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CAPÍTULO II

La democracia propone, algunos


disponen y otros descomponen

Con el objeto de enmarcar los hechos y los ac-


tores que mencionamos en el capítulo anterior y que
mencionaremos mas adelante en el contexto del li-
bro, considero importante, referir algunos elementos
de mi contexto personal, que como todo en la vida,
constituyen realidades que inf luyen en el desenvolvi-
miento social, muchas veces afectando la misma his-
toria, como pasó con el golpe de 1993.
Por diferentes circunstancias, la gran mayoría
de los actores participantes en la cúpula empresarial
de aquel momento, eran mis amigos. Unos, desde
la infancia, jugamos juntos o fuimos compañeros de
colegio; otros de las épocas de mi juventud, pues pa-
rrandeamos y formamos parte del mismo grupo de
amistades. Otros, por razones familiares, relaciones
comerciales o empresariales, incluso en actividades
gremiales que compartimos. Lo cierto es que ni yo
era desconocido para ellos, ni ellos eran desconocidos
para mí; mejor dicho: el problema era que nos cono-
cíamos demasiado bien.
Cuando el golpe de Estado de 1982, ese mis-
mo grupo me había propuesto como Ministro de
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Relaciones Exteriores y durante las elecciones del


84, muchos de ellos me apoyaron en la candidatura
a la Presidencia, cuando fui lanzado por el Partido
Democrático de Cooperación Nacional y el Partido
Revolucionario; elección en la que quedé en tercer
lugar con el 14% de los votos.
Pero todo en la vida es coyuntural. Para 1990,
los amores o conveniencias del Grupo Pirámide se
alinearon hacia Jorge Carpio Nicolle y Álvaro Arzú
Irigoyen. Pensaron que si concentraban su apoyo en
estos dos candidatos y se lo daban por igual, lo más
probable sería que llegaran ambos a la segunda vuelta
electoral. Al final, tendrían un presidente puesto por
ellos. Rápidamente esta decisión del Grupo Pirámide
se divulgó dentro del sector privado y me imagino
que, unos de acuerdo y otros no, todos lo respalda-
ron.
Cada vez que nos acercábamos a pedir ayuda para
la campaña, se me argumentaba que no estaba con la
línea del sector y se me sugería que lo mejor sería que
me uniera a alguno de los dos candidatos, porque esa
era la realidad: que la suerte estaba echada.
Muchas de las plumas pagadas por ellos o simple-
mente simpatizantes del grupo, claramente manifesta-
ban que yo no tenía ningún chance y que lo mejor que
podría hacer era ponerme el pijama e irme a dormir.
Como yo siempre he sido necio y tenaz, al darme
cuenta de esa situación, entendí que yo tendría que
hacerle frente a la mayor parte de los gastos de mi
campaña, para lo cual vendí un par de propiedades y
procedí a prepararme para una campaña de bajo costo.
De ella, mis propios asesores y amigos extranjeros me
decían que era posible, siempre y cuando yo me invo-
lucrara personalmente y lograse un contacto directo

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con los electores, como lo habían hecho Kennedy en


Estados Unidos y Carlos Andrés Pérez en Venezuela
en su primera campaña, con el lema “Ese hombre sí
camina”.
Yo sabía lo que estaba haciendo, no más mítines
con gente traída, o mejor dicho acarreada. Yo iba en
bus y caminando a cada comunidad, daba la mano,
abrazaba a la gente, dormía en la casa de mis dirigen-
tes y correligionarios. La propaganda que pegábamos
en la calle la imprimíamos en la sede del Partido, en
una máquina offset que habíamos comprado. La pin-
tura la fabricaba Gustavo Espina, quien diseñara una
fórmula barata, que ya habíamos probado en las elec-
ciones municipales y nos funcionó por el tiempo que
la necesitamos.
Con el programa Gente para Gobernar, implemen-
tado durante los últimos cuatro años, pusimos a toda
la dirigencia a motivar y organizar la campaña, la mo-
vilización y control de las elecciones en el Día D.
En lo que a medios se refería, tuvimos que hacer
decisiones difíciles, pues este sí era un renglón costoso
y en el que nuestros adversarios estaban muy fuer-
tes, ya que todas las campañas, principalmente las de
Carpio Nicolle, Arzú Irigoyen y Alfonso Cabrera Hi-
dalgo eran fundamentalmente mediáticas e intensas,
hasta abusivamente intensas.
Previendo esto, yo sabía que la intensidad no era
posible por parte nuestra. Entonces, teníamos que
compensarlo con calidad y rigor científico en el uso
de los medios. Decidimos no ir a prensa escrita, pues
ese sector lo tenían prácticamente tomado nuestros
adversarios, sobre todo con la participación de Jorge
Carpio, dueño del segundo diario del país.
Seleccionamos cuidadosamente los programas

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en que debíamos estar y la intensidad mínima que se


requería para hacernos notar. Sin embargo, aun así,
parecía como si nosotros no existiéramos, ante la ava-
lancha publicitaria de los contrincantes.
Nos quedaba la esperanza de la calidad de los
anuncios y en esto nos estábamos concentrando. Cabe
decir que, desde hacía algún tiempo, yo había com-
prado la mayor parte de las acciones de un laboratorio
de producción de televisión, TVN Televisión. Tam-
bién había instalado un laboratorio de producción de
audio, denominado Dabar Estudio. Así que con el en-
tusiasmo de los socios, fundamentalmente el de Jorge
Quiñónez, hombre de gran experiencia en produc-
ción y con la asesoría y gran colaboración de Marito
Rivera, de Honduras –alias “Chanito”–, mi hijo Jorge
que en ese momento solo tenía 19 años, se encargó
de la producción de los mensajes. Así logramos salir
con anuncios como el de “LOS MISMOS NO”, al
ritmo de la canción María Cristina. Hasta la fecha, esos
mensajes son recordados y figuran como ejemplos en
la historia de las campañas políticas de Guatemala.
Los amigos del Grupo Pirámide no sabían todo
eso, ya que su vista estaba en los medios y en las en-
cuestas que ellos mandaban a diseñar y desarrollar. Su
tranquilidad era absoluta y estaba puesta en las opcio-
nes Carpio–Arzú, que según ellos era tiro seguro.
Nosotros empezamos tarde la campaña, porque
no teníamos cómo hacerlo antes. Así que el 7 de junio
de 1990, en la semifinal y final del campeonato mun-
dial de fútbol, y cuando el país entero estaba pegado al
televisor, lanzamos el anuncio “LOS MISMOS NO”.
Y pegó con tubo, como decimos en buen chapín.
El gobierno brincó y amenazó con demandarme.
Yo les dije: “Adelante, que no hay tranca”, esperando

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con ilusión que lo hiciera. Los piramidales empezaron


a intensificar su campaña para minimizar mi ascenso
y, por supuesto, a bajarme todo lo que podían en las
encuestas que ellos preparaban a su sabor y convenien-
cia.
Gracias a Dios, en ese momento ya había “pa-
teado”, o mejor dicho recorrido, ampliamente el te-
rritorio del país y mi campaña caminaba con solidez.
Esto vino a fortalecerse con el resultado del programa
“Conversemos” al que yo había asistido por invitación
del entonces Presidente Vinicio Cerezo Arévalo, para
hablar sobre la realidad del país. Ni Carpio Nicolle, ni
Efraín Ríos Montt, ni Álvaro Arzú Irigoyen habían
aceptado tal invitación.
La campaña en mi contra, con la que el Grupo
Pirámide sistemáticamente me bloqueaba, pretendía
romper la psicología de triunfo que tanto nos costaba
a nosotros construir; al extremo que la gente decía:
“Serrano es el mejor, pero no gana”.
Las encuestas que ellos publicaban en medio de
grandes eventos, eran para nosotros noches de fune-
ral. Esto, indiscutiblemente, agrió las relaciones con
ellos. Me entero entonces que una semana antes de las
elecciones, la firma Aragón y Asociados presentó los
resultados de la última encuesta y les hace ver que yo
estaba ya en un segundo lugar y que, además, iba su-
biendo consistentemente. Esto fue como un balde de
agua fría, y entonces obligaron al encuestador a que
me pusiera en tercer lugar y de esa manera se dieron
a conocer los resultados. Este fue el último intento
por bloquearme y de paso, proteger su inversión. Pero
esto era como querer tapar el sol con un dedo, porque
la suerte estaba echada y el domingo, día de la primera
vuelta electoral, se sabría el resultado final.

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El 11 de noviembre de 1990, la noche de funeral


fue para ellos. No lo podían creer. Al día siguiente, la
prensa decía que se había producido un “Serranazo”.
Todos sabían que en la segunda vuelta electoral, Car-
pio Nicolle no tenía ya nada que hacer, y que yo era
el futuro Presidente de Guatemala.
Esa noche fue intensa, para mí, más bien atrope-
lladora. Me fui a acostar en la madrugada del día lunes,
sin entender ni creer lo que pasaba. Al día siguiente,
cuando finalmente logré levantarme, encuentro que
mi casa estaba totalmente invadida: la sala familiar, los
cuartos de mis hijos, los pasillos, el recibidor de entra-
da, las salas del primer piso, el comedor, desayunador,
jardines, biblioteca, oficinas, etc. En todos los lugares
veía gente, mucha que tenía años de no ver y mucha
que yo sabía que estaba con otros candidatos. Pero yo
pensaba lo que siempre me decían los asesores: “En
política se barre para adentro”.
Tengo que reconocer que los señores piramidales y
sus adláteres asimilaron la situación mucho antes que
yo. Así, cuando se me iban acercando, el discurso era
muy, pero muy interesante, no sé si sería consigna o
bien era producto de una habilidad colectiva, pero to-
dos me decían: “Jorge, estamos muy contentos, no
te ayudamos antes, porque no creíamos que tuvieras
oportunidad, pero siempre supimos que eras el mejor,
pero ahora aquí estamos y vamos con todo”.
Algunos, como los Gutiérrez, sí me dijeron que
aunque ellos sabían el resultado final, me querían decir
que siempre le darían a Carpio Nicolle lo que le habían
ofrecido. A todos se los agradecía, pero en broma les
decía “están perdonados y gracias por pagar la peni-
tencia” haciéndoles saber que yo llegué hasta ahí sin
compromisos y que así entraría al Palacio Nacional.

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A partir de ese momento empecé a preparar la


segunda vuelta electoral. Básicamente como un for-
mulismo, pues las coordinadoras serranistas, surgieron
en todo el país como salen los hongos en el campo. En
muchos municipios hasta las integraban los “ucenis-
tas” despechados o insatisfechos.
Mientras tanto, comencé a formular esquemas
de gobierno, lamentablemente sin poder hacer defi-
niciones finales, pues quiera que no, aún persistía la
inseguridad de la segunda vuelta, pues como es bien
sabido, “del plato a la boca se cae la sopa”.
A medida que iba avanzando en la definición de
gabinete y en la concreción de las políticas de go-
bierno, me fui dando cuenta de que la agenda de los
piramidales no estaba tan alineada con la recuperación
del país de la crisis en que estaba. Antes bien, estaba
orientada en términos de las privatizaciones, funda-
mentalmente en la de la energía y las telecomunica-
ciones.
Amigos políticos y empresarios locales y del ex-
terior me visitaban para hablar del tema. Todos me
hacían ver que era la agenda del mundo y que era la
oportunidad para que Guatemala también lo hiciera
y así poder tener recursos para la inversión social. A
todos les agradecía sus consejos, pero no les daba fren-
te, pues yo tenía mis propios conceptos. Conocía los
fiascos de las privatizaciones de Argentina y la verdad
yo no era tan cándido como para tragarme la argu-
mentación que se me daba.

Los planteamientos programáticos


y la guerrilla

En campaña yo había explicado hasta la saciedad

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que un eje fundamental de mi gobierno, sería “procu-


rar la paz”, pero que no concebía la paz solo como la
ausencia de un conf licto armado, sino como la crea-
ción de las condiciones que le permitieran al guate-
malteco desarrollarse y prosperar con dignidad.
Claramente explicaba que la guerrilla tenía clara
la lucha; y bastaba leer sus análisis y comunicados para
saber que ellos tenían tres frentes definidos:
El frente militar, expresado en la lucha armada en
las montaña, acompañada por el trabajo ideológico en
las poblaciones marginadas del país; lucha que acom-
pañaban con acciones terroristas para lograr presencia
en los sectores urbanos. Esas acciones se concretaban
volando puentes, torres de energía eléctrica, bombas
en áreas urbanas, etc.
El frente internacional. La guerrilla era mucho
más activa que los gobiernos, tenía presencia en Euro-
pa, Estados Unidos, Canadá, México y prácticamente
en toda América Latina. Ellos sí entendían la impor-
tancia de ese trabajo, primero porque políticamente lo
usaban para desacreditar la democracia de fachada del
país, así como para lograr apoyos económicos funda-
mentales para la lucha en que estaban involucrados.
El frente interno, en el que debilitaban en todo
lo que fuera posible el desarrollo de las instituciones y
denunciaban todos los esquemas de privilegios, pro-
curando sistemáticamente aislar, local e internacio-
nalmente, al Ejército. Sabían que todo eso repercutía
en los recursos que ese ejército recibía, bajando así la
moral del militar combatiente, al que le tocaba llevar a
cabo su tarea en condiciones difíciles. En este frente el
bienestar y seguridad de la población era fundamen-
tal, pues yo sí estaba claro, que sin el apoyo del pueblo
mismo, no era posible resolver el conf licto.

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Como se puede ver, estos son tres frentes defini-


dos, pero íntimamente relacionados. ¿Cómo podría-
mos nosotros ganar credibilidad internacional si no
podíamos mejorar la situación de los derechos huma-
nos, si no podíamos enseñar los logros en la recauda-
ción fiscal y en la inversión social?
La guerrilla sí mantenía a la comunidad interna-
cional perfectamente informada. Cada vez que uno
llegaba a alguna visita a Washington o en cualquier
país europeo, la guerrilla ya había pasado por allí.
Nuestros interlocutores estaban debidamente entera-
dos, no solo de la situación macro del país, sino que
también de casos muy particulares, con nombre y ape-
llido. Eran casos que, en muchas ocasiones, nosotros
no los habíamos ni siquiera oído mencionar, pero que
en el ambiente internacional ya existía un expediente
completo que la guerrilla o sus organizaciones parale-
las habían construido y documentado.
En conclusión, la guerrilla, tenía dos fuentes de
abastecimiento de recursos, la nacional y la extranjera:
si queríamos tener éxito en las pláticas con ellos, no-
sotros teníamos que luchar también en los tres frentes.
En el militar, haciendo nuestro trabajo, para aislarlos
y hacerles difícil sus operaciones; en el internacional,
teniendo presencia en todo foro internacional en que
nos fuera posible, visitando todos los países, explican-
do nuestra intenciones, pero sobre todo presentando
hechos concretos, que indicaran que un cambio se es-
taba dando en el ejercicio de la justicia, en el respeto
a los derechos humanos y, en general, en la construc-
ción de una democracia de amplia participación y no
una democracia formalmente electorera como la que
existía.
En el frente interno, la seguridad ciudadana, el

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empobrecimiento real de la población, expresada en


la absurda inf lación a la que el gobierno de Cerezo
Arévalo había llevado al país, pero que hacía inmensa-
mente felices a algunos empresarios cuyas eficiencias
estaban basadas en la pura especulación, sin importar
cuán mal la estuviera pasando el pueblo. A ese pueblo
al que ya nada le alcanzaba, y en realidad ya no tenía
agujeros en el cinturón para apretárselo. Mas yo sabía
que esto tenía que arreglarlo, y rápido.
Por otro lado, en el ejército se percibían dos mo-
rales: la de los mandos altos a los que en cierta forma
el conf licto los afectaba poco, pues ellos mismos ya no
combatían y, además, administraban los recursos que
se destinaban para el conf licto; y, por el otro lado, la
moral de la gran mayoría de los oficiales, personal téc-
nico y de tropa, quienes tenían que correr los riesgos,
enfrentar el malestar y abandono de sus propias fami-
lias y sufrir, igual que toda la población, el desastre de
la economía.

Los entendimientos de las cúpulas

Todo el gobierno y mis colaboradores insistíamos


en la profundidad de la lucha y la realidad de los fren-
tes en los que la misma debía darse, es decir, la lucha
por una paz firme y duradera, que yo había planteado
a la guerrilla. Para eso yo había consultado a todos los
sectores de la sociedad: iglesias, sector privado, sindi-
catos, cooperativistas, universidades, colegios profe-
sionales, etc. Yo proponía claramente los objetivos y la
estrategia en la que ellos debían centrarse; sin embar-
go, las elites empresariales y militares, que aunque se
hallaban conformes con el planteamiento teórico, en
el fondo pensaban que eso estaba bien como fachada

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y para decir que lo íbamos a hacer. Sin embargo,


cuando yo iba a implementar mi pensamiento con ac-
ciones, ellos decían, como claramente lo expresó un
militar en los días de la crisis, “en eso no habíamos
quedado”.
Al sector privado le era difícil oponerse a un plan
de esa naturaleza, pero la agenda social o socioeconó-
mica siempre les sonaba a demagogia. Ellos no tenían
la más mínima idea de lo difícil que era para el Estado
conseguir apoyo internacional ya fuera de cooperación
o de crédito, pues nuestra reputación era muy mala,
debido a los hechos que la lucha armada producía y la
activa acción de la guerrilla. Por otro lado, faltaba co-
herencia cuando se comparaba la contribución fiscal
y la acumulación de capital guatemalteco en el ex-
tranjero. Tampoco se daban cuenta, con una miopía
impresionante, que todo eso contribuía a cerrarnos el
acceso a muchos mercados.
Recuerdo mi visita a Indonesia, con motivo de
la Cumbre de los No Alineados. Me entrevisté con
el Presidente Suharto y con varios de sus ministros, y
se abrió ante mis ojos un mercado impresionante en
el que ya países como Chile estaban participando en
forma inteligente y muy conveniente.
Regresé entusiasmado. Entonces inicié las gestio-
nes para abrir una embajada en un país con más de
ciento ochenta millones de habitantes y pedí que se
organizara un almuerzo en Santo Tomás con todos
los dirigentes del sector privado. Con entusiasmo les
relaté lo que viví en Indonesia y les presenté un es-
trategia para vincularnos seriamente a esos mercados.
La respuesta fue muy escéptica, pero pensé que ellos
tendrían que interiorizar el planteamiento, informarse
un poco y que después volveríamos a hablar. Les pedí

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a los ministros de Economía y de Relaciones Exterio-


res que se organizara una misión comercial para que
los empresarios fueran y se dieran cuenta del potencial
al que yo me estaba refiriendo.
Cuál va siendo mi sorpresa, cuando los ministros
me dicen que la misión no era posible, pues no había
ambiente dentro del sector privado para llevarla a cabo.
Lo más triste fue que me dijeron que del almuerzo en
Santo Tomás, solo salieron burlas, ridiculizaciones y
comentarios irónicos. Parecía que el sector privado es-
taba más interesado en la creación de condiciones más
favorables en el mercado interno y la privatización de
las empresas de energía y telecomunicaciones. “Saltó
la liebre”, dije para mis adentros. Me equivoqué, debía
de haber llamada a empresarios grandes y medios en
lugar de haber perdido mi tiempo con los piramidales
y sus adláteres.
Para ser claros: la única agenda en la que el sector,
en su cúpula, estaba interesado, era en la fiscal, para pa-
gar lo menos que fuera posible; en la monetaria, tener
siempre una divisa sub valuada y garantizar sus planes
de expansión nacionales de altísima rentabilidad; y en
la compra de las empresas del Estado. Cualquier otro
tipo de agenda era coyuntural y solo les interesaba si,
en alguna manera, se afectaban sus intereses.
Para la pequeña cúpula militar, la agenda era más
sencilla. No podían decir que no querían la paz, pero
se resistían pacíficamente a comprometerse del todo.
Lo que en el fondo les preocupaba era que al termi-
nar el conf licto su poder real se viera deteriorado y
que si, por algún motivo, se planteaba la reducción
del ejército, los recursos que ellos manejaban se verían
seriamente disminuidos. Esa cúpula no confiaba en
las múltiples declaraciones mías, en las que afirmaba

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verbalmente y por escrito que Guatemala necesitaba


un ejército capaz, bien equipado y comprometido con
la seguridad; que yo no iba a transar en reducciones
arbitrarias y que, en todo caso, el tamaño del ejérci-
to se definiría por las necesidades del país y por los
acuerdos de balance que se estaban conversando con
nuestros vecinos.
Tal como se desprende de las opiniones de los
críticos serios e informados, las motivaciones para el
golpe de Estado estaban claras: miedo de la cúpula
militar a una reducción del ejército y el terror de los
grupos piramidales de que el tiempo pasaba y que no
se veía claro lo de las privatizaciones.
Esta carta, fechada el 3 de mayo de 1993, firmada
por Mario Granai, Presidente del CACIF, que según
se me informó fue redactada con la ayuda de la G2, y
que trancribo y adjunto como anexo cuatro, explica
muchas cosas, sobre todo si vemos que la misma fue
enviada 20 días antes de que le produjera la crisis de
mayo del 93, que terminaría con el golpe de Estado,
la carta dice así:

“Señor Presidente:
El pasado jueves 29, nos reunimos con la Comi-
sión Negociadora de la Paz, del Gobierno.
Consideramos importante expresarle nuestra pre-
ocupación por el rumbo que pueda tomar el proceso
de negociaciones para alcanzar la paz, como conse-
cuencia de la actitud que ha asumido la dirigencia de
la URNG, de endurecer sus posiciones y exigencias
como resultado de la debilidad militar, política y de
apoyo internacional a la que ha llegado.
La posición del CACIF le ha sido manifestada
en varias oportunidades y en diversas formas a partir

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del Acuerdo de Oslo. De la misma forma, la que


mantuvimos en nuestras conversaciones sostenidas
con la insurgencia en Ottawa, especialmente y con
mayor énfasis y amplitud, en la respuesta que le
dimos a su consulta sobre el documento “GUATE-
MALA, UNA PAZ JUSTA Y DEMOCRÁ-
TICA: CONTENIDO DE LA NEGOCIA-
CIÓN” elaborado por la URNG y presentado a
su Gobierno.
En el pasado, reiteradamente le solicitamos que se
nos informara de las negociaciones y, como resultado
del informe recibido de los miembros de la Comisión,
el jueves pasado nos percatamos del avance que lleva
el proceso y los riesgos que se corren.
Nuestra preocupación responde a que, a partir del
próximo cinco de mayo, se iniciará una nueva etapa
de negociaciones, en la cual la insurgencia, además
de endurecer su posición por la situación de desven-
taja en que se encuentra, diera pábulo a que, apa-
rentando buena voluntad, se suscribiera un acuerdo
que comprometa a la Comisión Negociadora, a su
Gobierno y con ello a la Nación.
Atentamente le solicitamos que no se precipite la
firma de ningún documento que no conduzca ex-
clusivamente a un compromiso firme y claro de un
cese al fuego, la desmovilización y desarme de la
URNG.
Al agradecer al Señor Presidente su atención a
nuestra preocupación, le solicitamos con carácter de
urgente, una audiencia para tratar este importante
tema. Asimismo, le ofrecemos nuestro concurso en
este difícil e importante proceso, para que Guatema-
la alcance la paz que todos anhelamos.
Hacemos propicia la oportunidad para expresarle

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nuestros sentimientos de estima y consideración”.


Firma Mario Granai,
Presidente del CACIF.

Cualquier persona entiende que esta carta contie-


ne profundas contradicciones, primero, fija criterios
ilusorios e irreales, pues, lo que en el fondo se plan-
tea, es la rendición de la guerrilla, lo cual a la luz de
los conceptos planteados anteriormente era imposible.
Cualquiera que conóce la experiencia de los Estados
Unidos en Vietnam, sabe que en el mundo de hoy,
no basta con ganar a tiros, pues la lucha, tal como lo
manifesté anteriormente, se da en varios frentes.
Cuando me ofrecieron su concurso y mencionan
la reunión de Ottawa, pensé para mis adentros, eso es
justo lo que no queremos, pues precisamente esa re-
unión fue la única de las llevadas a cabo con la URNG,
en la que no se pudo hacer una declaración conjunta
y cada grupo la hizo por separado, ciertamente yo no
estaba en ese espíritu, yo si buscaba entendimientos y
no fachadas.
Entonces, resultaba obvio, que los señores del CA-
CIF, lo hacían para cerrar filas con la cúpula militar.
De esta manera ellos expresaban claridad el concepto
muy particular de las cúpulas, y las verdaderas motiva-
ciones de ambos grupos, el militar y el empresarial.
Sin embargo este hecho hizo que identificaran
claramente su objetivo, y buscaran conjuntamente el
abordaje del poder, sin asco y con toda la mala leche,
lo cual lograron con el apoyo de un buen grupo de
ingenuos, a quienes solo tomaron en cuenta, como ya
dijimos, para una participación “patriótica” ocasional.
Fueron los títeres de una sola función.
De allí en adelante, todo es historia.

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Mitin en la ciudad de Quetzaltenango, en la primera campaña a la presi-


dencia en 1985. Postulado por el Partido Democrático de Cooperación y el
Partido Revolucionario.

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Saludando a la gente en campaña, acompañado por el candidato a Vicepre-


sidente, licenciado Mario Fuentes Perucini.

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Segunda campaña, postulado por el partido Movimiento de Acción Soli-


daria (MAS), la que se llevó a cabo caminando, estrechando manos, dando
abrazos y pronunciando breves discursos en tarimas colocadas sobre los bu-
ses que iban en las caravanas.

Mítines relámpagos de los que se realizaban en las plazas centrales de los


pueblos, sin acarrear gente, solo llamándola con los altoparlantes.

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