ANTROPOLOGIA E HISTORIA
Una relacién inestable
por MANUEL GUTIERREZ ESTEVEZ
La generacién de mis profesores de antropologia establecié las paces con la historia.
Escribieron abundantemente para mostrarnos a sus estudiantes y a algunos colegas, todavia
reticentes, que las agrias disputas con la historia y los menosprecios hacia ella, hechos desde
la dogmética funcionalista por la generacién anterior, habian dejado ya de tener sentido,
aunque habian dejado unos efectos nocivos en la formacién y el trabajo de los antropdlogos
que convenia reparar. Las relaciones entre ambas habian estado enturbiadas desde hacia mucho
tiempo: desde los comienzos de 1a antropologia como disciplina académica, fascinada por
presentarse a si misma como la més joven y ambiciosa de las ciencias naturales y despectiva,
por eso mismo, con Ia vieja dama de las humanidades. Para nuestros «padres fundadores»
redactar una historia «natural» de la humanidad implicaba distanciarse, conceptual y retérica-
mente, de Ia historia «politica» y «moral» que se habia hecho hasta entonces. Esa magna
historia natural de la especie que se deseaba escribir, era algo que s6lo podia hacerse supliendo
con muchas conjeturas los pocos datos disponibles. Cuando la generacién siguiente (Ia de
Malinowski y Radcliffe-Brown, pero también la de Boas) comenzé a hacer un trabajo de campo
mis intenso, dispuso de los instrumentos para criticar acerbamente las conjeturas y generali-
vaciones histéricas de sus predecesores y, a la vez, para sustentar, con mayor coherencia
teérica, el alejamiento de la historia propiamente dicha.
‘Al comenzar la segunda mitad del siglo, una nueva generacién, posfuncionalista,
comenzé a ocupar posiciones relevantes en los principales departamentos universitarios de
antropologia y a modificar el estado previo de las relaciones con la historia. E] movimiento de
aproximacién no s6lo fue facilitado por la reconsideracién de las anteriores criticas sociolo-
gistas a la historia, sino también por las transformaciones experimentadas en el campo mismo
de la historia que, al haber expandido sus intereses hacia la historia social y econémica, ¢
incluso de las «mentalidades», se habia acercado también a las cuestiones de mayor interés
para los antropélogos. Y asi, esta generacién, a la que pertenecen mis profesores — aunque
todavia necesitando dar muchas explicaciones sobre el asunto—, dio por terminado el antiguo
contencioso con la historia.
1
En 1958, Claude Lévi-Strauss publica una heterogénea coleccién de articulos y confe-
rencias bajo el titulo de Antropologia estructural (1968, edic. en castellano). Entre los textosLA ANTROPOLOGIA COMO CIENCIA DEL HOMBRE n
que aqui reine incluye uno con el titulo de «Historia y Etnologia. Muestra en él su
identificacién con el particularismo histérico de Boas para, més adelante, criticar a Malinowski
ya «muchos etndlogos de la nueva generacién a los que vemos negarse, antes de trabajar sobre
el terreno, a todo estudio de las fuentes [...] con el pretexto de no malograr la maravillosa
intuicién que les permitiré alcanzar en un diélogo intemporal con su pequefia tribu [...]
verdades eternas sobre la naturaleza y la funcién de las instituciones sociales» (1968:12). Pero,
aunque el conocimiento histérico sea relevante para el etndlogo o antropdlogo que hace trabajo
de campo, sus intereses son muy diferentes de los del historiador: «Bl interés del etndlogo
recae sobre todo en lo que no esté escrito, no tanto porque los pueblos que estudia sean
incapaces de escribir, sino porque su objeto de interés difiere de todo aguello que habitual-
mente los hombres piensan en fijar sobre la piedra o el papeb» (1968:25) (es decir, lo que los
historiadores, en cambio, consideran de manera casi exclusiva). Es ésta, en opinién de
Lévi-Strauss, la diferencia principal entre la historia y la etnologia, una diferencia de perspec
tiva: «Nos proponemos mostrar que la diferencia fundamental entre ambas no es de objeto, ni
de propésito, ni de método, Teniendo el mismo objeto, que es la vida social, el mismo
propésito, que es una mejor inteligencia de! hombre, y un método que s6lo varia en cuanto a
la dosificacién de los procedimientos de investigacién, se distinguen sobre todo por lacleccién
de perspectivas complementarias: la historia organiza sus datos en relacién con las expresiones
conscientes de la vida social, y la etnologia en relacién con las condiciones inconscientes»
(1968:19). Una especie de ascetismo de la mirada, por el cual se logra climinar en el estudio
de los fendmenos sociales «todo lo que deben al acontecimiento y a la reflexién» y alcanzar,
en cambio, «més alla de la imager consciente y siempre diferente que los hombres forman de
su propio devenirn, la arquitectura logica que se encuentra debajo de los desarrollos historicos
aque pueden ser imprevisibles sin ser nunca arbitrarios» (un eco de Saussure con su distincién
entre lengua y habla). Una cita, como tributo mas verbal que conceptual, a un historiador de
la economia y fildsofo de la historia, le permite una legitimacién, supuestamente contundente,
a estas diferenciaciones: «En este sentido, la célebre formula de Marx “los hombres hacen su
propia historia, pero no saben que la hacen”, justifica, en su primer término, la historia y, en
su segundo, la etnologia. Al mismo tiempo muestra que ambos caminos son indisociables»
(1968:23-24).
En 1962, cuatro afios después de la primera edicién de la Antropologia estructural,
E. E. Evans-Pritchard, con una posicién de preeminencia académica en Inglaterra andloga a
la que estaba adquiriendo Lévi-Strauss en Francia, retne también textos varios en la obra
Ensayos de Antropologta Social (1974, edic. en castellano). En uno de estos ensayos, «Antro-
pologia e Historia», muestra su acuerdo con la conclusién ultima de Lévi-Strauss (la antropo-
logia y la historia son indisociables), aunque no con sus argumentos y consideraciones previas.
Frente a la referencia leviestraussiana a Marx, Evans-Pritchard cita a Maitland cuando, en
1936, dijo que «pronto la antropologia tendré que elegir entre ser historia 0 no ser nada»,
aunque apostilla que sélo lo acepta si la proposicién puede invertirse: «la historia debe escoger
entre ser antropologia social o no ser nada». La aproximacién ha Ilegado ya a plantearse en
términos de identificacién mutud. Pero, aunque el ejercicio profesional de ambas disciplinas
siga diferenciado, Evans-Pritchard apenas consigue apreciar diferencias entre ellas. «Estas
diferencias no son de objetivos y método, puesto que ambas disciplinas estén tratando
fundamentalmente de hacer lo mismo: traducir un conjunto de ideas en términos de otro al
suyo propio, de manera que aparezca inteligible, y ambas emplean medios similares para lograr
este fin. El hecho de que el antropélogo haga un estudio de primera mano y el historiador lo
haga a través de documentos es una diferencia técnica, pero no metodolégica [...] Tampoco esn ENSAYOS DE ANTROPOLOGIA CULTURAL
una divergencia importante que nosotros estudiemos por lo general sociedades pequefias y que
Jos historiadores tengan por norma estudiar otras mas grandes; de hecho, algunas sociedades
primitivas y barbaras tienen el mismo tamafio que las estudiadas por los historiadores clasicos
y medievales» (1974:59-60). A pesar de afirmaciones tan rotundas, Evans-Pritchard reconoce
‘como una diferencia fundamental la que procede de la experiencia del trabajo de campo (que
aun siendo una «técnica», tiene implicaciones relevantes). Aunque no ejemplifica a lo que se
refiere, afirma que el contacto personal con la realidad social y la presién de las situaciones
sociales recurrentes nos obligan a determinadas preguntas que «no suelen ser tenidas en cuenta
por los historiadores, que no obtienen, por tanto, ninguna respuesta» (1964:60). A esta
diferencia se afiade otra «de orientacién» temporal: «Los historiadores escriben historia, por
decirlo asi, hacia adelante, y nosotros intentamos escribirla hacia atras» (1974:61). Es decir,
intentamos, «a la luz de lo que hayamos aprendido en el presente, interpretar las fases de su
desarrollo» (1974:62). En definitiva, «aunque el antropélogo y el historiador estudien los
mismos hechos, lo harian en cualquier caso con fines diferentes y usandolos también de manera
desigual: el antropélogo investiga el pasado de una sociedad sdlo para descubrir si lo que
indaga del presente ha sido caracteristica constante a través de un largo periodo de tiempo,
para cerciorarse que alguna correlacién, que cree poder establecer, es de hecho una interde-
pendencia, para determinar si algin mecanismo social es repetitivo, etc., y no (como los
historiadores) para explicar el presente por medio de antecedentes y origenes» (1974:62-63).
Resulta pues que, pese al énfasis puesto en la coincidencia genérica de ambos campos, segin
Evans-Pritchard, las dos disciplinas usan técnicas diferentes, se hacen distintas preguntas y,
aun cuando pudieran estudiar los mismos hechos, lo harian con fines divergentes y usdndolos
de desigual manera. Sus relaciones deben ser (aunque no lo fueran todavia en ese momento)
relaciones de complementariedad y no de contradiccién como pensaban los mas rigidos de
entre los funcionalistas,
Casi treinta afios después, como el mismo Evans-Pritchard habia pronosticado, la
situaci6n era otra y cada vez mas antropdlogos estaban haciendo estudios de historia y mas
historiadores abordaban, con un nuevo estilo interpretativo, temas caracteristicos de la antro-
pologia. Clifford Geertz, en un texto escrito en 1990, constata que se ha producido un cambio
«en la ecologia del saber que ha Ievado tanto a historiadores como a antropélogos, cual
pandadas de patos migratorios, al territorio del otro» (1992:59). Pero este movimiento
migratorio parece haber inquietado mucho mas a amplios sectores del academicismo hist6rico
que a los antropélegos (guizd porque estamos mds acostumbrados a los desplazamientos).
«Hoy en dia se oye hablar bastante, unas veces de manera esperanzada, otras esceptica, cast
siempre con nerviosismo, del supuesto impacto de la antropologia (Ia Ciencia) sobre la historia
(la Disciplina) [...]. Los tradicionalistas ofendidos [...] escriben libros diciendo que eso
significa el fin de la historia politica tal como la conocemos, y, por tanto, de la razén, de la
libertad, de las notas a pie de pagina, de la civilizacién [...] Todo son disputas» (1992:55). Se
trata, en opinién de Clifford Geertz, de disputas irrelevantes en las que no debemos dejarnos
enredar. En la practica de la investigacién y de la escritura es donde se comprueban las
multiples posibilidades de fecundacién mutua; es en esta practica donde se construyen los
ejemplos reales «del continuo entre la historia antropologizada y la antropologia historizada».
Laafinidad—y las fricciones ‘nevitables— entre historia y antropologia proceden de su interés
compartido por el estudio de «los otros»; en ambas se experimenta, todavia mayoritariamente,
la atraccién hacia «el movimiento centrifugo»: cualquier tiempo menos ahora, cualquier lugar
menos aqui. «Intentar comprender lo que gente de condicién totalmente diferente a la nuestra,
inscrita en circunstancias materiales diferentes, movida por ambiciones diferentes, dominadaLA ANTROPOLOGIA COMO CIENCIA DEL HOMBRE, nh)
por ideas diferentes, piensa de la vida, plantea problemas muy semejantes, ya se trate de
circunstancias, ambiciones e ideas de la Liga hansedtica, de las Islas Salomén, del Conde-
duque de Olivares 0 de los hijos de Sanchez. Al enfrentarnos con un mundo de otro lugar, da
casi lo mismo que ese otro lugar haya existido hace mucho tiempo o esté muy lejos» (1992:58).
Sin embargo, a pesar del comin interés por «los otros», una diferencia profunda separa
los dos campos. No s6lo «el otro» es distinto sino que, también, el «nosotros» es diferente en
la antropologia y en la historia, «Para la imaginacién histérica, el “nosotros” es una coyuntura
en una genealogia cultural, mientras que el “aqui” es herencia. Para la imaginacién antropo-
légica, el “nosotros” es una anotacién en el cuaderno de campo; el “aqui”, el propio pais»
(1992:59), Pero, ademas del «nosotros» y del «otro» diferentes, hay también un «yo» distinto.
Es acerca de este «yo», presente, de forma tacita o expresa en el texto, como autor y como
personaje, sobre el que algunos antropélogos e historiadores de mi generacién estan indagando
con més persistencia continuando y replicando, por otro lado, lo que habia sido sugerido o
propuesto por R. Barthes (1967) en su articulo pionero sobre «Le discours de ’histoiren o por
el propio Clifford Geertz (1989) en «El antropélogo como autor».
He
Uno de los rasgos con que, probablemente, sera caracterizado el ultimo cuarto del
siglo xx por los futuros historiadores de las ideas, hard referencia a la preocupacin prioritaria
por las cuestiones relacionadas con los usos del lenguaje y sus correspondientes efectos.
Notaran cémo se extendié una creciente insatisfaccién con los diferentes modos de escritura
académica que habian sido canonizados en la rigida divisién de los saberes, las ciencias y las
artes; como se produjeron numerosos intentos de encontrar nuevos modelos de escritura en el
repertorio, mucho més libre, de las obras de creacién literaria. Si los literatos habian conse-
guido romper, hacia mucho tiempo, las convenciones estilisticas y estructurales de los géneros,
los «cientificos sociales» también quisieron romper, entonces, sus propias convenciones para
lograr una mayor eficacia persuasiva, La llamada «crisis de la representacién» convirtié este
periodo en un campo de Agramante para la discusién de estrategias textuales, procedimientos
de construccién y deconstruccién del discurso, polifonias y heteroglosias. Los historiadores,
y sobre todo los antropélogos, dudaron sobre cémo habian de escribir y esta incertidumbre
‘compartida, junto con el comtin interés por lo literario, aproximé ambos campos mas que
cualquiera de las discusiones metodologicas del pasado.
En el caso de la historia, la situacién de partida era la del reconocimiento general de su
cardcter narrativo que, supuestamente, podria quedar anulado, o al menos oscurecido, por una
nueva forma de historiar que, minusvalorando la concatenacién de acontecimientos, situara,
en cambio en primer término, el planteamiento de problemas y la busqueda de explicaciones
(F. Furet, 1982). Pero aunque este nuevo tipo de discurso histérico pareciera alejarse del
antiguo esquema narrativo, ha subsistido necesariamente «el cardcter analégico del empleo de
las categorias narrativas en la historia erudita» (P. Ricoeur, 1987:377). El historiador escribe
«historias» y esta actividad le somete a unas exigencias inevitables de estructuracién del
discurso que no difieren, en lo esencial, de las que dominan al escritor de historias de ficcién;
aunque el historiador utilice numerosas marcas tipogrdficas y cléusulas discursivas para
mostrar al lector que su texto no es un producto de la imaginacién (cfr. J. Lozano, 1987:112-
171), El historiador, un escritor de historias «verdaderas», ha ido variando con el tiempo sus
relaciones con los materiales utilizados para sostener verosimilmente su relato. «Si el siglo XIX14 ENSAYOS DE ANTROPOLOGIA CULTURAL
consolidé una revolucién en el tratamiento y andlisis del documento, a lo largo de nuestro siglo
se denuncia tanto el fetichismo de los hechos como el fetichismo de los documentos, se
inaugura un proceso sumarisimo al documento y aparece el historiador-detective, el historiador
que, a través de indicios, puede descubrir lo que ciertos documentos callan» (J. Lozano,
1987:12).
Esta actitud detectivesca del historiador ha sido resaltada en numerosas ocasiones. Por
ejemplo, por Collingwood (cit. por J. Lozano, 1987:90) que, aunque matiza que «los métodos
de la investigacion criminal no son, punto por punto, idénticos a los de la historia cientifica»,
concluye afirmando que «la analogia entre métodos legales historicos tiene cierto valor para
comprender la historia». Un valor, en todo caso, suficiente como para que Collingwood
describa la investigacién de un asesinato («;Quién mat6 a John Doe?») bajo el epigrafe general
de «La evidencia del conocimiento histérico» (Collingwood, 1977:257-259). Mas moderna-
mente, Carlo Ginzburg —un historiador interesado por la antropologia y cuyas obras, a su vez,
despiertan gran interés entre los antropdlogos— ha defendido para los estudios hist6ricos un
«paradigma indiciario» que ejemplifica en los métodos convergentes de la critica de arte de
Morelli, del psicoanilisis de Freud y de la investigacién detectivesca de Sherlock Holmes («No
hay nada tan importante como las minucias»), e incluso mas alla, en ciertas formas de la
adivinacién arcaica y del rastreo de pistas por el cazador (C. Ginzburg, 1989:138-175). En
todos los casos se trata de procedimientos de asignacién de sentido a detalles aparentemente
insignificantes.
El método de S. Holmes esta constituido por la forma de inferencia que Charles Sanders
Peirce flamé abduccién o retroduccién; en esto reside su valor heuristico. «La importancia del
paradigma indiciario no est4 en 1a nocién de lectura de signos codificados tales como las
huellas, sino mds bien en el hecho de que los sistemas comentados por Ginzburg fueron
desarrollados y cobraron significado a través de un proceso muy similar a la abduccién. Las
reglas se postularon para explicar los hechos observados hasta demostrar una causalidad, hasta
verificar la hipétesis. Al igual que en la abduccién, para codificar un sistema se requiere un
conocimiento cultural o resultante de las experiencias» (N. Harrowitz, 1989:248). El peculiar
juego de la imaginacién con la induccién, que es lo que permite la inferencia abductiva, sélo
puede hacerse cuando, disponiendo de una masa de datos («jDatos! jDatos! jDatos!», grité
con impaciencia) hay, a la vez, una identificacién personal (;quiz4 una Verstchen?) con las
practicas, valores o creencias que intervienen en lo que se pretende conocer. A pesar de que
S. Holmes declara que jamés pretende adivinar («Es una costumbre reprobable, que destruye
las facultades légicas»), recomienda el ejercicio imaginativo de representarse a si mismo en
el lugar y papel de otro: «Obtendra resultados... poniéndose siempre en el lugar del otro y
pensando qué habria hecho usted en su caso. Exige cierta imaginacién, pero compensa», afirma
en «El fabricante de colores retirado». Ginzburg utiliza, en ocasiones, el término «conjetural»
como sinénimo de indiciario y termina su argumentaci6n refiriéndose a una «intuicién baja»
que tiene sus raices en los sentidos, aunque va més alla de ellos. Es, quizé, andloga a «la
imaginacién» que S. Holmes ejercita cuando, como si fuera un perro de caza, sigue su rastro;
y es también semejante a los «juicios perceptivos» que, como un caso extremo de las
inferencias abductivas, describe Peirce. Evans-Pritchard, probablemente, ironizaria sobre todo
esto, como ironizé sobre Freud y quienes partian de «conjeturas» del tipo de «si yo fuera un
caballo harfa lo que los caballos hacen en raz6n de determinados sentimientos que se supone
que los caballos tienen» (1973:77). Sin embargo, esta «intuicién baja» esta forma de inferencia,
en lo que tiene de experiencial, se vincula al trabajo de campo y ha constituido, y todavia
constituye, uno de los modos més habituales de construccién textual de Ja autoridad etnogra-LA ANTROPOLOGIA COMO CIENCIA DEL HOMBRE 75
fica, aunque su reivindicacién ingenua se encuentra actualmente «bajo sospecha hermenéuti-
ca» (James Clifford, 1995:74),
Si la imagen del detective est4 siendo empleada para ilustrar los procedimientos de
inferencia que permiten al historiador construir una narracién verostmil a partir de indicios,
no resultard excesivamente chocante que la figura del espia —paralela, y a veces redundante
con la del detective— pueda traerse a colacién para, de manera alegorica, sugerir algunos
aspectos singulares de la posicién y el trabajo de los antrop6logos en el campo. Aunque la
actividad de ambos se dirija a procurar conocer algo que les interesa e ignoran, sus estrategias
difieren. A pesar de que algunos, como Marcel Griaule (citado por J. Clifford, 1995:98) no las
consideren diferentes: «El papel de sabueso del hecho social es a menudo comparable al del
detective y al del juez de instruccién. El crimen es el hecho, el culpable es el interlocutor, los
cémplices son todos los hombres de la sociedad» (M. Griaule, 1969:94). Pero mientras que el
detective, no sélo no ha de ocultar su condicién de tal, sino que su trabajo mismo constituye
una exhibicién de sus caracteristicas mas idiosincrasicas, el espia, en cambio, adquiera 0 no
una falsa identidad, ha de procurarse una buena coartada que le permita ser aceptado en el
lugar y en las situaciones que ha de espiar. «Apoyada esta idea por el doctor Redfield, pasé
entonces a efectuar la parte més dificil del proyecto, cual era la de captarme la confianza y
simpatia de los nativos del cacicazgo. Para esta empresa me fue preciso visitar nuevamente la
zona de X-Cacal en el papel de comerciante ambulante, por ser éste el tinico modo de que los
indios me dejasen estar unos dias en cada pueblo. Fue asi como, acompafiado de un arriero y
Mevando tres mulas cargadas de mercancia...» (A. Villa Rojas, 1978:31). No le basta al espia
con una buena coartada, sino que necesita atenuar su singularidad (ocultar los signos de su
extranjeria, disimular su acento, sus costumbres) para que los otros puedan confiarse a él como
si fuera uno de ellos. «Otro detalle que me ayud6 bastante fue el referente al color de mi traje;
desde un principio descubri que la camisa y el pantalén oscuros les disgustaba, en virtud de
tecordarles el modo de vestir de los soldados mexicanos enemigos suyos y que, en cambio, el
color blanco les agradaba por ser éste el que habian observado entre la gente de Belice que
siempre les fue amigable. Por esta raz6n, mientras estuve en Tusik, vesti siempre de modo
adecuado y sencillo» (A. Villa Rojas, 1978:32-33). Para el espia es de la maxima importancia
el observar sin que su observacién sea detectada por los servicios de contraespionaje, el mirar
disimulado. «Desde la puerta de mi tienda de campajia pude ver cuanto acontecia en el
campamento 0 en el poblado...» (E. E. Evans-Pritchard, 1977:27). R. Rosaldo (1991:143-144)
comenta al respecto: «El investigador de campo, trocando la adversidad en fortuna, en
ventajoso punto de observacién, podré en lo sucesivo, y sélo con mirar desde la puerta de su
tienda de campafia, hacer la acotacién mas conveniente, el reduccionismo, de sus vidas
diarias.» Mientras el detective leva a cabo su investigacién con sobriedad expresiva y
utilizando s6lo sus dotes de observacién y su légica, el espia se ve forzado a utilizar todas las.
posibilidades teatrales de la interaccién, desde la seduccién a la coaccién moral. «La mesa de
trabajo se convierte en el teatro de escenas vivientes. El investigador, sucesivamente camarada
afable para el personaje ubicado en el banquillo, amigo distante, extranjero severo, padre
compasivo, mecenas interesado, auditor aparentemente distraido frente a puertas que se abren
sobre los misterios més peligrosos, amigo complaciente vivamente atraido por el relato de los
problemas familiares mas insipidos, debe mantener sin respiro una lucha paciente, obstinada,
plena de flexibilidad y de pasién controlada. El precio esta hecho de documentos humanos»
(M. Griaule, 1969:95; citado por J. Clifford, 1995:100). Como es sabido, el pago de confidentes
0 el soborno de autoridades son también practicas del espia (y, a veces, aunque expresindolo
de modo eufemistico, lo son del antropélogo). Hay otros muchos aspectos —algunos tan76 ENSAYOS DE ANTROPOLOGIA CULTURAL
importantes como lo que se refiere al desciframiento de cédigos y, sobre todo, la cuestién de
la doble lealtad (cfr. P. Fabbri, 1995:15-120)— que las limitaciones del espacio no me permiten
desarrollar aqui y habré que dejar para otra ocasién. El historiador y el antropélogo (como el
relato de sus actividades, la antropologia y Ia historia), vistos desde este juego literario de
«vidas paralelas» son tan distintos, y a la vez tan intercambiables entre si, como el detective
y el espia; esto es, el encargado de reconstruir un orden narrativo para dejar en el olvido y traer
a la memoria aquello que convenga a la identidad colectiva en el presente y el encargado de
aportar informacién sobre aquellos sistemas sociales o culturales cuya simple existencia como
diferentes desafia a los nuestros. Uno y otro inscriben su actividad investigadora en un mundo
dividido por confrontaciones y conflictos; para algunos antropélogos, en este escenario est
la raiz del imperativo que les lleva a un trabajo histérico. La Ultima obra de mayor ambicién
aeeste respecto es la de Eric R. Wolf (1987), donde —siguiendo la perspectiva de I. Wallerstein
(1979-1984) en la caracterizacién de una «economia-mundo»— la antropologia se encuentra
con Ia historia en el esfuerzo comiin por retornar al marco conceptual de una economia politica
de inspiracién marxista, En una posicién contraria a la de los teéricos del «sistema mundial»,
Marshall Sablins (1988), procura conciliar estructura y acontecimiento —vale decir, antropo-
logia e historia— en una «fenomenologia de la vida simbélica». Otros muchos, sin buscar
garantias teéricas sofisticadas, escriben obras hibridas en las que los géneros se mezclan y las
estrategias textuales se diversifican. Pero asi como pueden citarse modelos de una u otra forma
narrativa, obras que pueden proponerse como muestras «clasicas» de las diferentes maneras
de escribir antropologia o de escribir historia, no hemos pasado todavia de esfuerzos experi-
mentales de escritura mixta que, aunque nos despierten justificados entusiasmos pasajeros, no
representan un hito nupcial en su larga relacién turbulenta.
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