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Un mundo feliz, de Aldous Huxley

La literatura utópica (y distópica), de la que ya hemos empezado a dar cuenta en Destripando,


explora, como es sabido, un mundos ficticios de compleja constitución pero con una proximidad
pasmosa. La imaginación necesaria para crear en la mente estos escenarios no resulta
extraordinaria, pues a menudo la realidad ha superado la ficción. Mucho más en una generación
como la nuestra que ha podido contemplar realidades televisadas más parecidas a un plató
cinematográfico que a una realidad evidente. Guiones que empezaron a escribirse con todo lujo
de detalles en los trazos de autores clásicos como Tomás Moro (con su “Utopía”), Francis Bacon
como uno de los padres del positivismo o, muchísimo antes, el propio Platón (con su “República”).
No obstante, será en momentos muy posteriores cuando nazca la literatura utópica de pleno
derecho. Gracias a el notable esfuerzo de los Huxley, Orwell, Bradbury, Wells o Zamiatin (no dejen
de leer en este mismo blog), a la hora de abstraerse de las convulsiones de su época para tomar
los elementos de juicio necesarios que les permitiesen crear esos mundos en los que las
condiciones ideales de aquello que muchos querían, eran llevados al extremo para someterlos a
un juicio implacable.

“Un mundo feliz” inicia sus páginas en el seno de un sofisticado centro de reproducción en algún
año de un futuro que se data en la era Ford, en clara referencia a la revolución tecnológica y
racional que supuso el inicio del fordismo. La creación del modelo Ford T, 1908, es el año 0 de la
nueva civilización (incluso de toma la T como la nueva Cruz) y que sirve de excusa para presentar
una brillante crítica a un orden social que no distaba mucho del deseado por algunos políticos. La
división del trabajo en términos puramente científicos, racionalizando las funciones y limitando el
campo de actuación de los individuos en la cadena de montaje, es tomada como el orden
adecuado para realizar una estratificación social que garantice la supervivencia de la raza humana.
Un nuevo orden social que no oculta una cierta referencia a un determinismo biológico de fácil
explicación, “así naces y así te quedas”. Claro está que la técnica ha hecho mucho por este
determinismo, en esta nueva sociedad los centros de reproducción poseen un sofisticado proceso
de división celular, que garantiza la estandarización de toda la sociedad. A este determinismo
biológico se le une el social (en realidad la ordenación ya no posee un carácter social o de
dependencia de los medios de producción a lo marxista, sino que depende del tipo de sustrato
que viertan en la probeta en la que se desarrolla el cigoto). Mediante un complejo sistema de
condicionamiento se crean individuos que amarán determinadas cosas, no aspirarán a otras
totalmente ajenas a su disposición genética y, por encima de todo, quedará grabado a fuego en su
mente que lo importante no es la unidad sino el conjunto, esto es la sociedad.

Una estratificación social que no oculta la referencia directa a los convulsos años treinta en los que
fue publicada esta novela. No podemos pasar por alto que las ideas de muchos científicos y
políticos en relativo a la ordenación social por su condicionamiento biológico está presente a lo
lago de toda la obra. Esa idea imperante en el fascismo (y otros totalitarismo) según la cual los
pobres ciudadanos no deben preocuparse por nada porque ya existe un ente superior que se
ocupa de su bienestar, se plasma con la presentación de una especie de consejo mundial que vela
por el buen ritmo de una sociedad que vive feliz gracias a un condicionamiento que se refuerza
con la dosis de una potente droga que termina por adormecer el más mínimo estímulo neuronal
de un pensamiento propio.

Curiosamente este orden establecido lo ha sido tras los horrores de una ficticia guerra que acabó
con el viejo modelo de civilización. Un conflicto mundial que bien pudiera recordar a la Primera
Guerra Mundial y tras el que la Humanidad, la que sobrevive, decide establecer un nuevo sistema
que garantice que esa conducta tendente a la autodestrucción de los hombres sea suprimida por
la conservación de la especie. Y nada mejor para conservar un orden que ser feliz. Además de la
mencionada droga que consumen para reforzar el condicionamiento en los momentos en los que
falla, nada mejor que el sexo desinhibido. El autor centra su atención en las relaciones sexuales
libres, a voluntad y sin compromiso como uno de los fuertes para el establecimiento de un orden
estable (casi todo un antecedente a los hippies). La libre voluntad de hacer lo que uno quiere, que
en realidad está recortada por lo que quiere que hagamos el orden establecido, termina quedando
reducida al sexo como su máxima expresión. Algo que podría parecer escaso en nuestros días pero
que tenemos que imaginar en el contexto de puritanismo en el que se escribió esta novela.

Además, claro, todo el mundo tiene una función asignada. En función del nivel que se ocupa en la
escala social se desarrollará un trabajo. Quedando encargada la clase genéticamente superior de
supervisar la reproducción de nuevos individuos. Es decir, quedando al cargo la clase dirigente de
perpetuar su poder a través de la producción en serie de seres humanos condicionados en la
debida obediencia. Únicamente se hace una referencia a pequeñas zonas del planeta donde viven
unos pocos hombres que han sobrevivido a la guerra y que no optaron por el nuevo modelo.
Marginados y considerados como enemigos de la modernidad. Y, como contrapunto a la utopía,
existe una reserva salvaje llamada Malpaís. Una reserva no muy distinta de cualquier zoo cuya
visita no está recomendada pero sí permitida para ver como viven los hombres sin este sofisticado
sistema. Para no confundirse, la historia está prohibida. Nada del pasado. Incluso la vejez se ha
prohibido mediante un precursor del botox que tanto gusta ahora y gracias al que la gente
permanece con un aspecto joven. Nada de religión, nada de reflexiones filosóficas, nada de
literatura clásica… sólo una excepción, Bernard Shaw. El único autor autorizado en el mundo feliz.

La obra, que sigue una estructura teatral clásica con su planteamiento, nudo y desenlace, presenta
a unos personajes habituales en este tipo de desarrollo. Para poder comprender mejor en qué
consiste este mundo feliz, se toma como protagonistas a varios especimenes de la clase superior
genética. Situados en lo más alto de la cadena evolutiva (o de la selección científica), tendremos la
oportunidad de conocer sus reflexiones sobre lo que les rodea: Cosa que hubiese sido imposible si
Huxley hubiese optado por un personaje de la más baja de las clases biológicas. Helmholtz
Watson, un distinguido miembro de la sociedad que se pregunta por qué el mundo es así. Bernard
Marx, que tiene las mismas dudas pero que en lugar de tomarlo como un elemento reflexivo no
dejan de tomarlo como un punto más a su favor de su superioridad. La joven Lenina, impulsiva y
que aunque tiene alguna dudas trata de ahogarlas rápidamente en droga mientras repite las frases
de su condicionamiento para no dejar de ser una buena ciudadana. Y los dos personajes clave.
Mustafá Mond, dirigente mundial que conoce el pasado y maneja en su vocabulario palabras tan
obscenas como madre o padre (tengan en cuenta que todos nacen de una probeta, nada de
ombligos ni relaciones familiares). Posee una colección de libros prohibidos como la Biblia o las
obras de Shakespeare, ha sido un antiguo escéptico y jugará un papel fundamental en el revelado
de la realidad en el tramo final del desenlace. El otro personaje clave será John El Salvaje,
encontrado por Lelina y Bernard durante su visita a la reserva, supondrá la contraposición total del
orden establecido con el mundo salvaje. Nacido de forma natural del vientre de una mujer de
clase superior genética que se perdió durante una visita a la reserva y que, por tanto, pone en
duda ambos sistemas. No es aceptado por el mundo de la reserva en el que ha nacido y tampoco
al que pertenece genéticamente. Sin condicionamiento podrá decidir su destino.

“Sólo los tontos han creado los progresos del mundo, porque los listos se han adaptado a lo que
había sin necesidad de inventar”. George Bernard Shaw.

2. La transportación in the world state era por ascensores que subían


veloces y anunciaban imperiosamente las paradas por altavoces y se
detenían con un timbre, también habían helicópteros y cohetes aéreos que
viajaban a través de un cielo brillante.

3. Porque se sentía aislado decián que era así porque alguien había
mezclado alcohol en la dosis del sucedáneo de sangre lo cual le afectó al
cerebro.

4.

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