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Podemos sacar de la Parte 3º antes resumida, que las doctrinas protestantes prepararon al
individuo para el duro proceso que iba a tener que desempeñar. Este nuevo duro proceso que
se dio en los siglos posteriores, fue la Revolución Industrial, y el cambio que ello supuso en la
estructura económica, social e individual de las diferentes poblaciones. Siguiendo con las tesis
protestantes podemos ver que el cambio sucedido anteriormente, hace al hombre más
independiente y con una mayor capacidad de crítica, en cambio, se siente mucho más
atemorizado porque no tiene una protección o un orden social permanente que le proteja. El
hombre se encuentra en una situación muy ambigua. Lo que él piensa y dice es lo que dice la
mayor parte de la población. Por tanto no ha adquirido la manera de pensar de forma más o
menos original. Debemos encontrar por tanto un nuevo tipo de libertad, la cual nos permita la
realización plena de nuestro propio yo individual, de tener fe.
Dentro del capitalismo, la actividad económica, el éxito no son un medio para, sino todo lo
contrario, resultan un fin en sí mismo. Ello contribuye al crecimiento del sistema, gracias a que
el hombre forma una parte cuantitativa más del sistema. El capitalismo también contribuyó de
manera negativa para el hombre, ya que daba lugar a la explotación del hombre, siendo tratado
como una máquina incansable. Las largas jornadas de trabajo, las condiciones en las cuales se
desempeñaba éste, y la poca retribución salarial, hace que se empiece a forjar lo que se conoce
como el sindicalismo o la dinámica sindical. Con el capitalismo, también se da otro aspecto
negativo, y es el creciente sentimiento del egoísmo. Es una forma de codicia, la cual es
insaciable. La relación concreta de un individuo con otro ha perdido su carácter directo y
humano, asumiendo un espíritu de instrumentalidad y de manipulación. Esto también queda
claramente reflejado en el ámbito del trabajo.