. 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