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Si sobre mí no se hubiesen impuesto las crudas ansias de

morir, la potente incertidumbre del devenir se hubiera


marchitado ante la posibilidad de una angustia escandalosa
que atrancaría el paso. Y claro que como ya te habrán dicho,
me he dejado vencer, me estanqué, pero no por la angustia,
No sé si por cobardía o si por el contrario me he dejado caer
en la trinchera para reponerme del asedio impecable de todo
el desprecio que he recibido últimamente.

Ayer fui Ozymandías; hoy dos piernas en el desierto.

¿Qué queda de este? pregunta el café de todos los días,


mientras el cigarrillo responde: se consume igual que yo

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