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Pere Amorós
Jesús Palacios
ACOGIMIENTO FAMILIAR
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PRÓLOGO ...................................................................................................................... 11
rios años antes y permanecen varios años más que los marcados por la
obligación legal.
Analizado en una perspectiva positiva, la escuela en cierto sentido
supone una continuidad con la familia, pero supone sobre todo la
apertura de nuevos horizontes, la llegada de nuevas exigencias y la po-
sibilidad de nuevos aprendizajes y desarrollos. La continuidad con la
familia viene dada por el hecho de que se trata de un espacio organiza-
do por los adultos en función de los niños en desarrollo, con relaciones
fuertemente asimétricas entre los primeros y los segundos; también,
por el hecho de que, para niños procedentes de entornos cuya cultura
familiar está próxima a la cultura escolar, el tipo de relaciones y de len-
guaje tiende a presentar muchos elementos similares. Pero lo que más
llama la atención de la incorporación a la escuela son las posibilidades
que en ella se abren: nuevas exigencias que van a obligar al desarrollo
de nuevas habilidades, nuevas oportunidades de aprendizaje, el acceso
al conocimiento cultural curricularmente organizado, el acceso conti-
nuado al grupo de compañeros y compañeras, con sus aportaciones y
con sus exigencias. Si en el desarrollo temprano en la familia se han
adquirido elementos fundamentales relacionados con la atención, el
lenguaje, la interacción social, etc., los niños y las niñas presentarán
normalmente una buena adaptación a la escuela y encontrarán en ella
un lugar en el que desplegar todas las habilidades ya adquiridas y en el
que adquirir otras muchas nuevas. Aunque los adultos tendamos a
prestar atención sobre todo a los aprendizajes escolares, para los niños
y las niñas la escuela es sobre todo un espacio de encuentro social, un
lugar donde estar con compañeros, disfrutar con ellos y confrontarse a
ellos. Un mundo de posibilidades que sin duda ensancha mucho las
contenidas en el hogar.
Pero lo que para muchos niños y niñas es sobre todo oportunidad
de desarrollo, para otros es más que nada un universo de dificultades.
Algunas de ellas vienen del lado más estrictamente académico, cuando
los aprendizajes básicos llevados a cabo en la familia dejan al niño mal
equipado para hacer frente a las exigencias de lenguaje, de atención, de
memoria, de resolución de problemas, de habilidades que en la escuela
se convierten en herramientas de trabajo cotidianas; así, por ejemplo,
problemas en el desarrollo del lenguaje o tendencias hiperactivas son
un predictor negativo del buen ajuste escolar. Otras dificultades vienen
30 ACOGIMIENTO FAMILIAR
sentimientos que desde muy pronto se generan de los padres hacia los
hijos y, muy poco después, de los hijos hacia los padres predisponen a
una relación positiva y estimuladora mucho más que a otra entorpece-
dora del desarrollo. Por lo demás, es inevitable que también en estos
aspectos se reflejen los cambios históricos y la diversidad cultural que
caracterizan tantos otros aspectos del desarrollo humano y su hetero-
geneidad.
Dando por hecho, pues, que lo predominante entre los humanos es
el trato adecuado de los más pequeños por parte de padres, educadores
y cuidadores, y sabiendo también que lo que hoy y aquí consideramos
buen o mal trato está sujeto a las inevitables variaciones de tipo histó-
rico y cultural, lo cierto es que el maltrato infantil existe y que por más
que en otro tiempo histórico o en otra realidad cultural golpear a los
niños, o hacerles trabajar, o someterlos a importantes privaciones como
castigo se considere o se haya considerado adecuado, lo cierto es que
quienes vivimos en este tiempo y en este lugar del mundo debemos
ajustar nuestra conducta dentro de la amplísima variedad de posibili-
dades de manifestación que el buen trato tiene. Cuando se traspasan
los límites de la variedad considerada aceptable en nuestra cultura, y
en este momento, estamos ante situaciones de maltrato. En efecto, se
habla de maltrato infantil para referirse a toda acción u omisión no acci-
dental que impide o pone en peligro la seguridad de los menores de 18 años
y la satisfacción de sus necesidades físicas y psicológicas básicas.
Merece la pena detenerse para subrayar, brevemente, algunos de los
aspectos contenidos en la definición precedente. En primer lugar, para
remarcar que el maltrato puede producirse por acción (golpear a un
niño, abusar sexualmente de una niña, obligarles a trabajar, etc.), pero
también por omisión (no atender a un niño, no responder a sus llama-
das y peticiones, no defender a quien está siendo violentado sexual-
mente, etc.). En segundo lugar, para resaltar el carácter no accidental
(lo que equivale a decir, en un sentido u otro, voluntario e intenciona-
do) de tales acciones y omisiones. En tercer lugar, para remarcar que la
protección y la estimulación se entienden obligatorias hasta la mayoría
de edad, establecida en los 18 años, lo que no obsta para que en edades
inferiores a ésta las leyes establezcan determinadas capacidades y posi-
bilidades, como lo hacen, por ejemplo, nuestras normas jurídicas al
permitir el trabajo a partir de los 16 años o al prever la posibilidad de
32 ACOGIMIENTO FAMILIAR
CUADRO 1.1 Una forma habitual de definir las distintas formas de maltrato
Activo Pasivo
Físico Abuso físico, abuso sexual Abandono físico
Emocional Maltrato psicológico Abandono emocional
Es, sin duda, una forma adecuada de clasificación, pero tiene al me-
nos dos serios inconvenientes: deja fuera bastantes formas de maltrato
e introduce una distinción que en la práctica puede ser algo forzada
entre abandono físico y abandono psicológico, pues de hecho el aban-
dono, cuando se da, suele ser bastante generalizado y, en consecuencia,
se entrecruzan el físico y el psicológico.
El cuadro 1.2 presenta una clasificación y una definición de las
diversas formas o modalidades de maltrato infantil (Palacios, Jimé-
nez, Oliva y Saldaña, 1998). Como cualquier otra, la clasificación
que se presenta tiene algo de arbitraria y tiene además el inconve-
niente de dar la impresión de que en el mundo del maltrato infantil
nos enfrentamos a tipos «puros» o separados de malos tratos, cuando
en la realidad nos encontramos con mezclas e interacciones de unos
con otros. Ello está particularmente claro, por ejemplo, en relación con
el maltrato psicológico: un niño o una niña puede estar siendo obje-
to sólo de maltrato psicológico (en forma de aislamiento social, en
forma de rechazos a su persona explícitos y reiterados, en forma de
no responder a sus demandas de afecto o estimulación, etc.), pero el
maltrato psicológico forma también parte de los demás tipos de mal-
trato; así, por ejemplo, resulta difícil imaginar que en la negligencia,
en el maltrato físico, en el abuso sexual, en el síndrome de Munchau-
sen por poderes, etc., no haya además claros componentes de mal-
trato psicológico, como ya se ha indicado.
34 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Abandono o negligencia
Las necesidades básicas de un niño y su seguridad no son atendidas por quie-
nes tienen la responsabilidad de cuidarlo.
Indicadores: Suciedad muy llamativa, hambre habitual, falta de protección
contra el frío, necesidades médicas no atendidas (controles médicos, vacu-
nas, heridas, enfermedades), repetidos accidentes domésticos debidos a
negligencia, periodos prolongados de tiempo sin supervisión de adultos,
falta de atención a las necesidades emocionales y de estimulación, falta de
atención a las necesidades educativas.
Maltrato psicológico
Comportamientos adultos que ponen en peligro el normal desarrollo psico-
lógico, particularmente en los ámbitos del apego, la autoestima y las relacio-
nes interpersonales. También cuando el niño y la niña son testigos de violen-
cia doméstica, aunque no les afecte a ellos directamente.
Indicadores: Rechazar, aterrorizar, privar de relaciones sociales, insultar, ri-
diculizar, ignorar demandas emocionales y de estimulación, notable frial-
dad afectiva. Ser testigos de violencia doméstica.
Maltrato físico
Acción no accidental que provoca daño físico o enfermedad en el niño o en
la niña, o que le coloca en grave riesgo de padecerlo como consecuencia de
alguna negligencia intencionada.
Indicadores: Heridas, magulladuras o moratones, quemaduras, fracturas,
torceduras o dislocaciones, señales de mordeduras humanas, cortes, pin-
chazos, lesiones internas, asfixia o ahogamiento.
Abuso sexual
Utilización que un adulto hace de un menor de 18 años para satisfacer deseos
sexuales. El niño o la niña es utilizado para realizar actividades sexuales o
como objeto de estimulación sexual (por ejemplo, utilización de menores
para pornografía).
Indicadores: Conocimientos, intereses o conductas relacionados con la
sexualidad y que son inadecuados para la edad, dificultades para andar o
sentarse y otros indicadores fisiológicos.
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 35
Maltrato prenatal
Situaciones y características del estilo de vida de la mujer embarazada que,
siendo evitables, perjudican el desarrollo del feto.
Indicadores: Situaciones y características del estilo de vida que afectan negativa-
mente a la madre gestante, especialmente de manera prolongada; agresiones al
feto. Síndrome alcohólico fetal, síndrome de abstinencia en el recién nacido.
Mendicidad
El niño o la niña es utilizado habitual o esporádicamente para mendigar, o
bien ejerce la mendicidad por iniciativa propia.
Indicadores: Solo o en compañía de otras personas, el niño o la niña pide
limosna.
Corrupción
Conductas de los adultos que promueven en el niño pautas de conducta an-
tisocial o desviada, particularmente en las áreas de la agresividad, la apropia-
ción indebida, la sexualidad y el tráfico o el consumo de drogas.
Indicadores: Crear dependencia de drogas, implicar al niño en contactos sexua-
les con otros niños o adultos, utilizar al niño en actividades delictivas.
Explotación laboral
Para la obtención de un beneficio económico se asigna al niño o a la niña la
obligación de realizar trabajos que exceden los límites de lo habitual, que de-
berían ser realizados por adultos, e interfieren de manera clara en las activida-
des y necesidades escolares.
Indicadores: Participación de menores de 16 años en actividades laborales,
sea continuada o por periodos de tiempo. El niño no puede participar en
las actividades sociales y académicas propias de su edad.
Síndrome de Munchausen por poderes
Se provocan en el menor síntomas físicos patológicos que requieren hospita-
lización o tratamiento médico reiterado.
Indicadores: Reiteradas hospitalizaciones y exploraciones médicas que no resultan
en diagnósticos precisos, síntomas persistentes de difícil explicación etiológica;
abundantes contradicciones entre los datos clínicos y los conductuales. Los sín-
tomas desaparecen cuando el niño o la niña no está en contacto con su familia.
36 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Existe una tendencia cada vez más amplia a incluir también entre
las formas de maltrato infantil el hecho de que niños y niñas contem-
plen en su casa situaciones de violencia entre los padres. Aunque es
cierto que muchas veces los pequeños no salen físicamente indemnes
de esta violencia, incluso en el caso de que las agresiones se queden
entre los adultos, parece claro que hay implicada una importante dosis
de trauma para los niños que asisten a esos episodios. De hecho, como
se verá más adelante, al reflexionar sobre los efectos negativos de las
experiencias de maltrato, es frecuente referirse a las consecuencias de
asistir a situaciones de violencia entre los padres.
Es muy difícil saber cuántos niños y niñas están afectados por el
problema del maltrato. Muchas situaciones maltratadoras se quedan
en el ámbito privado. El caso extremo es quizá el del abuso sexual, en
el que frecuentemente sólo la víctima y el abusador saben lo que está
ocurriendo; no es ya, por tanto, que la gente de fuera de la casa no sepa
que allí hay maltrato, sino que ni siquiera los que conviven con el abu-
sador y la víctima son conscientes de lo que está ocurriendo. Por otra
parte, cuando alguien conoce de un caso de maltrato, lo más habitual
es que no lo denuncie, con lo que al problema de la escasa detección se
une el de la baja notificación. Esa es la razón por la que se dice que el
maltrato detectado y cuantificado es sólo una muy pequeña parte del
realmente existente. Una estimación que aparece una y otra vez en di-
versas investigaciones de incidencia (número de casos que se detectan
en una unidad de tiempo dada, que suele ser un año) indica que el 15
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 37
Repercusiones emocionales
Las relaciones con los iguales de los niños y las niñas que han pasado
por experiencias de maltrato van a venir influidas por algunas de las
características de personalidad básicas examinadas anteriormente. La
investigación ha demostrado continuidad, por ejemplo, entre las pau-
tas de apego temprano con los padres y la competencia social puesta de
manifiesto, posteriormente, en las relaciones con los compañeros y
amigos; los niños que en sus relaciones familiares tempranas desarro-
llaron tipos de apego inseguro o desorganizado, así como algunas de
las demás conductas revisadas anteriormente, van a desplegar con sus
compañeros conductas coléricas y agresivas (más frecuentes en los ni-
ños de apego inseguro evitativo), o bien comportamientos quejicas,
fácilmente frustrables e inhibidos (más frecuentes en los de apego in-
seguro ambivalente), o bien comportamientos habitualmente inmadu-
ros e imprevisibles que pueden ir desde la reacción colérica y agresiva,
a la inhibida y en exceso retraída (más frecuente en los de apego desor-
ganizado) (Moreno, 1999a, y b).
Como consecuencia de sus adversas experiencias familiares, los niños
y las niñas que han sufrido malos tratos o que han sido testigos de ellos
presentan frecuentemente dificultades para el procesamiento de la infor-
mación social. Tal procesamiento requiere, para ser eficaz, de una serie de
fases que implican decodificar las claves sociales («si alguien me empuja,
¿qué aspecto tiene?, ¿qué expresiones faciales presenta?»), interpretarlas
(«ha sido un accidente» o «trata de fastidiarme y agredirme»), buscar res-
puestas adecuadas («¿qué puedo hacer en estas circunstancias?»), tomar
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 47
mas y testigos de malos tratos van a presentar con mucha frecuencia se-
rias dificultades de ajuste y competencia social. Llevarse bien con los
otros, prestar atención a sus necesidades y emociones (empatía) y saber
responder a ellas (conducta prosocial), reaccionar adecuadamente en si-
tuaciones de conflicto y de frustración, acostumbrarse a ganar unas veces
y a perder otras, etc., son conductas que requieren mucha competencia
y habilidad social (Moreno, 1999b). Las circunstancias en que se ha pro-
ducido el desarrollo de los niños maltratados no están precisamente a
favor de estas capacidades, siendo la principal consecuencia una conduc-
ta social que lleva a sus compañeros a marginarlos, cuando no a recha-
zarlos. El niño maltratado resulta ser un compañero de juego no atracti-
vo, y las consecuencias se manifiestan pronto y de forma duradera,
marcando negativamente las experiencias sociales de niños y niñas que
ya venían señalados por experiencias familiares negativas.
Como no podría ser de otra manera, los niños y las niñas que están en
cualquiera de las situaciones contempladas por nuestro sistema de pro-
tección comparten con los demás las necesidades básicas a que se hizo
referencia en el apartado segundo de este capítulo: las relacionadas con
la seguridad, el crecimiento y la supervivencia; las relativas al desarrollo
emocional, al social, al desarrollo cognitivo y lingüístico, y las relacio-
nadas con la escolarización. Pero, puesto que se trata de niños y niñas
que en la mayor parte de los casos han pasado por alguna o varias de
las situaciones de maltrato que se analizaron en el apartado tercero,
conviene reflexionar aunque sea brevemente sobre las necesidades es-
pecíficas que presentan en cuanto a su tránsito por el sistema de pro-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 55
Son muchas y datan de muchos años las investigaciones que han mos-
trado las consecuencias que para los niños y las niñas tiene crecer en
contextos institucionales. Desde los viejos trabajos de Spitz (1949) en
torno a lo que él denominó «síndrome de hospitalismo», hasta los tra-
bajos más recientes que han analizado las consecuencias que a largo
plazo tiene haber pasado los primeros años de la infancia en institucio-
nes rumanas para niños (ver, por ejemplo, los trabajos de Rutter y su
equipo, como Rutter y otros, 2000), todos los datos muestran que el
paso por instituciones, particularmente si es prolongado y particular-
mente si es en instituciones que no responden a las necesidades infan-
tiles de estimulación y afecto, tiene consecuencias muy negativas y
muy a largo plazo para muchos de los niños y las niñas afectados. No
son pocas las investigaciones en que los problemas que los niños y las
niñas adoptados presentan después de varios años de haber dejado las
instituciones en las que estuvieron, se ponen en relación con las malas
experiencias institucionales iniciales.
Las negativas consecuencias de la institucionalización no se limitan a
los casos dramáticos de los niños abandonados en hospitales o crecidos
en las nefastas condiciones de los orfanatos rumanos. Es decir, no son
una consecuencia de la, por así decirlo, «mala institucionalización», sino
del hecho institucional en sí mismo. Porque la investigación también ha
documentado el caso de niños y niñas que han pasado por instituciones
de mejor calidad y que presentaban problemas y dificultades a largo pla-
zo que bien podían relacionarse con las experiencias institucionales ini-
ciales. Si nos limitamos, por ejemplo, a los datos de algunos estudios
españoles recientes, cuando se ha querido comparar a los niños y a las
niñas institucionalizados con los adoptados y con los que viven con sus
familias biológicas (Palacios, Sánchez y Sánchez, 1997), no se han en-
contrado ya grandes instituciones, sino agrupamientos que raramente
superaban los 20 ó 30 niños y niñas en los grupos más numerosos. Con
frecuencia, estos niños y niñas están al cuidado de profesionales experi-
56 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Necesidad de saber
Antecedentes históricos
A lo largo de los siglos XVIII y XIX ya existían figuras que sin ser iguales
a lo que hoy en día entendemos como acogimiento familiar eran pare-
66 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Nº de Acogimientos Nº de delegaciones %
Ninguno 6 12%
De 1 a 5 16 30%
De 6 a 20 19 37%
De 21 a 50 6 12%
Más de 50 5 9%
20.000 18.055
19.426
15.897
15.000 16.184
15.826
14.159
15.687
13.568
10.000 15.542
12.420
5.000
0
1996 1997 1998 1999 2000
Acogimientos familiares
Acogimientos residenciales
14.670 2.487
14.211
Acogimiento residencial
45,3%
Las nuevas necesidades de los niños y las niñas y de sus familias, los nue-
vos planteamientos profesionales, la nueva mentalidad social, la diversi-
dad existente de unos países a otros, o de unas comunidades autónomas
a otras, todo ello contribuye a que vayan surgiendo diferentes modalida-
des de acogimiento familiar y una nueva terminología relacionada con el
acogimiento. Una de las consecuencias inevitables es que se crea una
cierta confusión respecto a qué significa cada etiqueta o a qué tipo de
acogimiento corresponde. El problema se agrava porque un mismo aco-
gimiento puede recibir etiquetas diferentes en función del criterio que se
aplique, o porque hay tipos de acogimiento que acabarán teniendo una
significación u otra en función de cómo continúen, como ocurre, por
ejemplo, con los acogimientos de urgencia.
En el apartado anterior, al comentar la ley 1/1996, ya se han citado
las modalidades de acogimiento que nuestra legislación contempla:
acogimiento simple, permanente, preadoptivo y provisional. Pero la
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 79
El artículo 173 bis del Código Civil indica que una de las modalidades
de acogimiento familiar es el acogimiento familiar simple, que tendrá
82 ACOGIMIENTO FAMILIAR
El artículo 173 bis del Código Civil indica que el acogimiento familiar
permanente se utilizará cuando la edad u otras circunstancias del menor
y su familia lo aconsejen y así informen los servicios de atención al me-
nor. Son acogimientos que se caracterizan porque el retorno no es posi-
ble o deseable, al tiempo que la adopción no resulta posible o aconse-
jable. Suelen durar hasta la mayoría de edad o hasta que se encuentre
una opción más adecuada para el niño y la niña. Son acogimientos que en
ocasiones están condicionados por la edad, las características especiales
del niño y la niña, la existencia de referentes familiares, etc. En ocasio-
nes, suele ser una alternativa a la adopción.
Algunos estudios han indicado que los acogimientos permanentes
pueden no ser tan adecuados como la adopción, ya que para los niños es
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 85
Acogimiento preadoptivo
Acogimiento especializado
Se puede decir con justicia que las investigaciones sobre acogimiento fa-
miliar son escasas. Otros temas relacionados con el sistema de protección
de infancia, como ocurre, por ejemplo, con el maltrato infantil o con la
adopción, han atraído en mucha mayor medida la atención y el interés de
los investigadores. Con seguridad, eso no es casual, sino mero reflejo de la
escasa visibilidad social del acogimiento familiar, que no ha salido aún del
oscuro rincón en el que en otro tiempo también estuvieron fenómenos
relacionados (como el maltrato infantil, el abuso sexual, las secuelas de los
malos tratos, la adopción) del que luego fueron poco a poco emergien-
do. Lamentablemente, el ostracismo al que el acogimiento familiar está
sometido afecta no sólo a la opinión pública, sino también a los estudio-
sos e investigadores interesados por la protección de la infancia, pues la
investigación tanto española como internacional sobre acogimiento fa-
miliar es más escasa de lo deseable y la existente es relativamente joven.
Pero aun siendo mucho lo que nos queda por saber sobre acogimiento
familiar, la investigación ha dejado ya un buen puñado de conclusiones
de la mayor relevancia, tanto para la investigación en sí misma como para
94 ACOGIMIENTO FAMILIAR
que a estas cuestiones más materiales se refiere, las familias objeto de es-
tudio muestran un progreso moderado a lo largo del tiempo, progreso
que tiende a darse en todas las cuestiones en este apartado consideradas
y que suele afectar más a las mujeres que a los hombres. Desde luego, hay
familias que cambian bastante y en dirección positiva. Y también las hay
que no cambian o empeoran. Queda por saber en qué medida más inter-
vención, más apoyo profesional y un modelo más sofisticado de interven-
ción podrían haber conseguido mejorar estos resultados, aunque no es
difícil imaginar que cuanto mejor, más complejo y más mantenido en el
tiempo sea el apoyo que estos padres reciben, mayores serán sus progresos
a partir de situaciones iniciales realmente muy problemáticas. Como in-
dica Ratterman (1987, citado en Martin, 2000), las intervenciones pro-
fesionales destinadas a ayudar a estas familias deben valorarse, en primer
lugar, por su relevancia, es decir, por en qué medida están adaptadas al
tipo de problema, a su gravedad y a su cronicidad; deben valorarse, ade-
más, en función de la calidad de la intervención y de cada uno de los es-
fuerzos que se pongan en juego para tratar de mejorar las cosas; y debe
valorarse también en función de la cantidad de dichos esfuerzos, pues si
los problemas de estas familias suelen ser muchos, las ayudas que se les
brinden deben estar en consonancia con esa diversidad.
Por lo que se refiere a los cambios en otros ámbitos, las cosas no son
muy diferentes a lo descrito al comienzo del párrafo anterior. Tome-
mos, por ejemplo, lo ocurrido en relación con la conflictividad fami-
liar (fuertes desavenencias o, incluso, agresiones entre los cónyuges),
terreno en el que al cabo de año y medio de iniciado nuestro segui-
miento las cosas habían cambiado favorablemente para aproximada-
mente la cuarta parte de las familias, lo que evidentemente no significa
que todos sus problemas estuvieran resueltos, sino que estaban avan-
zando en su resolución de manera significativa. Por el contrario, para
aproximadamente las tres cuartas partes de las familias biológicas de
los niños y las niñas acogidos, las cosas seguían igual o peor que año y
medio antes. En sentido parecido, en aproximadamente la tercera par-
te de las familias se observan cambios favorables en la motivación para
cambiar y en la disponibilidad para recibir las ayudas que se les ofre-
cen. Y algo parecido ocurre respecto a la modificación de las habilida-
des parentales, en las que los cambios en expresión de afecto, comuni-
cación, establecimiento de normas, etc., han sido favorables para unos
100 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Familias de acogida
Borland y Hill, 2000). Los perfiles educativo y laboral de las familias que
acogen a niños y a niñas con los que no tienen relaciones familiares pre-
sentan una notable diversidad, desde familias sin estudios y con ingresos
económicos por debajo de los 12.000 € anuales (las menos), hasta familias
con elevado nivel educativo y con ingresos superiores a los 48.000 € anua-
les del año 2000. El perfil típico de los acogedores representa la hetero-
geneidad de la población de la que surgen; de manera que, por ejemplo,
en España, una tercera parte tenía estudios primarios, otra tercera parte
tenía estudios medios (bachillerato o formación profesional) y casi un
40% tenía estudios universitarios (Amorós y otros, 2003), lo que mues-
tra la presencia algo superior de este grupo entre los acogedores respecto
a su representación en la población general. Excepto en este último as-
pecto, los datos no son muy diferentes de los de la investigación en otros
países (véase, por ejemplo, Bebbington y Miles, 1990). Respecto al perfil
profesional, varía de los acogedores (bastante heterogeneidad: desde ofi-
cios hasta empresarios, con casi un 20% del sector educación o sanidad)
a las acogedoras (casi exclusivamente o amas de casa, o relacionadas con
educación o sanidad). Llama, pues, la atención la sobre-representación
entre los acogedores de personas vinculadas profesionalmente con temas
relacionados con la infancia, dato, por lo demás, que no es exclusivo de
los datos españoles (Triseliotis y otros, 2000, por ejemplo, encuentran
datos muy similares en Escocia).
La mayoría de los acogedores vive en pareja (82% en los datos espa-
ñoles, algo muy parecido en los internacionales), siendo los restantes
personas solas, típicamente mujeres que, según los datos de Triseliotis
y otros (2000), son en su mayoría separadas o divorciadas. En más del
80% de los casos se trata de parejas que ya tienen hijos, siendo lo ma-
yoritario que tengan dos o más hijos. Si a la experiencia con sus pro-
pios hijos se une la experiencia profesional de un porcentaje importan-
te de estas parejas, se trata con frecuencia de personas con especiales
conocimientos y destrezas para las relaciones con niños y niñas.
Antes del comienzo de los acogimientos, las relaciones en el interior
de estas familias fueron valoradas por los técnicos que trabajaron con
ellas como caracterizadas por la cohesión y la flexibilidad, así como por
la buena colaboración entre sus miembros y la coherencia de criterios.
El estilo educativo predominante resultó ser el democrático, con altas
dosis de afecto, comunicación, disciplina y control. Además, estas fa-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 105
pués de haber pasado por los procesos de formación y valoración. Así, los
acogedores analizados en esta investigación se muestran conocedores del
acogimiento y sus diferentes modalidades, son en su mayor parte cons-
cientes de las historias personales y familiares de los niños y las niñas a los
que esperan acoger, se muestran más flexibles respecto a unos rasgos que
respecto a otros (así, no les preocupa mucho la etnia, pero sí los proble-
mas de conducta y los retrasos en el desarrollo), muestran cierta preocu-
pación ante el tema de las visitas y el de la despedida. Los aspectos que en
principio les resultan más fáciles de asumir son la atención a las necesida-
des básicas (alimentación, vestido, atención sanitaria, educación...), la
organización de la vida cotidiana de la familia, la colaboración con los
profesionales que intervienen en el caso y las características físicas y de
salud de los niños que acogerán. Por el contrario, los aspectos que más
difíciles les resultan a priori tienen que ver con los problemas de compor-
tamiento relacionados con agresividad y rebeldía, las relaciones entre los
hijos propios y los niños y las niñas acogidos, el miedo a una vinculación
afectiva demasiado intensa, la despedida al final del acogimiento y los
conflictos que pueden surgir en la relación con la familia del niño.
Los datos de estas mismas familias a lo largo del proceso de acogimien-
to muestran una muy interesante evolución. Claramente, a lo largo del
año y medio o hasta dos años que se prolongó la investigación, muchas
familias acogedoras han visto cómo iban mejorando la adaptación in-
dividual y familiar al acogimiento. Así, por ejemplo, los ajustes en la
organización familiar se van haciendo cada vez más fáciles, las relacio-
nes entre los hijos de la familia y los niños y las niñas acogidos tienden
a ir mejorando con el tiempo, así como la integración en el entorno y
con los iguales fuera del hogar; mejoran también con el paso del tiem-
po las relaciones entre familia acogedora y familia biológica (que a lo
largo del proceso de acogimiento se mantienen mejores en unas fa-
milias que en otras, dándose las relaciones menos favorables en las fami-
lias ajenas que hacen acogimientos permanentes). De hecho, la acepta-
ción de las visitas se mantiene año y medio después de iniciado el
acogimiento en línea con la valoración que antes del mismo se había
hecho en los acogedores, con cerca de un 70% que muestra actitudes
favorables, un 20-25% con actitudes parcialmente favorables y un 10-
15% con actitudes de rechazo a las visitas. Algunos aspectos han varia-
do a peor a lo largo del acogimiento, sin embargo. Así, por ejemplo,
108 ACOGIMIENTO FAMILIAR
9.000
8.000
7.000
6.000
5.000
4.000
3.000
2.000
1.000
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
1.800
1.600
1.400
1.200
1.000
800
600
400
200
0
1992 1994 1996 1998 2000
Por lo que al perfil personal de los niños y las niñas acogidos se refiere,
las características dependen mucho del tipo de acogimiento de que este-
mos hablando. Así, por ejemplo, en la investigación española a que veni-
mos haciendo reiterada referencia, en la que el porcentaje de niños y de
niñas era muy semejante, los había desde un mes de edad hasta los 17
años, con una edad media en torno a los 5 años de edad y con una des-
viación tipo de cuatro años y medio (Amorós y otros, 2003). Esta edad
no se aleja mucho de los 4 años que, de acuerdo con la revisión de Berrid-
ge (1997), es la edad promedio de los niños cuando entran en familias
acogedoras. Pero si se analizan las edades promedio en distintas modali-
dades de acogimiento nos encontramos con que la media de los niños
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 111
(20%), y algunos más los que presentan tres o más problemas de ese tipo
(29%). Por su parte, Rosenfeld y sus colaboradores (1997) han señalado
la presencia creciente de niños cuyos padres tienen sida, estando muchos
de los propios niños afectados de una u otra forma por el VIH.
Los datos españoles muestran que, aproximadamente, la mitad de
los niños y las niñas que entran en acogimiento familiar llega con pro-
blemas en hábitos y conductas que tienen que ver con la salud: el 45%
presenta algún problema en la alimentación, el 55% en la limpieza y
los hábitos de higiene, el 22% en el sueño, el 18% terrores nocturnos
y pesadillas reiteradas.
Por lo que se refiere a aspectos relacionados con el desarrollo psico-
lógico y la educación, el perfil promedio muestra la existencia de bas-
tantes problemas, cuya incidencia varía en función del ámbito de que
se trate. Así, el 50% de los niños y las niñas de la muestra de Amorós
y otros (2003) presenta un desarrollo cognitivo y lingüístico normal
para su edad, pero el 30% muestra algunos problemas en esos ámbitos;
el 14% bastantes problemas y el 6% graves problemas. La integración
y el rendimiento escolar en el momento de iniciarse el acogimiento era
satisfactoria para el 40% y con distinto grado de problemas para el
resto (38% con bastantes problemas y 5% con graves problemas). Algo
más de la mitad de los niños y las niñas presenta problemas relaciona-
dos con la autoestima, y el 60% es evaluado por los profesionales que
intervienen en el caso como con problemas emocionales (24% con
bastantes y 7% con graves problemas). Así es que, en resumen, al me-
nos el 50% de los niños y las niñas acogidos presenta problemas de
distinta gravedad en ámbitos psicológicos muy relevantes. El porcen-
taje parece similar entre los niños que entran en el sistema con la eti-
queta de necesidades especiales; sus problemas más frecuentes no son
discapacidades físicas o psíquicas, sino la acumulación del tipo de difi-
cultades a que se acaba de hacer referencia.
Resulta interesante señalar que la gran mayoría de los niños y lass
niñas (91%) mostraron reacciones de pérdida tras la separación de sus
padres, lo que indica que tenían establecidos con ellos vínculos de ape-
go. La tendencia de los bebés a apegarse es tan fuerte que la vincula-
ción se produce incluso con respecto a personas que maltratan, lo que
no quiere decir, lamentablemente, que en todos los casos se trate de un
apego sano y seguro, sino, con mucha más probabilidad, de tipos de
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 113
Factores relacionados con los padres y las madres de los niños y las niñas acogidos
Resulta cualquier cosa menos sorprendente que gran parte del mejor o
el peor proceso de adaptación y posterior desarrollo de un acogimiento
se deba a las características de la familia que acoge. Como ha quedado
124 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Son varios los factores relativos a los niños y las niñas acogidos que la
investigación ha encontrado estar significativamente relacionados con
el desarrollo de los acogimientos, con su continuidad o su riesgo de
interrupción, así como con la satisfacción con que son vividos por par-
te de todos los implicados. Mientras que algunas características infan-
tiles no parecen resultar de especial trascendencia o han dado lugar a
evidencias contradictorias, otras, sin embargo, han mostrado estar siste-
mática y coherentemente relacionadas con la forma en que la experien-
cia del acogimiento se ha desarrollado y ha funcionado.
El género de los acogidos es una de las variables que la investigación
ha encontrado como no relacionada o relacionada de forma poco clara
y firme con el desarrollo de los acogimientos. Son muchas las investi-
gaciones que no han encontrado una relación significativa entre el he-
cho de ser niño o niña y la forma en que el proceso ha funcionado y se
ha desarrollado. Algunas investigaciones pueden haber encontrado
una ligera tendencia a que los acogimientos de niños o los de niñas
hayan presentado más dificultades, pero el conjunto de la investiga-
ción deja la impresión de que se trata de una variable no especialmen-
te relevante para el tema que nos ocupa.
Muy diferente es lo que ocurre en relación con la edad de los niños
y las niñas en acogimiento. De una investigación a otra se repite el
mismo patrón, según el cual cuanto mayores son los niños y las niñas
en el momento de iniciarse el acogimiento, tanto mayor es el riesgo de
que éste resulte problemático y, con alguna frecuencia, interrumpido
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 129
muchos los niños y las niñas acogidos que piensan que se merecen la
situación de separación de sus padres en que se encuentran, que son
ellos la causa de los problemas y conflictos en su familia, etc., entre
otras cosas porque ése es el mensaje que con frecuencia tal vez oye-
ron. Por eso, resulta tan importante que estos niños y niñas puedan
tener una percepción lo más ajustada posible de las circunstancias
que les han llevado a la separación familiar, de su situación actual y
de sus perspectivas de futuro.
Como reflexión complementaria a lo anterior, nos parece especial-
mente pertinente el énfasis que Butler y Charles (1998) han puesto en
la diferente percepción que acogedores y acogidos tienen de su situa-
ción y sus relaciones. El cuadro 3.1, adaptado a partir de su propuesta,
deja clara la diferente percepción de la realidad antes, durante y tras el
acogimiento (en este caso, tras su interrupción) por parte de acogedo-
res y acogidos.
fue el «de boca a oreja»: la mitad de los acogedores analizados por Tri-
seliotis y otros (2000) entró en contacto con el mundo del acogimien-
to a través de parientes, amigos o compañeros de trabajo que acogían.
Una de las implicaciones de lo anterior es clara: la satisfacción con la
experiencia de quienes hacen acogimiento es una de las formas más
eficaces de contribuir a la captación de futuros acogedores. Sobre todas
estas cuestiones se volverá en el capítulo 4.
Existe acuerdo unánime en que los procesos de formación de los acoge-
dores constituyen uno de los elementos clave en el éxito de los acogi-
mientos. La tarea de acoger es muy compleja y, por más que sus motiva-
ciones sean las más adecuadas, los acogedores no tienen por qué estar
intuitivamente preparados para hacer frente de forma adecuada a las
muchas y muy complejas demandas con que se van a encontrar desde el
comienzo mismo de la experiencia. Niños y niñas llegan al acogimiento
después de haber pasado por una serie de experiencias personales muy
negativas, que han dejado en ellos conductas, sentimientos, expectativas
y formas de relación que van a marcar sus interacciones con los acogedo-
res. Para poder responder adecuadamente a las necesidades y a los pro-
blemas de los acogidos, los acogedores necesitan formación para saber
cómo interpretar las conductas infantiles, cómo educar y estimular a sus
acogidos, cómo relacionarse con los servicios y profesionales... Ninguna
de estas cuestiones forman parte de lo que cualquier padre o madre sabe
por su propia experiencia o por su sentido común. En castellano, por
fortuna, disponemos de un programa de formación en grupo para el
acogimiento que ha sido amplísimamente utilizado y que sin duda ha
reportado muchos beneficios (Amorós y otros, 1994). De él se tratará
con más detalle en el capítulo siguiente.
La necesidad de la formación se extiende a todas las familias acoge-
doras, sean del tipo que sean. Conviene subrayarlo porque tanto la
investigación internacional como lo que sabemos de nuestro entorno
muestran que con mucha frecuencia la formación se limita a los acoge-
dores en familia ajena, no llegando a los acogedores en familia extensa,
como si el hecho de ser los abuelos de un adolescente automáticamen-
te capacitara para entender sus dificultades, ayudarle a resolver sus
problemas, tomar decisiones razonables sobre sus contactos con los
padres, etc. Y, por otra parte, conviene también recordar tres impor-
tantes enseñanzas dejadas por la investigación internacional (que sepa-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 139
milia se lo reclama que por iniciativa propia o porque así esté progra-
mado y forme parte del protocolo de intervención. Esta ausencia de
contacto por parte de los profesionales, a la espera de que los padres
llamen si tienen algún problema, tiene entre otros el efecto perverso de
desincentivar los contactos espontáneos por parte de los acogedores,
temerosos de que sus llamadas o peticiones de ayuda se interpreten
como incapacidad para hacer frente a los problemas y, por tanto, para
llevar a cabo con éxito el acogimiento (Berridge, 1997).
La necesidad de apoyo a los acogedores una vez comenzado el aco-
gimiento se extiende a todos los acogimientos, en familia extensa o
ajena, con o sin previsión de retorno, de corta o larga duración. Lógi-
camente, esa necesidad es todavía más incuestionable en los casos de
acogimientos de más complicado pronóstico, porque, como indican
Rushton, Quinton y Treseder (1993), hay chicos y chicas cuya historia
y cuyas características les hacen particularmente perturbados y que
pueden desestabilizar, incluso, a las familias más sólidas y con mejores
habilidades educativas.
De la investigación llevada a cabo por Triseliotis y otros (2000) en
Escocia se deriva que la mayoría de los acogedores están insatisfechos
con el nivel de apoyo que reciben una vez iniciado el acogimiento. En
concreto, las cosas que reclaman son: visitas más frecuentes de los pro-
fesionales, sobre todo para interesarse por el niño o la niña; mayor
disponibilidad por parte de los profesionales, incluyendo servicio per-
manente de 24 horas; ser escuchados y valorados; trabajar en equipo;
formación y apoyo continuados como parte de los contactos habitua-
les; ayuda concreta en el manejo tanto de las visitas de los niños con
sus padres como de los problemas de conducta; más apoyo a todos los
miembros de la familia cuando el acogimiento termina y los acogidos
se marchan; más apoyo en el caso de que los acogidos hagan acusacio-
nes falsas contra los acogedores; servicios de respiro para momentos de
crisis o cada cierto tiempo.
El de la remuneración económica por el acogimiento es un tema polé-
mico que debe ser mencionado aquí porque algunas investigaciones han
encontrado una relación positiva entre la calidad y la estabilidad de los
acogimientos y el hecho que los acogedores reciban alguna retribución
económica (Chamberlain, Moreland y Reid, 1992). La polémica sobre
la remuneración económica esconde en realidad un debate más de fon-
142 ACOGIMIENTO FAMILIAR
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO
Principios generales
• Las mayores dificultades que presentan hoy en día los niños y las
niñas acogidos.
• La falta de un mayor reconocimiento social de la figura del aco-
gedor.
• Las escasas ayudas económicas en relación con el coste real del
acogimiento y la baja eficiencia de la administración para cum-
plir a tiempo sus compromisos económicos.
• La falta de apoyo continuado por parte de los servicios de pro-
tección de la infancia.
• La necesidad de mayor formación inicial y continuada.
Junto con estos motivos, que pueden ser alentados a través del pro-
ceso de captación, existen también factores que pueden dificultar la
participación: cierta desconfianza de la administración, falta de con-
fianza en sus propias posibilidades para hacer frente a las necesidades
de los niños, temor a ser rechazados por parte de los servicios, descon-
fianza respecto al intrusismo de los profesionales del acogimiento.
Todos estos factores pueden estar presentes desde el primer mo-
mento o pueden aparecer posteriormente en la toma de decisiones
para llegar a ser una familia acogedora, por lo que hay que tenerlos
muy presentes a la hora de diseñar una campaña de manera tal que los
objetivos, el mensaje y las actitudes de los profesionales faciliten el in-
terés de aquellas familias que desean ayudar, al tiempo que se despejan
y aclaran al máximo sus temores o sus dificultades.
Una vez puesta en marcha una campaña, algunas familias se sentirán in-
teresadas y querrán tener más información. Se hace entonces importante
tener organizada la forma de responder a ese interés, porque ello permite
a las familias sentirse seguras en su decisión y les revela una imagen res-
ponsable por parte de la Administración. Las experiencias realizadas en
distintas comunidades autónomas indican que hay varias formas adecua-
das de realizar la recepción de los resultados de las campañas de captación:
El proceso de valoración/formación
Fase inicial
CUADRO 4.2 Áreas generales a explorar en los inicios del proceso de valoración
para el acogimiento
Estilo educativo
17. Estilo educativo de los acogedores (impositivo, democrático, permisivo,
indiferente): grado de acuerdo y, si las hubiere, diferencias más impor-
tantes entre uno y otro.
18. Capacidad de comunicación de los acogedores (por ejemplo, si tienden
a hablar, a comentar, a expresar opiniones y a pedirlas, etc.) en relación
con los niños.
19. Capacidad de los acogedores para establecer normas y exigir su cumpli-
miento.
20. Manejo con los niños de estrategias educativas concretas tales como el
castigo y la negociación.
160 ACOGIMIENTO FAMILIAR
23. Conocimiento que la familia tiene sobre los tipos de acogimiento y sus
características.
24. Motivación de la familia para plantearse el acogimiento.
25. Aceptación del resto de los miembros de la familia nuclear al plantearse
la idea de acogimiento.
26. Aceptación de la idea por parte de la familia extensa.
27. Aspectos del acogimiento que la familia ve como más fáciles de asumir y
como más difíciles.
28. Tipo de acogimiento que la familia estaría dispuesta a asumir. En rela-
ción con la edad, hermanos, minusvalías o deficiencias, enfermedades,
trastornos de conducta, etc.
29. Evolución de la familia en relación con la idea del acogimiento.
30. Actitud ante los orígenes del niño o la niña y la problemática de la fami-
lia biológica.
31. Actitud ante las posibles visitas o contactos con la familia biológi-
ca.
32. Consideración de una imagen correcta, excesivamente idealizada o exce-
sivamente negativa del niño o la niña concreto o de los que habitualmen-
te están disponibles para acogimientos.
33. Actitud ante la separación del niño o la niña y su salida del hogar o su
retorno a la familia biológica.
34. Grado de concordancia o de acuerdo existente entre los miembros de la
pareja por lo que al acogimiento se refiere.
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 161
35. Grado de aceptación por parte de la familia del curso de formación. Da-
tos que al respecto pueden ser de interés.
36. Aceptación por parte de la familia del contacto con otras familias de acogida.
37. Grado de aceptación y de colaboración con la familia biológica, si existe.
Fase final
• Salud física.
• Familias preferentemente, pero no exclusivamente, con hijos.
• Capacidad para aceptar y respetar al menor y todas sus caracte-
rísticas.
• Aceptación del acogimiento por parte de todos los miembros de
la unidad familiar.
• Capacidades educativas: adecuación de pautas educativas a las
necesidades de los menores.
• Capacidad de diálogo y de reflexión.
• Estabilidad emocional para aceptar una relación de ayuda a un
niño, sin sentimiento de posesión sobre el mismo.
• Capacidad de colaboración con el servicio y/o con otras familias
de acogida.
• Comprensión y aceptación de la posible temporalidad del acogi-
miento.
El proceso de adaptación
La familia biológica
niña en cuestión, sino también, como acabamos de ver, para sus padres
y, como se verá luego, para sus acogedores, son los niños y las niñas
afectados quienes se enfrentan a esta situación con una mayor vulnera-
bilidad, por lo que merece la pena analizar con especial detenimiento
lo que para ellos es y supone el proceso de adaptación a su nueva situa-
ción. Analizaremos, en primer lugar, las pérdidas que inevitablemente
están asociadas a la salida de la propia familia para ser acogidos por
otra, así como las reacciones típicas ante tales pérdidas. Examinaremos
luego cómo los niños y las niñas tratan de entender y de dar sentido a
lo que les está ocurriendo, así como de situarse emocionalmente ante
ello. Finalmente, analizaremos las fases por las que pasa el proceso de
adaptación y las importantes diferencias entre unos niños y otros en la
forma de llevarlo a cabo.
Pero antes de entrar en el detalle de estas diversas cuestiones importa
señalar que el proceso de adaptación se inicia antes de la llegada a la
nueva casa o en el proceso de transición que a ella lleva. Así, por ejem-
plo, a los niños y a las niñas que van a irse con una familia de acogida
les facilita mucho la transición poder llevar consigo alguno de sus obje-
tos y juguetes preferidos, así como fotos de sus personas queridas
(Child Welfare League of America, 1995; Fahlberg, 1991). A este res-
pecto, una investigación mostró que la inmensa mayoría de los chicos
y las chicas de la muestra pensaban que poder llevarse algún objeto per-
sonal era muy útil de cara a facilitar su transición al hogar de los acoge-
dores y lo mismo ocurrió respecto a la posibilidad de llevar fotos de su
familia. Sin embargo, los datos de esa misma investigación mostraban
que menos de la mitad de los niños pudieron llevarse cosas consigo y
que menos de las dos terceras partes llevaron con ellos fotos de familia-
res (Kufeldt, Armstrong y Dorosch, 1989, citado por Martin, 2000).
Otra forma de facilitar enormemente la transición es, cuando resulte
posible, implicar en ella a los padres, lo que tiene la ventaja de indicar-
les que su colaboración es importante y bienvenida, así como la de
mostrar a los niños y a las niñas que sus padres son partícipes y aprue-
ban el proyecto de acogimiento en que se van a embarcar.
Como ya se ha indicado, cuando los niños tienen que salir de su fami-
lia y pasar a estar con otra, normalmente es porque en la familia biológica
las cosas estaban yendo mal o muy mal. Puesto que las familias a las que
van suelen haber sido valoradas como adecuadas, protectoras y compe-
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 175
Además, en las fases iniciales del acogimiento los niños y las niñas
acogidos tienen que llevar a cabo una serie de inevitables ajustes conduc-
tuales a la nueva familia, con sus costumbres, rutinas y normas tan dife-
rentes de aquellas a las que estaban acostumbrados en su hogar familiar.
Martin (2000) se ha referido a la dificultad de este proceso indicando
que en esta primera etapa los niños acogidos viven físicamente en una
casa, pero psicológicamente, en otra, sintiéndose, como han señalado
Johnson y otros (1995) «queridos» por sus padres y «cuidados» por sus
acogedores. Es en este contexto en el que tiene que producirse la sociali-
zación en un nuevo hogar, el reajuste de su conducta y de sus interac-
ciones. El proceso que se pone en marcha puede ser sencillo o complejo
y merece ser analizado con un poco más de detalle.
Suele decirse que el proceso de adaptación a la nueva familia co-
mienza de forma suave y agradable, captando sobre todo las ventajas
de la nueva situación, probablemente tras el periodo de tormentas y de
tensiones que antecedieron a la salida del hogar. También para los aco-
gedores termina el largo proceso que les llevó, primero, a tomar la de-
cisión de acoger y, luego, de pasar por procesos de formación y valora-
ción. Con frecuencia se utiliza la expresión luna de miel para referirse
a esta transición en la que tal vez la percepción de las ganancias predo-
mine sobre la de las pérdidas. A ello puede contribuir que los niños
estén en la primera fase de las que se inician tras la pérdida de las figu-
ras de apego, aquella caracterizada por la negación de que ésta se haya
producido y la minimización de sus implicaciones. Particularmente
cuando se trata de niños pequeñitos, esta luna de miel puede prolon-
garse por ambas partes y dar después lugar a una adaptación mutua
menos idealizada y más basada ya en el conocimiento y en los ajustes
mutuos, pero fundamentalmente satisfactoria. Hay casos, sin embar-
go, en que la luna de miel es un periodo corto que se ve sucedido por
problemas y desajustes derivados en gran medida de la adaptación a las
nuevas demandas educativas (cuidar de las cosas, colaborar en las ta-
reas de la casa, ordenar, no utilizar un lenguaje ofensivo, obedecer, es-
forzarse...) y de algunas conductas que pueden ser especialmente pre-
ocupantes para los acogedores (desobediencia sistemática, conducta
sexualizada...). Un cierto distanciamiento afectivo puede ser casi inevi-
table en algunos casos, particularmente cuando los niños presentan
muchas dificultades y los acogedores no estaban preparados para estas
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 179
complicaciones y las viven como una señal de que el niño es muy pro-
blemático o de que hay incompatibilidades entre ellos. Las cosas pue-
den complicarse si en la conducta de los niños aparecen retos, desafíos y
muestras de rechazo, que los acogedores pueden interpretar de nuevo
como una amenaza al proyecto de acogimiento, como la expresión de
un cierto rechazo hacia ellos y como la manifestación de graves proble-
mas de difícil solución en el niño o la niña. Algunas de estas conductas
tienen que ver con desobediencia sistemática, robos, mentiras, rabie-
tas... Quinton, Rushton, Dance y Mayes (1998) han analizado estos
problemas y su evolución a lo largo del primer año de convivencia con los
acogedores, mostrando un cuadro «complicado y fluctuante» (p. 107), por
usar la expresión de los autores: algunos problemas se resuelven o dismi-
nuyen, pero pueden aparecer otros nuevos, aunque no todos los que
aparezcan deben ser interpretados negativamente (por ejemplo, el hecho
de que el niño sea ahora menos tímido y exprese más abiertamente sus
puntos de vista, a veces con conductas de oposición).
Resulta interesante indicar que las conductas de reto y desafío se
interpretan con mucha frecuencia como manifestaciones de rechazo e
insatisfacción de los niños y las niñas hacia los acogedores, cuando a
veces tienen un significado bien diferente: se trata en gran medida de
una manifestación de sus tensiones internas, pero también de explorar
los límites y de poner a prueba el compromiso afectivo de los acogedo-
res. Algunos niños pueden llevar tan lejos esta exploración que pueden
poner el acogimiento al borde de la ruptura, por lo que la preparación
previa y el apoyo profesional posterior a los acogedores se convierten
en una necesidad de cara a proteger el proceso en sus fases más compli-
cadas.
Por otra parte, no puede olvidarse que a estas alturas del proceso de
acogimiento los niños pueden haber pasado de la fase de shock y nega-
ción a la de protesta, y que algunas de sus conductas desafiantes y de
rechazo pueden ser precisamente una forma de expresar su rabia y des-
esperación. Están al mismo tiempo reclamando comprensión y no
aceptándola cuando se les da, con un rechazo casi ritualista de la ayuda
que se les ofrece (Levine, 1990). Si ante esta situación los acogedores
no están preparados para entender la complejidad de la situación y
para hacerle frente de manera adecuada, el propio proceso de acogi-
miento puede entrar en situación de riesgo.
180 ACOGIMIENTO FAMILIAR
0 10 20 30 40 50 60
Graves problemas
Bastantes problemas
Algún problema
Normal
Muy satisfactorio
La familia acogedora
son, por una parte, la información que los acogedores reciben sobre el
niño o la niña que todavía no ha llegado y, por otra, la forma en que se
produce la transición de la situación previa a la familia acogedora.
Por lo que se refiere a la información previa, el conocimiento detalla-
do de las características del niño o la niña (su edad, sus antecedentes,
su personalidad, sus capacidades y limitaciones, sus problemas...) y de su
familia biológica (el motivo del acogimiento, las perspectivas de retor-
no, las características de los padres, sus problemas y posibilidades...)
permitirá a los acogedores hacerse una idea lo más precisa posible de
las situaciones a las que van a tener que enfrentarse, de los tipos de sa-
tisfacciones y de tensiones con que se van a encontrar, del tipo de rela-
ciones que va a ser posible establecer con el niño y sus padres, formán-
dose así unas expectativas que es preferible que la realidad no defraude
posteriormente de forma significativa. De hecho, partir de una in-
formación muy insuficiente o muy inadecuada se ha asociado por los
investigadores con mayor riesgo de dificultades en el acogimiento e,
incluso, con el mayor riesgo de ruptura (Berridge y Cleaver, 1987). Es
importante subrayar que la necesidad de información completa y ade-
cuada se da en todo tipo de acogimiento, no quedando excluidos los
de familia extensa de ese requerimiento, pues el hecho de que el niño
forme parte de la familia no garantiza que los acogedores dispongan de
toda la información que les puede resultar relevante de cara a pasar a
convivir directamente con él, y algo parecido puede decirse respecto a sus
padres, cuyas circunstancias y perspectivas no tienen por qué ser com-
pletamente conocidas por los acogedores.
Por lo que se refiere a la forma en que se lleva a cabo la transición de
un hogar a otro, lo más habitual es que se haga en condiciones que no
son las más recomendables. Así, suele considerarse una buena idea que
los padres ayuden al niño o a la niña a preparar su equipaje (poniendo
en él algunas de las cosas que al niño o a la niña más le gustan y más
asocia con su bienestar o relajación), así como que los padres acompa-
ñen a los niños en sus visitas a la familia acogedora anteriores al acogi-
miento. Los mensajes que de esta forma se transmiten al niño son
claros: su familia no es algo que se vaya a esperar que olvide, las cosas
que le gustan y que le recuerdan a su casa y a sus padres son valoradas,
los padres están implicados en el proceso de acogimiento y no es algo
que les sea extraño o en lo que ellos no hayan tenido nada que ver, la
184 ACOGIMIENTO FAMILIAR
Seguimiento y apoyo
aunque hay también aspectos diferenciales a los que nos referiremos. Ter-
minaremos analizando cuál fue el destino posterior de los niños y las
niñas que pasaron por acogimientos de urgencia y reflexionando sobre el
lugar del acogimiento de urgencia en el sistema de protección.
guiente que hay que hacer es llevar a cabo una valoración concienzuda de
las circunstancias familiares y hacer un pronóstico de recuperación que va
a orientar la salida del caso en una dirección (por ejemplo, retorno con los
padres) u otra (por ejemplo, propuesta de acogimiento preadoptivo).
En este tipo de acogimiento, como en cualquier otro, los niños se
incorporan a su familia de acogida y llevan con ella una vida normali-
zada, recibiendo los cuidados, las atenciones, la estimulación y el afec-
to de los acogedores y del resto de los miembros de la familia (otros
niños que pueda haber en el hogar, por ejemplo). Mientras, los profe-
sionales llevan a cabo todas las indagaciones y las valoraciones que
necesiten para tomar una decisión respecto al futuro.
Puesto que es evidente que este tipo de acogimiento plantea unos
retos específicos, se hace necesaria para los acogedores una formación
que en parte será compartida con la formación recibida por cualquier
otro acogedor, pero que en parte tendrá sus propias particularidades.
Piénsese, por ejemplo, que en muchos casos estamos hablando de be-
bés a los que es fácil apegarse tras unas semanas de contacto; y, sin
embargo, las familias que hacen acogimiento de urgencia saben (por-
que forma parte de su compromiso) que en ningún caso el niño o la
niña al que están acogiendo se quedará con ellos, lo que significa que
habrá que prepararles para una despedida que no se da en el caso de
otros tipos de acogimiento, por ejemplo, en los permanentes.
Las familias que participan en este tipo de acogimiento reciben una
gratificación económica por su disponibilidad (tengan o no tengan
algún niño en acogimiento en ese momento en su casa) y una compen-
sación económica por los gastos en que necesariamente incurrirán
como parte de los cuidados y las atenciones al niño o a la niña (alimen-
tación, vestido, equipamiento del hogar, etc). No se trata de que estas
familias reciban un salario como pago, sino simplemente de que el
acogimiento de urgencia no se convierta en una carga económica para
quienes lo hacen.
Historia y concepto
milia extensa no siempre es una opción posible (tiene que haber pa-
rientes dispuestos a ser alternativa familiar para el niño o la niña), ni
deseable (los acogimientos en familia extensa no pueden ser acogi-
mientos de segunda categoría en los que las familias carezcan de las
cualidades adecuadas). Por otra parte, el sistema de protección debe
considerar que este tipo de acogimiento necesita tantos apoyos, recur-
sos e intervenciones profesionales como cualquier otro acogimiento.
Así, los familiares acogedores deben estar preparados para proporcio-
nar seguridad, para afianzar el bienestar, para cubrir las necesidades de
todo tipo (las habituales y las especiales) y para manejar los contactos
y la vinculación con la familia biológica.
Existe ya consenso profesional en que el acogimiento en familia ex-
tensa presta un buen servicio a las necesidades de niños y niñas. Da con-
tinuidad a una vida en la que cierta discontinuidad debe introducirse,
ayuda a vivir con naturalidad una transición que no es fácil, sin crear un
entorno cargado de profesionales y desconocidos en que el niño pueda
sentirse perdido. El cambio tiene mucho más de suave que de brusco y
típicamente aporta importantes elementos de seguridad y continuidad
(la red de amigos, el entorno de personas conocidas, la escuela, la proxi-
midad de los padres, el vecindario....) (Greff, 1999). Se piensa que al
minimizar los diversos aspectos negativos que conlleva la separación del
niño del núcleo familiar (las rupturas de todo tipo), se minimizarán las
posibles consecuencias emocionales (ansiedades de separación, confu-
sión...) y conductuales que puede conllevar la separación (agresividad,
inhibición, problemas de integración...), aumentando, a su vez, la pro-
babilidad de éxito. Diversas investigaciones (por ejemplo, Hegar, 1993)
han mostrado cómo los acogimientos en familia extensa aumentan la
seguridad, el sentimiento de pertenencia y la sensación de integración.
Estén acogidos en familia extensa o ajena, todos los niños presentan ne-
cesidades de protección y alimentación, así como necesidades emociona-
les, sociales y de estimulación. Algunos estudios, como el de Berrick y
otros (1994) no han encontrado diferencias significativas entre los ni-
ños en función de la modalidad de acogimiento, de forma que tanto
los que estaban en familia extensa como los de familia ajena presenta-
ban en un 15% problemas de salud y en un 40% exposición prenatal a
drogas que había llevado al 10% al síndrome de alcoholismo al nacer.
Ya de mayores, aproximadamente una tercera parte de los niños y las
niñas había repetido un curso.
De las pocas diferencias encontradas puede indicarse que en los aco-
gimientos en familia extensa es más probable que haya algún otro her-
mano en situación de acogimiento y que haya más incidencia de maltra-
to. Por lo que a los problemas de conducta se refiere, aunque algunas
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 217
Acogimiento Acogimiento
en familia extensa en familia ajena
4.3. Relación entre la familia acogedora y la familia biológica del niño: rela-
ción afectiva, nivel de aceptación y ayuda, contactos...
• Relación afectiva entre la familia acogedora y los padres del niño o la niña.
• Contactos entre la familia acogedora y los padres del niño o la niña.
222 ACOGIMIENTO FAMILIAR
G. Síntesis final
7.1. Caracterización global de la familia acogedora (idoneidad o no idonei-
dad de la familia).
• Principales puntos débiles, críticos, trastornos o limitaciones (indica-
dores claros de no aptitud).
• Aspectos positivos destacables (tipo de ayudas o intervenciones nece-
sarias y existencia de posibilidades de mejorar).
7.4. Posibilidad de mejorar la situación con ayudas (especificar si las ayudas
son para el menor o para la familia acogedora).
• Existencia de posibilidades.
• Tipo de ayudas o intervenciones necesarias.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 223
Formación y apoyos
Acogimiento especializado
El acogimiento familiar especializado surge para dar respuesta a las ne-
cesidades que presentan los niños y las niñas que tienen serios proble-
mas y que se ven inmersos en las situaciones de alto riesgo que presen-
tan actualmente sus familias. Como consecuencia de situaciones de
grave maltrato y de otros problemas de las familias biológicas (Kates,
Johnson, Rader y Streider, 1991), es cada vez es más frecuente encon-
trar niños y niñas con serios problemas de salud y de comportamiento
que necesitan de atenciones especiales (Amorós y otros, 2003; Rosen-
feld y otros, 1997; Soliday, 1998).
Historia y concepto
El acogimiento familiar especializado trata de atender en un contexto
familiar las necesidades y dificultades que presentan niños y niñas con
graves problemas. Los programas de acogimiento familiar especializa-
do se iniciaron en Estados Unidos en la mitad del siglo XIX y surgieron
del trabajo de Charles L. Brace (Hudson y Galaway, 1989) desarro-
llándose a partir de finales de los años de 1950. De acuerdo con Bryant
(1981, 1983), existen dos etapas en su desarrollo. La primera comien-
za a finales de la década de 1950 e inicios de la de 1960, cuando se
utiliza el acogimiento familiar como un tratamiento complementario
de los hospitales psiquiátricos y de los centros residenciales, con el ob-
jetivo de que los niños y los jóvenes pudieran volver a su comunidad.
La segunda etapa corresponde al movimiento de desinstitucionaliza-
ción de hacia finales de los 60 del siglo XX, momento en que este tipo
de acogimiento se usó como alternativa a la institución, pasando los
niños y las niñas a vivir plenamente con sus acogedores.
A partir de esta época, los acogimientos familiares especializados se
han desarrollando a escala mundial. En los inicios de la década de
226 ACOGIMIENTO FAMILIAR
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS
Principios generales
miento están entre los más complicados con los que actualmente se
trabaja en el sistema de protección. Por una parte, los programas de
tratamiento logran retener en sus familias a muchos de los niños y ni-
ñas cuyas situaciones de partida quizá eran menos conflictivas, de ma-
nera que aquellos para los que se considera necesaria la medida de se-
paración proceden de situaciones que se han valorado como más
complejas y perjudiciales. Por otra, para niños y niñas con serias difi-
cultades o, incluso, altamente perturbados que otrora hubieran sido
sin más institucionalizados, el acogimiento familiar se ve ahora como
una alternativa posible y deseable. El énfasis puesto, por una parte, en
la preservación de la unidad familiar y, por otra, en los esfuerzos para
lograr reunificaciones una vez producida la separación implica muchas
más complicaciones que las derivadas de una separación radical y defi-
nitiva (que, por otra parte, no está exenta de complicaciones, pero que
simplifica mucho el funcionamiento del sistema).
A la complejidad inherente al acogimiento hay que añadirle, pues,
la que se deriva de la mayor problemática que suponen el pasado y el
presente de los niños y las niñas en acogimiento, lo que convierte esta
alternativa en un conjunto de difíciles retos para todos los implicados.
Seguramente esto es así de manera inevitable, de forma que hay que
hacerse a la idea de que el trabajo en el mundo del acogimiento va a
reclamar importantes esfuerzos de organización y de intervención. Las
estructuras, las lógicas y las herramientas simples están condenadas al
fracaso cuando enfrente tienen realidades cargadas de complejidad y
dificultad. Y el acogimiento se encuentra por definición en el entrecru-
ce de diversas realidades con esa carga. Como han señalado Bass,
Shields y Behrman (2004), el acogimiento está caracterizado por la
incertidumbre y una cierta inestabilidad, incluso en las condiciones
más favorables (que —añadimos nosotros— son las que con más fre-
cuencia se resisten a aparecer).
En medio de los retos y las tensiones que el acogimiento implica,
conviene no perder de vista unos pocos principios generales que por ele-
mentales no son menos esenciales. El primero de ellos tiene que ver con
la forma en que se organizan y conceptualizan los vértices del cuadrado
a que se ha hecho referencia un poco antes. Porque si un cuadrado pue-
de en principio ser colocado de cualquier manera, siendo indiferente la
posición que ocupa cada uno de sus lados y ángulos, en el caso del aco-
236 ACOGIMIENTO FAMILIAR
gimiento no debe olvidarse que los niños y las niñas implicados consti-
tuyen el vértice fundamental, aquel en torno a cuyas necesidades deben
pivotar los demás elementos implicados. Naturalmente, el bienestar de
niños y niñas no es el único bien a preservar, y, en la medida de lo posi-
ble, se debe atender al de las demás partes implicadas. Pero si se quiere
ser coherente con el principio de que el bienestar infantil es el bien supe-
rior a proteger, ese debe ser el eje y la guía en la toma de decisiones.
El objetivo primero del acogimiento familiar, como el de todas las
demás actividades en el sistema de protección de la infancia en situa-
ción de riesgo, debe ser garantizar la seguridad y el bienestar de los niños
y las niñas implicados, que además son sujetos con una especial vulne-
rabilidad, dadas las circunstancias en que su vida ha tenido que de-
sarrollarse. Porque, como señalan Bass y otros (2004), para niños y
niñas que con frecuencia ya han sufrido mucho, el acogimiento fami-
liar no puede ser una experiencia que añada traumas y malas experien-
cias. Como acertada y esquemáticamente ha sabido decirlo Badeau
(2004), el objetivo número uno del acogimiento familiar es muy sen-
cillo: no hacer daño. Y, sobre todo, no hacer daño a los más vulnera-
bles, que son los niños y las niñas implicados.
Un segundo principio general que nos parece importante traer a este
pequeño grupo de grandes principios tiene que ver con un aspecto esen-
cial del estilo de intervención profesional. En la medida de lo posible, la
toma de decisiones no debe hacerse sobre los protagonistas (decisiones
sobre la familia biológica, o sobre el niño, o sobre los acogedores), sino
con ellos. Como señalaremos en más de una ocasión en las páginas que
siguen, implicar todo lo que sea posible a los padres, a sus hijos o a los
acogedores de éstos en la toma de decisiones que les afectan es un princi-
pio que a veces no puede realizarse, pero que en las más de las ocasiones
puede ser llevado a cabo en mayor o menor medida. Y el resultado cuan-
do se les da la participación posible no es peor que cuando las decisiones
las toman exclusivamente los profesionales, sino que suele ser mejor y
producir resultados más satisfactorios, con una percepción de participa-
ción que aumenta la sensación de control sobre la propia vida frente a los
sentimientos de incapacidad, impotencia e indefensión.
Un tercer principio general que también nos parece importante des-
tacar tiene que ver con uno de los componentes del modelo de inter-
vención utilizado para aproximarse a la resolución de los difíciles pro-
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 237
Los acogedores
necesaria. Pensemos, por ejemplo, en los niños y las niñas que tienen
hermanos pero que, por la razón que sea, no se han incorporado con
ellos a la situación de acogimiento, sino que están en otras familias;
para ellos puede ser de gran importancia plantearse no sólo el tema de
las visitas de los padres, sino también las conexiones con los hermanos.
En definitiva, la «talla única» no puede funcionar bien en una realidad
tan diversa, tan heterogénea y cambiante como es el acogimiento fami-
liar: la diversidad de modalidades, la variedad de situaciones familiares
y de características de todos los implicados, la heterogeneidad de pro-
blemas y necesidades reclaman un trabajo que inevitablemente tendrá
que ser fuertemente personalizado en el que —de nuevo— las necesi-
dades concretas de niños y niñas en cada momento deben ser el eje
fundamental en torno al cual organizar la intervención.
Intervención, por otra parte, que no termina con el acogimiento,
sino que debe continuar una vez que el niño o la niña pasa a una nue-
va situación. De particular importancia nos parece hacer referencia a
las necesidades de niños y niñas para los que se ha optado por la reuni-
ficación familiar, que van a necesitar de servicios «accesibles, duraderos
y de buena calidad» (Bass y otros, 2004, p. 18). No es ocioso recordar
que estamos hablando de personas y situaciones particularmente frági-
les y vulnerables a las que no se puede dejar a su suerte sencillamente
porque han cambiado de situación administrativa.
Un aspecto que nos parece esencial en el caso de los niños y las niñas
en acogimiento tiene que ver con una realidad que en la infancia tiene
un significado bien diferente al que luego adquiere en otros momentos
de la vida: el tiempo. Un año en la vida de un adulto es una unidad de
tiempo importante, pero no trascendental. En la vida de un niño o
una niña, el valor de esa misma unidad es mucho más elevado. Como
se analizó en el primer capítulo, lo que inevitablemente se desprende
del especial significado y la especial importancia del tiempo en la in-
fancia es la necesidad de intervenciones profesionales en las que la ra-
pidez sea uno de los componentes que se tomen en consideración, par-
ticularmente cuando las medidas que se han adoptado tienen carácter
provisional y transitorio. El limbo de la provisionalidad no es un lugar
en el que tener instalado a un niño si se le quiere proteger adecuada-
mente. En el mismo sentido, la prolongación mucho más allá de los
tiempos previstos (por ejemplo, en el caso de los acogimientos de ur-
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 249
profesionales que deben llevarse a cabo con los padres de los niños, con
sus acogedores y, por supuesto, con los niños mismos; afecta a los tipos
de apoyo, por ejemplo, o a la frecuencia y la modalidad de los segui-
mientos. Resulta estremecedor el contraste entre el abigarrado cuadro
de necesidades que el acogimiento plantea y el escuálido soporte insti-
tucional desde el que se trata de darle respuesta. Sólo desde una diver-
sificación de los servicios, los profesionales y las respuestas parece posi-
ble reducir de forma significativa este lamentable contraste.
Lógicamente, cuanto mayor sea la diversificación, más riesgo hay de
fragmentación y caos. De ahí que el tercer aspecto que nos importa
subrayar sea el de la coordinación. La fragmentación y, sobre todo, la
descoordinación entre los agentes de la intervención y entre los servi-
cios que ponen en marcha resultan una fuente de continua confusión
y frustración para los padres, para los acogedores y para los niños
(Stukes Chipungu y Bent-Goodley, 2004). El sistema en sí mismo y la
eficacia de su respuesta y sus actuaciones se debilitan enormemente
cuando las intervenciones profesionales se retrasan por falta de coordi-
nación, cuando se duplican de forma indeseable, cuando dejan de pro-
ducirse porque se supone que otros elementos del sistema se hacen
cargo, cuando se retrasan porque no se habían engranado suficiente-
mente los mecanismos de coordinación, etc.
Finalmente, el criterio último del buen funcionamiento del sistema
está en su eficacia, es decir, en su capacidad para responder de forma
adecuada a los objetivos planteados y para atender adecuadamente a
las necesidades de los implicados, muy particularmente de los niños y las
niñas. Hasta donde sabemos, entre nosotros está por elaborarse una
lista sistemática de indicadores de calidad del acogimiento familiar y
tal vez esa elaboración constituyera un hito que contribuyera a aumentar
la sensibilidad del sistema respecto a la importancia de asegurar una
respuesta adecuada a los problemas planteados. Porque es evidente que
la eficacia del sistema no consiste en emplazar a un niño o a una niña
con una familia acogedora, sino en ser capaz de responder adecuada-
mente a la numerosa y compleja diversidad de retos que a todos los
implicados en el proceso de acogimiento se les plantean.
La eficacia de que hablamos tiene que traducirse en las muy diversas
tareas implicadas en el acogimiento. Baste pensar, por ejemplo, en la
necesidad de mejorar el conocimiento y la sensibilización social con
252 ACOGIMIENTO FAMILIAR
nocer mejor la realidad del acogimiento, sus datos, sus problemas, sus
recursos y sus tendencias. Por otra parte, investigación básica para ana-
lizar algunos de los procesos clave en el desarrollo de los acogimientos
familiares, como, por citar sólo un ejemplo, los cambios en las repre-
sentaciones mentales del apego una vez que los niños son separados de
sus familias y luego de transcurrido un cierto tiempo desde su inicio.
Finalmente, investigación ligada a la evaluación del impacto de las inter-
venciones profesionales, como la evaluación de la eficacia de los progra-
mas de formación o la de las innovaciones en acogimiento familiar,
como se hizo, por ejemplo, a propósito del programa «Familias canguro»
(Amorós y otros, 2003), varias veces mencionado a lo largo de este li-
bro. El del acogimiento es entre nosotros un vasto territorio inexplora-
do que está a la espera de iniciativas de investigación que ayuden a
conocerlo mejor y, por ende, a mejorarlo.
Por último, hay toda una serie de importantes factores que afectan
al acogimiento familiar y que pertenecen no al ámbito de la interven-
ción profesional, sino al de la acción política. De ella depende, por
ejemplo, la forma en que se definen, se organizan y se coordinan las
políticas de familia e infancia; la manera en que se articulan las inter-
venciones administrativas y las judiciales; la arquitectura del sistema de
protección y el engarce entre sus diferentes componentes; el lugar y la
importancia que el acogimiento tiene dentro del sistema y los recursos
que se destinan a su puesta en marcha, a su apoyo, a su evaluación y
mejora. Todos los anteriores son ejemplos de las responsabilidades que
tienen las autoridades de las que depende el acogimiento familiar, un
formidable pero muy complejo recurso que debe todavía luchar por
salir del muy secundario papel que las políticas de protección de la in-
fancia le han asignado.
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ÍNDICE ANALÍTICO
abuelos acogedores, 73, 103, 106, 138, 188, adaptación (acoplamiento), 14, 72, 87-88, 122-
207, 215-216, 224, 245, 247 123, 132-133, 135, 145, 156, 167, 170, 188,
acogimiento 193, 210, 227-231, 246-247
de urgencia-diagnóstico, 14, 72-73, 75, 78- adopción, 51, 55, 64, 66-68, 72, 81, 84, 86, 87,
81, 91, 95, 111, 114, 117-118, 150, 167, 93, 101-102, 108-110, 114, 130, 132, 173,
195-197, 203, 247-249 198-199, 205, 238, 246
en familia ajena, 69, 74, 79, 90, 103, 106-107, agresividad, 24-25, 30, 35, 45-46, 99, 107, 113,
138, 141-143, 188, 208, 210-213, 223, 245 129-130, 181-182, 185, 210
en familia extensa, 14, 69-70, 73-74, 79, 89- apego (vinculación) 21-23, 26, 34, 43-44, 46,
90, 95, 103, 106, 111, 114, 138, 141-142, 57-59, 77, 112-113, 129, 131, 171, 176,
168-179, 183, 188, 192, 195, 207-225, 244- 178, 184-185, 199, 201, 203, 210, 213,
245, 247 225.
especializado, 14, 79, 88, 91, 111, 124, 127, apoyo profesional (véase intervención profesio-
195, 225 nal)
permanente, 51, 70, 72, 79-80, 84, 95, 107, apoyo social, 75-76, 82-83, 100, 102, 121, 128,
114, 117, 141, 168, 171, 205, 247 139, 191, 201-202, 209, 229
preadoptivo, 51, 67-69, 72, 74, 79-80, 87- autoestima, 21, 23, 26, 34, 43-45, 59, 112-113, 204
88, 91
residencial (institucionalización), 66-67, 69, captación de familias, 14, 70, 84, 88, 91, 102-
72-74, 80, 109, 131, 198, 203, 205-206, 103, 137-138, 140, 144-156, 187, 219, 229,
208-209, 227, 231, 234-235 250, 252
simple, con previsión de retorno, 51, 68, 70, compensación económica, 88, 102, 133, 141-
72, 79-84, 91, 114, 119-120, 122, 124, 141, 143, 148, 152, 156, 190-192, 199, 209, 212,
167, 193, 238 228-229, 243-245
272 ACOGIMIENTO FAMILIAR
comunicación, 27, 62, 76, 128, 159, 161, 167, 128, 136-144, 148, 152, 156, 172, 179, 184,
191, 201-202, 230 187-194, 199, 201, 210-212, 223-224, 245
conflicto de lealtades, 76, 177, 185, 234
crecimiento (véase desarrollo físico) legislación sobre acogimiento, 12, 13, 15-18,
51-53, 65, 68-71, 78-79, 84, 86-87, 206
desamparo, situación de, 17, 53, 87
depresión, 23, 44-45 maltrato infantil, 12, 13, 17, 21, 23, 28, 30-35,
desarrollo 42, 53, 60, 75, 94, 111, 113, 122, 129, 131-
cognitivo, 19, 25, 48, 54, 62, 112, 115, 204 132, 177, 204, 208, 213, 221, 225, 230
del lenguaje, 19, 25, 29, 39, 42, 54, 62, 112, abuso sexual, 23. 25, 33-34, 36-38, 41, 49,
115, 204 93, 112
físico, 19, 42, 54, 111, 115 maltrato físico, 25, 32, 37, 41
social, 24, 46, 54, 62 maltrato psicológico, 23, 25, 28, 30, 32-34,
despedida, 107-108 37
dinámica familiar (véase estilos educativos) negligencia (abandono), 23, 25, 28, 30, 32-
drogadicción, 20, 35, 40, 82, 96, 98, 101, 113, 34, 37-38, 40, 48-49, 122, 132, 213
120, 172, 200, 204, 213, 216, 220, 237 mentiras, 63, 113, 130, 179
edad modelos internos de relaciones interpersonales,
de los acogedores 86, 103, 125, 158, 166, 22, 44, 59, 131-132, 258
170, 215-216, 244 motivación, 23, 87, 97, 99, 103, 124, 139, 142,
de los acogidos, 64, 75, 79, 84, 128-131, 147, 149-151, 153, 160, 167, 201-203, 219,
140, 160, 165, 175, 181, 183, 198, 203, 222, 229, 241
247
de los padres, 96, 120 necesidades educativas especiales, 70, 75, 88,
estadísticas, 69, 73, 89, 91, 108, 209, 256 103, 112, 130, 140, 142-143, 160, 227,
estilos educativos, 25, 76-77, 96, 99, 104, 116, 244,
118-122, 124, 139, 159, 166, 168, 200-202, nivel educativo
213, 215, 221, 229 de los acogedores, 104, 106, 125, 158, 202,
estrés, 41-43, 75, 108, 113, 121, 130, 189, 253 216, 244
expectativas, 116, 124, 132, 160, 165, 172, 183, de los padres, 96, 113, 200
221, 224, 229
pérdida, sentimientos de, 59, 76, 83, 157, 163,
Factores de riesgo (véase riesgo, factores de) 169, 171-173
Familia biológica, 94, 101 preservación de la unidad familiar, 51, 54, 111,
Formación, 12, 14, 69-71, 73, 81, 88, 127, 133, 208-209
138-141, 143-145, 147-148, 150, 152, 156- preparación para el acogimiento, 83, 134, 140,
170, 178-179, 186-188, 191-192, 199, 206- 181, 187, 192, 246-247
207, 212, 223, 225, 228, 245, 257-258 problemas de conducta, 75, 82, 88, 107-108,
113, 126-131, 140-141, 177-178, 181, 185,
hermanos (de los acogidos), 75, 90, 111, 115, 189, 204, 211, 216, 227-228, 230-231
121, 130, 134-135, 140, 143, 160, 171, 177,
203, 205, 208, 216, 224, 227, 248 respiro (servicios de), 141, 148, 193, 196, 244
hijos de los acogedores, 102, 104-105, 108, 124- rendimiento académico, 27-28, 48-50, 112,
125, 158, 186, 199 114, 204, 214, 247
hiperactividad, 29, 42, 49, 61, 113, 181 retribución a los acogedores (véase compensa-
ción económica)
ingresos económicos, 82, 98, 100, 104, 106, reunificación familiar, 51, 77, 81-84, 114, 119-
116, 121, 158, 200-202, 216, 220, 239, 244 123, 160, 173, 180, 198-199, 205, 212, 222,
interrupción del acogimiento, 85, 117, 124, 235, 238-240, 248
126, 128-136, 143, 183, 185, 187, 204-205, riesgo, factores de, 39, 75, 113, 134, 157, 184,
211, 257 237-239, 247
intervención profesional, 12, 13, 14, 70, 75-76, 82- riesgo, situación de, 51-52, 179, 197, 236
83, 86, 99-100, 102-103, 105, 108, 118, 127- robos, 105, 113, 130, 179, 185
ÍNDICE ANALÍTICO 273