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Humanidades E. M. Cioran Adios ala filosofia y otros textos Prélogo, traduccién y selecci6n de Fernando Savater Ellibro de bolsillo Filosofia Alianza Editorial TeruLoowmarvat: Extracos de Pris de décompostion, Latenttion dexter yLemauous déminrge TrapucrOR: Fernando Savater Primera icin en «El Horo de boallon: 1980 Guar reimpreson ep «El bro de bolsllow: 1995 Primera edieionen «Area de conocimientor Humonidades»: 1998, Disco decubierta: Alianza Editorial esevaos todos los derecho. coteido de ea obs est proteido por a Tey qe ensblee pena de prin yo mula, adem dels coresponots ‘odemnisnconcs po doe y persis pata quire eprodjere plan ‘Gsriberen ocoomunieaen palatine en pre une ors ee tinaritcynticn,ostransormacsn, interpreta erin artis Ejadnencolquer tips de soporte communica rave de eulgier meio. sinlaprecepe stoic (© Preis de décomposition: Editions Gallimard, Pats, 1949, © Litenttion dexister Editions Gallimard, Pats, 1956 (© Le manos deminrge: Editions Gallimard, Pai, 1969 (OFA. cast: Alianza Eatoral,. A., Madrid, 1980, 1982, 1988, 1994, 1995, 1998 CalleJuan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid telefono 393 8888 ISBN: 84.206.3907:3 epesitolepal:S. 257-1998 Innpresoen Graticas VARONA, Poligona “El Montalvo", parcela49 37008Salamance Printed in Spin EM, Cioran: Elalmaalerta Enuninstate pasaremos por el umbrl del mundo ‘una region. llamada come querds: nepacién del Tenguaje, desert, muerte, oguizd mde siplse i= Tenciodelamor Viadimie Nabokov “«Despierte cl alma dormida..» Pero no es tareafécil hacerla despertar. Acurrucada entre acolchados cobertores de dog- ‘mas, de consignas, de explicaciones, drogada de noticias y de ese otro beleno, la esperanza, amodorrada de ciencia, tay confesa, pobrecita mi... con qué escalofrio saca la punta del pie de su embozo para calibrar la temperatura glacial que reina all donde a coherencia acaba y los razona- ‘mientos mas razonables comienzan a enarbolar una sont lla demente! Vuelve a tu sopor, pobre alma mia: tirita y sue- fa, bien arropada, hasta que lo irremediable venga a buscarte.Suemia que tienes un inconquistable alcdzar de cer- tezas, un plano digno de confianza de las selvas y pantanos que te rodean, guardianes fieles que rechazarin los asaltos dela duda, capitanes de ojos fieros y proyectos laros, aba- des capaces de encontrar la huella estoica de la Ley hasta en twentrafia més brumosa, alegres companeros de banquete y ‘una dama de impudico pudor que alegraré la soledad de tu cama... no eres ilusa, nadie deberiaserlo ya, sino ilustea conoces los decretos dela necesidad y los acatascon aparen- te fastidio ysecreta complacencia; estés segura de tus limites ylejos de los arrebatos adolescentes, has aprendido a esti- ‘mar las sosegadas aventuras del orden, el medro moderado, 7 8 remusoo swan, Ja progresién tranquila hacia una armonia social més autén- tica...Con pélizas de resignaci6n y cordura te veo estampi: Nada, alma fa. ¥ bien pudiera ser que tuvieras nebulosa y Dlanda suerte hasta el final: quiza mueras antes de despertar. (Ojalé no te acometa la vigilia, mi apocado fantasma. Que el destino te guarde del vendaval dela lucide2, del vértigo dela ausencia de locura, del desfondamiento, de las imponentes olas del mar de acfbar.. Aunque s6lo te llegases a despertar ‘un instante, jamas olvidarias la visiGn de fuego queiba a za- randear fulminantemente tu discreto reposo; la recafda siempre estaria ya cerca de ti y tu voz nunca recobraria el tono de firmeza con que sueles decir: «Yo creo...» Pero hay también almas,raras terribles, que tienen pro- pensién ala lucidez. Algin hada irénica o adversa dejé ese don negro en su cuna, yellasdespiertan al menor choque de la vida, al mas pequeno indicio de fisura en la solidez esta- tuida... Se convertiran asf en centinelas insomnes de fraca- sos que todo pretende hacer olvidar, en sarcésticos pregone- 108 de bancarrotas fundamentales. Tal es el caso de E. M. Cioran, visionario a fuerza de desengafio al quela pasién de ver despejadamente ha quemado los ojos: un alma alerta, fascinada por la desfascinacién. La voz con que susurra, in- sinda y alla la inacabable modulacidn de su mensaje esté cenriquecida por todos ls registros que presta a maestrfali- teraria, del sollozo aa risotada, Cioran es un exiladd obse- sionado por el Exilio, un escéptico poseido por el Escepticis- ‘mo, un frenético del Desapego; mezcla en su sangre perturbada la nostalgia pagana por los Dioses Muertos y la repulsiGn gnéstica por el Aciago Demiurgo que ha caido en la tentacién de crear; la ilusién de poder pasarse de todas las, mnes leatormenta, el vicio de negarse a toda complici- dad con el revestimiento afirmativo del mundo, con a acu- ‘mulacién de fanatismos mintisculos merced a la cual pode- _mos arrastrarnos de un dia a otro... Pero también advierte [LHL CORANERL ALMA ALERDA ° ‘que no deja de ser un obseso, un frenético, un alucinado de tun género particular: quiza la droga ala que se entregaesin- , ‘Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofia, escucharle decir «noso- tros» con una inflexién de seguridad, invocar a los ‘> Y asi es como el «destino», que no puede querer nada, ‘es quien ha querido lo que nos sucede... Prendados de lo Irracional como tinico modo de explicacién, le vemos ‘cargar la balanza de nuestra suerte, en la cual no pesan sino los elementos negativos, de la misma naturaleza. {De dénde sacar el orgullo para provocar a las fuerzas ‘que lo han decretado asi y que, ¢s més, son irresponsa- bles detal decreto? ;Contra quién llevar la lucha y a dén- de dirigir el asalto cuando a injusticia hostiga el aire de nuestros pulmones, el espacio de nuestros pensamien- tos, elsilencio yel estupor de losastros? Nuestra rebelién esta tan mal concebida como el mundo que la suscita. Como empeharse en reparar los entuertos cuando, ‘como Don Quijote en su lecho de muerte, hemos per do en el extremo de a locura, extenuados- vigor e ilu-| sidn para afrontarlos caminos, los combates y las derro Tess cémo encontrar de nuevo la frescura del arcéngel 0, aquel que, todavia al comienzo del tiempo, ig- noraba esta sabiduria pestilente en la que nuestros im- ppulsos se ahogan? Dénde beberiamos suficente verbo y desparpajo para infamar al rebao de los otros angeles, ‘mientras que aqui abajo seguir asu colegaes precipitarse [es ajo todavia (mientras que la injusticia de los hom- bres imita la de Dioy toda rebelién opone el alma al in- “finito yla rompe contra él? A los angeles andnimos ~acu- rrucados bajo sus alas sin edad, eternamente vencedores y vencidos en Dios, insensibles alas nefastas curiosida- des, sontadores paralelos alos lutos terrestres, squién se atreveria a tirarles la primera piedra y, por desafio, a di- Vidirsu suefto? La rebelién, orgullo de la caida, no extrae su nobleza mas que de su inutilidad: los sufrimientos la despiertan y luego la abandonan; el frenesila exalta ya sdecepcién la niega... No podrfa tener sentido en un uni- i KEE (En este mundo nada esté en su sitio, empezando por el | mundo mismo. No hay que asombrarse entonces del es- pectéculo de la injusticia humana. Fs igualmente vano rechazar 0 aceptar el orden social: noses forzoso sufrit ‘sus cambios mejor 0 a peor con un conformismo deses- perado, como sufrimos el nacimiento, elamor el lima, y la muerte. La descomposicién preside las leyes dela vida: | \mas cercanos.a nuestro polvo que lo estan al suyo los ob- | jetos nanimados, sucumbimos ante ellos y corremos ha- { | ca nuestro destino bajo la mirada de las estrellas aparen- | tementeindstrctibles, Pero incluso eis esallrén en ‘un universo que sélo nuestro corazén toma en serio para | Lexpiar después con desgarramientossufaltadeironi amos tanuosora vores races B Nadie puede corregir la injusticia de Dios y de los! T hombres: todo acto no es més que un caso especial, apa- rentemente organizado, del Caos original. Somos arras- trados porun torbellino quese remontaala aurora delos tiempos: y si ese torbellino ha tomado el aspecto del or- den slo es para arrastrarnos mejor.)> - {BP} Sobre una civilizacin exhausta aye Nirrusos ni americanos estaban lo bastante maduros, ni intelectualmente lo bastante corrompidos para «salvar» Europa o rehabilitar su decadencia, Losalemanes, con- taminados de otro modo, hubieran podido prestarle un simulacro de duracién, un tinte de porvenir. Pero, impe- rialistas en nombre de un suefio obtuso y de una ideolo- sf hostil a todos los valores surgidos en el Renacimien- to, debian cumplir su misién al revés y echarlo a perder todo para siempre. Llamados a regirel continente, a dar- Te una apariencia de impetu, aunque no fuera més que por unas cuantas generaciones (el siglo xx hubiera debi- do ser alemédn, en el sentido en que el xvii fue francés), lo arreglaron tan torpemente que apresuraron su desas- tre, No contentos de haberle zarandeado y puesto patas arriba, se lo regalaron, ademas, a Rusia y América, pues ¢s para éstas para quien supieron tan bien guerrear y hundirse. De este modo, héroes por cuenta de otros, au- tores de un tragico 2afarrancho, han fracasado en su ta- tea, en su verdadero papel. Después de haber meditado y claborado los temas del mundo moderno, y producidoa Hegel y Marx, hubiera sido su deber ponerse al servicio % Bacon dde una idea universal, no de una vision de tribu. ¥, sin ‘embargo, esta misma visién, por grotesca que fuese,tes- timoniaba a su favor; jacaso no revelaba que s6lo ellos, «en Occidente, conservaban algunos restos de barbaric, «que eran todavia capaces de un gran designio 0 de una vvigorosa insania? Pero ahora sabemos que no cl deseo ni la capacidad de precipitarse hacia nuevas aventuras, que su orgullo, al haber perdido su lozania, se debilita como ellos, y que, ganados a su vez porel encan- to del abandono, aportaran su modesta contribucién al fracaso general ‘Tal cuales, Occidente no subsistira indefinidamente: se prepara para su fin, no sin conocer un perfodo de sorpresas... Pensemos en lo que ocurrié entre los siglos vx. Una crisis mucho més grave le espera; otro estilo se dibujar4, se formarin pueblos nuevos. Por el mo- ‘mento, afrontemos el caos. La mayoria yase esignaa él. Invocando la historia con la dea de sucumbir alla, ab- dicando en nombre del futuro, suenian, por necesidad de esperar contra si mismos, con verse remozados, pisotea- dos, «salvados»... Un sentimiento semejante habia lle- vado alla Antigiiedad a ese suicidio que era la promesa cristiana. ‘CEL intelectual fatigado resume las deformidides y los vicios de un mundo a la deriva. No acta: padece; si se ‘vuelve hacia la idea de tolerancia, no encuentra en ella el [tinct Shera pops |na, lo mismo que las doctrinas de las que es desenlace. |:Queélesla primera vitima? Nose quejaré, Sélole suce- [dela fuerza que le tritura. Querer ser libre es querer ser {uno mismo; pero él ya esta harto de ser él mismo, de ca- rminar en lo incierto, de errar a través de las verdades. |[«Ponedme las cadenas de la [lusién», suspira, mientras AOS ALARLOSOHEA YoPRDS TEATOS 2 dice adiésa las peregrinaciones del Conocimiento. Asi se} lanzaré decabezaen cualquier mitologia quele asegure lal proteccién ya pazdel yugo. Declinandol honor de asu-| mir us propias ansiedades, se comprometerd en empre- sas de las que obtendra sensaciones que no sabriaconse- guir de si mismo, de suerte que los excesos de su, cansancio reforzaran las tiranias Iglesias, ideologis, po- licfs, buscad su origen en el horror que alimenta por su propia lucidez mejor que en la estupide de las masas. Este aborto se transforma, en nombre de una utopia de pacotilla en enterrador delintelecto,y,persuadido de ha- cer un trabajo tl, prostituye el xestupidizaos»', divisa trigica de un soitari’) 4 Teonoclasta despechado, de vuelta de la paradoja y de Ja provocacién, en buscade a impersonalidad y dela ru- tina, semiprosternado, maduro para el t6pico,abdica de su singularidad y se une de nuevo ala turba. Ya no tiene nada que derribar, més quea simismo: ultimo idolo para combatir..Sus propios rstosleatraen. Mientrasloscon- templa, modela la figura de nuevos dioses 0 yergue de nuevo los antiguos, bautiz4ndolos con un nuevo nombre. Afalta de poder mantener todaviaa dignidad de ser difi- cil, cada ver menos inclinado a sopesar las verdades, se contenta con las que see ofrecen. Subproducto desu yo, va, demoledor reblandecido, a reptar ante los altares oo que ocupesulugar. Enel empl oen el mitin,susiti esté donde se canta, donde se tapa la vox, ya no se oye. ;Paro- dia de creencia? Poco le importa, yaque dl tampoco aspi- raanada mas que a desist de sf mismo. (Su filosofia de- semboca en un estribillo, su orgullo se hunde en un Hosannal 1. «ABstissez-vous, rae de Blas Pascal. (N. del) 28 a.cronas Seamos justos: en el punto en que estén as cosas, qué [tra cosa podria hacer2El encanto y la originalidad de Europa residen en la acuidad de su espiritu eritico, en su / escepticismo militante, agresivos este escepticismo ha § concluido su época. De este modo el intelectual, frustra- do de sus dudas, se busca las compensaciones del dogma. Llegado a los confines del andliss, aterrado de la nada {que alli descubre, vuelve sobre sus pasos e intenta aga- rrafseala primera certidumbre que pasa; perole falta in- ‘genuidad para adherirsea ella plenamente;a partir de en- tonces, fandtico sin convicciones, ya no es mas que un Jde6togo, un pensador hibrido, como se encuentran en dos ls periodos de transici6ip Participando de doses los diferentes es, por la forma de su inteligencia, tribu- tario de lo que desaparece, y, por las ideas que defiende, deo que se perfila. A fin de comprenderle mejor, imagi- némonos un San Agustin convertido a medias, flotando y zigeagueando, y que no hubiera tomado del cristianis- [mo ms que el odio al mundo antiguo{;Acaso no estamos en una época simétrica de la que vio nacer La Ciudad de | Dios? Dificilmente puede concebirse libro més actual. | Hoy como entonces, los espiritus necesitan una verdad sencilla, una respuesta que los libre de sus interrogantes, (Lum evangelio, una tumba.> . ‘Los momentos de refinamiento recelan un principio de muerte: nada més fragil que la sutileza. El abuso de ella lleva a los catecismos, conclusién de los juegos dia- lkcticos, debilitamiento de un intelecto al que el instinto yano asist. La filosofia antigua, enmaratiada en sus es- cripulos, habia, pese a ella misma, abierto el camino a Jos simplismos barriobajeros; las sectas religiosas proli- feraban;a las escuelas sucedieron los cultos. Una derrota andloga nos amenaza: ya hacen estragos las ideologias, poV0nAtAMLOSOFA x onNOSTEXTOS » mitologias degradadas que van a reducirnos, a anular- nos. Elfasto de nuestras contradicciones no nos seré po- sible mantenerlo ya largo tiempo. Son numerosos los que isponen a venerar cualquier idolo y a servir a cual- Y lo mismo que los “ precolombinos, preparados y resignados a sufrirla inva- sin de los conquistadores lejanos, debian resquebrajar- se cuando éstos llegaron, igualmente los occidentales, demasiado instruidos, demasiado penetrados de su ser- vvidumbre futura, no emprenderén, sin duda, nada para conjurarla, No tendrian, por otra parte, ni los medios ni el deseo ni la audacia, Los cruzados, convertidos en jar- dineros, se han desvanecido de esa posteridad casera en Ja que ya no queda ninguna huella de nomadismo. Pero la historia es nostalgica del espacio y horror del hogar, sueito vagabundo y necesidad de morir lejos. pero la historia es precisamente lo que ya no vemos en torno nuestro. Existe una saciedad que instiga al descubrimiento, ala invenci6n de mitos, mentias instigadoras de acciones: es ardor insaisfecho, entusiasmo mérbido que se transfor- ‘ma en sano en cuanto se fija en un objetivo. Existe otra que, disociando al espiritu de sus poderes y a la vida de sus resortes, empobrece y reseca. HipSstasis caricatures- cadel hastio, deshace los mitos o falsea su empleo. Una AviosaLarosorta voros textos a ‘enfermedad en resumen. Quien quiera conocer sus sinto- mas y su gravedad se equivocaria en ira buscatlos le que se observe asi mismo, que descubra hasta qué punto deOestele ha marcado... hak Sila fuerza es contagiosa, la debilidad no lo es menos: tiene sus atractivos, no es facil resistirsele. Cuando los débiles son legién, os encantan, 0s aplastan: ;cémo lu- char contra un continente de abiilicos? Dado que el mal de la voluntad es ademas agradable, uno se entrega a él gustoso. Nada més dulce que arrastrarse al margen de los acontecimientos; y nada més razonable@ero sin una) fuerte dosis de demencia, no hay iniciativa alguna, ni «empresa, ni gesto. La raz6n: herrumbre de nuestra vita- lidad.€s el loco que hay en nosotros el que nos obliga 7) Ja aventura; si nos abandona, estamos perdidos: todo | depende de élincluso nuestra vida vegetativa; ¢s él quien nos invita a respirar, quien nos fuerza a ello, y es” también él quien empuja a la sangre a pasearse por ruestras venas.jSi se retira, nos quedamos solos! No se puede ser normaly vivoala vez. Sime mantengo en po- sicién vertical y me dispongo a ocupar el instante veni- dero, si, en suma, concibo un futuro, es @ causa de un afortunado desarreglo de mi espiritu. Subsisto y actio en la meclida en que desvario, en quelllevo a bien mis d vagacione3¥En cuanto me vuelvo sensato, todo me inti] ‘ida: me deslizo hacia la ausencia, hacia manantiales| || que no se dignan afluir, hacia esa postracién que la vida debié conocer antes de concebir el movimiento; accedo | 4 fuerza de cobardia al fondo de las cosas, completa~ ‘mente arrinconado hacia un abismo en el que nada pue- | do hacer, ya que me aisia del futurd)Un individuo, tal | 2 a.ciona como un pueblo o un continente, se extingue cuando le | repugnan los designios y los actos irreflexivos, cuando, | en lugar de arriesgarse y precipitarse hacia el ser, se re- fugia en él, retrocede a él imetafisica dela regresién del | mds acé, retroceso hacia lo primordial! En su terrible | ponderacién, Europa se rechaza a si misma, el recuerdo de sus impertinencias y sus bravatas, y hasta esa pasion de o inevitable, sltimo honor dela derrotaRefractaria 4 toda forma de exceso, a toda forma de vida, delibera siempre, incluso después de haber dejado de existr: Jacaso no hace ya el efecto de un concilidbulo de espec- trost ‘ terioro del que nada la distr, nos ofrece la imagen de | nuestros peligros yla mueca de nuestro futuro:esnuestro | vaclo, es nosotros; y encontramos en ella nuestras insufi- | ciencias y nuestros vicios, nuestra voluntad insegura y _| ‘nuestros instintos pulverizados GEI miedo que nos inspi-T] | aes miedo de nosotros mismos | yacemos postrados, deshechos, sin aliento, es porque he- ‘mos conocido y sufrido, nosotros también, el vampiris- | modelespiritu., a YR, dimbre interior, agravada por el orgullo, por una vo- luntad de afirmar sus taras, de imponérselas a otros, del ddescargarse sobre ellos de un exceso sospechoso. Laaspi- | racidn de «salvar» el mundo es el fenémeno morboso de! Jajuventud deun pueblo \ ZEspafiaseinclina sobre si misma por razones opuestas: ‘Tavo también comienzos fulgurantes, pero estén muyle- janos. Llegada demasiado pronto, trastorn6 el mundo y se de caetbesta cafda se me revel6 un dia. Fue en Valla- dolid, en la Casa de Cervantes. Una vieja de apariencia ‘vulgar contemplaba el retrato de Felipe Ill; «Un loco», le dije Ella se volvi6 hacia mi «Con él comenzé nuestra de- cadencia.» Yoestaba en el corazén del problema. «{Nues- tra decadencial» As{ que, pensé, la decadencia es, en Es- afta, un concepto corriente, nacional, un cliché, una divisa oficial. La nacién que en el siglo xv1 ofrecia al ‘mundo un especticulo de magnificencia yde locura, hela ahi reducida a codificar su abotargamiento. Si hubieran tenido tiempo, sin duda los tltimos romanos no hubie- ran actuado de otra forma; no pudieron remachar su fin los barbaros se cernian ya sobre ellos Alas afortunadosy los espaniolestuvieron plazo suficiente (tres siglos!) para pensar en sus miseriasy empaparse de llasyCharlatan por desesperacién, improvisadores de lusiones, viven en tuna especie de acritud cantante, de trdgica falta de serie- H | | «@ ranconn ‘dad, que le salva dela vulgaridad de a felicidad y del éxi- to. Aunque cambiasen un dia sus antiguas manias por otras mas modernas, seguirian, empero, marcados por funa ausencia tan largadncapaces de acoplarseal ritmo de a «civilizaciény, clericoidales o anarquistas, no podrian | renunciar asu inactualidad>;Cémo van a alcanzar alas “otras naciones, eémo se van poneral dia, sihan agotado lo mejor de si mismos en rumiar sobre la muerte, en em- badurnarse con ella, en convertila en experiencia visce- ral Retrocediendo sin cesar hacia lo esencial, se han per- dido por exceso de profundidad, La idea de decadencia no les preocuparia tanto sino tradujese en términos de historia su gran debilidad por la nada, su obsesin por el ceaqueleto. No es nada asombroso que, para cada uno de cllos, el pais sea su problema. Leyendo a Ganivet, Un: muno u Ortega, uno advierte que, para ellos, Espaia es ‘una paradoja que les atafe intimamente y que no logran reducir a una formula racional. Vuelven siempre sobre {| ella,fascinados porla atraccién delo insoluble que repre- senta, No pudiendo resolverla por el analisis, meditan so- | bre Don Quijote, en el que la paradoja es todavia més in- {_ soluble, porque es simbolo..5Uno no se imagina a un Valéry 0 un Proust meditando sobre Francia para des- ccubrirse a s{ mismos: pais realizado, sin rupturas graves (en inquietud, pais no-tragico, noes un caso: al haber triunfado, al haber cumplido su suerte, jcdmo po- dria ser atin «interesante»? El mérito de Espafia es proponer un tipo de evolucién insélita, un destino genial e inacabado. (Se dirfa que se trata de un Rimbaud encarnado en una colectividad.) Pensad en el frenesi que desplegs en su bisqueda del oro, en su desplome en el anonimato, pensad después en los conquistadores, en su bandidismo y en su piedad, en la forma en la que asociaron el evangelio al crimen, el cru- cifijo al punal. En sus buenos momentos, el catolicismo fue sanguinario, como corresponde a toda religién ver- - Sea cual fuere su orientacién politica, el espaol o el Fuso que se interroga sobre su pais aborda la nica cues- tidn que cuenta ante sus ojos.e entiende por que ni Ru- sia ni Espafia han producido ningtin filésofo de enverga- dura. Es que el filésofo debe atarearse en las ideas como 2 conan ‘espectador; antes de asimilarlas, de hacerlas suyas, nece- sita considerarlas desde fuera, disociarse de ellas, pesar- las y, si es preciso, jugar con ellas; después, ayudado por a madurez, elabora un sistema con el que nunca se con- funde del todo. Es esa superioridad respecto a su propia filosofialo que admiramos en los griegoy-Lo mismo ocu- re con todos los que se centran en el problema del cono- cimiento y hacen de él el problema esencial desu medita- ci6n. Tal problema no perturba ni a los rusos ni a los espafoles, Ineptos para la contemplacién intelectual, mantienen relaciones bastantes chocantes con la idea. {Que combaten con ella? Siempre llevan la peor parte; se apodera de ellos, les subyuga, les oprime; mértires volun- tarios, no piden més que suftir por ella. Con ellos esta~ ‘mos lejos del dominio en que el espiritu juega consigo y conlas cosas, lejos de toda perplejidad metédica. ‘dL evolucidn anormal de Rusia y de Espatia les ha Ile- vado, pues, a interrogarse sobre su propio destino. Pero son dos grandes naciones, pese a sus lagunas y sus acci- | dentes de crecimiento. ;Cuinto més trégico es el proble- 1a nacional para los pueblos pequenos! No hay irrup- ign sibita en ellos, ni decadencia lenta, Sin apoyo en el porvenir nien el pasado, se apoyan gravosamente sobre simismos: de ello resulta una larga meditacién esteril. Su evolucién no puede ser anormal, porque no evolucionan. {Qué les queda? Resignarse a sf mismos, ya que, fuera de ellos, estd toda la Historia de la que precisamente estan excluidosy ‘Su nacionalismo, que suele ser tomado a broma, es ids bien una mascara, gracias ala cual intentan ocultar su propio drama y olvidar en un furor de reivindicacio- nes, su ineptitud para insertarse en los acontecimientos: ‘mentiras dolorosas, reaccin exasperada frente al despre- novos Ata IOSONA YOrROSTENTOS 2 sesion secreta por sfralsmos(En términos ms Sencillo tun pueblo que es un tormento para si mismo es un pue- Dioenermofeero mientras que Espana ste por haber salido de la Historia y Rusia por querer a toda costa esta- blecerse en ella, los pueblos pequeiios se debaten por no tener ninguna de esas razones para desesperar o impa- cientarsdyfectados por una tara original, no pueden re- mediarla por la decepci6n ni por el suefio. De este modo no tienen otro recurso que estar obsesionados consigo rmismos. Obsesién que no esté desprovista de belleza, ya ‘queno lesllevaanada y no interesaanadig> ‘iiay patses que gozan de una especie de bendicién, sy cio que creen merecer, una manera de’ ct ¢gracia: todo les sale bien, incluso sus desdichas, incluso sus catéstrofes; hay otros que nunca logran tener éxito y| | cuyos triunfos equivalen a fracasos. Cuando quieren} | afirmarse y dan un salto hacia adelante, una fatalidad ex-| | terior interviene para romper su empuje y para retro- traerlesa su punto de partida, Carecen de todas las opor- tunidades, incluso adel ridiculo>> : Ser francés es una evidencia: no se sufre ni se alegra” uuno por ello; se dispone de una certeza que justifica el viejo interrogante: «Como se puede ser persa?» La paradoja de ser persa (en este caso rumano) es un tormento que hay que saber explotar, un defecto del que hay que sacar provecho. Confieso haber mirado en otz0 tiempo como una vergiienza el pertenecer a una nacién vulgar, una colectividad de vencidos, sobre cuyo origen ‘me cabian pocas esperanzas. Creia, y quizé no me enga- fhaba, que habfamos surgido de la hez de los barbaros, del desecho de las grandes invasiones, de esas hordas que, in- capaces de seguir su marcha hacia el Oeste, se desploma- ronalo argo delos Carpatos y del Danubio, para acurru- “4 carse ahi, para dormitar, masa de desertores en los conti nes del Imperio, chusma maquillada con una pizca de la- tinidad. De tal pasado, tal presente. ¥ tal porvenir. ;Dura prueba para mi joven arrogancia! «{Cémo puede serse Fumano?y era una pregunta a la que yo no podia respon- der mas que por una mortificacién de cada instante. ‘Como odiaba alos mios, a mi pais, a sus campesinos in- temporales, encantados con su torpor y se diria que des- Tumbrantes de embrutecimiento, yo me avergonzaba de ser su descendiente, renegaba de ellos, me rehusaba a su infra-eternidad, a sus certidumbres de larvas petrifica- das, asu sofiarrera geol6gica, Era initil que buscase bajo ‘sus rasgos el azogamiento, las muecas de la rebelién: el ‘mono, ay, se moria en ellos. A decir verdad, ;acaso no propendian més bien alo mineral? Nosabiendo cémoza- randearlos, c6mo animarlos, comencéa sofarcon su ex- terminacién. Pero no se puede hacer una matanza de piedras. Elespectaculo que me ofrecian justificaba y des- viaba, alimentaba y desanimaba mi histeria. Y no dejaba de maldecirel accidente queme hizo nacerentre ellos. ‘Una gran idea les poseia la de destino; yo la repudiaba con todas mis fuerzas, no vefaen ella més que un subter- fugio de poltrones, una excusa para todas las abdicacio- nes, una expresién del sentido comin y su filosofiafine- bre. Mi pais, cuya existencia, visiblemente, no venta a ccuento, se me aparecia como un resumen dela nadao una ‘materializacién de lo inconcebible, como una especie de Espafia sin Siglo de Oro, sin conquistas ni locuras, y sin uun Don Quijote de nuestras amarguras. Formar parte de 4, jqué leccién de humillacién y de sarcasmo, qué cala- midad, qué lepra! Yo era demasiado impertinente, demasiado fatuo, para percibirel origen dela gran idea que reinaba en él, su pro- a fundidad o las experiencias, el sistema de desastres que suponia. No debia comprenderla hasta mucho més tarde. Cémo se insinué en mies algo que ignoro. Cuando llegué a experimentarla hicidamente me reconcilié con mi pais, ‘que, de inmediato, deé de obsesionarme. ara dispensarse de actuar, los pueblos oprimidos se entregan al «destino», salvacién negativa, al mismo tiem- po que medio de interpretarlos acontecimientos: sufilo- sofia dela historia de uso casero, vision determinista con base afectiva, metafisica de circunstancias.. Si bien los alemanes son también sensibles al destino, no ven en él, empero, un principio que intervenga desde clexterior, sino un poder que, emanado de su voluntad, acaba por escapar a ésta y por volverse contra ellos para destrozarles. Unido a su apetito de demiurgia, el Schick- sal supone no tanto un juego de fatalidades en el exterior del mundo como en el interior del yo. Tanto da decir que, hasta un cierto punto, depende de ellos. Para concebir lo exterior a nosotros, omnipotentey so- berano, se requiere un muy amplio ciclo de quiebras. Condicién que mi pais cumple plenamente. Seria inde- cente que creyese en el esfuerz0, en a utilidad del acto, De este modo, no cree en ellos y, por correccidn, se resigna a lo inevitable fe estoy agradecido por haberme legado. junto con el cddigo de la desesperacién, ese saber vivir,| sa soltura frente ala Necesidad, asi como numerosos a- llejones sin salida y el arte de plegarme a ellosySiempre listo para apoyar mis decepciones y revelar am indolen~ cial secreto deconservarlas, meha prescrito ademas, en su celo por hacer de mi un bribén preocupado por las apariencias, los medios para degradarme sin comprome- terme demasiado. No s6lo le debo mis més hermosos y seguros fracasos, sino también esa aptitud para maqui ro lar mis cobardias y atesorar mis remordimientos. ;De ‘cudntas otras ventajas no le seré deuor! Sus titulos para migratitud son, en verdad, tan miiltiples, que seria fasti- dioso enumerarios. Por mucha buena voluntad que hubiera puesto en llo, jacaso habria podido, sin él, echar a perder mis dias de tuna manera tan eemplar? £i me ha ayudado, empujado, iT “animado (fracasar en la vida, esto se olvida a veces dema- i | iado pronto, no es tan facil: se precisa una larga tradi- cién, un largo entrenamiento, el trabajo. varias genera- | ciones. Una vez realizado ese trabajo, todo va de | maravilla. La certidumbre de a Inutilidad os correspon- | deentonces en herencia: es un bien que tus mayores han ' adquirido para ti con el sudor de su frente y al precio de innumerables humillaciones. Te aprovechas dello, suer- tudo, ylo exhibes. Enlo tocante a tus propias humillacio- nes, siempre te seré posible embellecerlas 0 escamotear- las, afectar un aire de aborto elegante, ser, honrosamente, | eliltimo delos hombres. La cortesfa, uso de la desdicha, || privilegio de los que, habiendo nacido perdidos, han co- ‘menzado por su fin. Saberse de una laya que nunca ha | sidoes una amarguraenla que interviene cierta dulzura e | [nctuso algin placer ++" La exasperacién que me embargaba antafid cuando ‘faa alguien decir, a cualquier propésito: «destino», aho- rae parece pueril. Ignoraba entonces que llegaria a ha- cer otfo tanto, que, amparandome yo también tras ese ‘vocablo, refeririaa él la buena y mala suerte y todos los detalles dea dicha yla desdicha, que, ademas, me agarra- ria ala Fatalidad con el éxtasis de un néufrago y le drigi- ria mis primeros pensamientos antes de precipitarme el horror de cada d{a. «Desaparecerds en el espacio, oh Rusia mia», exclamé Tiutchev en el pasado siglo. Apliqué ” su exclamacin con mayor propiedad a mi pals, consti- tuido de modo diverso para desaparecer, maravillosa- mente organizado para ser devorado, provsto de todas fas cuslidades de una victima ideal y anénima. La cos- tumbre del sutimientoinacabable y sin razones la pleni- tud del desastre:;qué aprendizaje en la escuela de las ti- bus aplastadasiGEl mis antiguo historiador ramand} comienza as{ sus crOnieas: «No es el hombre quien go- bierna los tiempos, sino los tiempos los que gobiernan al hombre }Férmula desgastada, programa yepitafiode un rinc6n de Europa. Para captar el tono de la sensibilidad~ popular en los paises del Sudeste, basta con recordar las Fementaciones del coro enlatragedia griega.Por una tra- dicion inconsciente, todo un espacio étnico fue marcado por ela ;Rutina del suspro y del infortunio, eremiadas fe pueblos menores ante la bestialidad de los grandes! Guardémosnos, empero, de quejarnos excesivamente: jacaso noes reconfortantepoder oponer alos desérdenes del mundo la coherencia de nuesttas miserias y nuestra derrotas? ¥ sacaso no tenemos, frente al diletantismo universal, la consolacign de poseer, en materia de dolo- res,una competenciade despllejados yeruditos? {TE} Carta sobre algunas aporias Siempre habia crefdo, querido amigo, que, enamoradode ‘su provincia, ejercitaba allel desapego, el desprecio y el silencio, Cudl no serfa mi sorpresa al ofrle decir que pre- paraba un libro! Instantineamente, vidibujarse en usted un futuro monstruoso: el autor en que se va a convertit. ® «Otro que se pierde», pensé. Por pudor, se ha abstenido usted de preguntarme las razones de mi decepcién; del mismo modo, yo hubiera sido incapaz de decirselas de viiva vor, «Otro quese pierde, otro echado a perder por su talento», me repetia yo incesantemente, Alpenetrar en el infierno literario, va usted a conocer sus artficios y su veneno; sustraido a lo inmediato, cari- catura de usted mismo, ya no tendré mas que experien- cias formales, indirectas; se desvaneceré usted ena Pala- bra. Los libros serén el nico tema de sus charlas. En ‘cuantoalosliteratos,ningtin provecho sacaré de ellos. De «esto sélo se daré cuenta usted demasiado tarde, tras h ber perdido sus mejores afios en un medio sin espesor ni sustancia. jEllterato? Un indiscreto que desvaloriza sus iiserias, as divulga, las reitera: el impudor ~desfile de reticencias- es su regla; se ofrece. Toda forma de talento vaacompafiada de una cierta desvergtienza, Noes distin- 1o més que el estéril, el que se borra con su secreto, porque desde exponerlo: los sentimientos expresados son un sufrimiento parallaironia, una bofetada al humor. Nada es mas fructuoso que conservar su secreto. OS trabaja, 0s roe, 0s amenaza. Incluso cuando se dirige a Dios, la confesién es un atentado contra nosotros mis- ‘mos, contratlos resortes de nuestro ser. Los disturbios, las vergiienzas, los espantos, de los que las terapéuticas reli- ‘giosas 0 profanas quieren liberarnos, constituyen un pa- trimonio del que a ningiin precio deberfamos dejarnos despojar. Debemos defendernos contra quienes nos cu- ran, y, aunque pereciésemos por ellos, deberiamos pre~ servar nuestros males y nuestros pecados. La confesi6n: vviolacién de las conciencias perpetradas en nombre del Cielo. jY esa otra violacién que es el anélisis psicolégico! Laicificada, prostituida, la confesién se instalaré pronto ~ en todas las esquinas, exceptuando unos pocos crimin: Jes, todo el mundo aspira a tener un alma piblica, un alma-anuncio, Vaciado por su fecundidad, fantasma que ha gastado su sombra, el hombre de letras disminuye con cada pala- bra que escribe. Slo su vanidad es inagotable: si fuera psicoldgica, tendria limites, los del yo. Pero es césmica o demoniaca y le sumerge. Su «obra» le obsesiona: alude a ella sin cesar, como si sobre nuestro planeta no hubiese, fuera de él, nada que mereciese atencidn o curiosidad. Pobre de quien tenga la impudicia o el mal gusto de char- Tarcon dle otra cosa que de sus producciones! Asf pues, concebiré usted que un dia, ala salida de un almuerzo li terario,vislumbré la urgencia de una noche de San Barto- lomé' de gentes deletras. Goltaire fue el primer literato que erigié su incomp tencia en procedimiento, en método. Antes de él el esi tor, bastante dichoso de estar apartado de los aconteci- mientos, era mas modesto: ejerciendo su oficio en un sector imitado, segufa su camino y se atenfa a él. Nada periodistico, seinteresaba, a lo sumo, en el aspecto anec- dético de ciertas soledades: su indiscrecién era ineficaz. ‘Con nuestro fanfarrén, las cosas cambian. Ninguno de los temas que intrigaban a su tiempo escapé a su sarcas- mo, a su semi-ciencia, a su necesidad de tremolina, a su universal vulgaridad. Todo era impuro en él, salvo su es- tilo..Profundamente superf ninguna sensibili- dad para lo intrinseco, para el interés que una realidad presenta en s{ misma, inauguré en las letras el cotilleo ideolégico. Su mania de parlotear, de adoctrinar, su sabi-_ 1. Matanza de 20.000 hugonotes en Francia, la noche del 24 de agosto e1572.(N.delT) 50 { duria de portera, debfan hacer de el prototipo, el mode- lo deliterato. Como lo ha dicho todo sobre si mismo y ha explotado hasta el limite los recursos de su naturaleza, ya no nos turba: le leemos y pasamos de largo. Porel contra~ rio, sentimos que un Pascal no lo ha dicho todo sobre st mismo: incluso cuando nos rita, nunca es para nosotros un simple autor) ~ Escribir libros no deja de tener alguna relacién con el pecailo original. Pues ;que es un libro, sino una pérdida de inocencia, un acto de agresién, una repeticién de ‘nuestra caida? ;Publicar sus taras para divertir o exaspe- tar! Una barbiridad para con nuestra intimidad, una profanacién, una mancilla. Yuna tentacién. Le hablo con conocimiento de causa, Porlo menos, tengo la excusa de ‘odiar mis actos, de ejecutarlos sin creer en ellos. Usted es ‘més honrado: usted escribira libros y creeré en ellos, creeré en la realidad de las palabras, en esas ficciones pueriles e indecentes. Desde las profundidades del asco se me aparece como tn castigo todo lo que es literatura; intentaré olvidar mi vida por miedo de referirme a ella; bien, a falta de alcanzar el absoluto del desengaiio, me ‘condenaré a una frivolidad morosa. Briznas de instinto, Empero, me obligan a agarrarme a las palabras-Elsilen- ‘io es insoportable: que fuerza hace falta para esiablecer- se ena concisién de lo Indecible! Mas facil es renunciar al pan que a las palabras. Desdichadamente, la palabra resbala hacia la palabrerfa, hacia la literatura. Incluso el pensamiento tiende a ello, siempre listo a expandirse, a inflarse; detenerle por medio de la agudeza, reducirlo a aforismo 0 a donaire, es oponerse a su expansién, a su ‘movimiento natural, a su impetu hacia la disolucién, ha- cia la inflacién, De aqui los sistemas, de aqui afilosofia La obsesidn del laconismo paraliza la marcha del espiri- st tu,el cual exige palabras em masa, a falta de reiterar, de desacreditar lo esencial, es que el espiritu es profesor. Y enemigo de los vivo... de espiritu, de esos obsesos dela paradboja, de a definicién arbitraria. Por horror dea ba- halidad, delo suniversalmente vilido», se atarean en el lado accidental de las cosas, en las evidencias que no se imponen a nadie. Prefiriendo una formulacién aproxi- mada, pero picante a un razonamiento sélido, pero soso, no aspiran a tener raz6n en nada y se divierten a expen- sas delas «verdades. Lo real no se sostiene: spor qué de- berian tomar en serio las teorias que quieren demostrar su solidez? Estén paralizados completamente por el te- ‘mor de aburrir o de aburrirse. Este temor, silo padecéi comprometera todas vuestras empresas{intentaréis es-1 cribir; de inmediato se erguiré ante vosotrOslaimagen de ‘vuestro lector... Y dejaréis la pluma. La idea que queréis desarrollar os fatigaré: spara qué examinarla y profundi- zarla? {No podria expresarla una sola formula? ;Cémo, ademés, exponer lo que uno ya sabe? Sila economia ver- bal os obsesiona, no podréis ler ni releer ningén libro sin descubrir en él los artficios y las redundancias. Tal autor que no ceséis de frecuentar acabdis por verle hin- char sus frases, acumular paginas y algo asi como desplo- ‘arse sobre una idea para aplanarla, para estirarla. Poe- ‘ma, novela, ensayo, dramia, todo os parecerd demasiado largo. Elescritor, tales su funci6n, dice siempre més delo {que tiene que decir: dilata su pensamiento ylorecubre de palabras. De una obra slo subsisten dos 0 tres momen- tos: relampagos en un farrago. zLe diré el fondo de mi ‘pensamiento? Toda palabraes una palabra de mas, Setra ta, sin embargo, de escribir: pues escribamos... engané- mosnos los unosalos otros: - El hastio degrada el espiritu, o torna superficial de 2 hilvanado, lo mina desde el interior y lo disloca. Una vez ‘que se haya apoderado de usted, os acompafiaré en toda ‘casién, como me ha acompafiado a mi desde lo més re- ‘moto que puedo recordar. No conozco momento en que no estuviese allf,a mi lado, en el aire,en mis palabras yen las de los otros, en mi rostro y en todos los rostros. En mascara y sustancia, fachada y realidad. No puedo ima- ‘ginarme ni vivo ni muerto sin él, Ha hecho de mi un dis- ‘curseador que se avergiienza de articular, un te6rico para chochos y adolescentes, para afeminados, para meno- pausias metafisicas, un resto de criatura, un fantoche alu- cinado, Se atarea en roer la pizca de ser que me tocé en suerte, ysime deja algunas briznas es porquelle hace falta alguna materia donde actuar.(Activa nada, saquea los | cerebros ylos reducea un amasijo de conceptos fractura- ¢ dos. No hay idea ala que no impida unirse aotra, ala que | noaisley triture, de tal suerte que la actividad del espiritu _ 8e degrada en una serie de momentos discontinuos. No- ciones, sentimientos y sensaciones hechas jrones:ta es el _sfecto de su pasd>Haria de un santo un aficionado y de un Hercules un guinapo. Fs un mal que se extiende mds alld del espacio; deberia usted huirle; i no sélo formaré pro- yyectos insensatos, como los que formo yo cuando él me ‘empujaa fondo. Suefio entonces con un pensamiento dci- do que se insinuase en las cosas para desorganizarlas, perforarlas, atravesarlas, un libro cuyas silabas, atacando l papel, suprimiesen la literatura y los lectores, un libro, carnaval y Apocalipsis de las Letras, ultimatum a la pes- tilencia del Verbo. Concibo mal su ambicién de hacerse un nombre en tuna época en que el epiggno esté ala orden del dia, Seim- Fone una comparacién QVapoledn tuvo, en el plano flo- s6fico y literario,rivales que le igualaron: Hegel por la Pa desmesura de su sistema, Byron por su desarreglo, Goe hhe por una mediocridad sin precedentes. En nuestros fas, buscarfamos instilmente la contrapartida literaria delosaventureros ytiranos de ese siglo. Si, politicamen- te, hemos dado pruebas de una demencia desconocida hasta nosotros, en el dominio del espiritu pululan los destinos mintisculos; ningiin conquistador de la pluma: slo abortos, histéricos, casos y nada mas. No tenemos, y sme temo que nunca tengamos, la obra de nuestra deca- dencia, un Don Quijote infernal. Cuanto més se dilatan Jos tiempos, mas seadelgaza literatura. Y seremos pig- ‘meos cuando nos abismemos en lo inaudito.y . ‘Segiin toda evidencia, no serd preciso, para revigorizar -nuestrasilusiones estéticas, una ascesis de varios siglos, una prueba de mutismo, una era de no-literatura, Por el ‘momento, slo nos queda corromper todos los géneros, ‘empujarlos hacia extremosidades que los niegan, desha- cerloqueestuvo maravillosamente hecho. Sien esta em- presa, ponemos cierto cuidado de perfeccién, quizé lo- sgrdsemos crear un nuevo tipo de vandalismo. tuados fuera delestilo, incapaces de armoni tos desvarios, ya no nos definimos por relacién a Grecia, ha dejado de ser nuestro punto de referencia, nuestra nostalgia o nuestro remordimiento; se ha apagado en no- sotros, como también le ocurrié al Renacimiento. De Holderlin y Keats a Walter Pater, el sigho xtx sabia, luchar contra sus opacidades y oponerles la imagen de una antigtiedad mirifica, cura de luz, paraiso. Un paraiso forjado, nique deci tiene. Lo que importa es que aspira- ban a él, aunque no fuera més que para combatir la mo- dernidad y sus muecas. Uno podia, entonces, entregarse otra época y aferrarse alla con la violencia del pesar. El pasado atin funcionaba, 5 ‘Yano tenemos pasado; o, mejor, ya no hay nada del pa- sado que sea nuestro; yano hay pais de eleccién, ni salva~ cin mentirosa, ni refugio en lo transcurrido. ;Nuestras _perspectivas? Imposible elucidarlas: somos barbaros sin T futurogDado que la expresion ya no tiene talla para me- dirse con los acontecimientos, fabricar libros y sentirse orgulloso de ellos constituye un espectaculo de los mas lamentables: qué necesidad impulsa aun escritor queha escrito cincuenta voliimenes a escribir otro més? spor ‘qué esa proliferacién, ese miedo a ser olvidado, esa co- 4queterfa de mala ley? No merecen indulgencia més que el literato necesitado, el esclavo, el forzado de la pluma. De cualquier manera, ya no hay nada mas que construin, ni enliteratura ni en filosofia. Solo los que viven de ello, ma- terialmente, se entiende, deberian dedicarse a ellas. En- ‘ramos en una época de formas tas, de creaciones al re- vés, Cualquiera podré prosperar en ella. Apenas anticipo. Labarbarie estd al alcance de todo el mundo: basta con _0gerle el gusto. Vamos alegremente a deshacer los siglos) ‘Lo que sera su libro, demasiado lo presiento. Vive us- ted en provincias: insuficientemente corrompido, con in- quietudes puras, ignora hasta qué punto todo «senti- miento» avieja. El drama interior toca a su fin ;C6mo arriesgarse atin a una obra que hable del xalmas, de un infinito prehistérico? Y, luego, est el tono. El vuestro mucho me lo temo- serd del género «nobleo, «tranquilizador», empapado de sentido comtin, de mesura o deelegancia. Pero considere usted que un libro debe dirigirse a nuestro incivismo, a suestras singularidades, a nuestras altas ignominias, y que un escritor shumano» que venere ideas excesivamen- te aceptables, firma con su puho y letra su certificado de defuncién iterario, 58 Examine los espiritus que logran intrigarnos: muy al) convario de optar por la abjtivided, defienden posicio- hes insostenibles. Si estén vivos, es gracias a su lado limi tado, ala pasién por sus sofismas: las concesiones que , hhan hecho a la «razén» nos decepcionan y nos fastidian. | La sabiduria es nefasta para el genio y mortal para elta- | lento, Comprenderds, querido amigo, por quéaprehendo.' suscomplicaciones con el género «noble», ail ‘Como paca darse un aire positivo, en el que se disim- Jaa un matiz de superioridad, me ha reprochado usted 2 menudo lo que llama mi eapetito de destruccisnngSepa usted que yo no destruyo nada: yo anoto, anoto lo inm- nente, lased de un mundo que se anula y que sobre na de sus evidencias corre hacia lo insélito y I mensurable, hacia un estilo espasmédico. Conozco una vieja loca que, esperando de un momento para otro el hhundimiento desu casa, pasa sus dias y sus nochesal ace- do los crujidos; ta porque el suceso tarda en producirse. En un mar- ‘comas amplio, el comportamiento de esa vieja esidéntico Alnuestr. Contamos con un drrumbe,ncaso aunque no pensemos en ello. No siempre seré ass incluso se pue- de prever que el miedo a nsotres mismo, resultado de un miedo més general, constituiré la base de la educa- cién, el principio de las pedagogias futurasSCreo en el porvenir delo terrible. Usted, mi querido amigo, esté tan ‘poco preparado para él que se dispone a entrar en litera- tura, No tengo potestad para apartarle de ella; porlo me- nos me gustaria que o hiciese sin ilusiones. Modere al au- tor que se impacienta en usted, haga suya, ampliéndola, la observacién de San Juan Climaco: «Nada procura tan- tascoronasal monje como eldesénimo.» - Si, reflexionando bien, he puesto cierta complacencia, 56 en destruir, ello fue, contra lo que pueda usted pensar, Siempre a mis expensas. Uno no destruye, sino que se destruye uno, Me he odiado en todos los objetos de mis dios, he imaginado milagros de aniquilamiento, he pul- verizado mis horas, he experimentado las gangrenas del intelecto. Instrumento 0 método en un principio, el es- ‘epticismo ha acabado por instaurarse en mi, por llegara ser mi fisiologia, el destino de mi cuerpo, mi principio visceral, el mal del que no sé cmo curarme ni cémo pe- recer. Me inclino ~es demasiado cierto- hacia cosas des- provistas de toda oportunidad de triunfar o sobrevivir.> ~Ahora se dard cuenta de por qué mee preocupado siem- prede Occidente. Tal cuidado pareciaridiculo o gratuito. Ni siquiera forma usted parte de Occidente», me obser vvaba usted. Qué culpa tengo yo si mi avider de tristezas no ha encontrado otro objeto? ;Dénde hallar, por otro lado, una voluntad de dimisién tan obstinada? Leenvidio la destreza con la que sabe morir. Cuando quiero fortifi- car mis decepciones vuelvo mi espiritu hacia ese tema | {eunainagotableriqueza negative: siabrounahistora de | Francia, Inglaterra, Espaiia o Alemania, el contraste en \ treo que fueron yo que son me da, ademas de vértigo, el * orgullo de haber descubierto finalmente los axiomas del _crepiisculo uF Lejos de mi el deseo de pervertir sus esperanzas: la vida se encargaré de ello. Igual que todoel mundo, ira us- ted de decepcidn en decepcién. A suedad, tuvela ventaja de tener gente que me desilusioné y me hizo enrojecer de mis lusiones; ellos me educaron realmente. zAcaso, sin ellos, habria tenido el coraje de afrontar o de padecet los aiios? Imponiéndome sus amarguras, me prepararon para las mias. Provistos de gran ambicién, partieron ala _ Conquista de yo no sé qué gloria. El fracaso los esperaba. = Delicadera, lucidez, pereza? No sabria decir qué virtud’ fabfa transido sus designiog Pertenecfan a esa categoria deindividuos que puede encontrarse en as capitales, que vyiven de expedientes, siempre en busca de una coloca- ‘Gin que rechazan en cuanto la encuentran. De sus o rniones he sacado mas enseftanzas que del resto de misco- nocidos. Casi todos Hlevaban en si mismos un libro, el libro de su revés; pesea estar tentados por el demonio de laliteratura, no cedian, sin embargo, a él, hasta tal punto Jes subyugaban sus derrotasyytantollenaban sus vidas.Se Jes llamaba comtinmente «fracasados», Forman un tipo de hombre aparte que me gustaria describirle a usted, aun a riesgo de simplificarlo, Voluptuoso del fracaso, busca en todo su propia mengua, nunca supera los preli- rminares de su futuro ni franquea el umbral de ninguna empresa. Rivalizando en abulia con los dngeles, medita sobre el secreto del acto y no toma més que una iniciati- va: a del abandono. Su fe, sila tiene, le sirve de pretexto para nuevas capitulaciones, para una degradacién vis- Jumbrada y deseada: se desploma en Dios... @Que refle- xiona sobre el «misterio»? Es para hacer ver alos otros hasta dénde leva su indignidad. Habita sus convicciones, como el gusano el fruto; cae con ellas y sélo se repone para soliviantar contra si las tristezas que le quedan. Si ahoga sus dones es porque, con todas sus fuerzas, ama su cansancio, avanza hacia su pasado, desanda el camino en nombre de sus talentos. Le sorprendera saber que s6lo procede asi por haber” adoptado una postura bastante extrafia respecto a sus ‘enemigos. Me explico. Cuando nos hallamos en vena de cficacia, sabemos que nuestros enemigos no pueden im- pedirse situarnos en el centro de su atencién y de su inte- rés. Nos prefieren as{mismos, setoman nuestros asuntos _ . se ‘pe-apecho. A nuestra vez, debemos ocuparnos de ellos, ve- * lar por su salud, como por su odio, que es lo tinico que nos permite alimentar algunas esperanzas sobre noso- tros mismos. Nos salvan, nos pertenecen, son nuestros. Respecto a los suyos, el fracasado reacciona de modo. ferente. No sabiendo cémo conservarlos, acaba por de- sinteresarse de ellos y minimizarlos, por no tomarlos en serio. Desapego con graves consecuencias. En vano in- tentard més tarde lanzarlos de nuevo, despertar en ellosla ‘menor curiosidad por él, suscitar su indiscrecién o sur bia; en vano intentara hacerles apiadarse de su estado, ‘mantener o avivar su rencor. Por no tener contra quién afirmarse, se encerrard en su soledad y su esterilidad. So- licitud y esterilidad que yo apreciaba tanto en esos venci- ‘dos, responsables, se lo repito, de mi educacién.€ntre otras, me han revelado las tonterias inherentes al culto a la verdad... Nunca olvidaré mi alivio cuando dejé de ocu- parme de ella, Duefio de todos los errores, podia al fin ex- plorar un mundo de apariencias, de enigmas ligeros. Ya no habja nada que buscar, sino la busqueda de la nada. 4a Verdad? Un pasatiempo de adolescentes o un sfntoma de senilidad. Empero, por un resto de nostalgia o una ne- cesidad de esclavitud, la busco todavia, inconscientemen- te, estipidamente. Un instante de descuido basta para ‘que caiga de nuevo bajo el imperio del masantiguo eirri- sorio de los prejuicios). *¢Me destruyo a mi mismo y aslo quiero; mientras tan- t0,en ese clima de asma que crean las convicciones, en un mundo de oprimidos, yo respiro; respiro a mi manera. iQuién sabe? Quiz un dia conozca usted el placer de apuntar a una idea, disparar contra ella, verla yacente, y después volver a empezar este ejercicio con otra, con to- das; este deseo de inclinarse sobre un ser, de desviarle de 58 ‘sus antiguos apetitos, de sus antiguos vicios, para impo" nerle otros nuevos, mas nocivos, afin de que perezca a ‘causa de ellos; encarnizarse contra una época 0 contra tuna civilizaci6n, precipitarse sobre el tiempo y martirizar sus instantes; volverse después contra uno mismo, tortu- rar vuestros recuerdos y vuestras ambiciones y, corro- yendo vuestro propio aliento, tornar pestilente el aire para asfixiarse mejor... Un dia quiza conozca usted esta forma de libertad, esta forma de respiracién que libera de si mismo y de todo. Entonces podré usted dedicarse @ cualquier cosa sin adherirse allo.» - we contra lo serio, con- Mi propésito era ponerleen gua traese pecado que nada disculpadn cambio, queria pro="* ponerle la futilidad. Ahora para qué engafiar- ‘nos?-, la futilidad es a cosa més dificil del mundo, quiero decir lafutilidad consciente, adquirida, voluntaria, En mi presuncién, esperaba legar a ella por la practica del es- cepticismo, Este ltimo, empero, se adapta a nuestro ca- acter, sigue nuestros defectos y nuestras pasiones, nuestras locuras; se personaliza, (Hay tantos escepticis- ‘mos como temperamentos.) La duda se engrosa con todo lo que a invalida o a combate; es un mal en el interior de otro mal, una obsesin en la obsesién3Sirezas,subeal ni-_ velde tu oracién:; vigilaré tu deliio, imiténdolo; en pleno vértigo, dudaréis vertiginosamente. De este modo, el rismo escepticismo no logra abolir la seriedad; tampo- 0, aya poesia. A medida que envejezco, advierto con mayor claridad que he contado demasiado con ella, La he amado a expensas de mi salud; daba por supuesto que yo sucumbiria'a causa de mi culto por ellagPoesfat Esta pa {[nar mil universos, no despierta ahora en mi espiritu més ‘que una visién de ronroneo y nulidad, ftidos misterios y |preciosismos. Justo es afadir que he cometido elerror de frecuentar a buen ntimero de poetas. Salvo pocas excep Iciones, eran imitilmente graves, infatuados u odiosos, Imonstruos también ellos, especialistas, juntamente ver- |dugos y martires del adjetivo, yde los cuales habia yo so- [breestimado el diletantismo, laclarividencia, la sensibili- dad para el juego intelectual. ;No seré acaso la futilidad { més que un sideal? Eso eslo quehay que emer, aunque | yo nunca me resignaré a elldSEn todas las ocasiones en ‘que me sorprendo concediendo importancia a las cosas, recrimino mi cerebro, descontio de ly le sospecho algin desfallecimiento, alguna depravacién. Intento arrancar- me de todo, elevarme desarraigéndome; para legar a ser fitiles, debemos cortar nuestras rafces, llegar ser meta- fisicamente extranjeros. _ Afin dejustificarsusligaduras, y algo asf como impa- te por llevar el fardo, sostenia usted un dia que a mi ‘me era fécil planear, evolucionar en lo vago, dado que, proyiniendo de un pais sin historia, nada pesaba sobre inigReconozco la ventaja que supone formar parte de un pequetio pais, vivir sin trasfondo, con la desenvoltura de tun saltimbanqui, de un idiota o de un santo, o con el de- sapego de esa serpiente que, enroscada sobre si misma, | prescinde de alimentos durante aftos como si fuese un | dios dela inanicién w ocultase, bajo la dulzura desu aton- | tamiento,algiin sol espantoso y repulsivo. Sin ninguna tradicin que mellastre, cultivo la curiosi- dad de esa desorientacién que pronto seré patrimonio de * todos. Por grado o por fuerza, sufriremos a experiencia de un eclipse historico, elimperativo de la confusiérisYa “nos anulamos en el cimulo de nuestras divergencias con or nosotros mismos. Negindose y renegindose sin cesar, ‘nuestro espiritu ha perdido su centro para dispensarseen ‘etitudes, en metamorfosis tan intitles como inevitables. De aqui provienen, en nuestra conducta, la indecencia y la movilidad. Nuestra incredulidad, e incluso nuestra fe, estén marcadas por elas ~/ Tomarlas con Dios, querer destronarle, suplantarle, oT ‘ sina hazafa demal gusto, el logro de un envidioso que e perimenta una satisfaccién de su vanidad al enfrentarse| on un enemigo tinico e incierto. Bajo cualquier aspecto aque se presente, el atefsmo supone una falta de maneras, lo mismo que, por razones contrarias, la apologética, pues zacaso no es tanto una indelicadeza como una cari- dad hipécrita, una impiedad, emperrarse en sostener a Dios, en asegurarl, cueste lo que cueste, su longevidad? Elamor oel odio que le profesamos revela menos la cali- dad de nuestras inquietudes quello grosero de nuestro ci- nismo.s (De este estado de cosas, s6lo en parte somos responsa*# bies. De Tertuliano a Kierkegaard, a fuerza de acentuar el absurdo dela fe, seha creado en el crstianismo toda una ; corriente subterrdnea que, al mostrarse ala luzdel dia,ha desbordado ala Iglesia. Qué creyente,en sus crisis de lu- cidez, no se considera como un servidor de lo insensato? Dios tenta que resentirse por ello. Hasta el presente, le concediamos todas nuestras virtudes, no osabamos pres- tarle nuestros vicios. Humanizado, ahora se nos parece: ninguno de nuestros defectos lees ajeno. Nunca lensan- chamiento della teologia y la voluntad de antropomorfis- ‘mo fueron levados tan lejos. Esta modernizacin del cie- lo marca su fin, ;Cémo venerar un Dios evolucionado, puesto al dia? Para su desdicha, no le seré facil recuperar ‘suatrascendencia infinitar:, = «Tenga cuidado -podrfa usted responderme- con Ia “falta de maneras”. Usted denuncia el atefsmo tan s6lo para enervarle mejor» ‘Demasiado siento en mflos estigmas de mi tiempo: no puedo dejar a Dios en paz; junto con los esnobs, me di- vierto en repetir que ha muerto, como si eso tuviese al- {iin sentido, Por medio de a impertinencia creemos po- der resolver nuestras soledades y el fantasma supremo 4quelas habit, En realidad, al aumentar no hacen mds que __, Segrcarnosa quien merodeaen elas. */T CCuando la nada me invade, y siguiendo una formula oriental alcanzola «vacuidad del vacio», suele sucederme que, aterrado por tal punto extremo, recaigo de nuevoen Dios, aunque no sea mas que por el deseo de pisotear mis dudas, de contradecirme y, multiplicando mis estremeci- tmientos, buscar en ellos un estimulante. La expei del vacio esa tentaci6n mistica del incrédulo, su posi dad de oracién, su momento de plenitud. En nuestros I __ mites surge un dios o algo que ocupa sulugar)> f ‘Estamos lejos de la literatura, pero s6lo aparentemente. ‘Todo es0 no son més que palabras, pecados del Verbo. Os | he recomendado la dignidad del escepticismo y here aqu{rondando en torno alo AbsolutogTécnica dela con- tradiccin? Recordad més bien la frase de Flaubert: «Soy lun mistico y no creo en nada.» Veo en ella el adagio de nuestro tiempo, de un tiempo infinitamente intenso y sin -sustancii, Existe un placer que es nuestro: el del conflicto como tal Espiritus convulsivos, fandticos deloimproba- ble, descoyuntados entre el dogma y la aporia, estamos tan dispuestos a saltar hacia Dios por rabia como seguros deno vegetar en El. a ‘610 es contemporéneo el profesional de la hereja, el Para mi vergitenza os confesaré que hubo un tiempo] cen que yo mismo pertenecia a esa categoria de dichosos). ‘Me tomaba muy a pecho el destino del hombre, aunque de otra manera que ellos. Yo debia tener veinte afios, la misma edad de usted. «Humanista» al revés, me imagina- ba yo -con mi orgullo todavia intacto- que llegar a con- vertirse en enemigo del género humano era la més alta dignidad a que podia aspirarse. Deseoso de cubrirme de ignominia, envidiaba a todos los que se exponian a los sarcasmos, ala baba de los otros y que, acumulando ver- gilenza sobre vergienza, no se perdian ninguna ocasién de quedarse solos. Ast llegué incluso a idealizar a Judas, porque, rehusando soportar por més tiempo el anonim: todela fidelidad, quiso singularizarse por la traicién. No fue por venalidad, me complacia pensar; ue por ambi- «in porlo que entregé a Jests. Soné con igualarle, con cequivalerle en el mal; en el bien, frente atal competencia, no tenfa medio de distinguirse. Como el honor de ser crucificado le estaba prohibido, supo hacer del érbol de Hakeldama una réplica de la Cruz. Todos mis pensa- ‘mientos le seguian por el camino dela horca, mient me disponia a vender también a mis fdolos. Envidiaba sus infamias, el valor que tuvo de hacerse execrar. ;Qué sufrimiento ser un cualquiera, un hombre entrelos hom- brest Volviéndome hacia los monjes, meditando diay no- 6 che sobre su reclusién, me los imaginaba rumiando fe- Tehorias y crfmenes mas 0 menos abortados, Todo solita- me decia yo, es sospechoso; un ser puro no seaisla Para desear la intimidad de una celda hay que tener la conciencia cargada, hay que tener miedo de su con cia, Deploraba yo que la historia del monacato hubiera sido realizada por espiritus honrados, tan incapaces de concebirlanecesidad de resultar odioso para uno mismo como de experimentar esa tristeza que mueve las monta- ‘has... Hiena delirante, contaba con hacerme odioso para todas las criaturas, obligarlas a aliarse contra mi aplas- tarlas o hacerme aplastar por ellas. Para decirlo en una palabra, yo era ambicioso... Después, al matizarse, mis ilusiones debian perder su virulencia yencaminarse mo- destamente hacia el asco, el equivoco y el alelamientdy Al término de estas palabras no puedo impedirme repe- tir que discierno mal el lugar que quiere usted ocupar en nuestro tiempos stendr usted la suficiente flexibilidad o deseo de inconsistencia como para insertarse en él? Vues tro sentido del equilibrio no presagia nada bueno. Tal como es usted ahora, atin le falta mucho camino por an- dar. Para liquidar su pasado, sus nocencias, precisard us ted de una iniciacién al vértigo. Cosa fécil para quien comprende que el miedo, injerténdose en la materia, le hizo dar ese salto del que somos algo asi como el iltimo eco. No hay miedo, sdlo hay este miedo que se desenvuel- vey sedisfraza de instantes... que esté ahi, en nosotros y fuera de nosotros, omnipresente¢ invisible misterio de nuestros silencios y de nuestros gritos, de nuestras ora- ciones y de nuestras blasfemias. Pues bien: es precisa- ‘mente en el siglo xx donde, loreciente, orgulloso de sus o conquistas y de sus éxitos, se aproxima a su apogeo. ‘nuestros frenesfes ni nuestro cinismo esperaban tanto. Y ‘yanadie se asombrard de que estemos tan lejos de Goet- he, del timo ciudadano del cosmos, del tiltimo gran i ‘genuo. Su «mediocridad» alcanza la de la naturaleza. Es el menos desarraigado de los espiritus: un amigo de los «elementos. Opuestosa todo lo que él fue es para nosotros ‘una necesidad y casi un deber ser injustos respecto a él, romperle en nosotros, rompernos. Sino tiene usted la fuerza de desmoralizarse con esta época, de ir tan bajo y tan lejos como ella, no se queje de ser un incomprendido, Sobre todo, no se crea un precur- sor: no habré luz en este siglo. Si se empenia usted en aportarle alguna innovacién, hurgue en sus noches 0 de- sespere de su carrera En todo caso, no me acuse de haber utilizado con us- ted un tono perentorio. Mis convicciones son pretextos: con que derecho se las impondria a usted? No sucede lo ‘mismo con mis fluctuaciones, éstas no las invento, creo eneellas, creo en ellas pese a mi. De este modo, es de bue- na fe y a mi pesar como os he infligido esta leccién de perplejidad. (rE) En la época en que el artista movilizaba todas sus taras para producir una obra que le ocultase, aidea de entregar suvida al publico no debia ni rozarle siquiera.No se ima=[ & gina uno a Dante oa Shakespeare anotando los menudos incidentes de su existencia para ponerlos en conocimien- todelos otros. Quizé incluso tendiana dar una falsaima- gen de lo que eran. Tenian ese pudor de la fuerza que el “ £"Ueficiente moderno ya no tiene. Diarios intimos y nove- Jas participan de una misma aberracién: zque interés puede presentar una vida? ,Y qué interés, libros que par- ten de otros libros oespiritus que se apoyan en otros es- piritus? Nohe sentido una sensacién de verdad, un estre- ‘mecimiento de ser mas que en contacto con analfabetos: Jos pastores, en los Cérpatos, me han dejado una impre- sign mucho mds fuerte que los profesores de Alemania 0 los vvillos de Paris, y he visto en Espaiia mendigos delos que me gustaria ser hagidgrafo. No tenfan ninguna nece- sidad de inventarse una vida: exist/an; lo que no le suce- de al civilizado. Decididamente, nunca sabremos por qué nuestros antepasados no seatrincheraron en sus ca- _vernasS, Cualquiera se atribuye a si mismo un destino, luego cualquiera puede describir el suyo. La creencia de quela psicologia revela nuestra ausencia deberia apegarnos a _-aftuestros actos al pensamiento de que comportan un va K Tor intrinseco o simb6licay Después vino ese esnobismo | delos «complejos» para ensefiarnos a engrandecer nues- trasnaderias,a dejarnos deslumbrar por ellas,a gratificar || nuestro yo.confacultades y profundidades de as que esta | visiblemente desprovisto. Sin embargo, la percepcién in- tima de nuestra nulidad s6lo en parte ha sido sacudida, Ante el novelista que hace hincapié sobre su vida, se 1 mos que finge tan sdlo creer en ella, ue no tiene ningiin respeto por los secretos que descubre: él no se engafia y nosotros, sus lectores, todavia menosSus personajes pertenecen a una humanidad de segunda clase, descara- day débil, sospechosa a fuerza de habilidades y manio- bras, Esimposible coneebira un Rey Lear astuo...Ellado vulgar, ellado arribista dela novelaes el que fija sus ras- gos: degradacién dela fataidad, Destino que ha perdido « su maytiscula, improbabilidad de la desdicha, tragedia desplazada. ~ Junto al héroe trégico, colmado por la adversidad, su bien de siempre, su patrimonio, el personaje novelesco ‘aparece como un aspirante a la ruina, un jornalero del horror, muy preocupado por perderse, muy tembloroso por no lograrlo. Inseguro de su desastre, sufre por ello. No hay necesidad alguna en su muerte. El autor, tal es nuestra impresién, podria salvarlo: lo que nos da una sensacién de malestar y nos echa a perder el placer de la lectura. La tragedia, por su parte, se desenvuelve en un plano me atreveriaa decir que absoluto: el autor no tiene ninguna influencia sobre los héroes, no es més que su ser- vidor, su instrumento;son ellos los que mandan y leinti- man arredactar el acta de sus hechos y gestos. Ellos reinan hasta en las obras @ las que sirven de pretexto. Y esas ‘obras nos parecen realidades independientes del escritor y de los hilos de a psicologia. Las novelas las leemos de ‘una manera muy otra. Siempre pensamos en el novelista; su presencia nos obsesiona; le vemos debatirse con sus personajes; afin de cuentas, sdlo nos requiere. «jQué vaahacer con ellos? sCémo se libraré deellos?», nos pre~ ‘guntamos con una inquietud mezclada con aprehensién. Siha podido decirse que Balzac reproducia a Shakespeare pero con fracasados, squé pensar entonces de nuestros novelistas, obligados a inclinarse sobre un tipo de huma- nidad atin més deteriorada? Desprovisto de aliento c6s- ico, el personaje mengua y no Hlega a contrapesar el efecto disolvente de su saber, de su voluntad de clarivi dencia de su fata de «cardcter El enémeno moderno por excelencia esté constituido or la aparicién del artista inteligente. No es que los de ‘otras épocas fuesen incapaces de abstraccidn o sutileza 7 pero, instalados de un solo golpe en el centro de su obra, la realizaban sin reflexionar demasiado sobre ella y sin rodearse de doctrinas y de consideraciones de método. El arte, atin nuevo, les levaba. Ahora ya no sucede lo mis- mo. Por reducidos que sean sus medios intelectuales, el artista es ante todo esteticsta:situado fuera de su inspi- racién, la prepara se restringe alla deliberadamente. Si €s poeta, comenta sus obras, las explica sin convencer- ‘os, y, para inventar y renovarse, imita el instinto que ya no tiene: a idea de poesfa se ha convertido en su materia poética, su fuente de inspiracién, Canta a su poema; grave desfallecimiento, sin sentido poético: no se hacen poe- ‘mas.con la poesia, Sélo el artista dudoso parte del arte; el artista verdadero saca su materia de otra parte: de sf mis- mo... Al lado del «creador» actual, de sus esfuerzos y de suesterilidad, los del pasado parecen desfallecer de salud: ‘no estaban anémicos por causa de la filosofia, como los nuestros. Interrogad, en efecto, a cualquier pintor, nove- lista, mtisico: veréis que los problemasle prestan esa inse- guridad quees su marca esencial.Tantea como siestuvie- secondenado a detenerse en el umbral de su empresao de susuerte. A esta exacerbacidn del intelecto, acompaftada de una disminucién correspondiente del instinto, nadi escapa en nuestros dias. Lo monumental, lo grandidso itreflexivo yano es posible: por el contrario, lo interesante seeleva al nivel de categoria. Eselindividuo quien hace el arte, no ya el arte quien hace al individuo, como ya no es la obralo que cuenta, sino el comentario que la precede o sucede. Y lo mejor que un artista produce son sus ideas sobre o que hubiera podido realizar. Se ha convertido en su propio critico, como el vulgo en su propio psicdlogo. Ninguna edad ha conocido tal conciencia de si. Vistos desde este dngulo, el Renacimiento parece barbaro, la a Edad Media prehistérica, e incluso el iltimo siglo parece] tun poquito pueril, Sabemos mucho nosotros mismos; por otra parte, no somos nada)Revancha de nuestras Jagunas en ingenuidad, en frescura, en esperanza y en estupide7, el «sentido psicol6gico», nuestra mayor ad- quisicién, nos ha metamorfoseado en espectadores de nosotros mismos. Nuestra mayor adquisicién? Dada ‘nuestra incapacidad metafisica, lo es indudablemente, tal como es el inico tipo de profundidad del que somos sus- ceptibles. Pero sisetrasciende la psicologia, toda nuestra «vida interior» parece una meteorologia afectiva cuyas variaciones no comportan ningtin significado. ;A santo de qué interesarse por los manejos de espectros, por los estadios de la apariencia? Y zcémo, tras el Temps retrou- vé, reclamarnos de un yo, cémo apostar todavia por nuestros secretos? No es Eliot, sino Proust, quien es el profeta delos «hollow men», de los hombres vacios. Qui- tad las funciones de la memoria por las que él se ingenia para hacernos triunfar sobre el devenir y no queda ya nada en nosotros més que el ritmo que marca las etapas de nuestra delicuescencia. Desde este punto, negarse al aniquilamiento constituye una descortesia para consigo ‘mismo. Elestado de criatura no conviene a nadie. Lo sa- bemos tanto por Proust como por el maestro Eckhart; con el primero, entramos en el goce del vacio porel tiem posen el segundo, porla eternidad. Vacio psicol6gico; va- cio metafisico. El uno, coronamiento dela introspeccié «lotro, dela meditacién. El «yo» constituye un prvilegio sélo de aquellos que no van hasta el fondo de si mismos, Peto ir hasta el fondo de si mismo es un extremo fecundo para l mistico, pero nefasto para el escritor. Esimposible figurarsea Proust sobreviviendoasu obra, ala visién que laconcluye. Por otra parte, ha vuelto superflua e irritante n toda biisqueda en la direccién de las minucias psicol6gi- cas, Ala larga, la hipertrofia del andliss obstaculiza al no- velista ya sus personajes. Nose puede complicarinfinita- mente un carécter ni las situaciones en las que se ‘encuentra implicado. Se las conoce todas o, por lo menos, selasadivina, {7 A proposito de ellas, se le ocurre a ‘uno una pregunta: :puede repetirse indefinidamente la ‘misma experiencia? Escribir una novela sin temaesté muy bien, pero zpara qué escribir diez o veinte? Planteada la necesidad de la ausencia, gpor qué multiplicar esa ausen- cia y complacerse en ella? La concepcion implicita de esta clase de obras opone al desgaste del se la realidad inago- table dela nada. Sin valor gico tal concepcién no es me- nos cierta afectivamente. (Hablar dela nada en otros tér- rminos que los de la afectividad es perder el tiempo.) Postula una investigacin sin referencias, una experiencia vivida en el interior de una realidad inagotable, vacuidad experimentada y pensada a través della sensacién, lo mis- mo que una dialéctica paradéjicamente fija, sin movi- rmiento, dinamismo de a monotonia y dela vacacién. jNo es esto dar vueltas sobre lo mismo? Volupruosidad de la 2 no-significacin: supremo callejn sin sida. Servirse de Isansiedad no para convert laausencia en misterio, sino el misterio en ausencia, Misterio nulo, pendiente de s{ ‘mismo, sin trasfondo e incapaz de llevar a quien lo conci- bemésallé delas evelaciones del sinsentido, ‘Ala narracién que suprime lo narrado, el objeto, co- rresponde una ascesis del intelecto, una meditacién sin contenido... El espiritu se ve reducido al acto porel que es espiritu, ynada més, Todas sus actividadese retrotraen a s{ mismo, a ese desenvolvimiento estacionario que le impide aferrarse a las cosas. Ningiin conocimiento, nin- guna accién: la meditaciGn sin contenido representa la apoteosis dela esterilidad yl rechazo. ‘La novela que se sale del tiempo abandona su dimen- sign especifica, renuncia a sus funciones: gesto heroico que es ridiculo repetir. Acaso se tiene el derecho de exte- znuar las propias obsesiones, de explotarlas, de riterarlas implacablemente?/Més de un novelista de hoy me hacé™ pensar en un mistico que hubiera superado a Dios. El m(stico que hubiese legado ahi, es decir, ninguna par- te, no podrfa ya rezar, puesto que habria ido més alld del objeto de sus oraciones Pero por qué los novelistas que han superado la novela perseveran en ella? Tal es la capa” cidad de fascinacién de ésta que subyuga a los mismos ‘que se esfuerzan en deshacerla. sQuién podria expresar mejor la obsesién moderna porla historia y la psicologia? Siel hombre se agota en su realidad temporal, es s6lo un personaje, un argumento de novela y nada més. En resu- ‘men: nuestro semejante. Por otro lado, la novela hubiera sido inconcebible en un periodo de florecimiento metafi- posible imaginarsela prosperando en la Edad Media, nien Grecia, India o China clésicas. Pues la expe- riencia metafisica, desertando de la cronologia y as mo- ” ea. ctosa dalidades de nuestro ser, vive en la intimidad de lo abso luto, absoluto al que el personaje debe tender sin alcan- zatle jamés: solo con esta condicién dispone de un d no, el cual, para ser literariamente eficaz, supone una ‘experiencia metafisica inacabada, voluntariamente ina- cabada,afiadiria yo. Esto apunta incluso alos mismoshé- roes dostoyevskianos: ineptos para salvarse, impacientes por decaer, nosintrigan en la medida en que guardan una Jalsa relacién con Dios. La santidad no es para ellos mas ‘que un pretexto para el desgarramiento, un suplemento dde.caos, un rodeo que les permite derrumbarse mejor. Si la poseyesen dejarian de ser personajes: la persiguen para rechazarla, para paladear el peligro de volver a caer en si rismos. Es por su condicién de santo fallide porlo que el principe epiléptico se sittaen el centro de una intriga, pues la santidad realizada es contradictoria con elarte de Ja novela. En lo tocante a Aliocha, mas préximo al éngel 4ueal santo, su pureza no evoca laidea de un destino y no se imagina uno bien cémo Dostoyevski hubiera podido hacer de él ta figura central de una continuacién de Los hermanos Karamazov. Proyeccién de nuestro horror por la historia, el angel es el arrecife, es deci, la muerte de la narracién. ;Serd preciso deducir que el dominio del na- rrador no debe extenderse a los acontecimientos de la caida? Esto me parece singularmente cierto para el nove- lista, cuya funcién, mérito y tinica razén de ser es realizar pastichesdelinfierno. No reivindico el honor de no poder leer una novela has- tael final; me insurjo simplemente contra su insolencia, contra la doblez que nos ha impuesto y el lugar que ha tomado entre nuestras preocupaciones. Nada més into- solos tARLosOrA vorROS TOS 7s lerable que asistir durante horasen torno a talo tal per- sonaje ficticio. Que no se me malentienda: los libros més conmovedores, sino los mas grandes, que he leido eran novelas. Lo cual no me impide aborrecer la visién dela que procedian. Odio sin esperanza. Pues siaspiroa otro mundo, a cualquier mundo, salvo el nuestro, sé, sin embargo, que nunca llegaré a él. Cada vez que he inten- tado establecerme en un principio superior a mis wex periencias», forzoso me ha sido constatar que éstas pri maban para mi en interés sobre aquel, que todas mis veleidades metafisicas se estrellaban contra mi frivoli- dad. Errénea o acertadamente, he acabado por hacer responsable a todo un género, por envolverlo con mira- bia, por ver en él un obstéculo contra mi mismo, el agente de mi desparramamiento y del de los otros, una ‘maniobra del tiempo para infiltrarse en nuestra sustan- > ‘Cuandd, al final dela Edad Media, la epopeya comenz6 ar a debilitarse, para desaparecer a continuacién, los con- temporaneos de este declinar debieron experimentar cierto alivio: seguramente respirarfan con mayor liber- tad. Una vez agotada la mitologia cristiana y caballeresca, el herofsmo, concebido al nivel c6smico y divino, cedié ‘su puesto ala tragedia: el hombre se apoder6, en el Rena- cimiento, de sus propios limites, de su propio destino y Ilegé a ser él mismo hasta ponerse al borde del estallido. Después, no pudiendo soportar por més tiempo la opre- sién de lo sublime, se rebajé a la novela, la epopeya de la cera burguesa, epopeya sustitutoria. Ante nosotros se abre una vacante que llenaran los su" GEdaneos filosoficos, las cosmogonias de simbolismo} nebuloso, visiones dudosas. El espiritu se ensancharé conelloy englobara més materias que las que suele con- tener, Pensemos en la época helenistica y en la eferves~/ cencia de las sectas gnésticas: el Imperio, con su vastal curiosidad, abrazaba sistemas irreconciliabes ys a fuer- za denaturalizar dioses orientales, ratificaba numerosas . 3 Delos antiguos profetas no ha guardado el lirismo, ni elacento elegiaco y césmico, pero sel espiritu sectario y todo lo que en ellos era mal gusto, charlatanerfa,divaga- cién para uso de los ciudadanosdLas costumbres le inte resan en el mayor grado. En cuanto habla de ella se eve vibrar de malignidad. Obsesionado por la ciudad, por la ‘que quiere destruir tanto como por la que quiere edifica, concede menos atencidn alas relaciones entre el hombre y Dios quealas de los hombres entre siExaminad de cer-{ ‘alas famosas Epistolas: no descubriréis en elas ningiin ‘momento de cansancio y de delicadeza, de recogimiento y dedistincién; todo en ella es furor, jadeos, histeria de baja estofa, incomprensidn por el conocimiento, por la 100 soledad del conocimiento. Intermediarios por todas par- tes, lazos de parentesco, un espiritu familiar: Padre, Ma- dre, Hijo, angeles, santoss ni rastro de intelectualidad, ningsin concepto definido, nadie que quiera comprender. Pecados, recompensas, contabilidad de los vicios y de las virtudes. Una religin sin interrogantes: una orgia dean- tropomorfismo. El Dios que nos propone me hace enro- jecer; descalificarlo constituye un deber; al punto en que halllegado, estd perdido de todas forma (- Ni Lao-Tsé ni Buda invocan un Ser identificable; des- j preciando las maniobras de la fe, nos invitan a meditar y, para que esta meditacién no gire en el vacfo, fjan un tér- ‘mino:el Tao o el Nirvana. Tenfan otra dea del hombre. ;Cémo meditar si hay que referirlo todo a un indivi- duo... supremo? Con salmos, con oraciones, no se busca nada, no se descubre nada. Sdlo por pereza se personifica Ia divinidad ose la implora. Los griegos se despertaron a Iafilosofia en el momento en que los diosesles parecieron insuficientes; el concepto comienza donde acaba el Olim- po. Pensar es dejar de venerar, es rebelarse contra el mis- _terioy proclamar su quiebra ‘Adoptando una doctrina quelle era extrafa, el conver- so se figura haber dado un paso hacia s{ mismo, mientras quelo tinico que hace es escamotear sus dificutades. Para escapar ala seguridad ~su sentimiento predominante- seentregaala primera causa que el azar le ofrece. Una vez en posesién dela «verdad», se vengaraen los otros de sus antiguas incertidumbres, de sus antiguos miedos. Tal fue el caso del prototipo de converso, San Pablo. Sus aires grandilocuentes disimulaban mal una ansiedad sobre la que se esforzaba en triunfar sin logrario, ‘Como todos os nedfitos, crefa que por su nueva fe iba cambiar de naturaleza y vencer sus fluctuaciones, de las 101 que se guardaba muy mucho de hablarles a sus corres- ponsales y auditores. Su juego ya no nos engafia. Nume- 1050s espiritus se dejaron atrapar por él. Era, cierto es, ‘una época en la que se buscaba la «verdad», en la que no Sc interesaban en los «casos» Ai-en Atenas nuestro apés7 tol fue mal acogido, si encontré un medio refractario a sus elucubraciones, es porque all todavia se discutia,yel escepticismo, lejos de abdicar, seguia defendiendo sus posiciones, Las charlatanerias crist hacer carrera, debian, como contrapat ‘into, ciudad barriobajera, rebelde la dialéctica’y La plebe quiere ser machacada a fuerza de invectivas,~ amenazas y revelaciones, de afirmaciones estent6reas: le gustan los bocazas. San Pablo fue uno de ellos, el mas ins- pirado, el més dotado, el més astuto de la Antigiedad. Del ruido que hizo, todavia percibimos los ecos. Sabia su- birse alos tabladillos y clamar sus furores. zAcaso no in- trodujo en el mundo grecorromano un tono de feria? Los sabios de su época recomendaban el silencio, la resigna- cidn, el abandono, cosas impracticables: més habil, él vino con recetas engolosinadoras: las que salvan ala ca- nalla y desmoralizan a los delicados. Su revancha sobre ‘Atenas fue completa. Si hubiera triunfado all, quiza sus ‘dios se hubieran suavizado, Nunca un fracaso tuvo con- secuencias més graves. Y si somos paganos mutilados, fulminados, crucificados, paganos pasados por una vul- garidad profunda, inolvidable, una vulgaridad de dos mil afios de duracién, aestefracaso selo debemos. Un Judio no judio, un Judio pervertido, un traidor. Deaht la impresin de insinceridad que se desprende de sus la- madas, de us exhortaciones, de sus violencias. Es sospe- 102 choso: parece demasiado convencide. No se sabe por dénde tomarlo, ni cémo definirlo;situado en una encru- cijada de la historia, debi sufrir miltples influencias. Tras haber vacilado entre varios caminos, eligié uno, el bueno. Los de su especie juegan sobre seguro: obsesiona- dos por la posteridad, por el eco que suscitarén sus ges- tos, sise acrifican por una causa, lohacen como victimas sficaces. ‘Cuando ya no séa quien detestar,abro las Epistolas y ‘enseguida me tranquilizo. Tengo a mi hombre, Me pone ‘en trance, me hace temblar. Para odiarle de cerca, como un contemporéneo, doy un salto de veinte siglos yle sigo fen sus giras; sus éxitos me descorazonan, los suplicios {que se infligen me llenan de gozo. El frenest que me co- ‘unica, lo vuelvo contra él: no fue ast, jay!, como proce- didel Imperio, Una civilizaci6n podrida pacta con su mal, ama el vi- rus que la roe, nose respetaa si misma, deja aun San Pa- blo iry venir... Por esto mismo, se confiesa vencida, car- comida, acabada. El olorde a carrofa atrae y excita alos apéstoles, sepultureros vidos y locuaces. Un mundo de magnificencia y de luz cedi6 ante la agresividad de esos wenemigos de las Musas», de esos ‘energiimenos que, todavia hoy, nos inspiran un pénico mezclado de aversién. El paganismo les trat6 con ironia, arma inofensiva, demasiado noble para doblegar a una horda insensible alos matices. El delicado que razona no puede medirse con el beocio que reza. Fijo en las alturas , aunque la mayoria den muestras de una des- concertante futilidad. ;Quién no ha conocido, en su contorno, incurables de opereta? ‘Mas que ningiin otro, l enfermo deberia identificarse con la muerte; sin embargo, se empeiia en separarse de ella y arrojarla fuera. Como le es més cémo huirla que constatarla en si mismo, usa todos los artificos posibles para librarse de ella. De su reaccién de defensa hace un procedimiento, léase una doctrina. El vulgo que goza de ‘buena salud esté encantado de imitarle y seguir. ;Séloel vulgo? Incluso los misticos se sirven de subterfugios, practican la evasi6n y una téctica de huida: la muerte no ¢€s para ellos mas que obstéculo que hay que franquear, tuna barrera que les separa de Dios, un tltimo paso en la duracién. Enesta vida yales sucede a veces, gracias al €x- {asis, ese trampolin, el saltar por encima del tiempo: salto instantineo que no les procura mas que un «acceso» de beatitud. Les es preciso desaparecer de veras para alcan- zar el objeto de sus deseos: de tal modo que aman la muerte porque les permite acceder a ély la odian porque soles taRoorA vornoriatos 7 tarda en llegar. El alma, si creemos a Teresa de Avila, no aspira més que a su creador, pero «ve al mismo tiempo quelle es imposible poseerlo si no muere: y como no le es posible darsela muerte, muere de deseo de morir, hasta el punto que se pone realmente en peligro de muerte». ‘Siempre esa necesidad de hacer dela muerte un accidente ‘oun medio, de reducirla al fallecimiento, en lugar de con- siderarla como una presencia, siempre esa necesidad de despojarla. Y ya que las religiones no han hecho de ella més que un pretexto 0 un espantapsjaros -un instrumen- tode propaganda- alosincrédulos corresponde el hacer- lejusticia restablecerlaen sus derechos. ‘Cada uno es su sentimiento de la muerte. De ello sesi- gue que no podrian denunciarse las experiencias de los enfermos o de los misticos como falsas, aunque pueda dudarse delas interpretaciones que dan de ellas. Estamos en.un terreno en que ningiin criterio es decisorio, en el quelas certezas pululan, en elque todo es certeza, porque rnuestras verdades coinciden con nuestras sensaciones y nuestros problemas con nuestrasactitudes. Por otro lado, ya qué «verdad» aspirar, cuando, a cada momento, esta- ‘mos comprometidos en otra experiencia de la muerte? ‘Nuestro mismo «destino» no es mas que el desarrollo, las ‘tapas de esa experiencia primordial y, sin embargo, cambiante, la traduccién al tiempo aparente de ese fiem- po secreto en el que se elabora la diversidad de nuestras| ‘maneras de mori. Para explicar un destino, los bidgrafos deberian romper con su procedimiento habitual, dejar de inclinarse sobre el tiempo aparente, sobre el apresura- miento de una persona en deteriorar su propia esencia, Lo mismo sucede con una época: conocer sus institucio- nes sus fechas es menos importante que adivinar la ex- periencia intima de la que son signos. Batallas, ideolo ue acon gas, heroismo, santidad, barbarie, otros tantos simula- ‘ros de un mundo interior que esel tinico que deberfa in teresarnos. Cada pueblo se extingue a su manera, cada pueblo dispone ciertas reglas de expirar y seas imponea los suyos: ni siquiera los mejores de entre ellos podrian hacerlas cambiar o sustraerse aellas. Un Pascal, un Bau- delaire, circunscriben la muerte: el unola reduce a nues- tra busqueda de salvacisn, el otro a nuestros terroresfi- sioldgicos. Sibien aplasta al hombre, no por esto deja de permanecer para ellos en el interior de lo humano. Muy por el contrario, losisabelinos o los romanticos alemanes hicieron de ella un fenémeno césmico, un devenir orgids- tico, una nada que vivifica; en resumen, una fuerza en la aque hay que volver a empaparse y con la cual es impor- tante mantener relaciones directas, Para el francés, lo que importa no es la muerte en s{ misma -lapsus de la mate ria 0 simple inconveniencia-, sino nuestro comporta- miento frente a nuestros semejantes, la estrategia de los adioses, la contencién que nos imponen los cdlculos de nuestra vanidad, la actitud, para abreviar; no el debate consigo mismo, sino con los otros: un espectéculo en el que es capital observar los detalles y los méviles. Todo el arte de francés reside en saber morit en piblico. Saint-Si- ‘mon no describe la agonia de Luis XIV, de Monsieur’ del Regente sino las scenas de su agonia, Las costumbres de la Corte, el sentido de la ceremonia y del fasto, lo ha heredado todo un pueblo, afecto como es al aparato y preocupado por asociar cierto brillo al iltimo suspiro. Enesto el catolicismo le ha sido itil: yno sostiene acaso ‘que nuestra forma de morir es esencial para nuestra sal- 1, Felipe, duque de Orleans, hermano de Luis XIV padre del Regente (der) -osaLArtosorta ¥ornosYEx7s us vacién, que nuestros pecados pueden ser rescatados por una «hermosa muerte»? Dudoso pensamiento, adaptado cempero al instintohistriénico de una nacién y que, en el pasado mucho mas que hoy, se unia ala idea de honor y de dignidad, al estilo del chombre honrado»’, Dello que setrataba entonces, aparte de Dios, era de salvarla facha- ‘daante la asistencia, ante los mirones elegantes y los con- fesores mundanos; no perecer, sino oficiar, salvaguar- dando su reputacién ante testigos, y de ellos solos esperando la extremaunci6n... Ni siquiera los libertinos renunciaban a extinguirse convenientemente, hasta tal ‘punto su respeto a la opinién prevalecia sobre lo irrepa- rable, hasta tal punto segufan los usos de una épocaen la que morirsignificaba para el hombre renunciara su sole dad, desflar por titima ver, yen la quelos franceses eran, entre todos, los grandes especialistas dela agonfa. * Es, sin embargo, dudoso, que apoyéndonos sobre el lado chist6rico» dela experiencia dela muerte, legdsemosa pe- netrat mejor su cardcter original, ya que la historia no es més que un modo inesencial de ser la forma mas eficaz de infidelidad a nosotros mismos, un rechazo metafisico, una ‘masa de acontecimientos que oponemosal tinico aconteci- ‘miento que importa. Todo lo que apunta a actuar sobre el hombre -religionesincluidas- esté manchado por un sen- iento grosero dela muerte. Yes para buscar uno verda- (Como nuestra vitalidad nos viene de nuestros recursos ddeinsensatez, no tenemos, para oponernosa nuestros es- ppantos y a nuestras dudas, més que las certezas y la tera~ | péutica del delirioy fuerza de snraz6n,convirtémosnos Len fuente, en origen, en punto inicials multipliquemos, por todos los medios, nuestros momentos cosmogénicos. No somos verdaderamente mas que cuando irradiamos tiempo, cuando soles amanecen en nosotros y prodiga- ADI ALA HuosontaYorRos TENDS By ‘mos sts rayos, los cuales iluminan los instante... Asisti- ‘mos entonces aesa volubilidad de las cosas, sorprendidas por haber comenzado a existir,impacientes de explayar stasombro con las metaforas de la luz. Todo se infla y se dilata para adquirir el habito de lo ins6lito. Generacién de milagros: todo converge hacia nosotros, pues todo parte de nosotros. Pero gciertamente de nosotros, de nuestra sola voluntad? ;Puede el espfritu concebir un di tan luminoso y ese tiempo stibitamente eternizado? Y iquién engendra en nosotros ese espacio que tiembla y esosecuadores ululantes? yh dela Creer que nos seria posible liberarnos del prejuci agonia, nuestra més antigua evidencia, serfa equi nos sobre nuestra capacidad de divagar. De hecho, tras el favor de algunos accesos, caemos de nuevo en el panico y lasco, en la tentacién de la tristeza o el cadaver, en ese deficit del ser, resultado del sentimiento negativo de la muerte. Por grave que sea nuestra recafda, puede sin em- bargo, sernos itil si hacemos de ella una disciplina que 1nos induzca a reconquistar los privilegios de delirio. Los ceremitas de los primeros siglos nos servirdn, una vez mis, de ejemplo. Nosensefiaran cémo, para alzar nuestro nivel psiquico, debemos mantener un conflicto perma- nente.con nosotros mismos. Con justicialesllam6 un Pa drede_a iglesia xatletas del desierto». Fueron combatien- tes de los que dificilmente imaginamos el estado de tensidn, el encarnizamiento contra si mismos, las luchas. Habja algunos que segregaban hasta setecientas oracio- nes por dia; tras cada una de ellas, para contarlas, algunos dejaban caer un guijarro... Aritmética demente que me hace admirar en ellos un orgullo sin igual. No eran preci- 124 accion samente alfetiques, es0s obsesos enfrentados con lo que tenfan de més querido: sus fentaciones. Viviendo en fun- in de ellas, las exacerbaban para tener algo contra lo que luchar, Sus descripciones del «deseo» comportan tal violencia de tono que nos irritan los sentidos y nos hacen experimentar un estremecimiento que ningtin autor li- bertino logra inspirarnos. Eran especialistas en glorificar «la carne» en sentido inverso. Si les fascinaba hasta tal ‘Punto, qué mnérito tienen por haber combatido sus atrac- tivos! Fueron titanes, mas desenfrenados, més perversos que los de la mitologia, pues éstos, para acumular ener- 41a, no hubieran podido, en su simplismo, concebir los beneficios del horror asf mismo. Dado que nuestros su- frimientos naturales, no provocados, son demasiado in- completos, suele sucedernos el aumentarlos, intensificar- Jos y crearnos otros atifciales. Entregada a s{ misma, la carne nos encierra en un horizonte reducido. Por poco que la sometamosa tortura, agudiza nuestras percepcio- nes y ensancha nuestras perspectivas: el espiritu es el re- sultado de los suplicios que padece o que se inflige a si isma, Los anacoretas sabian remediar la insuficiencia de sus males... Tras haber combatido el mundo, les era preciso entrar en guerra consigo mismos. ; Menuda tran- quilidad para sus pr6jimos! zAcaso nuestra ferocidad no viene provocada porque nuestros instintos estén dema~ siado atentos al otro? Sinos inclinamos més sobre noso- tros mismos, y nos convertimos nel centro yel objeto de nuestras inclinaciones asesinas, la suma total de intole- rancias disminuiria, Nunca se podré calcular el ntimero dehorrores que el monacato primitivo ahorré a la huma~ nidad. Sitodos esos eremitas hubiesen permanecido en el siglo, cudntos excesos no habrian cometido! Por fortuna para su época, tuvieron la inspiracidn de ejercersu cruel- sbtosa La niosonsa vores os bs dad contra sf mismos. Si queremos que nuestras costum- bres e dulcifiquen, nos haré falta aprendera volver nues- tras garras contra nosotros mismos, a aprovechar la téc- nicadel desierto... sPor qué, se dird, ascender a las nubes esa lepra, esas, excepciones repulsivas con las que nos ha gratificado la literatura ascética? Se agarra uno a cualquier cosa, Aun execrando los monjes y sus convicciones, no puedo por menos de admirar sus extravagancias, su naturaleza vo- Juntaria su aspereza. Ganta energia debe tener un secre to: el mismo que el de las religiones, Aunque quizé no val- gala pena ocuparse de ellas, sigue siendo cierto que todo lo que vive, todo rudimento de existencia, participa de tuna esencia religiosa. Precisemos el sentido dela palabra: 5 eligioso todo lo que nos impide hundirnos, toda men- tira que nos protege contra nuestras irrespirables certe- zas, Cuando me arrogo una parte de eternidad y meima- ‘gino una permanencia que me implica, pisoteo la evidencia de mi ser frégily nulo, mientoalosotros como amimismo. Siactuase de otra manera, desapareceria in- ‘mediatamente. Duramos en tanto duran nuestras ficcio- nes. Cuando las ponemos en claro, nuestro capital de 85 Nuestro fondo religioso se desvanece. Existir equivalea un acto de fe,a una protesta contrala verdad,a una plegaria interminable... Desde el punto en que acce- dena vivir, el incrédulo y el devoto se parecen en profun- diidad, ya que uno y otro han tomado la tinica decisién que marca a un ser, Ideas, doctrinas, simples fachadas, caprichos y accidentessSi ti no has resuelto matarte, no_ hay ninguna diferencig entre los otros yt, formas parte del conjunto de los vivientes, todos ellos, en cuanto tales, Brandes creyentes. 40s digndis respirar? Os acercéis ala santidad, merectis a canonizacién... 26 acronan Si, ademés, descontento de ti mismo, quieres cambiar de naturaleza, te comprometes doblemente en un acto de fe: quieres dos vidas en una sola. Esto es justamente a lo que aspiraban nuestros ascetas cuando, haciendo de la ‘muerte un modo de no morir, se complacian en las vigi- lias, en los gritos, en el atletismo nocturno. Imitar su des- mesura, superarla incluso, es algo que alcanzaremos cuando hayamos maltratado nuestra razén tanto como ellos la suya. «Me guia alguien que esté ain mas loco que yoo, asf habla nuestra sed. Sélo nos salvan las manchas, las opacidades de nuestra clarividencia: si fuese de una transparencia perfecta, nos despojaria de la insensatez que nos habita y a la que debemos lo mejor de nuestras ilusiones y nuestros contlictos. ‘Como toda forma de vida traiciona y desnaturaliza la Vida, el auténtico viviente asume un méximo de incom- patibilidades, se encarniza en el placer y en el dolor adopta los matices de uno y otro, rechaza toda sensacién distinta y todo estado sin mezcla. La aridez interior pro- cede del imperio que lo definido ejerce sobre nosotros, del rechazo que dirigimosala imprecisién, a nuestro caos innato, el cual, renovando nuestros delirios, nos preserva della esterlidad. Yes contra ese factor benéfico, contra ese caos, contra el que reaccionan todas la filosofias, to- das las escuelas. ino le rodeamos de los mayores cuida- dos, derrochamos nuestra ltimas reservas: las que s0s- tienen y estimulan la muerte en nosotros, y la impiden envejecer. I Giras haber hecho de la muerte una afirmacién de la vida, convertido su abismo en una ficcién salvadora, ago- | tado nuestros argumentos contra la evidencia, estamos \ acechados por el marasmo: es a revancha de nuestra bi- lis, de nuestra naturaleza, de ese demonio del buen senti- A0IOs ALARILOSOETA ¥orRoS OS Ly do que, adormecido durante un tiempo, se despierta para - {TE} Adiés ala filosofia Me aparté dela filosofia en el momento en que seme hizo imposible descubrir en Kant ninguna debilidad humana, nningtin acento de verdadera tristeza nien Kant ni en ni sguno de los demas filésofos, Frente ala miisica, a mist Y la poesfa, a actividad filoséfica proviene de una savia disminuida y de una profundidad sospechosa, que no guardan prestigios mas que para los timidos y los tibios. Por otra part, lafilosofia inguietud impersonal, refugio junto a ideas anémicas-es el recurso de los que esquivan la exuberancia corruptora de la vida. Poco més 0 menos todos los filésofos han acabado bien:es el argumento su- remo contra la filosofia. Elfin del mismo Sécrates no tiene nada de trégico: es un malentendidoel fin de un pe- ns sacconan ‘dagogo, y si Nietesche se hundi6, fue como poetay visio expid sus éxtasis no sus razonamientos. [Zo se puede eludir a existencia con explicaciones, no 6 puede sino soportarla, amarla u odiarla, adorarlao te- | merla, en esa alternancia de felicidad y horror que expre- sa el ritmo mismo del ser, sus oscilaciones, sus disonan- ;de dénde sacaremos la auda- ‘cia para afrontarlos? Ya no se especula sobre la muerte, se sla muerte;en lugar de adornar la vida y asignarle fines, se le quitan sus galas y se la reduce a su justa significa- cin: un eufersismo para el Mal. Las grandes palabras: destino, infortunio, desgracia, se despojan de su brillo; y es entonces cuando se percibe alacriatura bregando con Para no gravitar demasiado sobre nuestro accidente, convertimos en entidad hasta nuestro nombre: cémo se [Paamorir uno cuando se llama Pedro o Pablotada uno | de nosotros, mds atento a la apariencia inmutable de su ‘nombre que a la fragilidad de su ser, se abandona a una ilusiOn de inmortalidad; una vez desvanecida la articula- ign, quedariamos completamente solos; el mistico que _se desposa con el silencio ha renunciado a su condi de criatura, Imaginémosle, ademés, sin fe ~mistico nihi- \lista- y tendremos la culminacién desastrosa de la aven- {tura terestre.) CC G-Es muy natural pensar que el hombre, cansado de vos ALA LOSOFA vores 137 palabras, al cabo del machaconeo del tiempo desbautiza-" réllas cosas y quemard sus nombres y el suyo en un gran} auto de fe donde se hundirén sus esperanzas. Todos no- | | sotros corremos hacia ese modelo final hacia hombre | sudo y desnudo..> (BP) Los nuevos dioses aye Quien se interesa por el desfile de as ideas ylas creencia’s irreductibles deberfa detenerse en el espectaculo que ofrecen los primeros siglos de nuestra era: hallaria en ellos el modelo mismo de todas las formas de conflicto que se encuentran, en una forma atenuada, en cualquier ‘momento de a historia. Se comprende: esla época en que masse ha odiado. El mérito correspondea los cristianos, febriles, intratables, expertos de inmediato en el arte de detestar, mientras que los paganos no sabfan manejar ya ‘mas que el desprecio. La agresividad es un rasgo comiina hombres ya dioses nuevos. Si un monstruo de amenidad, que ignorase la aspere- za, quisiera empero aprender, o saber por lo menos lo que vale, lo més simple seria que leyese a algunos autores eclesiésticos, comenzando por Tertuliano, el més brillan- te de todos, y acabando, pongamos, por San Gregorio Nacianzeno, biliosoy, sin embargo, insipido, y cuyo dis- curso contra Juliano el Apéstata le daa uno ganas de con- vertirse de inmediato al paganismo. Ninguna cualidad se le reconoce alli al emperador, con una satisfaccién no di- simulada se refuta su muerte heroica en la guerra contra Tos persas, en la que habria sido muerto por «un barbaro 138 Esccvomas {que cumplia el oficio de bufén y que seguia al ejército para hacer olvidar alos soldados las fatigas de la guerra con sus salidas y agudezasy. Ninguna elegancia, ninguna ppreocupacién por parecer digno de tal adversario. Lo que esimperdonable en el caso del santo es que habia conoci- doa Juliano en Atenas, cuando, siendo jovenes, frecuen- taban las escuclas filossfcas. ‘Nada més odioso que el tno de os que defienden una causa, aparentemente comprometida, pero triunfante de hecho, que no pueden contener su alegria ante la idea de sutriunfo niimpedirse convertir sus mismos espantos en ‘otras tantas amenazas.(Cuando Tertuliano, sardénico y tembloroso, describe el Juicio Final, el mayor de los espec- téculos, como élo llama, imagina la risa que le daré con- templar tantos monarcas y dioses «lanzando espantosos _gemidos en lo més profundo del abismo....Estainssten- ciaen recordar aos paganos que estaban perdidos, junto con sus idolos, daba motivos para exasperarse a los espi ritus més moderados. Serie de libelos camuflados de tra- | tados, a apologeética cristiana representa el sumum del {génerobiliosoy ‘Solo se puede respirar ala sombra de divinidades gas tadas. Cuanto masse persuade uno de ello, masse epite ‘uno con terror ques se hubiera vivido en el momento en que el cristianismo ascendia, quizé hubiese sufrido uno su fascinacin, El comienzo de una religidn (como los co- mienzos de cualquier cosa) son siempre sospechosos. Sélo ellos, empero, poseen alguna realidad, s6lo ellos son verdaderos;verdaderosy abominables. No seasiste impu- nemente ala instauracién de un dios, sea cual sea ysurja donde surja. Esteinconveniente no es reciente: Prometeo lo sefalaba ya, él, que era victima de Zeus y de la nueva pandilla del Olimpo. peroe aca sorts Yorn enTos 1 ‘Mucho mis que la perspectiva de la salvacién, era el furor contra el mundo antiguo lo que arrastraba a los cristianos en un mismo impetu de destruccién. Como en su mayor parte venian de fuera, se explica su desenfreno contra Roma. Pero jen qué clase de frenesi podia partici- par el indigena, cuando se convertia? Peor provisto que los otros, no disponia més que de un solo recurso: odiar- se as{mismo, Sin esta desviacidn del odio, insdita en un comienzo, contagiosa después el cristianismo se hubiera ‘quedado en una simple secta limitada a una clientela ex- tranjera, la nica capaz, a decir verdad, de cambiar los antiguos dioses por un cadaver clavado. Que el que quie- rasaber c6mo habria reaccionado frente ala mudanza de Constantino, se ponga en el lugar de un defensor de la tradicién, de un pagano orgulloso de serlo: gcomo con- sentir a cruz, cémo tolerar que en los estandartes roma- nos figure el simbolo de una muerte deshonrosa? Sin em- bargo, se resignaron y esta resignacién, que pronto iba a hacerse general, noses dificil imaginar el conjunto de de- rrotas interiores de las que es resultado. Si, en el orden ‘moral, sela puede concebir como la culminacién de una crtisisy concederle de este modo el estatuto ola excusa de uuna conversién, aparece como una traicién en cuanto no se a mira mas que desde el angulo politico, Abandonar a los dioses que hicieron a Romaera abandonarala misma Roma, para liarse aesa «nueva raza de hombres nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, conjurados contra todaslas instituciones rligiosas yciviles, perseguidos por lajusti- ia, universalmente marcados por la infamia, pero glo- ridndose de la execracién comiin». La diatriba de Celso ¢s del 178. Con casi dos siglos de intervalo, Juliano debia escribir por su parte: «Si se ha visto bajo el reinado de Ti berio.o de Claudio a un solo espiritu distinguido conver- tirse al cristianismo, consideradme como el mayor de los impostores.» La «nueva raza de hombres» iba a tener que trajinar mucho antes de conquistar a los refinados. gCémo fiarse de esos desconocidos, venidos de los bajos fondos, y to- dos cuyos gestos invitaban al desprecio? Precisamente «80: spor qué medio aceptarel dios de los que se despreci que para colmo era de fabricacién reciente? Solo laanti- ‘liedad garantizaba a validez delos dioses, sees toleraba « todos, a condicién de que no fuesen de fecha reciente. Lo que se encontraba de particularmente fastidioso en este caso era la absoluta novedad del Hijo: un contempo- rine, un arribista... ra, personaje repelente, que nin- sin sabio habia previsto ni prefigurado, el que mas «cho- cabav. Su aparicién fue un escdndalo al que se tardé Cuatro siglos en habituarse. Como el Padre, un viejo co- nocido, estaba admitido, los cristianos, por razones técti- cas, se replegaron sobre él y de él se reclamaron: ;acaso los libros que le celebraban, y de los que los Evangelios perpetuaban el espiritu, no eran, segin Tertuliano, ante- rioresen varios siglos alos templos, alos oréculos y a los doses paganos? El apologista, ya lanzado, llega. a sostener ‘que Moises precede en varios milenios ala ruina de Tro ya. Tales divagaciones estaban destinadas a combatir él efecto que podian suscitar observaciones como ésta de [ete Después de todo, los judios, hace ya muchos si: gos, se han constituido en un cuerpo de nacién, han es- | tablecido leyes a su usanza, que guardan todavia hoy. La | religion que observan, valga lo que valgay se diga lo que | se quiera, es la religion de sus mayores. Permaneciendo \ fieles a ella, no hacen nada que no hagan también los otros hombres que guardan cada uno las costumbres de Lsupaiso Ceder al prejuicio de la antigtiedad era reconocer im- plicitamente como los tinicos legitimos alos dioses indi- ‘genas. Los cristianos estaban gustosamente dispuestos por cilculoa inclinarse ante ese prejuicio como tal, pero no podian sin destruirse ir mas lejos y adoptarlo integra- ‘mente, con todas sus consecuencias. Para un Origenes, los dioses étnicos eran idolos, supervivencias del politeis- ‘mo; San Pablo los habia rebajado ya al rango de demo- nios. Eljudaismo los tenia a todos por mentirosos, salvo tuno, el suyo, «Su tinico error -dijo Juliano de los judios~ es que al buscar satisfacer a su dios, no sirven al mismo tiempo alos otros.» Sin embargo, le alaba por su repug- nancia a seguirla moda en materia de religion, «Huyo de la innovacién en todas las cosas y particularmente en lo tocante alos dioses», confesién que leha desacreditado y de la que se valen para tildarle de «reaccionarion ero iqué progreso, cabe preguntarse, representa el cristianis ‘mo respecto al paganismo? No hay «salto cualitativo» de un dios a otro, ni de una civilizacién a otra. Como tam- poco de un lenguaje a otro lenguaje. ;Quién osaria pro- clamar la superioridad de los escritores cristianos sobre los paganos?)incluso de los profetas, aunque de otro_j aliento y otro estilo que los Padres de la Iglesia, todo un San Jerénimo nos confi la aversién que sentia a leerlos, trashaber vuelto de nuevo a Cicerdn o Plauto. El «progre so» en aquella época se encarnaba en aquellos padres ile- ‘bles: jacaso apartarse de ellos era pasarse a la wreac- ‘cidn? Juliano tenfa toda la razén del mundo en prefer Homero, Tucidides o Platon. Eledicto porel que p alos profesores cristianos explicar a los autores griegos ha sido vivamente criticado, no solo por sus adversarios, sino también por sus admiradores de todas las épocas. Sin querer justficarle, no puede uno por menos de com- ie natciona ‘prenderle (fenia a fandticos frente a él; para hacerse res- petar le hacia falta de vez en cuando exagerar como ellos, propinarlesalgunallocura, sina cual le habrian desdena~ doy tomado por un aficionado. Exigié, pues, esos ven- seftantes» imitar a los escritores que explicaban y com- partir sus opiniones sobre los dioses. «Pero si creen que esos autores se han equivocado en el punto mas impor- { tante, jque se vayan a las iglesias de los galileos a comen- \ tara Mateo y Lucas! ‘A jos de los antiguos, cuantos mas dioses se recono- cen, mejor se sirve a la Divinidad, de la que no son mas que aspectos, rostros. Querer limitar su ntimero era una mpiedad; suprimirlos todos en provecho de uno solo, un wen del que se hicieron culpables los cristi ‘ya contra ells la ironia: el mal que [Propagaban habia ganado demasiado terreno Ae la im- | posibilidad de tratarlos con desenvoltura provenia toda laacritud de Juliano), El politeismo corresponde mejora la diversidad de nues- trastendenciasy de nuestros impulsos, alos que ofrece la posibilidad de ejercerse, de manifestarse, cada una de cllas libre para tender, segin su naturaleza, hacia el dios que le conviene en ese momento. Pero ;qué emprender con un solo dios?, gcémo afrontarle, smo utilizarle? Es- tando él presente, e vive siempre bajo presién. El mono- tefsmo comprime nuestra sensibilidad: nos ahonda es- trujindonos; sistema de represiones que nos confiere una dimensién interior en detrimento de la expansién de nuestras fuerzas, constituye una barrera, detiene nuestro desarrollo, nos estropea. Eramos con certeza més norma- les con varios dioses que lo somos con uno solo. Sila sa- Aso aLaRotorta YommostexTo8 3 ludes un criterio, ;qué retroceso supone el monoteismo! Bajo el régimen de varios dioses, el fervor se reparte; ‘cuando se dirige a uno solo, se concentra y exaspera, y acaba por convertirse en agresividad,en fe. Laenergia no esta ya dispersa, se dirige toda en una misma direccién. Lo que era notable enel paganismo.es que no se hacia una distincidn radical entre creer y no creer, entre tener 0 n0 tener fe. La fe, por otro lado, es una invencién cristiana; supone un mismo desequilibrio en el hombre y en Dios," arrastrado por un didlogo tan dramético como delirante. Deaquiel caracter demencial de a nueva religidn. Laan- tigua, mucho més humana, tedejabalafacultad de elegir cl dios que quisieras; como no te imponfa ninguno, era a tia quien tocaba inclinarse por éste 0 por aquél. Cuanto is caprichoso se era, mas necesidad se tenia de cam- biar, de pasar de uno a otro, estando bien seguro de hallar el medio de amarlosa todos en el curso de una existencia, Eran por aftadidura modestos, no exigian mas que el res- peto: se les saludaba, pero no se arrodillaba uno ante ellos. Convenian idealmente a aquel cuyas contradiccio- nes no estaban resueltas ni podian estarlo, al espfritu za- randeado e inapacible: qué suerte tenfa, en su zozobra itinerante, al poder probarios todos y estar casi seguro de dar con ése precisamente que mds necesitaba en lo inme- dito! Tras el triunfo del cristianismo, la libertad de evo- lucionar entre ellos y elegir uno a su gusto se hizo incon- cebible, Su cohabitacién, su admirable promiscuidad habia acabado. Tal esteta,fatigado del paganismo, pero todavia no asqueado, se hubiera adherido ala nueva reli- ¢gidn si hubiera adivinado que iba a extenderse durante tantos siglos?, hubiera trocado la fantasia propia del ré- ‘gimen de los {dotos intercambiables por un culto cuyo dios debia gozar de una longevidad tan aterradora?

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