La búsqueda de unidades y lugares alternativos, sin embargo, a menudo no ha hecho
más que desplazar la problemática de cómo espacializar mejor el pasado global, sin solventarla. En muchos casos, los historiadores han optado por geografías novedosas, pero al final han tendido a considerar como dados esos nuevos espacios. Pensemos en la historia de los océanos: centrarse en los encuentros marítimos supuso un desafío de importancia frente a las nociones convencionales del espacio nacional, desconectadas del mar. Pero aunque no cabe negar que el impulso crítico de estas aportaciones fue socavar las unidades convencionales, los océanos no tardaron en emerger como las nuevas entidades privilegiadas, garantes de la cohesión y los rasgos en común. Así, en vez de actuar como espacios heurísticos, al cabo de poco los océanos se consolidaron formando entidades territoriales de propio derecho: los historiadores no habían hecho más que trocar un espacio —la nación— por otro. De este modo, muchas obras de este campo siguen ligadas a formas de pensamiento de tipo «contenedor», pese a que el nuevo enfoque explicitaba su voluntad de dejarlas atrás. Dan por sentadas entidades espaciales fijas, en lugar de explorarlas. La geografía de un proyecto de investigación —sus unidades espaciales— no puede ser el punto de partida, sino que debe verse como una parte del enigma. Es un reto fundamental que debe abordar la práctica de la historia global, aunque muy a menudo esta «se limite a reespacializar el pasado no por medio de una reconsideración radical de los espacios históricos, sino simplemente reorganizando los espacios existentes desde una perspectiva que, en teoría, los trasciende a todos».[39] La distinción crucial que debemos establecer diferencia entre unidades y escala. Podemos estudiar una ubicación particular —como Potosí— sin dejar de relacionar esta unidad de análisis con una diversidad de escalas: nacional, regional, transpacífica, global. En todos estos niveles se vislumbran dimensiones distintas del tema. Sin salir de Potosí podemos preguntarnos por las diferencias étnicas y de clase, las relaciones entre sexos y las expresiones culturales locales; pero también podemos hacer referencia al nivel global y formular grandes preguntas por mucho que dirijamos la mirada a un espacio pequeño. Esto no equivale a una exigencia de estudiar todos los posibles niveles distintos al mismo tiempo. Así como un científico puede decidir estudiar un bosque, un árbol o las células de un árbol sin reclamar por ello la prioridad de principio para ninguno de estos elementos, los historiadores privilegiarán una u otra escala según la pregunta que estén planteando. La cuestión de la escala, ciertamente, no es una prerrogativa exclusiva de la historia global; pero es uno de los valores de este enfoque, que formula muy explícitamente la cuestión, por un lado, de las escalas entrelazadas, y por otro de las perspectivas espaciales más apropiadas, con lo que obliga al historiador a reflexionar sobre sus decisiones.[40] Es importante reconocer que las escalas en cuestión no son elementos dados, sino constituidos por medio de la actividad social y las prácticas cotidianas. Lo «local», por ejemplo, ha emergido como categoría de identificación y análisis en respuesta a procesos de construcción nacional y de globalización. «Lo que a menudo se designa como lo local —ha escrito el científico social Roland Robertson— está incluido, en lo esencial, dentro de la globalidad.»[41] Lo «global», a su vez, no debe entenderse como una formación dada, sino asimismo constituida y realizada por medio de las actividades de los actuantes de una sociedad. A través de la interacción de distintas medidas de la realidad —lo que Jacques Revel ha denominado jeux d’échelles, «juegos de escalas»— es precisamente cómo se visibilizan las diferentes dimensiones del pasado. La historia se debe entender como un proceso de múltiples estratos, en el que cada una de las distintas capas sigue, hasta cierto punto, su propia lógica; no basta con fusionar los estratos, no se los puede sumar para obtener un todo liso y coherente. Las conclusiones a las que llegamos en un nivel no se transfieren sin más al nivel siguiente. Ahora bien, sus efectos son palpables y tienen repercusión en otros niveles. En el proceso histórico, las distintas escalas de investigación resultan mutuamente constituyentes: los macroprocesos más colosales afectan a las sociedades hasta llegar al nivel individual, y los cambios del nivel inferior pueden afectar a su vez a las estructuras mayores.[42] Esta escala del pasado, con sus niveles de actividad humana y entrelazamiento que se solapan e interrelacionan, puede parecer abstracta en demasía, pero despierta un particular interés entre los historiadores globales. Concluyamos ahora esta sección con el ejemplo de Alabama in Africa, de Andrew Zimmerman, un libro que empieza con vidas individuales pero termina abarcando configuraciones más extensas. El relato de Zimmerman se inicia en un lluvioso día de noviembre de 1900, cuando cuatro licenciados del Instituto Normal e Industrial de Tuskegee[*] subieron a bordo del Graf Waldersee para dirigirse a la colonia alemana de Togo desde Nueva York, pasando por Hamburgo. Habían sido reclutados por el Comité Económico Colonial (Kolonialwirtschaftliches Komitee) con la misión explícita de enseñar «a los negros del lugar a plantar y cosechar algodón de un modo científico y racional».[43] Togo era colonia alemana desde 1884, y tras una fase inicial de explotación mediante iniciativas privadas, hacia finales de siglo burócratas coloniales de afán reformista empezaron a aspirar a una intervención más constante y sostenida, cuyo objetivo debía ser modernizar la colonia y convertirla en una empresa de provecho. Con este cambio de rumbo, más científico, reconocían que la población nativa debería interpretar un papel central. Entre las principales metas de los reformistas, por lo tanto, estaban la escolarización, disposiciones sanitarias y la omnipresente «instrucción laboral de los negros». El interés alemán por los licenciados de Tuskegee se origina en la convicción de que las relaciones raciales del sur de Estados Unidos podían servir de modelo para las colonias alemanas de África. Los burócratas y científicos sociales alemanes tenían en gran estima a Booker T. Washington, el director del instituto, que había transmitido a los estudiantes negros del centro su concepto de la jerarquía natural de las razas. Washington entendía que —tras la abolición de la esclavitud— sería urgente «educar» a los afroamericanos en una vida cristiana, el trabajo manual y la agricultura a pequeña escala, de modo que, con el tiempo, quizá pudieran adquirir la condición de ciudadanos de pleno derecho. Su concepto conservador de las relaciones sociales y raciales no desentonaba de la forma en que el imperialismo europeo interpretaba el control y la segregación. Así pues, parecía que los licenciados de Tuskegee eran idóneos para desarrollar un proceso de modernización que no supusiera una amenaza para el orden racial y político de las colonias. Washington, por su parte, defendía el imperialismo, pues consideraba que África era un continente atrasado que necesitaba una misión civilizadora; y estaba convencido de que los alemanes eran especialmente adecuados para esa labor. A la postre, sin embargo, el proyecto de Togo — una escuela que formara estudiantes capaces de cultivar algodón para el mercado europeo— fue un fracaso económico y político. Este experimento se puede analizar en diversos niveles de experiencia social. En un micronivel, tanto el funcionamiento interno del complejo de Tuskegee en Alabama como la constitución social de la colonia de Togo son cruciales para comprender qué suerte correspondió al proyecto. Por ejemplo, sin estudiar de cerca las relaciones sociales en el territorio de los ewe —el grupo étnico dominante en el sur de Togo— no sería posible comprender qué causó el conflicto entre los métodos de cultivo locales e importados, el papel específico que interpretaron en la historia mujeres togolesas que antes se habían dedicado sobre todo a la agricultura, o la feroz resistencia de la población al reclutamiento, la formación, las condiciones laborales impuestas y la intervención social. Más allá del nivel local, el episodio también arroja luz sobre otras escalas que tuvieron peso en esta historia. Entre ellas, el Imperio Alemán, porque el abastecimiento de algodón en bruto —hacia 1900, por magnitud, la industria algodonera alemana era la tercera del mundo— era uno de los objetivos cruciales de la política colonial alemana. Tenemos otro nivel en el espacio interimperial, esto es, la formación aún mayor del colonialismo occidental, que proporcionaba el discurso hegemónico y la argumentación general en defensa de la intervención colonial, plasmada en una misión civilizadora y una retórica de avance y «mejoras». En tercer lugar, el experimento de Togo se situó en lo que se ha dado en llamar el «Atlántico Negro», entre los vínculos establecidos por el desplazamiento transoceánico de afroamericanos y los debates sobre el panafricanismo. En un cuarto nivel, Togo se asociaba a una expectativa de los científicos sociales alemanes, que confiaban en que el orden social del sur de Estados Unidos serviría de modelo para estructurar —segregándolas étnicamente— las relaciones laborales de la agricultura, y no solo en las colonias, sino, a medio plazo, también en las regiones de lengua polaca de la Prusia Oriental; en este nivel, Togo quedó incorporada a un sistema que explotaba los hinterlands agrícolas en condiciones (casi) coloniales. Y en último lugar, pero no menos importante, en este ejemplo aún queda una escala de análisis de crucial importancia, que es explícitamente global y se relaciona con la integración de los mercados y de la economía mundial. A este nivel, el proyecto de Togo se puede entender como un efecto de la reestructuración global de la producción de materias primas tras el fin del tráfico de esclavos, y como parte de un empeño en proceso: la voluntad de sustituir la mano de obra esclava de las plantaciones con trabajadores supuestamente libres que, en realidad, a menudo no gozaban de tal libertad. Es evidente que, en buena medida, la dinámica de este ejemplo recibió el impulso de varias fuerzas solapadas, así como la interacción de distintas escalas. Por medio de esta interactuación, los historiadores globales pueden gestionar diversos niveles de práctica social y abordar las interacciones globales sin tener que tratar el mundo entero como unidad de su análisis. En otras palabras, lo global no es una esfera distinta, externa a los casos locales/nacionales; se trata, más bien, de una escala a la que cabe hacer referencia incluso cuando observamos vidas individuales y espacios pequeños.