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SEGUNDA CLASE
LA EUCARISTÍA: REUNIÓN CELESTIAL
1. Prólogo
La divina Liturgia, como una experiencia otorgada al mundo en nuestro Señor Jesucristo, es una
totalidad indivisible. Las divisiones que los estudios y los sistemas catequéticos se ven obligados a
emplear a menudo rompen esta unidad litúrgica y muestran la Liturgia como consecuencia de varios
elementos distintos y aun diferentes, mientras que los elementos son unidos de una manera que
cada uno da apertura al otro como el movimiento de las piedras del dominó, con la diferencia de que
el movimiento aquí no es sometido a la gravedad terrenal sino a la Gracia de tal manera que el
movimiento no es de caída sino de ascensión.
Por lo que en nuestro curso, no vamos a acceder a las partes de la liturgia de una manera
consecutiva, sino que comentaremos varios aspectos principales del sentido teológico de la
Eucaristía usando como fuente principal el método de un gran Litúrgico, el siempre recordado Padre
Alexander Schmemann, intercalando el material dentro lo posible con aspectos prácticos del culto
litúrgico.
En la presentación de los aspectos principales de la Liturgia, vamos a usar el término "misterio", p.e.,
"ei misterio de la reunión", "el misterio de la entrada". El "misterio" en la expresión cristiana no es lo
que comunica a los iniciados con lo que no a los demás, sino lo que permite al hombre participar, por
Gracia, de lo que le es incompatible por esencia.
2. El misterio de la reunión
«Al reunirse en la Iglesia» (1Cor 11:18).
Esta expresión de san Pablo en su carta a los corintios "en la Iglesia" no figuraba para él ni para el
cristianismo recién surgente el templo como construcción sino la naturaleza y el objeto de la reunión.
Es una reunión eucarística cuya cima es la fracción del pan y la participación de la Cena del Señor. San
Pablo en la misma Carta reprocha a los corintios porque "cuando se reúnen ya no es para comer la
Cena del Señor" (1Cor 11:20). Entonces desde el principio esta unidad trinitaria es axiomática:
(1921-1983). Ilustre sacerdote ortodoxo, maestro y escritor. Nació en Rusia y emigró con su familia a Francia donde
estudió y se casó y fue ordenado sacerdote; enseñaba en la escuela de San Serge en Paris (1946-1951), y luego en Nueva
York; en sus enseñanzas y escritos siempre pensaba en restablecer la estrecha relación entre la teología cristiana y el culto
cristiano. Escribió varios libros sobre el tema, uno de ellos es el libro que usaremos intensamente en nuestro curso:
La Eucaristía: el Misterio del Reino (en Inglés), editado en Crestwood 1997 por St. Vladimir's Seminary Press.
San Juan Crisóstomo escribe de la Iglesia: "es nuestra casa común, Reunión Iglesia
tienen que entrar en ella antes que nosotros [...] así que cuando
entramos, los saludamos dándoles la paz". Entonces la reunión "en
Iglesia" ha sido siempre la acción primera y primordial del proceso a la Eucaristía; da testimonio de
ello el título de "presbítero" que quiere decir el primero, el dirigente de "la reunión de los
hermanos". Un sacerdote no puede celebrar solo la liturgia sin la participación de los feligreses.
El iconostasio
Ornamento sacerdotal
1
5. Felonio (capa amplia y adornada) simboliza la gloria de
la Iglesia como la nueva creación.
Accedemos al templo y "nos reunimos como iglesia"; nos revestimos del ornamento de la nueva
creación. Ésta es la primera acción litúrgica del "Misterio de los Misterios": la santísima Eucaristía.
Véase el siguiente video con subtítulos en inglés: www.youtube.com/watch?v=WKLxTWs886s
Se ha hablado mucho —sobre todo en Occidente— del carácter simbólico del "Rito bizantino", a raíz
del desarrollo de una interpretación "simbólica" o mejor dicho, alegórica que presenta la liturgia
como una obra teatral que trae a la memoria "simbólicamente" lo que ha sucedido de un modo real
durante los tiempos de la Encarnación de nuestro Salvador; p.e., la entrada menor simboliza la salida
de Jesús a predicar; la vela que sale antes del sacerdote simboliza a San Juan Bautista, etc. Aunque la
meta catequética de esta interpretación es comprensible, su uso ha deformado el sentido profundo
de la palabra "símbolo".
El símbolo
Hay que confesar que el concepto del símbolo ha sufrido una
decadencia en la mentalidad cristiana contemporánea aun la
ortodoxa. Esta comprensión nueva supone que el símbolo
representa algo del pasado y provoca que recordemos lo que no
está presente; función didáctica: como cuando decimos que la
Entrada menor en la Liturgia simboliza la prédica que Cristo inició a
los treinta años. Este simbolismo representativo le quita al símbolo
su función como medio de comunicación con lo real y verdadero
como fuente de sed y devoción.
El concepto moderno que considera el símbolo como elemento representativo alegórico
surge de una postura superficial monótona llena de curiosidad respecto a lo santo;
curiosidad sin fondo, una emoción religiosa. Pero en realidad todo ello es innecesario para
la fe viva, verdadera y sencilla, porque la sed, y no la curiosidad, es el motor de la fe. Por
más auténtico que el símbolo sea y por más que se una o parezca a la verdad espiritual, su
función no es satisfacer la sed sino generarla y aumentarla.
La etimología nos ayuda más aún a entender: el término σύμβολος (símbolo) es un vocablo
derivado del verbo compuesto συμβάλλω: συν (que quiere decir "con") + βάλλω (verbo que
significa "poner"). El objetivo del símbolo es revelar lo simbolizado y hacer participar a los
fieles en esta revelación. El símbolo según el concepto original es revelación o, más bien,
presencia de la verdad que en las circunstancias actuales no puede manifestarse sino a
través del símbolo.
El templo cristiano es símbolo de "la reunión celestial de la Iglesia" por ser el espacio de la reunión
eucarística. Eso no es alegoría ninguna que hace recordar el cielo, sino un ascenso verídico que deja
huellas indelebles del Espíritu Santo y Santificador "el Rey celestial" en cada partícula del templo, y
he aquí que "esta santa morada" huele a santidad y provoca una sed al cielo. Tal es el efecto del
símbolo. Basta estar de pie por unos segundos en un templo ortodoxo para comprender
existencialmente que el templo y el icono son
frutos de una experiencia viva del cielo y de
una comunión de "la paz y la alegría en el
Espíritu Santo", conforme a la definición del
Reino de Dios según san Pablo (Rom 14:17). En
una anécdota de la Tradición, cuando Vladimir,
príncipe de Kiev, envió a unos embajadores
para buscar y conocer la religión verdadera,
ellos durante su gira pasaron a Constantinopla
y se presentaron en la Liturgia en la Catedral
de la Divina Sabiduría, y al regresar le
describían su experiencia: "No sabíamos si estábamos en la tierra o en el cielo, porque sobre la tierra
no ha de haber belleza semejante a lo que vimos, ¡es imposible describirlo! Lo que sí sabemos es que
Dios mora aquí entre los hombres, y que su adoración en este lugar supera cualquier otro. Somos
incapaces de ignorar esta belleza, y estamos seguros de que no podremos, después de hoy, seguir
viviendo en Rusia de forma distinta."
Estudiar el concepto presente del símbolo nos ayuda a asimilar que la comprensión tal como la
mente racional la busca no vale aquí sino la experiencia y la revelación. El Reino de Dios se nos ha
revelado no porque captamos más el símbolo sino porque el símbolo nos capta, nos envuelve. su
comprensión no es aprendizaje sino experiencia.
Contempla al fiel "sencillo" ("rebaño pequeño"): él conoce que, aunque de repente no entiende esta
acción o aquella palabra, el Reino del Cielo le ha sido otorgado en la Iglesia y en la obra común, en el
corazón de la congregación que comparece ante Dios para ascender a Él con amor: en la liturgia.
Él asiste a la Iglesia tal como hacía antes de dos mil años para "comunicarse con otros mundos"
(Dostoievsky), y "apenas el espíritu se libera un tanto, inhala el cielo sin sujeción" (Vladisav
Hodosevich). De lo que está seguro es que sale por un tiempo de "este mundo" para penetrar a otro
espacio, espacio en el que todo se gira alrededor del "Otro". Es un Otro de tanta importancia,
necesidad, anhelo y valor que ilumina la vida en su totalidad y le da su sentido pleno.
Nos reunimos en comunidad eucarística y el presbítero anuncia el curso a marchar: "Bendito sea el
Reino". Y los fieles responden: ¡Amén! Esto no significa solamente la aprobación de lo dicho sino que
es una aceptación activa: "Es así y así sea". Es una expresión que concluye toda oración que el
Presbítero dice, sellándola y expresando la participación responsable y ontológica de cada fiel y de
toda la asamblea en la acción litúrgica de la Iglesia. El "Amén" aquí equivale a la frase de Pedro en el
Santo Monte de la transfiguración: "¡Bueno es estarnos aquí, Señor! hagamos ..."