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PEQUESAS RESISTENCIAS / 4 Era cosa de minutos. Agustin querria ver las graficas y leer la nota inmediato, Tonia drdenes de Ramos de mandar como principal lo quo Soto le dejara. Pero no es justo que los vean asi, desnudos, ultrajados, ‘Tomé la ristra y la puso a contraluz: imagenes tal y como le gustaban al director, a los lectores. «Cruento crimen pasionaly, cabecearia Agus: tin y mandaria ampliar a modia pigina la foto més sangrienta, la mas macabra. No, ellos no lo merecen. ¥ no lo voy & permitir. Sacé de la bol- sa ol encendedar y, decidido, prendié fuego a las filminas. La pelicula ardié rapidamente cargando Ia atmésfera con un olor aceitoso, pesado. La dejé caer en el bote de basura y sonrié mientras miraba cémo ee consumian los tltimos rastros del erimen, Casi al mis- mo tiempo las molestias corporales disminuyeron, Se esfurn6 el dolor de la tilcora, ol de las mandibulas; sus muisculos se relajaron en un alivio voluptuoso, Los cadiveres, Ia sangre, ol olor a muerte y el rasta cinico el loco homicida yacian en el fondo del bote convertidos en cenizas, La vida real.,, recordé las palabras del director. Entonces abrié el sobre de manila y extrajo las fotos viejas. Que otros dieran a conocer la noticia del crimen, los cuerpos, al asesino. Bscogié las mejores: esas donde la pareja desbordaba ternura, abrazada, sonriente, mostrando al mundo su iamensa felicidad. Las unié con un elip al texto de su repor- ‘ajo y Ins dejé en el escritorio de Agustin. Mafiana me corren, seguro. Se froté las manos y las encontré socas, sin sudor. Volvié a sonreir, Cami- naba hacia la sulida, ligero, dospejado, cuando soné el timbre del telé- fono. Otra vez Remedios. O Ramos. O Agustin. O el aviso de otro eri- men. O un accidente... Que se vayan todos al carajo, (De Nadie los vio salir) | 180 | EL ULTIMO VERANO DE PASCAL CRISTINA RIVERA-GARZA We sit Inte, watching the dark slonyunfold: No elle counts this, ‘Ten Huans, September ‘Teresa Quifiones me amaba porque tenia'la costumbre de mirarla en silencio cuando ella discurria gobre la disolucién del yo. —iQuién eres ti? —solia preguntarme al final de su charla. Lo aue tti quicras —le contestaba alzando los hombros, reflejando la Sonrisa con la que me iluminaba por completo, Mi respuesta la hacia fei BI mundo, desgraciadamento, es.real, Pascal —decia después, arrugando la boca y déndose por vencida de inmediato. Luego, como si la felicidad fuera 6lo una breve interrupeién, seguia leyendo libros de auto- res ya muertos envuelta en su sari color ptirpura, recostada sobre los grandes cojines de la sala. Entonces yo me dirigia a la cocina « moler gra- nos de café para tener los eapuchinos listos antes de que legara Genove- va, su hermana, Cuando ella se aparecia bajo cl umbral de la puerta con sus faldas de colores tristes y zapatos de tacén bajo, la casa se llenaba de 5u perfume de gardenias —tDos de anicar? —le preguntaba, mas por seguir un ritual que por esperar la respuesta, Genoveva se sonroia entonces sin atisbo de alogeia pero con suma sinceridad. —Ya sabes que no tomo azticar, Pascal —me decia mientras colga ba su bolsa y su saco, diindome la espalda, Teresa, entretenida en ora- PEQUERAS RESISTENCIAS / + ciones sin fin, tomaba el capuchino sin despegar la vista de sus libros 0 mirando hacia la pared sin ver on realidad nada. Genoveva y yo, en cambio, nos aeomodabamos on la mesa de la cocina para vernos de fron- ‘tey provocarnos sonrisas impremeditadas. A diferencia de Teresa, Ge- noveva me amaba porque la dejaha eallar mientras yo le eontaba suce- sos sin importancia. —Ayer vi la foto dol hombre méis gordo del munda —le decia entre sorbo y sorbo de cafs—. Fue horvible. Genoveva sonreia con amabilidad, sin decir palabra. Ese ra el ‘momento que yo aprovechaba para pararme detris de su espalda y dar- Je un masaje circular en la base del cuello, Los gemidos que salian de su boca me emocionaban. Pero nunea pasaba nada mds porque a esa hora por lo regular llegaba Maura Noches, la mojor amiga de Ins hermanas Quifiones. Su algarabia sin rumbo, el tarbellino de sus manos y piernas, rompia la concentracién de Teresa y el eansancio cireular de Genoveva. Entonees todos nos volviamos a reunir en la sala, —iVieron la foto del hombre més gordo del mundo que salié ayer en la prensa? —proguntabs como si se tratara de un asunto de vida o muorte —De eso me estaba hablando Pascal precisamento —Ie informaba Genoveva, provecando sin quoror la stibita sonrisa de Maura, —Por eso me gustas, Pascal —decia ella sin rubor alguno—. Te fijas en todo lo que yo me fijo lo cual era cierto s6lo a medias, Maura usa- ba el cabello corto y los pantalones tan ajustados que so le dificultaba senarse sobre el piso, a un lado do Teresa. Cuando lo lograba, cruzaba Jas piornas con un dosonfado tan bien ensayade que casi parecia natu ral. Diva sempiterna. Asi, encendia cigarrillos con gestas desmedidos y continuaba con ou plitiea accrea de coana insulsas que, en su voz de mil texturas, parocian misterios oncantados, Teresa usualmente se aburria, y por eso se iba a su habitacién para seguir leyendo. Mientras tanto, Genoveva hacia esfuerzos par mantener los ojos abiertos y la actitud de interés, poro después de media hora usaba cualquier pretexta para re- tirarse también. Entonces Maura aprovechaba nuestra soledad para aproximarso a mi con ademanes seductores y vox de — Te diste cuenta que volvioron a robar la bocina del teléfono de la cesquina? —preguntaba més para confirmar que ambos nos fijabamos en lng mismas cosas que para saber Ia suerte del teléfono, Pero si eso sucedié huco tres dias, Maura —le decfa y ella de inmediato se abalanzaba sobre m{ porque mi respuesta validaba sus | 12 | [ANTOLOGIA DEL NUEVO CUENTO NORTEAMERICANO Y CARIBENO teorias, Presos de su conmocién, a veces nos besdbamos detris de Ins cortinas y, otras, nos eneerrdbamos en el bafio para hacer el amor a dis- tintas velocidades y en tantas formas como el espacio lo permitia. {Qué vas a hacer conmigo? —le preguntaba en vox baja cuando me tenia bajo si, derrotado y sin oponer resistencia, A ella esa progun: ta la volvia loca. —Bres un hombre perfecto —me ascguraba juste al terminar. Des- puds se lavaba, eo vestia y, con la cara frente al espejo, volvia a acomo- darse los cabellos cabrizos detriis de las orojas, Cuando se ponia el Lipiz labial color chocolate me mandaba besos ruidosos sin volver el rostro. —La intensidad es lo que importa —decia todavia dentro del puro reflejo. Observdndola de lejos, atin con ol olor de su sexo en mis manos y boca, yaestaba de scuerdo. EI mundo, como decia Teresa, desgraciada- mente era real, pero eso no le importaba a Maura y tampoco me impor- taba ami mientras pudiera seguir haciendo arabescos con su cuerpo. —Tii y yo nos entendemos muy bien, Pascal —insistia. Después tomaba su bolsa y salia corriondo para evitar encontrarse con Samuel, su novio oficial, o con Patricio, su novio no oficial, para quienes yo no era ni hombre ni perfecto, sino un confidente leal. —Yo no entiendo a Maura —se quejaba Samuel—. Le doy todo y, ya ves, s¢ lo monta eon todé el mundo, Maura es incomprensible —plafiia Patricio—. La cuido y la com- plazco y mira eémo me paga, Yo los eseuchaba a ambos con atencién. Samuel era un hombre del- gado de cabellos lacios que seguramente no habia hecho nada ilegal en su vida. Patricio era un muchacho de piel dorada a quien sin duda muchas mujeres habian amado. Con el primero me reunia en un eal al aire libre rodeado do jacarandas, miontras que al segundo lo vein en lox campos deportivos donde se congregaban los futbolistas de domingo. Uno me invitaba a pastel de frambuesa y el otro a cerverns heladas con tal de enterarse de algun secroto que les permitiera desarmar el co- razén de Maura. Yo no entendia por qué querian hacer eso pero, cuan- do me pedian consejos, lo decia al primero que a una mujer como Maura nunea se le podria dar todo y, al segundo, que una mujer como Mau- ra nunea pagaba, Después de escucharme con la misma atencién que yo les brindaba, ambos se retiraban con les pios pesados y los hombros eai- dos sin fijarse en el gato que comia rostos de pescado detras del restau- rante chino en las nuevas fotografias de mujeres desnudas que ador- naban el taller meeéinico de don Choma. | 15 | PEQUENAS RESISTENCIAS / 4 —2Ya to cots cogiondo a la Maura? —me preguntaba el meeinico moviendo la cadera de atras hacia delante cada vez. que pasaba frente @ su negocio—. Diantre de chamaco suertudo —decia entonces entre carcajadas. Yo munca entendi lo que queria decir la palabra «diantre> y ‘tampooo me gusts el apelativo de sucrtudo. ‘Tenia dieciséis afos y las mujeres me amaban, eso era todo. La suerte poco o nada tenia que ver En esas épocas vivia en el Ultimo piso do un edificio que estaba a punto de euerse, por eso Ja buhardilla hximeda de paredes azul celeste que pagaban mis padres desde Ensenada no costaba mucho. Mes con mes, recibia el giro postal que me permitia costear la renta, comprar ‘algo de comida y algdn libro. Lo demds me lo daban las hermanas Quiiones, que me adoraban, o Jo rectbia do las manos agradecidas de Sumuel o Patricio, que se iban eanvirtienda poco a poco en mis amigos. Mi madre, sin embargo, se preocupaba constantemente por lo que lla- mabe las

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