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La contratransferencia

Trabajo presentado en la segunda parte de un simposio sobre la Contratransferencia, organizado por la


Sección Médica de la British Psychological Society, Londres, 25 de noviembre de 1959, y publicado
originalmente en el British Journal of Medical Psychology, 33, págs. 17-21
.
Lo que deseo decir puede enunciarse brevemente.

Creo que a la palabra "contratransferencia" ahora debería restituírsele su uso original. Podemos utilizar
las palabras como gustemos, sobre todo tratándose de palabras artificiales como lo es ésta. Naturalmente,
una palabra como "self' sabe más que nosotros; nos usa y puede gobernarnos. Pero "contratransferencia"
es un término que nosotros podemos esclavizar, y la lectura de los textos técnicos me lleva a pensar que
está en peligro de perder su identidad.

Hay ahora toda una literatura en torno de este vocablo, y yo he tratado de estudiarla. En mi artículo "Hate
in the Counter-transference" (1947) (que trata principalmente sobre el odio), dije que, según cierto uso,
"contratransferencia" designaría "la anormalidad en los sentimientos contratransferenciales, y relaciones e
identificaciones fijas reprimidas en el analista. Esto lleva a comentar que el analista necesita más
análisis...".

A los fines de ese escrito, recogí a continuación otros dos significados posibles.

Será fútil cualquier discusión que se base en las fallas del análisis del propio analista. En cierto sentido,
esto pone fin al debate.

Pero el significado de la palabra contratransferencia puede ampliarse, y creo que todos estamos de
acuerdo en extenderlo un poco para tener la oportunidad de ver nuestro trabajo de una manera nueva.
Pero volveré a la idea que he expresado. Antes de proseguir, tengo que retomar una observación realizada
por Michael Fordham al principio de su intervención, en la cual cita a Jung como cuestionando la idea de
que la transferencia es el producto de la técnica psicoanalítica, y subrayando que es un fenómeno general
transpersonal o social. Aparte del hecho de que no sé qué significa "transpersonal", pienso que una
distorsión del uso del término tal como Freud lo introdujo puede generar confusiones. La característica de
la técnica psicoanalítica es este empleo de la .transferencia y de la neurosis de transferencia. La
transferencia no es sólo una cuestión de buena comunicación o relación. Tiene que ver con el modo como
un fenómeno altamente subjetivo surge repetidamente en el análisis. El psicoanálisis consiste en gran
medida en la preparación de las condiciones para el desarrollo de esos fenómenos, y en su interpretación
en el momento oportuno. La interpretación relaciona el fenómeno transferencia) específico con una
porción de la realidad psíquica del paciente, y esto en algunos casos significa relacionarla al mismo
tiempo con una porción de su vida pasada.

En un ejemplo típico, el paciente va eligiendo desconfianza y odio en la relación con el analista, lo que
puede verse como correlacionado con el peligro de encontrarse con otro paciente, o con las interrupciones
debidas a los fines de semana y las vacaciones. Con el transcurso del tiempo, una interpretación le da
sentido a todo esto, no en los términos del presente, sino de la estructura dinámica de la personalidad del
paciente. A continuación de ese trabajo, el paciente pierde esa neurosis de transferencia específica y
comienza la eclosión de otra. (A menudo el trabajo no se realiza de un modo tan claro, pero como
ilustración esto describe perfectamente el principio básico.)

Michael Fordham (1960) nos ha proporcionado un buen ejemplo con la paciente que lo interrogaba
reiteradamente. por fin la mujer dijo: "Usted es como mi padre, nunca contesta las preguntas". A menudo
un paciente da claves que el analista puede interpretar de modo fructífero, pero en este caso una porción
importante aunque pequeña de la interpretación fue aportada por la propia paciente, y sin duda el analista
pudo entonces intervenir con una interpretación más completa.

Es necesario que dedique tiempo a estas aclaraciones, porque si no nos ponemos de acuerdo sobre el
término transferencia no debemos empezar a discutir la contratransferencia.

Incidentalmente, podría recordarle al doctor Fordham que alguno de los términos que él emplea carecen
de valor para mí, pues pertenecen a la jerga junguiana. El, a su turno, podría decirme cuáles de mis
palabras le resultan inútiles. Por mi parte, me refiero a "transpersonal", "inconsciente transpersonal",
"ideal analítico transpersonal", "arquetípico", "componentes contrasexuales de la psique", "ánimus y
ánima", "conjunción ánimus-ánima".

Este lenguaje no puede llegar a establecer una comunicación conmigo. Para algunas de las personas que
se encuentran en este salón, éstas son palabras cotidianas, y para el resto no tienen ningún significado
preciso.

También debemos tener cuidado con el empleo de términos que reciben diferentes usos entre grupos
diversos de investigadores: yo, inconsciente, ilusorio, sintónico (reaccionar sintónicamente), análisis,
etcétera.

Ahora puedo volver al tema del fenómeno de la transferencia-contratransferencia y examinar lo que


sucede en términos generales en el trabajo profesional. El trabajo profesional es totalmente distinto de la
vida corriente, ¿no es así?

Todo esto comenzó con Hipócrates, quizás el fundador de la actitud profesional. En el juramento médico
encontramos el cuadro de un hombre o una mujer que constituye una versión idealizada del hombre o la
mujer comunes de la calle. Pero es así como somos cuando actuamos profesionalmente. Ese juramento
incluye la promesa de no cometer adulterio con una paciente. Este punto supone el pleno reconocimiento
de un aspecto de la transferencia, la necesidad que experimenta el paciente de idealizar al médico, y de
enamorarse de él, de soñar.

Freud admitió el desarrollo de toda una gama de fenómenos subjetivos en la relación profesional; en
efecto, el análisis del propio analista implicaba el reconocimiento de que éste se encuentra bajo tensión al
mantener una actitud profesional. Empleo deliberadamente este modo de hablar. No estoy diciendo que el
análisis del analista pretenda liberarlo de la neurosis; se trata de aumentar la estabilidad del carácter y la
madurez de la personalidad del profesional, que constituyen la base de su trabajo y de nuestra capacidad
para mantener una relación profesional.

Desde luego, la actitud profesional podría erigirse sobre una base de defensas, inhibiciones y regularidad
obsesiva; lo que digo es que precisamente en esos casos el terapeuta se encuentra bajo tensión, porque
cualquier estructuración de las defensas de su yo reduce su capacidad para enfrentar las situaciones
nuevas. El psicoterapeuta (analista o psicólogo analítico) debe seguir siendo vulnerable y, sin embargo,
no abandonar su rol profesional en sus sesiones de trabajo reales. Supongo que el analista profesional de
conducta correcta es más fácil de encontrar que el analista que, sin dejar de comportarse bien, conserva la
vulnerabilidad propia de una organización defensiva flexible. (Fordham se refiere a esta misma idea en su
propio lenguaje.)

En el psicoanálisis hay un uso mucho más pleno de los fenómenos de la transferencia que, por ejemplo,
en la asistencia social. Esto le proporciona al analista una ventaja terapéutica sobre el asistente social,
pero hay que recordar las ventajas que conserva la asistencia individualizada más general que brinda el
primero, quien, trabajando con las funciones yoicas del paciente, está en mejores condiciones para
relacionarse con las necesidades de provisión social que tiene el yo del individuo. Como analistas
solemos encontrar obstáculos en esta función, que no es la nuestra.

En el análisis, lo característico es que la neurosis de transferencia derive del ello. En la asistencia social
un hombre puede decirle a una visitadora "usted me recuerda a mi madre", y no es necesario hacer nada
respecto de esto, salvo que la asistente lo crea. En el análisis, el analista habrá recibido claves que le
permiten interpretar no sólo la transferencia de sentimientos de la madre a él, sino también los elementos
instintivos inconscientes que están debajo, y los conflictos suscitados y las defensas que se organizan. De
este modo, el inconsciente empieza a tener un equivalente consciente y a convertirse en un proceso vivo
que envuelve a las personas, y a ser un fenómeno aceptable para el paciente.

Seguramente lo que el paciente encuentra es la actitud profesional del analista, y no los hombres y
mujeres inconfiables que somos en la vida privada.

Quiero empezar con esta observación clara, aunque tenga que modificar algo más adelante lo que ahora
estoy diciendo.

Deseo dejar establecido que el trabajo del analista es un estado especial, es decir, que su actitud es
profesional. El trabajo se realiza con un encuadre profesional. En este encuadre damos por sentado que el
analista no está sometido a trastornos de la personalidad y el carácter de un tipo o grado tal que impidan
mantener la relación profesional, o que para mantenerla obliguen a pagar el alto costo que suponen las
defensas excesivas.

La actitud profesional se parece al simbolismo, en cuanto supone una distancia entre el analista y el
paciente. El símbolo está en una brecha entre el objeto subjetivo y el objeto percibido objetivamente.

Se verá que en este sentido estoy en desacuerdo con una afirmación de Fordham, aunque algo más
adelante concordaré con él. La afirmación a la que me refiero es la siguiente: "El (Jung) compara la
relación analítica con una interacción química, y continúa diciendo que el tratamiento no puede, mediante
ningún dispositivo... ser otra cosa que el producto de la influencia recíproca en la cual desempeñan su
parte tanto el ser total del médico como el paciente". Más adelante subraya que es fútil que el analista
erija defensas de tipo profesional contra la influencia del paciente, y continúa: "Al hacerlo, no hace más
que negarse el empleo de un órgano de información sumamente importante".

Yo preferiría ser recordado como alguien que sostiene que entre el paciente y el analista está la actitud
profesional del analista, su técnica, el trabajo que realiza con su mente.

Ahora bien, les digo esto sin temor porque no soy un intelectual, y de hecho hago personalmente mi
trabajo en gran medida partiendo del yo corporal, por así decirlo. Pero en mi trabajo analítico me pienso
funcionando gracias a un esfuerzo mental consciente aunque fácil. Las ideas y los sentimientos acuden a
la mente, pero antes de formular una interpretación los examino y escudriño. Esto no significa que los
sentimientos no participen. Por un lado, puedo sentir dolor de estómago, pero habitualmente ello no
afecta mis interpretaciones; por otra parte, tal vez una idea del paciente me ha estimulado erótica o
agresivamente, pero tampoco este hecho afecta por lo común mi trabajo interpretativo, lo que diga, el
modo o el momento en que lo diga.

Durante la sesión el analista es objetivo y congruente, y no es un salvador, un maestro, un aliado ni un


moralista. El efecto importante del propio análisis del analista en relación con esto consiste en que ha
fortalecido su yo de modo tal que puede seguir profesionalmente involucrado y hacerlo sin demasiada
tensión.

En la medida en que esto sea cierto, la palabra contratransferencia puede designar los rasgos neuróticos
que malogran la actitud profesional y perturban el curso del proceso analítico tal como lo determina el
paciente.

A mi juicio esto es así, salvo con cierto tipo de diagnóstico, que ahora deseo describir, que modifica la
totalidad del problema y me lleva a desear concordar con la afirmación de la que acabo de disentir. El
tema en discusión es ahora el rol del analista: este rol debe variar según el diagnóstico del paciente.
Ninguno de los oradores tuvo tiempo para referirse más que brevemente a la cuestión del diagnóstico
(aunque Fordham citó a Jung: "Está claro, sin embargo, que él está segura de que el naciente puede tener
efectos muy drásticos sobre el analista y que ellos pueden inducir en él manifestaciones patológicas.
Sostiene que éste es particularmente el caso cuando se trata de esquizofrenias fronterizas, y Jung
desarrolla este tema de un modo interesante").

Por lo tanto, ahora hablo desde una posición diferente, y el cambio se origina en el hecho de que me
refiero al manejo y tratamiento de casos fronterizos para los cuales la palabra psicótico es más apropiada
que la palabra neurótico. Pero la gran mayoría de las personas que acuden a nosotros en busca de
psicoanálisis no son psicóticos, y a los estudiantes hay que enseñarles en primer lugarel análisis de los
casos no-psicóticos.

Quizá se espere que yo emplee palabras tales como psiconeurosis, psicosis, o histeria, trastorno afectivo y
esquizofrenia, pero no lo haré para clasificar los casos en función de lo que nos proponemos aquí. Creo
que dos tipos de casos modifican completamente la actitud profesional del terapeuta. Uno es el paciente
con tendencia antisocial y el otro es el paciente que necesita una regresión. El primero, el paciente con
una tendencia más o menos antisocial, está reaccionando permanentemente a una deprivación. Su
enfermedad, o el aspecto esperanzado que hay en ella, obliga al terapeuta a corregir y a continuar
corrigiendo las fallas del yo auxiliar que alteró el curso de la vida del paciente. Lo único que el terapeuta
puede hacer, aparte de quedar atrapado, es aprovechar lo que sucede para llegar a un enunciado preciso de
la deprivación o las deprivaciones originales, tal como las percibió y sintió el paciente en su niñez. Esto
supone trabajar o no con el inconsciente del paciente. Un terapeuta completamente comprometido en el
trabajo con pacientes que presentan una tendencia antisocial no estaría en una buena posición para
comprender la técnica psicoanalítica, la operación de la transferencia o la interpretación de la neurosis de
transferencia. Nosotros tratamos de no derivar los casos antisociales a nuestros estudiantes de
psicoanálisis precisamente porque con esos casos no podemos enseñar psicoanálisis. Se los trata mejor de
otro modo, aunque el psicoanálisis puede a veces añadirse con utilidad. No dedicaré más consideraciones
a la tendencia antisocial.

En el otro tipo de paciente al que estoy refiriéndome, puede ser necesaria una regresión. Para generar un
cambio significativo, el paciente tendrá que atravesar una fase de dependencia infantil. Tampoco en este
caso puede enseñarse psicoanálisis, aunque sí practicarlo en una forma modificada. La dificultad consiste
aquí en el diagnóstico, en la localización de la falsedad de la personalidad falsa que oculta al self
verdadero inmaduro. Para que en este caso el self verdadero oculto se haga reconocer, el derrumbe del
paciente formará parte del tratamiento, y el analista tendrá que ser capaz de interpretar el rol de la madre
para el infante del paciente. Esto significa brindar un yo auxiliar en gran escala. El analista tendrá que
seguir orientado hacia la realidad externa, mientras de hecho se identifica con el paciente, incluso se
fusiona con él. El paciente debe volverse sumamente dependiente, incluso absolutamente dependiente, y
esto vale aunque exista una parte sana de la personalidad que mientras tanto actúe como aliado del
analista y de hecho le diga cómo debe comportarse.

Advertirán que ahora estoy empleando frases concordantes con las utilizadas por Fordham.

Una vez más puede decirse que los analistas que trabajan principalmente con pacientes que se vuelven
muy dependientes de esta manera, quizá no comprendan ni aprendan la técnica psicoanalítica, basada en
el trabajo con la gran mayoría de los pacientes, en los cuales su propia dependencia infantil fue manejada
con éxito por sus madres y padres. (Nunca podrá subrayarse lo bastante el hecho de que la mayoría de las
personas, si se analizan, necesitan la técnica psicoanalítica clásica, con la actitud profesional del analista
entre éste y el paciente.)

Per contra, el analista clásico, el que ha aprendido su tarea con la neurosis de transferencia y confía en su
capacidad para abordarla a medida que se desarrolla y repetidamente reaparece, tiene mucho que aprender
de quienes cuidan e intentan hacer psicoterapia con pacientes necesitados de atravesar las etapas del
desarrollo emocional que en sentido propio corresponden a la infancia.

Por lo tanto, desde esta posición modificada con el paciente diagnosticado como psicótico o
esquizofrénico, y con la transferencia dominada por la necesidad que tiene el paciente de hacer regresión
a una dependencia infantil, me encuentro en condiciones de sumarme a muchas de las observaciones del
doctor Fordham, quien, no obstante, considero que no las vinculó adecuadamente con la clasificación de
los pacientes, debido a que le faltó tiempo. El psicótico fronterizo gradualmente atraviesa las barreras que
yo he denominado la técnica del analista y la actitud profesional, y obliga a una relación directa de tipo
primitivo, incluso al extremo de la fusión. Esto se hace de un modo gradual y ordenado, y la recuperación
es consecuentemente ordenada, salvo cuando, como característica misma de la enfermedad, el caos debe
reinar supremo tanto dentro como fuera.

En la formación de psicoanalistas y en estudios relacionados, no debemos colocar a los estudiantes en la


situación de quedar relacionados con las necesidades primitivas de los pacientes psicóticos, porque pocos
podrán soportarlo, y pocos podrán extraer algún aprendizaje de esa experiencia. Por otra parte, en una
práctica psicoanalítica adecuadamente organizada hay lugar para algunos pacientes que cruzan la frontera
profesional, y que nos someten a esas pruebas especiales y formulan las exigencias que en esta discusión
nosotros parecemos estar abarcando con el término "contratransferencia". Yo podría tomar el tema de las
respuestas del analista. De hecho, me resulta difícil perder esta oportunidad de discutir las cosas de toda
clase que he experimentado y que se vinculan con las ideas formuladas por el doctor Fordham. Por
ejemplo, hubo una paciente que me golpeó. Lo que yo le dije entonces no puede publicarse. No fue una
interpretación, sino la reacción a un hecho. La paciente atravesó la línea blanca profesional y obtuvo un
poco de lo que soy realmente; creo que ella lo sintió como real. Pero una reacción no es
contratransferencia.

¿No sería mejor en este punto permitir que el término contratransferencia recobre su significado y designe
lo que esperamos eliminar mediante la selección, el análisis y la formación de los analistas? Esto nos
dejaría las manos libres para discutir muchas cosas interesantes que los analistas pueden hacer con los
pacientes psicóticos en regresión temporaria y dependientes, a los cuales podríamos aplicarles la
expresión de Margaret Little: la respuesta total del analista a las necesidades del paciente. Bajo este título
u otro similar hay mucho por decir sobre el empleo que puede hacer el analista de sus propias reacciones
conscientes e inconscientes ante el impacto del paciente psicótico o de la parte psicótica del paciente, y
sobre el efecto de este impacto en la actitud profesional. Yo me cuento entre quienes ya han escrito algo y
dicho mucho sobre este tema que interesa por igual a junguianos y freudianos. Esto podría y sin duda
debe constituir la base de futuras discusiones, pero si se pretende extender está palabra para que abarque
todo el mundo contenido en el título de este simposio (la contratransferencia), creo que lo único que se
obtendrá es confusión.

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