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ACOGIMIENTO FAMILIAR

Pere Amorós
Jesús Palacios

ACOGIMIENTO FAMILIAR

Alianza Editorial
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Primera edición electrónica, 2014


www.alianzaeditorial.es

© Pere Amorós Martí y Jesús Palacios González, 2004


© Alianza Editorial, S. A. Madrid, 2014
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
ISBN: 978-84-206-6593-1
Edición en versión digital 2014
ÍNDICE

PRÓLOGO ...................................................................................................................... 11

1. EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA ........................................... 15


El «superior interés del niño» ......................................................................... 15
Necesidades básicas de la infancia .................................................................. 18
Necesidades relacionadas con la seguridad, el crecimiento y la supervivencia .. 19
Necesidades relacionadas con el desarrollo emocional .............................. 21
Necesidades relacionadas con el desarrollo social ...................................... 24
Necesidades relacionadas con el desarrollo cognitivo y lingüístico ............ 25
Necesidades relacionadas con la escolarización ......................................... 28
Maltrato infantil: concepto y tipos ................................................................ 30
Consecuencias del maltrato infantil ............................................................... 37
Consecuencias físicas y neurofisiológicas .................................................. 40
Trastorno de estrés postraumático ............................................................ 42
Repercusiones emocionales ...................................................................... 43
Repercusiones sobre las relaciones con compañeros .................................. 46
Consecuencias sobre el lenguaje, la inteligencia y el desempeño académico . 48
El sistema de protección de la infancia maltratada ......................................... 50
Necesidades básicas de los niños y las niñas que están en el sistema de protección .. 54
Necesidad de un contexto familiar ........................................................... 55
Necesidad de un contexto familiar estable y con buena dinámica familiar ..... 56
8 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Evitar la acumulación de rupturas ............................................................ 58


El especial significado del tiempo en los niños y las niñas ........................ 59
Necesidad de reparación de los daños producidos previamente ................ 60
Necesidad de saber ................................................................................... 62
2. EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO ... 65
Antecedentes históricos ................................................................................. 65
Primer periodo. De la guarda y custodia al acogimiento familiar (1975-1986) .. 66
Segundo periodo. Los cambios legislativos y la elaboración de una nueva
metodología de intervención (1987-1995) ......................................... 68
Tercer periodo. Los nuevos retos (de 1996 hasta la actualidad) ................ 71
Modalidades de acogimiento familiar ............................................................ 78
Modalidades de acogimiento según la forma de su constitución ............... 79
Modalidades de acogimiento según la finalidad ....................................... 80
Modalidades de acogimiento según las características de los niños y las niñas
acogidos ............................................................................................. 88
Modalidades de acogimiento según la relación del niño y la niña con la
familia ............................................................................................... 89
3. LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO
FAMILIAR ........................................................................................................... 93
Los protagonistas del acogimiento familiar .................................................... 94
Las familias biológicas de los niños y las niñas acogidos .......................... 94
Familias de acogida .................................................................................. 101
Niños y niñas en acogimiento familiar ..................................................... 108
Factores clave en el acogimiento familiar ....................................................... 117
Factores relacionados con los padres y las madres de los niños y las niñas
acogidos ............................................................................................. 118
Factores relacionados con los acogedores .................................................. 123
Factores relacionados con los niños y las niñas acogidos ........................... 128
Factores relacionados con la intervención profesional ............................... 136
4. EL PROCESO DE ACOGIMIENTO ........................................................................ 145
La captación de familias de acogida ............................................................... 145
Principios generales ................................................................................. 146
La organización del proceso de captación ................................................. 149
El proceso de valoración/formación ............................................................... 156
Fase inicial ............................................................................................... 157
Fase intermedia. Programa de formación ................................................. 162
Fase final ................................................................................................. 164
El proceso de adaptación ............................................................................... 170
La familia biológica ................................................................................. 171
Los niños y las niñas en acogimiento ....................................................... 173
La familia acogedora ................................................................................ 182
Seguimiento y apoyo ..................................................................................... 187
ÍNDICE 9

5. ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS ..... 195


Acogimiento de urgencia o urgencia-diagnóstico ........................................... 196
Caracterización del acogimiento de urgencia ............................................ 198
Las familias biológicas en los acogimientos de urgencia ............................ 199
Las familias acogedoras de urgencia ......................................................... 202
Niños y niñas en acogimiento de urgencia ............................................... 203
Duración de los acogimientos y destino posterior de los acogidos ............ 205
El lugar del acogimiento de urgencia en el sistema de protección ............. 205
El acogimiento en familia extensa .................................................................. 207
Historia y concepto ................................................................................ 207
Aspectos diferenciales entre el acogimiento en familia ajena y el acogimiento
en familia extensa .............................................................................. 210
Características de los padres biológicos .................................................... 213
Características de los acogedores ............................................................. 214
Características de los niños y las niñas acogidos en familia extensa ........... 216
La valoración de los acogedores ................................................................ 217
Formación y apoyos ................................................................................ 223
Acogimiento especializado ............................................................................. 225
Historia y concepto ................................................................................. 225
La intervención profesional en acogimiento especializado ........................ 229

6. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS ........................................................................ 233


Principios generales ....................................................................................... 234
Los padres de los niños y las niñas en acogimiento ........................................ 238
Los acogedores .............................................................................................. 241
Niños y niñas acogidos .................................................................................. 245
El sistema y los profesionales ......................................................................... 250

BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................ 259

ÍNDICE ANALÍTICO ...................................................................................................... 271

ÍNDICE ONOMÁSTICO ................................................................................................ 275


PRÓLOGO

La inmensa mayoría de los niños y las niñas nacen y crecen en el seno de


su familia, típicamente con sus padres y madres. Existen también otras
formas de organización familiar, algunas de las cuales han ido surgien-
do a medida que la sociedad se ha ido haciendo más compleja y las
personas más libres para organizar su vida de la forma que les pareciera
más adecuada, de forma que uno de los rasgos de las sociedades con-
temporáneas es el de la gran diversidad de formas de organización fa-
miliar que hay en su interior, diversidad que no deja de aumentar al
menos en las sociedades occidentales. De una de esas formas de orga-
nización familiar trata este libro, en el que se analiza con detalle el aco-
gimiento familiar.
Aunque forma parte de la diversidad de formas de familia que carac-
teriza a las sociedades contemporáneas, el acogimiento familiar no es un
fenómeno nuevo, sino que constituye una respuesta común en las socie-
dades de todos los tiempos. Una respuesta a aquellas situaciones en las
que niños y niñas no pueden o no deben estar con sus padres y pasan a
vivir temporal o permanentemente con otra familia que se hace cargo de
12 ACOGIMIENTO FAMILIAR

su cuidado y educación, familia que puede estar emparentada con la del


niño o la niña, o puede no tener nada que ver con ella. Pero si el acogi-
miento familiar no es ningún fenómeno de última hora, su organización
como parte del sistema de protección de la infancia en situación de ries-
go es una realidad mucho más reciente. Aunque haya existido durante
siglos como parte de las prácticas sociales informales, es a lo largo del
siglo XX (y, muy particularmente, en su segunda mitad) cuando, al socai-
re de los movimientos a favor de la infancia y en contra del maltrato
infantil, el acogimiento forma parte del cuerpo legislativo que articula la
respuesta social al problema planteado por aquellas circunstancias fami-
liares especiales que exigen la intervención de los poderes públicos para
garantizar al máximo el derecho al bienestar y a la protección que se atri-
buye a las personas más indefensas. Las leyes que protegen a la infancia,
en efecto, determinan qué es el acogimiento familiar, en qué circunstan-
cias está indicado, cuáles son sus modalidades y en qué términos y con-
diciones debe llevarse a cabo.
Una de las consecuencias de la regulación formal del acogimiento fa-
miliar es el surgimiento y el desarrollo de toda una práctica profesional
alrededor de la toma de decisiones, la salida del niño o la niña de su ho-
gar para entrar en otro, la disponibilidad y la preparación de familias
alternativas, el trabajo hecho con los padres de cara a su posible recupe-
ración y con los acogedores de cara a asegurar que el acogimiento esté
transcurriendo en las mejores condiciones, etc. Surge así y se desarrolla la
intervención profesional en el acogimiento familiar, un conjunto de
prácticas profesionales tan diversas como complejas alrededor del objeti-
vo fundamental del sistema de protección de la infancia: asegurar al
máximo el bienestar de los niños y las niñas a los que atiende.
Junto a su regulación legal y al desarrollo de la intervención profe-
sional, alrededor del acogimiento familiar surge también la investiga-
ción que trata de documentar cómo funciona y qué repercusiones tie-
ne esta alternativa para todos los que en ella están implicados: los
padres biológicos, los acogedores y los niños y las niñas que tienen en
común. Una investigación que no ha hecho sino crecer y desarrollarse,
aunque de forma desigual en función de los temas y las modalidades
de acogimiento. Poco a poco se ha ido asentando un importante cuer-
po de conocimientos que a la vez se ha visto informado por la práctica
profesional y la ha ido conformando.
PRÓLOGO 13

Todo lo anterior es perfectamente aplicable a la realidad del acogi-


miento familiar en España, que ha sido una fórmula utilizada desde
tiempos remotos, que más recientemente se ha formalizado en nuestra
legislación sobre protección de la infancia, que ha dado lugar a una
intervención profesional alrededor de su organización y puesta en
práctica y que, finalmente, ha empezado a conocer también esfuerzos
de investigación destinados a generar conocimiento en torno a la rea-
lidad del acogimiento, a sus consecuencias para todos los implicados y
a las prácticas profesionales con ella relacionadas.
De todo ello trata este libro. A lo largo de nuestro quehacer profesio-
nal en torno al acogimiento familiar, en el trabajo con instituciones,
con profesionales, con familias y niños, así como en nuestra actividad
investigadora, hemos echado frecuentemente de menos una siste-
matización de los conocimientos actuales sobre el acogimiento familiar.
Y cuando se nos pedían recomendaciones sobre lecturas o estado de la
investigación, no teníamos más remedio que remitir a publicaciones
escasas y fragmentarias, habitualmente en otros idiomas. Y así es como
surgió la idea de este libro, que trata de responder al vacío existente en
lengua castellana de una sistematización actualizada de los conocimien-
tos y de la práctica profesional en torno al acogimiento familiar.
De los seis capítulos que componen el libro, el primero está dedica-
do al análisis de las necesidades de la infancia, del maltrato infantil y
sus consecuencias, a una presentación general del sistema de protec-
ción de la infancia y, finalmente, a una reflexión sobre las necesidades
específicas de los niños y las niñas que en él son atendidos. Se trata,
obviamente, de una panorámica general organizada en torno a las ne-
cesidades infantiles fundamentales, tanto de niños y niñas en general
como de aquellos atendidos por el sistema de protección.
El segundo capítulo se centra ya específicamente en el acogimiento
familiar. Tras analizar sus antecedentes históricos, se analizan con deta-
lle las distintas modalidades de acogimiento familiar existentes, defini-
das en función de su forma de constitución y su finalidad, en función
de las características de los niños y las niñas acogidos y en función de
la relación de los acogidos con los acogedores.
El tercer capítulo presenta de forma sistematizada los datos funda-
mentales aportados por la investigación en torno al acogimiento fami-
liar en lo que se refiere al conocimiento que tenemos tanto sobre sus
14 ACOGIMIENTO FAMILIAR

protagonistas (adultos y niños) como sobre los factores clave en el de-


sarrollo de los acogimientos. Es un capítulo central del libro, en la
medida en que trata de organizar la gran cantidad de conocimientos
generada por la investigación en torno a esta alternativa familiar, una
investigación fundamentalmente internacional, pero también crecien-
temente referida a nuestra propia realidad.
Si el tercer capítulo está basado en los datos de la investigación, el
cuarto tiene como eje fundamental la intervención profesional en aco-
gimiento familiar. Los procesos de captación de familias, de su valora-
ción y formación, la dinámica del proceso de adaptación una vez que
el acogimiento empieza y el posterior proceso de seguimiento y apoyo
profesional son los temas fundamentales de este capítulo, tan central
respecto a la práctica profesional como el anterior lo era en relación
con la investigación.
En el capítulo quinto analizamos con más detalle algunas modali-
dades específicas de acogimiento familiar. En concreto, hemos selec-
cionado tres que representan al mismo tiempo la modalidad históri-
camente más asentada (el acogimiento en familia extensa), una de las
más recientemente impulsadas entre nosotros (el acogimiento de ur-
gencia-diagnóstico) y una de las que probablemente habrá de ser más
desarrollada en el futuro (el acogimiento especializado). La idea de este
capítulo es profundizar en modalidades de acogimiento que al mismo
tiempo representan la diversidad y los retos que existen en esta forma
de organización familiar.
Finalmente, el capítulo sexto ofrece una serie de conclusiones y de
propuestas que, a la vez que compendian gran parte de los conoci-
mientos analizados en el libro, abren también perspectivas de futuro.
Las que más han merecido nuestra atención son las relacionadas con la
intervención profesional en torno al acogimiento, un campo en el que
es ya mucho lo conseguido, pero es más todavía lo que queda por ha-
cer.
CAPÍTULO 1

EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA

El «superior interés del niño»

A lo largo del siglo XX, las distintas instancias e instituciones jurídicas


internacionales fueron consolidando una doctrina clara y coherente que
aboga por la especial protección de la familia y de la infancia. Aunque
enunciados de forma aún genérica a finales del primer cuarto de siglo
(así, ya la Declaración de la Sociedad de Naciones sobre los Derechos del
Niño, celebrada en 1924 en Ginebra tras los desastres de la Primera
Guerra Mundial, establecía que los miembros más jóvenes debían recibir
lo mejor de la sociedad en la que viven), es en la segunda mitad del siglo
XX, tras la catástrofe de la Segunda Gran Guerra, cuando dicha doctrina
se desarrolla y consolida, tanto en la esfera internacional como en la de
muchos países, particularmente en occidente.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 estable-
ció que «la maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asisten-
cia especiales». Pero sin duda alguna es la Declaración de los Derechos del
Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de
16 ACOGIMIENTO FAMILIAR

noviembre de 1959, la que más concreta lo que hasta el momento habían


venido siendo declaraciones muy genéricas y poco precisas. Tras un pri-
mer principio en el que se especifica que todos los niños, con indepen-
dencia de su raza, color, sexo, idioma, religión, origen nacional o social,
posición económica o cualquier otra condición, gozarán de los derechos
recogidos en la Declaración, se enumeran con mayor detalle los conteni-
dos de esos derechos, algunos de los cuales establecen que:

• El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportu-


nidades y servicios (...) para que pueda desarrollarse física, mental,
moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así
como en condiciones de libertad y dignidad. El principio segundo
añade: «Al promulgar leyes con este fin, la consideración funda-
mental que se atenderá será el interés superior del niño».
• El niño tendrá derecho a crecer y desarrollarse en buena salud;
tendrá derecho a disfrutar de alimentación, vivienda y recreo y
servicios médicos adecuados.
• Para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, el niño
necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá
crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en
todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y ma-
terial. Salvo circunstancias excepcionales, no deberá separarse al
niño de corta edad de su madre.
• El niño tiene derecho a recibir educación. El interés superior del
niño debe ser el principio rector de quienes tienen la responsabi-
lidad de su educación y orientación; dicha responsabilidad in-
cumbe en primer término a sus padres. El niño debe disfrutar
plenamente de juegos y recreaciones.
• El niño debe, en todas las circunstancias, figurar entre los prime-
ros que reciban protección y socorro.
• El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono,
crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata.
En ningún caso se le dedicará ni se le permitirá que se dedique a
ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o su
educación, o impedir su desarrollo físico, mental o moral.
• El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomen-
tar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole.
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 17

La Convención de los Derechos de la Infancia, aprobada por la Asam-


blea General de la ONU en 1989 (y ratificada por España en 1990), com-
pleta y matiza los principios establecidos en la Declaración de 1959.
Los Estados firmantes se comprometen ahora a:
• Satisfacer las necesidades básicas de la infancia, proporcionando
a los niños atención sanitaria, educación y formación, seguridad
social, oportunidades de juego y recreo...
• Proteger al niño contra toda forma de crueldad y explotación:
maltrato y abandono, tortura, pena de muerte, consumo y tráfi-
co de drogas, explotación laboral y sexual, etc.
• Ayudar a las familias, respetando sus responsabilidades y sus de-
rechos, y creando servicios de atención a la infancia para que
atiendan convenientemente las necesidades de sus hijos;
• Dedicar una atención especial a los niños particularmente vul-
nerables, como (...) los niños víctimas de malos tratos, abando-
no, niños sin familia, etc.
• Permitir al niño expresar su opinión en los asuntos que le con-
ciernen, profesar su religión (...); todo ello en función de su edad
y madurez.
Por su parte, la Constitución Española de 1978 expresa su compromi-
so con todos los principios anteriores al indicar en su artículo 39 que «los
niños gozarán de la protección prevista en los acuerdos internacionales
que velan por sus derechos». Sin duda como consecuencia de este com-
promiso, la ley 1/1996 establece en su artículo segundo «la primacía del
interés superior de los menores sobre cualquier otro interés legítimo que
pudiera concurrir». Y tanto la recién citada ley como su precedente, la ley
21/1987, ponen todo el énfasis en la protección de los niños ante situa-
ciones de desamparo, que son aquellas en las que los niños «quedan pri-
vados de la necesaria asistencia moral o material», fundamentalmente por
causa del «incumplimiento, o del imposible o inadecuado ejercicio de los
deberes de protección establecidos por las leyes para la guarda de los me-
nores»; tales deberes vienen definidos como la obligación que tienen los
padres o los guardadores de un niño de «velar por él, tenerlo en su com-
pañía, alimentarlo, educarlo y procurarle una formación integral».
Como se ve, tanto los acuerdos internacionales en materia de protec-
ción de la infancia y la adolescencia como las leyes españolas que los re-
18 ACOGIMIENTO FAMILIAR

flejan y desarrollan otorgan una clara prioridad a unos derechos y nece-


sidades que se convierten en la principal fuente de inspiración de todo el
sistema de protección de los menores de edad, sobre cuyos detalles se
profundizará al final de este mismo capítulo. Pero, como es lógico, lo
propio de las leyes es establecer los principios generales, sin entrar en el
detalle de las consideraciones técnicas que deben después ser reglamen-
tariamente desarrolladas. Es evidente que expresiones como «derechos
de los niños» o «la necesaria asistencia moral y material» dejan un amplio
campo abierto a la determinación de cuáles sean esos derechos y en qué
aspectos concretos se manifiesta la asistencia moral y material, así como
su ausencia. Es, por eso, por lo que conviene analizar, en primer lugar,
cuáles son las que hoy día, en nuestro contexto histórico y cultural, po-
demos considerar como necesidades básicas de la infancia, centrando
nuestra atención posteriormente en la vulneración de esas necesidades
conocida genéricamente como maltrato infantil.

Necesidades básicas de la infancia

El análisis de las necesidades básicas de niños y adolescentes tiene inte-


rés, en primer lugar, porque nos ayudará a especificar en torno a qué
cuestiones concretas deben analizarse los derechos a los que los tratados
internacionales y las leyes españolas hacen referencia. Pero tiene, ade-
más, interés porque tales necesidades constituyen el parámetro con el
que habrán de evaluarse situaciones concretas de cara a determinar el
grado de buen o mal trato que en ellas hay implicado. En otras palabras,
las necesidades básicas de niños y adolescentes constituyen la vara de
medir las prácticas educativas y de crianza con ellos utilizadas para tomar
decisiones que aseguren el mayor bienestar posible para los menores im-
plicados. Por eso, tiene sentido repasar ahora las necesidades considera-
das básicas y examinar en el apartado siguiente tanto el concepto como
las diversas modalidades de malos tratos infligidos a niños y a niñas.
Las necesidades infantiles fundamentales pueden analizarse agrupa-
das en cuatro grandes apartados: necesidades relacionadas con la segu-
ridad, el crecimiento y la supervivencia; necesidades relacionadas con
el desarrollo emocional; necesidades relacionadas con el desarrollo so-
cial; necesidades relacionadas con el desarrollo cognitivo y lingüístico.
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 19

Necesidades relacionadas con la seguridad, el crecimiento y la supervivencia

Pocas criaturas son en la naturaleza tan frágiles como un bebé humano


recién nacido. Su grado de dependencia de los cuidados adultos es ab-
soluto, de manera que su supervivencia y su normal crecimiento y de-
sarrollo van a depender por entero de las atenciones que se le dediquen
de cara a satisfacer las necesidades de alimentación, higiene, protec-
ción frente a los rigores del clima, prevención de situaciones de riesgo
de accidentes, etc. De hecho, las necesidades que los bebés tienen al
respecto son una continuación de las que ya tuvieron durante el emba-
razo, que es un complejísimo proceso biológicamente guiado desde
dentro, pero que requiere de toda una serie de cuidados y atenciones
por parte de la embarazada.
Visto desde el lado positivo, cuando un embrión, más tarde un feto y
luego un bebé reciben las atenciones adecuadas, todo su proceso de cre-
cimiento y desarrollo funciona como una maquinaria perfectamente
engrasada en la que los muy diversos y muy complejos elementos y pro-
cesos que intervienen se desarrollan normalmente: el peso, la altura, las
conexiones neurológicas en el interior del cerebro, la secuencia de los
cambios evolutivos precisa y ajustada (sonreír a las pocas semanas, man-
tenerse sentado sin apoyo a los 7 meses, decir las primeras palabras en
torno al primer cumpleaños, caminar en algún momento del primer
semestre del segundo año...). Procesos todos ellos muy complejos e in-
terrelacionados, pero guiados por una dinámica interna que funciona
de forma generalmente muy precisa en la medida en que no haya nin-
gún problema hereditario, ningún contratiempo especial durante el
embarazo y en que haya una adecuada atención a los aspectos médicos,
higiénicos, alimenticios y relacionales. Si las condiciones son mínima-
mente adecuadas, la lógica interna del desarrollo se impone y se desplie-
ga, dando lugar a perfiles de crecimiento y maduración compatibles
con la normalidad. Merece la pena subrayar el adverbio «mínimamen-
te», porque dicha lógica interna es tan implacable, está tan prevista en
el código genético de nuestra especie, que no hacen falta condiciones de
estimulación o de cuidado excepcionales para que todo ocurra con nor-
malidad evolutiva. De hecho, niños y niñas concebidos, nacidos y cre-
cidos en circunstancias adversas (en las situaciones de penuria económi-
ca generalizada posterior a una guerra, por ejemplo), pero cuidados y
20 ACOGIMIENTO FAMILIAR

tratados de manera adecuada, se desarrollan con toda normalidad. Es


cierto que si tales niños y niñas hubieran crecido en otra época, tal vez
su talla final hubiera sido unos centímetros mayor, habrían tenido una
esperanza de vida algo más larga, etc., pero evidentemente ello no com-
promete su crecimiento y desarrollo plenamente normales.
Visto desde el ángulo negativo, si el complejísimo proceso de creci-
miento humano no recibe al menos los mínimos requerimientos para
desenvolverse correctamente, se producirán problemas que en algunos
casos pueden llegar a ser irreversibles y que pueden comprometer muy
seriamente, según los casos, la supervivencia, el desarrollo normal y la
evolución psicológica correcta. Así, ocurre, por ejemplo, si durante el
embarazo sucede algún problema serio que pueda alterar el complejísimo
y frágil conjunto de procesos en desarrollo; especial mención merecen a
este respecto aquellas influencias negativas que pueden alterar el normal
desarrollo de los procesos neurológicos que van dando poco a poco lu-
gar a un cerebro de la complejidad del humano: cualquier agresión a la
embarazada o por parte de la embarazada que pueda afectar al feto;
la adicción de la madre a sustancias como el alcohol o la heroína, que
tienen impacto sobre el funcionamiento cerebral; la ausencia de cuida-
dos básicos durante la gestación; etc., son todas ellas circunstancias que
comprometen de partida el crecimiento y el desarrollo normales. Y, lógi-
camente, una vez que el nacimiento ha tenido lugar, sigue aplicándose la
misma lógica, pues la falta de atención a las necesidades básicas de sueño,
alimentación e higiene, así como cualquier agresión que pueda tener re-
percusiones sobre el cerebro o sobre cualquier otro órgano vital compro-
meterán, o bien la supervivencia del niño, o bien su normal crecimiento
y su correcto desarrollo de acuerdo con las normas evolutivas que estable-
cen las edades de adquisición de las diferentes capacidades y habilidades.
Algunas de las necesidades básicas a que estamos haciendo referencia
son más evidentes que otras. Así, por ejemplo, la necesidad de alimenta-
ción o el peligro de las agresiones son muy evidentes. Pero otras pueden
serlo menos y no por ello ser menos importantes. Así ocurre, por ejem-
plo, con la necesidad de sueño, a que se ha hecho referencia hace un
instante y que constituye un requisito imprescindible para el crecimien-
to infantil. Así ocurre también con la necesidad de supervisión que du-
rante bastantes años tienen niños y niñas, una supervisión que les prote-
ja de peligros y accidentes, y que sea sensible a las necesidades que con
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 21

su conducta los pequeños manifiestan. Así ocurre, por citar un ejemplo


más, con la imposición a niños y a niñas de condiciones laborales que no
se corresponden con su fuerza o que comprometen otras cuestiones tan
básicas como el descanso y el sueño (por hablar ahora sólo de los aspec-
tos relacionados con el crecimiento y la maduración).
Algunas formas de maltrato a que se hará referencia en el apartado
siguiente tienen que ver con la falta de atención o atención inadecuada
a todas las necesidades a que se han venido haciendo aquí referencia:
negligencia, maltrato prenatal, maltrato físico y explotación laboral.

Necesidades relacionadas con el desarrollo emocional

Constituyente fundamental de nuestro funcionamiento psicológico,


las emociones son la clave principal de la salud mental de las personas;
así, del mismo modo que una vida emocional sólida, segura y positiva
nos hace psicológicamente fuertes y resistentes a las tensiones y a las
contrariedades, una vida emocional frágil y dominada por la inseguri-
dad nos debilita y nos deja a merced de las tensiones y de los contra-
tiempos. Del amplio y complejo mundo de las emociones, dos deben
ser destacadas por su importancia central: las que sentimos a propósito
y en relación con las personas que nos son más significativas (apego) y
las que experimentamos a propósito de nosotros mismos (autoestima).
Probablemente, el apego constituye el núcleo primigenio y central
de nuestra vida emocional (Bowlby, 1973, 1986). Está previsto en
nuestro código genético y en nuestro calendario madurativo como un
rasgo particularmente importante de los humanos. En el mismo senti-
do en que antes se decía que un mínimo de atención a las necesidades
físicas fundamentales es el soporte suficiente para un crecimiento nor-
mal, basta con que un bebé mantenga un mínimo de relaciones posi-
tivas y estables con un adulto sensible a sus necesidades para que dicho
bebé experimente fuertes sentimientos afiliativos hacia esa persona, de
manera que la echará de menos cuando no esté, la reclamará cuando
necesite ayuda, se alegrará con su retorno tras la ausencia...; es decir, el
tipo de dependencia afectiva conocida como apego. Merece la pena
subrayar de nuevo el «mínimo de relaciones positivas» para indicar que
con ello pretendemos sólo mostrar la fuerte preparación con que el
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bebé viene equipado para vincularse, de manera que lo hace a poco


que las circunstancias sean mínimamente adecuadas; por supuesto que
lo ideal es que las relaciones positivas y duraderas no funcionen al mí-
nimo y que las circunstancias favorables sean máximamente propicias.
Siguiendo la lógica anterior, visto en positivo, el tipo de relaciones
favorables, sensibles y duraderas a que se ha hecho referencia da lugar a
un apego de tipo seguro: el bebé es plenamente feliz en compañía de la
figura de apego, se entristece cuando se marcha, pero se queda tranquilo
ante la seguridad de su retorno, se alegra cuando tal retorno se produce,
etc., (Ortiz, Fuentes y López, 1999). La relación evoluciona en el sentido
de una creciente interiorización de la figura de apego y de la relación con
ella, de manera que el niño o la niña soportará cada vez mejor separacio-
nes más prolongadas porque la persona querida acaba volviendo y con-
tinúa respondiendo de manera favorable, sensible y emocionalmente
positiva a sus necesidades. Dicha interiorización es buena no sólo por-
que el niño acabará «llevando dentro» a la persona querida temporal-
mente ausente, sino también porque la calidad de nuestras relaciones
emocionales tempranas con las figuras de apego constituye un patrón de
importante influencia sobre las relaciones de apego posteriores (lo que se
ha denominado un «modelo interno de relaciones afectivas»), de manera
que si bien las relaciones de apego seguro en los primeros años no garan-
tizan que todas las relaciones posteriores vayan a tener el mismo carácter,
sí predispone a ello. Las relaciones de apego de los primeros años tienen,
pues, una crucial importancia tanto por sí mismas cuanto por constituir
la base y el modelo para relaciones emocionales posteriores.
El lado negativo es, o bien la ausencia de relaciones de apego, o bien
relaciones de apego disfuncionales por no haber en el entorno del bebé
ninguna persona que de manera estable y reiterada responda de forma
positiva a sus llamadas y a la expresión de sus necesidades a través del
llanto, los gestos, etc. Pueden ser personas que nunca responden de
manera positiva, o que responden positivamente unas veces y negativa
o negligentemente otras, o personas que responden de manera negati-
va de modo habitual. Cuando alguna de estas circunstancias se da, se
desarrollan tipos de apego de naturaleza ambivalente (el bebé desea,
por ejemplo, ser tomado en brazos por la madre, pero luego da mues-
tras de rechazo y patalea por desprenderse de ella), evitativa (el bebé no
busca el contacto cuando la figura de apego regresa, llegando incluso a
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 23

esquivar la interacción con ella) o desorganizada (un comportamiento


ante la figura de apego caótico, no predecible, o sencillamente extraño
o abigarrado, como ocultarse, refugiarse en una esquina mirando a la
pared, etc., cuando dicha figura aparece o está presente).
Por lo que se refiere a la autoestima, su contribución a nuestra felicidad
y a nuestra salud mental es igualmente fundamental. La autoestima cons-
tituye el trasunto interno de la valoración que recibimos de nosotros mis-
mos por parte de las personas que nos son significativas, de manera que la
autoestima no es sino la imagen en espejo de esa valoración: nos sentimos
valiosos si se nos valora, nos sentimos capaces si como capaces nos valoran
quienes para nosotros son importantes (Palacios e Hidalgo, 1999). Para
mostrar la importancia de la autoestima, baste con señalar que es uno de
los más potentes predictores de la salud mental de una persona, de modo
que, usando de nuevo los contrastes anteriores, una autoestima positiva se
relaciona con buena estabilidad emocional, estado de ánimo positivo,
sentimientos de competencia personal ante los retos y exigencias que la
vida plantea, etc. Por el contrario, la autoestima negativa predispone a la
depresión, a los sentimientos personales negativos, a una menor motiva-
ción ante situaciones que exigen esfuerzo, etc. Muy moldeable en los pri-
meros años, se va luego «solidificando» a medida que el tiempo pasa y las
imágenes de nosotros mismos que recibimos se mantienen coherentes y
estables en la misma dirección, lo que no quiere decir que el cambio no
sea posible y que estemos condenados de por vida a llevar una autoestima
negativa si de esa manera se desarrolló en nuestros primeros años. Tampo-
co haber tenido una autoestima positiva en la infancia nos vacuna defini-
tivamente contra los peligros de la autoestima negativa. Pero en la mayor
parte de las personas la continuidad a lo largo del tiempo predomina so-
bre los grandes cambios, que son de todas formas posibles si las circuns-
tancias llevan estable y coherentemente hacia ellos.
Algunas de las formas de maltrato que se analizarán en el siguiente
apartado están estrechamente relacionadas con el mundo de las emocio-
nes (hacia los demás en forma de apego, hacia nosotros mismos en for-
ma de autoestima) a que hemos venido refiriéndonos: la negligencia, el
maltrato psicológico, el maltrato institucional y el abuso sexual, por
ejemplo. Conviene, no obstante, avanzar ya la idea de que cualquier for-
ma de maltrato implicará un cierto coste emocional para la víctima, pero
sobre ese asunto tendremos ocasión de volver después con más detalle.
24 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Necesidades relacionadas con el desarrollo social

Desde los remotos tiempos de la filosofía griega, los humanos hemos


sido definidos como seres sociales. Ello es así sencillamente porque ne-
cesitamos del entorno social para crecer y desarrollarnos normalmente.
Basta, a este respecto, con recordar el caso de los llamados «niños salva-
jes», crecidos en contacto con otros animales pero carentes de relaciones
sociales y, a la postre, carentes de habilidades humanas tan básicas como
el lenguaje y la interacción social convencional. Gracias a la interacción
social aprendemos multitud de habilidades que nos son tremendamen-
te útiles para nuestro desarrollo personal y, por supuesto, para nuestro
desarrollo social. Estas habilidades se adquieren, en primer lugar, en el
contexto familiar (donde aprendemos, por ejemplo, cómo pedir ayuda,
cómo llamar la atención de los demás, que nuestras necesidades no
siempre se pueden satisfacer inmediatamente; donde aprendemos a ser
ayudados y consolados, pero también a ayudar y prestar consuelo, etc.),
pero su adquisición continúa luego a medida que vamos entrando en
contacto con otros niños y niñas de nuestra edad, que van a reclamar de
nosotros habilidades para el juego, la cooperación, el control de los im-
pulsos y la agresividad, etc. (Moreno, 1999a).
En su aspecto positivo, las relaciones sociales son, sobre todo, una
fuente de estimulación y de diversión. En efecto, es en el contacto con
los demás como aprendemos a relacionarnos, como observamos el
comportamiento de otros y rápidamente lo imitamos, como aprende-
mos a jugar y disfrutar del contacto social. Pero las relaciones sociales
son también fuente importante de aprendizaje de formas y modos de
relación: en contacto con los otros es como aprendemos a satisfacer
nuestras necesidades sin olvidar las de los demás; como aprendemos
habilidades tan básicas pero tan útiles como guardar turnos, ganar
unas veces y perder otras; es como aprendemos a hacer un uso social-
mente aceptable de la agresividad para conseguir nuestros fines o para
defender nuestros derechos; es como aprendemos a ayudar y a buscar
ayuda, a consolar y a buscar consuelo. La inserción en grupos de igua-
les como la que se da en las agrupaciones escolares, por ejemplo, va a
permitir (y a exigir) a niños y a niñas mostrar y desarrollar sus habili-
dades sociales y encontrar un lugar en el grupo que va a venir, en gran
medida, definido por su competencia y sus habilidades sociales: capa-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 25

cidad para relacionarse positivamente con los demás, para controlar su


agresividad, para facilitar la convivencia, el juego y los intercambios.
La ausencia o deficiencia de contactos y relaciones sociales estimulan-
tes se va a traducir en una variada fuente de problemas. La no estimula-
ción de las relaciones y las interacciones positivas en el contexto familiar
van a impedir llevar a cabo el aprendizaje básico de las habilidades de co-
municación interpersonal y de interacción social. Niños y niñas someti-
dos a estilos de crianza caracterizados por la indiferencia, o por la incohe-
rencia, o por el exceso de agresividad, van a tener enormes dificultades
para desarrollar algunas de las habilidades sociales e interpersonales bási-
cas a que se ha hecho referencia un poco más arriba. Por otra parte, el
aislamiento social va a ser una fuente de importantes privaciones de esti-
mulación y aprendizaje; aislados de los demás, carentes de contactos so-
ciales, niños y niñas van a carecer de habilidades que por definición sólo
son posibles en interacción. Cuando se inserten en grupos de compañe-
ros, estos niños y niñas tendrán dificultades para ser aceptados por los
demás y para ocupar un lugar en el grupo en el que disfrutar de las rela-
ciones con los demás; por el contrario, frecuentemente ocuparán posicio-
nes marginales o bien serán abiertamente rechazados. En efecto, la falta
de habilidades de relación y de iniciativa en el contacto con los demás da
lugar muy frecuentemente al aislamiento social dentro del grupo, mien-
tras que el exceso de agresividad y la falta de conductas de cooperación y
ayuda suele dar lugar al rechazo social. Lógicamente, cuando esa agresivi-
dad no sólo es favorecida por determinados estilos de crianza paternos,
sino que es además enseñada, fomentada y estimulada, las consecuencias
para el desarrollo social serán aún más contraproducentes.
En el apartado siguiente se hará referencia a algunas formas de mal-
trato que tienen directa repercusión sobre los aprendizajes y las rela-
ciones sociales. Así, la negligencia, el maltrato psicológico, el maltrato
físico, el abuso sexual y la corrupción están en el origen de graves per-
turbaciones en el desarrollo y la adaptación social.

Necesidades relacionadas con el desarrollo cognitivo y lingüístico

Para los humanos, las relaciones tempranas constituyen una auténtica


matriz social que viene a tener en los primeros años un significado y un
26 ACOGIMIENTO FAMILIAR

valor parecido al que la placenta tuvo durante la gestación. Envueltos y


protegidos por los cuidados y la estimulación de quienes vigilan y pro-
mueven nuestro desarrollo temprano, vamos desarrollando nuestro
cuerpo y sus posibilidades de acción y de expresión, las relaciones de
apego y los primeros fundamentos de la identidad y la autoestima, las
habilidades y la competencia social. Y son también esas relaciones tem-
pranas las que nos permiten aprender a relacionarnos con los objetos y
descubrir sus propiedades (el sonido del sonajero; la textura del chupe-
te; la agitación del móvil; las propiedades de la pelota que rueda, des-
aparece bajo el sillón y con un pequeño empujón vuelve a aparecer ro-
dando...), las que nos permiten descubrirnos como agentes sobre las
cosas y las personas (si yo agito el sonajero, suena; si doy una patada a
la pelota, rueda; si lloro, alguien viene; si sonrío, se queda...). Y es en el
contexto de esas relaciones tempranas donde aprendemos, primero, a
comunicarnos (lloro y vienen, señalo un objeto y me lo alcanzan, emito
sonidos guturales y me sonríen y hablan...) y, luego, a hablar. Como a
otras conductas complejas de las que hemos hablado más arriba, los
humanos venimos tan genéticamente predispuestos a adquirir el len-
guaje que basta con que encontremos un mínimo de estimulación lin-
güística a nuestro alrededor para que aprendamos a hablar. Aunque,
naturalmente, si de lo que se trata no es sólo de aprender a hablar, sino
además de hacerlo en el momento evolutivamente más adecuado y con
una complejidad y riqueza crecientes, entonces con el mínimo de esti-
mulación no será suficiente, sino que se requerirá —tanto para el de-
sarrollo cognitivo como para el lingüístico— una estimulación más
fina, que sintonice mejor con nuestras potencialidades y las estimule
adecuadamente.
Si las condiciones ambientales son positivas, si en las interacciones
tempranas, primero, y, luego, en las posteriores recibimos los estímulos
que en cada momento del desarrollo mejor promuevan las capacidades
que la maduración biológica va abriendo, vemos desplegarse en niñas y
niños el maravilloso espectáculo de la adquisición del lenguaje —con-
ducta complejísima que, en condiciones adecuadas, niños y niñas ad-
quieren con sorprendente facilidad— (Pérez Pereira, 1999; Vila, 1999),
así como su extraordinaria capacidad para absorber la realidad y sus pro-
piedades con un conocimiento cada vez más complejo y articulado (Pa-
lacios, 1999). Y, lo que es tanto o más importante, al realizar todos estos
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 27

progresos y adquirir todos estos aprendizajes, no sólo se están adquirien-


do contenidos concretos (cómo son las cosas, cómo funcionan, cómo
responden a nuestra acción sobre ellas, cómo se llaman, etc.), sino que
además están desarrollando habilidades cognitivas tan básicas como la
atención selectiva, la memoria, el análisis y la resolución de problemas...,
habilidades sin cuyo concurso la adquisición de nuevos conocimientos y
la resolución de nuevos problemas se verá muy seriamente comprometi-
da. En efecto, cuando nos sentamos junto a una niña y le leemos un
cuento estamos enseñándole palabras (y sintaxis y gramática y semánti-
ca...), estamos también enseñándole cosas sobre la realidad y su funcio-
namiento (el niño saltó desde tan alto que al caer se hizo mucho daño,
el perro más grande alcanzó el bocado al que no pudo llegar el más pe-
queño, el niño que ayudó a resolver un problema fue recompensado...),
pero estamos además enseñándole cosas todavía más básicas y de mayor
repercusión a largo plazo: a mirar un objeto y no otro, a prestar atención,
a imaginar, a prever, a recordar... Cuando meses o años después este niño
o esta niña tenga que hacer frente a situaciones de aprendizaje escolar,
disponer de un buen arsenal de estas habilidades básicas le será tanto o
más útil como tener un buen vocabulario y una buena capacidad de
comprensión y producción lingüística.
El lado negativo lo tenemos en circunstancias ambientales que no
aciertan a proveer a los pequeños en desarrollo de ese contexto que
estimula su capacidad para la comunicación, el lenguaje y el diálogo,
así como su capacidad para aprehender la realidad y enfrentarse a los
dilemas y problemas que plantea. En su versión extrema, aquellos
niños y niñas institucionalizados aquejados de lo que Spitz deno-
minó «síndrome de hospitalismo»: niños y niñas a los que no se esti-
mulaba, a cuyas llamadas de atención no se respondía, que pasaban
largos periodos de tiempo solos y sin estimulación personalizada,
acababan con profundos trastornos de la comunicación y el desarro-
llo, con graves alteraciones evolutivas. Cualquier circunstancia en la
que los pequeños estén sometidos a condiciones de aislamiento, so-
ledad, inadecuada atención, pobre o ausente estimulación, supondrá
un déficit evolutivo tanto más importante cuanto más extremas sean
las condiciones de privación o mala estimulación. La consecuencia
más habitual y dramática es el retraso evolutivo generalizado en el
que el niño o la niña afectado muestra un perfil evolutivo marcada-
28 ACOGIMIENTO FAMILIAR

mente pobre y desajustado en relación con lo esperable para su edad.


Y lo peor no estriba en las palabras que no ha aprendido, en la gra-
mática o la sintaxis que tiene mal desarrollada; lo peor no estriba en
su escasa experiencia con las cosas, situaciones y objetos, su escasa
comprensión de la realidad y de su relación con ella. Lo peor son las
graves deficiencias en las capacidades cognitivas y lingüísticas básicas
(la atención, la imaginación, la memoria, las destrezas para compren-
der y producir lenguaje...), dificultades que limitarán severamente
sus posibilidades de desarrollo posterior. Es cierto que si el retraso no
es muy severo y si la estimulación reparadora se introduce pronto,
muchos de estos niños y niñas van a conseguir buenos niveles de re-
cuperación. Pero también es desgraciadamente cierto que si el retraso
ha sido muy severo y/o la actuación reparadora tarda en introducirse,
a veces habrá que poner más esperanzas en compensar y reducir las
limitaciones que ilusiones en una completa recuperación y normali-
zación.
De las diversas formas de maltrato que se analizarán a continuación,
sin duda alguna es la negligencia la que más agudamente va a compro-
meter el buen desarrollo de todos estos aspectos, aunque otras modali-
dades de maltrato como el institucional o el psicológico, también pue-
den relacionarse con problemas en estos ámbitos.

Necesidades relacionadas con la escolarización

En sociedades como la nuestra, la escuela se ha convertido a la vez en


un poderoso agente de socialización, en un privilegiado espacio para el
despliegue y el desarrollo de las habilidades sociales, y en un filtro so-
cial que contribuye poderosamente a discriminar la posición que las
personas van a ocupar primero en los tramos avanzados de la escuela y
más tarde en la sociedad. Se trata de un espacio un tanto especial, con
su propia lógica, con su lenguaje, con su gradación, con sus ritos, con
sus normas y con sus prácticas peculiares. La incorporación a este con-
texto socializador y educativo tiende a hacerse a edades cada vez más
tempranas, de manera que aunque la obligatoriedad de la escolariza-
ción está legalmente situada entre los 6 y los 16 años, la mayoría de los
niños y las niñas españoles a principios del siglo XXI se incorporan va-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 29

rios años antes y permanecen varios años más que los marcados por la
obligación legal.
Analizado en una perspectiva positiva, la escuela en cierto sentido
supone una continuidad con la familia, pero supone sobre todo la
apertura de nuevos horizontes, la llegada de nuevas exigencias y la po-
sibilidad de nuevos aprendizajes y desarrollos. La continuidad con la
familia viene dada por el hecho de que se trata de un espacio organiza-
do por los adultos en función de los niños en desarrollo, con relaciones
fuertemente asimétricas entre los primeros y los segundos; también,
por el hecho de que, para niños procedentes de entornos cuya cultura
familiar está próxima a la cultura escolar, el tipo de relaciones y de len-
guaje tiende a presentar muchos elementos similares. Pero lo que más
llama la atención de la incorporación a la escuela son las posibilidades
que en ella se abren: nuevas exigencias que van a obligar al desarrollo
de nuevas habilidades, nuevas oportunidades de aprendizaje, el acceso
al conocimiento cultural curricularmente organizado, el acceso conti-
nuado al grupo de compañeros y compañeras, con sus aportaciones y
con sus exigencias. Si en el desarrollo temprano en la familia se han
adquirido elementos fundamentales relacionados con la atención, el
lenguaje, la interacción social, etc., los niños y las niñas presentarán
normalmente una buena adaptación a la escuela y encontrarán en ella
un lugar en el que desplegar todas las habilidades ya adquiridas y en el
que adquirir otras muchas nuevas. Aunque los adultos tendamos a
prestar atención sobre todo a los aprendizajes escolares, para los niños
y las niñas la escuela es sobre todo un espacio de encuentro social, un
lugar donde estar con compañeros, disfrutar con ellos y confrontarse a
ellos. Un mundo de posibilidades que sin duda ensancha mucho las
contenidas en el hogar.
Pero lo que para muchos niños y niñas es sobre todo oportunidad
de desarrollo, para otros es más que nada un universo de dificultades.
Algunas de ellas vienen del lado más estrictamente académico, cuando
los aprendizajes básicos llevados a cabo en la familia dejan al niño mal
equipado para hacer frente a las exigencias de lenguaje, de atención, de
memoria, de resolución de problemas, de habilidades que en la escuela
se convierten en herramientas de trabajo cotidianas; así, por ejemplo,
problemas en el desarrollo del lenguaje o tendencias hiperactivas son
un predictor negativo del buen ajuste escolar. Otras dificultades vienen
30 ACOGIMIENTO FAMILIAR

de la esfera social, que, como se ha indicado, para los niños es tan o


más importante que la estrictamente académica; a este respecto, debe
destacarse sobre todo el papel de la falta de empatía y de la agresividad
como fuentes de la mala adaptación escolar y la poca aceptación por
parte de compañeros y compañeras —y, frecuentemente, por parte de
profesores y profesoras— (Moreno, 1999b).
De forma directa, es sin duda la negligencia la tipología de maltrato
más relacionada con las dificultades de adaptación y éxito escolar, aun-
que otras modalidades (como la explotación laboral, por ejemplo) va-
yan también claramente en el mismo sentido. Pero de manera más
indirecta, particularmente a través de las tensiones emocionales que
acarrean a los afectados, seguramente no hay forma de maltrato que no
tenga un negativo efecto potencial sobre el ajuste escolar, como más
adelante tendremos ocasión de ver.

Maltrato infantil: concepto y tipos

En la medida en que las diversas necesidades infantiles básicas analiza-


das en el apartado anterior sean atendidas de forma satisfactoria, pode-
mos decir que hay un buen trato a niños y a niñas; en ese caso, el pro-
ceso de crecimiento y desarrollo funcionará correctamente y, dentro de
las marcadas diferencias interindividuales que son norma, dará lugar a
perfiles evolutivos diversos, pero plenamente compatibles con la nor-
malidad. Por el contrario, cuando alguna o varias de las anteriormente
analizadas necesidades básicas no sean atendidas, sean gravemente ame-
nazadas o sean directamente imposibilitadas y atacadas, nos encontra-
remos ante situaciones de maltrato que variarán en su modalidad, en
su intensidad y en su mantenimiento a lo largo del tiempo, pero que
tendrán en común estar comprometiendo o imposibilitando el normal
crecimiento y desarrollo.
Sin duda alguna, lo que predomina entre los humanos son las situa-
ciones de buen trato a niños y a adolescentes. Ello es así por un man-
dato evidente de la especie, que para su conservación, reproducción y
mantenimiento requiere —y más dada la enorme debilidad e inmadu-
rez iniciales de los humanos— una adecuada atención y un correcto
cuidado de los más pequeños. Pero es así además porque los fuertes
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 31

sentimientos que desde muy pronto se generan de los padres hacia los
hijos y, muy poco después, de los hijos hacia los padres predisponen a
una relación positiva y estimuladora mucho más que a otra entorpece-
dora del desarrollo. Por lo demás, es inevitable que también en estos
aspectos se reflejen los cambios históricos y la diversidad cultural que
caracterizan tantos otros aspectos del desarrollo humano y su hetero-
geneidad.
Dando por hecho, pues, que lo predominante entre los humanos es
el trato adecuado de los más pequeños por parte de padres, educadores
y cuidadores, y sabiendo también que lo que hoy y aquí consideramos
buen o mal trato está sujeto a las inevitables variaciones de tipo histó-
rico y cultural, lo cierto es que el maltrato infantil existe y que por más
que en otro tiempo histórico o en otra realidad cultural golpear a los
niños, o hacerles trabajar, o someterlos a importantes privaciones como
castigo se considere o se haya considerado adecuado, lo cierto es que
quienes vivimos en este tiempo y en este lugar del mundo debemos
ajustar nuestra conducta dentro de la amplísima variedad de posibili-
dades de manifestación que el buen trato tiene. Cuando se traspasan
los límites de la variedad considerada aceptable en nuestra cultura, y
en este momento, estamos ante situaciones de maltrato. En efecto, se
habla de maltrato infantil para referirse a toda acción u omisión no acci-
dental que impide o pone en peligro la seguridad de los menores de 18 años
y la satisfacción de sus necesidades físicas y psicológicas básicas.
Merece la pena detenerse para subrayar, brevemente, algunos de los
aspectos contenidos en la definición precedente. En primer lugar, para
remarcar que el maltrato puede producirse por acción (golpear a un
niño, abusar sexualmente de una niña, obligarles a trabajar, etc.), pero
también por omisión (no atender a un niño, no responder a sus llama-
das y peticiones, no defender a quien está siendo violentado sexual-
mente, etc.). En segundo lugar, para resaltar el carácter no accidental
(lo que equivale a decir, en un sentido u otro, voluntario e intenciona-
do) de tales acciones y omisiones. En tercer lugar, para remarcar que la
protección y la estimulación se entienden obligatorias hasta la mayoría
de edad, establecida en los 18 años, lo que no obsta para que en edades
inferiores a ésta las leyes establezcan determinadas capacidades y posi-
bilidades, como lo hacen, por ejemplo, nuestras normas jurídicas al
permitir el trabajo a partir de los 16 años o al prever la posibilidad de
32 ACOGIMIENTO FAMILIAR

relaciones sexuales consentidas a partir de los 13 años. Finalmente,


merece la pena subrayar el hecho de que todas las apreciaciones sobre
buen o mal trato a la infancia se hacen teniendo como telón de fondo
y como parámetro las necesidades básicas a las que se ha hecho referen-
cia en el apartado precedente.
Por otra parte, la anterior definición de maltrato tiene la ventaja de
su simplicidad, pero el inconveniente de ocultar realidades que son
siempre mucho más complejas y heterogéneas:

• En primer lugar, que bajo esa misma denominación se encuen-


tran conductas muy diversas, como se verá a continuación al
analizar las diversas modalidades o tipologías de maltrato.
• En segundo lugar, que dentro de cada tipo de maltrato hay una
abundante diversidad de formas y de niveles de gravedad; así,
por ejemplo, el abandono puede referirse a la falta de higiene,
pero también a la falta de alimentación o a dejar al niño o a la
niña sin supervisión durante largos periodos de tiempo.
• Por otra parte, las fronteras entre los diversos tipos de maltrato
distan a veces de ser nítidas. Probablemente, el ejemplo más
claro lo proporciona el maltrato psicológico, que difícilmente
puede considerarse independiente y aislado de otras formas de
maltrato: ¿puede, por ejemplo, pensarse en el maltrato físico o
en el abuso sexual sin una clara implicación de maltrato psico-
lógico?
• Además, los diversos tipos de maltrato pueden aparecer como
tipos aislados o, muy frecuentemente, en combinaciones en las
que se dan varios de ellos. Así, por ejemplo, un determinado
niño puede ser víctima a la vez de abandono y de maltrato físico.

La clasificación de las diversas formas de maltrato es arbitraria:


unos autores gustan de establecer unas tipologías y otros prefieren
utilizar otras. El hecho es relativamente irrelevante siempre y cuando
cualquier clasificación se haga explícita y no haya formas de maltrato
que queden al margen de las tipologías elegidas. Así, por ejemplo,
una forma bastante habitual de clasificar las diversas formas de mal-
trato se realiza con una matriz de doble entrada en la que, por un
lado, estarían formas de malos tratos activas (por acción) y pasivas
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 33

(omisión), y, por otro lado, estarían formas de maltrato físico y emo-


cional (véase cuadro 1.1). El cruce de estas dimensiones lleva a dis-
tinguir, por ejemplo, entre maltrato físico y maltrato psicológico en
el lado de la acción, y entre abandono físico y abandono emocional
en el lado de la omisión.

CUADRO 1.1 Una forma habitual de definir las distintas formas de maltrato

Activo Pasivo
Físico Abuso físico, abuso sexual Abandono físico
Emocional Maltrato psicológico Abandono emocional

Es, sin duda, una forma adecuada de clasificación, pero tiene al me-
nos dos serios inconvenientes: deja fuera bastantes formas de maltrato
e introduce una distinción que en la práctica puede ser algo forzada
entre abandono físico y abandono psicológico, pues de hecho el aban-
dono, cuando se da, suele ser bastante generalizado y, en consecuencia,
se entrecruzan el físico y el psicológico.
El cuadro 1.2 presenta una clasificación y una definición de las
diversas formas o modalidades de maltrato infantil (Palacios, Jimé-
nez, Oliva y Saldaña, 1998). Como cualquier otra, la clasificación
que se presenta tiene algo de arbitraria y tiene además el inconve-
niente de dar la impresión de que en el mundo del maltrato infantil
nos enfrentamos a tipos «puros» o separados de malos tratos, cuando
en la realidad nos encontramos con mezclas e interacciones de unos
con otros. Ello está particularmente claro, por ejemplo, en relación con
el maltrato psicológico: un niño o una niña puede estar siendo obje-
to sólo de maltrato psicológico (en forma de aislamiento social, en
forma de rechazos a su persona explícitos y reiterados, en forma de
no responder a sus demandas de afecto o estimulación, etc.), pero el
maltrato psicológico forma también parte de los demás tipos de mal-
trato; así, por ejemplo, resulta difícil imaginar que en la negligencia,
en el maltrato físico, en el abuso sexual, en el síndrome de Munchau-
sen por poderes, etc., no haya además claros componentes de mal-
trato psicológico, como ya se ha indicado.
34 ACOGIMIENTO FAMILIAR

CUADRO 1.2 Maltrato infantil: definiciones e indicadores

Abandono o negligencia
Las necesidades básicas de un niño y su seguridad no son atendidas por quie-
nes tienen la responsabilidad de cuidarlo.
Indicadores: Suciedad muy llamativa, hambre habitual, falta de protección
contra el frío, necesidades médicas no atendidas (controles médicos, vacu-
nas, heridas, enfermedades), repetidos accidentes domésticos debidos a
negligencia, periodos prolongados de tiempo sin supervisión de adultos,
falta de atención a las necesidades emocionales y de estimulación, falta de
atención a las necesidades educativas.

Maltrato psicológico
Comportamientos adultos que ponen en peligro el normal desarrollo psico-
lógico, particularmente en los ámbitos del apego, la autoestima y las relacio-
nes interpersonales. También cuando el niño y la niña son testigos de violen-
cia doméstica, aunque no les afecte a ellos directamente.
Indicadores: Rechazar, aterrorizar, privar de relaciones sociales, insultar, ri-
diculizar, ignorar demandas emocionales y de estimulación, notable frial-
dad afectiva. Ser testigos de violencia doméstica.

Maltrato físico
Acción no accidental que provoca daño físico o enfermedad en el niño o en
la niña, o que le coloca en grave riesgo de padecerlo como consecuencia de
alguna negligencia intencionada.
Indicadores: Heridas, magulladuras o moratones, quemaduras, fracturas,
torceduras o dislocaciones, señales de mordeduras humanas, cortes, pin-
chazos, lesiones internas, asfixia o ahogamiento.

Abuso sexual
Utilización que un adulto hace de un menor de 18 años para satisfacer deseos
sexuales. El niño o la niña es utilizado para realizar actividades sexuales o
como objeto de estimulación sexual (por ejemplo, utilización de menores
para pornografía).
Indicadores: Conocimientos, intereses o conductas relacionados con la
sexualidad y que son inadecuados para la edad, dificultades para andar o
sentarse y otros indicadores fisiológicos.
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 35

CUADRO 1.2 (Continuación)

Maltrato prenatal
Situaciones y características del estilo de vida de la mujer embarazada que,
siendo evitables, perjudican el desarrollo del feto.
Indicadores: Situaciones y características del estilo de vida que afectan negativa-
mente a la madre gestante, especialmente de manera prolongada; agresiones al
feto. Síndrome alcohólico fetal, síndrome de abstinencia en el recién nacido.
Mendicidad
El niño o la niña es utilizado habitual o esporádicamente para mendigar, o
bien ejerce la mendicidad por iniciativa propia.
Indicadores: Solo o en compañía de otras personas, el niño o la niña pide
limosna.
Corrupción
Conductas de los adultos que promueven en el niño pautas de conducta an-
tisocial o desviada, particularmente en las áreas de la agresividad, la apropia-
ción indebida, la sexualidad y el tráfico o el consumo de drogas.
Indicadores: Crear dependencia de drogas, implicar al niño en contactos sexua-
les con otros niños o adultos, utilizar al niño en actividades delictivas.
Explotación laboral
Para la obtención de un beneficio económico se asigna al niño o a la niña la
obligación de realizar trabajos que exceden los límites de lo habitual, que de-
berían ser realizados por adultos, e interfieren de manera clara en las activida-
des y necesidades escolares.
Indicadores: Participación de menores de 16 años en actividades laborales,
sea continuada o por periodos de tiempo. El niño no puede participar en
las actividades sociales y académicas propias de su edad.
Síndrome de Munchausen por poderes
Se provocan en el menor síntomas físicos patológicos que requieren hospita-
lización o tratamiento médico reiterado.
Indicadores: Reiteradas hospitalizaciones y exploraciones médicas que no resultan
en diagnósticos precisos, síntomas persistentes de difícil explicación etiológica;
abundantes contradicciones entre los datos clínicos y los conductuales. Los sín-
tomas desaparecen cuando el niño o la niña no está en contacto con su familia.
36 ACOGIMIENTO FAMILIAR

CUADRO 1.2 (Continuación)


Maltrato institucional
Situaciones que se dan en centros u organizaciones que atienden a menores
de edad y en las que por acción u omisión no se respetan los derechos básicos
de la protección, el cuidado y la estimulación del desarrollo.
Indicadores: En el centro o en la institución en que el niño se encuentra
(escuela, hospital, sistema de administración de justicia, centro de pro-
tección de menores...), la seguridad física del niño está en peligro, el me-
nor es objeto de discriminación, se le separa innecesaria y prolongada-
mente de su contexto familiar, se ejerce una autoridad despótica y no se
toman en consideración sus características o sus necesidades evolutivas.

Existe una tendencia cada vez más amplia a incluir también entre
las formas de maltrato infantil el hecho de que niños y niñas contem-
plen en su casa situaciones de violencia entre los padres. Aunque es
cierto que muchas veces los pequeños no salen físicamente indemnes
de esta violencia, incluso en el caso de que las agresiones se queden
entre los adultos, parece claro que hay implicada una importante dosis
de trauma para los niños que asisten a esos episodios. De hecho, como
se verá más adelante, al reflexionar sobre los efectos negativos de las
experiencias de maltrato, es frecuente referirse a las consecuencias de
asistir a situaciones de violencia entre los padres.
Es muy difícil saber cuántos niños y niñas están afectados por el
problema del maltrato. Muchas situaciones maltratadoras se quedan
en el ámbito privado. El caso extremo es quizá el del abuso sexual, en
el que frecuentemente sólo la víctima y el abusador saben lo que está
ocurriendo; no es ya, por tanto, que la gente de fuera de la casa no sepa
que allí hay maltrato, sino que ni siquiera los que conviven con el abu-
sador y la víctima son conscientes de lo que está ocurriendo. Por otra
parte, cuando alguien conoce de un caso de maltrato, lo más habitual
es que no lo denuncie, con lo que al problema de la escasa detección se
une el de la baja notificación. Esa es la razón por la que se dice que el
maltrato detectado y cuantificado es sólo una muy pequeña parte del
realmente existente. Una estimación que aparece una y otra vez en di-
versas investigaciones de incidencia (número de casos que se detectan
en una unidad de tiempo dada, que suele ser un año) indica que el 15
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 37

por mil de la población menor de 18 años está sometida a algún tipo


de maltrato, lo que en realidad se debe entender como que al menos el
15 por mil está afectado por el problema (Palacios, 1995). El ejemplo
del abuso sexual puede de nuevo servir para ilustrar la debilidad de las
cifras de que disponemos sobre la realidad del maltrato infantil: según
diversos estudios que informan de la incidencia del maltrato, el abuso
sexual es una de las formas de maltrato menos frecuentes, afectando
sólo a un 4% de los maltratados (por tanto, a un 4% del 15 por mil).
La impresión, por tanto, es que se trata de una forma de maltrato con
un perfil de ocurrencia claramente bajo. Sin embargo, los estudios es-
pañoles de prevalencia (porcentaje de la población que afirma haber
sufrido algún tipo de abuso sexual en su infancia o adolescencia) mues-
tran que en torno al 20% del total de la población se ha visto afectada
por alguna experiencia de abuso, lo que da la impresión de ser una tasa
bastante importante (López, 1994).
Por lo que a la distribución de las formas de maltrato se refiere, sin
duda alguna la negligencia es el más extendido, afectando aproximada-
mente a 7 de cada 10 niños maltratados. Como forma aislada de mal-
trato, el psicológico ocupa el segundo lugar por orden de incidencia,
afectando aproximadamente a 4-5 de cada 10 niños maltratados. El
maltrato físico ocupa el tercer lugar, con una tasa de 3 de cada 10 niños
maltratados. El resto de las formas de maltrato ocuparía tasas por de-
bajo de 2 de cada 10 niños maltratados (Palacios, 1995). Como se ve
por estas cifras, es bastante frecuente que un mismo niño o una misma
niña sufra más de un tipo de maltrato, pues la suma de los parciales
anteriores es mayor que 10. En efecto, se estima que al menos la mitad
de los maltratados sufren más de una forma de maltrato, y ello consi-
derando el psicológico sólo como una forma «pura» de maltrato, es
decir, sin contar su casi inevitable asociación a otras modalidades,
como ya se ha comentado anteriormente.

Consecuencias del maltrato infantil

El análisis de las consecuencias del maltrato puede hacerse desde dos


ópticas diferentes: por tipos de maltrato (cuáles son las consecuencias
de la negligencia, cuáles las del maltrato psicológico...) o por tipos de
38 ACOGIMIENTO FAMILIAR

consecuencias (secuelas físicas, emocionales...). Dada la frecuente con-


currencia de más de una forma de maltrato sobre el mismo niño o la
misma niña, parece que tiene aquí más sentido optar por la segunda
aproximación.
Antes de examinar, sin embargo, las repercusiones de las experien-
cias de maltrato sobre distintas áreas del funcionamiento y la conducta
infantil, conviene detenerse a reflexionar sobre los factores que van a
ser clave a la hora de determinar si tales repercusiones van a tener ma-
yor o menor magnitud. Aunque hay formas de maltrato que producen
automáticamente consecuencias irreversibles (por ejemplo, una agre-
sión a un bebé que le deja ciego), en la mayor parte de los casos el nexo
maltrato-consecuencias va a ser más complejo y va a estar mediado por
una serie importante de factores:

• La forma concreta de maltrato que esté implicada: no es lo mis-


mo abusar de la cocaína durante el embarazo que tener a un
niño desnutrido, que golpearle en la cabeza o que insultarle, ri-
duculizarle, etc.
• La magnitud y duración del maltrato: no es lo mismo una negli-
gencia ocasional que una crónica, no es lo mismo una negligen-
cia menos acusada que otra severa.
• Las secuelas concretas que el maltrato ha dejado: no es lo mismo
una paliza que rompe un brazo que una paliza que daña el ce-
rebro.
• Las características individuales del sujeto afectado (por ejemplo,
su resistencia al estrés y a la adversidad, etc.)... Por supuesto, la
edad de la víctima juega también un papel clave, pues no es lo
mismo golpear la cabeza de un bebé cuyo cerebro está en forma-
ción que hacerlo sobre un adolescente; o, por poner un ejemplo
distinto, no es lo mismo una agresión sexual a una niña de edad
preescolar (que puede producir, por ejemplo, importantes des-
garros vaginales), que a una adolescente (que puede producir un
embarazo no deseado).
• La relación entre la persona que maltrata y la víctima es otra im-
portante fuente de variación sobre las repercusiones del maltra-
to; aunque por supuesto toda forma de abuso sexual es rechaza-
ble y puede producir un impacto muy negativo, no es lo mismo
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 39

que el abuso sea cometido por una persona desconocida o que


sea cometido por el propio padre, caso este último en el que la
previsión de consecuencias se torna claramente más negativa.
• Las repercusiones variarán en función de si se considera el impacto
a corto o el impacto a largo plazo. Una situación de abandono, por
ejemplo, puede dar lugar a un retraso subsecuente en el desarrollo
psicomotor, pero eso no necesariamente significa que el futuro de-
sarrollo psicomotor del niño o la niña implicado se vea necesaria-
mente comprometido. En sentido contrario, una forma de maltrato
concreta puede dejar consecuencias a corto plazo poco apreciables
y, sin embargo, traducirse posteriormente en efectos más negativos,
como puede ocurrir, por ejemplo, con la situación de negligencia
en relación con un bebé cuyo retraso lingüístico va a ser al principio
poco apreciable, dada la canalización normativa que le lleva a balbu-
cear y decir sus primeras palabras con un calendario evolutivo razo-
nablemente normal, pero en el que sólo posteriormente, cuando la
presión de la canalización madurativa temprana haya desaparecido,
las muy negativas consecuencias de la negligencia sobre el lenguaje
se pondrán crudamente de manifiesto.
• Por otra parte, las repercusiones del maltrato están determinadas
de forma crucial no sólo por las características del maltrato y de las
personas en él implicadas a que se acaba de hacer referencia, sino
también por las experiencias posteriores al maltrato que el niño o
la niña tenga. El ejemplo de lo que ocurre en el caso de la exposi-
ción fetal a drogas y alcohol nos proporciona un buen ejemplo:
aunque dicha exposición suele provocar serias consecuencias a
corto plazo, como se mostrará enseguida, las consecuencias a largo
plazo van a depender enormemente del ambiente postnatal: como
la investigación ha documentado, el impacto negativo de la expo-
sición prenatal a drogas y alcohol dará lugar a secuelas evolutivas
muy negativas si va asociado con factores de riesgo postnatal tales
como pobreza extrema, inestabilidad familiar, violencia en el ho-
gar y pobres interacciones entre el niño o la niña y sus cuidadores.
Por el contrario, si un niño sometido a una experiencia temprana
muy adversa encuentra después un entorno favorable, protector,
estimulante, su desarrollo puede normalizarse y su funcionamien-
to psicológico ser adecuado (Schaffer, 1996).
40 ACOGIMIENTO FAMILIAR

• Todos los factores anteriores deben ser considerados no aislada-


mente, sino en interacción: así, si el daño producido por una
experiencia de maltrato ha ocurrido a una edad muy temprana y
ha sido severo, afectando a procesos neurofisiológicos o psicoló-
gicos básicos, y creciendo posteriormente el afectado en un en-
torno poco protector y poco estimulante, las previsiones evoluti-
vas van a ser mucho menos optimistas que si los factores en
interacción hubieran mostrado una configuración menos nega-
tiva.

Consecuencias físicas y neurofisiológicas

Como se ha indicado anteriormente, las consecuencias físicas y


neurofisiológicas del maltrato infantil van a depender enormemente
de la forma concreta de maltrato que esté implicado, así como de su
severidad, del momento en que ocurra y del resto de las variables re-
cién analizadas. Así, por ejemplo, se pueden destacar algunas conse-
cuencias concretas de tipos de maltrato sobre estos ámbitos:

• Si el maltrato prenatal ha consistido en abuso de drogas y/o alco-


hol, el menor tamaño de la cabeza y la acentuada reactividad ante
los estímulos suelen estar entre las consecuencias más comunes.
Los bebés con estos antecedentes nacen con síndrome de absti-
nencia, presentan gran agitación, son difíciles de calmar, presen-
tan temblores, lloran agudamente o bloquean la entrada de estí-
mulos exteriores cayendo en un sueño profundo (Chasnoff,
Griffith, Freier y Murray, 1992). Algunas enfermedades infecciosas
con consecuencias posteriores de muy alto riesgo, como las hepa-
titis tipo B y C o el sida, se transmiten en fase prenatal.
• La negligencia puede dar lugar a una muy diversa serie de conse-
cuencias somáticas: retraso en estatura y peso, trastornos de creci-
miento derivados de carencias en la alimentación, la higiene y los
cuidados (llegando, por ejemplo, al raquitismo), lesiones deriva-
das de quemaduras o congelaciones por falta de cuidados y super-
visión, repetidos accidentes domésticos por la misma causa, riesgo
de contraer determinadas enfermedades por no cumplimentar el
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 41

calendario de vacunas, aplanamiento del occipucio y deformación


craneal por tener al niño continuamente inmóvil boca arriba...
• El maltrato físico provocará lesiones de muy diversa consideración
y gravedad, desde heridas y quemaduras superficiales a otras más
profundas; con todo, las agresiones más graves suelen ser aquellas
que provocan lesiones internas; así, por ejemplo, cuando se trata
de traumatismos craneales, pueden darse hemorragias cerebrales,
hidrocefalias postraumáticas o edemas subdurales que fácilmente
se traducirán en retrasos, deficiencias motoras y/o cognitivas, epi-
lepsias... En el caso de traumatismos oculares, pueden encontrarse
ceguera por desprendimiento de retina, glaucoma, cataratas pos-
traumáticas... (Martínez y de Paúl, 1993).
• Lógicamente, las formas de abuso sexual con consecuencias somá-
ticas son aquellas que implican contacto genital (que, por fortuna,
son las menos abundantes dentro del abuso sexual). En ese caso,
las consecuencias pueden ser desgarros de diversa entidad, enfer-
medades de transmisión sexual (sífilis, sida...) y embarazos no de-
seados. Sin embargo, la secuela física más frecuente de los abusos
sexuales (impliquen o no contacto entre genitales) tiene que ver
con trastornos psicosomáticos diversos a los que enseguida se hará
referencia (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000; Intebi, 1998).

Pero, además de las secuelas somáticas asociadas a formas concretas


de maltrato, se puede identificar una serie de consecuencias sobre este
ámbito que son comunes a diversas formas de maltrato y que tienen su
base en la afectación temprana del desarrollo del cerebro y el sistema
nervioso, bien sea por daños directos, por ausencia o inadecuación de
la estimulación, o, en otras ocasiones, por sobreestimulación de ciertas
estructuras cerebrales. Algunas de las consecuencias comunes a distin-
tas formas de maltrato son (Gómez de Terreros, 1995):

• Nivel de activación y capacidad para reaccionar ante situaciones


de estrés; problemas frecuentes serían la reactividad excesiva, el
tono muscular elevado, conductas de alarma excesiva, anormali-
dades en la regulación cardiovascular y problemas de sueño. Al-
gunas de estas situaciones (reactividad y alarma excesivas, por
ejemplo) pueden ser funcionales en situaciones de estrés ocasio-
42 ACOGIMIENTO FAMILIAR

nal, pero se convierten en problemáticas cuando presentan un


carácter más permanente, como ocurre con frecuencia en niños
sometidos a estrés crónico.
• La influencia del estrés y los traumas puede también afectar a
estructuras neurofisiológicas relacionadas con el crecimiento,
por lo que entre las posibles consecuencias del maltrato pueden
encontrarse retrasos y trastornos en el crecimiento, así como
complicaciones en el desarrollo puberal.
• Los problemas psicosomáticos asociados al estrés son frecuentes
en niños y niñas sometidos a diversos tipos de maltrato, inclui-
dos aquellos que son víctimas de la contemplación de violencia
doméstica: asma, diarrea, úlceras y otros problemas intestinales,
regresiones en el lenguaje o en el control de esfínteres, trastornos
de la alimentación y el sueño, sonambulismo y pesadillas... son
algunas de las consecuencias observadas.

Trastorno de estrés postraumático

De acuerdo con Margolin y Gordis (2000), las repercusiones fisiológi-


cas del maltrato infantil están íntimamente ligadas a los síntomas del
trastorno de estrés postraumático, respuesta a situaciones particular-
mente estresantes caracterizada por conductas como revivir una y otra
vez el acontecimiento causante del estrés, bloqueo y parálisis psicológi-
ca, pesadillas y otras dificultades del sueño. Según Terr (1991), los ni-
ños y las niñas afectados por traumas relacionados con experiencias de
maltrato presentan cuatro conductas típicas del síndrome de estrés
postraumático: recuerdos repetidos de las situaciones de maltrato a
través de su visualización, conductas y juegos repetitivos relacionados
con los acontecimientos estresantes, miedos relacionados con el conte-
nido del maltrato, y actitudes pesimistas relacionadas con sentimientos
de indefensión ante su futuro y ante la vida.
Otra de las características de los niños y las niñas afectados por el
síndrome de estrés postraumático tiene que ver con la activación exce-
siva, la hiperactividad y los problemas de atención. Estos síntomas tie-
nen que ver con las respuestas de exageradas conductas defensivas y de
vigilancia mencionadas anteriormente, conductas que pueden ser fun-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 43

cionales para hacer frente a situaciones episódicas de amenaza, pero que


se convierten en disfuncionales y problemáticas cuando se cronifican.
Merece la pena insistir en la idea de que el trastorno de estrés pos-
traumático se observa no sólo en niños y niñas víctimas de abandono
o violencia, sino también en aquellos otros que están expuestos a la
violencia doméstica entre sus padres. Y aunque es verdad que este tipo
de secuelas es más grave cuando se está expuesto a la violencia (directa
o indirecta) repetidamente, también es cierto que la investigación ha
documentado la influencia de este tipo de situaciones a largo plazo
incluso con una sola experiencia (Margolin y Gordis, 2000).

Repercusiones emocionales

Las experiencias de maltrato tienen entre sus secuelas más importan-


tes las afectaciones en el ámbito de lo que genéricamente se puede
clasificar como emociones, que pueden estar, o bien relacionadas con
los demás (como el apego, por ejemplo), o bien relacionadas con uno
mismo (como, por ejemplo, la autoestima). Las secuelas emocionales
pueden presentar un carácter estrictamente vinculado al tipo de mal-
trato sufrido, pero suelen estar presentes con mucha frecuencia en las
víctimas de cualquier tipo de maltrato, que será la perspectiva de aná-
lisis que adoptaremos a continuación.
Los trastornos del apego deben mencionarse de manera destacada entre
las consecuencias negativas del maltrato infantil. Al contrario de los ni-
ños y las niñas que crecen en ambientes familiares en los que se responde
de manera positiva y coherente a sus demandas de atención, afecto y
ayuda (y que, consecuentemente, desarrollan apegos de tipo seguro), los
que sufren malos tratos desarrollan frecuentemente tipos de apego o
bien inseguro o bien desorganizado y desorientado. En el primer caso, el
apego será de tipo evitativo o de tipo ambivalente, en gran parte en fun-
ción de las experiencias concretas de maltrato que hayan sufrido; así, si
la madre es habitualmente punitiva es más probable que se desarrolle
una conducta evitativa en su presencia o cuando trata de aproximarse al
bebé, mientras que si la madre alterna situaciones de atención positiva y
adecuada con otras de falta de atención o de atención y afecto inadecua-
dos, es más probable que dé lugar a respuestas ambivalentes por parte del
44 ACOGIMIENTO FAMILIAR

bebé. A su vez, el apego desorganizado suele ser la respuesta a comporta-


mientos adultos insensibles, carentes de sintonía y, sobre todo, incohe-
rentes, comportamientos que no permiten al niño aprender una pauta
de conducta adecuada para obtener reacciones concretas, con lo cual se
genera en ellos una ansiedad extrema y conductas erráticas en las que en
un mismo episodio pueden alternar reacciones muy diversas que dan,
efectivamente, la pauta de la desorganización y la desorientación del pe-
queño (Cerezo, 1995).
Como ya quedó indicado anteriormente, las experiencias tempra-
nas de apego son importantes en sí mismas, pero también por la im-
pronta que dejan en la forma de modelos internos de relaciones interper-
sonales, modelos que repercutirán sobre las relaciones emocionales más
allá de los primeros años. Una niña o un niño, por ejemplo, que haya
crecido con un apego inicial fuertemente inseguro y que no haya teni-
do la oportunidad de establecer relaciones de apego sanas y seguras
posteriormente, correrá el riesgo de repetir conductas y pautas de ape-
go disfuncionales cuando entre en contacto con otros adultos (educa-
dores en un centro de acogida, padres acogedores, profesores...) o
cuando empiece a intimar con personas de su edad.
Otro de los ámbitos emocionales sobre el que las experiencias de
maltrato tienden a dejar secuelas problemáticas tiene que ver con sen-
timientos negativos respecto a sí mismos. Uno de los más frecuentes y
paradójicos son los sentimientos de culpa en relación con sus experien-
cias de maltrato. En efecto, es muy frecuente que los niños y las niñas
que han pasado por tales experiencias desarrollen la creencia de que
ellos son en todo o en parte responsables de lo que les está ocurriendo
o les ha ocurrido. En parte, porque en ocasiones el maltratador se en-
carga de transmitir esa idea («tú tienes la culpa», «si no fueras malo no
te haría esto»...), en parte, porque al niño le es difícil pensar en su pa-
dre o en su madre como malos, violentos, agresores, abusadores... y, en
parte, porque en ocasiones son conscientes (por ejemplo, en episodios
de violencia doméstica donde hay argumentos sobre los hijos) de que
ellos forman parte de los conflictos. Uno de los corolarios de lo ante-
rior son los sentimientos de vergüenza, frecuentemente acompañados
de tristeza, depresión, inseguridad e indefensión.
Es también muy frecuente que las experiencias de maltrato dejen
importantes secuelas sobre la autoestima, es decir, una visión negativa
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 45

de uno mismo como persona y de las propias características, cualida-


des y capacidades. Tales problemas pueden observarse ya a edades muy
tempranas; por ejemplo, cuando niños o niñas maltratados de un par
de años se enfrentan a tareas que requieren un cierto esfuerzo por su
parte y reaccionan con escasa motivación, con nulo entusiasmo o es-
fuerzo, con enfado y frustración: no han tenido la oportunidad de
aprender a interesarse o a esforzarse, no han recibido ayuda para resol-
ver tareas que plantean una cierta dificultad y reaccionan con enojo y
evitación, dando muestras de un enfado y de unas conductas negativas
que en el fondo no son sino formas de reconocerse incapaces de en-
frentarse a la tarea y resolverla, o bien de pedir ayuda eficaz para poder
hacerlo. Los sentimientos de incapacidad e indefensión se pueden,
pues, observar ya a edades tempranas. Y, por supuesto, tales sentimien-
tos no suelen sino aumentar y solidificarse con el paso del tiempo y
con la confirmación repetida a través de situaciones de maltrato, aban-
dono o abuso de que ellos no son personas valiosas, respetables, capa-
ces, dignas de ser queridas y admiradas. La autoestima negativa que así
se va desarrollando dará lugar a fuertes sentimientos de tristeza que
pueden llegar a la depresión y a la indefensión (Cerezo, 1995).
Aunque no suelen ser los que más llaman la atención, los síntomas
de tipo interno son muy frecuentes en las víctimas de maltrato y en rea-
lidad no son sino una consecuencia o una manifestación más de los
problemas a que ya hemos hecho referencia en los párrafos preceden-
tes. Entre tales síntomas se incluyen emociones negativas tales como la
introversión excesiva, la depresión, la ansiedad, los miedos, la rabia,
una capacidad de afecto limitada y como embotada, conductas de hi-
pervigilancia (excesiva sensibilidad respecto a ruidos, movimientos,
cambios de humor de los adultos...).
Más llamativos que los anteriores suelen ser los síntomas hacia fuera,
que pueden presentarse en lugar de, pero a veces además de, los ex-
puestos en el párrafo anterior. Uno de los más recurrentes es la presen-
cia de agresividad instrumental en niveles y edades desproporcionadas.
En el desarrollo normal de la agresividad, la de tipo instrumental es
característica de niños y niñas menores de 3 años, que responden con
agresiones físicas a situaciones de frustración o a los rutinarios conflic-
tos entre iguales (así, un niño de 2 años empuja a otro para quitarle un
sitio, o le golpea para apoderarse de su juguete, etc.). Pronto en los
46 ACOGIMIENTO FAMILIAR

años preescolares la agresividad instrumental se ve sustituida con fre-


cuencia cada vez mayor por la llamada agresividad hostil, en la que se
trata de molestar o de dañar al otro, pero de forma cada vez menos fí-
sica, recurriendo más, por ejemplo, a ataques verbales, a agresiones
sociales varias (desprestigiar al otro, hacer circular rumores, poner mo-
tes o insultar...). Como este tipo de agresión suele tener consecuencias
muy claras y visibles sobre la competencia social y sobre las relaciones
con los compañeros, reservaremos un comentario más detallado para
el apartado siguiente (Palacios y otros, 1998).

Repercusiones sobre las relaciones con compañeros

Las relaciones con los iguales de los niños y las niñas que han pasado
por experiencias de maltrato van a venir influidas por algunas de las
características de personalidad básicas examinadas anteriormente. La
investigación ha demostrado continuidad, por ejemplo, entre las pau-
tas de apego temprano con los padres y la competencia social puesta de
manifiesto, posteriormente, en las relaciones con los compañeros y
amigos; los niños que en sus relaciones familiares tempranas desarro-
llaron tipos de apego inseguro o desorganizado, así como algunas de
las demás conductas revisadas anteriormente, van a desplegar con sus
compañeros conductas coléricas y agresivas (más frecuentes en los ni-
ños de apego inseguro evitativo), o bien comportamientos quejicas,
fácilmente frustrables e inhibidos (más frecuentes en los de apego in-
seguro ambivalente), o bien comportamientos habitualmente inmadu-
ros e imprevisibles que pueden ir desde la reacción colérica y agresiva,
a la inhibida y en exceso retraída (más frecuente en los de apego desor-
ganizado) (Moreno, 1999a, y b).
Como consecuencia de sus adversas experiencias familiares, los niños
y las niñas que han sufrido malos tratos o que han sido testigos de ellos
presentan frecuentemente dificultades para el procesamiento de la infor-
mación social. Tal procesamiento requiere, para ser eficaz, de una serie de
fases que implican decodificar las claves sociales («si alguien me empuja,
¿qué aspecto tiene?, ¿qué expresiones faciales presenta?»), interpretarlas
(«ha sido un accidente» o «trata de fastidiarme y agredirme»), buscar res-
puestas adecuadas («¿qué puedo hacer en estas circunstancias?»), tomar
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 47

decisiones («de las respuestas posibles, la mejor me parece que es...»),


llevarlas a la práctica y, finalmente, evaluar sus consecuencias (véase Mo-
reno, 1999b). Los niños que han crecido en ambientes de malostratos
suelen tener dificultades en este proceso y con frecuencia se observa que
tienen capacidades distorsionadas para decodificar claves sociales (que re-
quieren pararse a atender los rasgos de la situación, particularmente
cuando ésta es ambigua y poco clara) y para interpretarlas adecuadamen-
te (con una excesiva tendencia a atribuir al otro intenciones hostiles y
agresivas), así como un limitado repertorio de conductas disponibles
(siendo las agresivas las que más frecuentemente les dominan), que se
ejecutan con poca reflexión y previsión de consecuencias.
Sin duda alguna, una de las consecuencias más llamativas de las expe-
riencias de maltrato (consecuencia, a su vez, de rasgos que venimos exa-
minando) es el comportamiento agresivo que tan frecuentemente se ob-
serva en las víctimas. Consecuencia en parte de la pura imitación de las
conductas que con frecuencia han observado, pero en ocasiones también
resultado de su impulsividad, o de su menor inteligencia, o de sus difi-
cultades para interpretar adecuadamente las claves sociales, o de su frus-
tración y enfado, la conducta agresiva forma parte del escenario habitual
en la personalidad de estos niños y niñas. Como se ha indicado hace un
momento, se trata además de una forma de agresividad frecuentemente
inmadura, pues adopta formas instrumentales en edades en las que debe
haberse producido ya la transición evolutiva hacia formas de agresividad
más hostiles y, si se quiere, indirectas. Además, se trata de un tipo de
agresividad que presenta una gran estabilidad a lo largo del tiempo, de
manera que el niño pequeño agresivo tiene una alta probabilidad de ser
un niño mayor y luego un adolescente también agresivo. Se trata de una
agresividad que se va a poner de manifiesto en las relaciones con los
compañeros, como ahora veremos, pero que frecuentemente aparece
también en las relaciones con los adultos, en forma de desobediencia,
desafíos, retos e, incluso, violencia física. En la adolescencia, las manifes-
taciones de estas conductas adoptarán con frecuencia la forma de peleas,
ataques, robos y otras conductas delictivas (Palacios y otros, 1998).
Lógicamente, todo lo anterior va a tener un importante impacto ne-
gativo sobre el lugar que se ocupa entre los compañeros (estatus sociométri-
co), pues como consecuencia de sus múltiples problemas (de apego, de
procesamiento de información social, de agresividad...) los niños vícti-
48 ACOGIMIENTO FAMILIAR

mas y testigos de malos tratos van a presentar con mucha frecuencia se-
rias dificultades de ajuste y competencia social. Llevarse bien con los
otros, prestar atención a sus necesidades y emociones (empatía) y saber
responder a ellas (conducta prosocial), reaccionar adecuadamente en si-
tuaciones de conflicto y de frustración, acostumbrarse a ganar unas veces
y a perder otras, etc., son conductas que requieren mucha competencia
y habilidad social (Moreno, 1999b). Las circunstancias en que se ha pro-
ducido el desarrollo de los niños maltratados no están precisamente a
favor de estas capacidades, siendo la principal consecuencia una conduc-
ta social que lleva a sus compañeros a marginarlos, cuando no a recha-
zarlos. El niño maltratado resulta ser un compañero de juego no atracti-
vo, y las consecuencias se manifiestan pronto y de forma duradera,
marcando negativamente las experiencias sociales de niños y niñas que
ya venían señalados por experiencias familiares negativas.

Consecuencias sobre el lenguaje, la inteligencia y el desempeño académico

Finalmente, pero de forma no menos importante, las experiencias de


maltrato pueden también tener un impacto negativo sobre la esfera
que genéricamente se llama de lo cognitivo y que incluye en realidad
cosas muy diversas.
Algunos de los problemas más importantes tienen su origen en la ne-
gligencia, ya se presente sola, ya formando parte de cuadros de maltrato
más complejos. La atención inadecuada o ausente a un niño o a una
niña en sus primeros años va a afectar a lo que en el apartado Necesidades
relacionadas con el desarrollo cognitivo y lingüístico presentamos como ele-
mentos básicos del correcto funcionamiento cognitivo: procesos básicos
de atención selectiva (ahora presto atención a esto, más tarde prestaré
atención a eso otro), de análisis (¿qué ocurre aquí?) y resolución de pro-
blemas (¿qué otras soluciones puede haber para resolver esto además de
la primera que se me ha ocurrido?), de memoria (tengo que acordarme
de que guardo esto aquí para encontrarlo mañana), de evaluación de
consecuencias antes de que se produzcan (si hago esto, ¿qué pasará des-
pués?). Cuando estos fundamentos básicos se ven alterados, se estable-
cen las bases a corto y largo plazo para serias dificultades en el aprendi-
zaje. Así, por ejemplo, las dificultades de atención, los problemas de
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 49

impulsividad cognitiva, la incapacidad para pararse a reflexionar antes de


actuar o para prever los errores antes de cometerlos y, en consecuencia,
cambiar el rumbo de la acción antes de que ésta empiece a ponerse en
marcha. De hecho, los problemas relacionados con la impulsividad, los
problemas de atención e hiperactividad están entre los más frecuente-
mente encontrados en los niños y en las niñas que han tenido experien-
cias de pobre estimulación y de maltrato; dichos problemas tienen una
gran importancia porque van a determinar dificultades casi inevitables
en el funcionamiento cotidiano, en el aprendizaje y en el ajuste y adap-
tación escolar (Palacios y otros, 1998).
Muy frecuentemente presentes en toda forma de educación poco
estimulante, los problemas de lenguaje suelen formar parte de los pro-
blemas de los niños y las niñas sometidos a condiciones de crianza in-
adecuadas y maltratadoras. Los problemas pueden manifestarse de
muy diversas formas, pero el retraso en la adquisición del lenguaje, su
uso muy restringido (pobre vocabulario, jergas personales, dificultades
para producir o comprender sintaxis con alguna complejidad, como es
el caso de oraciones subordinadas...) y su escasa función autorregula-
dora (uso del lenguaje interior para dirigir la acción) suelen estar entre
las manifestaciones más comunes.
Por lo que al funcionamiento intelectual se refiere, los problemas entre
los niños y las niñas maltratados son frecuentes, ya sea como consecuen-
cia directa del maltrato que les afecte (por ejemplo, negligencia), ya sea
como consecuencia indirecta (explotación laboral que impide o dificulta
la escolarización). En ocasiones, el origen del problema no es estricta-
mente intelectual, sino que tiene más que ver con las interferencias emo-
cionales producidas por las perturbaciones consecuentes al maltrato (por
ejemplo, en el caso del abuso sexual). Y, con mucha frecuencia, el pro-
blema se refiere no al hecho de que el niño o la niña carezca de capacidad
intelectual, sino a que su hiperactividad o su impulsividad le impide sa-
car todo el partido de unas capacidades aceptables.
Con todo lo anterior, resulta poco sorprendente que las dificultades
escolares formen parte del cuadro de problemas que presentan los afecta-
dos por maltrato. Tales dificultades están sobre todo presentes en situa-
ciones que implican negligencia, pero, por las razones ya explicadas, hay
otras formas del maltrato (forme o no la negligencia parte del cuadro)
que pueden dar lugar a serios problemas en este ámbito, bien por pro-
50 ACOGIMIENTO FAMILIAR

blemas de capacidad, bien de motivación, bien de estrategias cognitivas


básicas (atención, por ejemplo), bien de interferencia emocional.
Finalmente, antes de concluir este examen de las consecuencias del
maltrato, conviene hacer una reflexión sobre el alcance y el significado
de algunos de los datos y hechos que se han revisado:
• Ser objeto de maltrato y verse expuesto como testigo a la violen-
cia familiar es una potencial fuente de serios problemas tanto a
corto como a largo plazo.
• Estos problemas pueden hacerse presentes en áreas muy diversas
y pueden presentar una intensidad igualmente muy variada.
• Los problemas no son inevitables: no todos los afectados por un
problema reaccionan de la misma manera ni padecen las mismas
consecuencias, de forma que algunas víctimas parecen salir rela-
tivamente indemnes a largo plazo de esas experiencias, mientras
que otras se ven afectadas muy profundamente.
• La diversidad de consecuencias a largo plazo a que se acaba de hacer
referencia depende, en parte, de factores relacionados con las cir-
cunstancias del maltrato y del sujeto, pero depende también de cuál
sea el contexto general en que el maltrato ocurre (si está asociado o
no, por ejemplo, a otras fuentes de tensión y problemas) y de cuáles
sean las circunstancias posteriores a las experiencias maltratadoras.

El sistema de protección de la infancia maltratada


Tiene ahora sentido volver sobre el análisis que al principio de este capítu-
lo se hizo sobre los derechos de niños y adolescentes, así como sobre las
leyes que se han promulgado para defenderlos. Por todo lo expuesto en los
apartados anteriores, queda claro que las experiencias de maltrato del tipo
que sean suponen una potencial amenaza al bienestar infantil presente y al
ulterior desarrollo de los afectados. Un sistema legislativo basado en la pre-
eminencia del bienestar de los menores de edad debe, lógicamente, articu-
lar una serie de medidas que, en primer lugar, traten de evitar que el mal-
trato llegue a producirse y que, en segundo lugar, si el maltrato ocurre se
actúe para proteger a las víctimas de la forma que se considere más adecua-
da y eficaz. En lo que queda de capítulo analizaremos la lógica y las previ-
siones de nuestro sistema de protección, previsiones entre las cuales el
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 51

acogimiento familiar ocupa un lugar importante. En el capítulo siguiente


se profundizará sobre el acogimiento como una de las medidas de protec-
ción, dedicando el resto del libro a examinar esta alternativa en detalle.
El ordenamiento legal establecido en la ley 1/1996 a que se hizo
referencia en el apartado primero contempla y establece una gradación
de medidas en función de cuáles sean las circunstancias y las previsio-
nes. Como se muestra en el cuadro 1.3, la medida de protección que
en cada caso se adopte dependerá, por una parte, de si nos encontra-
mos ante una situación de riesgo o de maltrato ya consumado y, por
otra, de cuáles sean las previsiones que de cara al futuro de las relacio-
nes del niño o la niña afectado con sus padres puedan establecerse.

CUADRO 1.3 Medidas de protección en contexto familiar

Situación de riesgo Programas de preservación de la unidad fami-


liar con intervención para modificar la situa-
ción de riesgo y con seguimiento de la inter-
vención y la situación.

Situación de maltrato Separación del niño o la niña de su familia.

Separación con vistas a la posterior reunifi-


cación: acogimiento simple.

Separación sin previsión de posterior re-


unificación, pero sin modificación legal
de la filiación: acogimiento permanente.

Separación sin previsión de reunificación y


modificando el estatus jurídico de la filia-
ción: adopción (con acogimiento preadop-
tivo como paso previo).

Naturalmente, la situación ideal es aquella en la que las necesidades


de niños y adolescentes están bien atendidas, ya sea porque todas las
circunstancias son favorables a ese fin, sin que existan motivos de ries-
52 ACOGIMIENTO FAMILIAR

go o de preocupación especiales, ya sea porque, habiendo circunstan-


cias que pudieran ser preocupantes, las actuaciones preventivas y com-
pensatorias han conseguido que el riesgo no llegue a materializarse. Se
trataría, en esos casos, de las situaciones más deseables, pues implican
que las necesidades infantiles y adolescentes han estado adecuadamen-
te atendidas, sea o no con la mediación de actuaciones preventivas es-
pecíficas.
Ocurre, sin embargo, que no siempre las circunstancias son favora-
bles y que, cuando no lo son, no siempre se ponen los medios de pre-
vención que serían necesarios. Puede incluso ocurrir que se hubieran
puesto tales medios, pero que por cualquier razón no hubieran dado el
resultado apetecido. En tales casos, cuando las necesidades de la niña,
del niño y los adolescentes no están siendo adecuadamente atendidas
o corren grave peligro de no serlo, nos encontramos ante situaciones de
riesgo, definidas en la exposición de motivos de la ley 1/1996 como
aquellas «caracterizadas por la existencia de un perjuicio para el menor
que no alcanza la gravedad suficiente para justificar su separación del
núcleo familiar». En tales casos, el objetivo de la intervención será «in-
tentar eliminar, dentro de la institución familiar, los factores de ries-
go», viniendo obligada la entidad pública competente (en la mayor
parte de los casos, los servicios sociales de la comunidad autónoma) a
poner en marcha las actuaciones pertinentes para reducir la situación
de riesgo y a realizar el seguimiento de la evolución del menor y su fa-
milia (artículo 17 de la ley 1/1996). Ante estas situaciones, pues, se
abre el camino para los programas de intervención familiar o progra-
mas de tratamiento familiar, que tienen una finalidad fundamental-
mente educativa y reparadora de cara a poder mantener a la familia
unida, evitando la separación de los pequeños de su interior. A este
respecto, debe tenerse en cuenta que si el primer principio rector de las
actuaciones en materia de protección es «la supremacía del interés del
menor» (artículo 11, 2 a) de la ley 1/1996), a renglón seguido la ley
establece el segundo principio rector de tales actuaciones, que no es
otro que «el mantenimiento del menor en el medio familiar de origen
salvo que no sea conveniente para su interés» (artículo 11, 2 b) de la
ley 1/1996). En una situación de riesgo, la primera preocupación debe
ser el interés del menor y la primera hipótesis debe ser la de mantener
al niño o a la niña con sus padres, introduciendo todas aquellas medi-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 53

das de apoyo y compensación, ya sean de tipo económico, educativo,


terapéutico o de cualquier otra índole, que sirvan para disminuir los
riesgos y aumentar la respuesta adecuada ante las necesidades infantiles
y adolescentes.
Puede haber ocasiones en que la prevención no funcionó adecuada-
mente o no obtuvo el éxito deseable, o bien otras en las que la interven-
ción no consiguió reducir y hacer desaparecer la situación de riesgo, que
llegó a convertirse en situación de maltrato. Cuando «la gravedad de los
hechos aconseja la extracción del menor de la familia» (exposición de
motivos de la ley 1/1996) estamos ante una situación de desamparo, que
viene definida como aquella que «se produce de hecho a causa del in-
cumplimiento o del imposible o inadecuado ejercicio de los deberes de
protección establecidos por las leyes para la guarda de los menores,
cuando éstos queden privados de la necesaria asistencia moral o mate-
rial» (disposición final quinta de la ley 1/1996 que modifica el artículo
172 del Código Civil). La referencia al incumplimiento o al inadecuado
cumplimiento de los deberes de protección es, de hecho, una referencia
a las situaciones diversas de maltrato a que se ha hecho referencia en el
apartado Maltrato infantil: concepto y tipos de este capítulo.
Determinada una situación de desamparo, la entidad pública com-
petente asumirá la tutela del menor o de los menores implicados, res-
ponsabilizándose además de poner en marcha las medidas de protec-
ción adecuadas (artículo 18). La asunción de la tutela lleva consigo la
suspensión de la patria potestad y la obligación por parte de la entidad
pública de asegurar una adecuada respuesta a las necesidades de los
declarados en desamparo. Pero la propia ley 1/1996 establece que la
respuesta a tales necesidades debe darse en un medio familiar, instando a
la entidad pública a «procurar que el menor permanezca internado
durante el menor tiempo posible» en dispositivos residenciales, «te-
niendo en cuenta que es necesario que tenga una experiencia de vida
familiar» (artículo 21).
Así es como aparece en nuestro ordenamiento jurídico actual la figura
del acogimiento familiar, con el que se busca una sustitución o comple-
mentación del medio familiar original y que se presenta con la siguiente
caracterización básica: «el acogimiento familiar produce la plena partici-
pación del menor en la vida de la familia e impone a quien lo recibe las
obligaciones de velar por él, tenerlo en su compañía, alimentarlo, edu-
54 ACOGIMIENTO FAMILIAR

carlo y procurarle una formación integral» (disposición final sexta de la


ley 1/1996 que modifica el artículo 173 del Código Civil).
El capítulo siguiente explora en detalle las características y las mo-
dalidades del acogimiento familiar. La pretensión por ahora ha sido
establecer el marco en el que esta medida de protección tiene sentido:
la supremacía del interés de los menores de edad, la reflexión sobre sus
necesidades, el análisis de las situaciones en las que esas necesidades no
se atienden de forma adecuada (situaciones de maltrato) y las conse-
cuencias de tal inatención, y, finalmente, el contexto legal que traduce
todos estos principios en un conjunto de medidas en el que se prevé un
continuo que va desde la prevención y la preservación de la unidad
familiar, hasta la separación de su familia de aquellos niños y niñas
para los que proceda una situación de desamparo. Son éstos los que
pueden y deben beneficiarse de las experiencias proporcionadas por el
acogimiento familiar.
No obstante, antes de entrar en el detalle de lo que esta medida es,
cómo está regulada y organizada, terminaremos este capítulo con un
complemento que nos parece lógico y necesario: el análisis de las nece-
sidades básicas de aquellos niños y niñas que están en el sistema de
protección de infancia, no importa cuál sea la medida en que se en-
cuentren.

Necesidades básicas de los niños y las niñas


que están en el sistema de protección

Como no podría ser de otra manera, los niños y las niñas que están en
cualquiera de las situaciones contempladas por nuestro sistema de pro-
tección comparten con los demás las necesidades básicas a que se hizo
referencia en el apartado segundo de este capítulo: las relacionadas con
la seguridad, el crecimiento y la supervivencia; las relativas al desarrollo
emocional, al social, al desarrollo cognitivo y lingüístico, y las relacio-
nadas con la escolarización. Pero, puesto que se trata de niños y niñas
que en la mayor parte de los casos han pasado por alguna o varias de
las situaciones de maltrato que se analizaron en el apartado tercero,
conviene reflexionar aunque sea brevemente sobre las necesidades es-
pecíficas que presentan en cuanto a su tránsito por el sistema de pro-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 55

tección, reflexión que ha de ser de gran utilidad de cara a prestar a estas


necesidades específicas una atención tan completa como sea posible.

Necesidad de un contexto familiar

Son muchas y datan de muchos años las investigaciones que han mos-
trado las consecuencias que para los niños y las niñas tiene crecer en
contextos institucionales. Desde los viejos trabajos de Spitz (1949) en
torno a lo que él denominó «síndrome de hospitalismo», hasta los tra-
bajos más recientes que han analizado las consecuencias que a largo
plazo tiene haber pasado los primeros años de la infancia en institucio-
nes rumanas para niños (ver, por ejemplo, los trabajos de Rutter y su
equipo, como Rutter y otros, 2000), todos los datos muestran que el
paso por instituciones, particularmente si es prolongado y particular-
mente si es en instituciones que no responden a las necesidades infan-
tiles de estimulación y afecto, tiene consecuencias muy negativas y
muy a largo plazo para muchos de los niños y las niñas afectados. No
son pocas las investigaciones en que los problemas que los niños y las
niñas adoptados presentan después de varios años de haber dejado las
instituciones en las que estuvieron, se ponen en relación con las malas
experiencias institucionales iniciales.
Las negativas consecuencias de la institucionalización no se limitan a
los casos dramáticos de los niños abandonados en hospitales o crecidos
en las nefastas condiciones de los orfanatos rumanos. Es decir, no son
una consecuencia de la, por así decirlo, «mala institucionalización», sino
del hecho institucional en sí mismo. Porque la investigación también ha
documentado el caso de niños y niñas que han pasado por instituciones
de mejor calidad y que presentaban problemas y dificultades a largo pla-
zo que bien podían relacionarse con las experiencias institucionales ini-
ciales. Si nos limitamos, por ejemplo, a los datos de algunos estudios
españoles recientes, cuando se ha querido comparar a los niños y a las
niñas institucionalizados con los adoptados y con los que viven con sus
familias biológicas (Palacios, Sánchez y Sánchez, 1997), no se han en-
contrado ya grandes instituciones, sino agrupamientos que raramente
superaban los 20 ó 30 niños y niñas en los grupos más numerosos. Con
frecuencia, estos niños y niñas están al cuidado de profesionales experi-
56 ACOGIMIENTO FAMILIAR

mentados y especializados en el trabajo en esas circunstancias; se trata


siempre de niños y niñas que llevan una vida muy normalizada, pues
asisten a los colegios del entorno de la residencia en la que viven y en
ellos se relacionan con compañeros y compañeras con los que también
realizan actividades extraescolares. Y, sin embargo, a pesar de estas cir-
cunstancias tan alejadas de las viejas instituciones, su desarrollo psicoló-
gico y su bienestar personal distan mucho de ser satisfactorios, presen-
tando un complejo cuadro de problemas que contrasta con el perfil de
los grupos con que son comparados.
No se trata, naturalmente, de satanizar las instituciones. Desapareci-
das ya del sistema de protección en algunos países, siguen ofreciendo en
muchos otros una alternativa para los niños y las niñas que tienen que
ser separados de sus familias y para los cuales no es fácil o posible encon-
trar familias alternativas. El problema de las instituciones estriba, por
una parte, en lo que difícilmente pueden ofrecer a quienes en ella están
(particularmente, el tipo de relaciones emocionales estrechas y fuerte-
mente personalizadas que son características del contexto familiar) y, por
otra, en que resuelven el presente de los acogidos en mucha mayor me-
dida que su pasado o su futuro, pues ni suelen ofrecer programas tera-
péuticos para ayudar a los afectados a superar las secuelas de sus traumas
y sus separaciones, ni con frecuencia pueden ofrecer al tipo de niños que
en la actualidad está institucionalizado una salida de futuro que impli-
que su incardinación en un contexto familiar (Palacios, 2003).
El tipo de relación emocional estrecha, personalizada y con continui-
dad que está entre las necesidades básicas de la infancia anteriormente
analizadas, parece que se encuentra sobre todo en la familia, que propor-
ciona un contexto que favorece el surgimiento y asegura el manteni-
miento de ese tipo de relación. Y si la familia biológica no garantiza tal
relación, entonces ha de buscarse en familias alternativas, de acuerdo con
lo que, por una parte, indica la investigación acumulada y, por otra, es-
tablecen las normas que regulan nuestro sistema de protección.

Necesidad de un contexto familiar estable y con buena dinámica familiar

Pero si las instituciones no deben ser demonizadas, tampoco la familia


debe ser sacralizada e hipostasiada. La familia no es buena porque sea fa-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 57

milia, sino porque ofrezca en su interior un tipo de relaciones estrechas,


personalizadas y estables marcadas por el afecto, el compromiso y la aten-
ción continuada. Los rasgos de la dinámica familiar que más típicamente
se relacionan con su buena calidad tienen que ver con la presencia de altas
dosis de afecto y de comunicación en las relaciones padres-hijos.
Efectivamente, son muchas las investigaciones que han analizado el
funcionamiento de agrupamientos familiares de características muy
diversas, llegando típicamente a la conclusión de que lo fundamental
no tiene que ver con el tipo de estructura familiar, sino con las carac-
terísticas de las relaciones que se dan en su interior, siendo los rasgos
mencionados al final de párrafo anterior los que más claramente ayu-
dan a diferenciar los contextos familiares de mejor y de peor calidad.
Pero la gran mayoría de esas investigaciones da por supuesto que se
trata de agrupamientos familiares estables. Precisamente, en algunos
países en los que las instituciones han dejado de existir, uno de los pro-
blemas más frecuentemente mencionados como fuente de graves per-
turbaciones es el de los reiterados cambios de familia a que se ven so-
metidos algunos de los niños y las niñas del sistema de protección que
no sólo no logran consolidar una relación estable con una familia, sino
que además experimentan reiterados fracasos en su intento de estable-
cer el tipo de relaciones que más fácilmente aseguran esa estabilidad.
Como se analizará en un capítulo posterior, tales fracasos son de la
máxima importancia no sólo por lo que en sí mismos suponen de ex-
periencia fracasada, sino porque se relacionan con la mayor probabili-
dad de que las cosas no vayan bien en intentos posteriores con otras
familias.
Siendo la estabilidad en las relaciones familiares muy deseable, el
acogimiento familiar nos sitúa a veces precisamente ante situaciones
en las que no es posible, pues, como se verá en el capítulo próximo,
existen tipos de acogimiento que vienen definidos por su provisionali-
dad y, en algunos casos, por su corta duración. ¿Se trata entonces de
una opción indeseable? No es una mala opción si la alternativa es la
permanencia del niño o la niña en una situación de grave riesgo en su
núcleo familiar, o su paso por una institución. El argumento que a ve-
ces se plantea es que si se pone al niño en una familia alternativa tem-
poral, formará unos lazos de apego que luego le resultará doloroso
romper si ha de volver a su familia biológica o pasar a convivir con otra
58 ACOGIMIENTO FAMILIAR

familia alternativa estable. Lógicamente, lo que parece implícito a tal


argumentación es que es preferible que el niño o la niña esté en un
lugar donde el establecimiento de lazos de apego no sea posible o sea,
en todo caso, improbable. Pero puesto que el apego se establece en cir-
cunstancias en las que el niño o la niña se siente querido y protegido,
y se responde a sus necesidades de manera coherente y sistemática, re-
sulta entonces evidente la poca solidez de la argumentación, cuya esen-
cia vendría a ser que para los niños y las niñas que proceden de familias
que no han sabido o podido atender a sus necesidades básicas, se reco-
mienda una alternativa una de cuyas características sería la inadecuada
atención a una de las más básicas de esas necesidades, la de tipo emo-
cional.
En realidad, que el niño establezca buenas relaciones de apego en
un contexto familiar temporal no es un problema, sino que puede em-
pezar a ser parte de la solución a los problemas que ese niño tiene
como consecuencia de sus negativas experiencias familiares. Si el niño
ha de pasar de un contexto familiar alternativo provisional a otro más
estable, el problema no es que forme lazos de apego en el primero, sino
cómo se realiza la transición al segundo, garantizando al máximo la
continuidad y protegiendo al niño de la vivencia de una ruptura que es
lo que en realidad produce daño emocional. La forma de hacerlo varia-
rá enormemente en función de la edad del niño, como es evidente,
pues no es lo mismo un bebé de 6 meses que una niña de 8 años. Pero
la idea central es la de tomar en consideración las necesidades básicas
de aceptación y respeto, así como asegurarse de que la expresión de
cariño sea claramente perceptible por aquel a quien va dirigida.

Evitar la acumulación de rupturas

Estrechamente relacionada con el argumento anterior está la necesidad


de evitar a los niños y a las niñas a los que atiende el sistema de protec-
ción una sucesión de rupturas negativas, es decir, no de aquellas como
las planteadas al final del apartado anterior, en que un niño sale de un
entorno familiar provisional favorable para pasar a otro igualmente
favorable pero más estable, sino del tipo de ruptura que procede del
fracaso de las relaciones anteriores.
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 59

Como se ha señalado anteriormente más arriba al hablar de las nece-


sidades básicas relacionadas con el desarrollo emocional, las relaciones
de apego de la infancia tienen una doble virtualidad. Por una parte, ase-
guran la satisfacción en el presente de una de nuestras más básicas nece-
sidades, que es la de afecto. Por otra, dejan en nuestro interior un poso
que tiene que ver con la forma en que percibimos a los demás como do-
nantes y a nosotros como receptores de cariño. Si en sus relaciones de
apego una niña se ha sentido querida de forma sostenida y sistemática,
si sabe que tanto cuando ha estado enferma como cuando ha estado
sana, que tanto cuando las cosas le han ido bien en el colegio como
cuando le han ido peor ha podido contar con la seguridad del afecto de
sus padres, la niña no sólo se ha beneficiado de ese afecto, sino que ade-
más ha aprendido a confiar en sus padres como fuente segura de cariño
y protección. Si, por el contrario, hubiera tenido unos padres a veces
afectuosos pero a veces negligentes o rechazadores, si hubiera tenido
unos padres de cuyo afecto no podía estar segura, en este caso no sólo no
habría disfrutado de la seguridad continuada del afecto, sino que habría
aprendido a dudar y a desconfiar de sus padres como fuente de cariño.
En relación con uno mismo, en la medida en que uno se sabe que-
rido de forma estable e incondicional, le es más fácil desarrollar una
imagen de sí mismo como persona que es importante para alguien y
merecedora de su afecto. Y, por el contrario, la percepción de falta de
cariño por parte de las personas más significativas genera dudas sobre la
propia valía y despierta todo tipo de sentimientos de indefensión y de
culpa. Por ello, al evitar la acumulación de rupturas negativas se está pro-
tegiendo uno de los núcleos más profundos y significativos de nuestra
personalidad: aquel en el que se define la percepción de nosotros mismos
como personas merecedoras de respecto, consideración y afecto.

El especial significado del tiempo en los niños y las niñas

Para todos es valioso el tiempo, niños y adultos. Pero el significado del


tiempo en la infancia y los primeros años de la juventud es muy especial
en gran parte por la cantidad de desarrollo y de experiencias nuevas que
ocurren en unidades de tiempo relativamente pequeñas. Los nueve meses
de la concepción, por ejemplo, tienen un valor que no es comparable con
60 ACOGIMIENTO FAMILIAR

nueve meses en ningún otro momento de la vida. Y lo mismo se puede


decir respecto al primer año, al segundo o a cualquiera de los que compo-
nen nuestra infancia y adolescencia. Se trata de años cruciales en los que es
mucho lo que se juega en relación con nuestra felicidad presente y futura.
Uno de los objetivos que debe proponerse el sistema de protección es
tomar decisiones con la mayor prontitud que sea posible, manteniendo el
menor tiempo posible a los niños y a las niñas en circunstancias indesea-
bles o en situaciones provisionales e inestables. Son muchas las investiga-
ciones que han demostrado que unos cuantos meses más de instituciona-
lización, por ejemplo, no son inocuos, que pueden afectar de forma
negativa al desarrollo del niño o la niña (véase, por ejemplo, el trabajo de
Rutter y otros, 2000, antes mencionado). Y lo mismo puede decirse res-
pecto a las situaciones de inestabilidad o inseguridad, en las que el niño
está, o bien en un contexto inadecuado, o bien en un limbo de indefini-
ción y falta de perspectiva. Para los niños con un pasado problemático, la
prolongación de un presente incierto no puede ser sino perjudicial.
La toma de decisiones en el sistema de protección no siempre es fácil.
Hay protocolos que deben cumplimentarse, trámites que tienen que ha-
cerse, informes que deben ser elaborados, comisiones que tienen que
tomar decisiones. Y, en ocasiones, intervenciones judiciales que pueden
prolongarse sine die. Siendo todo eso comprensible, no lo es menos que
quienes están afectados por la espera son niños y niñas para los cuales el
tiempo es crucial. Seguramente uno de los indicadores de calidad de un
buen sistema de protección está constituido por los esfuerzos hechos
para evitar a toda costa la prolongación innecesaria de situaciones provi-
sionales, inestables o indeseables. Y, por el contrario, un indicador segu-
ro de mala calidad es la no preocupación por el factor tiempo, la desidia
respecto a la importancia que tiene y la ausencia de control sobre los
procedimientos para aligerar al máximo la toma de decisiones.

Necesidad de reparación de los daños producidos previamente

El repaso de los párrafos inmediatamente anteriores a éste, así como


del apartado anteriormente dedicado a las consecuencias del maltrato
infantil son suficientes para dar una idea de la complejidad y negativi-
dad de las experiencias por las que pasan niños y niñas que son objeto
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 61

de algún tipo de maltrato y tienen la experiencia de salir de su entorno


familiar y pasar por instituciones o por contextos familiares alternati-
vos. Como quedó puesto de manifiesto, las secuelas son complejas,
frecuentemente graves y duraderas. Y, sin embargo, es muy frecuente
que estos niños no reciban la atención terapéutica que reclaman su
historia y las consecuencias que de ella derivan.
A veces da la impresión de que se actúa en este terreno con una ló-
gica simple del tipo: si una familia que no cumplió adecuadamente
con sus funciones causó el daño, el contacto con otra familia que sí las
cumpla será suficiente para repararlo. Pero la investigación ha docu-
mentado suficiente y reiteradamente que con el amor no basta para
resolver todos los problemas que los niños y las niñas afectados acarrean.
Sin duda alguna, para un niño que ha crecido en un entorno familiar
maltratador, en el que no se le ha respetado ni querido, encontrarse en
un entorno protector, afectuoso, comprensivo, comprometido y dedi-
cado supone un cambio cualitativo de una extraordinaria importancia.
Serán muy numerosos y muy duraderos los beneficios que de ese
cambio se deriven. Pero el cariño que el niño reciba ahora, ¿será sufi-
ciente para responder a las preguntas que en su interior se hace sobre
por qué sus padres no se lo dieron?, ¿tranquilizará al niño en sus sen-
timientos de culpa de acuerdo con los cuales lo que ocurrió se debió
a su mala conducta?, ¿le ayudará a tener una perspectiva clara de qué
va a ocurrir con él, qué ha pasado con sus padres y tal vez con sus
hermanos? Y si estos problemas pudieran considerarse resueltos por
el paso de un contexto de desprotección a otro de protección, ¿qué
ocurrirá, por ejemplo, con las secuelas en otros ámbitos, como el de
la hiperactividad y la falta de atención?; una dieta rica en cariño y
estimulación ¿será suficiente para que el niño se sobreponga de todas
las carencias en medio de las cuales se configuraron sus características
psicológicas?
Traspasar el umbral de un hogar estimulante y afectuoso encierra
un sinfín de promesas de futuro, pero no ejerce poderes taumatúrgi-
cos. Y si los niños y las niñas afectados pueden beneficiarse enorme-
mente de sus nuevas experiencias familiares, no debe olvidarse que con
mucha frecuencia seguirán necesitando ayuda profesional especializa-
da que les permita poner orden y perspectiva en sus recuerdos, en sus
emociones, en su presente y en su futuro. Y que necesitarán con mucha
62 ACOGIMIENTO FAMILIAR

frecuencia ayuda en ámbitos concretos relacionados con su desarrollo


cognitivo, lingüístico y social, ayuda que no siempre estarán en condi-
ciones de ofrecer los adultos responsables del nuevo contexto familiar.
Cuando la investigación documenta retrasos y problemas en niños
acogidos o adoptados, se hace a veces difícil saber si tales problemas
son fundamentalmente la secuela de las malas experiencias de partida,
o la consecuencia de una inacción basada en la errónea creencia de que
el amor todo lo puede.

Necesidad de saber

Para la mayor parte de las personas es fácil pensar en su propia vida en


términos de continuidad, con vagos recuerdos iniciales y memoria más
clara de acontecimientos y etapas posteriores, pero con un entorno fa-
miliar estable en el que la presencia continuada, durante un buen nú-
mero de años, del padre, de la madre o de ambos, así como de herma-
nos, abuelos, etc., constituye un telón de fondo fácilmente identificable.
Se han oído además historias familiares que llevan la memoria más
atrás en el tiempo y que dan aún un mayor sentido de continuidad a
la propia vida, prolongándola a veces más allá de sus propios confines
temporales.
Como ha quedado reiterado anteriormente, la continuidad es una
de las cosas que por definición va a verse interrumpida en la vida de
niños y niñas que por diversas razones deben salir de su contexto fami-
liar original para insertarse en uno alternativo. Discontinuidad en la
experiencia vital que marcará también una discontinuidad en la me-
moria y en la biografía. Y es aquí donde surge la importancia de que a
estos niños y niñas les sea posible reconstruir su propia biografía para
así tener un sentido realista y coherente de su propia trayectoria vital.
Por ello, entre los profesionales de la protección de menores está cada
vez más generalizada la convicción de que el conocimiento que un
niño o una niña tenga de la verdad que le afecte no es sobre todo una
opción que tienen los adultos que conocen esa verdad y pueden admi-
nistrarla, sino que es fundamentalmente un derecho que el niño o la
niña tiene a saber la verdad que le concierne. Y es precisamente el de-
recho del niño o la niña a saber lo que genera en los adultos responsa-
EL SISTEMA DE PROTECCIÓN DE LA INFANCIA 63

bles la obligación de decir. Tales adultos pueden ser los profesionales


de la institución en la que el niño está, su terapeuta, sus acogedores,
sus adoptantes o cualquier otro que esté en situación de estar obligado
a respetar el derecho a saber que todo niño o niña tiene.
Dando por supuesto ese derecho como algo básico, el papel de los
adultos será no decidir si cuentan o no, sino qué, cómo y cuándo lo
harán. El punto de partida es que el niño debe saber la verdad que le
afecta que en cada momento sea capaz de entender y de gestionar tan-
to cognitiva como emocionalmente. Cuanto antes esa verdad forme
parte de la autobiografía, mejor. Naturalmente, no se trata de que el
niño sepa desde el principio todo lo que le ha ocurrido ni la compleji-
dad de su situación, que durante años sobrepasará sus capacidades de
comprensión y asimilación. Se trata de que el niño pueda situarse ante
su pasado, su presente y su futuro con las herramientas cognitivas que
su edad o su situación personal le permitan manejar. Lógicamente, la
información deberá irse incrementando y ganando en complejidad a
medida que esas herramientas vayan siendo más complejas y sofistica-
das.
Una de las claves del proceso de información es que la historia que
se cuente al niño sea coherente y verdadera. Es muy importante no
mentir, siendo preferible omitir alguna información temporalmente a
deformar la realidad y dar al niño o a la niña una imagen falsa que an-
tes o después se descubrirá, quebrando entonces la relación de confian-
za con quien hubiera mentido anteriormente.
Se podría pensar que la necesidad de comunicación a propósito de
la propia biografía afecta sobre todo a aquellos casos en los que los
acontecimientos sobre los que se deba hablar ocurrieron en los prime-
ros años, de manera que el niño o la niña no guarda memoria de ellos
y, por tanto, se hace necesario proceder a una «revelación» en el sentido
etimológico de manifestación de una verdad secreta u oculta. En ese
caso, aquellos niños y niñas que han tenido que ser separados de su
familia biológica a una edad más tardía, que les permite tener claros
recuerdos de lo que era su vida, lo que ocurrió en ella, lo que hicieron
o dejaron de hacer su padre y su madre, etc., no tendrían necesidad de
que se les revelara aquello que les es por demás conocido. Pero si bien
es cierto que a estos niños no hay que contarles lo que bien saben, no
lo es menos que eso no significa que no tengan importantes necesida-
64 ACOGIMIENTO FAMILIAR

des de comunicación a propósito tanto de su pasado (tal vez para en-


tenderlo, para ponerlo en orden, para interpretarlo), como de su pre-
sente y de su futuro. De hecho, investigaciones llevadas a cabo con
niños mayores adoptados han puesto de manifiesto que los que fueron
adoptados por encima de los 6 años (por lo tanto, con memoria de su
vida anterior) experimentan tantos o más deseos de comunicación a
propósito de su historia y su vida que aquellos que fueron adoptados
como bebés (Sánchez-Sandoval, 2002). A veces, estos chicos y chicas
pueden saber más sobre sí mismos y su pasado que sus propios adop-
tantes o acogedores, lo que deja de manifiesto que su necesidad no es tan-
to de saber cuanto de poder entender, poner orden, comprender, inte-
grar, dar sentido, saber su papel en lo que pasó, etc.
La comunicación a que estamos haciendo referencia suele ser difícil
para los adultos, que tienden siempre a pensar que ese no es el mejor
momento, que es preferible esperar a que sea el propio niño o la propia
niña quien pregunte, que todavía no está en condiciones de entender
la información, etc. El problema adicional es que cuanto más se demo-
re, más difícil resultará iniciar la comunicación, con lo que empiezan a
complicarse las cosas: ya no sólo hay que hablar del tema, sino que
a medida que el tiempo pasa empieza a ser necesario justificar por qué
razón no se ha hablado antes, etc. Sin duda alguna, la temática de la
comunicación con los niños y con las niñas que pasan por alguna si-
tuación relacionada con la protección es uno de los contenidos que no
deben faltar ni en la formación de quienes van a acoger o a adoptar, ni
en los apoyos posteriores, ni en la formación de los profesionales que
intervienen con niños y niñas o con adultos.
CAPÍTULO 2

EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR


Y TIPOS DE ACOGIMIENTO

Establecido en el capítulo anterior el lugar que el acogimiento familiar


ocupa en el sistema de protección de la infancia en situación de riesgo,
el propósito de este capítulo es doble. Por una parte, examinar los ante-
cedentes históricos, más remotos y más próximos, de nuestros actuales
planteamientos en acogimiento familiar. Por otra, analizar con detalle las
distintas modalidades de acogimiento familiar tal y como vienen defini-
das, por un lado, por el sistema legal de protección a la infancia y, por
otro, por la práctica profesional habitual. Con este capítulo se pretende,
pues, analizar el origen y la situación actual del acogimiento familiar,
tratando de facilitar una comprensión básica de las distintas opciones
existentes y de sus características y requisitos fundamentales.

Antecedentes históricos

A lo largo de los siglos XVIII y XIX ya existían figuras que sin ser iguales
a lo que hoy en día entendemos como acogimiento familiar eran pare-
66 ACOGIMIENTO FAMILIAR

cidas. Existía la costumbre de confiar niños y niñas institucionalizados


a familias para que los cuidasen. Esta práctica, por lo general, no tenía
ningún tipo de control y podía provocar abusos por parte de algunas
familias. Para evitar estas situaciones en 1788 se publicó una Real Orden
de Carlos III en donde se recomendaba a los directores de las institucio-
nes que los niños y las niñas debían ser colocados en familias que pudie-
ran garantizar un mínimo de formación y educación (Creus, 1994).
La figura del prohijamiento se reguló en la Ley de la Beneficencia
de 1822, aunque su aplicación fue mínima. Posteriormente, se fueron
creando nuevas leyes y reglamentos de Beneficencia que fueron regu-
lando la figura del prohijamiento, aunque no quedaba del todo defini-
da y daba lugar a confusión con la figura de la adopción. De una forma
más concreta, es la orden del 1 de abril de 1937 la que define el acogi-
miento familiar como una colocación familiar destinada a la protec-
ción de la infancia abandonada. Posteriormente, el decreto de 11 de
junio de 1948 regula que bajo la facultad protectora el Tribunal Tute-
lar de Menores puede ordenar que un niño o una niña sea confiado a
una persona, a una familia o a un establecimiento.
Durante la posguerra civil española, la medida del acogimiento fami-
liar no fue utilizada de forma generalizada por las diferentes juntas de
protección de menores. En España, la medida más utilizada era el inter-
namiento en centros de protección, y la tendencia generalizada era la
existencia de macrocentros en los que vivían muchos niños (frecuente-
mente, varios centenares) en auténticas ciudadelas, pues en el interior
del centro contaban con todo lo necesario para la vida diaria (colegio,
enfermería, peluquería...), de manera que los niños no necesitaban salir
si no era por causas de fuerza mayor, como ir al hospital. De los macro-
centros en que crecían juntos niños y niñas pequeños se pasaba luego
frecuentemente a «ciudades juveniles» en las que se separaba ya a chicos
y a chicas y en cuyo interior, de nuevo, podían desarrollar su vida de la
mañana a la noche sin necesidad de más contacto con el exterior.

Primer periodo. De la guarda y custodia al acogimiento familiar (1975-1986)

En 1975 se produce en España una democratización de los ayunta-


mientos y esto tiene una repercusión en las políticas sociales. Son los
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 67

ayuntamientos y las diputaciones los que inician el cambio en las polí-


ticas de protección a la infancia. La influencia de los organismos inter-
nacionales para favorecer una atención más individualizada a los niños
en situación de desprotección provoca que las macroinstituciones se
transformen en los llamados «colectivos infantiles», «pisos de acogida»,
pequeñas residencias que están insertas en la misma comunidad y no
alejadas de ellas. Los niños y las niñas viven en una pequeña comuni-
dad o una casa, pero salen al colegio, acuden a actividades extraescola-
res diversas, reciben atención médica en el centro de salud de su zona,
etc. Estas políticas iniciadas en algunas comunidades a mediados de los
años 70 del pasado siglo se fueron consolidando en otras en los años
80 y en algunas otras en los 90.
Por otra parte, surge una mayor sensibilización social y una búsqueda
de alternativas más normalizadas. En este sentido, en 1975 Luis Sanz,
pedagogo y psicólogo, crea en Barcelona una asociación denominada
MACI (Movimiento de Atención a Cierta Infancia). Esta asociación
tenía como objetivo dar una respuesta familiar a los niños y a las niñas
en situación de lo que ellos denominaban «semi-abandono». El acuer-
do establecido con los Tribunales de Menores de Cataluña posibilitó
que muchos niños y niñas que hasta aquellos momentos tenían como
única alternativa la institucionalización pudieran disponer de una fa-
milia de acogida, denominada en aquellos tiempos de guarda y custo-
dia. Por primera vez se introdujeron procedimientos de selección/
valoración de las familias candidatas, actividades realizadas por un
equipo de profesionales (pedagogo, psicólogo, psiquiatra y trabajador
social).
La labor realizada por esta institución en Barcelona posibilitó su
expansión a otras regiones. A partir de 1979 se van creando equipos de
trabajo en distintas comunidades autónomas (Aragón, Asturias, Andalu-
cía, Baleares, Galicia, Madrid, Murcia y Valencia), hasta que en 1986 se
inicia un nuevo periodo constituyente para darle a la Asociación una
estructura federativa en consonancia con la situación planteada en Es-
paña por el estado de las autonomías.
La modalidad de acogimiento que mayoritariamente propuso MACI
la denominaríamos hoy en día acogimiento preadoptivo, abriéndose de
esta forma la medida de la adopción para los niños institucionalizados
que ya tenían cierta edad. Empezaba a cambiar el concepto de la adop-
68 ACOGIMIENTO FAMILIAR

ción: su objetivo no era buscar niños (típicamente, bebés) para familias


que no pueden tenerlos biológicamente, sino buscar familias para los
niños y las niñas que las necesitan para desarrollarse felizmente.
No será hasta el año 1984 cuando se crearán los primeros servicios
de acogimiento familiar en el sentido moderno del término. En Barcelo-
na y Girona se inicia una nueva modalidad de acogimiento familiar,
los llamados acogimientos «temporales», acogimientos que en la ter-
minología actual llamaríamos con previsión de retorno. De una forma
lenta se fueron utilizando estos acogimientos en la Comunidad de Valen-
cia, el País Vasco, Madrid, Canarias, Aragón...
En resumen, en esta primera fase podríamos destacar que no existía
una cultura de acogimiento familiar, que la alternativa más utilizada
era el acogimiento en centros y que la modalidad más utilizada era el
acogimiento preadoptivo, aunque ya se empezaban a vislumbrar los
acogimientos con previsión de retorno con una perspectiva más abierta
a una intervención integral, tanto con el niño y la niña acogido como
con su familia biológica.

Segundo periodo. Los cambios legislativos y la elaboración


de una nueva metodología de intervención (1987-1995)

La ley 21/1987, de 11 de noviembre, por la que se modifican determi-


nados artículos del Código Civil y de la Ley de Enjuiciamiento Civil en
materia de adopción, regula el acogimiento familiar, señalando ya en su
preámbulo: «se ha estimado que la figura posee la sustantividad necesaria
para ser digna de incluirse en el Código Civil, con lo que también se
logrará unificar prácticas divergentes y difundir su aplicación».
Esta ley propició la creación de programas de acogimiento familiar
en el 60% de las diferentes delegaciones territoriales de protección de
menores existentes en España (Amorós, 1989). Dos años después de la
entrada en vigor de la ley, sólo en un 4% de las delegaciones no se uti-
lizaba todavía el acogimiento familiar.
Los acogimientos realizados a lo largo de 1988, según los datos ofre-
cidos por las delegaciones territoriales (Amorós, 1989) y complemen-
tados con los datos obtenidos de la Dirección General de Protección
del Menor, fueron los siguientes:
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 69

Nº de Acogimientos Nº de delegaciones %
Ninguno 6 12%
De 1 a 5 16 30%
De 6 a 20 19 37%
De 21 a 50 6 12%
Más de 50 5 9%

En esta fase, los acogimientos en familia ajena que más se realizaban


seguían siendo los preadoptivos, aunque ya se empezaba con la utiliza-
ción de acogimientos en familia extensa. Para los acogimientos de tipo
permanente se utilizaban mayoritariamente los centros residenciales.
Es a principios de los 90 cuando confluyen varios factores que po-
tencian la figura del acogimiento familiar en las comunidades autóno-
mas más innovadoras:
• Formación de los profesionales.
• Cambio en la utilización de los programas de protección y ade-
cuación a las características de los niños y las niñas en situa-
ción de desprotección.
• Determinación de la metodología de intervención.
• Elaboración de guías, instrumentos y programas.

Formación de los profesionales

La motivación de los profesionales, la sensibilización de los responsables


políticos respecto a este nuevo recurso y la creación del Centro de Estudios
del Menor del Ministerio de Asuntos Sociales potenciaron la formación de
los profesionales, el intercambio de experiencias y la elaboración de proce-
dimientos o materiales que facilitasen el proceso de intervención.
Se realizaron innumerables cursos, jornadas y encuentros de for-
mación dirigidos a los diferentes profesionales de los servicios de pro-
tección y a los de entidades colaboradoras. También se potenció la
creación de materiales e instrumentos para la valoración y la formación
de familias de acogida (Amorós, 1989; Amorós, Fuertes y Roca, 1994).
70 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Esta formación facilitó una mayor adecuación de los acogimientos, un


acompañamiento más adecuado al niño y a la familia de acogida y la
evidencia de que era preciso dedicar muchos más esfuerzos a la inter-
vención con la familia biológica como elemento fundamental para la
reunificación del niño o la niña con su familia.

Cambio en la utilización de programas de protección de menores

La confianza adquirida en los primeros años de funcionamiento del aco-


gimiento familiar y la legislación específica por parte de diferentes co-
munidades autónomas favorecieron que algunos de los niños que esta-
ban en instituciones tuviesen la posibilidad de utilizar un recurso más
normalizado e individualizado como era el acogimiento familiar. La mo-
dalidad de acogimiento familiar más utilizada fue el acogimiento en fa-
milia extensa, lo que en muchas ocasiones no era sino el reconocimiento
de una situación de hecho. Esta modalidad, que se ha extendido consi-
derablemente, no ha utilizado criterios de valoración rigurosos ni proce-
sos de formación para las familias acogedoras. Paralelamente al acogi-
miento en familia extensa, también se generalizaron los acogimientos
con previsión de retorno y los acogimientos permanentes, surgiendo al
mismo tiempo los programas de acogimiento familiar especializado,
destinados a la atención y al cuidado de niños con «particularidades» o
necesidades especiales. Las primeras experiencias de acogimiento fami-
liar especializado se llevaron a cabo en Cataluña y en Castilla y León.

Elaboración de una metodología de intervención

El asumir nuevos retos requería un planteamiento más riguroso de las


diferentes fases del programa de acogimiento, particularmente en lo
referido a las campañas de captación y los procesos de valoración/
formación. En este sentido, se diseñaron campañas de captación con la
utilización de medios de comunicación de masas (prensa, radio y TV)
y la ayuda de materiales complementarios (pósters, trípticos, folletos o
guías de acogimiento). Respecto al proceso de valoración se pasó de un
modelo de evaluación de familias por medio de entrevistas a un mode-
lo de valoración/formación en el que se ofrece a las familias acogedoras
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 71

la oportunidad de tomar conciencia de lo que representa el acogimien-


to familiar y se les facilita la posibilidad de conocer sus propias limita-
ciones o potencialidades para decidir si son o no capaces de asumir el
reto del acogimiento. Para posibilitar este modelo de valoración/for-
mación, se elaboró el Programa de formación para las familias acoge-
doras (Amorós y otros, 1994), impulsado por la Comunidad de Casti-
lla y León y editado por el Ministerio de Asuntos Sociales. Distribuido
ampliamente entre las diversas comunidades autónomas españolas, el
programa ha sido utilizado profusamente en los procesos de valoración/
formación con las futuras familias acogedoras.

Tercer periodo. Los nuevos retos (de 1996 hasta la actualidad)

En esta última etapa también confluyen varios factores que facilitan la


potenciación del acogimiento familiar.

• La Ley orgánica 1/1996 de Protección jurídica del menor.


• El programa de acogimientos impulsado por la Fundación La
Caixa con el nombre genérico de «Familias canguro».
• El cambio en el concepto del acogimiento y en los roles de los
acogedores.
• El cambio en las actitudes de los profesionales.

La Ley Orgánica 1/1996 de Protección jurídica del menor

Este periodo está marcado por la publicación de la Ley Orgánica 1/1996


de 15 de enero «de Protección jurídica del menor, de modificación par-
cial del Código Civil y de la Ley de enjuiciamiento Civil», con la que se
ha pretendido abordar de una forma más adecuada la protección de la
infancia. En la ley, las necesidades de los menores son el eje de sus dere-
chos y de su protección. Concibe a «las personas menores de edad como
sujetos activos, participativos y creativos, con capacidad para modificar
su propio medio personal y social; de participar en la búsqueda y la sa-
tisfacción de sus necesidades y en la satisfacción de las necesidades de los
demás» (preámbulo).
72 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Respecto al acogimiento familiar, esta ley recoge la posibilidad de un


acogimiento provisional que podrá ser acordado por la entidad pública
en interés del menor cuando los padres no consientan o se opongan al
acogimiento. Además, la ley también contempla la adecuación de mo-
dalidades diferentes según las condiciones de temporalidad. Se recono-
ce el acogimiento simple para aquellas situaciones en las que se prevé el
retorno del niño o la niña a su hogar y el acogimiento permanente, para
aquellos casos en los que la edad u otras circunstancias del niño o la
niña o su familia aconsejan dotarlo de mayor estabilidad, ampliando
la autonomía de la familia acogedora respecto a las funciones deriva-
das del cuidado del menor, mediante la atribución por el juez de aque-
llas facultades de la tutela que faciliten el desempeño de sus responsabi-
lidades. También se recoge la modalidad del acogimiento preadoptivo,
principalmente para favorecer un periodo de adaptación al niño y a la
familia o mientras se eleva una propuesta de adopción. De estos diferen-
tes tipos de acogimiento se habla con más detalle más adelante en este
mismo capítulo y en algunos de ellos se profundiza en el capítulo 5.

El programa «Familias canguro» de la Fundación La Caixa

La Fundación La Caixa puso en marcha en 1997 un programa llamado


«Familias canguro» que trataba de llenar un vacío existente en la socie-
dad española para los niños y las familias en situación de riesgo. La ini-
ciativa se ha ido desarrollando en colaboración con distintas comunida-
des autónomas, diputaciones y consejos insulares: Andalucía, Aragón,
Asturias, Mallorca, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Castilla y
León, Cataluña, Extremadura, La Rioja, Madrid, Vizcaya y Valencia.
«Familias canguro» ayuda a resolver el problema de muchos niños y
niñas que deben ser separados de sus familias, para los cuales se considera
inadecuado vivir en instituciones de protección y para los que además no
es posible plantearse la adopción, ya que no se dan en ellos circunstancias
que lleven a una ruptura definitiva con su familia de origen, sino que, por
el contrario, dicha familia es una de las opciones de futuro. A lo largo de
estos años, y bajo la denominación genérica del programa, se han creado
nuevas modalidades de acogimiento familiar o se han diversificado mo-
dalidades ya existentes. Entre las innovaciones podemos destacar los aco-
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 73

gimientos de urgencia-diagnóstico, los acogimientos de inmigrantes, los


programas de intervención familiar con las familias biológicas, el progra-
ma piloto de formación dirigido a familias extensas y a los jóvenes acogi-
dos y el programa de formación para familias acogedoras de urgencia-
diagnóstico (Amorós, Palacios, Fuentes y León, 2003).
A partir del año 1998, probablemente bajo la influencia de la nueva
regulación legal, el impulso de la Fundación La Caixa en colaboración con
las diferentes comunidades autónomas y una política social más de acuer-
do con los principios de individualización y normalización, se ha ido pro-
duciendo una mayor potenciación de los acogimientos familiares y un
mantenimiento de los acogimientos residenciales. Los datos que se presen-
tan en la figura 2.1 son de acogimientos familiares sin distinción de moda-
lidad y de acogimientos residenciales acumulados a final de cada año.

20.000 18.055
19.426
15.897

15.000 16.184
15.826
14.159
15.687
13.568
10.000 15.542

12.420
5.000

0
1996 1997 1998 1999 2000

Acogimientos familiares
Acogimientos residenciales

Figura 2.1 Acogimientos familiares y residenciales a final de año (Ministerio de


Trabajo y Asuntos Sociales, 2002)

En el estudio realizado por Fernández del Valle y Bravo (2003) se


refleja que de los acogimientos familiares acumulados en 2002, el
85,5% eran acogimientos en familia extensa y el 14,5 en familia ajena
y que las altas realizadas en el mismo año representan un 71,5% en
familia extensa y un 28,5% en familia ajena. Para formarse una idea
74 ACOGIMIENTO FAMILIAR

precisa del lugar que el acogimiento familiar tiene en el conjunto de


medidas de acogimiento que se toman (excluido, en este caso, el aco-
gimiento preadoptivo), la figura 2.2 (Fernández del Valle y Bravo,
2003, p. 78) muestra la semejanza en las cifras de acogimiento residen-
cial y en familia extensa y el lugar relativamente marginal que ocupan
los acogimientos en familia ajena. Los datos de acogimiento residen-
cial se refieren a 2001 y los de acogimiento familiar a 2002.

Cifras del total de España


Acogimientos acumulados a final del año
Acogimiento familia extensa Acogimiento familia ajena
46,8% 7,9%

14.670 2.487

14.211

Acogimiento residencial
45,3%

Figura 2.2 Acogimiento residencial, en familia extensa y en familia ajena

Cambio en el concepto del acogimiento y en los roles de los acogedores

A lo largo de estos últimos años, en los lugares con más tradición en la


utilización de este recurso se han producido cambios de gran magni-
tud en la concepción del acogimiento familiar. Los cambios más signi-
ficativos han sido:

• Mediante el acogimiento familiar se pretende dar una atención


complementaria en la medida en que los padres no puedan pres-
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 75

tarla. No se trata de sustituir a la familia biológica, sino de com-


plementar la labor que ella temporalmente no puede realizar. Esta
lógica ha llevado a potenciar los programas de intervención con
las familias biológicas para facilitar el retorno del niño o la niña.
• En cuanto a los destinatarios del acogimiento familiar, se han
ampliado los tipos de niños y niñas susceptibles ser acogidos. El
acogimiento familiar se ha abierto a los que pueden presentar
ciertas «particularidades» o necesidades especiales: discapacida-
des físicas, psíquicas o sensoriales, problemas de comportamien-
to, grupos de hermanos, etnias diferentes a la mayoritaria, enfer-
medades crónicas, adolescentes, inmigrantes, etc.
• Se han buscado modalidades que permitan la no institucionali-
zación de los niños, en particular de los más pequeños, creando
los acogimientos de urgencia-diagnóstico, que permiten una
atención inmediata para menores de 6 años.
• Se han comprendido mejor las causas que provocan una situación
de desprotección. Los resultados de las investigaciones han indica-
do que el funcionamiento de los padres está influido por sus recur-
sos personales (historia del desarrollo, personalidad), las caracte-
rísticas del niño (temperamento, salud, estado de desarrollo, edad)
y las fuentes de estrés y apoyo contextuales (relación matrimonial,
red social, trabajo) (Belsky, 1993; Belsky y Vondra, 1989; Bron-
fenbrenner, 1986; Quinton y Rutter, 1988).
• La escasez de recursos externos, el desempleo, una vivienda in-
adecuada y las situaciones de marginalidad también se conside-
ran factores de riesgo que pueden afectar a la calidad de la pater-
nidad y la maternidad (Elder y Caspi, 1988; Jones, 1990). Sin
embargo, el enfoque actual subraya que los defectos o las debili-
dades de un factor pueden compensarse con los efectos compen-
sadores de otro factor u otros factores. El maltrato se concibe
como el resultado de factores de riesgo acumulados y acompaña-
dos por una deficiencia de los factores de apoyo compensatorios
(Belsky y Vondra, 1989).

Todas las tendencias anteriores suponen igualmente una definición


diferente de las funciones de los acogedores. Los roles actuales de las
familias de acogida son:
76 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Cuidar y educar a un niño o a una niña en una etapa evolutiva de


su vida sin que en la mayor parte de los casos conozcan ni hayan podido
compartir su vida anterior. La familia de acogida tendrá que respon-
sabilizarse del cuidado, día a día, de un niño, ofreciéndole un mode-
lo correcto de comportamiento y unas pautas claras de relación,
afecto y comunicación. En este sentido, es preciso comprender que
algunas pautas educativas pueden ser inadecuadas al aplicarlas al niño
o a la niña acogido, por las diferentes vivencias negativas que hayan
tenido; así, por ejemplo, situaciones de enfados o de levantar la voz,
que pueden ser relativamente normales en la relación con los hijos en
un momento determinado, deben ser evitadas con niños que proce-
den de situaciones en las que han estado sometidos a gritos y a mani-
festaciones de rechazo constantes por parte de sus padres.

Comprender las reacciones que puede manifestar el niño y la niña


ante la separación. Cuando una persona es separada de alguien con
quien se siente vinculada afectivamente, se produce un sentimiento
de pérdida. La importancia y la gravedad de esta pérdida estarán
relacionadas con la intensidad del vínculo previo, la fortaleza emo-
cional de la persona y su preparación, así como con el apoyo que
reciba cuando se produzca la separación. En la medida en que el
acogimiento implica una separación, la comprensión de los senti-
mientos y de las reacciones que puedan manifestar tanto el niño y
la niña como sus padres será muy importante para ayudarles. El
propio acogimiento puede convertirse en una experiencia dolorosa
y complicada para el niño o la niña desde el punto de vista emocio-
nal. Así, se han descrito procesos típicos, como el «conflicto de leal-
tades», con los que el acogedor debe estar familiarizado y a los que
debe saber hacer frente.

Facilitar al niño o a la niña posibilidades de comunicación y relación


con el entorno. El acogimiento familiar tiene que contar con el sopor-
te de los equipos técnicos de acogimiento, pero también con otras
fuentes de apoyo, como son los propios amigos y familiares, los servi-
cios comunitarios o los grupos de apoyo. De esta forma, tanto la fa-
milia acogedora como el niño o la niña fortalecerán su capacidad de
enfrentarse a las dificultades y resolverlas satisfactoriamente.
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 77

Asumir la situación temporal del acogimiento con la consiguiente vi-


vencia de la despedida. Un tema constante de preocupación para las
familias de acogida es el retorno del niño o la niña a su casa. Las fami-
lias temen establecer unos vínculos afectivos demasiado profundos
que dificulten este retorno y que ello pueda representar un problema
tanto para el niño o la niña como para la familia de acogida. En este
sentido, el apoyo y la preparación que reciban ambos serán de gran
importancia para asumir cualquier final del acogimiento. Especial-
mente hay que asegurarse de que las despedidas se realicen de una
forma adecuada y que el niño o la niña cambia de residencia com-
prendiendo lo que sucede y esperanzado con su futuro.
Prever el posible contacto con la familia biológica. Aunque la relación
que el niño o la niña pueda mantener con su familia biológica guarda
una estrecha relación con las posibilidades de retorno a su hogar, estos
contactos pueden ser una fuente de problemas y tensiones. El tema de
las visitas y contactos debe, por ello, ser abordado con realismo, cuida-
do y sensibilidad. El mantenimiento de contactos adecuados aumen-
ta la autoestima y el desarrollo de una identidad positiva.
Trabajar con el equipo y con otros profesionales. El trabajo en equipo
se contempla como una necesidad en los acogimientos. Las decisio-
nes que se deben tomar requieren que las partes implicadas se sientan
incorporadas en la mayor medida posible a la toma de decisiones. Las
familias de acogida deben ser contempladas como colaboradoras del
servicio, con todas las implicaciones que esto lleva consigo.
Copartir infomación manteniendo la confidencialidad. Compartir
información (respetando, a la vez, el derecho a la confidencialidad)
es una de las maneras de reducir la ansiedad. La información facili-
tará la comprensión de algunas de las situaciones conflictivas que
pueda manifestar el niño o la niña y, al mismo tiempo, permitirá
utilizar unas pautas educativas que respeten tanto las vivencias an-
teriores como las necesidades actuales.
Respetar la historia, los antecedentes personales y los valores de la fami-
lia biológica. Es fácil, en nuestra sociedad, utilizar tópicos sobre las fa-
milias con problemática social y tener una actitud moralizante más
78 ACOGIMIENTO FAMILIAR

que una actitud educativa y de comprensión y de respeto a las situacio-


nes. El respeto a la historia del niño o de la niña es fundamental para
que se sienta comprendido ante las situaciones por las que ha pasado y
para que se entiendan las dificultades que han tenido sus padres.

Cambio en las actitudes de los profesionales

La experiencia, los conocimientos y los resultados de las investigaciones


han facilitado que los profesionales que trabajan en el ámbito de la protec-
ción de la infancia hayan ido cambiando su actitud hacia la utilización de
los programas de acogimiento familiar. Nos queda mucho camino por re-
correr, pero el que se ha iniciado en este espacio corto de tiempo de 25 años
nos plantea la posibilidad de seguir trabajando en esta línea, superando di-
ficultades y asumiendo nuevos retos. Gracias al impulso de los profesiona-
les, el acogimiento familiar se está convirtiendo poco a poco en una alter-
nativa importante en el ámbito de la protección de la infancia y tiene que
ir asumiendo nuevos retos a los que nos referiremos a lo largo de este libro.

Modalidades de acogimiento familiar

Las nuevas necesidades de los niños y las niñas y de sus familias, los nue-
vos planteamientos profesionales, la nueva mentalidad social, la diversi-
dad existente de unos países a otros, o de unas comunidades autónomas
a otras, todo ello contribuye a que vayan surgiendo diferentes modalida-
des de acogimiento familiar y una nueva terminología relacionada con el
acogimiento. Una de las consecuencias inevitables es que se crea una
cierta confusión respecto a qué significa cada etiqueta o a qué tipo de
acogimiento corresponde. El problema se agrava porque un mismo aco-
gimiento puede recibir etiquetas diferentes en función del criterio que se
aplique, o porque hay tipos de acogimiento que acabarán teniendo una
significación u otra en función de cómo continúen, como ocurre, por
ejemplo, con los acogimientos de urgencia.
En el apartado anterior, al comentar la ley 1/1996, ya se han citado
las modalidades de acogimiento que nuestra legislación contempla:
acogimiento simple, permanente, preadoptivo y provisional. Pero la
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 79

realidad esconde en su interior una mayor diversidad de tipos de aco-


gimiento, de forma que, sin separarse de lo legalmente establecido, en
la práctica profesional suelen utilizarse otras clasificaciones en función
de la finalidad y la duración del acogimiento, en función de las carac-
terísticas de los acogidos y en función de las relaciones de parentesco
entre el niño o la niña y los acogedores:
• Según la forma de su constitución:
Acogimiento administrativo.
Acogimiento judicial.
• Según la finalidad y la duración:
Acogimiento de urgencia-diagnóstico.
Acogimiento simple o con previsión de retorno.
Acogimiento permanente.
Acogimiento preadoptivo.
• Según las características de los niños:
Acogimientos especializados.
• Según la relación del niño y la niña con la familia:
Acogimiento en familia extensa.
Acogimiento en familia ajena.

Modalidades de acogimiento según la forma de su constitución

La legislación española en materia de acogimiento familiar prevé dos


posibles vías de constitución del acogimiento familiar: la administrativa
y la judicial. Se habla de acogimiento administrativo cuando todas las par-
tes implicadas están de acuerdo, lo que significa que prestan su consen-
timiento para el acogimiento la entidad pública con competencia en
protección de la infancia (es decir, la Administración), los padres bioló-
gicos no privados de patria potestad, los acogedores y los niños o niñas
que van a ser acogidos (cuyo parecer debe tenerse en cuenta si tienen 12
años o más). La administración constituye el acogimiento y se lo notifica
a la Fiscalía para que de ello quede constancia en sede judicial. Como
indica Cubiles (2003), ésta es la fórmula más frecuente en los acogi-
80 ACOGIMIENTO FAMILIAR

mientos permanentes y en muchos acogimientos simples, pues en ellos


se requiere con mucha frecuencia la colaboración de los padres.
Son muchos los casos en los que una de las partes (típicamente, los
padres biológicos) no están de acuerdo con la separación de sus hijos y la
propuesta de acogimiento en otra familia. Cuando eso ocurre, estamos
ante un acogimiento judicial, ya que, si el acogimiento llega definitiva-
mente a constituirse, será por la decisión tomada por el juez que ha cono-
cido y decidido sobre el caso. Pero como ocurre que la decisión del juez
puede demorarse mucho en el tiempo y se considera indeseable que
mientras tanto el niño o la niña siga con su familia o pase a acogimiento
residencial, se puede constituir un acogimiento provisional por parte de la
entidad pública (o, menos frecuentemente, del ministerio fiscal), con la
obligación de presentar una propuesta al juez en un plazo inferior a 15
días a partir de dicha constitución a fin de que sea el juez quien al final se
pronuncie sobre el caso. Así, el acogimiento provisional no es en realidad
una modalidad de acogimiento, sino una fase del acogimiento judicial. El
acogimiento judicial es frecuente en casos de acogimiento preadoptivo en
que los padres biológicos se oponen a la medida (Cubiles, 2003).

Modalidades de acogimiento según la finalidad


Acogimiento de urgencia-diagnóstico
Es la modalidad más novedosa. Su finalidad es doble: por una parte, ofre-
cer una atención inmediata a niños y a niñas, evitando su institucionali-
zación; por otra, llevar a cabo el proceso de diagnóstico durante el espacio
de tiempo previsto, que idealmente no debería exceder de tres meses y,
excepcionalmente, de seis. En España, los acogimientos de urgencia se
han desarrollado principalmente a partir de 1997 bajo el impulso del pro-
grama de «Familias canguro» de la Fundación La Caixa. En ningún caso,
los de urgencia son acogimientos permanentes, porque son por defini-
ción de corta duración. Pero tampoco son en todos los casos acogimien-
tos simples, pues en ocasiones lo que sigue no es el retorno a la familia,
sino el paso a otra medida de acogimiento (simple, permanente, preadop-
tivo, residencial). En realidad, el acogimiento de urgencia viene a asumir
una de las funciones típicas del acogimiento residencial (situación transi-
toria que permite la separación del niño o la niña de la familia cuando
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 81

ello es necesario y que da un tiempo para la toma de decisiones mientras


se estudia el caso y se analizan las alternativas), pero se lleva a cabo en un
contexto familiar y no institucional. Se trata, pues, de una situación en la
que se combinan el acogimiento familiar, la urgencia de la medida que
hubo de tomarse y el diagnóstico del futuro que habrá que configurar.
Aunque en el capítulo 5 volveremos con más detalle sobre este tipo
de acogimiento, merece la pena subrayar al menos que uno de sus as-
pectos clave son las propias familias acogedoras. Estas familias requie-
ren un proceso de formación adecuado, ya que deben asumir un con-
junto de roles específicos para desarrollar su función. Son familias que
deben estar preparadas para acoger al niño disponiendo de escasa infor-
mación sobre sus características. Pueden acoger a varios niños diferen-
tes a lo largo del año, con todo lo que ello comporta de establecimiento
de relación afectiva y posterior separación, teniendo presente que la
mayoría de los niños acogidos serán de corta edad. Deben colaborar en
el proceso de diagnóstico, manteniendo una observación sistematizada
del niño o la niña y una estrecha colaboración con el equipo de profe-
sionales. Tienen que aceptar los contactos con la familia biológica cuan-
do éstos sean necesarios para el bienestar del niño y la niña.
Estudios realizados en Inglaterra y España demuestran que los ni-
ños que más se benefician de esta alternativa son los más pequeños y
que una parte importante retorna a sus familias (Amorós, Palacios,
Fuentes y León, 2003; Stone, 1991). La investigación muestra que los
acogimientos de urgencia están entre los que mejor consiguen los ob-
jetivos previstos inicialmente.
Un aspecto muy importante para la utilización de estos acogimientos
es respetar al máximo el tiempo de permanencia de los niños en esta si-
tuación de urgencia, siendo aconsejable un periodo de tres meses y no
sobrepasar los seis meses. En los casos en que el niño o la niña no pueda
retornar a su familia, debe disponerse de familias de acogida o adoptivas
para ofrecer una continuidad del acogimiento a medio o largo plazo.

Acogimiento simple con previsión de retorno

El artículo 173 bis del Código Civil indica que una de las modalidades
de acogimiento familiar es el acogimiento familiar simple, que tendrá
82 ACOGIMIENTO FAMILIAR

carácter transitorio, bien porque de la situación del menor se prevea la


reinserción de éste en su propia familia, bien en tanto se adopte una
medida de protección que revista un carácter más estable.
En cierto sentido, esta modalidad refleja lo que es la esencia del aco-
gimiento, ya que se prevé la recuperación de la familia y, en la mayor
parte de los casos, su aceptación voluntaria de la situación de acogi-
miento temporal. Los acogimientos con previsión de retorno son los
que, desde un punto de vista de los técnicos, presentan una mayor di-
ficultad diagnóstica, ya que la toma de decisión se basará en un pro-
nóstico en el que se valorará si los recursos, los medios y la dedicación
que se faciliten a la familia biológica posibilitarán, en el tiempo previs-
to, la recuperación necesaria para que se consideren resueltas las causas
que provocaron la separación provisional. La experiencia y la investiga-
ción indican cuáles son los factores que favorecen o que, por el contra-
rio, ponen en riesgo la posibilidad de retorno. Entre ellos se pueden
destacar algunos de los que se refieren a continuación, algunos de los
cuales son examinados con más detalle en el capítulo siguiente.
Por una parte, la posibilidad de recuperación de la familia de origen en
un espacio de tiempo no superior a los dos años. La investigación (por ejem-
plo, Amorós y otros, 2003) nos indica que las posibilidades de recupera-
ción de las familias biológicas están en relación con la problemática inicial
(a mayores problemas, mayores dificultades de cambio) y con la ayuda
recibida. Los cambios satisfactorios experimentados en salud, drogode-
pendencia y situaciones familiares conflictivas se dan en alrededor del
20% de las familias. La existencia de problemas de salud, particularmente
el consumo de drogas, se relaciona negativamente con la reunificación fa-
miliar (Maluccio, 2000). Otros factores relevantes implicados incluyen la
pobreza extrema, niños con muchos problemas (de salud, de conducta...)
y la falta de apoyo social formal e informal (Jones, 1998).
Otro factor relevante es la aceptación voluntaria de la situación de
acogimiento por parte de los padres y, si es el caso en función de su
edad, por parte del niño o la niña implicados. La clave está en que la
familia sienta que forma parte del equipo, que mantiene sus posibili-
dades de participar en la toma de decisiones y que percibe que el niño
o la niña podrá retornar. Cuando la familia, después de un proceso de
preparación e información clara por parte del equipo de técnicos,
acepta voluntariamente la intervención, se favorecen la adaptación y el
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 83

desarrollo del acogimiento. Por lo demás, la adaptación de los niños se


ve enormemente facilitada cuando cuentan con una buena prepara-
ción inicial (Quiton, Rushton, Dance y Mayes, 1998).
Si la relación afectiva es uno de los pilares básicos para el desarrollo
adecuado del niño y la niña, la existencia de estos vínculos con los pa-
dres es uno de elementos determinantes para favorecer el acogimiento
con previsión de retorno. De hecho, como se analizará en el capítulo
siguiente, la existencia de buenos vínculos afectivos entre padres e hijos
es uno de los factores que se relacionan con la posibilidad de reunifica-
ción familiar (véase también Perkins, 1999). Para que tal relación posi-
tiva pueda mantenerse o mejorarse, se hacen habitualmente necesarios
contactos entre padres e hijos mientras éstos están en acogimiento.
En efecto, otro de los factores importantes para el buen desarrollo
del acogimiento con previsión de retorno es el deseo de los padres de
mantener visitas con el niño o la niña, y el deseo de éstos de mantener
visitas con sus padres. La convergencia de deseos por ambas partes re-
fleja un sentimiento de querer mantener el vínculo afectivo, de poder
conocer la evolución de ambas partes, de comprobar que se está aten-
dido y seguro, de experimentar el sentimiento de pérdida de forma
más atenuada y de poder transmitir de forma directa los sentimientos
y las preocupaciones acerca de la situación. De hecho, la existencia de
visitas y el contacto frecuente entre el niño y su familia se relacionan
significativamente con la probabilidad de reunificación, siempre y
cuando se den determinadas circunstancias (Cleaver, 2000; Kelly, 2000;
Millham y otros, 1986; Wulczyn, 1991). Si las familias acogedoras
pueden participar en estas visitas, las cosas suelen evolucionar incluso
mejor (Perkins, 1999). Naturalmente, como se examinará con más
detalle en el capítulo siguiente, lo que cuenta no es la existencia de vi-
sitas, sino su calidad y su frecuencia. Para empezar, obviamente, hay
que buscar familias acogedoras con las que las visitas vayan a ser posi-
bles al existir proximidad geográfica o facilidad de transporte.
Cuando los niños necesitan ser separados de sus padres es porque
estos presentan muchos y serios problemas. Si la previsión de que los
niños puedan retornar a su hogar quiere hacerse efectiva, resulta im-
prescindible el apoyo profesional y social para ayudar a los padres a su-
perar sus problemas. En este sentido, la aceptación de la relación de
ayuda por parte de los padres resulta tan fundamental como la existen-
84 ACOGIMIENTO FAMILIAR

cia de recursos técnicos puestos a su disposición. La recuperación de la


familia implica aceptar una relación de ayuda que le permita en primer
lugar conocer las circunstancias que le han llevado a aquella situación
conflictiva, comprender globalmente la situación y finalmente deter-
minar con la ayuda de los profesionales los cambios que son necesa-
rios. El profesional debe valorar esta aceptación por parte de la familia
y determinar qué recursos serán necesarios. Una apreciación equivoca-
da de las posibilidades y de los recursos conducirá en la mayoría de las
situaciones a que el acogimiento no pueda alcanzar el objetivo más
importante, que es el retorno del niño y la niña con su familia.
Finalmente, para que el acogimiento simple pueda cumplir sus fina-
lidades hace falta disponer de familias de acogida adecuadas a las necesi-
dades de los niños y de las niñas implicados, de un buen equipo de
profesionales y de un adecuado diseño del programa de acogimiento fa-
miliar que facilite la captación y la valoración de familias acogedoras.
Para llevar a cabo un buen programa de acogimiento familiar hace falta
ante todo disponer de un número adecuado de familias seleccionadas y
preparadas para asumir las diferentes modalidades de acogimiento.
Como veremos en el capítulo 4, hoy en día ya disponemos de suficiente
experiencia para la realización de campañas de captación que pueden ser
aprovechadas para disponer de suficientes familias acogedoras.

Acogimiento permanente o de larga duración

El artículo 173 bis del Código Civil indica que el acogimiento familiar
permanente se utilizará cuando la edad u otras circunstancias del menor
y su familia lo aconsejen y así informen los servicios de atención al me-
nor. Son acogimientos que se caracterizan porque el retorno no es posi-
ble o deseable, al tiempo que la adopción no resulta posible o aconse-
jable. Suelen durar hasta la mayoría de edad o hasta que se encuentre
una opción más adecuada para el niño y la niña. Son acogimientos que en
ocasiones están condicionados por la edad, las características especiales
del niño y la niña, la existencia de referentes familiares, etc. En ocasio-
nes, suele ser una alternativa a la adopción.
Algunos estudios han indicado que los acogimientos permanentes
pueden no ser tan adecuados como la adopción, ya que para los niños es
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 85

más difícil establecer un sentido de pertenencia y es más fácil tener sen-


timientos de inseguridad (Thoburn, 1994). Sin embargo, la investiga-
ción también ha confirmado que la integración social satisfactoria de los
jóvenes que han estado acogidos de forma permanente está asociada con
la estabilidad del entorno de los acogedores, con la calidad de la ayuda y
con el apoyo psicológico recibido en el acogimiento. La mayoría de los
adultos que fueron en su momento acogidos permanentemente tienen
una vida aceptable y están satisfechos con su situación actual. Una cuar-
ta parte de quienes habían tenido una experiencia de ruptura indicaron
que creían que se hubiera podido hacer algo para evitarla y que en todo
caso hubieran repetido el acogimiento (Dumaret, 1998).
Para una propuesta de acogimiento permanente, los profesionales
deben tener presentes factores muy diversos. En primer lugar, el acogi-
miento permanente está indicado cuando la recuperación de la familia
es poco probable, ya sea por enfermedades crónicas, discapacidades u
otras situaciones conflictivas. Ante esta situación, la determinación de
un acogimiento permanente o una adopción estará relacionada con
otros factores, algunos de ellos relacionados con los padres; otros, con los
niños, y otros, con la relación entre ellos.
Si la alternativa al acogimiento permanente que los profesionales se
plantean muchas veces es la adopción, debe valorarse la viabilidad judi-
cial de una propuesta de adopción. Por ejemplo, hay circunstancias en
las que la separación de padres e hijos viene obligada por factores que no
se refieren a las relaciones padre-hijo, sino por problemas de otra natura-
leza. Así, los padres pueden haber sido condenados a una larga pena en
prisión por haber cometido un delito que nada tiene que ver con las re-
laciones padre-hijo, existiendo además buenas relaciones paterno-filia-
les. En este caso, la adopción no sería una medida adecuada, entre otras
cosas porque uno de los aspectos más relevantes a considerar cuando se
duda entre acogimiento permanente y adopción es si el niño o la niña
tiene algún referente afectivo que realmente permita y justifique el man-
tenimiento de una relación con su familia. La no existencia de ningún
referente afectivo o familiar que permita una relación a lo largo del tiem-
po que dure el acogimiento y una posible convivencia posterior será un
elemento a tener muy presente en la determinación de esta alternativa.
Lógicamente, habrá que valorar tanto el deseo de los padres de mantener
la relación como, en su caso, la opinión de los propios hijos al respecto.
86 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Respecto a la opinión de chicos y chicas, la ley española establece


que a partir de los 12 años es preceptivo, de cara a una posible adop-
ción, contar con la opinión de los jóvenes afectados. La práctica habi-
tual es contar incluso con la opinión de niños y niñas por debajo de esa
edad cuando se estime que tienen suficiente juicio para expresarla.
Ocurre en ocasiones que algunos chicos o chicas para los que la adop-
ción podría ser una medida adecuada no quieren, sin embargo, ser
adoptados, principalmente si son mayores y, o bien no quieren romper
su vinculación con la familia de origen, o bien no desean comprome-
terse con una relación familiar estable, a veces porque han tenido ma-
las experiencias de relación familiar no sólo con su propia familia de
origen, sino también con otras familias con las que han estado.
Cuando hablamos de acogimiento permanente, hacemos referencia
a un cuidado continuo, donde el niño y la niña y los acogedores espe-
ran poder establecer un compromiso más permanente del uno hacia el
otro. Este acogimiento representa, en ocasiones, convivir de forma
continuada con la familia acogedora y mantener contactos con la fami-
lia biológica.
Y, lógicamente, para poder hacer acogimientos permanentes es ne-
cesario no sólo que jurídicamente sea una buena opción y que los im-
plicados la acepten, sino que se disponga además de familias acogedo-
ras con perfiles adecuados para atender las necesidades de los niños o
de las niñas afectados. Algunos elementos clave identificados por la
investigación respecto a estas familias son la madurez, la estabilidad
emocional y la experiencia en acogimientos (Denby, 1999). No por
casualidad, la investigación ha documentado un cierto papel de la
edad de los acogedores, de forma que los mayores de 40 años tienden
a tener más éxito en el acogimiento (Berridge y Cleaver, 1987; Trise-
liotis, 1989). La existencia de un buen plan de intervención y que las
familias acogedoras compartan sus experiencias con otras que están en
situación similar son también factores relacionados con el buen de-
sarrollo de los acogimientos permanentes (Denby, Rindfleisch y Bean,
1999; GRISIJ, 1999).
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 87

Acogimiento preadoptivo

Como ya sabemos, el acogimiento preadoptivo es una modalidad de


acogimiento prevista en nuestra legislación. Si se nos permite la expre-
sión, este tipo de acogimiento tiene un pie en el acogimiento y otro en
la adopción. El legislador ha querido que quienes vayan a ser adopta-
dos (en este caso, en adopción nacional) no pasen directamente a esa
situación, ya que la adopción es una medida irreversible y es crucial
asegurarse de que la adaptación mutua adoptado-adoptantes se produ-
ce de forma satisfactoria. El acogimiento preadoptivo se utiliza, pues,
cuando se ha optado ya por la adopción, se ha asignado al niño a una
familia concreta y se quiere asegurar la existencia de una buena rela-
ción adoptantes-adoptados: el niño o la niña pasa a vivir con su nueva
familia y es objeto de los oportunos seguimientos para asegurar que
todo se desarrolla felizmente, en cuyo caso se hace al juzgado la pro-
puesta de adopción. No debe olvidarse que mientras que las medidas
de acogimiento son en su mayoría administrativas (aunque sujetas a
control judicial posterior), la adopción es una medida estrictamente
judicial en la que lo único que cabe al sistema de protección es asegu-
rarse de que se han cumplido todos los requisitos necesarios, de que se
ha llevado a cabo una buena integración familiar y, finalmente, elevar
al juzgado la propuesta de adopción.
Aunque no vamos aquí a analizar qué es y qué supone la adopción,
baste con señalar que deben darse una serie de requisitos básicos tanto
en los niños o las niñas como en los adoptantes. Respecto a lo primero,
la idea básica es que tienen que ser niños o niñas que legalmente estén
en situación de ser adoptados, es decir, que hayan sido declarados en
desamparo y que no tengan posibilidad de ser reintegrados a su familia
de origen. Respecto a los adoptantes, una de las cuestiones clave a con-
siderar tiene que ver con su motivación, que difiere entre acogimiento
y adopción. Mientras que quienes desean adoptar lo que realmente
quieren es tener un hijo o una hija y desarrollar con él o con ella la
experiencia de la maternidad y la paternidad de por vida, en el caso de
los acogedores la motivación fundamental se relaciona con el deseo de
ayudar, de servir de puente temporal en la vida de un niño en su trán-
sito de unas situaciones iniciales no adecuadas a situaciones futuras
más promisorias.
88 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Modalidades de acogimiento según las características


de los niños y las niñas acogidos

Acogimiento especializado

A medida que el acogimiento familiar ha ido adquiriendo seguridad en


sus planteamientos, ha ido también asumiendo nuevos retos. El acogi-
miento familiar especializado es el acogimiento con mayor complejidad
y dificultad (Rowe y otros, 1989), implicando por parte de la adminis-
tración la creación de un programa que disponga de recursos profesiona-
les especializados que permitan una valoración y un acompañamiento
posterior a los niños acogidos y a las familias acogedoras. Es una moda-
lidad de acogimiento que requiere una cierta profesionalización de las
familias acogedoras, profesionalización en el sentido de una formación
inicial y permanente, así como de una retribución económica de acuer-
do con las necesidades de los niños y las niñas implicados.
Mayoritariamente, el acogimiento familiar especializado se ha utili-
zado en algunos sitios para el acogimiento de jóvenes, siendo el pro-
yecto Kent, desarrollado por N. Hazel (1981), la primera experiencia
evaluada. En España se usa el nombre de acogimiento familiar especia-
lizado para referirse a acogimientos destinados a ofrecer un ambiente
familiar a los niños y a las niñas que presentan necesidades especiales o
ciertas particularidades que requieren una atención más especializada
(discapacidad física, psíquica, sensorial, trastornos graves del compor-
tamiento, enfermedades crónicas, etc.).
Se hace difícil comparar los resultados de diversas investigaciones sobre
acogimiento familiar especializado, ya que bajo el mismo epígrafe se eng-
loban situaciones muy heterogéneas de niños y niñas. Lógicamente, cuan-
to mayores sean las necesidades educativas de estos niños o sus dificultades
de comportamiento, mayores son los esfuerzos que deben realizar las fami-
lias acogedoras. Las experiencias y los estudios llevados a cabo en Cataluña
(GRISIJ, 1999) indican que cuando se utilizan buenos procedimientos de
captación, valoración, formación y acompañamiento a las familias acoge-
doras, el proceso de adaptación, la evolución de los niños y las niñas y la
valoración de los acogedores son altamente satisfactorios. Redding, Fried y
Britner (2000) han hecho una buena revisión de los factores relacionados
con el buen desarrollo de este tipo de acogimiento, que, como se señalará
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 89

en el capítulo siguiente, no difieren mucho de los factores que predicen un


buen desarrollo de las demás formas de acogimiento. En el capítulo 5 ana-
lizaremos con más detalle esta modalidad de acogimiento.

Modalidades de acogimiento según la relación


del niño y la niña con la familia

Acogimiento en familia extensa

El acogimiento de un niño o una niña por sus familiares más cercanos


cuando sus padres no pueden hacerse cargo temporalmente de él o de ella
es uno de los recursos más importantes en el ámbito de protección a la
infancia, habiendo sido utilizado a lo largo de toda la historia de manera
informal por familiares que han ayudado a otros familiares. Frente a los
realizados en familia ajena, algunas ventajas evidentes de este tipo de aco-
gimientos, bien documentadas por la investigación, son que favorecen los
sentimientos de pertenencia, continuidad y seguridad (Hegar, 1993).
A partir de los años 80 del siglo XX, el acogimiento en familia extensa se
ha convertido en una práctica que está en aumento en países como Holan-
da, Israel, el Reino Unido y Suecia (Thoburn, 1994). Las estadísticas de
otros países muestran que el porcentaje de acogimientos en familia extensa
está alrededor del 30%-50% de los casos en Estados Unidos (Hegar, 1993;
O’Brain, 2000) y en torno al 20% en Gran Bretaña (Administration for
Children and Families, 1999). En España, el acogimiento en familia ex-
tensa fue históricamente una alternativa informal utilizada ampliamente,
pero es a partir de la Ley 21/1987 cuando se aplica de manera formalizada
y generalizada por los servicios de protección de la infancia. Como se mos-
tró anteriormente en la figura 2.2, constituye, a gran distancia de los de-
más, el tipo de acogimiento más frecuente entre nosotros.
El empleo masivo de estos acogimientos se ha producido por dife-
rentes razones: regularización de situaciones de hecho, mayor predis-
posición de las familias extensas y menor esfuerzo profesional y de
gasto económico por parte de las administraciones. Sin contar, natu-
ralmente, con que en muchos casos es en sí misma una buena opción,
ya que supone mantener al niño en contacto con su familia, en un
contexto donde es conocido y querido, y en el que la probabilidad de
90 ACOGIMIENTO FAMILIAR

mantener contacto con los padres queda máximamente facilitada. Por


todo ello, no es sorprendente que el acogimiento en familia extensa
haya pasado a ser la primera hipótesis a valorar cuando un niño o una
niña debe ser separado de sus padres. No obstante, es importante seña-
lar que el acogimiento en familia extensa no siempre es una opción
posible (tiene que haber parientes dispuestos a ser una alternativa fa-
miliar para el niño o la niña), ni deseable (los acogimientos en familia
extensa no pueden ser acogimientos de segunda categoría en los que
las familias carezcan de las cualidades adecuadas). Por otra parte, el
sistema de protección debe considerar que este tipo de acogimiento
necesita tantos apoyos, recursos e intervenciones profesionales como
cualquier otro acogimiento. Así, los parientes acogedores deben estar
preparados para proporcionar seguridad, para afianzar el bienestar,
para cubrir las necesidades especiales y para manejar los contactos y la
vinculación con la familia biológica.
En resumen, los acogimientos en familia extensa permiten que los ni-
ños o jóvenes vivan con personas que ya conocen y en las que confían,
apoyan la transmisión de la identidad de la familia del niño y la niña, faci-
litan su identidad cultural y étnica, refuerzan las relaciones entre los her-
manos y las hermanas, así como la construcción y la solidificación de los
vínculos afectivos con los miembros de la familia extensa (Child Welfare
League of America, 1994; Hegar y Scannapieco, 1999). Sobre el acogi-
miento en familia extensa volveremos con más detalle en el capítulo 5.

Acogimiento en familia ajena

El acogimiento en familia extensa es en cierto sentido la respuesta natu-


ral de una familia ante graves problemas que afectan a alguno de sus
miembros, de forma que en este tipo de acogimiento la familia resuelve
un problema planteado dentro de la familia. Esa es la situación típica,
por ejemplo, cuando unos abuelos se hacen cargo de los nietos que no
pueden o no deben seguir al cuidado de unos padres que están inmersos
en graves y prolongados problemas. Pero esta solución no siempre es
posible, ya que no en todos los casos existen miembros de la familia ex-
tensa en disposición de hacerse cargo de los niños o las niñas implicados.
Puede también ocurrir que haya familiares dispuestos al acogimiento,
EVOLUCIÓN DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR Y TIPOS DE ACOGIMIENTO 91

pero que la valoración que los profesionales hacen de sus capacidades


educativas sea negativa, en cuyo caso la alternativa familiar que conviene
a los afectados debe buscarse fuera de las líneas de parentesco. Nos en-
contramos entonces con acogimientos en familia ajena.
En este tipo de acogimiento no se dan las ventajas que evidente-
mente hay en la familia extensa: conocimiento del problema y de los
implicados, continuidad en las relaciones, mantenimiento de contex-
tos y ambientes de crianza, menos dudas sobre la identidad propia y la
de los cuidadores. Pero cuando se opta por él, es evidente que este tipo
de acogimiento plantea otras ventajas: ofrece a los niños y las niñas que
la necesitan una familia con buenas capacidades educativas, introduce
en sus vidas una discontinuidad que se considera les va a resultar favo-
rable en muchos aspectos, y no necesariamente tiene por qué suponer
una ruptura en las relaciones con los padres o con otros miembros de
la familia extensa, ya que se pueden programar contactos y visitas en
función de las características y posibilidades de cada caso.
Las estadísticas de acogimiento familiar que hemos mostrado en este
mismo capítulo muestran que el que se lleva a cabo en familia ajena es
un tipo de acogimiento comparativamente mucho menos utilizado que
el realizado dentro de la familia extensa. Eso no significa que sea en sí
mismo menos deseable, sino que es el resultado de la influencia combi-
nada de dos factores: en primer lugar, si es necesario proceder a la sepa-
ración del niño de su familia nuclear, la opción por la familia extensa es,
en principio, la primera hipótesis de trabajo de cara a mantener la con-
tinuidad de los vínculos y las relaciones; en segundo lugar, mientras que
la familia extensa forma parte de lo que ya hay en la vida y el entorno del
niño o la niña, la disponibilidad de familias ajenas debe ser creada a tra-
vés de las campañas de captación de las que se tratará en el capítulo si-
guiente, lo que obviamente implica una dificultad añadida.
Aunque no necesariamente tuviera que ser así en todos los casos por
imperativo legal, hay, sin embargo, modalidades de acogimiento que
típicamente se hacen en familia ajena, las más señaladas de las cuales
son el acogimiento simple, el acogimiento de urgencia-diagnóstico y el
acogimiento especializado. Y, por supuesto, el acogimiento preadopti-
vo, que está precisamente encaminado a la constitución de nuevos
vínculos y relaciones familiares.
CAPÍTULO 3

LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN


EL ACOGIMIENTO FAMILIAR

Se puede decir con justicia que las investigaciones sobre acogimiento fa-
miliar son escasas. Otros temas relacionados con el sistema de protección
de infancia, como ocurre, por ejemplo, con el maltrato infantil o con la
adopción, han atraído en mucha mayor medida la atención y el interés de
los investigadores. Con seguridad, eso no es casual, sino mero reflejo de la
escasa visibilidad social del acogimiento familiar, que no ha salido aún del
oscuro rincón en el que en otro tiempo también estuvieron fenómenos
relacionados (como el maltrato infantil, el abuso sexual, las secuelas de los
malos tratos, la adopción) del que luego fueron poco a poco emergien-
do. Lamentablemente, el ostracismo al que el acogimiento familiar está
sometido afecta no sólo a la opinión pública, sino también a los estudio-
sos e investigadores interesados por la protección de la infancia, pues la
investigación tanto española como internacional sobre acogimiento fa-
miliar es más escasa de lo deseable y la existente es relativamente joven.
Pero aun siendo mucho lo que nos queda por saber sobre acogimiento
familiar, la investigación ha dejado ya un buen puñado de conclusiones
de la mayor relevancia, tanto para la investigación en sí misma como para
94 ACOGIMIENTO FAMILIAR

la intervención profesional. El propósito de este tercer capítulo es preci-


samente ofrecer un resumen de algunos de los más significativos hallaz-
gos dejados hasta la fecha por la investigación sobre acogimiento familiar,
buena parte de los cuales procede de revistas y publicaciones internacio-
nales, pero a los que ya es posible, por fortuna, añadir unas cuantas con-
tribuciones derivadas de la investigación española.
Son muchos los criterios que pueden seguirse al organizar una revi-
sión de los resultados de investigación como la que proponemos para
este capítulo. Para simplificar y facilitar al máximo la exposición y la
comprensión, presentaremos en un primer apartado una caracterización
de los protagonistas del acogimiento familiar (las familias biológicas de
las que proceden los niños y las niñas acogidos, los propios niños y ni-
ñas, y sus acogedores) y en un apartado posterior un análisis de lo que la
investigación ha encontrado como los factores relacionados con el mejor
y el peor desarrollo de los acogimientos familiares, análisis que estará
organizado de nuevo en torno a los protagonistas del acogimiento, in-
cluidos en este caso los profesionales que intervienen en el proceso.

Los protagonistas del acogimiento familiar

Si cualquier realidad familiar es compleja, el acogimiento familiar lo es


aún más, dadas las especiales características de todos los implicados y
de los procesos que entre ellos se desarrollan. Y aunque la investigación
sobre acogimiento se ha centrado preferentemente en los niños y las
niñas y sus acogedores, hay también investigaciones sobre la familia de
origen que deben ser recogidas, pues, aunque notablemente más esca-
sas, dejan algunas enseñanzas de especial interés. Por ellas precisamen-
te comenzaremos nuestro repaso.

Las familias biológicas de los niños y las niñas acogidos

En el entramado del acogimiento, las familias biológicas son, en efecto,


las que han recibido menos atención por parte de los investigadores, lo
que no es casual y seguramente se relaciona con la escasa dedicación que
se les da por parte del sistema de protección de la infancia. Así es que si
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 95

el acogimiento familiar es una realidad poco conocida, los padres de los


acogidos constituyen la parte menos visible de lo que apenas se ve.
A finales de la década de 1990, en el contexto de la evaluación de una
serie de innovaciones en acogimiento familiar en España (véase Amorós,
Palacios, Fuentes, León y Mesas, 2003), tuvimos ocasión de evaluar a
129 niños y niñas, a las 100 familias biológicas de las que procedían y a
las 89 familias de acogida con las que pasaron a vivir temporalmente.
Aproximadamente nueve y dieciocho meses después de esa evaluación
inicial, tuvimos ocasión de volver a examinar la situación de un buen
número de los sujetos de la muestra inicial (en el seguimiento tras año y
medio participaron 75 niños, 64 familias biológicas y 51 familias de aco-
gida). Los técnicos encargados de cada uno de los casos completaron una
serie de cuestionarios que preguntaban minuciosamente por distintos
aspectos relacionados con la situación de cada niño o cada niña, las ca-
racterísticas de sus padres y de sus acogedores. A lo largo de este capítulo
y del resto del libro nos referiremos con frecuencia a los datos de esa in-
vestigación para ilustrar muchos de nuestros argumentos.
Conviene ante todo reflexionar sobre algunas limitaciones de esos da-
tos. La muestra utilizada no trata de ser representativa de todos los niños y
niñas en acogimiento familiar en España, de sus padres y sus acogedores.
Los evaluados en la investigación son los implicados en una serie de inno-
vaciones en acogimiento familiar de las que se ha dado cuenta en el capí-
tulo anterior, con un fuerte peso de los acogimientos de urgencia, lo que
sin duda sesga la muestra hacia edades más bajas que el promedio de los
niños y las niñas en acogimiento familiar en España. Los acogimientos
permanentes en familia extensa, que tan alto porcentaje representan del
total de los acogimientos familiares españoles, no están representados en la
muestra, precisamente por ser esa una realidad tan extendida y por cen-
trarse nuestro estudio en las nuevas iniciativas. Por tanto, los datos de esa
investigación que en este libro se expongan no deben tomarse como repre-
sentativos del acogimiento en general, sino sólo de la muestra a la que se
refieren. Sin embargo, hay que apresurarse a añadir que los datos de esta
muestra son perfectamente compatibles con los encontrados por otras in-
vestigaciones que se han centrado en muestras diferentes, con niños y ni-
ñas de otras edades y en otras modalidades de acogimiento.
Por lo que a las familias biológicas de los niños y las niñas acogi-
dos se refiere, en efecto, los datos extraídos de nuestra muestra son
96 ACOGIMIENTO FAMILIAR

perfectamente compatibles con los existentes en la investigación in-


ternacional sobre estas mismas familias (véase, por ejemplo, la revi-
sión de Berridge, 1997), lo que nos permite exponer los nuestros con
cautela, pero con la convicción de que reflejan realidades más amplias
que las de nuestra propia muestra.
Se trata de padres y madres ni excesivamente jóvenes ni muy mayores,
con edades de entre 25 y 45 años. En otros países, la presencia de madres
adolescentes es más alta que entre nosotros, lo que seguramente refleja
no lo que ocurre en el ámbito del acogimiento, sino en la sociedad en
general. La mitad de las familias de la muestra estudiada tiene más de un
hijo en el sistema de protección y lleva al menos cinco años en contacto
con los servicios sociales, lo que nos habla de unas dificultades que no
son transitorias, sino en general cronificadas. Los padres y las madres de
los niños y las niñas que pasan a acogimiento familiar son adultos con
un bajo nivel educativo (por ejemplo, en nuestra muestra sólo el 19%
había pasado de los estudios primarios y aproximadamente un tercio
constaban como sin estudios). Las tasas de inestabilidad en la vida de
pareja son muy altas, de manera que sólo en el 50% de los casos se tra-
taba de parejas con una cierta estabilidad en la relación. La situación
económica es calificada por los profesionales que trabajan con estas fa-
milias como insatisfactoria o muy insatisfactoria en el 70% de los casos,
con un 15% de poco satisfactoria. El aislamiento social es notable: las
dos terceras partes tienen relaciones poco o nada satisfactorias con los
miembros de sus familias extensas, y en casi el 80% de los casos este ais-
lamiento se extiende a amigos y vecinos. En las tres cuartas partes de los
casos, la capacidad para administrar recursos económicos y organizar la
vida cotidiana es considerada también insatisfactoria.
Respecto a los estilos educativos, predominan desproporcionada-
mente los de tipo indiferente y permisivo, que son los relacionados con
una menor implicación en la relación con los hijos. En el 95% de los
casos, los profesionales que trabajan con ellos han valorado sus capaci-
dades parentales como no satisfactorias. De hecho, si sus hijos han
pasado a acogimiento familiar, como más adelante veremos, es porque
se han dado con ellos situaciones de maltrato, o bien por grave violen-
cia entre los padres, o bien por la existencia de graves problemas psico-
lógicos, frecuentemente asociados a drogodependencias, que afectan
casi a la mitad de los padres y a la cuarta parte de las madres.
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 97

Sumergidos en tan negras circunstancias personales y familiares,


sólo entre el 20 y el 25% busca soluciones de forma activa. Entre el
resto, predominan los que tienen una falsa o escasa conciencia de su
realidad y la de sus hijos, así como las actitudes de evasión y las pasivas,
a la espera de soluciones que no se sabe de dónde han de venir.
Cuando se les plantea la necesidad de que sus hijos sean temporal-
mente acogidos por otras familias, la mayor parte de los padres suele
reaccionar con expresiones de rechazo, aunque tras un proceso de prepa-
ración y explicaciones, conociendo los derechos y los deberes del acogi-
miento y las ventajas que podrían derivarse de la experiencia, tanto para
ellos como para sus hijos, aproximadamente las dos terceras partes com-
prenden y aceptan la medida. Carecemos de datos que nos permitan
saber si esta proporción es generalizable a la media de los acogimientos
familiares que se realizan o si es específica de esta muestra y sus circuns-
tancias. Jenkins y Norman (1975) encontraron porcentajes parecidos a
los nuestros en una evaluación retrospectiva de madres cuyos hijos esta-
ban en acogimiento. De todas formas, aunque sean muchos los que la
comprenden y aceptan, no son pocos los que se enfrentan a ella con al-
guna preocupación. Así, a casi la mitad le cuesta trabajo la separación, y,
aunque hay padres y madres que no ven en ella ningún problema, son
bastantes los que se refieren a temores varios, como que su hijo le coja
cariño a otra gente, que la medida que se plantea como provisional acabe
convirtiéndose en definitiva, etc.
Por último, merece la pena resaltar que las dos terceras partes de las
familias biológicas se muestran dispuestas a colaborar en el plan de inter-
vención propuesto, mientras que hay un tercio que manifiesta actitudes
negativas al respecto. Como antes, ignoramos en qué medida estas pro-
porciones son generalizables o son particulares para esta muestra y sus
circunstancias de intervención. En la investigación recién aludida sobre
madres cuyos hijos pasaron a acogimiento, Jenkins y Norman (1975)
encontraron tres tipos de actitudes diferentes: el grupo más numeroso
estaba constituido por madres que reaccionaron a la decisión del acogi-
miento con rabia y hostilidad; típicamente se trataba de madres que
habían estado implicadas en alguna forma de maltrato y que presenta-
ban los perfiles socioeconómicos más problemáticos. Un segundo grupo
estaba constituido por madres para las que el paso del niño o la niña a
acogimiento era vivido como una liberación y una descarga; se trataba
98 ACOGIMIENTO FAMILIAR

en este caso de madres con mejor perfil socioeconómico y que, o bien


estaban enfermas, o bien tenían hijos cuya conducta eran incapaces de
controlar. Finalmente, un tercer grupo más reducido estaba compuesto
por madres con problemas de salud mental y que se sentían muy culpa-
bilizadas por el hecho de que sus hijos tuvieran que ser acogidos.
Como se ha señalado anteriormente, las familias del estudio de Amo-
rós y otros (2003) fueron evaluadas en dos ocasiones durante el año y
medio que siguió a la salida de sus hijos del hogar para pasar con sus
acogedores. De aproximadamente la cuarta parte de estas familias care-
cemos de datos de seguimiento, por lo que el resumen que sigue es sólo
aplicable a aquellos casos en los que tenemos información disponible.
Por otra parte, merece la pena señalar que, mientras sus hijos estaban
con otra familia, estos padres y madres fueron objeto de intervención
profesional, recibiendo apoyos diversos con objeto de hacer más proba-
ble el retorno de sus hijos con ellos. El resumen de los datos de segui-
miento que aparece a continuación debe, pues, entenderse como válido
para las parejas o las personas que han sido evaluadas, y para aquellas
situaciones en las que además de la retirada temporal de los hijos, se es-
tán poniendo una serie de medios para ayudar a estas familias a recupe-
rarse de sus problemas y, con ello, a facilitar el retorno de los niños.
Globalmente, se puede decir que la situación promedio de estas fami-
lias ha mejorado. Así, por ejemplo, en los temas más materiales se obser-
van mejoras en el aspecto laboral, incremento medio en los ingresos eco-
nómicos, algunas mejoras en el acondicionamiento de la vivienda y la
capacidad del hogar para atender a las necesidades básicas de sus miem-
bros. Los cambios son de magnitud en general moderada (por ejemplo,
la disminución de las familias que ingresan 3.000 € al año es a costa del
incremento de las que ingresan entre 3.000 y 6.000 € al año), aunque
significativa. Por otra parte, estas mejoras son promedio, por lo que es-
conden en su interior realidades muy diferentes: desde quienes han me-
jorado bastante, hasta quienes han empeorado notablemente. En el caso,
por ejemplo, de los problemas de drogadicción, se observa una disminu-
ción del 15% de situaciones de adicción, aunque es cierto que el porcen-
taje de mejoras en otras áreas afecta hasta a un 50% de las familias. Cuan-
do se dan cambios positivos, es más frecuente que afecten a las mujeres
que a los hombres; así, la mejora en los problemas de salud afecta a un
7% de hombres y a un 16% de mujeres. En resumen, por tanto, por lo
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 99

que a estas cuestiones más materiales se refiere, las familias objeto de es-
tudio muestran un progreso moderado a lo largo del tiempo, progreso
que tiende a darse en todas las cuestiones en este apartado consideradas
y que suele afectar más a las mujeres que a los hombres. Desde luego, hay
familias que cambian bastante y en dirección positiva. Y también las hay
que no cambian o empeoran. Queda por saber en qué medida más inter-
vención, más apoyo profesional y un modelo más sofisticado de interven-
ción podrían haber conseguido mejorar estos resultados, aunque no es
difícil imaginar que cuanto mejor, más complejo y más mantenido en el
tiempo sea el apoyo que estos padres reciben, mayores serán sus progresos
a partir de situaciones iniciales realmente muy problemáticas. Como in-
dica Ratterman (1987, citado en Martin, 2000), las intervenciones pro-
fesionales destinadas a ayudar a estas familias deben valorarse, en primer
lugar, por su relevancia, es decir, por en qué medida están adaptadas al
tipo de problema, a su gravedad y a su cronicidad; deben valorarse, ade-
más, en función de la calidad de la intervención y de cada uno de los es-
fuerzos que se pongan en juego para tratar de mejorar las cosas; y debe
valorarse también en función de la cantidad de dichos esfuerzos, pues si
los problemas de estas familias suelen ser muchos, las ayudas que se les
brinden deben estar en consonancia con esa diversidad.
Por lo que se refiere a los cambios en otros ámbitos, las cosas no son
muy diferentes a lo descrito al comienzo del párrafo anterior. Tome-
mos, por ejemplo, lo ocurrido en relación con la conflictividad fami-
liar (fuertes desavenencias o, incluso, agresiones entre los cónyuges),
terreno en el que al cabo de año y medio de iniciado nuestro segui-
miento las cosas habían cambiado favorablemente para aproximada-
mente la cuarta parte de las familias, lo que evidentemente no significa
que todos sus problemas estuvieran resueltos, sino que estaban avan-
zando en su resolución de manera significativa. Por el contrario, para
aproximadamente las tres cuartas partes de las familias biológicas de
los niños y las niñas acogidos, las cosas seguían igual o peor que año y
medio antes. En sentido parecido, en aproximadamente la tercera par-
te de las familias se observan cambios favorables en la motivación para
cambiar y en la disponibilidad para recibir las ayudas que se les ofre-
cen. Y algo parecido ocurre respecto a la modificación de las habilida-
des parentales, en las que los cambios en expresión de afecto, comuni-
cación, establecimiento de normas, etc., han sido favorables para unos
100 ACOGIMIENTO FAMILIAR

contenidos en el caso del 10%, y en otros, en el 25% de la muestra


estudiada, observándose en general más progresos en las madres que en
los padres. Como se ha indicado anteriormente, queda por saber en qué
medida una intervención profesional diferente, o más intensa, o más
larga, podría haber mejorado estos porcentajes.
En los datos de esta investigación, en torno al 70% de los padres y
las madres tienen una vivencia satisfactoria o muy satisfactoria del aco-
gimiento de sus hijos, y un porcentaje menor (entre el 50 y el 60%) ha
cumplido de forma más o menos satisfactoria los acuerdos iniciales
respecto a las visitas, el cumplimiento de normas, etc.
Lógicamente, al tratarse de una investigación longitudinal es posi-
ble establecer ciertas relaciones entre las puntuaciones de partida y las
posteriores. Lo que más llama la atención de estas relaciones es su con-
tinuidad a lo largo del tiempo, de manera que normalmente los padres
que evolucionaron mejor son los que tenían una situación de partida
más favorable y los que evolucionaron peor son los que en la primera
evaluación ya habían presentado peores perfiles. Lo anterior es cierto
para ámbitos tan diversos como la situación de salud, la situación eco-
nómica o las habilidades parentales. Además de la situación personal
de partida, otros factores mostraron guardar una relación significativa
con los cambios o con la ausencia de cambios a lo largo del tiempo; de
ellos, tres nos parecen dignos de ser destacados.
En primer lugar, al lado de las características individuales de partida
deben situarse las de la pareja, de manera que es más probable que la
evolución sea favorable en aquellas personas cuya pareja está menos de-
teriorada o tiene menos problemas. En segundo lugar, está el apoyo fa-
miliar y social, de manera que a mayor aislamiento social, menos cam-
bios positivos o, incluso, empeoramiento a lo largo del tiempo de la
situación de partida. En tercer lugar, se deben mencionar la actitud y la
predisposición iniciales para colaborar con el acogimiento y el plan de
intervención que se propone, de manera que cuanto menos colabora-
dora fuera esa actitud, peor resultó ser la evolución posterior del caso.
Puesto que en la investigación nos interesamos también por la inter-
vención que se había llevado a cabo con estas familias, era lógico pregun-
tarse en qué medida había relación entre dicha intervención y la evolu-
ción posterior de las familias. Los datos muestran que hay aspectos en los
que tal relación parece darse (por ejemplo, en la evolución de la salud,
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 101

con disminución significativa del porcentaje de drogodependencias),


pero otros muchos en los que es menos clara. El conjunto de los datos
lleva a pensar que la intervención no parece producir efectos llamativos
en bastantes ámbitos, pero que los problemas disminuyen con la inter-
vención y se estabilizan o empeoran en su ausencia. Ello no debe nece-
sariamente interpretarse como que estamos ante problemas de imposible
resolución, sino que puede también interpretarse en términos de un
tiempo de intervención aún insuficiente teniendo en cuenta la gravedad
de las situaciones de partida, o en términos de un modelo de interven-
ción al que le faltan elementos importantes para ser más eficaz.

Familias de acogida

Sentir que se está ayudando a un niño o a una niña y observar su evolución


y sus cambios positivos son dos recompensas a las que frecuentemente se
refieren quienes acogen. Y aunque tengan además otras satisfacciones, hay
que reconocer que su labor no siempre es fácil. Berridge (1997) ha señala-
do dos de las dificultades a las que tendrán que enfrentarse: por un lado,
llevan a cabo una actividad de bajo estatus dentro de los departamentos de
asuntos sociales, donde tal vez reciban más atención y tengan más visibili-
dad los padres adoptivos o, incluso, las familias biológicas. Por otro, tienen
que llevar a cabo sus funciones en medio de una indudable ambigüedad
respecto a su rol, pues se les pide que se impliquen activamente con los
acogidos, que respondan a todas sus necesidades y les incorporen a su fa-
milia, y, al mismo tiempo, que no olviden el carácter transitorio de esas
relaciones. Pero las dificultades son más de estas dos, siendo posible enu-
merar al menos cuatro más:

1. Con mucha frecuencia se les pide que colaboren estrechamente


en el régimen de visitas, lo que puede implicar contactos con los
padres biológicos, debiendo apoyar al niño o a la niña acogido
antes y después de las visitas.
2. Además, tienen que hacer frente a la problemática que el niño o
la niña presenta, que con frecuencia es muy compleja como se-
cuela de la dificultad de las circunstancias de las que proceden y
de las situaciones por las que han pasado.
102 ACOGIMIENTO FAMILIAR

3. Si tienen hijos biológicos viviendo con ellos en casa, tendrán tam-


bién que hacer frente a la probable conflictividad en las relaciones
que pueda surgir, así como a las casi inevitables situaciones de ce-
los que entre hijos biológicos y niños acogidos puedan suscitarse.
4. No siempre el apoyo que reciben (tanto por parte de su entorno
como de los servicios sociales) está a la altura de los problemas a
los que tienen que hacer frente. Este apoyo implica cosas muy
diversas: desde la compensación económica por su trabajo, dedi-
cación, esfuerzo y por los gastos que el acogimiento les genere,
hasta en qué medida pueden tener acceso a servicios de ayuda y
apoyo, particularmente en situaciones de crisis y, si es necesario,
de manera inmediata.

A pesar de estas dificultades, hay familias que deciden embarcarse en


la compleja y apasionante aventura del acogimiento familiar. El núme-
ro de familias disponibles será siempre inferior al de las familias necesi-
tadas. Tal vez por la escasa visibilidad social del acogimiento familiar, tal
vez por las dificultades que le son inherentes, tal vez porque el perfil del
niño o la niña que necesita ser acogido (y el de su familia biológica) va
siendo crecientemente complejo, lo cierto es que hay menos familias en
disposición de acoger que niños y niñas con necesidad de ser acogidos.
El contraste con lo que ocurre en el campo de la adopción está claro:
son muchas las familias que espontáneamente acuden a los servicios de
protección solicitando su inscripción para poder adoptar, no siendo
necesario hacer campañas de captación de estas familias si no es para los
tipos de adopción que implican mayor complejidad. En el caso del aco-
gimiento familiar, tal cosa es muy infrecuente y, de hecho, casi inexis-
tente; al contrario, es el sistema de protección el que tiene que hacer
todo lo posible para que haya familias que, primero, se interesen por el
acogimiento y, luego, lleven a cabo todo el proceso de preparación para
el mismo. En este sentido, los procesos de captación de que se hablará
más adelante y en el capítulo siguiente son un elemento clave en la po-
tenciación de los acogimientos.
Una vez que se ponen en marcha campañas de captación, hay un
cierto número de familias que se interesan por la posibilidad de un aco-
gimiento. Tanto los datos españoles (Amorós y otros, 2003) como
los internacionales (por ejemplo, Lowe, 1990; Martin, 2000) muestran
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 103

que aproximadamente entre un 10 y un 20% de quienes se interesan


por el acogimiento familiar en respuesta a las campañas de captación
acaban llevando a cabo acogimientos (con muchas investigaciones más
cerca del 10% que del 20%). En el caso de los acogimientos de niños
con necesidades especiales, las cifras son aún menos optimistas, ha-
biéndose estimado por algunos en un 3% el porcentaje de aquellos
que, inicialmente interesados, acaban luego haciendo acogimientos de
estas características, una vez informados con más detalle y, eventual-
mente, una vez comenzado el proceso de intervención profesional que
se describirá brevemente más abajo y con más detalle en el capítulo
siguiente. No obstante, cuando las campañas de captación son más
intensas, están mejor organizadas y van dirigidas a sectores de la pobla-
ción inicialmente más sensibilizados, los resultados pueden ser mejo-
res, como lo muestra la tasa del 10% obtenida por Amorós, Freixa,
Fuentes y Molina (2001). Y, como se verá en el capítulo 4, este porcen-
taje se triplica si se parte no de las familias que hacen una primera lla-
mada para interesarse, sino de las que acuden a recibir más informa-
ción en reuniones o entrevistas.
¿Qué características presentan los hombres y las mujeres que final-
mente se deciden a llevar a cabo acogimientos? La respuesta dependerá
enormemente del tipo de acogimiento de que se trate, pues es evidente
que las cosas son muy diferentes si se trata de familia extensa que si habla-
mos de familia ajena. Evidentemente, la motivación de una abuela para
el acogimiento de su nieto no puede ser la misma que la de una persona
que lo desconoce todo respecto a ese niño y no tiene nada que ver con él
hasta el momento de la formalización del acogimiento. Esta diferencia se
pone de manifiesto claramente en la motivación que conduce al acogi-
miento, pues en torno al 90% de quienes llevan a cabo acogimientos en
familia ajena hacen referencia a motivos de tipo social y altruista, mientras
que el 100% de quienes llevan a cabo acogimientos en familia extensa
mencionan motivaciones de índole familiar (Amorós y otros, 2003).
Merece la pena, pues, referirse a estos dos grupos de acogedores por se-
parado, empezando nuestro análisis por los acogedores en familia ajena.
En relación con las características sociodemográficas y por referirnos
en primer lugar a la edad, el 75% de las acogedoras en familia ajena está
por debajo de 45 años, tanto en la investigación española a que venimos
haciendo referencia como en la de otros países (por ejemplo, Triseliotis,
104 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Borland y Hill, 2000). Los perfiles educativo y laboral de las familias que
acogen a niños y a niñas con los que no tienen relaciones familiares pre-
sentan una notable diversidad, desde familias sin estudios y con ingresos
económicos por debajo de los 12.000 € anuales (las menos), hasta familias
con elevado nivel educativo y con ingresos superiores a los 48.000 € anua-
les del año 2000. El perfil típico de los acogedores representa la hetero-
geneidad de la población de la que surgen; de manera que, por ejemplo,
en España, una tercera parte tenía estudios primarios, otra tercera parte
tenía estudios medios (bachillerato o formación profesional) y casi un
40% tenía estudios universitarios (Amorós y otros, 2003), lo que mues-
tra la presencia algo superior de este grupo entre los acogedores respecto
a su representación en la población general. Excepto en este último as-
pecto, los datos no son muy diferentes de los de la investigación en otros
países (véase, por ejemplo, Bebbington y Miles, 1990). Respecto al perfil
profesional, varía de los acogedores (bastante heterogeneidad: desde ofi-
cios hasta empresarios, con casi un 20% del sector educación o sanidad)
a las acogedoras (casi exclusivamente o amas de casa, o relacionadas con
educación o sanidad). Llama, pues, la atención la sobre-representación
entre los acogedores de personas vinculadas profesionalmente con temas
relacionados con la infancia, dato, por lo demás, que no es exclusivo de
los datos españoles (Triseliotis y otros, 2000, por ejemplo, encuentran
datos muy similares en Escocia).
La mayoría de los acogedores vive en pareja (82% en los datos espa-
ñoles, algo muy parecido en los internacionales), siendo los restantes
personas solas, típicamente mujeres que, según los datos de Triseliotis
y otros (2000), son en su mayoría separadas o divorciadas. En más del
80% de los casos se trata de parejas que ya tienen hijos, siendo lo ma-
yoritario que tengan dos o más hijos. Si a la experiencia con sus pro-
pios hijos se une la experiencia profesional de un porcentaje importan-
te de estas parejas, se trata con frecuencia de personas con especiales
conocimientos y destrezas para las relaciones con niños y niñas.
Antes del comienzo de los acogimientos, las relaciones en el interior
de estas familias fueron valoradas por los técnicos que trabajaron con
ellas como caracterizadas por la cohesión y la flexibilidad, así como por
la buena colaboración entre sus miembros y la coherencia de criterios.
El estilo educativo predominante resultó ser el democrático, con altas
dosis de afecto, comunicación, disciplina y control. Además, estas fa-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 105

milias contaban con abundantes apoyos externos, ya se trate de su pro-


pia familia extensa o de amigos y vecinos, ya de acceso a recursos y
servicios educativos (Amorós y otros, 2003).
Puesto que son muchas las familias acogedoras que tienen sus pro-
pios hijos, es lógico preguntarse por cómo viven estos niños y niñas el
acogimiento. Aunque la investigación al respecto es escasa, los datos
existentes muestran que la mayor parte de los que han pasado por si-
tuaciones de acogimiento en su familia ven favorablemente la expe-
riencia. Según los datos de Part (1993), el 80% de estos niños y niñas
se mostró satisfecho con el acogimiento, frente al 5% claramente insa-
tisfecho y un 15% con valoraciones más mezcladas. En la investigación
de Triseliotis y otros (2000), los acogedores valoraron el impacto sobre
sus hijos como claramente positivo en una tercera parte, como más po-
sitivo que negativo en similar proporción, igualmente positivo que
negativo en un 20% y de forma negativa en el algo más del 15% res-
tante. La mayoría de los acogedores señalaron que el acogimiento ha-
bía ayudado a sus hijos a mejorar su conciencia social y a fortalecer su
carácter, aunque una minoría manifestó su convicción de que la expe-
riencia había sido perjudicial para sus hijos. Los datos de esta investi-
gación indican que es mejor evitar poner juntos a hijos biológicos y
niños acogidos de la misma edad, porque los conflictos frecuentes en-
tre ellos serán casi inevitables. Así mismo, los datos indican que si el
acogido es mayor que el hijo biológico de los acogedores, es recomen-
dable una distancia de al menos cinco años para evitar conflictos y
experiencias desagradables. Según las valoraciones de los propios inte-
resados, lo que más les gustó de la experiencia de acogimiento fue el
tener compañía, disfrutar del cuidado de bebés o de niños más peque-
ños que ellos y sentir el acogimiento como una forma de ayuda atrac-
tiva y que suponía un cierto reto. Lo que más difícil les resultó fue te-
ner que soportar conductas difíciles y enojosas (como el robo de
alguna propiedad suya, por ejemplo), que los padres tuvieran que pres-
tar tanta atención al niño o a la niña acogido y la intromisión en su
privacidad. Es bueno recordar con Martin (1993) que las experiencias
de los hijos de los acogedores no deben ser tomadas a la ligera, pues
asumen una doble función, a la vez de compañeros y de cuasi-acoge-
dores, por lo que convendría que no quedaran fuera del foco a la hora
de programar la intervención con la familia acogedora.
106 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Por lo que se refiere a los acogimientos en familia extensa, el pano-


rama puede definirse en contraste con los datos anteriores. De acuerdo
con el perfil presentado por Scannapieco (1999), las protagonistas de
los acogimientos en familia extensa suelen ser mujeres, con predomi-
nio de las abuelas maternas (más del 60%) y de las tías. En compara-
ción con los datos de familia ajena, la monoparentalidad es aquí más
frecuente, así como edades más avanzadas. Los niveles educativos y
profesionales son más bajos que entre los acogedores en familia ajena,
y, por consiguiente, los niveles de ingresos son también típicamente
inferiores. Los problemas de salud son mayores entre los acogedores en
familia extensa. La percepción de rol por parte de estos acogedores es
más nítida, con menos confusión de papeles, pues tienen más clara
cuál es su función y la importancia de las relaciones con los padres de
los niños (no obstante lo cual, hay casos en que la convivencia resulta
complicada precisamente por el problema de definir las fronteras entre
el papel de la abuela y el de la madre). Las edades de los acogidos son
superiores en acogimiento en familia extensa que en familia ajena y su
rendimiento académico está claramente por debajo de la media.
Respecto al acogimiento en familia extensa, resultan muy ilustrati-
vos los datos de la investigación que Villalba (2002) llevó a cabo en la
provincia de Sevilla sobre 40 abuelas cuidadoras. Con casi 61 años de
media en el momento de ser estudiadas, habían empezado el acogi-
miento con una edad promedio de 54 años. Se trata de mujeres que
habían tenido una media de 5,5 hijos y con algo más de 8 nietos como
promedio. Algo más de la mitad son mujeres analfabetas. Curiosamen-
te, el 55% de estas abuelas refieren haber sido ellas mismas cuidadas
por sus abuelas de pequeñas. La edad media de los nietos en acogi-
miento por estas abuelas es de algo más de 9 años, pero debe tenerse en
cuenta que más del 60% de ellas afirma estar cuidando de sus nietos
desde que éstos nacieron. Como se ve, por tanto, un perfil muy dife-
rente del que se ha descrito anteriormente para las familias ajenas que
hacen acogimientos.
Volviendo a la descripción de los acogedores que fueron estudiados
por Amorós y otros (2003) —en la que había un pequeño porcentaje de
acogimientos en familia extensa y un fuerte predominio de los acogi-
mientos en familia ajena—, hay datos de interés respecto a la situación y
a las perspectivas de los acogedores antes de iniciar el acogimiento y des-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 107

pués de haber pasado por los procesos de formación y valoración. Así, los
acogedores analizados en esta investigación se muestran conocedores del
acogimiento y sus diferentes modalidades, son en su mayor parte cons-
cientes de las historias personales y familiares de los niños y las niñas a los
que esperan acoger, se muestran más flexibles respecto a unos rasgos que
respecto a otros (así, no les preocupa mucho la etnia, pero sí los proble-
mas de conducta y los retrasos en el desarrollo), muestran cierta preocu-
pación ante el tema de las visitas y el de la despedida. Los aspectos que en
principio les resultan más fáciles de asumir son la atención a las necesida-
des básicas (alimentación, vestido, atención sanitaria, educación...), la
organización de la vida cotidiana de la familia, la colaboración con los
profesionales que intervienen en el caso y las características físicas y de
salud de los niños que acogerán. Por el contrario, los aspectos que más
difíciles les resultan a priori tienen que ver con los problemas de compor-
tamiento relacionados con agresividad y rebeldía, las relaciones entre los
hijos propios y los niños y las niñas acogidos, el miedo a una vinculación
afectiva demasiado intensa, la despedida al final del acogimiento y los
conflictos que pueden surgir en la relación con la familia del niño.
Los datos de estas mismas familias a lo largo del proceso de acogimien-
to muestran una muy interesante evolución. Claramente, a lo largo del
año y medio o hasta dos años que se prolongó la investigación, muchas
familias acogedoras han visto cómo iban mejorando la adaptación in-
dividual y familiar al acogimiento. Así, por ejemplo, los ajustes en la
organización familiar se van haciendo cada vez más fáciles, las relacio-
nes entre los hijos de la familia y los niños y las niñas acogidos tienden
a ir mejorando con el tiempo, así como la integración en el entorno y
con los iguales fuera del hogar; mejoran también con el paso del tiem-
po las relaciones entre familia acogedora y familia biológica (que a lo
largo del proceso de acogimiento se mantienen mejores en unas fa-
milias que en otras, dándose las relaciones menos favorables en las fami-
lias ajenas que hacen acogimientos permanentes). De hecho, la acepta-
ción de las visitas se mantiene año y medio después de iniciado el
acogimiento en línea con la valoración que antes del mismo se había
hecho en los acogedores, con cerca de un 70% que muestra actitudes
favorables, un 20-25% con actitudes parcialmente favorables y un 10-
15% con actitudes de rechazo a las visitas. Algunos aspectos han varia-
do a peor a lo largo del acogimiento, sin embargo. Así, por ejemplo,
108 ACOGIMIENTO FAMILIAR

los acogedores han percibido significativamente menos apoyo por par-


te de los profesionales a medida que el acogimiento ha ido progresan-
do, las resistencias respecto a la vuelta del niño o la niña con la familia
biológica han ido aumentando y la despedida ha ido viéndose como
un proceso crecientemente difícil por los acogedores.
Los datos de otras investigaciones no difieren sensiblemente de los
nuestros en algunos aspectos, pero los matizan o modifican en otros. Así,
por ejemplo, en su investigación sobre acogimientos escoceses, Triselio-
tis y otros (2000) encontraron también una favorable evaluación de la
experiencia de acogimiento por parte de los acogedores, si bien en su
caso alrededor del 50% se mostró claramente satisfecho, en torno al
40% se mostró parcialmente satisfecho y un 10% se mostró claramente
insatisfecho. Los aspectos mencionados como más satisfactorios fueron
ver el progreso de los niños, sentir que estaban haciendo y logrando co-
sas con ellos, y creer que sus propias vidas se habían enriquecido con la
experiencia. Los aspectos que los acogedores mencionaron como más
insatisfactorios para ellos fueron la organización de los servicios profesio-
nales alrededor del acogimiento, los problemas de conducta de los niños
y la acumulación de trabajo y estrés. La separación de los acogidos les
resultó más o menos difícil en función de la edad de los niños, la dura-
ción del acogimiento y la intensidad de las relaciones afectivas estableci-
das entre ellos, pero en general, como también mostraron Berridge y
Cleaver (1987), la partida de los niños es vivida con sentimientos de
pérdida y de tristeza, tanto por los acogedores como por sus hijos bioló-
gicos, sentimientos que se intensifican cuanto más largo sea el acogi-
miento y cuanta menos información sobre el niño reciban una vez que
se marcha, sea a su familia de origen, sea a otra distinta. En este último
caso, particularmente cuando se trata de niños que pasan a adopción, no
son pocos los que piensan que hubiera sido más justo que el niño se que-
dara con ellos en su casa para siempre.

Niños y niñas en acogimiento familiar

Si escasas son las investigaciones sobre acogimiento familiar, peores


aún son las estadísticas disponibles que nos den una información deta-
llada de cuántos niños y niñas hay en acogimiento familiar, en qué
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 109

modalidades de acogimiento se encuentran, cuál es su edad media en


el momento de entrar, cuánto tiempo permanecen en acogimiento,
etc. Mientras que en otros países esa información está disponible y es
fácilmente accesible a través de Internet, el caso español se ve además
complicado por el hecho de que cada comunidad autónoma tiene sus
propios registros, no siempre unificados con los de las demás en cuan-
to a tipo de información que se incluye, criterios que definen la orga-
nización de la información, etc. No es fácil, por ello, aportar cifras
detalladas de las diversas cuestiones que se acaban de mencionar.
Tenemos, por una parte, datos del Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales referidos a las altas anuales en acogimiento familiar en España,
ilustradas en la figura 3.1. Nótese en esta figura cómo, a pesar de que
la legislación española en materia de protección marca una clara prefe-
rencia por el acogimiento familiar frente al residencial, la realidad es
que el segundo sigue predominando claramente sobre el primero, ha-
biendo una lenta y fluctuante aproximación de las cifras, aunque siem-
pre con claro predominio del acogimiento residencial sobre el familiar
(Fernández del Valle, 2003).

9.000
8.000
7.000
6.000
5.000
4.000
3.000
2.000
1.000
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000

Acogimiento residencial Acogimiento familiar

FUENTE: Fernández del Valle, 2003, p. 376.

Figura 3.1 Altas anuales en acogimiento familiar en España

Respecto a los tipos concretos de acogimiento, los datos de Catalu-


ña ilustrados en la figura 3.2 (Anuari Estadistic de Catalunya, 2001)
pueden servir como ejemplo si no de los números concretos en otras
110 ACOGIMIENTO FAMILIAR

partes de España, sí al menos de las tendencias generalizadas, con un


fuerte predominio del acogimiento en familia extensa, una clara ten-
dencia a la disminución en los acogimientos preadoptivos de adopción
nacional y un incremento progresivo de los acogimientos en familia
ajena.

1.800
1.600

1.400
1.200

1.000

800

600

400

200
0
1992 1994 1996 1998 2000

Familia extensa Preadoptivo Familia ajena

FUENTE: Anuari Estadistic de Catalunya, 2001.

Figura 3.2 Evolución de los tipos de acogimiento en Cataluña

Por lo que al perfil personal de los niños y las niñas acogidos se refiere,
las características dependen mucho del tipo de acogimiento de que este-
mos hablando. Así, por ejemplo, en la investigación española a que veni-
mos haciendo reiterada referencia, en la que el porcentaje de niños y de
niñas era muy semejante, los había desde un mes de edad hasta los 17
años, con una edad media en torno a los 5 años de edad y con una des-
viación tipo de cuatro años y medio (Amorós y otros, 2003). Esta edad
no se aleja mucho de los 4 años que, de acuerdo con la revisión de Berrid-
ge (1997), es la edad promedio de los niños cuando entran en familias
acogedoras. Pero si se analizan las edades promedio en distintas modali-
dades de acogimiento nos encontramos con que la media de los niños
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 111

españoles en acogimiento de urgencia es de dos años y ocho meses


(Amorós, Palacios, Fuentes, León y Mesas, 2002), la edad media en aco-
gimiento especializado es de entre 8 y 9 años (Amorós, Freixa, Fuentes y
Molina, 2001) y la edad media en acogimiento en familia extensa es de
entre 9 y 10 años (Villalba, 2002). Las anteriores son las edades en el
momento de llevar a cabo las investigaciones respectivas, no las edades en
que los acogimientos comenzaron. A este respecto, son varias las investi-
gaciones que muestran que la edad promedio de los niños y las niñas en
el momento de iniciarse el acogimiento va aumentando según pasa el
tiempo, de manera que se va configurando un panorama en el que sólo
la tercera parte se incorpora al acogimiento por debajo de los cinco años
(véase, por ejemplo, Berridge, 1997; y Triseliotis y otros, 2000).
La procedencia de los niños en el momento de su entrada en acogi-
miento es variable, con un cierto porcentaje que procede directamente
de sus familias biológicas (el 41% en la investigación española con cu-
yos datos estamos ilustrando este capítulo) y otros que proceden de
centros e instituciones. Aproximadamente la cuarta parte de los acoge-
dores se hace cargo de un grupo de hermanos, típicamente de una pa-
reja (Triseliotis y otros, 2000).
Los niños y las niñas que están en acogimiento familiar lo están por-
que ha habido una decisión de acuerdo con la cual su familia biológica no
está cumpliendo adecuadamente sus funciones, no está respondiendo a
las necesidades básicas de sus hijos y, por ello, se decide poner al niño en
el seno de otra familia, frecuentemente después de algunos intentos de
que la situación mejorara en el interior de su familia para evitar la separa-
ción. Estamos, pues, hablando de niños que en su gran mayoría han es-
tado sometidos a distintas experiencias de maltrato y que, por consi-
guiente, experimentan las secuelas esperables de acuerdo con lo analizado
en el capítulo primero. Así, por ejemplo, hay un cierto porcentaje que
presenta problemas médicos de diverso tipo. En los datos de Amorós y
otros (2003), el 30% de los niños tenía algún problema en el desarrollo
físico y en el 16% se daban bastantes de dichos problemas, incluso algu-
nos graves. Los datos de Simms (1989) son similares, con un 35% de
niños y niñas con problemas crónicos de salud. Según Halfon, Mendon-
ca y Berkowitz (1995), el perfil medio es aún más negativo: un 20% con
problemas de crecimiento; un 30% con trastornos neurológicos; un 16%
con asma, siendo pocos los que no presentan ningún problema médico
112 ACOGIMIENTO FAMILIAR

(20%), y algunos más los que presentan tres o más problemas de ese tipo
(29%). Por su parte, Rosenfeld y sus colaboradores (1997) han señalado
la presencia creciente de niños cuyos padres tienen sida, estando muchos
de los propios niños afectados de una u otra forma por el VIH.
Los datos españoles muestran que, aproximadamente, la mitad de
los niños y las niñas que entran en acogimiento familiar llega con pro-
blemas en hábitos y conductas que tienen que ver con la salud: el 45%
presenta algún problema en la alimentación, el 55% en la limpieza y
los hábitos de higiene, el 22% en el sueño, el 18% terrores nocturnos
y pesadillas reiteradas.
Por lo que se refiere a aspectos relacionados con el desarrollo psico-
lógico y la educación, el perfil promedio muestra la existencia de bas-
tantes problemas, cuya incidencia varía en función del ámbito de que
se trate. Así, el 50% de los niños y las niñas de la muestra de Amorós
y otros (2003) presenta un desarrollo cognitivo y lingüístico normal
para su edad, pero el 30% muestra algunos problemas en esos ámbitos;
el 14% bastantes problemas y el 6% graves problemas. La integración
y el rendimiento escolar en el momento de iniciarse el acogimiento era
satisfactoria para el 40% y con distinto grado de problemas para el
resto (38% con bastantes problemas y 5% con graves problemas). Algo
más de la mitad de los niños y las niñas presenta problemas relaciona-
dos con la autoestima, y el 60% es evaluado por los profesionales que
intervienen en el caso como con problemas emocionales (24% con
bastantes y 7% con graves problemas). Así es que, en resumen, al me-
nos el 50% de los niños y las niñas acogidos presenta problemas de
distinta gravedad en ámbitos psicológicos muy relevantes. El porcen-
taje parece similar entre los niños que entran en el sistema con la eti-
queta de necesidades especiales; sus problemas más frecuentes no son
discapacidades físicas o psíquicas, sino la acumulación del tipo de difi-
cultades a que se acaba de hacer referencia.
Resulta interesante señalar que la gran mayoría de los niños y lass
niñas (91%) mostraron reacciones de pérdida tras la separación de sus
padres, lo que indica que tenían establecidos con ellos vínculos de ape-
go. La tendencia de los bebés a apegarse es tan fuerte que la vincula-
ción se produce incluso con respecto a personas que maltratan, lo que
no quiere decir, lamentablemente, que en todos los casos se trate de un
apego sano y seguro, sino, con mucha más probabilidad, de tipos de
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 113

apego marcados por la inseguridad. Finalmente, hay que hacer referen-


cia a la importante presencia en al menos el 50% de estos niños y niñas
de problemas de conducta que pueden presentar muy diversas formas,
siendo frecuente el síndrome que integra problemas de impulsividad,
agresividad, hiperactividad y dificultades de atención (véanse, por ejem-
plo, Berridge, 1997; Rosenfeld y otros, 1997; Triseliotis y otros, 2000).
Los problemas emocionales son también muy frecuentes y de muy di-
verso tipo, pudiendo expresarse a través de las más variadas conductas:
violencia, trastornos de la alimentación, dificultades de vinculación,
mentiras compulsivas, robos, conductas de huida, obsesiones sexuales,
desorganización emocional, hipersensibilidad emocional, en unos ca-
sos, y emociones «congeladas», en otros, etc. Lamentablemente, son
varios los investigadores (por ejemplo, Altshuler y Gleeson, 1999) que
se refieren al incremento progresivo de la gravedad de los problemas
emocionales de los niños que se van incorporando a programas de aco-
gimiento.
La investigación ha documentado la estrecha relación entre este abi-
garrado conjunto de problemas y las circunstancias familiares de las
que estos niños y niñas proceden. La ecuación parece ser sencilla de
entender: a mayor gravedad de los problemas en los padres y su situa-
ción, mayor acumulación de problemas en sus hijos en el momento de
incorporarse a un programa de acogimiento; cuanto más riesgo acu-
mulado y durante cuanto más tiempo, peores consecuencias. Por ilus-
trarlo con un ejemplo sencillo, mientras que el 21% de los niños y las
niñas con problemas de autoestima no había sido objeto de malos tra-
tos, el 83% de ellos había recibido tres o más tipos distintos de maltra-
to (Amorós y otros, 2003). Sin duda, la mezcla de problemas persona-
les, relacionales, sociales, de salud y de comportamiento, que vimos
como característica de las familias biológicas de estos niños, es el caldo
en el que se cultivan los graves problemas que los niños presentan.
A este respecto, conviene recordar la célebre investigación de Werner y
Smith (1992) en la que siguieron durante más de tres décadas a 500
niños nacidos en Kauai, en Hawai, y en la que controlaron factores de
riesgo tales como la pobreza extrema, el estrés familiar, los bajos niveles
educativos, los conflictos de pareja, el alcoholismo u otras drogode-
pendencias, etc. Aquellos niños que a los dos años tenían más de cua-
tro factores de riesgo presentaban posteriormente con mucha más
114 ACOGIMIENTO FAMILIAR

probabilidad problemas tales como dificultades de aprendizaje, pro-


blemas de conducta y de salud mental y embarazos prematuros. Pues
bien, de acuerdo con Thorpe y Swart (1992), el niño típico de acogi-
miento familiar presenta como promedio 14 factores de riesgo, lo que
abunda en la idea de acumulación de problemas de partida que da lu-
gar a los serios problemas que la conducta de estos niños refleja.
A medida que pasa el tiempo en acogimiento, es frecuente que se
produzcan cambios no ya sólo de familia acogedora, sino también de
tipo de acogimiento. La tendencia lógica es que cuanto más tiempo
está un niño en acogimiento, más probable es que pase de estar en mo-
dalidades más provisionales y de corta duración, a otras más estables y
prolongadas. Así, por ejemplo, en los datos españoles, el 35% de los
niños y las niñas acogidos volvió con sus padres (aunque ignoramos si
algunos de ellos han vuelto posteriormente a ser acogidos). Del 65%
restante, el 41% inicial de urgencia-diagnóstico era un 4% año y me-
dio después; los acogimientos con previsión de retorno fueron dismi-
nuyendo (del 42% inicial al 4% final) y fueron aumentando los acogi-
mientos permanentes y los preadoptivos (estos últimos, del 2% inicial
al 22% final) (Amorós y otros, 2003).
El tiempo medio en situación de acogimiento varía mucho en fun-
ción del tipo de acogimiento, lo que es consecuencia lógica de lo ante-
rior. Así, en la muestra española en la que tenía un peso importante la
innovación de los acogimientos de urgencia, la mayoría de los acogi-
mientos duraron menos de dos años. Con toda probabilidad, la media
de tiempo de acogimiento es bastante mayor y no sólo, lógicamente,
en el acogimiento permanente, sino seguramente también en el que se
hace con previsión de retorno. Respecto al acogimiento en familia ex-
tensa, en el caso de las abuelas estudiadas por Villalba (2002), la media
de duración del acogimiento fue de siete años.
Nuestra investigación ha documentado ampliamente los cambios
que se producen en los niños y las niñas desde su situación inicial has-
ta la que presentan cuando llevan ya algún tiempo en acogimiento, en
concreto, a los 18 meses de haberse iniciado. Tales cambios son muy
favorables y empiezan a ocurrir muy pronto, lo que muestra la enorme
capacidad de recuperación de los niños y las niñas frente a la adversi-
dad de partida. A los seis meses de iniciado el acogimiento, por ejem-
plo, las dos terceras partes de quienes inicialmente presentaban proble-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 115

mas físicos o de crecimiento habían pasado a ser valorados como de


desarrollo normal, una proporción que siguió aumentando posterior-
mente. Al año y medio, el 80% ha avanzado de forma muy importan-
te en todo lo relacionado con los hábitos, la autonomía, etc., quedan-
do en un 15% los que no han presentado avances significativos en esos
terrenos. El 80% de los acogedores afirma que los niños han evolucio-
nado favorablemente en la relación afectiva con ellos a lo largo del
tiempo. El 90% ha hecho progresos muy significativos en la autoestima.
El 60% ha hecho progresos en el desarrollo y el funcionamiento cog-
nitivo, frente al 50% que ha mostrado favorables cambios en el len-
guaje, que se muestra como una de las áreas más resistente a la recupe-
ración de todas las exploradas.
Otro de los ámbitos en el que los cambios de los niños se producen
con dificultad o lentitud tiene que ver con sus relaciones afectivas con
sus padres. En los datos de nuestra investigación, en torno al 65% de
los niños y las niñas ha presentado cambios en este sentido, de los que
un 20% ha sido valorado por los técnicos que han intervenido como
cambios no favorables, frente al 16% de cambios algo favorables y el
28% de cambios favorables. A este respecto, debe tenerse en cuenta
que año y medio después de empezado el acogimiento, el 85% de los
niños o las niñas de la muestra mantiene contactos con su familia de
origen, sea con la madre (56%) y/o el padre (31%), con hermanos
(34%) o con otros familiares (familia extensa, 15%). Tales contactos
adoptan sobre todo la forma de visitas, sean controladas por la presen-
cia de algún técnico (36%) o sin control alguno (40%), pero otras
veces son contactos por teléfono (21%). La mitad de esos contactos
tiene lugar en el domicilio de los familiares a los que se visita, mientras
que el resto de los contactos tiene lugar en sitios diversos, como lugares
públicos (21%), centro de trabajo del equipo de acogimiento (15%) o
centro en que se encuentran los padres internados (5%). En el 45% de
los casos, tales contactos tienen lugar semanal o quincenalmente, sien-
do más esporádicos en el resto de los casos. De acuerdo con la valora-
ción que hacen los técnicos, las visitas a sus familiares repercuten sobre
los niños y las niñas acogidos de manera muy satisfactoria o satisfacto-
ria (55%), frente al 40% de los casos en que la repercusión es conside-
rada poco satisfactoria y un 5% en el que es sencillamente muy insatis-
factoria.
116 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Puesto que disponemos de datos de estos mismos niños y niñas un


tiempo después de iniciado su acogimiento (en torno a 18 meses,
como se recordará), hemos podido preguntarnos por los factores que
se relacionan con los cambios, su sentido y su magnitud. Aunque está
claro que la situación de acogimiento ha supuesto una importante dis-
continuidad positiva en la vida de estos niños y niñas, y que, en gene-
ral, todos se benefician ampliamente del cambio de situación, los datos
muestran las relaciones existentes entre la situación de partida y la si-
tuación posterior de cada niño, de manera que quienes tenían inicial-
mente menos problemas siguieron así posteriormente, mientras que
los niños que empezaron con más problemas tenían más probabilidad
de no tenerlos del todo resueltos pasados unos meses.
Por otra parte, los cambios producidos no guardan relación tanto con
las características de la familia biológica cuanto con los de la acogedora.
Respecto a ésta, los cambios en los niños son más favorables en los casos
de acogedores que presentan un perfil más favorable. Así, por ejemplo,
progresan más los niños y las niñas que están con familias con más recur-
sos personales (económicos, educativos, ocupacionales...) y con una red
de apoyo más tupida; mejoran más aquellos niños que viven con parejas
que tienen entre sí las relaciones más satisfactorias, así como aquellos
cuyos acogedores —sean pareja, sean personas solas— tienen estilos
educativos con buenas dosis de afecto, comunicación y control. Es im-
portante subrayar, sin embargo, que la investigación ha documentado
suficientemente que los recursos de tipo económico, educativo y ocupa-
cional están lejos de ser una condición para el progreso de los niños y
para el éxito del acogimiento, pareciendo jugar un papel mucho más
clave factores tales como las expectativas de los acogedores, sus capacida-
des educativas, su tolerancia a la frustración, su clima familiar, etc.
La impresión que los datos dan es como si todo en la familia de aco-
gida, desde sus recursos personales y sociales hasta las relaciones de pare-
ja y las estrategias educativas, actuara con una sinergia que tiende a
favorecer al máximo las posibilidades de desarrollo positivo. Esa si-
nergia es sin duda de la máxima utilidad para los niños y las niñas cuyo
contexto de desarrollo anterior estaba caracterizado por sinergias que
actuaban en detrimento de la expresión y el desarrollo de sus capacida-
des personales. De hecho, a juzgar por los datos de Johnson, Yoken y
Voss (1995), la mayor parte de los preadolescentes acogidos por ellos
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 117

estudiados se mostraba de acuerdo en la necesidad de su acogimiento


y en su impacto positivo, lo que no impedía que sugirieran unas cuan-
tas propuestas para mejorar la experiencia. Por lo que a nuestros pro-
pios datos se refiere, resulta particularmente llamativo —y esperanza-
dor, desde el punto de vista de las posibilidades de recuperación tras la
adversidad— que el importante progreso observado en prácticamente
todos los ámbitos de la personalidad infantil se haya podido documen-
tar fehacientemente en una investigación en la que el tiempo transcurri-
do desde la llegada de los niños y las niñas a sus familias de acogida es
inferior a dos años (Amorós y otros, 2003).

Factores clave en el acogimiento familiar

Dentro de las investigaciones sobre acogimiento familiar, uno de los


temas que ha despertado el interés de los estudiosos es el referido a la
evolución de los acogimientos y, más en concreto, los factores que se re-
lacionan con su mejor o peor curso a lo largo del tiempo. A veces se
hace referencia a este tema en términos de éxito o de fracaso, analizán-
dose entonces los factores que predicen o se relacionan, respectivamen-
te, con un final más o menos feliz de la experiencia de acogimiento.
Típicamente, se considera que un acogimiento tiene éxito si continúa
a lo largo del tiempo, y se considera fracasado si tiene que ser interrum-
pido antes de lo inicialmente previsto. Sin embargo, somos muchos
quienes pensamos que tanto los términos éxito y fracaso como la iden-
tificación del uno con la continuidad y el otro con la ruptura deben ser
evitados porque, como ha señalado Berridge (1997), hay acogimientos
que continúan que no necesariamente son positivos y hay acogimien-
tos que se interrumpen y que, sin embargo, han resultado beneficiosos
(p. 33). Por otra parte, la bondad de una continuidad o una interrup-
ción debe ser valorada en relación con el tipo y la finalidad del acogi-
miento. Así, un acogimiento de urgencia previsto para tres o cuatro
meses que se prolonga más allá de un año tiene tanto de «fracaso»
como un acogimiento permanente que debe interrumpirse a los tres o
cuatro meses de iniciado. Finalmente, el reconocimiento de que un
acogimiento no ha ido como se esperaba no supone, en principio, res-
ponsabilidades concretas de ninguno de los implicados, pues la razón
118 ACOGIMIENTO FAMILIAR

puede haber estado en alguno de los protagonistas (por ejemplo, los


acogedores) o en el sistema de protección (falta de apoyo adecuado
ante los conflictos, por ejemplo). En el ejemplo anterior, un acogi-
miento de urgencia previsto para pocos meses que se prolonga exce-
sivamente está poniendo de manifiesto que algo no ha funcionado
correctamente, sea que el tipo de acogimiento por el que se optó ha
resultado a la larga no ser el más adecuado, sea que la toma de decisio-
nes no se ha llevado a cabo con la celeridad necesaria, sea cualquier
otro aspecto achacable a una o más de una de las partes que intervie-
nen en el proceso.
En lo que queda de este capítulo nos proponemos llevar a cabo una
revisión de los resultados de diversas investigaciones que han explora-
do los factores clave en acogimiento familiar, sea para contribuir a que
funcionen satisfactoriamente y con buenos resultados para los implica-
dos, sea que su desarrollo deba ser considerado menos positivo. Para
seguir con la misma lógica que hemos usado en las páginas preceden-
tes, nos referiremos, en primer lugar, a los factores relacionados con los
padres de los niños; luego, a los que tienen que ver con los acogedores
y, en tercer lugar, a los relativos a los propios acogidos. Pero en ese caso
añadiremos un cuarto apartado para referirnos a la influencia de facto-
res que tienen que ver con la intervención profesional en acogimiento
familiar, lo que nos llevará de la mano para analizar en el capítulo si-
guiente las características fundamentales de dicha intervención.

Factores relacionados con los padres y las madres de los niños y las niñas acogidos

La mayor parte de la investigación sobre los padres y las madres de los


niños que están en acogimiento trata de describir y analizar sus caracte-
rísticas y la dinámica familiar que ha llevado a la necesidad de recurrir a
otras familias. El tipo de datos obtenidos gracias a esas investigaciones ha
sido presentado más arriba, al describir las características de las familias
biológicas de los niños y las niñas acogidos. Una vez comenzado el aco-
gimiento, existe mucha menos investigación que implique a la familia
biológica, que pasa a convertirse en lo que a veces se ha llamado el vérti-
ce olvidado del triángulo familia-niño-acogedores. De los estudios exis-
tentes, probablemente los más interesantes son los que se relacionan con
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 119

la reunificación familiar y, más en concreto, con las características y la


dinámica de la familia biológica que guardan relación con la mayor o
menor probabilidad de retorno del niño a ella una vez finalizado el aco-
gimiento en una familia alternativa. Será, por ello, a ese tema al que de-
diquemos la revisión de investigaciones que contiene este apartado.
Al menos desde el estudio longitudinal de Fanshel y Shinn (1978)
se ha venido sosteniendo que la existencia de contactos entre padres e
hijos mientras éstos están en acogimiento con otra familia es el mejor
predictor de la reunificación familiar en los acogimientos orientados a
ese fin. Sin embargo, la investigación posterior ha demostrado que el
proceso de reunificación es mucho más complejo y que no depende de
una única variable, así como que la reunificación debe verse más como
un proceso que como el hecho mismo de la vuelta de un niño o de una
niña con sus padres. Existe ya una cierta cantidad de investigación acu-
mulada que confirma estas dos afirmaciones, de entre la que nos inte-
resa destacar el trabajo de León (2003) por ser el primero llevado a
cabo en España sobre la reunificación familiar y sus características.
La investigación de León (2003) merece ser resaltada no sólo por su
carácter pionero entre nosotros, sino también, y sobre todo, porque vie-
ne a situarse en la línea de las más actuales investigaciones sobre la reuni-
ficación familiar, mostrándola como un proceso en el que confluyen un
número importante de variables interrelacionadas. En efecto, los datos
de esta investigación confirman con una muestra española lo que otras
investigaciones de los últimos quince años habían venido mostrando,
por lo que en este apartado nos apoyaremos sobre todo en sus conclusio-
nes, aunque poniéndolas en relación con las de otros investigadores. Lo
que la investigación hace es explorar cuáles son las características que
se relacionan con la reunificación, sean características de las familias
biológicas, de las acogedoras, de los niños o del proceso de acogimien-
to mismo. Conviene recordar que, como ocurre siempre en este tipo
de investigaciones, lo que se están encontrando no son relaciones de
causa-efecto, sino más bien asociaciones o correlaciones, es decir, cosas
que parecen suceder las unas en relación con las otras, sin que el tipo
de análisis efectuado, con el tipo de datos y de muestra disponible per-
mitan decir que unas son causa y otras consecuencia.
De la muestra de la investigación de Amorós y otros (2003), León
(2003) ha analizado con detalle aquellos casos en los que se produce la
120 ACOGIMIENTO FAMILIAR

reunificación familiar, que constituyen aproximadamente un 30% del


total de la muestra. Este porcentaje coincide con el hallado en algunas
investigaciones, pero difiere del encontrado en otras, que han dado cifras
o sensiblemente superiores o claramente inferiores. Las variaciones de
unas investigaciones a otras tienen mucho que ver, lógicamente, con el
tipo de acogimiento que se considere (hay más probabilidades de reuni-
ficación en acogimientos que la prevén, como es el caso del acogimiento
simple, que en modalidades de acogimiento que en principio no están
orientadas al retorno del niño o la niña con sus padres).
Los factores relativos a las familias biológicas que la investigación de
León (2003) ha encontrado relacionados con la reunificación familiar
se entienden mejor si se agrupan bajo unas cuantas rúbricas, unas rela-
cionadas con características personales y relacionales, otras con la for-
ma y el estilo de vida, otras con historia y estilo educativo y, finalmen-
te, otras que tienen que ver con el proceso mismo y la dinámica del
acogimiento familiar.
Por lo que al primer grupo se refiere, hay unas cuantas características
personales y relacionales de los padres que parecen estar asociadas con la
mayor probabilidad de reunificación familiar. Así, por ejemplo, en los
datos de León (2003), la reunificación parece más probable cuando
los padres —y, particularmente, las madres— son algo más jóvenes (me-
nos de 35 años), dato este que coincide con el de algunas otras investi-
gaciones, aunque no con todas, lo que probablemente indica que es
una variable que en sí misma muestra una asociación más débil que otras
con la existencia o no de reunificación. Sin embargo, el estado de salud y,
muy particularmente, la situación con respecto al consumo de drogas
aparecen como factores claramente asociados a la reunificación, confir-
mando así lo aportado por muchos otros investigadores (por ejemplo,
Hohman y Butt, 2001; Maluccio, 2000) que han señalado también
cómo la acumulación de problemas de salud de los padres, con parti-
cular incidencia del consumo de alcohol u otras drogas, se relaciona
negativamente con la reunificación familiar.
Uno de los factores relacionados con el retorno de los niños acogi-
dos con sus padres es, según los datos de León (2003), el hecho de que
en el tiempo del acogimiento se haya producido la separación de los
padres, lo que con toda probabilidad se relaciona con una mejora sen-
sible en la dinámica familiar al desaparecer una figura maltratadora, por
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 121

ejemplo. Datos en dirección semejante han sido encontrados también


por Jones (1998). Además, en la investigación de León (2003), la re-
unificación es menos probable en familias con más hijos (cuatro o cin-
co) y con más hijos con expedientes de protección. Y es también me-
nos probable en aquellas familias que presentan más aislamiento social
y menos apoyo familiar, dato este en el que coinciden otras investiga-
ciones, como la recién citada de Jones (1998), que muestran sistemáti-
camente la conexión entre reunificación y apoyo social de diverso tipo
(informal, familiar, profesional...).
En relación con la forma y el estilo de vida, unos cuantos rasgos apa-
recen claramente relacionados con la mayor o la menor probabilidad
de reunificación familiar. Así, a mayores niveles de precariedad econó-
mica, de incapacidad para sostener un hogar con los propios recursos
más los aportados a través de la intervención, menor probabilidad de
reunificación, dato éste encontrado en muchas otras investigaciones
(por ejemplo, Maluccio, 2000). Por otra parte, y según los datos de
León (2003), cuanto peor es la valoración del hogar respecto a su ca-
pacidad para organizarse adecuadamente en la vida cotidiana y para
atender a las necesidades básicas de niños y niñas (alimentación, salud,
vestido, educación...), menos probable es que la reunificación llegue a
darse. Esta investigación muestra una interesante relación entre la evo-
lución de la situación socioeconómica familiar y el trabajo de la madre,
que suele aparecer como mucho más activa que el padre en aquellas
familias en las que se han producido cambios significativos en estos
aspectos que luego han hecho posible la reunificación.
En parte relacionado con lo indicado en el párrafo precedente,
pero también con lo expuesto en pasajes anteriores, el nivel de estrés
de las familias se muestra negativamente relacionado con la reunifi-
cación, de manera que aquellas en las que el estrés es mayor (como
consecuencia de la suma de características personales, de pareja, de
apoyo social, de número de hijos y sus características, de la situación
económica, etc.) tienen menos probabilidades de reunificarse con sus
hijos.
Como no podía ser menos, hay aspectos relacionados con los estilos
educativos de los padres que guardan una estrecha relación con el futu-
ro de las relaciones padres-hijos. Por lo que se refiere a la situación que
dio lugar a la separación, la reunificación parece claramente menos
122 ACOGIMIENTO FAMILIAR

probable en aquellos casos en los que el problema de partida tenía que


ver con el maltrato infantil. Mientras que parece haber acuerdo entre
diversos autores respecto a las negativas previsiones de reunificación en
caso de negligencia (Davis, Landsverk y Newton, 1997; León, 2003;
Wells y Guo, 1999), los datos son discrepantes en otros aspectos, pues
en la investigación española ninguno de los casos de abuso sexual aca-
bó en reunificación, mientras que otras investigaciones han hallado
que ésta es una forma de abuso que se relaciona con mayor probabili-
dad de retorno. Tal vez se estén utilizando distintas caracterizaciones,
o el papel y la actuación de los servicios de protección sea diferente y
ello explique esta notable diferencia. En todo caso, la investigación
acumulada ha indicado que tal vez no se trata sólo del tipo de maltra-
to, sino también de su severidad, de manera que las familias que ha-
bían maltratado más gravemente a sus hijos tenían luego menos pro-
babilidades de verlos regresar tras el acogimiento (Barth, Snowden,
Ten Broek, Jordan, Barusch y Clancy, 1986).
Como es ya clásico en las investigaciones sobre dinámica familiar,
aquellas familias biológicas de los niños acogidos en las que las pautas
educativas están más cerca de los llamados estilos democráticos (con
alta presencia de afecto, de comunicación y de control no punitivo) y
en las que en el clima familiar hay más presencia de afecto tienen más
probabilidad de que en ellas se dé la reunificación tras el acogimiento
(Festinger, 1994; León, 2003).
Finalmente, hay factores relacionados con el proceso de acogimiento y
sus características que se muestran también relacionados con la mayor o la
menor probabilidad de reunificación familiar tras el acogimiento. Para
empezar, como ya se ha señalado anteriormente, el tipo de acogimiento
por el que se opta (que, sin duda, toma en cuenta todas las circunstancias
y características de la familia del niño, pues al fin y al cabo, optar por una
modalidad u otra de acogimiento lleva implícito un pronóstico de la evo-
lución de la situación de partida) guarda una clara relación con la mayor
o la menor probabilidad de reunificación, que lógicamente debe ser mu-
cho mayor en acogimientos con previsión de retorno que en aquellos
otros que de entrada no contemplan esa posibilidad. Decidido el tipo de
acogimiento, la ubicación del hogar de acogida en relación con el fami-
liar es otro aspecto relevante, pues tanto los datos de León (2003) como
los de otros investigadores (Petr y Entriken, 1995) muestran que cuanto
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 123

más alejados estén geográficamente el hogar de acogida y el familiar, me-


nor probabilidad hay de reunificación familiar. Todo ello, naturalmente,
contando con el compromiso, la aceptación y la colaboración de la fami-
lia biológica del niño con el plan de intervención propuesto, pues de
nada serviría reducir la distancia geográfica entre el niño y sus padres si
éstos no se mostraran dispuestos a trabajar por su regreso.
Lógicamente, el dato anterior debe ponerse en relación con la existen-
cia o no de visitas y contactos entre padres e hijos durante el acogimiento,
la variable que típicamente se ha creído ser responsable última de la exis-
tencia o no de reunificación familiar. Los datos de León (2003) aportan
una visión más matizada, coincidiendo en ello con otros investigadores
(como Cleaver, 2000, por ejemplo) que apuntan que el valor de las visi-
tas y los contactos debe medirse en relación con variables diversas como
el clima afectivo entre padres e hijos en acogimiento, la gravedad de la
situación de partida y de los malos tratos infligidos, la frecuencia de las
visitas y contactos (más probabilidad de reunificación a más frecuencia
de contactos), y la calidad misma de esas visitas y contactos (a mejor ca-
lidad, más probabilidad de reunificación). Por tanto, no serían las visitas
en sí mismas las que favorecerían la reunificación familiar tras el acogi-
miento, sino visitas que ocurran frecuentemente y con un buen clima de
relación afectiva entre los padres y el niño o la niña, clima relacional que
se refiere tanto a la realidad actual como a la situación de partida. Por lo
demás, tanto León (2003) como otros investigadores (por ejemplo,
Quinton, Rushton, Dance y Mayes, 1997) han encontrado que la reuni-
ficación es más probable cuando las visitas y los contactos son sólo con
la madre. En resumen, aunque las visitas y los contactos no garantizan
per se el retorno del niño con sus padres, parece que tanto en sí mismos
como por lo que implican, están estrechamente relacionados con la re-
unificación familiar, a condición, naturalmente, de que sean satisfacto-
rios y se mantengan con frecuencia.

Factores relacionados con los acogedores

Resulta cualquier cosa menos sorprendente que gran parte del mejor o
el peor proceso de adaptación y posterior desarrollo de un acogimiento
se deba a las características de la familia que acoge. Como ha quedado
124 ACOGIMIENTO FAMILIAR

expuesto más arriba, se trata de familias con un buen perfil educativo,


con una buena dinámica familiar, típicamente con experiencia con hi-
jos propios, parejas estables y con buen nivel de cohesión y armonía.
En muchos casos, se trata de familias que además han recibido alguna
preparación especial para el acogimiento, lo que sin duda contribuye a
incrementar los aspectos positivos de su perfil inicial.
La investigación aporta algunas claves para entender qué caracterís-
ticas y procesos de estas familias están más asociados con la continui-
dad y cuáles más con la imprevista interrupción del acogimiento. Las
características de los acogedores que han mostrado relación con un
buen desarrollo de los acogimientos son relativamente variadas, lo que
una vez más pone de manifiesto que, en este como en otros casos, no
hay un «elemento mágico» cuya presencia por sí sola garantice la con-
tinuidad y la satisfacción con el acogimiento. Por lo demás, los factores
asociados a un buen proceso de acogimiento parecen repetirse de unas
modalidades a otras de acogimiento, de manera que, por ejemplo, los
descritos por Redding, Fried y Britner (2000) respecto al acogimiento
familiar especializado son muy parecidos a los descritos respecto al
acogimiento en general (Berridge, 1997; Triseliotis, 1989).
Entre los factores de los acogedores que deben mencionarse están
los relacionados con la motivación para el acogimiento. Motivaciones
del tipo querer dar cariño a niños o a niñas que lo necesitan están aso-
ciadas a una mayor satisfacción con el acogimiento (Denby, Rind-
fleisch y Bean, 1999), lo que probablemente significa que las necesidades
de los acogidos son contempladas como un factor primordial en la
toma de decisiones por parte de los acogedores. Ello no significa que
no puedan también pensar en sí mismos y, eventualmente, en sus hijos
como beneficiarios de la experiencia, sino que el objetivo fundamental
del acogimiento es percibido en relación sobre todo con lo que va a
significar en la vida de los acogidos. En este sentido, que los acogedo-
res tengan claros sus roles y sus expectativas es un hecho de la mayor
importancia subrayado por Triseliotis (1989): que los acogedores ten-
gan claras sus motivaciones sin confundir acogimiento con adopción,
que comprendan que en situaciones de acogimiento simple su papel
no es tanto el de sustituir a los padres de los acogidos cuanto el de co-
laborar con ellos y ayudarles en el cuidado de sus hijos y en su eventual
vuelta con ellos, que no aspiren a que el niño se convierta en su hijo o
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 125

la niña en su hija constituyen puntos de partida de la mayor relevancia


para el buen desarrollo de los acogimientos familiares.
Algunos factores sociodemográficos han aparecido como relevantes de
cara al buen desarrollo de los acogimientos, mientras que otros se han
mostrado irrelevantes. Así, por ejemplo, la edad de los acogedores pa-
rece jugar un papel relevante, en el sentido de que las edades entre 45
y 55 años parecen las más relacionadas con resultados positivos (Sander-
son y Crawley, 1982). Eso no quiere decir, naturalmente, que una per-
sona por debajo o por encima de esos límites no pueda llevar a cabo
acogimientos con gran éxito, sino que generalmente entre padres aún
jóvenes (tal vez aún muy centrados en la crianza de sus propios hijos,
o en el comienzo de su desarrollo profesional, por ejemplo) y entre
padres de edades avanzadas (a veces quizá sin la flexibilidad y la energía
necesaria para hacer frente a las cambiantes necesidades de pequeños y
jóvenes), el buen desarrollo de los acogimientos es algo menos proba-
ble. Sin embargo, el nivel educativo de los acogedores no parece rela-
cionarse con un mejor o peor desarrollo de los acogimientos, ya que
los hay que funcionan muy bien o que son más insatisfactorios con
padres de los distintos niveles culturales y profesionales. No obstante,
algunas investigaciones han mostrado que las personas de más elevado
nivel educativo tienen más probabilidad de acogimientos interrumpi-
dos antes de que se cumplan sus objetivos (James Bell Associates,
1993), habiendo más estabilidad en los acogimientos llevados a cabo
por personas y parejas de niveles educativos bajos y medios.
Uno de los rasgos de las familias acogedoras que tiene un papel re-
levante en el proceso de acogimiento es la presencia de hijos en la fami-
lia acogedora. Los acogimientos van mejor, lógicamente, en las circuns-
tancias más sencillas: cuando los hijos de los acogedores ya no viven en
el hogar familiar, o cuando los que en él viven no son del mismo sexo
y, sobre todo, de la misma edad que los acogidos. Como es lógico, de
lo que se trata es de evitar situaciones de celos y conflictos, porque si
éstos se dan de manera continuada, pueden ser muy desestabilizadores
para todos. Como ha señalado Triseliotis (1989), cuando la conducta
de los acogidos amenaza la estabilidad y la seguridad de los hijos de los
acogedores, el riesgo de interrupción del acogimiento es elevado, pues
en situaciones como ésa los acogedores «antepondrán las necesidades de
sus propios hijos» (p. 13).
126 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Algunos investigadores han encontrado que los acogedores que me-


jor funcionan tienen ciertas características de personalidad: gente equi-
librada, con niveles de ansiedad moderados, introvertidos y extroverti-
dos en partes proporcionales, capaces de tomar decisiones basándose
tanto en la cabeza como en el corazón (Ray y Hormer, 1990). Según
los datos de esta investigación, el perfil de personalidad de hombres y
mujeres varía un poco dentro de esas características generales, de ma-
nera que en ellos destacan rasgos como algo desconfiados (difíciles de
engañar), sensibles y más orientados a usar la razón que la fuerza,
mientras que en ellas llaman un poco más la atención características
tales como entusiasta y animada, emocionalmente madura y tranquila,
controlada y capaz de tomar una cierta distancia emocional. La tole-
rancia a la frustración, la capacidad para trabajar por objetivos a largo
plazo y el sentido del humor y la capacidad para sacar una punta diver-
tida a situaciones cotidianas (incluso a situaciones potencialmente
problemáticas) han sido también citados en ocasiones como otros de
los rasgos positivos de algunos acogedores.
Una de las características que la investigación ha encontrado como
muy relevante son las actitudes inclusivas respecto a la familia biológica
del niño (Berridge y Cleaver, 1987; Triseliotis, 1989), dato poco sor-
prendente si se recuerda el positivo papel que las visitas y los contactos
de los acogidos con sus padres tienen tanto sobre el bienestar infantil
como sobre la calidad del acogimiento (véase, por ejemplo, Millham,
Bullock, Hosie y Haak, 1986). Los acogedores están en una posición
privilegiada para mediar entre el niño o la niña y sus padres en la pre-
paración de visitas, los comentarios posteriores a ellas, etc. Por ello,
una actitud de los acogedores más positiva, de mayor respeto y consi-
deración respecto a la familia biológica, actuará como facilitadora y
ayudará notablemente a los acogidos.
La investigación de Denby y otros (1999) muestra un interesante
dato según el cual tener que hacer frente a los serios problemas de conduc-
ta del acogido es una variable que se relaciona tanto con la continuidad
de los acogimientos como con su interrupción. Lo que ello significa es
que la clave probablemente no está en los problemas de conducta por
sí mismos, sino en cómo de capaces se ven los acogedores de hacerles
frente. Así, cuando los acogidos resultan ser problemáticos pero los
acogedores pueden verse a sí mismos como capaces de enfrentarse a esa
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 127

dificultad e ir resolviéndola, el sentimiento de control y de satisfacción


con el acogimiento tiende a aumentar. Por el contrario, serios proble-
mas de conducta (o incluso no tan serios) que los acogedores se ven
incapaces de gestionar y de modificar constituyen una seria amenaza a
la continuidad del acogimiento. En este sentido, Wilkinson (citado en
Triseliotis, 1989) halló cómo los acogedores se desilusionaban si veían
que un año después de iniciado el acogimiento no se observaban pro-
gresos significativos en la conducta infantil problemática. Según Trise-
liotis (1989), ésa es la razón por la que la mayoría de los acogimientos
que se interrumpen lo hacen en torno a los 15-18 meses después de
haberse iniciado.
En parte relacionado con lo anterior se encuentra el nivel de apoyo
que los acogedores reciben por parte del sistema de protección y de las
entidades que organizan y gestionan los acogimientos. Aunque éste es
un aspecto sobre el que hemos de volver más adelante, merece la pena
dejar señalado que todas las revisiones de investigación coinciden en
señalar que el grado de preparación antes del acogimiento y de apoyo
durante el acogimiento están entre los factores más fuertemente aso-
ciados con el mejor o el peor desarrollo de los acogimientos. Así, por
ejemplo, según los datos de Denby y otros (1999), la preparación, la
formación, el apoyo y el respeto dado a los acogedores aparecen entre
los más potentes predictores de la satisfacción de los acogedores y su
intención de seguir haciendo acogimientos. Estos datos son muy cohe-
rentes con los aportados por Triseliotis, Borland y Hill (1998) en su
análisis de las familias acogedoras que decidieron dejar de acoger, las
tres quintas partes de las cuales explicaron su decisión como conse-
cuencia de su insatisfacción con el apoyo que estaban recibiendo por
parte de unos servicios a los que veían como crecientemente poco sen-
sibles a sus necesidades y poco disponibles. Además, estas familias
mencionaron las serias dificultades que los niños acogidos estaban pre-
sentando y el impacto negativo que la experiencia estaba teniendo so-
bre sus propias familias.
En su análisis del acogimiento familiar especializado, Redding y
otros (2000) llegan respecto a los acogedores a unas conclusiones que
nos parecen enteramente aplicables a cualquier forma de acogimiento:
los acogedores más eficaces son aquéllos con un buen grado de estabi-
lidad familiar y profesional, con una fuerte y clara motivación hacia el
128 ACOGIMIENTO FAMILIAR

acogimiento, que son emocionalmente maduros y estables y que pue-


den educar en una atmósfera de afecto, comunicación y control, así
como en un entorno familiar estimulante (cfr. p. 438). Su carácter in-
clusivo respecto a la familia biológica (en aquellos tipos de acogimien-
to en que sea pertinente), su capacidad para hacer frente eficazmente a
los problemas de conducta que puedan presentar los acogidos y un
buen sistema de apoyo social y profesional nos parecen características
que deben ser añadidas y que se desprenden del resumen de investiga-
ciones que hemos venido presentando.

Factores relacionados con los niños y las niñas acogidos

Son varios los factores relativos a los niños y las niñas acogidos que la
investigación ha encontrado estar significativamente relacionados con
el desarrollo de los acogimientos, con su continuidad o su riesgo de
interrupción, así como con la satisfacción con que son vividos por par-
te de todos los implicados. Mientras que algunas características infan-
tiles no parecen resultar de especial trascendencia o han dado lugar a
evidencias contradictorias, otras, sin embargo, han mostrado estar siste-
mática y coherentemente relacionadas con la forma en que la experien-
cia del acogimiento se ha desarrollado y ha funcionado.
El género de los acogidos es una de las variables que la investigación
ha encontrado como no relacionada o relacionada de forma poco clara
y firme con el desarrollo de los acogimientos. Son muchas las investi-
gaciones que no han encontrado una relación significativa entre el he-
cho de ser niño o niña y la forma en que el proceso ha funcionado y se
ha desarrollado. Algunas investigaciones pueden haber encontrado
una ligera tendencia a que los acogimientos de niños o los de niñas
hayan presentado más dificultades, pero el conjunto de la investiga-
ción deja la impresión de que se trata de una variable no especialmen-
te relevante para el tema que nos ocupa.
Muy diferente es lo que ocurre en relación con la edad de los niños
y las niñas en acogimiento. De una investigación a otra se repite el
mismo patrón, según el cual cuanto mayores son los niños y las niñas
en el momento de iniciarse el acogimiento, tanto mayor es el riesgo de
que éste resulte problemático y, con alguna frecuencia, interrumpido
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 129

antes de lo previsto en el plan de intervención inicial. Desde la revisión


de investigaciones de Triseliotis en 1989 a la de Berridge en 1997, el
dato de que los acogimientos que implican a preadolescentes y adoles-
centes son más difíciles de mantener es una constante. Pero a veces se
ha puesto tanto el acento en las dificultades de los acogimientos con
adolescentes, que se olvida que los niños y las niñas que están por de-
bajo de esa edad pueden también correr el riesgo de tener dificultades
similares. En este sentido, los datos de la investigación de Berridge y
Cleaver (1987) obligan a recordar que las dificultades de continuidad
en el acogimiento con niños y niñas de entre 6 y 11 años son también
importantes.
El importante papel que la edad de los acogidos en el momento de
iniciarse el acogimiento juega en el proceso de acogimiento no debe
llevar a pensar que los acogimientos con adolescentes están mayorita-
riamente condenados a la interrupción indeseada y prematura. Así,
por ejemplo, en la investigación de Rowe, Hundleby y Garnett (1989)
se encontró que los objetivos propuestos para el acogimiento de niños
y niñas menores de 11 años se habían logrado de manera total o muy
significativa en el 84% de los casos por ellos estudiados, mientras que
por encima 11 años se obtuvieron resultados similares sólo en el 64%
de los casos. Como los datos muestran, cuanto mayores son los chicos
y las chicas acogidos más probable es que surjan dificultades, pero estas
dificultades no están por completo ausentes de los acogimientos con
niños y niñas más pequeños, ni el tener más de una cierta edad hace
imposible que las cosas vayan bien, aunque evidentemente las hace
algo más complicadas.
En realidad, el cuadro de las predicciones es más complejo de lo que
resultaría si sólo o fundamentalmente la edad fuera tomada en consi-
deración. De hecho, los problemas de conducta deben ser tenidos en
cuenta como uno de los primordiales elementos que contribuyen al
desarrollo y a la dinámica de los acogimientos. Los datos de la investi-
gación señalan claramente que cuanto más problemática sea la con-
ducta de los niños y las niñas acogidos tanto más dificultoso resultará
el proceso de acogimiento y tanto más en riesgo estará de tener que ser
interrumpido antes de lo previsto. En sentido contrario, aquellos ni-
ños y niñas con buenas capacidades de apego, no agresivos, bien adap-
tados en la escuela y con experiencias previas de maltrato no cronifica-
130 ACOGIMIENTO FAMILIAR

das, facilitan enormemente el proceso de acogimiento y tienen escasas


probabilidades de interrupciones no deseadas (Stone y Stone, 1983).
La investigación no contiene una definición precisa de qué deba
entenderse por problemas de conducta. Algunos autores ponen el én-
fasis en la conducta agresiva; otros, en las dificultades emocionales;
otros, en los retos a la autoridad de los adultos; otros, en las mentiras y
robos, etc. De hecho, parece que cualquiera de estas conductas, o una
combinación de ellas, que desestabilice el funcionamiento del hogar
(particular, pero no exclusivamente, cuando hay hijos de los acogedo-
res implicados), que disminuya en los acogedores el sentimiento de
competencia y satisfacción y que lleve a que el acogimiento sea vivido
fundamentalmente como fuente de estrés y de tensión, más que como
un proceso gratificante, será suficiente para constituir un serio obstá-
culo a la satisfacción con el acogimiento y, por consiguiente, a su
buen desarrollo y su continuidad.
Algunas situaciones potencialmente problemáticas, como las nece-
sidades educativas especiales, no parecen pertenecer al grupo de los
problemas de conducta, al menos a juzgar por lo que la investigación
nos enseña sobre su impacto en el desarrollo de los acogimientos. De
hecho, si se puede juzgar por lo que ocurre en un territorio próximo
como es la adopción, hay datos de investigación que muestran que la
crianza de niños y niñas con estas características puede incluso ser vi-
vida más satisfactoriamente y con menos estrés por parte de quienes
deciden compartir la vida con este tipo de niños, que por parte de los
padres biológicos que de manera inopinada se encuentran ante situa-
ciones para las que no estaban preparados (ver, por ejemplo, Glidden,
1992, 2000). Los datos de un estudio llevado a cabo en Escocia (citado
por Berridge, 1987) confirman, en efecto, que la mayoría de los acogi-
mientos de niños y niñas con necesidades especiales se desarrollaron de
forma muy satisfactoria y fueron muy estables.
Por otra parte, los dos factores que hemos presentado por separado, la
edad y los problemas de conducta, guardan relación entre sí, de manera
que, en general, cuanto mayor es el niño o la niña en el momento del
acogimiento, tanto más probable es que haya estado sometido durante
más tiempo a situaciones traumatizantes y/o de escasa o inadecuada es-
timulación. Naturalmente, esto no excluye que haya niños y niñas de
más corta edad que han pasado por situaciones que han dejado en ellos
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 131

la huella de graves problemas, como tampoco excluye la posibilidad de


niños y niñas mayores que llegan al acogimiento sin graves problemas,
bien porque su resistencia a las tensiones y a las dificultades sea mayor,
bien porque esas tensiones y esas dificultades hayan estado menos pre-
sentes, o presentes durante menos tiempo, o de forma menos cronifica-
da. Pero la tendencia de los datos parece señalar claramente en dirección
de la existencia de correlaciones positivas entre edad y problemas de
conducta. Y, como señala acertadamente Triseliotis (1989), cuando la
edad elevada y los graves problemas de conducta coinciden en un mismo
niño o niña, el riesgo de que el acogimiento no funcione bien e incluso
se interrumpa aumenta de forma significativa.
En buena medida relacionado con lo anterior está otro factor que la
investigación ha mostrado relacionado con el buen funcionamiento y
la estabilidad de los acogimientos: las experiencias en acogimientos
previos y, particularmente, el número de acogimientos diferentes en que
un niño o una niña haya estado implicado. De hecho, los datos de Ka-
gan y Reid (1986) muestran que tanto la duración de la estancia en
instituciones como el número de acogimientos previos guardan rela-
ción con el desarrollo y la satisfacción con los acogimientos por parte
de los acogedores: el pronóstico es peor cuanto más prolongada fuera
la institucionalización y cuantas más transiciones de una familia aco-
gedora a otra se hubieran visto obligados a llevar a cabo los acogidos.
Lo anterior está seguramente relacionado con un tipo concreto de
problemas psicológicos a que se ha hecho referencia anteriormente: los
problemas emocionales y, más en concreto, los problemas de apego.
Como se indicó en el capítulo primero, los trastornos del apego son
una de las más repetidas y comunes secuelas del maltrato en la infan-
cia, particularmente porque —como allí se indicó— afectan negativa-
mente a los llamados «modelos internos de relaciones interpersonales»,
es decir, la representación que el niño o la niña se hace de en qué me-
dida pueden confiar en los demás como fuente segura y estable de apo-
yo y afecto en la vida cotidiana y, particularmente, en caso de necesi-
dad. Cuando un niño o una niña ha tenido repetidas experiencias de
fracaso en sus relaciones con adultos en los que tal vez pusiera inicial-
mente su confianza y sus ilusiones, sus capacidades para establecer
posteriores relaciones de apego seguras y confiadas se ven con toda
probabilidad mermadas, lo que afecta a las relaciones interpersonales,
132 ACOGIMIENTO FAMILIAR

así como a la confianza y a la espontaneidad con que se implica en


nuevas relaciones. Y los niños y las niñas que han tenido una larga ex-
periencia de institucionalización pueden haber carecido de oportuni-
dades para establecer el tipo de relación estable, privilegiada y de cierta
exclusividad que hace posible el surgimiento y el mantenimiento de las
relaciones de apego. Los datos de investigaciones como la de Milan y
Pinderhughes (2000) muestran claramente la importancia de las acti-
tudes y las expectativas que respecto a las relaciones interpersonales ha
dejado la historia infantil previa al acogimiento, así como su papel en
el ajuste del niño o la niña a la familia acogedora.
La percepción que el niño o la niña tiene de su propia historia y su
situación ha sido repetidamente señalada por Triseliotis (1989; Trise-
liotis, Borland, Hill y Lambert, 1995) como otro de los factores im-
portantes en el desarrollo y evolución de los acogimientos. Por un
lado, según este autor, está la representación que el niño o la niña
tiene de su propia historia, de su pasado, de su presente y de sus cir-
cunstancias, en el sentido de que cuanto más clara sea la percepción
que el niño o la niña tenga tanto más probable será que presente una
buena adaptación, debiéndose evitar en este sentido que el niño o la
niña viva en situaciones de confusión o de irrealidad. Y, en lo que a la
situación de acogimiento se refiere, Triseliotis y sus colaboradores
han resaltado la enorme importancia que para los acogidos tiene sen-
tirse cuidados, queridos y respetados por sus acogedores. La contri-
bución que niños y niñas pueden hacer entonces al buen desarrollo
del acogimiento se ve máximamente favorecida. Lógicamente, la sen-
sación que tengan respecto a en qué medida son queridos y respeta-
dos va a depender en gran parte de su propia percepción de las cosas,
pero en gran parte también de la claridad con que la conducta de los
acogedores les transmita mensajes positivos al respecto. No debe ol-
vidarse que un niño o una niña que ha pasado por experiencias de
abandono y otras formas de maltrato y que ha interiorizado una vi-
sión de los adultos como peligrosos y no merecedores de confianza,
llega con frecuencia al acogimiento con la seguridad de que sus aco-
gedores, antes o después, acabarán abandonándolo o maltratándolo
(Rosenfeld y otros, 1997), por lo que la claridad y la estabilidad de
las conductas de los acogedores en sentido contrario a esas expectati-
vas son de la mayor importancia. Debe tenerse en cuenta que son
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 133

muchos los niños y las niñas acogidos que piensan que se merecen la
situación de separación de sus padres en que se encuentran, que son
ellos la causa de los problemas y conflictos en su familia, etc., entre
otras cosas porque ése es el mensaje que con frecuencia tal vez oye-
ron. Por eso, resulta tan importante que estos niños y niñas puedan
tener una percepción lo más ajustada posible de las circunstancias
que les han llevado a la separación familiar, de su situación actual y
de sus perspectivas de futuro.
Como reflexión complementaria a lo anterior, nos parece especial-
mente pertinente el énfasis que Butler y Charles (1998) han puesto en
la diferente percepción que acogedores y acogidos tienen de su situa-
ción y sus relaciones. El cuadro 3.1, adaptado a partir de su propuesta,
deja clara la diferente percepción de la realidad antes, durante y tras el
acogimiento (en este caso, tras su interrupción) por parte de acogedo-
res y acogidos.

CUADRO 3.1 Diferencias en las percepciones de acogedores y acogidos en distintas


fases del proceso de acogimiento (adaptado de Butler y Charles, 1998)

Fase del acogimiento Acogedores Acogidos


Antes • Valor de la familia y la • Imagen negativa de la fa-
vida familiar. milia.
• Hogar estable. • Muchas dudas sobre el
futuro.
Durante • Intentan tratar a los aco- • Se ven tratados de mane-
gidos como si fueran sus ra especial, no en pie de
hijos. igualdad.
• El afecto de una familia • Acogedores formados y
como solución para los pagados: ¿cariño autén-
acogidos. tico?
Tras la ruptura • Resaltan las diferencias • Sus esfuerzos de adap-
entre ellos y los acogi- tación a la familia no
dos. han sido valorados.
• Auto-imagen como fami- • No encajan en la fami-
lia negativamente afec- lia por ser muy diferen-
tada. tes.
134 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Estrechamente relacionado con lo anterior está la preparación que


niños y niñas reciben antes de su acogimiento. La preparación para el aco-
gimiento es una de las variables que la investigación ha mostrado siste-
máticamente relacionada con el buen desarrollo de los acogimientos.
Pero en la mayor parte de los casos, la expresión «preparación para el
acogimiento» remite al trabajo profesional hecho con quienes van a
convertirse en acogedores. La preparación de los niños y las niñas para
su acogimiento recibe mucha menos atención y es menos frecuente-
mente considerada, tanto en la investigación como en la práctica profe-
sional. Y, sin embargo, los datos de investigación muestran que cuanto
mejor se prepare a niños y a niñas para el acogimiento, explicándoles
cuál es la situación, por qué se llega a ella, qué perspectivas existen, qué
va a ocurrir con ellos en los próximos meses o años, quiénes son los
acogedores y por qué les acogen, qué va a pasar con sus padres y con la
relación con ellos, etc., cuanto mejor se haga esta preparación tanto más
probable es que el acogimiento se desarrolle de forma positiva. Lamen-
tablemente, según los datos de la investigación de Lowe (citado por
Berridge, 1998), la preparación que los niños y las niñas reciben suele
ser muy escasa, lo que contribuye a sus sentimientos de confusión, por-
que frecuentemente reciben mensajes diferentes de sus padres, de sus
acogedores y de los profesionales que se relacionan con ellos.
Otra de las variables cuya contribución los investigadores han tratado
de analizar a la hora de valorar el desarrollo y la duración de los acogi-
mientos ha sido el acogimiento de hermanos juntos. Aunque los datos de
las investigaciones no son concordantes en todos los casos y hay algunas
que han encontrado que son un factor de riesgo para el buen desarrollo
de los acogimientos (Rowe, Hundleby y Garnett, 1989), la mayoría de
los estudios indican que niños y niñas se benefician del hecho de per-
manecer juntos, sin que ello parezca suponer un mayor riesgo de cara
al desarrollo del acogimiento (por ejemplo, Berridge y Cleaver, 1987).
Como señaló Hegar (1988), la pérdida de un hermano o una hermana
es una experiencia traumática más para los niños, mientras que el hecho
de permanecer unidos les ayuda a superar las otras pérdidas y situaciones
estresantes a las que están enfrentándose. En gran parte por los positivos
hallazgos de la investigación sobre la materia, la Child Welfare League of
America (1991, p. 39) adoptó una firme posición oficial al respecto, sos-
teniendo que «la destrucción de una relación de hermanos por medio de
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 135

su separación es demasiado perjudicial como para ser tolerable, excepto


en circunstancias totalmente excepcionales». Entre estas circunstancias
excepcionales pueden mencionarse situaciones en las que uno de los her-
manos haya abusado previamente del otro o ejerza sobre él una relación
claramente negativa para su desarrollo, o aquellas otras en las que el nú-
mero de hermanos hace muy difícil o imposible encontrar una familia
que se haga cargo de todos ellos. En conjunto, pues, parece que la reco-
mendación general que se extrae de las investigaciones es que los herma-
nos deben mantenerse unidos a no ser que haya muy poderosas razones
que aconsejen (o fuercen) su separación (véase, por ejemplo, Triseliotis,
1989).
No obstante, debe tenerse presente que el acogimiento de hermanos
puede implicar retos mayores para los acogedores, porque la adapta-
ción a la familia puede ser más lenta (especialmente si los hermanos
forman un bloque cerrado en lo que algunos llaman la «piña frater-
na»), o porque si el acogimiento de uno resulta por cualquier razón
problemático, ello puede afectar al del otro. En todo caso, se trata de
acogimientos perfectamente viables que requieren más seguimiento y
apoyo que en el caso de un solo niño.
Finalmente, quisiéramos hacer referencia a otro aspecto relacionado
con los niños y las niñas en acogimiento que nos parece ser tomado en
consideración con menos frecuencia de la que sería deseable: la ayuda
terapéutica que reciben mientras están en acogimiento. Como ya comen-
tamos en el primer capítulo, el sistema actúa a veces bajo la ingenua
pretensión de que si los problemas de niños y niñas se originaron en el
seno de una familia muy conflictiva, su convivencia con una familia
competente y afectiva será suficiente para que esos problemas se resuel-
van. Sin duda alguna, hay muchos casos en los que las cosas pueden
funcionar de esa manera, en los que las capacidades de los acogedores
para responder a las necesidades de sus acogidos sean muy notables, o en
las que los problemas de los acogidos no sean tan graves, o en las que se
trate de niños o niñas particularmente resistentes a la adversidad y espe-
cialmente sensibles al buen trato y la estimulación adecuada. Pero no
debe olvidarse que habrá otras muchas situaciones en las que esas cir-
cunstancias no se den: en las que los acogedores no sean tan competen-
tes, o en las que los problemas de los acogidos sean de naturaleza mucho
más compleja y grave, o en las que se trate de niños particularmente vul-
136 ACOGIMIENTO FAMILIAR

nerables. En tales casos, la psicoterapia puede frecuentemente ser muy


útil, convirtiéndose en un apoyo fundamental para el desarrollo del niño
o la niña, así como para el apoyo de la labor realizada por los acogedores.
Con la precaución, subrayada por Rosenfeld y otros (1997), de que la
psicoterapia no debe ser vista como una panacea capaz de resolver cual-
quier problema en cualquier momento, o capaz de darle a un niño o a
una niña concreto lo que sus acogedores no están sabiendo o pudiendo
darle; pues, como estos autores señalan, la psicoterapia sólo puede con-
tribuir a que niños y niñas con serios problemas saquen el mayor partido
de su situación en un entorno claramente favorable a su desarrollo y pro-
greso; en otras palabras: la psicoterapia no puede cambiar el contexto en
que el niño se encuentra, pero puede contribuir a que se beneficie máxi-
mamente de las posibilidades de mejora que un buen y favorable contex-
to le facilitan. Puesto que son muchos los chicos y las chicas que cuentan
con un entorno acogedor muy favorable, y puesto que no son pocos los
que tienen importantes problemas psicológicos derivados de sus expe-
riencias previas, deberían también ser muchos los que se beneficiaran de
un apoyo terapéutico adecuado mientras están en situación de acogi-
miento, particularmente cuando no sea previsible que esta situación, por
sí misma, vaya a ser suficiente para resolver la problemática de fondo.

Factores relacionados con la intervención profesional

Hemos mencionado anteriormente la metáfora del «triángulo del acogi-


miento», que frecuentemente se utiliza para referirse a las relaciones en-
tre padres biológicos-niños acogidos-acogedores. Para ser completa, la
metáfora geométrica debería más bien referirse al «cuadrado del acogi-
miento» con el cuarto vértice ocupado por la intervención profesional en
torno a él. Dicha intervención es tan importante y trascendental, que
merece tratamiento aparte en un capítulo específico, que será el que siga
a éste. Pero como de la reflexión sobre los factores que se relacionan con el
desarrollo de los acogimientos este vértice no puede quedar olvidado,
señalaremos al menos algunas de las cuestiones de que se ha ocupado la
investigación y cuáles han sido sus conclusiones fundamentales, dejando
para el capítulo siguiente el tratamiento de las formas y las etapas con-
cretas de intervención profesional en torno al acogimiento.
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 137

Dada la escasa visibilidad social del acogimiento familiar a que se


hizo referencia al comienzo de este capítulo, resulta poco sorprendente
que la captación de acogedores sea una de las actividades profesionales a
las que resulta inevitable hacer referencia. En su investigación sobre el
funcionamiento del acogimiento en Escocia, Triseliotis, Borland y Hill
(2000) encontraron que las campañas de captación eran episódicas,
típicamente montadas a propósito de alguna presión concreta (algún
acontecimiento, la celebración de un día de especial significado para la
infancia, etc.) y que la razón fundamental para no hacer campañas más
frecuentes era de tipo económico, relacionada con las limitaciones pre-
supuestarias bien para pagar campañas, bien para pagar a los profesio-
nales que deberían estar luego disponibles una vez que los efectos de
las campañas empezaran a hacerse sentir. El problema, según Pasztor y
Wynne (1995), es que cuando las campañas de captación son de tipo
intensivo suelen requerir que haya muchos profesionales dispuestos a
atender a quienes responden; como habitualmente las limitaciones
presupuestarias no lo permiten, lo que ocurre entonces es que quienes
se interesan en respuesta a una campaña no reciben de forma casi in-
mediata el tipo de respuesta que querrían, lo que les desanima y hace
que se pierdan como potenciales acogedores.
Como se señaló más arriba, aproximadamente un 10% de las per-
sonas que inicialmente se interesan por el acogimiento en respuesta a
las campañas de captación acaba luego convirtiéndose en acogedores,
lo que resalta la necesidad —si se quiere contar con una base de fa-
milias acogedoras que responda a las necesidades existentes— de cam-
pañas con continuidad en el tiempo y a través de una diversidad de
medios, tanto los destinados a público en general (a través de los me-
dios de comunicación) como aquellos dirigidos a grupos más sensibi-
lizados (asociaciones relacionadas con la infancia, por ejemplo). Parece
que las más eficaces son campañas que se basan en una diversidad de
medios complementarios; así, por ejemplo, en el estudio escocés (Tri-
seliotis y otros, 2000), las campañas a través de la televisión y, más
ocasionalmente, la radio mostraron un impacto significativo sobre la
captación, mientras que los pósters y los folletos tal vez fueron menos
eficaces para iniciar la motivación para el acogimiento, pero resultaron
influyentes a la hora de tomar la decisión final. De todas formas, según
los datos de esta misma investigación, el medio más eficaz de captación
138 ACOGIMIENTO FAMILIAR

fue el «de boca a oreja»: la mitad de los acogedores analizados por Tri-
seliotis y otros (2000) entró en contacto con el mundo del acogimien-
to a través de parientes, amigos o compañeros de trabajo que acogían.
Una de las implicaciones de lo anterior es clara: la satisfacción con la
experiencia de quienes hacen acogimiento es una de las formas más
eficaces de contribuir a la captación de futuros acogedores. Sobre todas
estas cuestiones se volverá en el capítulo 4.
Existe acuerdo unánime en que los procesos de formación de los acoge-
dores constituyen uno de los elementos clave en el éxito de los acogi-
mientos. La tarea de acoger es muy compleja y, por más que sus motiva-
ciones sean las más adecuadas, los acogedores no tienen por qué estar
intuitivamente preparados para hacer frente de forma adecuada a las
muchas y muy complejas demandas con que se van a encontrar desde el
comienzo mismo de la experiencia. Niños y niñas llegan al acogimiento
después de haber pasado por una serie de experiencias personales muy
negativas, que han dejado en ellos conductas, sentimientos, expectativas
y formas de relación que van a marcar sus interacciones con los acogedo-
res. Para poder responder adecuadamente a las necesidades y a los pro-
blemas de los acogidos, los acogedores necesitan formación para saber
cómo interpretar las conductas infantiles, cómo educar y estimular a sus
acogidos, cómo relacionarse con los servicios y profesionales... Ninguna
de estas cuestiones forman parte de lo que cualquier padre o madre sabe
por su propia experiencia o por su sentido común. En castellano, por
fortuna, disponemos de un programa de formación en grupo para el
acogimiento que ha sido amplísimamente utilizado y que sin duda ha
reportado muchos beneficios (Amorós y otros, 1994). De él se tratará
con más detalle en el capítulo siguiente.
La necesidad de la formación se extiende a todas las familias acoge-
doras, sean del tipo que sean. Conviene subrayarlo porque tanto la
investigación internacional como lo que sabemos de nuestro entorno
muestran que con mucha frecuencia la formación se limita a los acoge-
dores en familia ajena, no llegando a los acogedores en familia extensa,
como si el hecho de ser los abuelos de un adolescente automáticamen-
te capacitara para entender sus dificultades, ayudarle a resolver sus
problemas, tomar decisiones razonables sobre sus contactos con los
padres, etc. Y, por otra parte, conviene también recordar tres impor-
tantes enseñanzas dejadas por la investigación internacional (que sepa-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 139

mos, no hay estudios al respecto entre nosotros). En primer lugar, que


la formación no debe limitarse al periodo anterior al acogimiento, sino
que debe continuar una vez que el acogimiento se ha iniciado, exis-
tiendo, incluso, algunas investigaciones que muestran que la forma-
ción una vez empezado el acogimiento puede incluso tener más impac-
to que la que se da antes de comenzarlo, aunque ambas se consideran
necesarias (Hampson, 1985). En segundo lugar, que no toda la forma-
ción es igualmente eficaz. La estructura y el contenido del programa de
formación (típicamente, en grupo) son piezas clave, como es lógico;
también lo son el nivel de preparación y las habilidades de los coordi-
nadores del grupo de formación, así como el grado de compromiso y
la implicación de los participantes. En una ilustrativa investigación al
respecto, Engel (1983) mostró que sólo algunos de los programas de
formación examinados merecían ser caracterizados como de buena ca-
lidad, evaluada ésta a través de la asistencia a las sesiones, el nivel de
participación y la relevancia de los contenidos. En otra interesante in-
vestigación, un programa de formación de tres días resultó no tener un
impacto significativo sobre el bienestar de los niños y las niñas acogidos
por quienes participaron en él (Minnis y Devine, 2001). Y, en tercer lu-
gar, que la formación en grupo tiene el valor añadido de crear una red
de apoyo entre futuros acogedores que resulta ser luego de la máxima
utilidad una vez comenzado el acogimiento (véase, por ejemplo, los
datos de Triseliotis y otros, 2000). Como en el caso de los temas men-
cionados con anterioridad y de los que siguen a continuación, en el
capítulo 4 volveremos sobre estos asuntos.
La valoración de acogedores y el emparejamiento acogedores-acogidos son
las intervenciones profesionales que siguen a las campañas de captación.
Como señala acertadamente Triseliotis (1989), no tenemos manera de
estar seguros de si una persona o una pareja va a funcionar satisfactoria-
mente como acogedor, y el emparejamiento de un niño o una niña con-
cretos a una determinada familia está también lleno de incertidumbres.
Pero, evidentemente, toda la información revisada en este capítulo con-
tiene elementos que ayudan a los profesionales en la toma de decisión en
lo relativo a las motivaciones, los estilos educativos, la composición fa-
miliar, el apoyo social disponible, etc. En otras palabras, los resultados de
las investigaciones sobre acogimiento familiar permiten que los procesos
de valoración de familias y asignación de niños no se hagan en la oscuri-
140 ACOGIMIENTO FAMILIAR

dad ni de manera aleatoria, sino de acuerdo con ciertos criterios que


aumentarán la probabilidad de que las decisiones sean acertadas. Sería
bueno que los profesionales del acogimiento familiar contaran con ma-
nuales y protocolos para la toma de decisiones y la evaluación del acogi-
miento (en castellano, véase Amorós, Diego, Ger, Mora y Santa Cruz,
1997; en inglés, véase, por ejemplo, Ward, 1995).
La decisión de con qué familia poner a un niño o a una niña concre-
to se torna particularmente delicada cuando éstos presentan característi-
cas o necesidades especiales, sea por el tipo de configuración (una pareja
de hermanos, por ejemplo), sea por características personales (edad, pro-
blemas de conducta, necesidades educativas especiales...). Lógicamente,
cuanto mayor riesgo haya de que el acogimiento no vaya bien, más im-
portante resulta que la elección de la familia concreta a la que el niño o
la niña va a ir sea cuidadosa y meditada. Lamentablemente, como ha
señalado Berridge (1997), el problema es que con mucha frecuencia los
niños van a parar allí donde hay una familia disponible, que no necesa-
riamente es la que en teoría podría resultar idónea para sus características
o necesidades. En tales condiciones, se aumenta el riesgo de que el aco-
gimiento no tenga un buen desarrollo, lo que es malo no sólo para el
niño o la niña afectados y para sus acogedores, sino también para los
profesionales implicados y para el sistema de protección, así como por el
mensaje social que en el entorno de los acogedores la negativa experien-
cia deja (un «boca a oreja» negativo en vez de positivo).
Todas las investigaciones coinciden en señalar que el apoyo a lo largo
del acogimiento es una de las más relevantes y decisivas variables para
determinar cómo se va a desarrollar la experiencia, cuánto va a durar,
cuál va a ser su impacto, etc. (Lowe, 1990). Lamentablemente, los da-
tos de la investigación tanto española (anteriormente comentados) como
internacional muestran una cierta hiperactividad profesional antes de
comenzar el acogimiento (tareas de captación, valoración, formación,
preparación para la llegada del niño o la niña...), seguida de una cierta
pasividad una vez comenzado el acogimiento (pasividad que no signi-
fica que los profesionales se queden con los brazos cruzados, sino que
se entregan a las urgencias que reclaman otros casos). De hecho, los
datos de Berridge y Cleaver (1987) muestran claramente que, una vez
comenzado un acogimiento concreto, los profesionales tienden más a
ser reactivos que proactivos, es decir, que tienden más a actuar si la fa-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 141

milia se lo reclama que por iniciativa propia o porque así esté progra-
mado y forme parte del protocolo de intervención. Esta ausencia de
contacto por parte de los profesionales, a la espera de que los padres
llamen si tienen algún problema, tiene entre otros el efecto perverso de
desincentivar los contactos espontáneos por parte de los acogedores,
temerosos de que sus llamadas o peticiones de ayuda se interpreten
como incapacidad para hacer frente a los problemas y, por tanto, para
llevar a cabo con éxito el acogimiento (Berridge, 1997).
La necesidad de apoyo a los acogedores una vez comenzado el aco-
gimiento se extiende a todos los acogimientos, en familia extensa o
ajena, con o sin previsión de retorno, de corta o larga duración. Lógi-
camente, esa necesidad es todavía más incuestionable en los casos de
acogimientos de más complicado pronóstico, porque, como indican
Rushton, Quinton y Treseder (1993), hay chicos y chicas cuya historia
y cuyas características les hacen particularmente perturbados y que
pueden desestabilizar, incluso, a las familias más sólidas y con mejores
habilidades educativas.
De la investigación llevada a cabo por Triseliotis y otros (2000) en
Escocia se deriva que la mayoría de los acogedores están insatisfechos
con el nivel de apoyo que reciben una vez iniciado el acogimiento. En
concreto, las cosas que reclaman son: visitas más frecuentes de los pro-
fesionales, sobre todo para interesarse por el niño o la niña; mayor
disponibilidad por parte de los profesionales, incluyendo servicio per-
manente de 24 horas; ser escuchados y valorados; trabajar en equipo;
formación y apoyo continuados como parte de los contactos habitua-
les; ayuda concreta en el manejo tanto de las visitas de los niños con
sus padres como de los problemas de conducta; más apoyo a todos los
miembros de la familia cuando el acogimiento termina y los acogidos
se marchan; más apoyo en el caso de que los acogidos hagan acusacio-
nes falsas contra los acogedores; servicios de respiro para momentos de
crisis o cada cierto tiempo.
El de la remuneración económica por el acogimiento es un tema polé-
mico que debe ser mencionado aquí porque algunas investigaciones han
encontrado una relación positiva entre la calidad y la estabilidad de los
acogimientos y el hecho que los acogedores reciban alguna retribución
económica (Chamberlain, Moreland y Reid, 1992). La polémica sobre
la remuneración económica esconde en realidad un debate más de fon-
142 ACOGIMIENTO FAMILIAR

do sobre si el acogimiento debe ser una acción altruista o paraprofesio-


nal. En el primer caso, se supone que lo que los acogedores hacen es por
su especial sensibilidad respecto a los niños y a las niñas con graves pro-
blemas familiares, que se trata de un acto de amor y solidaridad, y que
esos términos están reñidos con la remuneración económica. En el se-
gundo caso, se pone el acento en las muchas tareas que los acogedores
tienen que asumir; en las dificultades y los esfuerzos de su labor; en el
dinero que, por una parte, ellos están gastando y el que, por otra, están
ahorrando al sistema en cuidados residenciales, y, en esa perspectiva (de
la que el amor y la solidaridad no tienen por qué considerarse ausentes),
la remuneración es vista como justa y necesaria.
La investigación internacional que se ha ocupado del problema de
las remuneraciones coincide en la enorme variabilidad que existe de unas
situaciones a otras: hay acogedores que no reciben ninguna compensa-
ción económica por su labor; los hay que reciben una cantidad fija
semanal o mensual por niño o niña acogido durante el periodo que
dura el acogimiento; los hay que reciben cantidades extra si se trata de
un niño o una niña con necesidades especiales; los hay que reciben
compensación económica no sólo cuando tienen a un niño o a una
niña acogido, sino también mientras están disponibles y a la espera de
que los profesionales les asignen un caso; los hay que deben incluir la
remuneración que reciben como un ingreso sujeto a declaración de
impuestos... (véase, por ejemplo, Triseliotis y otros, 2000, como ejem-
plo de la gran diversidad incluso dentro de una misma región). No
obstante esta gran variabilidad, parece que hay al menos cinco cons-
tantes que merecen ser subrayadas: una, que los acogedores llegan al
acogimiento más movidos por la perspectiva de gratificaciones intan-
gibles que tangibles (Butler y Charles, 1998) y que la remuneración
económica no suele formar parte de las motivaciones para el acogi-
miento, lo cual no impide que una vez que el acogimiento empieza los
acogedores vean del todo lógico ser, como mínimo, compensados por
los muchos gastos en que incurren, si no además remunerados por su
esfuerzo, su dedicación y el problema social que resuelven. En segundo
lugar, que son muchos los acogedores que, incluso si reciben algún
tipo de compensación económica, gastan a propósito del acogimiento
más de lo que ingresan por él. Tercero, que los acogimientos en familia
extensa tienen menos probabilidad de ser remunerados que los acogi-
LOS PROTAGONISTAS Y LOS FACTORES CLAVE EN EL ACOGIMIENTO FAMILIAR 143

mientos en familia ajena, siendo así que frecuentemente las familias


que realizan acogimientos de nietos o sobrinos están más necesitadas
económicamente que el resto de las familias acogedoras. En cuarto lu-
gar, que cuando hay remuneración, lo más frecuente es que sea escasa
y llegue con retraso y de forma irregular, lo que, según los propios
acogedores, es una demostración de la importancia que los servicios
sociales dan a su labor (Berridge, 1997). Y, finalmente, que la mejor
forma de incentivar a los acogedores y asegurar su satisfacción no es a
través de la remuneración económica, sino por medio de una combi-
nación de dicha remuneración con buenos servicios de formación (an-
tes y después de iniciado el acogimiento) y de apoyo (continuado y,
especialmente, en situaciones de crisis) (Chamberlain y otros, 1992).
El debate sobre las remuneraciones es complejo, pero parece que se
va abriendo más y más paso la idea de los acogedores como para-
profesionales, muy particularmente (pero no sólo) cuando se trata de
acogimientos especialmente exigentes (niños y niñas mayores, con
necesidades especiales, grupos de hermanos...). Según Triseliotis (1990,
citado por Berridge, 1997), el acogimiento debe abandonar su ama-
teurismo y debe tender a un enfoque más profesionalizado. Esta con-
cepción lleva directamente a la conclusión de que, en principio, todos
los acogimientos deben ser remunerados (como mínimo, para com-
pensar por los gastos; mejor aún, para gratificar por el esfuerzo y la
labor realizada), variando de unos casos a otros la cantidad concreta en
función de las variables en cada caso más relevantes. Los datos de in-
vestigación parecen mostrar que este enfoque más profesional, en el
que los acogedores están más cuidadosamente seleccionados, reciben la
preparación adecuada, están remunerados y tienen más implicación en
la toma de decisiones, da lugar a menos bajas entre los acogedores y a
mejores resultados para los acogidos (Berridge, 1997).
Finalmente, otro asunto del que se ha ocupado la investigación que
ha tratado de desentrañar los factores ligados a la calidad de la inter-
vención profesional en el acogimiento tiene que ver con la organiza-
ción de los servicios profesionales en torno al acogimiento. Los investiga-
dores se han interesado por saber si hay un cierto modelo de
organización profesional más eficaz que otro. Algunas de las variables
analizadas tiene que ver con la composición del equipo profesional, su
dependencia administrativa y organización jerárquica, y sus sistemas
144 ACOGIMIENTO FAMILIAR

de coordinación y control. Los hallazgos de estas investigaciones se


pueden resumir de manera muy breve y sencilla: no parece que haya
ningún modelo de organización de la intervención profesional que en
principio sea mejor o más eficaz que otro, pues la clave no parece radi-
car en el modelo organizativo, sino en la calidad de la intervención
profesional (véanse, por ejemplo, Berridge, 1997; Martin, 2000; Trise-
liotis y otros, 2000). Las claves que en el resumen que ahora concluye
se han aportado, referidas a los factores cruciales en el desarrollo de los
acogimientos (en la captación, la formación, el apoyo, etc.), son las
que de verdad se relacionan con el éxito de la intervención profesional,
no importa cuál sea su modelo organizativo bajo el cual los profesionales
trabajen. Lo anterior no significa que no haya modelos que pueden dar
mejores resultados que otros, sino que la diferencia vendrá determinada
no por la organización de la intervención en sí misma, sino por la medi-
da en que dicha organización permita y facilite una intervención de bue-
na calidad en torno al complejo mundo del acogimiento familiar.
Para concluir este capítulo, la reflexión anterior da pie a llamar la
atención sobre la complejidad y la dificultad de la intervención profe-
sional en acogimiento familiar. Como han señalado Hess, Mintum,
Moehlman y Pitts (1992), esta intervención requiere habilidades pro-
fesionales como la arriesgada toma de decisiones en medio de la incer-
tidumbre; la capacidad para tomar en consideración necesidades, peti-
ciones y expectativas en conflicto; el saber hacer frente a situaciones
continuamente cambiantes, así como el manejo de reacciones emocio-
nales intensas, tanto en los demás como en uno mismo. Frente a tan
complejas demandas, la realidad muestra a veces una elevada inestabi-
lidad en el puesto de trabajo, falta de experiencia o de preparación para
la realización de las complejas tareas implicadas en el acogimiento, e
incluso dificultades personales para sentirse personal y profesional-
mente cómodo en medio de grandes tensiones emocionales y de rela-
ciones interpersonales conflictivas y cambiantes. De nuevo, el hecho
de que profesionales poco experimentados, a veces no bien formados,
insuficientemente apoyados y con una gran sobrecarga de casos se en-
frenten a la complejidad del acogimiento remite al valor que para los
servicios de protección de la infancia tiene esta alternativa familiar.
CAPÍTULO 4

EL PROCESO DE ACOGIMIENTO

Si el capítulo anterior ha servido para analizar los factores clave en el


proceso de acogimiento, nuestro análisis necesita ahora orientarse por
derroteros más prácticos. El presente capítulo se propone analizar los
puntos y los momentos clave en el proceso de acogimiento, haciéndo-
lo desde la lógica de la secuencia de la intervención profesional: la cap-
tación de familias acogedoras, el proceso por el que son valoradas y
formadas, la llegada del niño o la niña a su familia acogedora y el pro-
ceso de adaptación que a partir de ahí se pone en marcha, y el segui-
miento y los apoyos una vez que el acogimiento ha comenzado. Así, si
el capítulo anterior estaba fundamentalmente informado por los con-
tenidos de la investigación, serán los contenidos de la intervención
profesional los que guíen ahora la lógica de la exposición.

La captación de familias de acogida

La captación de familias acogedoras es la primera fase de un programa


de acogimiento familiar y disponer de un número suficiente de fami-
146 ACOGIMIENTO FAMILIAR

lias es un requisito necesario para llevar a cabo los acogimientos. Esto


implica que buena parte de la imaginación y de los esfuerzos de los
profesionales y las administraciones se han de dedicar a la planificación
adecuada de las campañas de captación. En realidad, el reto planteado
no sólo entre nosotros, sino a escala internacional, es doble: captar a
nuevas familias y mantener en el sistema a las que ya estaban para po-
der así aprovechar sus conocimientos y experiencia.

Principios generales

Como se indicó en el capítulo 3, los estudios sobre campañas de cap-


tación en diversos países indican que entre el 10 y el 20% de las fami-
lias inicialmente interesadas gracias a las campañas terminan haciendo
acogimientos (Martin, 2000). En los estudios realizados en España
(GRISIJ, 1999), los datos oscilan entre el 6 y el 10% cuando se conta-
biliza el número de personas que han solicitado información telefóni-
ca. Pero si se parte de las personas que después de la llamada telefónica
acuden a realizar la primera entrevista informativa, el porcentaje
aumenta hasta el 30%. Ello indica que en muchas ocasiones las cam-
pañas tienen una influencia eminentemente informativa y de sensibi-
lización y son las personas que acuden a los servicios para obtener más
información aquellas con una mayor predisposición y a cuyas expecta-
tivas, dudas o temores hay que saber responder adecuadamente.
En los países anglosajones, con amplia y documentada experiencia en
acogimiento familiar, uno de los elementos clave es la utilización en las
campañas de captación de las propias familias acogedoras como elemen-
tos activos y de mayor credibilidad. Así, en algunos estudios hasta un
37% de los acogedores había recibido información sobre el acogimiento
a partir de otras familias acogedoras (James Bell Associates, 1993). Ca-
rentes todavía entre nosotros de una buena y extendida cultura de acogi-
miento, la sociedad en general conoce poco este recurso, por lo que las
campañas de captación tienen que hacer una gran parte del esfuerzo de
informar sobre el acogimiento y estimularlo.
Las campañas de captación se iniciaron en España a finales de los
ochenta y a principios de los noventa del siglo XX y desde entonces una
gran mayoría de las comunidades autónomas han realizado campañas
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 147

con diversos resultados habitualmente poco o nada documentados.


Típicamente, estas campañas se plantean un doble objetivo: por una
parte, sensibilizar a la comunidad en general para que se conozcan y
entiendan las necesidades que tienen los niños y las niñas en situación
de desprotección, para que comprendan la bondad del acogimiento
familiar como una alternativa normalizadora y apoyen a las familias
que quieran asumir el reto del acogimiento. Por otra parte, captar fa-
milias que estén motivadas y que tengan las actitudes y las habilidades
adecuadas para asumir el conjunto de derechos y deberes que implica
el acogimiento en la actualidad.
Las investigaciones sobre la captación de familias son escasas y se cen-
tran fundamentalmente en las estrategias más adecuadas para captar y
retener a las familias acogedoras. Como se señaló en el capítulo 3, en los
estudios realizados en el Reino Unido por Triseliotis y otros (2000) se
observó que los servicios de protección no realizan campañas sistemáti-
cas, sino acciones esporádicas que dependen de varios factores: por una
parte, de la disponibilidad económica suficiente para realizar una cam-
paña utilizando todos los medios necesarios y, por otra parte, de la pre-
disposición y disponibilidad de los profesionales para realizar una cam-
paña en la que puedan realmente atender las demandas generadas de
forma adecuada. Evidentemente, las campañas de captación implican
previsiones financieras, de personal y de posibilidades reales de realizar
adecuadamente todo el proceso de atención inmediata y la posterior va-
loración y formación de las futuras familias acogedoras.
Algunos datos de la investigación internacional (Waterhouse, 1997)
indican que ha habido un cierto descenso en el número de familias
dispuestas a realizar acogimientos. Como quiera, por otra parte, que
cada vez hay más niños y jóvenes con mayores problemas que entran
en el sistema, resulta crucial conocer cuáles son los factores que inter-
vienen en la toma de decisiones y de qué forma pueden subsanarse los
problemas de las familias para sentirse atraídas por el acogimiento.
Un grupo de factores está relacionado con la percepción positiva o
negativa que los destinatarios de las campañas pueden tener sobre di-
versos aspectos del funcionamiento de los servicios de protección a la
infancia y, más en concreto, de los programas de acogimiento familiar.
Entre los factores que pueden dificultar la captación (Berridge, 1997;
Chamberlain y otros, 1992) podemos destacar:
148 ACOGIMIENTO FAMILIAR

• Las mayores dificultades que presentan hoy en día los niños y las
niñas acogidos.
• La falta de un mayor reconocimiento social de la figura del aco-
gedor.
• Las escasas ayudas económicas en relación con el coste real del
acogimiento y la baja eficiencia de la administración para cum-
plir a tiempo sus compromisos económicos.
• La falta de apoyo continuado por parte de los servicios de pro-
tección de la infancia.
• La necesidad de mayor formación inicial y continuada.

Se hace, pues, necesario mejorar todos aquellos aspectos que fa-


ciliten los sentimientos de seguridad y de confianza entre los po-
tenciales acogedores. Entre las diversas recomendaciones que a este
respecto la investigación internacional ha formulado (Benedict y
White, 1991; Bereika, 1991; Chamberlain y otros, 1992; Pasztor y
Wynne, 1995), algunas se refieren específicamente a la captación,
pero otras hacen referencia a cuestiones más generales que, al inci-
dir sobre la organización de los acogimientos en general, acaban
también teniendo repercusión sobre los procesos de captación. En-
tre las recomendaciones que se han mencionado se pueden citar las
que siguen:

• Facilitar una mejor formación de las familias, más de acuerdo


con las necesidades reales.
• Incrementar la frecuencia y la calidad de la supervisión y el
acompañamiento.
• Mejorar la formación de los profesionales del acogimiento.
• Facilitar a las familias que lo necesiten momentos y oportunida-
des de descanso y respiro.
• Ofrecer respuestas rápidas a sus problemas.
• Promover una retribución económica y un reconocimiento so-
cial de su labor.

Entre las medidas más específicamente relacionadas con el proceso


de captación, la realización de campañas especializadas y una buena
organización del proceso de captación están entre las recomendaciones
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 149

más habituales. A profundizar en esta última cuestión dedicamos las


páginas que siguen.

La organización del proceso de captación

Como se ha indicado, las campañas de que hablamos deben responder


a un doble objetivo: sensibilizar y captar. Pero para poder diseñar ade-
cuadamente el proceso de captación es preciso partir de algunas cues-
tiones clave que merecen ser analizadas en seguida con cierto detalle:

• La modalidad o modalidades de acogimiento que se desea realizar.


• Las características de la población a la que irá dirigida la capta-
ción, atendiendo tanto a los motivos que tienen las familias para
ser acogedoras como a los factores que pueden dificultar la toma
de decisiones de las familias.
• Los mensajes que se deben trasmitir.
• Los medios y recursos que se utilizarán.
• La recepción de la campaña.

Modalidad o modalidades de acogimiento


para las que se realiza la captación

El primer elemento que hay que determinar es si se quiere realizar una


campaña para captar familias que puedan asumir alguna de las diferen-
tes modalidades de acogimiento sin que a priori se cierre ninguna po-
sibilidad (campañas de captación general), o si, por el contrario, se
pretende centrar la campaña en una modalidad concreta que aconseje
dirigir la campaña a un segmento determinado de la población (cam-
pañas de captación especializada).
Por lo general, en España se han realizado campañas de los dos ti-
pos: generales y especializadas. En las comunidades autónomas que no
tenían un proyecto específico y que necesitaban familias para las dife-
rentes modalidades de acogimiento, típicamente se han realizado cam-
pañas dirigidas a la población en general, siendo luego las familias y los
profesionales quienes en el proceso de valoración decidían la modali-
150 ACOGIMIENTO FAMILIAR

dad más adecuada en cada caso. Obviamente, la ventaja de estas cam-


pañas es que pueden captar a un número mayor de familias que pue-
den luego ser utilizadas en las diversas modalidades de acogimiento. El
inconveniente es que el mensaje a veces no es tan claro y responden
familias con expectativas incorrectas, aparte de que al acudir un mayor
número de familias se precisa una mayor dedicación de los profesiona-
les para valorar y formar. Lógicamente, las campañas más especializa-
das (dirigidas, por ejemplo, a captar familias acogedoras de urgencia)
resuelven bien este último inconveniente: el mensaje es más claro y las
familias que acuden están mejor informadas, de forma que los esfuer-
zos y la dedicación de los técnicos están más equilibrados con los resul-
tados finales. El inconveniente de este planteamiento, obviamente, es
que este tipo de campañas no promueve un «banco» amplio de familias
disponibles para diferentes modalidades.

Características de la población a la que se dirigen las campañas


y motivaciones para el acogimiento

Allí donde, como ocurre en nuestro caso, no se parte de una adecua-


da cultura de acogimiento, las campañas de captación tienden a diri-
girse a toda la comunidad para lograr el doble objetivo de sensibili-
zación y captación. La captación y la posterior valoración de familias
tienen un objetivo básico que es encontrar familias que reúnan las mo-
tivaciones, las actitudes y las habilidades suficientes para atender a
las necesidades de los niños y las niñas en situación de desprotec-
ción y que asuman los aspectos característicos del acogimiento fami-
liar (relaciones con la familia biológica, colaboración con el equipo
de intervención y la administración, etc). Por lo general, las familias
han llegado al acogimiento por una variedad de razones, entre las que
destacan las de tipo social (70%), aunque también las hay con una
predominante motivación de desarrollo y realización familiar (25%)
y otras con connotaciones de tipo religioso (5%) (GRISIJ, 1999). En
los estudios realizados por Triseliotis y otros (2000) se indican una
serie de motivos no excluyentes entre sí, ya que, como se puede ob-
servar en los porcentajes que siguen, varios de ellos pueden estar pre-
sentes (véase cuadro 4.1):
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 151

CUADRO 4.1. Motivos de los acogedores (adaptado de Triseliotis y otros, 2000)

Motivos Mujer Hombre


Deseo de ofrecer algo a los demás 38% 30%
Gusto especial por los niños 35% 27%
Conciencia de las necesidades que algunos niños tienen 21% 20%
Se ajusta bien a las circunstancias familiares actuales 17% 7%
Deseo de constituir una familia más amplia 7% 7%

Junto con estos motivos, que pueden ser alentados a través del pro-
ceso de captación, existen también factores que pueden dificultar la
participación: cierta desconfianza de la administración, falta de con-
fianza en sus propias posibilidades para hacer frente a las necesidades
de los niños, temor a ser rechazados por parte de los servicios, descon-
fianza respecto al intrusismo de los profesionales del acogimiento.
Todos estos factores pueden estar presentes desde el primer mo-
mento o pueden aparecer posteriormente en la toma de decisiones
para llegar a ser una familia acogedora, por lo que hay que tenerlos
muy presentes a la hora de diseñar una campaña de manera tal que los
objetivos, el mensaje y las actitudes de los profesionales faciliten el in-
terés de aquellas familias que desean ayudar, al tiempo que se despejan
y aclaran al máximo sus temores o sus dificultades.

Los mensajes que se deben trasmitir

El tema central para poder elaborar una campaña de captación es cono-


cer cuáles son las necesidades de los niños y las niñas que precisan ser
acogidos y cuáles pueden ser las satisfacciones o los estímulos que las
familias puedan tener o necesiten para asumir el reto del acogimiento.
En los sistemas tradicionales, los acogedores eran seleccionados a partir
de una fuerte motivación por el acogimiento y una actitud responsa-
ble de cara a la atención a los niños (Plumer, 1992). Hoy en día se con-
cibe el acogimiento familiar como un trabajo en equipo en el que la co-
laboración entre las partes es fundamental (Testa y Rolock, 1999). Por
152 ACOGIMIENTO FAMILIAR

ello, la captación de acogedores se centrará en la búsqueda de familias


que acepten un proceso de formación que les permita una madura toma
de decisiones, que acepten el trabajo en equipo como un sistema para la
resolución de los problemas que puedan surgir a lo largo del acogimien-
to e, incluso, que sepan ayudar a la familia biológica en la adquisición de
habilidades parentales (Pecora, Withaker y Maluccio, 1992).
Existe una coincidencia entre los expertos en que los mensajes de las
campañas de captación tienen que ser verdaderos y realistas en relación
con las necesidades y características del acogimiento, incluyendo las
dificultades de los niños y las satisfacciones que su cuidado puede tam-
bién reportar. Al mismo tiempo, es preciso trasmitir que el acogimien-
to es un trabajo en equipo en el que las responsabilidades están com-
partidas entre los profesionales y las familias, y que todo ello requiere
de una formación que les será facilitada y de un apoyo técnico y eco-
nómico que recibirán. Un elemento importantísimo en la captación y
en la posterior retención de las familias acogedoras es que sientan que
serán apoyadas y reconocidas en las diversas necesidades que se les pre-
senten, sean de tipo psicológico, educativo o económico.

Los medios y los recursos de las campañas

Las experiencias realizadas en otros países con una larga tradición en el


acogimiento familiar difieren en cuanto a la utilización de los recursos.
Los estudios realizados por Triseliotis y otros (2000) encontraron que
el 46% de los acogedores había sido captado mayoritariamente por el
conocimiento que ya tenían del tema, por los amigos o los familiares; un
19%, por artículos en el periódico; un 17%, por anuncios en la prensa,
y un 11%, por la televisión y la radio. Hay que matizar la tradición y la
cultura de acogimiento que existe en el Reino Unido y, al mismo tiem-
po, indicar que las campañas de captación funcionan fundamentalmente
en el ámbito local, en parte porque no se dispone del dinero suficiente
para utilizar medios como la televisión o la prensa de ámbito nacional.
Las experiencias que se han llevado a cabo en España han surgido
mayoritariamente de las comunidades autónomas, que en ocasiones han
dedicado a la captación esfuerzo e imaginación, habiendo obtenido re-
sultados satisfactorios cuando se han utilizado los medios adecuados. El
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 153

estudio realizado por GRISIJ (1999) en Cataluña señala que el 69%


de los candidatos al acogimiento había sido captado a través de la tele-
visión; el 25%, a través de la prensa escrita (en particular, los artículos
en los que se relataban experiencias de familias o jóvenes acogidos); el
3%, por la radio, y el 3%, por carteles. Los datos confirman el gran po-
der de captación y sensibilización que tiene la televisión en nuestro país,
con su incomparable capacidad para llegar en un momento a miles de
hogares. En una primera fase de sensibilización y captación, la utiliza-
ción de medios de comunicación de masas como la televisión puede ser
muy aconsejable. En este mismo estudio, se observó que las campañas
sirven para despertar el interés latente que tienen algunas familias ya sea
sobre el acogimiento o sobre la atención y la protección de la infancia.
Por lo general, las familias manifiestan que este interés latente fue des-
pertado por la televisión y reforzado posteriormente por otros medios
escritos como la prensa y los folletos y las guías que les permitieron tener
un conocimiento más profundo de las características del acogimiento.
También en un estudio realizado en Inglaterra se indica que la televisión
puede ser más efectiva que el material impreso (Moore, Granpre y Scoll,
1988), al menos en relación con una parte del proceso de captación.
Para un 67% de las familias acogedoras, la campaña les supuso «el
detonante de un pensamiento latente» para embarcarse en un proyecto
sobre el que ya tenían alguna información a través de amigos o fami-
liares. La información de la campaña transmitió a muchas familias el
sentimiento de que también podían hacer alguna cosa para los otros o
colaborar en su bienestar. Para un 33% que nunca se había planteado
esta posibilidad anteriormente, la campaña supuso aventurarse en algo
nuevo (GRISIJ, 1999):
Veíamos que había un problema y que a nuestra manera parecía que po-
díamos ofrecer una pequeña solución. Nos planteamos conocer un poco
más cómo funcionaba este tema y hasta qué punto nosotros lo podríamos
asumir.
(Familia acogedora)
La valoración de la campaña realizada por parte de los técnicos coin-
cide en utilizar los medios de comunicación de masas, pero también
introducir los testimonios de familias acogedoras y el respaldo en la
campaña de los representantes de la administración que ofrecen un
154 ACOGIMIENTO FAMILIAR

respaldo institucional al programa. Son varios los estudios que han


destacado la utilización de acogedores en las campañas, a las que do-
tan entonces de mayor credibilidad (Child Welfare League of America,
1991; James Bell Associates, 1993).
La televisión tiene la indudable ventaja de que llega a miles de familias
al mismo tiempo y juega un papel muy importante de cara a la sensibili-
zación y, eventualmente, a la captación. Puede tratarse de spots publicita-
rios para divulgar y promocionar el acogimiento, pero también de espa-
cios diferentes en los que se entrevista a un profesional o se cuenta el
testimonio de una familia acogedora, por ejemplo. Puede ser una televi-
sión estatal, autonómica o local, en función de las posibilidades, pero la
idea central es que es un medio excelente para cooperar en la meta de aca-
bar teniendo familias acogedoras que atiendan a los niños y a las niñas que
las necesitan. De la radio se pueden decir cosas parecidas, aunque tal vez
su impacto sea algo menor. La utilización de carteles, la distribución de
folletos informativos, la presentación de la experiencia de acogimiento en
determinados encuentros en los que coinciden muchas personas poten-
cialmente interesadas en temas de infancia son algunos de los ejemplos de
las vías complementarias a través de las cuales se lleva a cabo la mayor par-
te de las campañas de captación que entre nosotros se realizan.
En cuanto a la duración e intensidad de las campañas de captación,
las experiencias realizadas en España indican la necesidad de realizarlas
con cierta intensidad y a lo largo de unos dos meses, ya que de esta
manera pueden llegar mensajes a través de los diferentes medios y faci-
litar la información básica para una toma de decisiones. Las experien-
cias realizadas de forma poco sistematizada y con informaciones espo-
rádicas durante largos periodos de tiempo no parecen haber dado
resultados positivos.
Los resultados de GRISIJ (1999) indican que el espacio de tiempo para
la toma de decisión es muy variable, pero, mayoritariamente (63%), las
familias se deciden en el espacio de unos días a dos meses; el resto necesita
un periodo más largo de tiempo y/o un estímulo o un recordatorio por
parte de la administración. Así, algunas familias llaman directamente para
concertar una entrevista personal con los equipos de técnicos nada más
recibir la campaña, mientras que otras necesitan un periodo de reflexión
que puede ser estimulado cuando, pasados los dos primeros meses, se les
recuerda telefónicamente la primera información solicitada. La toma de
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 155

decisión fue realizada conjuntamente por los miembros de la familia en un


86% de los casos, mientras que en un 14% predominó la decisión de un
miembro. En general, parece que la toma de decisión se lleva a cabo en el
interior del núcleo familiar, no informando a los demás hasta que ya se
han dado los primeros pasos en dirección al acogimiento.

La recepción de los resultados de la campaña

Una vez puesta en marcha una campaña, algunas familias se sentirán in-
teresadas y querrán tener más información. Se hace entonces importante
tener organizada la forma de responder a ese interés, porque ello permite
a las familias sentirse seguras en su decisión y les revela una imagen res-
ponsable por parte de la Administración. Las experiencias realizadas en
distintas comunidades autónomas indican que hay varias formas adecua-
das de realizar la recepción de los resultados de las campañas de captación:

• Disponibilidad de una línea telefónica gratuita con acceso directo


a un profesional que pueda responder de forma clara y precisa a las
cuestiones o temáticas que manifiesten los interesados. La utiliza-
ción de teléfonos gratuitos de línea 900 puede facilitar la comuni-
cación. Es muy importante que el primer contacto que las familias
tengan con quienes les atiendan sea agradable, clarificador y moti-
vador. Los profesionales dispondrán de un horario para atender a
las llamadas a lo largo del día, dejando la posibilidad de la línea
abierta por medio de un contestador que permitirá llamar al día
siguiente a las familias interesadas.
• Existencia de folletos o guías del acogimiento. En los casos en que
las familias demuestren interés, se les solicitará su dirección y se les
facilitarán documentos explicativos (folletos o guías del acogimien-
to) en donde se reflejen de forma escrita los deberes y los derechos
de todas las partes implicadas y la forma de establecer un primer
contacto personal con los profesionales responsables del programa.
• Atención inmediata y motivadora: las solicitudes de información
personal realizadas por los interesados serán atendidas en el espacio
máximo de quince días, por lo que es preciso una organización interna
de los profesionales para atender esta demanda en los plazos previstos.
156 ACOGIMIENTO FAMILIAR

• Realización de un encuentro personal. La primera entrevista en-


tre la familia interesada y los profesionales tiene la finalidad de
atender las demandas de la familia, aclarar las dudas, informar
del proceso y facilitar un clima de confianza. A partir de este
momento, si la familia sigue interesada, se iniciará el proceso de
valoración y formación.

Por último, como señalamos anteiormente, debe recordarse que la


preocupación actual de las entidades o servicios de protección de la infan-
cia no sólo está en captar familias, sino también en que las familias aco-
gedoras puedan permanecer colaborando durante largo tiempo y con
diferentes acogimientos. La experiencia, la formación y las habilidades
que acumulan estas familias son elementos muy importantes para facili-
tar una mejor adaptación de los niños o las niñas acogidos. Los estudios
que se han realizado para identificar los factores que facilitan la perma-
nencia de las familias como acogedoras (por ejemplo, Ramsay, 1996)
indican que un buen apoyo por parte de los profesionales y una compen-
sación económica adecuada son algunos de los factores clave para la per-
manencia. El apoyo que ofrecen los profesionales no sólo sirve para resol-
ver problemas, sino también para ofrecer un reconocimiento de la labor
que realizan las familias acogedoras y reforzar la calidad del servicio. Los
acogedores sienten y expresan satisfacción cuando se ven como personas
capacitadas que colaboran con los profesionales con los que trabajan con-
juntamente para mejorar el acogimiento. La ayuda económica reduce la
necesidad de que algún miembro de la familia acogedora tenga que bus-
car empleo y permite un mayor grado de libertad para llevar a la práctica
el deseo de contribuir al cuidado de los niños. De todas formas, es impor-
tante destacar que la compensación económica sin el apoyo por parte de
los profesionales no produce el sentimiento de satisfacción a que antes
nos referíamos y que tan importante resulta para la permanencia de una
familia en el programa de acogimiento (Chamberlain y otros, 1992).

El proceso de valoración/formación

La intervención clásica en acogimiento familiar estaba muy circunscrita


a la valoración de familias acogedoras. A través de pruebas y entrevistas
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 157

se determinaba si una familia parecía tener las características requeridas


para el buen desarrollo de un acogimiento. Frente a este modelo de tra-
bajo, poco a poco se ha ido imponiendo una lógica de intervención di-
ferente, en la que la valoración de las familias y su formación y prepara-
ción se entrelazan y apoyan mutuamente. Por una parte, los candidatos
a acoger deben reunir ciertos requisitos y no deben presentar determina-
dos factores de riesgo. Por otra parte, las familias deben prepararse para
las situaciones, sentimientos y reacciones que se puedan dar a lo largo del
acogimiento y al mismo tiempo adquirir un mayor conocimiento de sus
propias fuerzas, debilidades, emociones y características de personalidad.
Además, es preciso que las familias acogedoras se sientan una parte im-
portante del acogimiento y un recurso para la Administración y para las
familias y los niños que las necesitan. Todos estos objetivos han dado al
traste con el viejo modelo basado sólo en la valoración y han conforma-
do un modelo de valoración/formación abierto y flexible destinado a
asegurar al máximo que las familias acogedoras puedan responder mejor
a las necesidades y sentimientos que presentan los niños y las niñas aco-
gidos. En estos planteamientos resulta importante que los futuros acoge-
dores comprendan y vivencien que la actitud de los profesionales es
congruente con el planteamiento de ayuda y apoyo, y no sólo parte de
un procedimiento de valoración. Como es obvio, el acogimiento actual
representa un cambio en la concepción de los roles del profesional y de
los acogedores, pues las familias de acogida no son clientes del servicio,
sino sus colaboradores, con todo lo que ello implica en la toma de deci-
siones.

Fase inicial

El proceso de valoración puede realizarse como paso previo a la forma-


ción, como conclusión de la formación o en una situación intermedia.
Por lo general, la fórmula intermedia es la que más se utiliza actual-
mente. Este procedimiento consiste en realizar una primera entrevista
de toma de contacto con la familia que sirve para clarificar las dudas o
los temores que pudieran tener, recoger unos primeros datos familia-
res, informar de las características del proceso de valoración y facilitar
desde el principio un clima de confianza.
158 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Es aquí crucial que los profesionales sepan escuchar y atender las


demandas de los interesados. El establecimiento de un clima de con-
fianza y la búsqueda de un lenguaje y un conocimiento comunes son
objetivos básicos de los primeros contactos. Las entrevistas posterio-
res (dos o tres, realizadas por los diferentes profesionales a los com-
ponentes de la unidad familiar) servirán para profundizar en diferen-
tes áreas clave. El cuadro 4.2 muestra los detalles de algunos de los
contenidos que deben ser abordados en este inicio del proceso de
valoración.

CUADRO 4.2 Áreas generales a explorar en los inicios del proceso de valoración
para el acogimiento

A. Datos personales y sociodemográficos

Recursos de tipo personal

1. Composición del núcleo familiar.


a. Edad del acogedor
b. Edad de la acogedora
c. Número de hijos biológicos
d. Convivencia en el mismo domicilio de otros miembros de la familia
extensa

2. Domicilio actual, teléfono, otros teléfonos de contacto (la información se


necesita para poder contactar con las familias).
3. Nivel educativo de cada uno de los integrantes del núcleo familiar. Nivel
de escolarización más alto alcanzado por cada uno.
4. Situación laboral de cada uno de los integrantes del núcleo familiar. Pro-
fesión de cada miembro.
5. Nivel de suficiencia económica del núcleo familiar.
6. Grado de disponibilidad para atender a la vida familiar de cada uno de los
miembros adultos de la familia.
7. Experiencia previa en relación con niños. Especificar el grado de experien-
cia (por ejemplo, experiencia con hijos propios, no propios, en acogi-
miento, profesional, etc.).
8. Historia de salud de los integrantes del núcleo familiar: enfermedades sig-
nificativas.
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 159

CUADRO 4.2 (Continuación)


Vivienda de la familia y entorno en el que está ubicada.
9. Características de la vivienda. Tipo de vivienda (piso, casa,...) número y
amplitud de habitaciones, habitaciones compartidas o no, aislamiento
térmico y sonoro, luminosidad, limpieza, orden y cualquier otro aspecto
de interés.
10. Equipamientos y servicios que existan en el entorno que puedan ser im-
portantes para la atención y desarrollo del niño(a) como colegios, dis-
pensarios médicos, parques, centros de tiempo libre...

B. Estructura y dinámica familiar


Relaciones familiares
11. Relaciones entre los miembros de la pareja: expresiones de afecto, satis-
facción con la vida en común, grado de autonomía familiar.
12. Grado de colaboración entre los miembros de la pareja: distribución de
roles en las tareas del hogar, cooperación, reparto de responsabilidades
en las tareas de crianza y educación.
13. Grado de coherencia de la pareja por lo que se refiere a criterios, gustos, etc.
14. Estilo de afrontamiento de los problemas y tensiones, así como de las
dificultades.
15. Grado de flexibilidad de la pareja cuando aparecen situaciones imprevistas
(por ejemplo, si es necesario ajustar horarios o aspectos organizativos, etc.).
16. Relaciones existentes entre los niños de la familia (si hay otros niños): rela-
ciones de afecto, rivalidad, cooperación, dependencia, etc.

Estilo educativo
17. Estilo educativo de los acogedores (impositivo, democrático, permisivo,
indiferente): grado de acuerdo y, si las hubiere, diferencias más impor-
tantes entre uno y otro.
18. Capacidad de comunicación de los acogedores (por ejemplo, si tienden
a hablar, a comentar, a expresar opiniones y a pedirlas, etc.) en relación
con los niños.
19. Capacidad de los acogedores para establecer normas y exigir su cumpli-
miento.
20. Manejo con los niños de estrategias educativas concretas tales como el
castigo y la negociación.
160 ACOGIMIENTO FAMILIAR

CUADRO 4.2 (Continuación)


Ayuda/apoyos familiares y sociales
21. Relaciones con la familia extensa. Existencia o no de familiares accesibles
para apoyo emocional (compartir vivencias) e instrumental (ayudas con-
cretas).
22. Relaciones con las personas del entorno. Existencia o no de vecinos ac-
cesibles para apoyo emocional e instrumental.

C. Motivación, actitud y conocimientos ante el acogimiento

23. Conocimiento que la familia tiene sobre los tipos de acogimiento y sus
características.
24. Motivación de la familia para plantearse el acogimiento.
25. Aceptación del resto de los miembros de la familia nuclear al plantearse
la idea de acogimiento.
26. Aceptación de la idea por parte de la familia extensa.
27. Aspectos del acogimiento que la familia ve como más fáciles de asumir y
como más difíciles.
28. Tipo de acogimiento que la familia estaría dispuesta a asumir. En rela-
ción con la edad, hermanos, minusvalías o deficiencias, enfermedades,
trastornos de conducta, etc.
29. Evolución de la familia en relación con la idea del acogimiento.

D. Expectativas sobre el niño/a y el acogimiento

30. Actitud ante los orígenes del niño o la niña y la problemática de la fami-
lia biológica.
31. Actitud ante las posibles visitas o contactos con la familia biológi-
ca.
32. Consideración de una imagen correcta, excesivamente idealizada o exce-
sivamente negativa del niño o la niña concreto o de los que habitualmen-
te están disponibles para acogimientos.
33. Actitud ante la separación del niño o la niña y su salida del hogar o su
retorno a la familia biológica.
34. Grado de concordancia o de acuerdo existente entre los miembros de la
pareja por lo que al acogimiento se refiere.
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 161

CUADRO 4.2 (Continuación)


E. Colaboración con el equipo técnico del programa

35. Grado de aceptación por parte de la familia del curso de formación. Da-
tos que al respecto pueden ser de interés.
36. Aceptación por parte de la familia del contacto con otras familias de acogida.
37. Grado de aceptación y de colaboración con la familia biológica, si existe.

D. Valoración general de la entrevista

Valoración general de la entrevista por lo que se refiere al clima durante su de-


sarrollo, valoración del grado de cooperación, de la facilidad de comunicación,
de la dinámica familiar durante la entrevista (quién suele contestar, qué ocurre
cuando no hay acuerdo, relación con el niño o con la niña si está presente...).

Otros autores han sistematizado de forma diferente la información que


debe ser considerada: historias previas familiares, de sus hijos y de sus fa-
milias; relaciones personales y familiares con ocasión de la llegada de un
nuevo miembro; habilidades educativas; reacciones ante niños afectados
por malos tratos previos; percepción de las visitas; grado de colaboración y
actitud ante las despedida (Berrick, Needell y Barth, 1999; Child Welfare
League of America, 1995; Touliatos y Lindhome, 1992).
Con la ayuda de los instrumentos de recogida de información dis-
tribuidos por áreas, los diferentes miembros del equipo de acogimien-
to realizan entrevistas con la familia candidata al acogimiento familiar
y con los miembros que conviven en la unidad familiar (hijos, abue-
los...). La experiencia misma de las entrevistas proporciona a quienes
se plantean acoger unos primeros elementos de reflexión sobre el aco-
gimiento familiar. El 89% de las familias de acogida valora positiva-
mente esta fase, remarcando que para ellos sirve como una primera
reflexión. Lógicamente, si a las familias estas entrevistas les son útiles,
serán del máximo interés para los profesionales que las realizan, pues a
través de ellas conocen a las familias y pueden hacer una valoración de
sus posibilidades y capacidades (GRISIJ, 1999).
Existen diferentes posicionamientos por parte de los técnicos en
cuanto a la finalidad de esta fase. Unos defienden que forma parte del
162 ACOGIMIENTO FAMILIAR

proceso y que la valoración definitiva debe hacerse cuando se terminan


tanto las entrevistas como la formación, momento en que tanto las
familias candidatas como los profesionales tendrán más elementos
para la toma de decisiones. Para otros, esta fase debe ser excluyente
cuando se detectan indicadores que pueden dificultar la adaptación del
niño, por lo que no es conveniente que las familias que ofrezcan dudas
durante las entrevistas participen en la formación. De momento, no
existen datos de investigación que avalen uno u otro modelo. El senti-
do común parece señalar que si los indicadores que se detectan no son
muy claros, es más aconsejable continuar el proceso aun con el riesgo
de que al final acabe con una evaluación negativa.

Fase intermedia. Programa de formación

Posteriormente a las entrevistas iniciales se realiza el programa de for-


mación grupal, que oscila entre seis y ocho sesiones de unas dos horas
y media de duración cada una de ellas. Los programas de formación
proporcionan a los acogedores una posibilidad de aprender lo que ne-
cesitan saber sobre cómo actuar ante ciertas circunstancias que puedan
producirse a lo largo del acogimiento y deben prever formación inicial
antes de comenzar el acogimiento y formación continuada que res-
ponda a las necesidades que vayan surgiendo posteriormente (Child
Welfare League of America, 1975).
En el ámbito internacional existen diferentes programas de forma-
ción. Entre ellos podemos destacar el Parenting Plus, de la Child Wel-
fare League of America; el Model Approach to Partnership in Parenting
(MAPP), de Pasztor, Shannon y Buck (1989). Un programa específico
para las familias extensas (Jackson, 1999) y un programa para adoles-
centes (Pine y Jacobs, 1989). Recientemente, y como parte del progra-
ma de formación, se ha elaborado un material para la sensibilización
respecto a las diferencias culturales (Child Welfare League of America,
1990).
En España se dispone del «Programa para la formación de familias
acogedoras» (Amorós y otros, 1994) y del «Programa de formación
para familias acogedoras de urgencia-diagnóstico» (Amorós, Palacios,
Fuentes, León y Mesas, 2002). El primer programa contempla ocho
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 163

sesiones de unas dos horas y media de duración cada una. En el ma-


nual vienen descritos los objetivos, los contenidos, las estrategias, las
técnicas y las actividades para poderlo desarrollar. La formación se rea-
liza en grupo, con la participación de unas 16-18 personas, atendiendo
a tres contenidos fundamentales:
• Aspectos actitudinales y emocionales: disposición a aceptar el
pasado del niño, sus sentimientos y recuerdos sobre su familia;
disposición a mostrar respeto hacia la familia biológica y las cir-
cunstancias que llevaron a la separación; ayudar al niño a conser-
var y a valorar su propia historia y a aceptar sus sentimientos de
ambivalencia e inseguridad.
• Desarrollo de habilidades que permitan afrontar de forma com-
petente la tarea de educar a un niño con todos sus aspectos y
necesidades concretos.
• Aspectos cognitivos relacionados con el proceso del acogimiento
y sus implicaciones, los problemas más habituales, los recursos
existentes en la sociedad, etc.
El programa de formación para familias acogedoras de urgencia-
diagnóstico es complementario al primero y permite combinar dife-
rentes actividades y recursos didácticos diseñados específicamente para
las familias candidatas a los acogimientos de urgencia.
Tanto en un caso como en otro se trata de programas basados fuer-
temente en la participación, en la expresión de vivencias y sentimien-
tos y en conocer las vivencias y los sentimientos de otros recogidos en
vídeos en los que personas que ya tienen la experiencia de acogimien-
to, o familias biológicas o niños y niñas que han pasado por acogi-
miento cuentan diferentes aspectos de sus experiencias más significati-
vas. Como han mostrado varias investigaciones, la implicación de
acogedores actuales y potenciales como parte de la formación ayuda
mucho a mejorarla y hacerla más realista (Rodwell y Biggerstaff, 1993;
Sanchirico, Lau, Jablonka y Russel, 1998). Por lo demás, se trata de
una formación que hace amplio uso de las técnicas de grupo y que en
muy escasa medida se basa en dar explicaciones o contar teorías. Por el
contrario, está muy basada en situaciones y casos concretos, dentro de
un gran realismo y con contenidos tomados de la práctica del acogi-
miento entre nosotros.
164 ACOGIMIENTO FAMILIAR

En la evaluación del «programa de formación de familias acogedo-


ras» se encontró que para el 80% de las familias la realización del
programa se consideraba un paso previo necesario y una herramienta muy
valiosa para ayudar a tomar una decisión sobre ser o no ser familia aco-
gedora. Las experiencias grupales con otros acogedores permiten a los
participantes reconocer y analizar sus ilusiones, sus miedos y sus ansie-
dades y prever los problemas. El rol de los profesionales como conduc-
tores del proceso formativo ayuda a las familias a romper tópicos y a
reflexionar sobre las implicaciones personales, familiares y sociales del
acogimiento. Las familias toman conciencia de lo que es el acogimien-
to no desde el sentimentalismo, sino a partir de las situaciones y los
problemas concretos sobre los que se trabaja. El estudio observó que
las expectativas de las familias antes de empezar el curso de formación
eran muy variadas, desde quienes pensaban que no serviría para nada
hasta una actitud abierta a recibir información que le permitiera una
toma de decisión. Por fortuna, la actitud recelosa fue mejorando de
una forma importante a lo largo del proceso de formación en la mayo-
ría de las familias que inicialmente tenían esa actitud (GRISIJ,1999).

Fase final

Es la culminación del proceso de valoración. Las últimas entrevistas que


se realicen servirán para completar la recogida de datos, conocer con
mayor profundidad los cambios que se han operado en la familia des-
pués del curso de formación, valorar las expectativas ante las diferentes
modalidades de acogimiento y analizar las características de los niños o
los jóvenes que se consideran capaces de asumir. Es un encuentro que se
puede realizar en el propio domicilio y en el que estarán presentes los
profesionales que están participando en el proceso de valoración. Es im-
portante que la familia vea que el proceso de valoración/preparación está
abierto y que tiene continuidad durante el tiempo que pueda estar en
espera. Una vez finalizado el proceso de valoración/formación el equipo
técnico tomará una decisiçon y, en el caso de idoneidad, se realizará un
perfil de la misma y de las características de los niños y del tipo de aco-
gimiento que presumiblemente podrían asumir. A cada familia se le no-
tificará de una forma personal la valoración recibida.
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 165

El proceso de valoración comporta contrastar los datos recogidos a lo


largo de las entrevistas y del proceso de formación con un conjunto de
criterios que a priori los técnicos creen que deben reunir las familias
de acogida. Los criterios tienen que analizarse dentro de un contexto y no de
forma aislada. Es importante señalar que no existe un modelo típico
de familia de acogida y que lo que realmente determinará su adecuación
será si las características presentes y sus potencialidades pueden respon-
der a las necesidades específicas de un niño o una niña determinado.
Las familias acogedoras deben ser seleccionadas en base a sus carac-
terísticas personales y, muy fundamentalmente, a su capacidad para
afrontar las responsabilidades que pueden derivarse de tener un niño o
una niña acogido. En el caso de algunas modalidades de acogimiento
es particularmente importante la aceptación de la relación con su fa-
milia biológica, y en todos los casos es muy relevante la capacidad para
colaborar con los profesionales. Según la Child Welfare League of
America (1975), los acogedores tienen que ser personas que:
• sean capaces de cuidar de otras personas y responder por ellas;
• puedan dar afecto y cuidado a los niños sin esperar una gratifica-
ción inmediata;
• muestren flexibilidad en sus expectativas, actitudes y conductas
en función de la edad, las necesidades y los problemas del niño,
así como habilidad para usar la ayuda cuando se necesite para
resolver los problemas de la vida familiar;
• puedan aceptar las relaciones del niño con sus padres biológicos
y con los servicios sociales;
• tengan un trabajo satisfactorio y unas relaciones estables, con
una sólida identidad y un maduro manejo de los sentimientos;
• sean capaces de mantener relaciones positivas y significativas con
los miembros de su propia familia y con las personas del entorno
familiar;
• sean emocionalmente estables y capaces de funcionar adecuada-
mente en relación con las responsabilidades familiares y el trabajo, y
• tengan unos valores y una ética que permitan predecir un am-
biente propicio al bienestar del niño.
Respecto al número y la edad de los niños que una familia puede
acoger, vendrán normalmente determinados por la resistencia, la capa-
166 ACOGIMIENTO FAMILIAR

cidad y las habilidades de la familia acogedora, por las condiciones fí-


sicas de la vivienda y el impacto que sobre el equilibrio de la familia
como unidad pueda causar la llegada de uno o más niños acogidos
(Child Welfare League of America, 1975).
Otras características que deben tomarse en consideración son la
edad de los acogedores y su estado de salud. Respecto a la edad, lo re-
levante es en qué medida pueda afectar a la energía física, la flexibili-
dad y la habilidad en el cuidado de un niño determinado. También es
relevante la edad en el caso de acogimientos de larga duración, en los
que hay que prever una convivencia prolongada durante la que el adul-
to debe estar en condiciones de atender adecuadamente las necesida-
des del acogido. Con respecto al estado de salud de los acogedores, la
información será obtenida, normalmente, por el estudio de la historia
clínica de los padres (se estudiarán detalladamente las enfermedades
específicas y las posibles discapacidades, así como su repercusión) y por
un examen de la salud actual, que se verificará a lo largo del tiempo si
fuera necesario. Será importante también determinar que otros miem-
bros de la familia no presenten riesgos de salud para el niño acogido
(Child Welfare League of America, 1975).
Junto a los criterios generales para todos los acogimientos, existen
otros que son específicos para algunas de las modalidades de acogi-
miento, pero no necesariamente para las demás.

Criterios generales para todos los acogimientos

• Capacidad de aceptación de las características del acogimiento,


lo que implica aceptación de la temporalidad, de los contactos
del niño o la niña con su familia y de los contactos de la fami-
lia de acogida con la familia del niño o la niña cuando sea ade-
cuado.
• Actitud comprensiva respecto a la familia del niño o la niña y a
su historia.
• Capacidad de colaboración con el servicio.
• Capacidades educativas y de adaptación a las nuevas situaciones.
• Capacidades de comprensión de los conflictos y de búsqueda de
solución de los problemas.
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 167

• Estructura familiar: preferente, pero no necesariamente, familias


con hijos.
• Proximidad: familiar (en el caso de familia extensa), geográfica
(vivir en el mismo barrio o en sitio próximo), social (nivel socio-
cultural similar en la medida de lo posible).
• Motivación de ayuda a otras personas (familia y niño).
• Disponibilidad horaria.
• Equilibrio y solidez en las relaciones familiares (pareja, padres-
hijos, hermanos).
• Actitudes abiertas ante los cambios, ante la expresión de los sen-
timientos, ante la flexibilización de normas.
• Comunicación fácil entre los miembros de la familia, capacidad
de escucha, de respeto, de comprensión.
• Relaciones adecuadas con el entorno y con su familia extensa.
• Aceptación del acogimiento por todos los miembros de la uni-
dad familiar.

Criterios específicos para un acogimiento de urgencia-diagnóstico

• Conocimiento básico del desarrollo infantil de 0 a 6 años.


• Capacidad de observación.
• Aceptación de la temporalidad.
• Capacidad de adaptación a las nuevas situaciones.
• Capacidad de asumir las despedidas frecuentes.
• Entorno colaborador tanto de la familia como de las amistades.

Criterios específicos para un acogimiento con previsión de retorno

• Prioritaria, pero no necesariamente, que sea familia extensa.


• Capacidad para colaborar con los profesionales.
• Aceptación de contactos y visitas con la familia del niño o la niña.
• Motivación de ayuda a una problemática familiar, no sólo al
niño o a la niña.
• Proximidad geográfica.
• Capacidad de mediación.
168 ACOGIMIENTO FAMILIAR

• Familias preferentemente, pero no exclusivamente, con hijos.


• Capacidad para aceptar y respetar al menor y todas sus caracte-
rísticas.
• Capacidad de aceptación de la reunificación familiar.
• Aceptación del acogimiento por parte de todos los miembros de
la unidad familiar.
• Capacidades educativas: adecuación de pautas educativas a las
necesidades de los acogidos.
• Estabilidad emocional y salud física.

Criterios específicos para un acogimiento sin previsión de retorno

• Salud física.
• Familias preferentemente, pero no exclusivamente, con hijos.
• Capacidad para aceptar y respetar al menor y todas sus caracte-
rísticas.
• Aceptación del acogimiento por parte de todos los miembros de
la unidad familiar.
• Capacidades educativas: adecuación de pautas educativas a las
necesidades de los menores.
• Capacidad de diálogo y de reflexión.
• Estabilidad emocional para aceptar una relación de ayuda a un
niño, sin sentimiento de posesión sobre el mismo.
• Capacidad de colaboración con el servicio y/o con otras familias
de acogida.
• Comprensión y aceptación de la posible temporalidad del acogi-
miento.

Criterios específicos para un acogimiento en familia extensa

Como norma general, el acogimiento en familia extensa debería ser la


primera opción a considerar cuando se tiene que separar el niño provi-
sionalmente de su familia biológica. La utilización de la familia exten-
sa permite la continuidad de las relaciones y de la identidad, reducien-
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 169

do los sentimientos de pérdida ante la separación. Pero aunque a


priori puede ser una buena alternativa, la familia extensa no siempre
reúne las condiciones adecuadas para asumir las necesidades del niño
o la niña acogido, por lo que es preciso aplicar un proceso de valora-
ción adecuado a las características de esta modalidad.
Berrick, Needell y Barth (1999) encontraron que los criterios de va-
loración con las familias extensas eran inferiores a los utilizados con las
familias ajenas. Y aunque desde luego no deben ser inferiores, los crite-
rios de valoración cambian en ciertos aspectos respecto a los utilizados
con familias ajenas. En todo caso, la valoración de la «tríada» (Jackson,
1999) debe hacerse examinando las relaciones presentes y pasadas entre
el niño, la familia biológica y la familia extensa acogedora.
Algunos de los elementos clave a tener en cuenta en la valoración de
la familia extensa son (Child Welfare League of America, 1994):

• La naturaleza y la calidad de las relaciones entre el niño y los fa-


miliares.
• La capacidad y el deseo de ser parientes acogedores y de proteger
al niño de abusos o de otros maltratos.
• La seguridad del hogar de los familiares y su capacidad y habilidad
para proporcionar al niño o a la niña un entorno adecuado.
• La buena voluntad de la familia extensa para aceptar al niño
dentro de su casa.
• La naturaleza y la calidad de las relaciones entre los padres bio-
lógicos y los parientes acogedores, incluyendo las preferencias de
los padres biológicos sobre el acogimiento en familia extensa.
• Que en la familia acogedora no haya riesgo alguno de maltrato,
abuso o negligencia.
• Ausencia de problemas de alcohol u otras drogas en la casa y en
el entorno de la casa de los parientes acogedores.
• Buena voluntad de la familia extensa acogedora y habilidad para
cooperar con los profesionales y con el servicio.
• Existencia de apoyos y recursos en el entorno de la familia aco-
gedora.
• El número de niños ya acogidos por los parientes y la situación
de los demás niños de la casa (su salud, su historial, sus proble-
mas).
170 ACOGIMIENTO FAMILIAR

• La posibilidad de que los miembros de la familia presionen al


niño para retractarse ante la revelación de abusos.
• La edad y la salud de los acogedores.

El proceso de adaptación

La llegada del niño o la niña a su familia acogedora marca el comienzo


de un proyecto con importantes implicaciones para todos los afectados
(familia biológica, niño o niña, familia acogedora, profesionales). Para
cada uno de ellos el comienzo del acogimiento va a tener repercusiones
que merecen ser consideradas, por lo que dedicaremos este apartado a
un análisis de la dinámica que se pone en marcha una vez iniciado el
acogimiento, con una especial atención a los procesos que tienen lugar
en los niños y en las niñas acogidos. Suele utilizarse el término «acopla-
miento» para referirse a la transición del niño o la niña a su nueva fa-
milia de acogida, pero ese término sugiere que estamos hablando de
algo mecánico o, en todo caso, muy transitorio, como si sólo afectara
a los primeros días del acogimiento. Las palabras tienen su importan-
cia y el diccionario de la Real Academia define «acoplar» como «ajustar
una pieza al sitio donde deba colocarse» (lo que, efectivamente, remite
a una operación puramente mecánica), o como «ajustar o unir entre sí a
las personas que estaban discordes, o las cosas en que había alguna
discrepancia» (lo que sugiere que una vez producido el acoplamiento,
el problema ha terminado). Por nuestra parte, preferimos utilizar el
término «adaptación», que pone más énfasis, a nuestro entender, en el
carácter dinámico y progresivo de los procesos que se ponen en marcha
con la salida del hogar familiar y la entrada en una familia alternativa.
De lo que no cabe duda es de que se trata de una fase de una gran
importancia de cara al posterior desarrollo del acogimiento, por lo que
no es extraño que suela recibir una atención especial por parte de los
profesionales implicados. Como ocurre con tanta frecuencia en el aco-
gimiento, quienes quedan más desdibujados en el cuadro son los
miembros de la familia de la que salen el niño o la niña que pasan a
acogimiento, mientras que hay bastante más información sobre los
acogidos y sus acogedores. No obstante, aunque su tratamiento sea
mucho más breve, no dejaremos de hacer referencia al proceso de
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 171

adaptación a la nueva situación por parte de la familia biológica, sobre


todo para dejar testimonio de que también pasa por una adaptación,
aunque de ella sea poco lo que sepamos.

La familia biológica

Obviamente, la salida de un niño o una niña de su familia para irse con


una familia alternativa indica que las cosas no han ido bien en la prime-
ra. Las circunstancias pueden ser muy diversas, desde aquellas —muy
poco frecuentes— en las que los padres de unos niños reconocen que no
pueden atender bien las necesidades de sus hijos y que quizá lo mejor sea
que pasen una temporada con quienes puedan atenderlas mejor, hasta
aquellas otras —la inmensa mayoría— en las que la separación de los
niños de sus padres es forzada por una actuación impulsada desde el sis-
tema de protección o, en menor medida, desde los juzgados de familia.
En su investigación sobre acogimiento permanente, Schofield,
Beek, Sargent y Thoburn (2000) analizaron el impacto que la separa-
ción de sus hijos había tenido para la familia biológica. Sus datos
muestran que con independencia de cuáles fueran las razones y las cau-
sas por las que ocurrió la separación, su impacto emocional sobre algu-
no, varios o todos los miembros de la familia biológica (madre, padre,
hermanos, abuelos) parece inevitable. Los sentimientos de rabia, tris-
teza y desesperación fueron probablemente los más frecuentes. En al-
gunos casos, pero no en todos, se daban también sentimientos de cul-
pa. Como han mostrado otras investigaciones, estos sentimientos son
más intensos si los familiares del niño o la niña tienen la impresión de
que se ha ido para no volver nunca más y que no habrá forma de estar
en contacto o mantener relaciones (Horejesi, Craig y Pablo, 1992).
La salida de sus hijos del hogar supone para los padres una pérdida
afectiva importante, incluso en el caso de que las relaciones que con ellos
mantenían no fueran adecuadas. La importancia de las pérdidas afectivas
es tal que el propio fundador de la moderna teoría del apego se ocupó
también de ellas (Bowlby, 1973; en castellano, véase Bowlby, 1986), se-
ñalando que tanto niños como adultos que tienen que hacer frente a
separaciones afectivas pasan por una secuencia caracterizada en una
primera fase por el shock y la negación (intento de no reconocer que la
172 ACOGIMIENTO FAMILIAR

pérdida se ha producido, minimizando su ocurrencia y su impacto), en


una fase posterior por la protesta (que implica que la pérdida se reco-
noce, pero que no se trata como irreversible, de forma que se intentan
maniobras de recuperación), en una tercera fase por la desesperación
(reconocimiento de la pérdida y su irreversibilidad, con sentimientos
de duelo, rabia e indefensión) y en una fase final por el desapego (acep-
tación de la pérdida y reajuste a la nueva situación).
Naturalmente, en el acogimiento familiar no nos encontramos ante
pérdidas irreversibles, aunque, como se ha señalado hace un momento,
son muchos los padres que con la salida de sus hijos tienen la impresión
de que nunca más volverán. De hecho, las reacciones adultas de embo-
tamiento y negación no son infrecuentes, como ha analizado Fahl-
berg (1991), que ha indicado que eso es precisamente lo que hay detrás
de conductas que parecen como de falta de implicación o de interés, o
incluso tras conductas de uso abusivo de alcohol u otras drogas. Lógi-
camente, la existencia de visitas y contactos con los hijos puede cum-
plir un papel de primera importancia de cara a mitigar estos senti-
mientos y a situar a los padres ante la realidad de que su hijo no ha
desaparecido de sus vidas, que ellos siguen siendo importantes y que el
retorno es incluso posible si se dan ciertas circunstancias.
Los sentimientos que en los padres provoca la separación de sus hijos
tienen importancia no sólo en sí mismos, sino también por sus repercu-
siones sobre sus actitudes hacia el acogimiento y hacia los acogedores.
Como indican Schofield y otros (2000), cuando los padres no aceptan la
separación de sus hijos y su ida a otra familia es mucho menos probable
que vayan a ser capaces de mantener una buena relación de cooperación
con la familia acogedora o incluso con el propio hijo o hija en acogi-
miento. Por el contrario, en la medida en que entienden que la nueva
situación puede ser beneficiosa para sus hijos y que ellos siguen siendo
importantes en su vida, es mucho más probable que las relaciones entre
las dos familias sean agradables y más de cooperación que de enfrenta-
miento. Lógicamente, el trabajo de los profesionales en todos estos
aspectos es crucial, tanto para explicar las razones por las cuales se ha
adoptado esa medida de protección como para permitirles formarse ex-
pectativas realistas sobre el futuro de sus relaciones y contactos con sus
hijos. En la medida en que se entienda que el proceso de acogimiento
funciona mucho mejor cuando se trata de dos familias que cooperan en
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 173

beneficio de los niños que tienen en común, la experiencia de acogi-


miento será mejor y los contactos entre las familias serán más positivos.
El carácter positivo que para los padres biológicos tienen los contac-
tos con sus hijos acogidos una vez comenzado el acogimiento ha sido
puesto de manifiesto por las investigaciones en un territorio vecino
como es una modalidad de adopción existente en países anglosajones en
la que se mantienen contactos entre el niño y sus nuevos padres con la
madre biológica y/o con otros miembros de su familia de origen (la
llamada «adopción abierta»). La idea de que el niño o la niña mantenga
alguna forma de contacto con su familia de origen cuando ya ha sido
adoptado por otros padres suscita toda suerte de temores, pero lo cierto
es que la investigación ha mostrado que muchos de esos miedos en rea-
lidad no se cumplen, como lo indica, por ejemplo, el hecho de que el
proceso de duelo subsecuente a la separación parece resolverse mejor en
fórmulas que implican contacto que en otras en las que se rompen no
sólo las relaciones, sino también el conocimiento de dónde está el niño,
cómo está, si todavía se acuerda o no de sus padres biológicos, etc. (Gro-
tevant y McRoy, 1998). Y, como estas mismas investigaciones han mos-
trado, estos mayores beneficios para las familias biológicas no tienen la
contrapartida de mayores perjuicios para los niños y las niñas afectados,
cuya evolución en las fórmulas de adopción abierta es al menos tan satis-
factoria como la de quienes están en modalidades más confidenciales o
cerradas a la posibilidad de contactos con la familia biológica.
En cualquier caso, quizá la idea fundamental a retener es la de que
los padres de los niños en acogimiento pasan también por una fase de
adaptación a su nueva situación, que esta transición es potencialmente
dolorosa para ellos porque pone en marcha fuertes sentimientos de pér-
dida y rabia, sentimientos que no pueden ser ignorados, particular-
mente en los casos en los que sea importante trabajar con la familia
biológica de cara a la existencia de contactos o visitas, así como con
vistas a la posible reunificación familiar.

Los niños y las niñas en acogimiento

Aunque la salida de un niño o una niña de su hogar y su llegada a una


nueva familia supone importantes cambios no sólo para el niño o la
174 ACOGIMIENTO FAMILIAR

niña en cuestión, sino también, como acabamos de ver, para sus padres
y, como se verá luego, para sus acogedores, son los niños y las niñas
afectados quienes se enfrentan a esta situación con una mayor vulnera-
bilidad, por lo que merece la pena analizar con especial detenimiento
lo que para ellos es y supone el proceso de adaptación a su nueva situa-
ción. Analizaremos, en primer lugar, las pérdidas que inevitablemente
están asociadas a la salida de la propia familia para ser acogidos por
otra, así como las reacciones típicas ante tales pérdidas. Examinaremos
luego cómo los niños y las niñas tratan de entender y de dar sentido a
lo que les está ocurriendo, así como de situarse emocionalmente ante
ello. Finalmente, analizaremos las fases por las que pasa el proceso de
adaptación y las importantes diferencias entre unos niños y otros en la
forma de llevarlo a cabo.
Pero antes de entrar en el detalle de estas diversas cuestiones importa
señalar que el proceso de adaptación se inicia antes de la llegada a la
nueva casa o en el proceso de transición que a ella lleva. Así, por ejem-
plo, a los niños y a las niñas que van a irse con una familia de acogida
les facilita mucho la transición poder llevar consigo alguno de sus obje-
tos y juguetes preferidos, así como fotos de sus personas queridas
(Child Welfare League of America, 1995; Fahlberg, 1991). A este res-
pecto, una investigación mostró que la inmensa mayoría de los chicos
y las chicas de la muestra pensaban que poder llevarse algún objeto per-
sonal era muy útil de cara a facilitar su transición al hogar de los acoge-
dores y lo mismo ocurrió respecto a la posibilidad de llevar fotos de su
familia. Sin embargo, los datos de esa misma investigación mostraban
que menos de la mitad de los niños pudieron llevarse cosas consigo y
que menos de las dos terceras partes llevaron con ellos fotos de familia-
res (Kufeldt, Armstrong y Dorosch, 1989, citado por Martin, 2000).
Otra forma de facilitar enormemente la transición es, cuando resulte
posible, implicar en ella a los padres, lo que tiene la ventaja de indicar-
les que su colaboración es importante y bienvenida, así como la de
mostrar a los niños y a las niñas que sus padres son partícipes y aprue-
ban el proyecto de acogimiento en que se van a embarcar.
Como ya se ha indicado, cuando los niños tienen que salir de su fami-
lia y pasar a estar con otra, normalmente es porque en la familia biológica
las cosas estaban yendo mal o muy mal. Puesto que las familias a las que
van suelen haber sido valoradas como adecuadas, protectoras y compe-
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 175

tentes, la transición que los niños hacen es de un contexto familiar mar-


cado por los problemas y el riesgo a otro marcado por la estimulación y
la protección. El razonamiento que entonces se hace es que puesto que
los niños pasan de estar mal a estar bien, de vivir en tensiones a vivir en
paz, de verse rechazados o maltratados a verse queridos y protegidos, lo
lógico es pensar que antes los niños se encontraban muy mal y que ahora
se encuentran muy bien. Pero, como ya hemos visto, este razonamiento
es enormemente simplista, porque si bien es cierto que con el tránsito a
una nueva familia los niños están ganando mucho, también lo es que con
la salida de su propia familia es mucho lo que están perdiendo: padres,
hermanos, vecinos, amigos, colegio, compañeros, rutinas...
Una de las primeras tareas a lo largo del proceso de adaptación va a
consistir, precisamente, en hacer frente a las pérdidas inherentes a su nue-
va situación, particularmente en niños y niñas que ya habían tenido la
oportunidad de formar relaciones de apego con su familia, lo que ocurre
típicamente a partir de los seis meses. A este respecto, conviene recordar
lo ya analizado en el capítulo primero a propósito de la formación de los
vínculos de apego, donde se analizó cómo crecer en contextos familiares
disfuncionales e incluso maltratadores no significa que los niños no se
apeguen a sus cuidadores, sino que desarrollan con ellos tipos de apego
marcados por la inseguridad, la ambivalencia o la desorganización. Por
tanto, la separación no va a consistir en alejarse de alguien afectivamen-
te neutro o carente de importancia, sino de las figuras centrales de
apego, sea cual sea su calidad. De los niños y las niñas de la muestra de
Amorós y otros (2003), nueve de cada diez tenían claramente estableci-
dos vínculos de apego con las personas de las que se separaban, lo que
muestra que para la gran mayoría de quienes pasan a una situación de
acogimiento la de la separación afectiva será una de las primeras tareas a
que tendrán que enfrentarse. Como se muestra en esta misma investiga-
ción y en otras muchas (por ejemplo, Johnson, Yoken y Voss, 1995), la
mayoría de los niños y las niñas que pasan a acogimiento familiar echa
de menos a sus familias, aunque con una intensidad y frecuencia variable
en función de circunstancias tales como la edad en que se produce la
separación, la intensidad de las relaciones previas, el tipo de dificultades
por las que se ha tomado la decisión de la separación, etc.
Como se ha indicado anteriormente, las reacciones a la separación de
las figuras de apego analizadas por Bowlby son comunes a adultos y ni-
176 ACOGIMIENTO FAMILIAR

ños que se enfrentan a situaciones de pérdida afectiva, por lo que la se-


cuencia de shock y negación, protesta, desesperación y desapego se aplica
también a los procesos que en teoría pueden darse como consecuencia
de la separación. Como en el caso de los adultos, conviene recordar que
el acogimiento no debe suponer en la mayoría de los casos una pérdida
definitiva y que la forma en que se organicen los contactos y las relacio-
nes va a determinar en gran medida la manera en que se resuelve la tris-
teza por la separación. Por poner sólo dos ejemplos bastante evidentes, la
fase primera de shock y negación será en los niños más acusada cuando la
separación de produzca de manera brusca y tras alguna situación trau-
mática, y la fase de desapego no tiene por qué producirse si se mantienen
contactos que permitan la continuidad de las relaciones y la expresión de
sentimientos. Lógicamente, en los casos en que haya visitas y contactos
posteriores a la separación, la forma en que se manejen influirá decisiva-
mente en los sentimientos subsecuentes en los niños. Los análisis de
Fahlberg (1991) y Schofield y otros (2000) ilustran con detalle la se-
cuencia de acontecimientos y reacciones que siguen a la separación, así
como la diversidad de reacciones a lo largo del proceso.
Por lo demás, la separación que muchos niños y niñas sufren no es
sólo respecto a sus padres, sino a veces también en relación con sus
hermanos. Con independencia de cuáles fueran sus relaciones con
ellos, no debe olvidarse que, como señalan Heptinstall, Bhopal y Bran-
nen (2001), los hermanos tienen un significado simbólico como parte
esencial del concepto de familia, por lo que es poco sorprendente que,
como estos mismos autores muestran en su investigación, los senti-
mientos de pérdida de que estamos hablando impliquen también tris-
teza por la separación de los hermanos cuando ésta se ha producido.
Además de hacer frente a las pérdidas que la separación supone, los
niños y las niñas que pasan a acogimiento familiar tienen que tratar de
entender lo que está ocurriendo. Para los profesionales que están toman-
do las decisiones y para los acogedores, el significado de lo que está
pasando puede ser perfectamente claro, pero no es seguro que los pa-
dres y sus hijos tengan la misma claridad en su percepción y compren-
sión de la situación. Así, en una investigación sobre chicos y chicas de
entre 11 y 14 años que llevaban en acogimiento entre seis meses y dos
años, para al menos el 40% las circunstancias que habían dado lugar a
la separación familiar no estaban claras (Johnson y otros 1995). Si para
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 177

un buen número de estos chicos relativamente mayores existían dudas


al respecto, resulta fácil imaginar que el problema será todavía mayor
cuando se trata de niños y niñas más pequeños, cuya comprensión de
un fenómeno tan complejo como es la salida de su familia y su entrada
en otra sin duda alguna es más limitada. Los sentimientos de confu-
sión son, pues, frecuentes y forman parte del proceso de adaptación a
la nueva situación por los que tienen que pasar los niños y las niñas
acogidos. Como han señalado Heptinstall y otros (2001), la compren-
sión que éstos tienen de las razones y las circunstancias de su acogi-
miento va a ir cambiando con el tiempo, por lo que no estamos ha-
blando de algo que quede fijado de una vez para siempre cuando los
niños se incorporan a su familia de acogida o a lo largo del proceso de
adaptación inicial, sino de una realidad que va a estar sujeta a impor-
tantes cambios a lo largo del proceso, con el paso del tiempo y a medi-
da que las circunstancias se vayan modificando.
Por lo demás, es obvio que no se trata de un asunto meramente in-
telectual de comprender y encontrar sentido. Bien al contrario, el pro-
ceso de adaptación va a tener como uno de sus componentes hacer
frente a los sentimientos producidos por las nuevas circunstancias. Entre
esos sentimientos, los de ambivalencia y el conflicto de lealtades deben
ser mencionados entre los más frecuentes. Por una parte, niños y niñas
echan de menos a sus padres y sueñan con reunirse de nuevo con ellos.
Por otra, pueden sentirse tanto avergonzados respecto a unos padres
que les trataban de manera inadecuada y que con su conducta dieron
lugar a la separación como enojados por un abandono o maltrato que
les ha hecho sufrir mucho. Además, están ahora con unos acogedores
que se portan bien con ellos y que les ofrecen unas condiciones de vida
(materiales y no materiales) más satisfactorias. Están también sus pro-
pios sentimientos de culpa, que con tanta frecuencia agobian a quienes
han sido maltratados (como se mostró en el capítulo 1) y que pueden
ser particularmente intensos cuando la propia conducta ha formado
parte de los conflictos que precipitaron su salida del hogar. Es fácil,
pues, entender la complejidad de los sentimientos infantiles, que en
cierto modo se sienten traicionados por sus padres, pero que pueden
también sentir que son ellos quienes les han fallado, que se encuen-
tran ahora en otra familia que no es la suya, pero en la que se preocu-
pan por ellos.
178 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Además, en las fases iniciales del acogimiento los niños y las niñas
acogidos tienen que llevar a cabo una serie de inevitables ajustes conduc-
tuales a la nueva familia, con sus costumbres, rutinas y normas tan dife-
rentes de aquellas a las que estaban acostumbrados en su hogar familiar.
Martin (2000) se ha referido a la dificultad de este proceso indicando
que en esta primera etapa los niños acogidos viven físicamente en una
casa, pero psicológicamente, en otra, sintiéndose, como han señalado
Johnson y otros (1995) «queridos» por sus padres y «cuidados» por sus
acogedores. Es en este contexto en el que tiene que producirse la sociali-
zación en un nuevo hogar, el reajuste de su conducta y de sus interac-
ciones. El proceso que se pone en marcha puede ser sencillo o complejo
y merece ser analizado con un poco más de detalle.
Suele decirse que el proceso de adaptación a la nueva familia co-
mienza de forma suave y agradable, captando sobre todo las ventajas
de la nueva situación, probablemente tras el periodo de tormentas y de
tensiones que antecedieron a la salida del hogar. También para los aco-
gedores termina el largo proceso que les llevó, primero, a tomar la de-
cisión de acoger y, luego, de pasar por procesos de formación y valora-
ción. Con frecuencia se utiliza la expresión luna de miel para referirse
a esta transición en la que tal vez la percepción de las ganancias predo-
mine sobre la de las pérdidas. A ello puede contribuir que los niños
estén en la primera fase de las que se inician tras la pérdida de las figu-
ras de apego, aquella caracterizada por la negación de que ésta se haya
producido y la minimización de sus implicaciones. Particularmente
cuando se trata de niños pequeñitos, esta luna de miel puede prolon-
garse por ambas partes y dar después lugar a una adaptación mutua
menos idealizada y más basada ya en el conocimiento y en los ajustes
mutuos, pero fundamentalmente satisfactoria. Hay casos, sin embar-
go, en que la luna de miel es un periodo corto que se ve sucedido por
problemas y desajustes derivados en gran medida de la adaptación a las
nuevas demandas educativas (cuidar de las cosas, colaborar en las ta-
reas de la casa, ordenar, no utilizar un lenguaje ofensivo, obedecer, es-
forzarse...) y de algunas conductas que pueden ser especialmente pre-
ocupantes para los acogedores (desobediencia sistemática, conducta
sexualizada...). Un cierto distanciamiento afectivo puede ser casi inevi-
table en algunos casos, particularmente cuando los niños presentan
muchas dificultades y los acogedores no estaban preparados para estas
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 179

complicaciones y las viven como una señal de que el niño es muy pro-
blemático o de que hay incompatibilidades entre ellos. Las cosas pue-
den complicarse si en la conducta de los niños aparecen retos, desafíos y
muestras de rechazo, que los acogedores pueden interpretar de nuevo
como una amenaza al proyecto de acogimiento, como la expresión de
un cierto rechazo hacia ellos y como la manifestación de graves proble-
mas de difícil solución en el niño o la niña. Algunas de estas conductas
tienen que ver con desobediencia sistemática, robos, mentiras, rabie-
tas... Quinton, Rushton, Dance y Mayes (1998) han analizado estos
problemas y su evolución a lo largo del primer año de convivencia con los
acogedores, mostrando un cuadro «complicado y fluctuante» (p. 107), por
usar la expresión de los autores: algunos problemas se resuelven o dismi-
nuyen, pero pueden aparecer otros nuevos, aunque no todos los que
aparezcan deben ser interpretados negativamente (por ejemplo, el hecho
de que el niño sea ahora menos tímido y exprese más abiertamente sus
puntos de vista, a veces con conductas de oposición).
Resulta interesante indicar que las conductas de reto y desafío se
interpretan con mucha frecuencia como manifestaciones de rechazo e
insatisfacción de los niños y las niñas hacia los acogedores, cuando a
veces tienen un significado bien diferente: se trata en gran medida de
una manifestación de sus tensiones internas, pero también de explorar
los límites y de poner a prueba el compromiso afectivo de los acogedo-
res. Algunos niños pueden llevar tan lejos esta exploración que pueden
poner el acogimiento al borde de la ruptura, por lo que la preparación
previa y el apoyo profesional posterior a los acogedores se convierten
en una necesidad de cara a proteger el proceso en sus fases más compli-
cadas.
Por otra parte, no puede olvidarse que a estas alturas del proceso de
acogimiento los niños pueden haber pasado de la fase de shock y nega-
ción a la de protesta, y que algunas de sus conductas desafiantes y de
rechazo pueden ser precisamente una forma de expresar su rabia y des-
esperación. Están al mismo tiempo reclamando comprensión y no
aceptándola cuando se les da, con un rechazo casi ritualista de la ayuda
que se les ofrece (Levine, 1990). Si ante esta situación los acogedores
no están preparados para entender la complejidad de la situación y
para hacerle frente de manera adecuada, el propio proceso de acogi-
miento puede entrar en situación de riesgo.
180 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Por fortuna, en muchos casos las dificultades de que estamos hablan-


do tienen un carácter transitorio y forman parte del proceso normal de
adaptación, que, como se ve, está muy lejos de ser un mero acoplamien-
to entre partes anteriormente disjuntas. Tras la fase de protesta, los niños
y las niñas por ella afectados es probable que acaben reconociendo la si-
tuación tal como es, que la elaboren con mayor realismo, incluyendo
tanto el hecho de que ellos no pueden estar con sus padres como, even-
tualmente, la posibilidad de retorno con ellos, así como las ventajas y los
aspectos positivos de su nueva situación. Y si bien es cierto que a la pro-
testa le sigue la desesperación, que trae consigo sentimientos de tristeza
y desmotivación, también lo es que superadas las fases tal vez más com-
plicadas del proceso de adaptación, el acogimiento puede ahora entrar
en una fase más constructiva y de mejor entendimiento mutuo.
Los datos de la investigación longitudinal de Amorós y otros (2003)
muestran los cambios operados en los primeros meses del acogimien-
to. Los progresos en ámbitos tan diversos como los hábitos de ali-
mentación, limpieza e higiene, capacidad de autonomía, disposición
a recibir ayuda, la expresión y aceptación de expresión de emociones,
la autoconfianza, la integración en el grupo de iguales... son ya aprecia-
bles después de unos cuantos meses de convivencia en la familia aco-
gedora. Por poner sólo un ejemplo, la figura 4.1 muestra la valoración
que los técnicos que seguían el proceso hicieron del desarrollo emocio-
nal de los niños y las niñas acogidos al comienzo de su acogimiento y
entre seis y nueve meses después.

0 10 20 30 40 50 60
Graves problemas
Bastantes problemas
Algún problema
Normal
Muy satisfactorio

Inicial 6-9 meses después

Figura 4.1 Desarrollo emocional inicial y tras 6-9 meses


EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 181

Como puede apreciarse, los problemas más graves parecen haber


desaparecido y, en el otro extremo, aparecen niños y niñas que mere-
cen una valoración muy satisfactoria. En conjunto, la situación emo-
cional de este grupo de niños y niñas ha experimentado un cambio
positivo incuestionable, con un significativo aumento de quienes han
normalizado su situación y una clara disminución de los problemas.
No obstante, aunque ésta sea la tónica general, conviene no olvidar la
existencia de muy importantes diferencias interindividuales en todos los
procesos de que nos venimos ocupando. Hay niños y niñas que tienen
una adaptación muy rápida, mientras que otros la tienen mucho más
lenta; hay algunos que apenas plantean problemas, mientras que otros
resultan muy complicados de manejar; los hay que manifiestan sus ten-
siones sobre todo hacia fuera, en forma de conducta molesta o agresiva,
mientras que otros las interiorizan, presentando tendencias depresivas y
conductas ansiosas. Factores tales como la edad, las experiencias previas
a la separación, la preparación para el acogimiento, el estilo de persona-
lidad, el tipo y la duración del acogimiento, el tipo de apoyo que en-
cuentran en sus acogedores y la ayuda profesional que puedan recibir
están entre los que determinan cómo será y cuánto llevará el proceso de
adaptación a la nueva situación.
La variedad de estilos de adaptación al acogimiento se puede ilus-
trar con la clasificación que Schofield y otros (2000) hace de los niños
y las niñas de su muestra. Se trata de chicos y chicas de entre 4 y 12
años en situación de acogimiento permanente. La clasificación que de
ellos hacen los autores permite distinguir cuatro patrones diferentes
dentro de su muestra:

• Niños y niñas que son «libros abiertos»: se trata de chicos y chicas


que expresan clara y abiertamente sus sentimientos; que son a la
vez dicharacheros y sentimentales, pero también irritables y exi-
gentes; niños que reclaman mucho afecto y que están deseosos de
agradar y complacer, pero que al mismo tiempo son inquietos,
impulsivos, hiperactivos; desarrollan conductas de riesgo (saltar
desde muy alto, por ejemplo, o aceptar irse con cualquiera), y tie-
nen fantasías relacionadas con situaciones de miedo y angustia.
• Niños y niñas que son «libros cerrados»: se trata de chicos y chi-
cas muy reservados, obedientes, auto-suficientes y algo despega-
182 ACOGIMIENTO FAMILIAR

dos, con dificultades para expresar sus sentimientos a otras per-


sonas, con tendencia a cerrarse en sus propios pensamientos y
fantasías.
• Niños y niñas «en el límite»: recelosos y desconfiados, estos chi-
cos y chicas son miedosos (miedo de la gente, miedo a ser recha-
zados), indefensos y tristes; para expresar sus emociones pueden
usar la agresividad o la violencia, a veces contra sí mismos o con-
tra animales, con conductas infantiles (mojar e incluso ensuciar
la cama, por ejemplo) y con pobres procesos mentales, que afec-
tan incluso al sentimiento de identidad.
• Niños y niñas «reforzantes». Chicos y chicas de conducta normal,
agradables, cariñosos, simpáticos, con buena adaptación escolar y
buenas relaciones con amigos y compañeros. Se trata en este caso
de niños y niñas que no plantean problemas especiales y con los
que las relaciones son fundamentalmente satisfactorias.

El interés de esta clasificación no radica en su generalizabilidad a


otras muestras, pues lo más probable es que con chicos y chicas dife-
rentes, que hubieran tenido experiencias previas distintas, los resulta-
dos fueran en parte semejantes y en parte diferentes. Su interés está en
que ilustra claramente la gran diversidad de caracteres, de formas de
reaccionar, de actitudes ante los demás y ante los problemas. Y es tam-
bién de interés la frecuente y en cierto modo inevitable presencia de
problemas a lo largo del proceso de adaptación, problemas que los
autores de la investigación citada relacionan sobre todo con diferentes
historias de maltrato y diferentes estilos de apego (Schofield y otros,
2000). En cualquier caso, la idea clave a retener es la de una gran di-
versidad de unos casos a otros, así como que la presencia de problemas
y dificultades en el proceso de adaptación es bastante frecuente.

La familia acogedora

También en el caso de la familia acogedora el proceso de adaptación a


quienes van a ser acogidos y a la nueva situación familiar comienza
antes de su incorporación efectiva. Los dos aspectos previos cruciales
que pueden jugar un papel importante sobre el proceso de adaptación
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 183

son, por una parte, la información que los acogedores reciben sobre el
niño o la niña que todavía no ha llegado y, por otra, la forma en que se
produce la transición de la situación previa a la familia acogedora.
Por lo que se refiere a la información previa, el conocimiento detalla-
do de las características del niño o la niña (su edad, sus antecedentes,
su personalidad, sus capacidades y limitaciones, sus problemas...) y de su
familia biológica (el motivo del acogimiento, las perspectivas de retor-
no, las características de los padres, sus problemas y posibilidades...)
permitirá a los acogedores hacerse una idea lo más precisa posible de
las situaciones a las que van a tener que enfrentarse, de los tipos de sa-
tisfacciones y de tensiones con que se van a encontrar, del tipo de rela-
ciones que va a ser posible establecer con el niño y sus padres, formán-
dose así unas expectativas que es preferible que la realidad no defraude
posteriormente de forma significativa. De hecho, partir de una in-
formación muy insuficiente o muy inadecuada se ha asociado por los
investigadores con mayor riesgo de dificultades en el acogimiento e,
incluso, con el mayor riesgo de ruptura (Berridge y Cleaver, 1987). Es
importante subrayar que la necesidad de información completa y ade-
cuada se da en todo tipo de acogimiento, no quedando excluidos los
de familia extensa de ese requerimiento, pues el hecho de que el niño
forme parte de la familia no garantiza que los acogedores dispongan de
toda la información que les puede resultar relevante de cara a pasar a
convivir directamente con él, y algo parecido puede decirse respecto a sus
padres, cuyas circunstancias y perspectivas no tienen por qué ser com-
pletamente conocidas por los acogedores.
Por lo que se refiere a la forma en que se lleva a cabo la transición de
un hogar a otro, lo más habitual es que se haga en condiciones que no
son las más recomendables. Así, suele considerarse una buena idea que
los padres ayuden al niño o a la niña a preparar su equipaje (poniendo
en él algunas de las cosas que al niño o a la niña más le gustan y más
asocia con su bienestar o relajación), así como que los padres acompa-
ñen a los niños en sus visitas a la familia acogedora anteriores al acogi-
miento. Los mensajes que de esta forma se transmiten al niño son
claros: su familia no es algo que se vaya a esperar que olvide, las cosas
que le gustan y que le recuerdan a su casa y a sus padres son valoradas,
los padres están implicados en el proceso de acogimiento y no es algo
que les sea extraño o en lo que ellos no hayan tenido nada que ver, la
184 ACOGIMIENTO FAMILIAR

familia biológica y la acogedora no son completamente extrañas la una


a la otra... Sin embargo, a pesar de que la teoría del acogimiento fami-
liar recomienda claramente esta práctica en la que los padres acompa-
ñan a sus hijos en los primeros contactos con los acogedores (Triselio-
tis, Sellick y Short, 1995), la realidad es que son muy pocos los casos
en que se actúa de esta manera (3% en la investigación de Palmer, 1995,
por ejemplo).
Una vez que el acogimiento ha comenzado, otro aspecto en que la
teoría y la práctica frecuentemente se distancian tiene que ver con las
relaciones entre la familia biológica y la acogedora. Mientras que lo ideal es
que se trate de relaciones de complementariedad y cooperación, la reali-
dad apunta con frecuencia hacia la rivalidad, la incomprensión y las ten-
siones. Los padres biológicos pueden ver a los acogedores como rivales
que pueden acabar monopolizando el afecto de sus hijos; los acogedo-
res pueden experimentar toda suerte de sentimientos negativos hacia
unos padres a los que consideran responsables de los problemas y dificul-
tades por los que atraviesan sus hijos. Las visitas serán muy frecuente-
mente el catalizador de todas estas tensiones, pues los acogedores podrán
pensar que no es lo mejor para el niño volver a tener contacto con quie-
nes le han ocasionado daños y sufrimientos, argumentando, por ejem-
plo, que los avances conseguidos entre visitas se pierden cuando el niño
está con sus padres, etc. Por su parte, los padres del niño pueden vivir las
visitas como el punto culminante de sus recelos respecto a los acogedo-
res, como una comprobación de que su hijo está cambiando o está sien-
do manipulado en sus afectos, etc.
En todas las cuestiones hasta ahora mencionadas (la información
previa al acogimiento, la transición de una familia a otra y las relacio-
nes entre las familias), el papel de los profesionales que intervienen es
crucial. Es a ellos a quienes corresponderá facilitar al máximo las cosas,
removiendo factores de tensión y de riesgo, y tratando de incorporar
en las relaciones y en su vivencia elementos positivos y facilitadores sin
los que es difícil que el acogimiento funcione y prospere adecuada-
mente.
Cuando se ha producido la incorporación del niño o la niña acogi-
do, los temas relacionados con la vinculación afectiva se convierten en
muy importantes para los acogedores. Como se indicó más arriba, es
frecuente que la primera reacción por parte de los niños tras su separa-
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 185

ción de los padres biológicos sea la de negación, actuando a veces de


forma muy idealizada en relación con sus padres y sus circunstancias
familiares, lo que puede conducir a un bloqueo para aceptar el cariño
y los cuidados que se le ofrecen por parte de sus acogedores, que están
deseando ver en el niño o la niña muestras de apego hacia ellos y una
respuesta adecuada a los esfuerzos que están haciendo (Butler y Chadler,
1998). La distinta vivencia que de la situación tiene cada uno de los
implicados está aquí en el centro del problema, que para el niño ad-
quiere frecuentemente la forma de un conflicto de lealtades (cuanto
más se aproxima a la familia acogedora, más infiel se siente a sus pa-
dres, como ha indicado McFadden, 1996) y para los acogedores se
convierte en una situación incomprensible en la que un niño que ha
sido gravemente maltratado parece mostrarse emocionalmente aferra-
do a sus maltratadores, al mismo tiempo que parece poco sensible a
todo el cariño y todas las atenciones que se le están dando.
Como ya se indicó más arriba a propósito del proceso de adaptación
de los niños y las niñas en acogimiento, el proceso de integración y
adaptación a la familia de acogida puede complicarse notablemente
cuando aparecen problemas de conducta en los acogidos, particular-
mente cuando se trata de problemas «hacia fuera» tales como la agresi-
vidad, la impulsividad, conductas de llamar la atención, quitar a otros
las cosas que les pertenecen, etc. Hay niños que expresan estos proble-
mas de manera tan frecuente y aguda que pueden llegar a ser muy des-
estabilizadores de las relaciones familiares y de la vinculación con ellos
por parte de sus acogedores. El significado de las conductas puede ser
muy diferente para el niño (que trata, por ejemplo, de probar los lími-
tes o de obtener confirmación del compromiso afectivo) y para sus
acogedores (que lo interpretan en parte como su fracaso para controlar
al niño y conseguir una vida cotidiana tranquila y agradable), lo que
aumentará la incomprensión mutua y el distanciamiento. De hecho,
los problemas de conducta aparecen muy frecuentemente en los análi-
sis de los acogimientos que llegan a ponerse en serio riesgo o, incluso,
a interrumpirse (ver, por ejemplo, Triseliotis, Borland y Hill, 1998).
Las tensiones que pueden surgir en el proceso de adaptación y a lo
largo del acogimiento pueden afectar seriamente a la dinámica familiar
en la familia acogedora. Como ha señalado McFadden (1996), estos
problemas son en parte un asunto de «fronteras». No ya sólo las fron-
186 ACOGIMIENTO FAMILIAR

teras entre la familia biológica y la acogedora a que se ha hecho refe-


rencia anteriormente, sino también las internas a la propia familia
acogedora, que al mismo tiempo tiene que estar abierta y permanecer
cohesionada en su interior, manteniendo la unidad familiar de la pare-
ja y, si existen, sus hijos, y a la vez dando entrada a elementos hasta
entonces ajenos a ella. Se trata de preservar espacios y momentos de
privacidad y de cohesión de la familia, y de atención a las necesidades
específicas de cada uno de sus miembros y del sistema en su conjunto,
al mismo tiempo que se lleva a cabo la inclusión de quienes en ella se
integran por la vía del acogimiento. Una tensión que indudablemente
no siempre es fácil de resolver.
Los problemas planteados a los hijos de los acogedores deben traerse
aquí a colación, pues ellos también forman parte del acogimiento, fre-
cuentemente con una comprensión de la situación notablemente más
limitada que la que sus padres tienen. Y, por otra parte, con un papel no
siempre fácil, pues se van a ver simultáneamente en el rol de compañe-
ros de los acogidos y en el de sus acogedores y cuidadores (Martin,
1993). Van a tener que compartir, posponer a veces la satisfacción de
sus necesidades, perder parte de su privacidad y sus privilegios, hacer
frente a las tensiones y problemas en el interior de la familia... Las esca-
sas investigaciones llevadas a cabo sobre los «niños y las niñas acogedo-
res» parecen concluir que su papel y su tarea no es fácil y que tienen la
percepción de que su familia ya no es la misma, pero, al mismo tiempo,
parece que la mayor parte encuentra agradable ser parte de una familia
acogedora y son bastantes los que afirman haber adquirido una mayor
madurez gracias a la experiencia de acogimiento en su familia (Part,
1993). Algunos autores llevan su preocupación por las posibles conse-
cuencias negativas que el acogimiento puede tener en los hijos de los
acogedores a sugerir que éstos están tan necesitados de formación y pre-
paración como sus padres, habiendo incluso desarrollado materiales
específicos para esta tarea (Martin, 1993).
Volviendo a la temática de la dinámica familiar alrededor del acogi-
miento, vale la pena destacar que los cambios que se están analizando no
se limitan a una fase inicial de integración de nuevos niños en la familia.
De hecho, como ha indicado McFadden (1996), el ciclo típico del acogi-
miento implica tanto las crisis vinculadas a la incorporación de nuevos
miembros a la familia como las que se originan con motivo de su salida
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 187

una vez finalizado el acogimiento. Crisis de «incorporación» y de «des-


membramiento», como las califica esta autora. Y crisis de «desmoraliza-
ción» cuando la salida no es debida a que se hayan cumplido los objeti-
vos del programa, sino a que las cosas no han ido bien y la convivencia
de acogida ha tenido que ser interrumpida. Por fortuna, entre las casi
inevitables crisis a la llegada y a la salida, los acogedores disfrutan de la
experiencia de acogimiento y la valoran en general de manera claramen-
te satisfactoria (véase, por ejemplo, Triseliotis y otros, 2000).
Finalmente, el último aspecto a mencionar del proceso de adapta-
ción tal como lo vive la familia acogedora remite al otro vértice del
acogimiento: el de los encargados de la intervención profesional. Es evi-
dente que sobre ellos recae toda una serie de responsabilidades de la
más crítica importancia: la captación de familias, su formación, su va-
loración, su preparación para la llegada de un niño o una niña concre-
to; el apoyo continuado, pero muy particularmente en las situaciones
de crisis a que acabamos de referirnos o en otras que puedan surgir. En
su análisis de los servicios de apoyo al acogimiento familiar, Rushton,
Quinton y Treseder (1993) han insistido en la necesidad de que el apo-
yo no sea meramente reactivo con ocasión de problemas o crisis, sino
más bien continuado y, en todo caso, de fácil acceso. Y, por otra parte,
han mostrado que lo que los acogedores necesitan con mucha frecuen-
cia no es tanto que se les prescriba qué es lo que tienen que hacer cuan-
to que se les ayude a pensar en el problema de que se trate y a buscar
juntos las mejores soluciones y alternativas. Pero los temas relaciona-
dos con el apoyo al acogimiento constituyen el argumento a desarro-
llar en el apartado que sigue.

Seguimiento y apoyo

Al igual que al hablar de los requisitos previos para un buen acogi-


miento la referencia a procesos de formación es tan obligada como
inevitable, resulta difícil encontrar un trabajo sobre el acogimiento fa-
miliar, su desarrollo y sus problemas que no termine concluyendo que
el seguimiento y el apoyo una vez comenzado el acogimiento son cru-
ciales. Se trata de un auténtico lugar común que al mismo tiempo re-
fleja una verdad bien asentada y una necesidad mal cubierta. De la
188 ACOGIMIENTO FAMILIAR

importancia de los apoyos y actuaciones profesionales antes de que el


acogimiento comience ha quedado ya amplio testimonio en los tres
primeros apartados de este capítulo, ocupándonos ahora de los apoyos
profesionales una vez que el acogimiento está en marcha. En la expo-
sición que sigue nos inspiraremos ampliamente en el análisis de Trise-
liotisy otros (2000), aunque no nos limitaremos a él. La idea básica
que pretendemos desarrollar es que el apoyo al acogimiento es un pro-
ceso con diversos componentes y que se debe manifestar en distintas
circunstancias y a través de variados procedimientos. Así, el apoyo al
proceso de acogimiento está en realidad constituido por una variedad
de actuaciones profesionales que tienden a crear las condiciones ade-
cuadas para el buen funcionamiento del proceso, particularmente en
aquellos momentos o situaciones en que aparezcan las casi inevitables
dificultades.
El primero de los componentes del apoyo identificados por Triselio-
tis y otros (2000) es el de visitas frecuentes por parte de los profesionales
que apoyan el acogimiento. Nada más opuesto a esta idea que la prác-
tica profesional que consiste en desaparecer una vez que el emplaza-
miento del niño o la niña en su familia acogedora queda resuelto.
Como hemos tenido ocasión de mostrar en los análisis anteriores, el
proceso de adaptación mutua del niño o la niña a su familia y de ésta
a aquéllos es complejo y lleno de posibilidades de tensión y dificul-
tad. Y si la formación previa al acogimiento había preparado a los aco-
gedores en cuanto a actitudes, conocimientos y pautas de conducta
generales, una vez que el acogimiento comienza es cuando hay que
concretar todo eso en relación con un niño o una niña determinado,
con sus necesidades, su historia pasada, sus problemas y sus posibilida-
des. Incluso si los acogedores tienen recursos suficientes para hacer
frente a todo esto, las visitas de los profesionales son necesarias, aun-
que sólo fuera para reafirmarles en sus buenas prácticas familiares. Ob-
viamente, cuando los acogedores se sienten agobiados o sobrepasa-
dos por los problemas, la importancia de las visitas es todavía mucho
mayor. Y esto, evidentemente, con independencia de que se trate de
acogimientos en familia extensa o ajena, pues el hecho de ser abuela no
deja a la acogedora automáticamente equipada con la comprensión de
la situación problemática o con las habilidades educativas que en un
momento determinado pueden serle necesarias.
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 189

Como se ha indicado unas líneas antes, el buen apoyo profesional al


acogimiento familiar no es esporádico y reactivo (es decir, en respuesta
a las llamadas o peticiones de los acogedores o de los acogidos), sino
que tiene un carácter más estable y continuado, con un ritmo y perio-
dicidad que —ese sí— puede perfectamente ajustarse a las necesidades
concretas de cada caso, pues es evidente que las necesidades de apoyo
de una familia que está acogiendo a un bebé de dos meses sin especia-
les problemas tienen poco que ver con la de quienes se han hecho car-
go del acogimiento de dos hermanos que plantean múltiples proble-
mas entre sí y por separado, poniendo a la familia en situación de
estrés y tensión continuada.
Parece evidente que lo más deseable es que haya continuidad en los
profesionales con los que las familias se relacionan, pues si la persona o las
personas de referencia cambian continuamente y la familia sabe mucho
más del niño o la niña que los profesionales que aparecen, es menos pro-
bable que la visita profesional sea vivida como útil y enriquecedora para
la familia y/o para el niño o la niña acogidos. En este sentido, uno de los
males endémicos al sistema de protección, cual es la indeseable rotación
de profesionales que aparecen y desaparecen, constituye una amenaza a
un apoyo de calidad que responda satisfactoriamente a las necesidades
de todos los implicados (incluidos los profesionales, lógicamente).
Además de las visitas por parte de los profesionales a la familia de
acogida, la disponibilidad de los profesionales es otro importante ele-
mento de apoyo. En este caso, se trata de ser reactivos a las necesidades
de las familias, estar disponibles para una conversación telefónica o
para una visita no programada. Para las familias se trata de momentos
de especial tensión o desesperación en los que poder contrastar opinio-
nes y alternativas con el profesional o los profesionales de referencia.
La rapidez y la inmediatez de la atención suelen ser aquí factores clave,
particularmente en el caso de los acogimientos más complicados y con
mayor riesgo de problemas graves. Particularmente en estos casos, las
familias agradecen enormemente poder disponer de un número de te-
léfono que esté disponible 24 horas, pues no hay nada más opuesto a
la disponibilidad que algunas familias necesitan que los horarios de 8
a 3, los fines de semana que empiezan al final de la mañana del viernes
(cuando son precisamente esos los días en que frecuentemente hay un
mayor contacto continuado de todos los miembros de la familia y ma-
190 ACOGIMIENTO FAMILIAR

yor probabilidad de que surjan problemas), las ausencias del despacho


para asistir a reuniones, los permisos para asistir a cursos de forma-
ción... Como indican Triseliotis y otros (2000), las familias se desespe-
ran si dejan mensajes a los que nadie responde, si el profesional por el
que se pregunta está habitualmente no disponible... En estas circuns-
tancias, existe el riesgo de que las familias se convenzan de que es inútil
llamar para pedir ayuda.
Una vez que se produce el contacto entre los acogedores y los pro-
fesionales, sea en el curso de visitas periódicas, sea en el de contactos
de emergencia, la actitud de los profesionales resulta crucial. Si el apoyo
al acogimiento tiene aspectos tangibles (frecuencia de las visitas o com-
pensación económica, por ejemplo), existen en el apoyo componentes
intangibles (Triseliotis y otros, 2000) de los que uno de los más impor-
tantes tiene que ver precisamente con la forma en que los profesionales
se relacionan con los acogedores o los acogidos. Algunas de las cosas
que más valoran las familias tienen que ver con sentirse atendidas, es-
cuchadas, entendidas y valoradas. Lo que reclaman no es una relación
burocrática o distante. Tampoco necesariamente esperan que se les den
soluciones ya hechas, ni que se les diga lo que hay que hacer sin haber
explorado antes juntos diversas alternativas. Por supuesto, frases he-
chas del tipo «lo estáis haciendo bien» o «hay que dejar pasar un poco
de tiempo» pueden ser útiles en ocasiones, pero la mayor parte de las
veces se espera algo más de los profesionales a los que se recurre para
pedir apoyo.
El tipo de relación con los profesionales de que estamos hablando
tiene, pues, mucho que ver con el trabajo en equipo entre profesionales
y acogedores. Un trabajo en equipo en el que cada uno juega un rol
distinto y tiene capacidades y competencias diferentes, pero en el que
el tono predominante no sea el de profesionales que prescriben y aco-
gedores que se limitan a seguir instrucciones. En la medida en que los
acogedores tienen alguna implicación en la planificación y la toma de
decisiones que les afectan, en la medida en que su voz se oye cuando
hay que orientar el caso en una u otra dirección, en la medida en que
se pide su opinión, en la medida en que se les usa como fuente de in-
formación fiable en relación con el niño o la niña, en esa medida los
acogedores sienten que están trabajando en equipo y no que son un
mero instrumento de que el sistema de protección se sirve para derivar
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 191

problemas y tensiones. Por otro lado, el hecho de participar como aco-


gedores con experiencia en programas de formación de nuevos acoge-
dores añade una dimensión de satisfacción de incuestionable valor, si-
tuando a los acogedores en una posición lo más alejada posible de
simples terminales de un sistema con el que ellos tienen poco que ver
y en el que se les dan escasas oportunidades de ser oídos, tomados en
consideración y valorados.
Una forma de reforzar la labor que hacen los acogedores es a través
de los grupos de autoayuda. A lo largo del proceso de valoración/
formación, los acogedores tuvieron ocasión de experimentar lo que
representa compartir con otras personas sus conocimientos, sentimien-
tos y experiencias; la continuación de esta experiencia por medio de gru-
pos de autoayuda es muy valorada por las familias. A través de ellos se
puede facilitar la comunicación entre iguales, se comparten satisfaccio-
nes y dificultades, se facilita el aprendizaje de la resolución de proble-
mas y se genera un apoyo mutuo. Las relaciones que se establecen faci-
litan el intercambio de ideas que ayudan a la solución de los problemas
y reducen el aislamiento, proporcionando seguridad en las actuaciones
y capacidad para hacer frente a sentimientos de cansancio, frustración
o enfado. De hecho, se ha observado que las relaciones que se inician
dentro del grupo se expanden fuera de él, creándose un sentimiento de
pertenencia e identidad con el grupo y el programa, lo que posibilita
que las familias acogedoras se ayuden en momentos de crisis.
Un componente del apoyo que se analizó con detalle en el capítulo 3
debe ser al menos mencionado aquí para que no quede ausente de esta
relación de elementos constitutivos del apoyo: la remuneración o compen-
sación económica por el acogimiento. Como se indicó en el capítulo 3, los
acogedores no se acercan al acogimiento buscando dinero, sino con su
mayor ilusión puesta en las gratificaciones intangibles (Butler y Charles,
1998) en forma de sentimiento de ser útiles, de ayudar a un niño o una
niña y a su familia, de sentirse partícipes en un proyecto a la vez personal
y social, de dedicar su tiempo, su energía y sus afectos a una buena causa.
Pero la investigación ha documentado reiterada y suficientemente que la
remuneración por el acogimiento (o, en todo caso, la compensación por
los gastos que ocasione) forman parte del cuadro de apoyos que son a la
vez lógicos y positivos. Lo que llega con el dinero no es sólo la retribu-
ción o la compensación que se hubiera acordado previamente, sino tam-
192 ACOGIMIENTO FAMILIAR

bién el reconocimiento por el trabajo y la función que se están desarro-


llando. Por lo demás, la idea de una remuneración o compensación
económica es del todo coherente con la exigencia de formación y con los
procesos de valoración a que se somete a los acogedores, habiendo no
poca incoherencia en pretender que sean paraprofesionales en cuanto a
lo que se les exige, pero voluntarios en cuanto a lo que de ellos se espera.
En cualquier caso, la investigación ha documentado abundantemente
no sólo que las cuestiones económicas forman parte del cuadro que faci-
lita o dificulta el buen desarrollo de los acogimientos (Berridge, 1997),
sino que los esfuerzos adicionales que se hagan en el aspecto económico
y en el resto de los tipos de apoyo que venimos considerando se traduci-
rán en una mayor satisfacción por parte de los acogedores, en una mayor
probabilidad de que continúen acogiendo y en un mejor funcionamien-
to de los acogimientos que llevan a cabo (véase, por ejemplo, Chamber-
lain y otros, 1992).
También debe mencionarse aquí otro elemento del apoyo que habi-
tualmente se considera sólo en la preparación para el acogimiento,
pero que tiene también pleno sentido una vez que se ha iniciado: la
formación. En efecto, aunque lo más habitual sea vincular los términos
formación y preparación, la necesidad de entender qué es lo que está
ocurriendo y cómo se le puede hacer frente de la mejor manera posible
sigue estando presente —y ahora de manera mucho más concreta y
acuciante— una vez que el acogimiento ha comenzado, por lo que
tiene pleno sentido la existencia de programas de formación que adop-
ten más la forma de programas de acompañamiento que de prepa-
ración. Estos programas son un magnífico contexto para analizar las
diversas situaciones que a los acogedores se les van planteando, para
explorar las alternativas educativas que pueden ser más adecuadas y,
además, para crear lazos de comprensión, simpatía y conexión con
otros acogedores que están haciendo frente a situaciones muy pareci-
das. En el momento de escribir estas líneas estamos ultimando la pre-
paración de un programa de esta naturaleza para apoyar a acogedores
en familia extensa que hacen frente a diversas tensiones relacionadas
con la educación de sus acogidos adolescentes. Y, en la misma direc-
ción, preparamos otra intervención formativa dirigida a los propios
adolescentes que están acogidos por esas familias. La intención es sacar
al acogimiento en familia extensa de la mayor desatención que suele
EL PROCESO DE ACOGIMIENTO 193

caracterizarlo en contraposición con otras formas de acogimiento y dar


a los implicados todo el reconocimiento y todo el apoyo que necesitan
y que sin duda merecen.
Un servicio de apoyo incluido en la práctica de acogimiento fami-
liar en algunos países, pero todavía poco extendido entre nosotros,
tiene que ver con la posibilidad de descanso o «respiro» en situaciones en
las que los acogedores se sienten particularmente cansados, sobrecarga-
dos o, incluso, «quemados» con un acogimiento concreto. Como seña-
lan Triseliotis y otros (2000), es irónico que los padres biológicos pue-
dan tener el «respiro» de tener a sus hijos en acogimiento familiar y que
los acogedores no puedan disponer de la oportunidad de un fin de se-
mana o unas vacaciones en que puedan realmente descansar, tener
tiempo solos como familia nuclear y recuperar fuerzas para continuar
con un acogimiento particularmente problemático. Incluso en países
donde la tradición de los servicios de descanso o respiro existe como
posibilidad, su utilización real es muy escasa. Y aunque sean muchos
los acogimientos en los que tales servicios no son necesarios, puede
que haya ocasiones en que sea la única manera de preservar a los aco-
gedores no sólo para el acogimiento que en ese momento estén llevan-
do, sino para otros que en el futuro se les puedan plantear.
Finalmente, si todos los servicios y apoyos que hasta ahora hemos
estado comentando tienen o deben tener un carácter continuado a lo
largo del proceso de acogimiento, se debe también hacer mención a la
existencia de momentos críticos en los que la necesidad de apoyo pue-
de hacerse particularmente sentida y puede ser especialmente valo-
rada por los acogedores. Momentos tales como la llegada y el proceso
de adaptación, o como situaciones de crisis que pueden surgir, o
como la salida del hogar acogedor de los niños o las niñas acogidos
son algunos de los que se pueden claramente identificar como más
sensibles de cara a la necesidad de apoyo y ayuda.
Para terminar, existe una obviedad que no queremos dejar de men-
cionar. Nos hemos referido en este apartado a las necesidades y a las
vías de apoyo al acogimiento familiar, entendiendo por tal el dirigido
a la familia acogedora, incluidos, naturalmente, los niños o las niñas
que estén con ella en acogimiento. Lógicamente, en el caso de acogi-
mientos familiares con previsión de retorno se debe estar simultánea-
mente haciendo todo un trabajo de apoyo, de ayuda y, en su caso, un
194 ACOGIMIENTO FAMILIAR

tratamiento a los padres biológicos que tratan de resolver sus proble-


mas y estar en condiciones de recuperar a los hijos que tuvieron que
pasar a ser temporalmente cuidados por la familia acogedora. Si con la
familia biológica no se lleva a cabo un trabajo concienzudo, sus proba-
bilidades de recuperación espontánea son muy reducidas, si no nulas.
Y aunque no es el objetivo de este libro ni de este capítulo entrar en las
cuestiones que afectan a la recuperación de la familia biológica, no
queríamos dejar de señalar que si muchas son las necesidades de los
acogedores, no menos serán las de los padres de los niños y las niñas de
que se han hecho cargo por su acumulación de problemas y tensiones.
CAPÍTULO 5

ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO


DE ESPECIAL INTERÉS

En el capítulo 2 se hizo una detallada exposición de la historia y las


modalidades del acogimiento familiar en España. Se examinaron allí
los distintos tipos de acogimiento, atendiendo tanto a la clasificación
legal como a las modalidades de acogimiento que, dentro de esa clasi-
ficación, se utilizan en la práctica profesional habitual. El objetivo de
este capítulo es analizar con más detalle algunas modalidades de acogi-
miento de especial interés. Nuestra selección ha estado guiada por la
consideración, por una parte, de los acogimientos entre nosotros más
novedosos (acogimientos de urgencia), por otra, de los más frecuentes
pero no siempre bien planteados (acogimientos en familia extensa) y,
finalmente, de los más difíciles de llevar a cabo dadas las peculiaridades
de las personas y los procesos implicados (acogimientos especializa-
dos). Aunque de todos ellos se habló en el capítulo 2, nos proponemos
ahora un análisis más detallado que permita una mejor comprensión y
que aporte mayores elementos de utilidad de cara a la intervención. El
tratamiento que sigue refleja la cantidad de conocimiento que la inves-
tigación y la experiencia de intervención han acumulado sobre cada
196 ACOGIMIENTO FAMILIAR

uno de los tipos de acogimiento a examinar, por lo que nuestra expo-


sición será claramente más detallada para el acogimiento en familia
extensa (el más usado y más investigado de los tipos de acogimiento),
algo menos extensa para el acogimiento de urgencia y menos extensa
aún para el especializado, reflejando el menor desarrollo de la investi-
gación y la experiencia de intervención.

Acogimiento de urgencia o urgencia-diagnóstico

Como ya se ha expuesto, el acogimiento de urgencia-diagnóstico tiene


entre nosotros menos de una década de existencia. Surgió en el contex-
to del programa «Familias canguro», que se proponía introducir inno-
vaciones en acogimiento familiar en la sociedad española de finales del
siglo XX. No debe sorprender, pues, que la información de que dispo-
nemos sobre este tipo de acogimiento sea considerablemente más esca-
sa de la que tenemos a propósito de formas de acogimiento con mayor
tradición.
Además, en este caso no nos sirve de gran ayuda la investigación lle-
vada a cabo en otros países que tienen una más larga tradición en acogi-
mientos de urgencia, ya que la forma en que este tipo de acogimiento se
ha definido y usado entre nosotros difiere sustancialmente de la práctica
de otros países. Tomemos, por ejemplo, el caso de Gran Bretaña, que tan
larga y productiva tradición tiene en la práctica y en la investigación so-
bre acogimiento familiar. Como ha señalado Stone (1991), el término
«acogimiento de corta duración» es un auténtico cajón de sastre en el
que se han metido juntas «toda suerte de actividades de acogimiento mal
diferenciadas unas de otras» (p. 6). Triseliotis (1995) ha distinguido tres
subtipos de este tipo de acogimiento: el de respiro, utilizado para dar
descansos breves a padres que crían a sus hijos en condiciones particular-
mente estresantes y agotadoras; el de urgencia, utilizado durante tiem-
pos muy breves para atender a niños y a niñas que proceden de situacio-
nes de riesgo y a los que en ese momento no se puede atender en servicios
más estables (por ejemplo, porque es fin de semana y esos servicios están
cerrados); y, en tercer lugar, el de corta duración, usado durante hasta
tres meses para situaciones de crisis familiar (hospitalización, encarcela-
miento) o cuando hay que llevar a cabo una valoración de la familia.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 197

La investigación de Stone (1991) encontró que aproximadamente


la mitad de los niños y las niñas en acogimientos de corta duración
habían ingresado como un «servicio a la familia» (p. 6), para ofrecerle
ayuda con el cuidado del niño mientras resolvía algún problema im-
portante. En una tercera parte de los casos, este acogimiento se utiliza-
ba para «rescatar» al niño de alguna situación de riesgo. Cuatro de cada
cinco casos en esta investigación eran situaciones de acogimiento con
acuerdo de los padres biológicos, y en el 95% de los casos los niños y
las niñas volvieron a su casa antes de tres meses.
Tanto Triseliotis (1995) como Berridge (1997) coinciden en que
este tipo de acogimientos de urgencia o corta duración constituye la
vía de entrada al sistema de protección de un gran número de niños
(en torno a la mitad, según la estimación del primero de los autores
citados). Y sin embargo, estos acogimientos han recibido un «mínimo
interés» por parte de los investigadores (Berridge, 1997, p. 25), hasta
el punto de que Stone (1991) los calificó como la Cenicienta del aco-
gimiento.
Algo parecido ha ocurrido en los Estados Unidos, otro país del que
procede una gran parte de la investigación sobre acogimiento familiar.
Aunque también allí existe el acogimiento de urgencia, se trata de una
medida de muy corta duración en tránsito hacia otras alternativas
más estables. Tal vez esa brevedad explique por qué este tipo de aco-
gimiento, por lo demás tan frecuente, ha sido tan escasamente es-
tudiado (R. Barth, comunicación personal).
Por lo que se refiere a la situación española, el acogimiento de urgen-
cia fue, como se ha señalado, una de las modalidades introducidas bajo
el paraguas genérico de «Familias canguro». Y como quiera que ese pro-
grama fue evaluado, disponemos de información detallada de unos
cuantos rasgos y aspectos de este tipo de acogimiento (Amorós, Palacios,
Fuentes, León y Mesas, 2001). En lo que sigue presentamos, en primer
lugar, una caracterización del acogimiento de urgencia tal como ha sido
utilizado entre nosotros. Posteriormente analizaremos los perfiles carac-
terísticos de los protagonistas de estos acogimientos (padres, acogedores
y niños) en el momento de iniciarse; para hacerlo, usaremos la informa-
ción fundamentalmente descriptiva de que disponemos. Como se verá,
muchos de los rasgos de estos protagonistas son muy semejantes a los
que se analizaron en el capítulo 3 para el conjunto de los acogimientos,
198 ACOGIMIENTO FAMILIAR

aunque hay también aspectos diferenciales a los que nos referiremos. Ter-
minaremos analizando cuál fue el destino posterior de los niños y las
niñas que pasaron por acogimientos de urgencia y reflexionando sobre el
lugar del acogimiento de urgencia en el sistema de protección.

Caracterización del acogimiento de urgencia

Entre nosotros, el acogimiento de urgencia o de urgencia-diagnóstico se


ha implantado con unas características en parte relacionadas con dos de
los tipos descritos por Triseliotis (1995). En nuestro contexto, este tipo
de acogimiento trata de evitar la institucionalización de niños y niñas de
corta edad que deben ser separados de sus padres de forma inmediata y
de cuyas circunstancias se conoce muy poco. En estos casos, los objetivos
básicos a cumplir son tres: proteger al niño o a la niña situándolos en un
contexto seguro, evitar su institucionalización proporcionándoles una
familia de acogida y disponer de unos meses para llevar a cabo un diag-
nóstico de la situación y de sus posibilidades. Entre nosotros, los acogi-
mientos de urgencia cumplen funciones muy similares a las que desem-
peñan los centros de acogida inmediata o de primera acogida, pero lo
hacen en un contexto familiar y no institucional. Cumplidas sus funcio-
nes, del acogimiento de urgencia los niños pasan a una situación más
estable, ya sea por el retorno con su familia, ya sea por su paso a una fór-
mula de acogimiento más estable o a una situación preadoptiva.
Algunos rasgos adicionales completan la caracterización de este tipo de
acogimientos entre nosotros. Por una parte, los implicados son niños y
niñas menores de 6 años y el acogimiento no debe durar más de tres o,
como máximo, seis meses. Por otra, se trata de un tipo de acogimiento no
programado y, por tanto, imprevisible en cuanto al momento de su co-
mienzo, lo que exige una gran disponibilidad por parte de los acogedores,
que básicamente deben estar en condiciones de acoger a un niño o a una
niña a cualquier hora de cualquier día o cualquier noche. Típicamente,
cada familia acoge simultáneamente a uno o dos niños. Otro rasgo carac-
terístico del acogimiento de urgencia es que es muy poca la información
de que se dispone en el momento de la incorporación del niño o la niña,
tanto sobre estos como sobre sus padres y sus circunstancias. Por tanto,
asegurada la protección del niño o la niña en su familia de acogida, lo si-
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 199

guiente que hay que hacer es llevar a cabo una valoración concienzuda de
las circunstancias familiares y hacer un pronóstico de recuperación que va
a orientar la salida del caso en una dirección (por ejemplo, retorno con los
padres) u otra (por ejemplo, propuesta de acogimiento preadoptivo).
En este tipo de acogimiento, como en cualquier otro, los niños se
incorporan a su familia de acogida y llevan con ella una vida normali-
zada, recibiendo los cuidados, las atenciones, la estimulación y el afec-
to de los acogedores y del resto de los miembros de la familia (otros
niños que pueda haber en el hogar, por ejemplo). Mientras, los profe-
sionales llevan a cabo todas las indagaciones y las valoraciones que
necesiten para tomar una decisión respecto al futuro.
Puesto que es evidente que este tipo de acogimiento plantea unos
retos específicos, se hace necesaria para los acogedores una formación
que en parte será compartida con la formación recibida por cualquier
otro acogedor, pero que en parte tendrá sus propias particularidades.
Piénsese, por ejemplo, que en muchos casos estamos hablando de be-
bés a los que es fácil apegarse tras unas semanas de contacto; y, sin
embargo, las familias que hacen acogimiento de urgencia saben (por-
que forma parte de su compromiso) que en ningún caso el niño o la
niña al que están acogiendo se quedará con ellos, lo que significa que
habrá que prepararles para una despedida que no se da en el caso de
otros tipos de acogimiento, por ejemplo, en los permanentes.
Las familias que participan en este tipo de acogimiento reciben una
gratificación económica por su disponibilidad (tengan o no tengan
algún niño en acogimiento en ese momento en su casa) y una compen-
sación económica por los gastos en que necesariamente incurrirán
como parte de los cuidados y las atenciones al niño o a la niña (alimen-
tación, vestido, equipamiento del hogar, etc). No se trata de que estas
familias reciban un salario como pago, sino simplemente de que el
acogimiento de urgencia no se convierta en una carga económica para
quienes lo hacen.

Las familias biológicas en los acogimientos de urgencia

De las cien familias que participaron en la investigación de Amorós y


otros (2003), 39 tenían hijos que estuvieron en un acogimiento de ur-
200 ACOGIMIENTO FAMILIAR

gencia. Tales familias en ocasiones se parecen y en ocasiones difieren


del resto de familias cuyos hijos pasaron a otros tipos de acogimiento,
aunque generalmente las semejanzas son superiores a las diferencias.
Aproximadamente, la mitad de los padres de los niños acogidos de
urgencia estaban casados o vivían juntos de forma razonablemente esta-
ble, lo que significa que en el otro 50% había situaciones diversas entre
las que se incluye la maternidad en solitario, que la madre viva con el
hijo pero con un hombre distinto al padre, que la presencia del padre
del niño en el hogar no sea estable, sino esporádica, etc. En algo más de
la mitad de los casos ha habido experiencias de separación o divorcio.
Aproximadamente, la mitad de los padres y las madres tenía estudios
primarios, careciendo de estudios un 35% adicional de los padres y
algo más del 20% de las madres. La precariedad económica (menos de
3.000 € anuales por familia en la mitad de los casos al comenzar el aco-
gimiento), las dificultades para tener vivienda (la tercera parte vivía en el
domicilio de familiares o amigos, y un 13% adicional lo hacía en alguna
institución pública) o para mantenerse en ella (el 70% de estas familias
cambia de domicilio en el periodo en que sus hijos están en acogimiento
de urgencia) forman parte del cuadro familiar.
Al comenzar el acogimiento de sus hijos, un 36% de los padres te-
nía problemas de toxicomanía, un 14% adicional presentaba serios
problemas psicológicos y hasta un 70% presentaba algún problema de
salud. Respecto a las madres, el 26% eran toxicómanas, y los porcen-
tajes de problemas psicológicos y de salud eran similares a los de sus
parejas. El análisis de en qué medida las necesidades básicas de los ni-
ños y las niñas (en alimentación, vestido, cuidados de salud, educa-
ción) estaban atendidas muestra, según las valoraciones de los técnicos,
un cuadro poco optimista: falta de atención educativa en el 69% de los
casos, problemas en la alimentación y el vestido en aproximadamente
la mitad de los casos. Más de las tres cuartas partes de los padres y ma-
dres de los niños y las niñas que pasaron a acogimientos de urgencia
mostraban una dedicación a la vida familiar considerada insuficiente o
muy insuficiente. La dinámica familiar fue considerada por los técni-
cos que intervinieron como poco satisfactoria en una cuarta parte de
los casos y como insatisfactoria o muy insatisfactoria en el resto.
En el momento de ingreso de sus hijos en acogimiento de urgencia,
algo más de la mitad de las familias fue evaluada por los técnicos como
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 201

teniendo dificultades en la comunicación con sus hijos o para expresar-


les afecto. Un porcentaje parecido tenía dificultades para establecer
normas y controlar su cumplimiento, con un fuerte predominio de los
estilos educativos permisivos e indiferentes. En el 67% de los casos se
valoró como escasa la responsabilidad e influencia de estos padres res-
pecto a la integración escolar de sus hijos.
Como ocurre frecuentemente con este tipo de familias, el aisla-
miento social y las dificultades de relación con el entorno inmediato
forman parte del cuadro de problemas que les afectan. Así, estas fami-
lias tenían malas relaciones con su familia extensa en un 65% de los
casos y con sus vecinos o amigos en un 83%.
La mitad de estas familias tiene más de un hijo con expedientes de
protección y lleva dos o más años usando los servicios sociales. Y fren-
te al 32% de ellas que busca soluciones a sus problemas, el resto se
distribuye en categorías menos esperanzadoras: falsa o escasa concien-
cia de los problemas (21%), se evade ante los problemas (22%), espera
pasivamente a que lleguen soluciones (3%)... La gran mayoría de estas
familias (96%) había sido objeto de intervenciones de apoyo por parte
de los servicios sociales comunitarios (ayudas económicas, intervencio-
nes sanitarias, orientaciones psicológicas...). Pero la motivación para el
cambio se consideró escasa o nula en un 70% de los padres y en un
57% de las madres.
Al ser separados de sus hijos, el 55% cree que la separación le va a
resultar muy difícil de aceptar, aunque es consciente de las ventajas que
el acogimiento supone frente a la institucionalización y de cara a su
mejor educación. Son mayoría los que comprenden la importancia de
mantener los vínculos entre ellos y sus hijos mientras dure el acogi-
miento, lo que se considera un dato favorable de cara al establecimien-
to de visitas y de cara al cumplimiento de los compromisos que se al-
cancen.
Comparando el grupo de padres y madres cuyos hijos e hijas pasa-
ron a acogimientos de urgencia con el resto de los padres y madres de
la muestra estudiada por Amorós y otros (2003), se observan muchas
semejanzas entre unos y otros, aunque son también bastantes los in-
dicadores en los que el perfil de los padres de niños en acogimiento de
urgencia es más optimista que el del resto de los padres: su situación
económica era algo mejor al inicio del acogimiento, en mayor porcen-
202 ACOGIMIENTO FAMILIAR

taje buscaban activamente solución a sus problemas (32% de los pa-


dres de acogimiento de urgencia frente al 17% del resto), parecían
tener menos dificultades para establecer y controlar las normas (54%
frente a 87%, respectivamente, con problemas en esta área) y tener
una mejor y más positiva actitud ante la separación y ante el posible
retorno.

Las familias acogedoras de urgencia

Como era de esperar, las familias acogedoras de urgencia tienen mu-


chos rasgos en común con el resto de las familias acogedoras. En la
muestra por nosotros estudiada (Amorós y otros, 2001) se trata en el
90% de los casos de parejas, frente a un 10% de mujeres solas. El 84%
de estas familias tiene hijos, lo que de nuevo redunda en la idea de que
la motivación fundamental de estas personas no es tener la experiencia
de la maternidad o la paternidad.
Mientras que la cuarta parte de los padres y las madres de estas fa-
milias tiene estudios primarios, el resto ha cursado estudios secunda-
rios (25%) o universitarios (50%). La situación económica no plantea
problemas, teniendo en su mayoría ingresos mensuales medios y sien-
do sus profesiones bastante variadas (oficios diversos 32%, empresarios
28%, relacionados con educación o sanidad 14%). El 55% de las aco-
gedoras de urgencia es ama de casa. Las viviendas son adecuadas en
todos los casos y están dotadas de servicios públicos adecuados en su
entorno. Las relaciones con familiares, vecinos y amigos son en general
satisfactorias, con apenas un 3% que es valorado como teniendo algu-
nas dificultades en el ámbito de las relaciones sociales. Disponen en su
entorno de los servicios médicos y psicológicos que resultan necesarios
para atender las necesidades de los niños y las niñas acogidos.
Desde el punto de vista de la dinámica familiar, son escasas las fa-
milias con perfiles permisivos o autoritarios, e inexistentes las que tie-
nen un perfil indiferente. Como vimos que ocurre con los acogedores
en general, la gran mayoría de los de urgencia parece responder al lla-
mado estilo democrático, con énfasis en la expresión de afecto y la
comunicación, pero también en la imposición de normas y el control
de su cumplimiento por parte del niño o de la niña. Las relaciones en-
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 203

tre los miembros de la pareja eran mayoritariamente muy satisfactorias


o satisfactorias.
Comparadas con el resto de las familias acogedoras de la muestra de
Amorós y otros (2003), las que realizan acogimientos de urgencia des-
tacan por la mayor presencia entre ellas de mujeres que no trabajan,
por haber encontrado más resistencia de sus familiares respecto a la
idea del acogimiento, por presentar un mayor énfasis en la motivación
social, por disponer de menos información sobre el niño o la niña en
el momento de su incorporación y por desarrollar con ellos desde el
principio del acogimientos una relación afectiva más positiva. Tam-
bién el porcentaje de acogedores que mantienen contacto con los pa-
dres de los niños a los que acogen es menor que en el caso de otros
acogimientos, lo cual tiene mucho que ver con la frecuente inexis-
tencia de régimen de visitas en el tiempo en que se está haciendo la va-
loración de la familia biológica y sus circunstancias.
En la gran mayoría de los casos, la evolución del acogimiento es bue-
na o muy buena, con un alto nivel de satisfacción por parte de los aco-
gedores y con muchas señales de avance y progreso por parte de los
niños (Amorós y otros, 2002a). La salida de los niños y las niñas del
hogar de urgencia para pasar a alternativas más estables prueba que se
han cumplido los fines del acogimiento, consistentes, fundamental-
mente, en permitir el diagnóstico y la toma de decisiones sobre un
niño o una niña que ha tenido que ser separado de su familia y al que
se ha ahorrado la experiencia de la institucionalización. Un poco más
adelante nos referiremos a cuáles han sido los destinos de estos niños y
niñas una vez acabado su acogimiento de urgencia.

Niños y niñas en acogimiento de urgencia

En la muestra por nosotros estudiada, los 49 niños y niñas en acogi-


miento de urgencia comenzaron el acogimiento a una edad media de
dos años y ocho meses, teniendo el más pequeño un mes y el mayor
11 años. Aproximadamente la mitad niños y la otra mitad niñas, pre-
sentan perfiles muy parecidos a los del resto de los niños en acogimien-
to estudiados como parte de la misma investigación, incluido el hecho
de que entre el 40% y el 50% son acogidos junto a algún hermano.
204 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Como en la investigación de Stone (1991), los niños de la nuestra


llegan al acogimiento de urgencia no por sus problemas, sino por los
de sus padres. Los más frecuentes son situaciones de maltrato de di-
verso tipo (con predominio de la negligencia, como es habitual)
(27%), presencia de enfermedades físicas o psíquicas (22%), drogo-
dependencia (22%) y, en menor medida, falta de recursos (12%) y
renuncia (10%).
La mitad de los niños y las niñas llegan a sus familias acogedoras de
urgencia con problemas de distinto tipo en los hábitos cotidianos de
alimentación e higiene. Más de la tercera parte tienen problemas relacio-
nados con la autonomía y la independencia. En torno al 45% llegó
con problemas cognitivos de diverso tipo, así como con dificultades en
el lenguaje. Un porcentaje parecido de niños y niñas tenía una historia
de escolarización pobre o irregular, teniendo aproximadamente la mi-
tad bastantes o muchos problemas de rendimiento escolar (natural-
mente, estos datos se refieren sólo a aquellos niños que por su edad
estaban ya escolarizados).
También algo más del 40% presentaba problemas en su autoestima,
y la tercera parte mostraba dificultades para confiar en los adultos.
Como ocurre con la mayor parte de los niños y las niñas en acogimien-
to, la gran mayoría de ellos mostró al inicio del acogimiento que para
ellos sus padres y la relación afectiva con ellos eran importantes, lo que
nuevamente confirma que el hecho de que el niño pase por situaciones
de maltrato o se vea en medio de crisis de sus padres o entre ellos no
quita para que forme relaciones afectivas y vínculos que darán lugar a
inevitables sentimientos de pérdida y ruptura cuando la separación se
produzca.
Aunque fueron bastantes los que al llegar a sus familias acogedoras
reaccionaron con nerviosismo y temor (50%), su evolución posterior
fue en casi todos los casos muy positiva. Los progresos en todos los
dominios (hábitos, salud, desarrollo cognitivo, lenguaje, independen-
cia, autoestima) fueron generalizados, de manera que se puede decir
que a lo largo de los meses que duró su acogimiento de urgencia se
beneficiaron de una estabilidad y una estimulación de la que su de-
sarrollo tomó buena nota. Sólo en dos de los casos estudiados se pro-
dujo una ruptura de la situación de acogimiento como consecuencia
de problemas de convivencia surgidos a lo largo del acogimiento.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 205

Duración de los acogimientos y destino posterior de los acogidos

El diseño de los acogimientos de urgencia preveía para ellos una dura-


ción de 3 meses —y máxima de 6 meses—. Tal era también el compro-
miso inicial con los acogedores en el momento en que el acogimiento
se iniciaba. Sin embargo, sólo el 39% de los acogimientos de urgencia
por nosotros estudiados se ajustó a esa cronología. Un 43% adicional
duró entre siete y doce meses, y el resto duró, o bien hasta los 18, o
hasta los 24 meses. El desajuste entre la duración prevista y la real sin
duda es debido a una diversidad de factores, entre los que se debe des-
tacar el hecho de que se trataba de un nuevo tipo de acogimiento para
el que los procedimientos no siempre estaban bien rodados entre los
profesionales que intervenían y en el propio sistema de protección. Las
dificultades para la toma de decisión o para encontrar la familia dis-
puesta a hacerse cargo del niño en otro tipo de acogimiento también
fueron causa de más de una prolongación del acogimiento de urgencia
más allá de lo previsto.
En el momento de concluir la investigación de Amorós y otros
(2003), el 41% de los niños y las niñas en acogimiento de urgencia
había vuelto con su familia biológica (el análisis de los procesos de re-
unificación familiar de buena parte de estos niños se presentó en el
capítulo 3). De los que no lo hicieron, un 31% pasó a acogimiento
preadoptivo, un 6% a acogimiento permanente en familia extensa y
otro 6% a acogimiento residencial. El resto (dos grupos de hermanos
bastante atípicos por sus circunstancias concretas) seguía aún en acogi-
miento de urgencia.

El lugar del acogimiento de urgencia en el sistema de protección

La utilización de los acogimientos de urgencia y la valoración clara-


mente positiva de su implantación y desarrollo constituyen sin duda
dos de las aportaciones más novedosas del conjunto de innovaciones
genéricamente llamadas «Familias canguro». Se trata de un tipo de
acogimiento que funciona con un alto nivel de satisfacción y con muy
bajo nivel de rupturas o interrupciones. Y es una magnífica alternativa
familiar a la institucionalización de niños y niñas. De hecho, como
206 ACOGIMIENTO FAMILIAR

consecuencia de la buena experiencia de la implantación piloto, su uti-


lización no ha dejado de aumentar en distintas comunidades autóno-
mas españolas. Algunas de ellas se están ya atreviendo a plantear que
para los niños y las niñas menores de 6 años que deben ser separados
de forma imprevista y urgente de sus familias, la única alternativa ex-
trafamiliar debe ser el acogimiento de urgencia, quedando cerrado
para ellos el camino de las instituciones.
De hecho, esa era precisamente la intención de la puesta en marcha
en plan piloto de las experiencias de acogimiento de urgencia cuyos
datos aquí se han resumido. Las investigaciones nacionales e interna-
cionales (por ejemplo, Barth, 2002) muestran claramente las ventajas
de los acogimientos familiares sobre los residenciales y ello es particu-
larmente importante para los niños y las niñas más pequeños. De paso,
merece la pena señalar que aunque entre nosotros este tipo de acogi-
miento se ha utilizado sólo por debajo de los seis años (con excepcio-
nes ligadas, fundamentalmente, a la presencia de hermanos de otras
edades), en otros países la fórmula de acogimiento de urgencia, en las
variantes que ya comentamos anteriormente, se han utilizado también
con éxito con adolescentes como alternativa a su institucionalización.
En el proceso de implantación de los acogimientos de urgencia se
hizo pronto evidente que los acogedores necesitaban una formación en
parte semejante a la que recibían los acogedores de las demás modali-
dades, pero en parte también diferente. Fue así como surgió la necesi-
dad de elaborar un material de formación complementario al que se
utiliza en la formación para el acogimiento en general (Amorós y
otros, 1994). La idea es que a lo largo del proceso de formación, quie-
nes van a hacer acogimientos de urgencia trabajen sobre algunos con-
tenidos comunes a las demás formas de acogimiento, pero realicen
también actividades específicas. Se trata, por una parte, de ponerles al
tanto de las peculiaridades de este tipo de acogimiento desde el punto
de vista de su tramitación y de su ubicación en el sistema de protec-
ción. Pero se trata, sobre todo, de entrar en profundidad en algunos
asuntos que en el acogimiento de urgencia son particularmente impor-
tantes. Así, por ejemplo, los acogedores tendrán que colaborar en la
observación del niño o la niña acogidos para así prestar ayuda en el
proceso de diagnóstico que se está llevando a cabo, tendrán que acos-
tumbrarse a relacionarse con niños de los que se sabe muy poco en el
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 207

momento de su llegada, tendrán que estar capacitados para establecer


una buena relación con estos niños al mismo tiempo que para despe-
dirse de ellos cuando pasen a una alternativa más estable, etc. (Amorós,
Palacios, Fuentes, León y Mesas, 2002b). El programa para la forma-
ción de quienes van a realizar acogimientos de urgencia es una buena
demostración de que cada tipo de acogimiento plantea necesidades
específicas y que no se puede dar la misma respuesta a personas y a si-
tuaciones que son sustancialmente diferentes.

El acogimiento en familia extensa

Como se señaló al principio del capítulo, el acogimiento en familia


extensa cuenta con una larga tradición en la investigación y la in-
tervención. Para dar cuenta de los conocimientos más importantes
acumulados sobre esta modalidad de atención a niños y a niñas, anali-
zaremos, en primer lugar, la historia y el concepto de este tipo de aco-
gimiento, tratando, luego, de sus diferencias con el acogimiento en
familia ajena; posteriormente, analizaremos los perfiles de los implica-
dos (padres, acogedores y niños) y algunas cuestiones clave en el proce-
so de intervención en el acogimiento en familia extensa.

Historia y concepto

El acogimiento en familia extensa es el realizado por los familiares


cuando un niño o una niña está en situación de desprotección o cuan-
do sus padres biológicos no pueden hacerse cargo temporalmente de su
cuidado y educación. Se trata de un tipo de organización familiar muy
utilizado a lo largo de la historia, pues desde siempre la labor de crianza
y el proceso de socialización de los niños y las niñas han estado compar-
tidos con integrantes de la familia tales como los abuelos, los tíos o los
primos, por ejemplo. De hecho, desde hace siglos se conoce el hecho de
que los padres comparten la labor educativa con adultos con los que
tienen lazos de parentesco. Diversas narraciones de las culturas antiguas
o investigaciones respecto a la familia en la Edad Media aportan infor-
mación sobre la presencia de niños acogidos por la familia extensa para
208 ACOGIMIENTO FAMILIAR

su cuidado y educación como recurso de ayuda a los familiares con pro-


blemas o con menos posibilidades económicas (Korbin, 1991).
El que se llevo a cabo en la propia familia extensa es un tipo de aco-
gimiento que permite la preservación de la familia y que los niños o
jóvenes vivan con personas que ya conocen y en las que confían, lo que
facilita enormemente la identidad cultural y étnica, refuerza las rela-
ciones entre los hermanos y las hermanas, así como la construcción y
solidificación de los vínculos afectivos con los miembros de la familia
extensa (Child Welfare League of America, 1994; Hegar y Scannapie-
co, 1999). Por todo ello, esta modalidad de acogimiento suele ser la
primera hipótesis que se plantea cuando un niño tiene que ser separa-
do de sus padres, aunque no siempre hay parientes dispuestos o en
condiciones adecuadas para responder a ese planteamiento.
Conviene no ignorar que el acogimiento en familia extensa no ha
estado exento de polémica. Aunque muchas familias han recurrido in-
formalmente a este tipo de solución, muchos profesionales lo valora-
ban como una opción inadecuada, en gran parte por la creencia de que
el maltrato se transmitía intergeneracionalmente (Belsky, 1980; Ka-
dushin, 1980), de forma que si una niña, por ejemplo, había sido mal-
tratada por su madre, se daba por supuesto que ella había sido a su vez
maltratada por la abuela de la niña, lo que hacía indeseable ponerla
bajo su responsabilidad. Siguiendo esa lógica, si un niño había sido
maltratado por sus padres, los servicios de protección evitaban ponerlo
con sus abuelos. Así está documentado que ha ocurrido en Inglaterra,
por ejemplo, donde los profesionales del sistema de protección evita-
ban el acogimiento en familia extensa, siendo el acogimiento en fami-
lia ajena la modalidad predominante tras el acogimiento residencial.
Es alrededor de la década de 1980 cuando en algunos países se produ-
jo un reconocimiento de los acogimientos en familia extensa, pro-
duciéndose una revalorización positiva de esta alternativa (Greef,
1999). Diversas investigaciones mostraron que los acogimientos en
familia extensa tenían más consecuencias positivas de las que se pensa-
ba. Así, por ejemplo, la investigación de Rowe, Cain, Hundleby y Kea-
ne (1984) sobre acogimientos a largo plazo llegó a la conclusión de
que, comparados con los que estaban en otras modalidades de acogi-
miento, los niños acogidos en familia extensa parecían estar mejor en
todos los aspectos.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 209

El reconocimiento de que el acogimiento en familia extensa responde a


una filosofía de preservación familiar, las dificultades para los acogimien-
tos en familia ajena, el apoyo social a las familias con dificultades, la pro-
blemática de la compensación económica ligada a otros tipos de acogi-
miento son algunos de los factores que han ocasionado un cambio en la
actitud, en la política y en la práctica de algunos países, permitiendo que
el acogimiento en familia extensa se difundiese y aumentase (Berrick,
Barth y Nedell, 1994). Este aumento se ha realizado en países tan diversos
como Holanda (Portengen y Van Neut, 1995), Suecia (Bergerhed, 1995),
Israel (Mosek y Adler, 1993), el Reino Unido (Colton y Willians, 1997;
Thoburn, 1994) y Estados Unidos. Concretamente en este último
país, la tradición de este tipo de acogimientos comenzó en los años 80 del
siglo XX, llegando a realizarse este tipo de acogimientos entre el 30% y el
50% de los casos (Hegar, 1993). En Gran Bretaña, en 1999, 52.000 niños
(un 20% de los que estaban en acogimiento) estaban en acogimientos en
familia extensa (Administration for Children and Families, 1999).
El acogimiento en familia extensa representa en España un porcen-
taje mucho mayor. El estudio realizado por Fernández del Valle y Bra-
vo (2003) referido a la situación de los distintos tipos de acogimiento
en España en el año 2002 muestra unos totales de 14.287 niños en
acogimiento residencial, 14.670 en acogimientos en familia extensa y
2.500 en acogimientos en familia ajena. Así, en España el 85% de los
acogimientos familiares se lleva a cabo en familia extensa, lo que supo-
ne proporciones mucho más elevadas que las indicadas en el párrafo
anterior, referidas a otros países.
La expansión del acogimiento en familia extensa en España se debe
a una serie de factores. Por una parte, se piensa que es una buena op-
ción mantener al niño en contacto con su familia, en un contexto don-
de es conocido y querido, y en el que la probabilidad de mantener
contacto con los padres queda facilitada. Además, el crecimiento del
acogimiento en familia extensa entre nosotros se debe también a la re-
gularización de situaciones de hecho, a la mayor predisposición de las
familias extensas y al ahorro de tiempo y dinero que este acogimiento
supone para las administraciones. Por todo ello, no es sorprendente
que el acogimiento en familia extensa haya pasado a ser la primera hi-
pótesis a valorar cuando un niño o una niña debe ser separado de sus
padres. No obstante, es importante señalar que el acogimiento en fa-
210 ACOGIMIENTO FAMILIAR

milia extensa no siempre es una opción posible (tiene que haber pa-
rientes dispuestos a ser alternativa familiar para el niño o la niña), ni
deseable (los acogimientos en familia extensa no pueden ser acogi-
mientos de segunda categoría en los que las familias carezcan de las
cualidades adecuadas). Por otra parte, el sistema de protección debe
considerar que este tipo de acogimiento necesita tantos apoyos, recur-
sos e intervenciones profesionales como cualquier otro acogimiento.
Así, los familiares acogedores deben estar preparados para proporcio-
nar seguridad, para afianzar el bienestar, para cubrir las necesidades de
todo tipo (las habituales y las especiales) y para manejar los contactos
y la vinculación con la familia biológica.
Existe ya consenso profesional en que el acogimiento en familia ex-
tensa presta un buen servicio a las necesidades de niños y niñas. Da con-
tinuidad a una vida en la que cierta discontinuidad debe introducirse,
ayuda a vivir con naturalidad una transición que no es fácil, sin crear un
entorno cargado de profesionales y desconocidos en que el niño pueda
sentirse perdido. El cambio tiene mucho más de suave que de brusco y
típicamente aporta importantes elementos de seguridad y continuidad
(la red de amigos, el entorno de personas conocidas, la escuela, la proxi-
midad de los padres, el vecindario....) (Greff, 1999). Se piensa que al
minimizar los diversos aspectos negativos que conlleva la separación del
niño del núcleo familiar (las rupturas de todo tipo), se minimizarán las
posibles consecuencias emocionales (ansiedades de separación, confu-
sión...) y conductuales que puede conllevar la separación (agresividad,
inhibición, problemas de integración...), aumentando, a su vez, la pro-
babilidad de éxito. Diversas investigaciones (por ejemplo, Hegar, 1993)
han mostrado cómo los acogimientos en familia extensa aumentan la
seguridad, el sentimiento de pertenencia y la sensación de integración.

Aspectos diferenciales entre el acogimiento en familia ajena


y el acogimiento en familia extensa

El acogimiento en familia extensa se diferencia del acogimiento en fa-


milia ajena, fundamentalmente, porque se construye sobre relaciones
que ya existían, manteniendo y aumentando los vínculos entre el niño,
los padres biológicos y los parientes acogedores. Se han realizado diver-
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 211

sos estudios en los que se comparan los acogimientos en familia exten-


sa y los acogimientos en familia ajena, estudios que han comparado el
porcentaje de acogimientos que son exitosos, el comportamiento de
los menores acogidos, los servicios que reciben las familias acogedoras
y la temporalidad del acogimiento.
Respecto al éxito del acogimiento, Berridge y Cleaver (1987) mues-
tran que existe un alto porcentaje de acogimientos en familia extensa
con éxito. En esta modalidad de acogimiento hallaron una media de
un 9% de interrupciones dentro del primer año de acogimiento, no
existiendo interrupciones en los cuatro años subsiguientes. Por el con-
trario, la proporción de interrupciones en los acogimientos en familia
ajena se sitúa entre un 15%-40%, según las investigaciones. Datos pa-
recidos fueron aportados por Triseliotis (1989); por Starr, Dubowitz,
Harritgton y Feigelman (1999), y por la Administration for Children
and Families (1999). Los niños que están en acogimientos en familia
extensa tienden a volver a los servicios de protección en un porcentaje
menor que los acogidos en familia ajena. Parte de este éxito, según
Holman (1975), puede deberse a la actitud más inclusiva de los acoge-
dores, al hecho de no tener que competir con otros niños de la misma
edad y sexo, o a la mayor edad de los acogedores.
Algunas investigaciones han hecho comparaciones directas entre los
problemas de conducta de los niños acogidos en familia extensa y en
familia ajena, existiendo discrepancias entre ellas. Algunos autores in-
dican que los niños que están acogidos con familiares tienen menos
problemas de comportamiento y de salud mental que los acogidos en
familia ajena (Berrick, Barth y Needell, 1994; Keller, Wetherbee, Le
Prohn, Payne, Sim y Lamont, 2001; Starr y otros, 1999). Otros, en
cambio, indican lo contrario (Landsverk, Davis, Ganger y Newton,
1996). Para Shore, Sim, Le Prohn y Keller (2002) no existen diferen-
cias en los problemas de comportamiento salvo en el ámbito del com-
portamiento delictivo evaluado por el CBCL, resultando superior en
los chicos de familia extensa; los acogidos en familia ajena presentan
mayores problemas en la casa que en la escuela. En conjunto, los aco-
gidos tanto en familia ajena como extensa presentan mayores proble-
mas de comportamiento que la población en general.
En relación con los servicios que reciben los acogedores, las investiga-
ciones coinciden en que los acogedores de familia extensa reciben me-
212 ACOGIMIENTO FAMILIAR

nos servicios y una menor formación (Berrick, Barth y Needell, 1994;


Gebel, 1996), hecho sobre el que hemos de volver más adelante por
tener, a nuestro juicio, una gran trascendencia de cara a la intervención
profesional en este tipo de acogimiento, intervención que no debiera
ser de menor calidad que la que se ofrece en otras modalidades.
Finalmente, con respecto a la temporalidad de los acogimientos, se
trata de un aspecto que preocupa tanto a los niños acogidos como a las
familias acogedoras. Los datos de investigación muestran que los niños
que son cuidados por su familia extensa tienen menos probabilidades
de regresar con sus padres, mientras que los que van con familias ajenas
tienen más probabilidades de reunificación. Pero aunque los niños en
acogimiento familiar en familia extensa permanecen más tiempo y re-
tornan menos a sus casas (Pecora, Le Prohn y Nasuti, 1999), este he-
cho les preocupa tres veces menos que a los que están en familia ajena
(Rowe y otros, 1984). Por otra parte, una serie imbricada de factores,
tales como la empatía, los sentimientos de responsabilidad y los senti-
mientos de reciprocidad parecen influir sobre el deseo de los familiares
de acoger al niño (allí donde el acogimiento en familia extensa sea re-
munerado, este factor puede también jugar un cierto papel). Así, por
ejemplo, Testa y Shook (2002) observaron que si la relación de acogi-
miento se percibe como intrínsecamente satisfactoria, los familiares
tienden menos a renunciar a sus responsabilidades, lo que evidente-
mente repercute en la duración del acogimiento.
Algunos contrastes adicionales entre el acogimiento en familia ex-
tensa y ajena permiten ver que, por una parte, las familias biológicas
suelen mayoritariamente preferir que su hijo esté entre su familia, pues
piensan que de esta manera se fortalecen las relaciones. Por otra parte,
los niños que se encuentran acogidos por parientes presentan un mayor
sentimiento de seguridad y menos experiencia de la estigmatización
social, que ocurre en uno de cada cinco casos en familia extensa frente
a uno de cada dos en familia ajena (Rowe y otros, 1984). Finalmente,
los contactos con los padres son mucho más frecuentes en el acogi-
miento en familia extensa (un contraste del 65 frente al 20% en com-
paración con los acogimientos en familia ajena) (Rowe y otros, 1984).
Pero mientras que la experiencia afectiva del acogimiento con fami-
liares puede proporcionar una mayor comodidad y seguridad a los ni-
ños, no debe ignorarse que algunas circunstancias que rodean el acogi-
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 213

miento en familia extensa pueden poner en peligro otras áreas del


bienestar infantil. Así, es más probable que los niños en acogimiento
en familia extensa vivan en un vecindario desfavorecido y en hogares
más pobres, sin que los servicios de protección colaboren adecuada-
mente a paliar estos problemas (Geen y Berrick, 2002). Por otra parte,
los acogedores en familia extensa pueden tener sus propios problemas,
tanto en el seno mismo de la familia extensa como en la relación con
los padres de los niños, que puede ser conflictiva y poco adecuada.

Características de los padres biológicos

La mayoría de los estudios sobre familia extensa se centran en los niños


y en los acogedores, dejando de lado el análisis de los padres biológicos
de los niños acogidos. Según el estudio realizado por Burdnell (1999),
la mayoría de los servicios de protección opinan que los factores que
determinan la colocación del niño en familia extensa son, por orden de
prevalencia: el abuso de drogas de los padres biológicos y la exposición
de las drogas por partes de los niños, maltrato y negligencia infantil, y
problemas de salud mental.
Uno de los problemas en que suelen estar implicados los padres
tiene que ver con la calidad de las relaciones afectivas con sus hijos.
Las deficiencias observadas en la calidad del afecto han sido puestas
en relación con limitaciones en los padres para las relaciones afecti-
vas, con su poco interés en comprometerse en una relación emocio-
nal intensa con los hijos, con factores relacionados con el consumo
de drogas y, en relación con ello, sus frecuentes estancias en prisión
(Kähkönen, 1999). Este mismo estudio cita deficiencias en las habi-
lidades parentales y en el escaso conocimiento y comprensión de las
necesidades infantiles.
Los problemas en la relación de pareja es otro fenómeno muy fre-
cuente en estas familias; problemas típicamente agravados por con-
sumo de drogas, maltrato, etc. La imagen más frecuente es la de una
familia desestructurada, con graves conflictos en la convivencia y la
relación (Kähkonen, 1999).
214 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Características de los acogedores

Los acogedores que realizan acogimientos en familia extensa suelen


tener algunas características diferentes a los acogedores en familia aje-
na. Lógicamente, al ser los acogedores en familia extensa miembros de
la familia, suelen tener más elementos en común con la familia bioló-
gica que los acogedores en familia ajena. Pero una de las diferencias
principales entre unos y otros acogedores es la percepción del rol de
acogedor y las actitudes ante el cuidado del niño en sus casas (Gebel,
1996; Le Prohn, 1994). Aunque tanto los acogedores en familia exten-
sa como los de familia ajena tienden a percibir su rol como mucho más
parecido al de los padres que al de los profesionales, se dan entre ellos
algunas diferencias importantes que merecen ser comentadas.
La percepción del rol que se tiene cobra una especial importancia en
el acogimiento familiar. Se trata de un tema de cierta complejidad, ya
que no hay un claro consenso en la definición del rol y además puede
haber discrepancia entre la concepción del rol (cómo se ve uno) y las
demandas del rol (qué espera el sistema de protección), lo que frecuen-
temente da lugar a conflictos de rol. Uno de los problemas es que en la
modalidad de familia extensa (al contrario que en la familia ajena) lo
más habitual es que el rol de acogedor no ha sido planificado: los fami-
liares empiezan a acoger al niño para reforzar la vinculación con la fa-
milia o por obligación, ya que no quieren que el niño o la niña vaya a
vivir con desconocidos. De hecho, el acogimiento en familia extensa se
lleva a cabo como parte de la percepción del rol, ya que se trata de
mantener al niño unido a la familia y no disgregado de ella, lo que no
ocurre en el caso de la familia ajena.
Los roles de los acogedores en familia extensa se complican, además,
porque de por medio están las relaciones con los padres de los niños.
Acogedores y padres pueden percibirse como competidores entre sí,
con sentimientos de culpabilidad y desconcierto, en los unos, por pen-
sar que al acoger al niño están contribuyendo a la separación familiar;
en los otros, por sentirse culpables y desconcertados ante la salida del
niño de su hogar. A los sentimientos de culpa que ello implica, los aco-
gedores añaden otras culpabilidades percibidas: pueden sentir que no
van a saber educar adecuadamente al niño o a la niña, pueden consi-
derar que las pautas educativas que usaron con sus hijos no fueron las
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 215

adecuadas pero no están seguros de cuáles son las alternativas; pueden


sentirse incapaces de asumir nuevas responsabilidades o de hacer fren-
te a los temas legales. Cuando tienen que informar al niño o a la niña
de la situación, su desconcierto y sus sentimientos de culpa se ven in-
crementados.
De entre los diversos aspectos en que los acogedores en familia ex-
tensa difieren de los demás acogedores, se pueden destacar tres grupos
de factores. En primer lugar, el lugar y las condiciones que ocupan en el
sistema de protección. Para empezar, muchos acogimientos en familia
extensa no están formalizados, sino que están organizados de manera
totalmente informal. En la investigación de Rowe y otros (1984), por
ejemplo, el 30% de los niños ya estaba acogido antes de que los profe-
sionales intervinieran. Ello hace que muchos acogimientos en familia
extensa carezcan de valoración y de atención profesional. A veces, los
profesionales se han enterado cuando el acogimiento ya llevaba tiem-
po, con lo que pueden empezar a apoyarlo, pero no hubo valoración
inicial. Por otra parte, se ha visto que los acogimientos en familia ex-
tensa no dan lugar a seguimientos tan exhaustivos como los que se
llevan a cabo en familia ajena.
Como se ha comentado, las familias extensas acogedoras no suelen
estar preparadas con antelación para la llegada del niño o la niña, con lo
que no disponen de tiempo para preparar la atención a las necesidades
de los niños acogidos (espacio, juguetes...). El hecho de que, como se
comenta en seguida, la mayoría sean abuelos significa que no han hecho
de padres hace bastante tiempo, de manera que los problemas de los ni-
ños les son ya lejanos. Están, además, menos familiarizados con el siste-
ma de protección y con los servicios sociales comunitarios (aunque, por
el contrario, conocen mucho mejor la historia y la dinámica familiar)
(U. S. Department of Health and Human Services, 2000).
Otro grupo de diferencias relevantes tiene que ver con las característi-
cas demográficas. Como ya quedó apuntado en el capítulo 3, los acoge-
dores en familia extensa suelen ser personas de mayor edad que el resto
de los acogedores, y generalmente son los propios abuelos (U. S. De-
partment of Health and Human Services, 2000; Villalba, 2002). Más
en concreto, existe más probabilidad de que los acogedores en familia
extensa sean las abuelas por parte de madre, seguidas por las tías
(Dubowitz y Sawyer, 1994; Scannapieco y Hegar, 1996). En la investi-
216 ACOGIMIENTO FAMILIAR

gación de Rowe y otros (1984), el 70% de los acogedores en familia


extensa eran abuelas y abuelos, y el 20% eran tías y tíos; la cuarta par-
te eran viudos. La consecuencia lógica es que hay diferencias entre
acogedores en familia extensa y en familia ajena respecto a la edad y al
estado marital, de forma que los parientes acogedores suelen tener más
edad que los acogedores de familia ajena (Berrick y otros, 1994). Una
de las consecuencias de las diferencias de edad que hacen que los aco-
gedores en familia extensa sean más mayores es que van a tener más
problemas de salud que los acogedores en familia ajena.
Finalmente, existen entre acogedores en familia extensa y ajena di-
ferencias en el nivel educativo y económico. Típicamente, los acogedores
de familia extensa tienen un menor nivel educativo y, por tanto, em-
pleos de menor cualificación. Y aunque el 48% de los acogedores en
familia extensa trabaja fuera de casa, los acogedores en familia ajena
tienen niveles más altos de ingresos (Berrick y otros, 1994; Gebel,
1996; Le Prohn, 1994). De hecho, los acogedores en familia extensa
tienen más problemas económicos y más dificultades para resolverlos,
lo que hace que reciban más ayudas públicas (U. S. Department of
Health and Human Services, 2000).

Características de los niños y niñas acogidos en familia extensa

Estén acogidos en familia extensa o ajena, todos los niños presentan ne-
cesidades de protección y alimentación, así como necesidades emociona-
les, sociales y de estimulación. Algunos estudios, como el de Berrick y
otros (1994) no han encontrado diferencias significativas entre los ni-
ños en función de la modalidad de acogimiento, de forma que tanto
los que estaban en familia extensa como los de familia ajena presenta-
ban en un 15% problemas de salud y en un 40% exposición prenatal a
drogas que había llevado al 10% al síndrome de alcoholismo al nacer.
Ya de mayores, aproximadamente una tercera parte de los niños y las
niñas había repetido un curso.
De las pocas diferencias encontradas puede indicarse que en los aco-
gimientos en familia extensa es más probable que haya algún otro her-
mano en situación de acogimiento y que haya más incidencia de maltra-
to. Por lo que a los problemas de conducta se refiere, aunque algunas
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 217

investigaciones hayan encontrado que los niños en familia extensa tie-


nen más dificultades (Shore y otros, 2002), son varias las investigaciones
que han hallado en ellos una menor presencia de problemas (Berrick y
otros, 1994). De todas formas, los datos tienen algo de contradictorio,
pues mientras que entre los 4 y los 15 años se observan menos problemas
entre los chicos y las chicas acogidos en familia extensa, presentan más
tarde mayor incidencia de delincuencia que los que están en familia aje-
na (Berrick y otros, 1994). En todo caso, Keller, Wetherbee, Le Prohn,
Payne, Sim y Lamont (2001) han sugerido algunas explicaciones para
justificar la menor problemática de los jóvenes en acogimiento con fami-
lia extensa: tal vez algunos rasgos de este tipo de acogimiento (por ejem-
plo, el mantenimiento de los lazos familiares) reduzca la problemática de
estos chicos y chicas; o tal vez se trate de que los parientes sólo se hacen
cargo de jóvenes que no sean particularmente difíciles; o tal vez que los
de familia extensa sean acogedores menos inclinados a informar de los
problemas de conducta de los acogidos, mientras que los de familia aje-
na (sobre todo los profesionalizados) pueden tender más a informar de
cara a obtener más apoyos y servicios.

La valoración de los acogedores

Cualquier familiar de sangre o familiar político de la red familiar de los


padres biológicos puede ser considerado un acogedor en familia exten-
sa. Hay culturas en las que ciertos miembros de la red social no fami-
liar tienen lazos tan fuertes con miembros de la familia, que ésta los
considera como familiares. En tales casos, lo que es realmente impor-
tante no son los familiares «legales», sino los familiares «afectivos». Por
este motivo, de cara a encontrar para un niño o una niña acogedores
en familia extensa, los profesionales del sistema de protección, normal-
mente, toman en consideración a todas las personas que mantengan la-
zos afectivos significativos con el niño o la niña y que, a la vez, puedan
ofrecer un apoyo al menor y a la familia biológica. Así, para tomar una
decisión, los profesionales tendrán que recopilar información sobre
todos los familiares (legales y afectivos), los contactos que han ido
manteniendo con la familia biológica y la posibilidad de compromiso
y de colaboración eficaz en el caso, tomando siempre en consideración
218 ACOGIMIENTO FAMILIAR

la proximidad y las posibilidades de la familia biológica para mantener


contactos con el niño o la niña. (Portengen y Neut, 1999).
El rol de los profesionales difiere significativamente cuando el acogi-
miento familiar es en familia extensa. En este caso, los acogedores suelen
conocer muy bien la historia familiar y la situación actual de la familia,
siendo su conocimiento, en la mayoría de las ocasiones, mucho mayor
que el de los profesionales. En los acogimientos en familia extensa, los
profesionales no hacen de intermediarios entre los dos grupos familiares,
y, por tanto, no pueden filtrar la información, a diferencia de los acogi-
mientos en familia ajena, en que los profesionales hacen de intermedia-
rios, lo que les coloca en una posición muy «superior» en la que pueden
controlar la información que se proporciona y los contactos que se reali-
zan. De hecho, en los acogimientos en familia extensa hay un mayor
control de la información en manos de los acogedores, siendo frecuente-
mente los profesionales los últimos en enterarse de los problemas o de
los cambios que se están operando en la familia biológica.
En relación con el conocimiento del niño y su historia familiar, Por-
tengen y Neut (1999) hablan del acogimiento familiar como un conti-
nuum. Como se puede observar en el cuadro 5.1, hay toda una grada-
ción en el nivel de conocimientos que se tienen sobre la historia
familiar y la situación del niño. Los dos extremos serían los casos típi-
cos de acogimiento en familia ajena (extremo de la derecha) y familia
extensa (extremo de la izquierda).

CUADRO 5.1. Conocimiento de la historia familiar y modalidad de acogimiento

Acogimiento Acogimiento
en familia extensa en familia ajena

Los acogedores cono-


Los acogedores cono- cen toda la historia fa- Los acogedores no
cen toda la historia fa- miliar, pero no cono- tienen ninguna in-
miliar. cen la situación de los formación previa.
últimos años.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 219

No obstante, las excepciones a lo anterior son numerosas, como


cuando una familia acogedora ajena vive en el mismo barrio que la
familia biológica y por ese motivo tiene cierta información sobre la
familia. O puede darse una familia extensa que viva lejos de la familia
biológica, y que las dos familias hayan perdido el contacto en los úl-
timos años. Como podemos observar existe una multitud de posibi-
lidades.
Según Portengen y Neut (1999), un acogimiento en familia extensa
puede comenzar de varias formas: puede haberse empezado de manera
informal, puede hacerse a propuesta de la familia biológica o puede
requerir de una intervención profesional cuando la familia biológica
no tiene o no conoce a ningún pariente que pueda hacerse cargo de los
niños. Es en esta tercera situación cuando se plantea la necesidad de
llevar a cabo una captación de familia. En este caso, los profesionales
implicados en el caso investigan todas las posibilidades dentro de la red
familiar y social, procediendo, en su caso, a seleccionar a quienes van a
recibir la propuesta de acogimiento. En la toma de decisión sobre a
quién seleccionar, Portengen y Neut (1999) valoran los siguientes as-
pectos:
• La motivación y la relación que mantiene con la familia biológica.
• Si los potenciales acogedores tienen la posibilidad de negarse en
caso de que lo deseen.
• Qué repercusiones tendrá la entrada del niño o la niña acogida,
qué cambios en los roles, en las relaciones, en la organización de
la vivienda, etc. Debe valorarse cómo de importantes serán los
cambios y a quiénes afectarán.
• Cómo repercutirá el acogimiento sobre la relación entre la fami-
lia biológica y la acogedora.
• Hasta qué punto existe una visión realista de la situación y si se
conocen bien los problemas del niño o la niña.
• Las habilidades de los acogedores para poder resolver las situa-
ciones conflictivas que puedan ir surgiendo.
En España, un equipo de investigación de la Universidad de Barce-
lona y de la Universidad de Sevilla, trabajando conjuntamente con di-
versos equipos de profesionales de los servicios de protección de la in-
fancia, ha elaborado un instrumento que actualmente está en proceso
220 ACOGIMIENTO FAMILIAR

de experimentación para poder realizar una valoración de los candida-


tos a familias acogedoras en familia extensa. Aún estando en fase piloto,
nos parece que puede tener interés reproducirlo (véase cuadro 5.2).

CUADRO 5.2 Instrumento para la valoración inicial de la familia acogedora


extensa (en fase de experimentación)
EVALUACIÓN INICIAL DE LAS FAMILIAS EXTENSAS DE ACOGIDA
A. Datos personales y sociodemográficos
1.1. Nombres y apellidos de los acogedores y de todas las personas que convi-
van en el domicilio. Domicilio actual, teléfono, otros teléfonos de con-
tacto y correo electrónico.
1.2. Composición del núcleo familiar.
• Genograma familiar (en él se tiene que incluir la relación entre la fa-
milia biológica y la familia acogedora, fecha de nacimiento de todos
los miembros de la familia acogedora y de las personas que conviven
en el domicilio familiar de ésta y lugar de residencia).
• ¿El padre o la madre del menor convive en el mismo domicilio que el
menor acogido?

1.3. Capacidades y limitaciones (económicas, temporales, de salud...) para cubrir


las necesidades básicas del menor (materiales, afectivas, cognitivas y sociales).
• Nivel de suficiencia económica del núcleo familiar y forma de percep-
ción de ingresos (prestaciones, renta mínima de inserción, pensión...).
• Enfermedades físicas y psíquicas significativas.
• Antecedentes de adicción y/o adicciones actuales.
• Tiempo del que dispone cada uno de los miembros adultos de la fa-
milia para atender la vida familiar.

B. Cobertura de las necesidades básicas


2.1. Capacidad y pautas o hábitos adquiridos para la cobertura de las necesi-
dades básicas del niño o la niña acogido.
• Cobertura de la alimentación.
• Cobertura del vestido.
• Cobertura de la salud.
• Cobertura de la educación.
• Condiciones de la vivienda.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 221

CUADRO 5.2 (Continuación)


C. Estructura y dinámica familiar
3.1. Relaciones entre los miembros de la familia acogedora (expresiones de
afecto, satisfacción con la vida en común, grado de autonomía familiar).
3.2. Historia y/o existencia actual de maltrato en la familia. Contrastar la
veracidad de lo que dice la familia con otros informes externos sociales y
sanitarios.
• Historia y antecedentes de maltrato de las dos familias, biológica y
acogedora (especificar antecedentes de maltrato y existencia actual).
• Especificar la relación familiar de las personas maltratadas y las mal-
tratadoras con la familia de acogida y el niño acogido.

3.3. Capacidad de comunicación, de resolución de conflictos, organizativa y


para establecer normas y exigir su cumplimiento que poseen el acogedor
y la acogedora.
• Especificar los modelos y estilos educativos de cada uno de los acogedores.

3.4. Integración social de los acogedores.

D. Relación de la familia acogedora con el menor y con su familia biológica


4.1. Relación entre el menor y los acogedores (relaciones de afecto, actitud,
predisposición, expectativas... tanto del niño como de la familia acoge-
dora).
• Historia de vinculación entre la familia acogedora y el menor.

4.2. Relaciones existentes entre los otros miembros de la familia acogedora


(relaciones de afecto, rivalidad, cooperación, dependencia, etc.).
• Relaciones con los niños que viven en el domicilio.
• Relaciones entre los miembros de la familia extensa que viven en el
mismo domicilio.
• Grado de aceptación de los miembros que viven en el mismo domicilio.

4.3. Relación entre la familia acogedora y la familia biológica del niño: rela-
ción afectiva, nivel de aceptación y ayuda, contactos...
• Relación afectiva entre la familia acogedora y los padres del niño o la niña.
• Contactos entre la familia acogedora y los padres del niño o la niña.
222 ACOGIMIENTO FAMILIAR

CUADRO 5.2 (Continuación)


4.4. Aceptación y grado de colaboración con la familia biológica.
• Aceptación y comprensión de la problemática en que están envueltos
los padres del niño o la niña.
• Tipo de colaboración y ayuda de la familia de acogida con respecto a
los padres del niño/a.

E. Postura ante el acogimiento (motivación, actitud, información y expectativas)


5.1. Motivación y actitudes que manifiestan los acogedores para acoger (para
realizar un acogimiento temporal o permanente). Aspectos diferenciales
entre los miembros de la pareja.
5.2. Conocimiento práctico que la familia tiene sobre lo que significa el acogi-
miento en familia extensa y actitud ante el acogimiento en la vida diaria.
5.3. Aspectos del acogimiento que la familia ve como más difíciles y actitud
de los acogedores ante las posibles dificultades.
5.4. Actitud ante las posibles visitas o contactos con la familia biológica.
5.5. Actitud ante la posible reunificación.
5.6. Grado de aceptación de la familia biológica del proyecto de acogimiento.
5.7. Opinión y deseo del niño.

F. Colaboración con el equipo técnico del programa


6. Aceptación del seguimiento que realizan los profesionales.

G. Síntesis final
7.1. Caracterización global de la familia acogedora (idoneidad o no idonei-
dad de la familia).
• Principales puntos débiles, críticos, trastornos o limitaciones (indica-
dores claros de no aptitud).
• Aspectos positivos destacables (tipo de ayudas o intervenciones nece-
sarias y existencia de posibilidades de mejorar).
7.4. Posibilidad de mejorar la situación con ayudas (especificar si las ayudas
son para el menor o para la familia acogedora).
• Existencia de posibilidades.
• Tipo de ayudas o intervenciones necesarias.
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 223

Conviene tener en cuenta que, de acuerdo con la Child Welfare Le-


ague of America (1994), existen dos momentos de valoración, aunque
en realidad se trata más de puntos en un continuo que de dos fases
propiamente dichas: por un lado, la valoración del preacogimiento,
centrada en el análisis de la seguridad, la protección y la cobertura de
las necesidades básicas, tanto físicas como emocionales, junto con las
habilidades educativas de la familia acogedora. Por otro, una vez ini-
ciado el acogimiento será necesario un análisis en profundidad para
evaluar en qué medida se están percibiendo y cubriendo adecuada-
mente las necesidades del niño o la niña.
Lógicamente, en el caso que se dictamine como contraindicado que
una familia sea acogedora, el niño no será acogido. Ello ocurrirá cuando
se crea que los factores de riesgo predominan sobre los favorecedores. Y
en ausencia de posibilidad de acogimiento en familia extensa, se optará
por otro en familia ajena.

Formación y apoyos

Cuando los acogimientos son en familia extensa, la intervención profe-


sional suele ser menor, no realizándose, por ejemplo, procesos de forma-
ción. Es un hecho bien constatado que las familias extensas reciben me-
nos preparación que las ajenas; así, por ejemplo, O’Brain (2000) muestra
que, frente al 76% de las ajenas, únicamente un 13% de las familias ex-
tensas recibe formación para el acogimiento. Esta misma investigación
encontró también menos seguimiento en grupo en el caso de acogi-
mientos en familia extensa (15%) que en el de ajena (62%) (Congressio-
nal Research Services, 1993).
Dado el claro déficit formativo en la intervención profesional con
los acogedores en familia extensa, un equipo de investigación de las uni-
versidades de Barcelona y Sevilla, en colaboración con profesionales de
ocho comunidades autónomas, estamos en la actualidad desarrollando
un material de formación para las familias acogedoras en familia exten-
sa adaptado a las características concretas de los acogedores y de la si-
tuación, y tratando de abarcar todos los aspectos conflictivos que sue-
len surgir en este tipo de acogimiento y de proporcionar a los acogedores
habilidades y recursos para afrontarlos.
224 ACOGIMIENTO FAMILIAR

La relación entre los profesionales y las familias acogedoras requerirá


especiales actitudes y habilidades sociales, siendo la meta fundamental me-
jorar las habilidades educativas de los miembros de la familia y ayudarles a
confiar en sus propias capacidades, y todo ello en el clima de una buena
colaboración entre profesionales y familia. De acuerdo con Portengen
(1995), es importante que los acogedores en la familia extensa sientan que
son una parte del sistema de protección alrededor de sus acogidos, que se
vean a sí mismos como personas capaces tanto de formular metas como de
alcanzarlas, y que perciban que lo que se está haciendo con ellos no es so-
lucionarles un problema desde fuera, sino ayudarles a desarrollar los cono-
cimientos y las destrezas que les permitan resolverlos por sí mismos.
Uno de los objetivos de la intervención profesional es que los aco-
gedores tomen conciencia de su nuevo rol y ayuden al niño o a la niña
y a sus padres a ser conscientes del cambio de situación producido. Los
nuevos roles comportarán nuevas responsabilidades, nuevas interac-
ciones y nuevas formas de resolver las situaciones problemáticas. Lógi-
camente, lo más deseable es que se establezcan de forma consensuada
entre las dos familias los objetivos y las estrategias de actuación, evitan-
do a toda costa las descalificaciones mutuas. El buen clima en las rela-
ciones ayudará al niño a conocer mejor la nueva situación, cuáles son
sus derechos, qué posibilidades de relación existen entre las diferentes
partes implicadas, si puede mantener la relación con sus hermanos,
qué nuevos roles tiene que asumir, cómo desarrollar una nueva identi-
dad y hacer frente a los sentimientos de pérdida.
La intervención profesional dedicará especial atención a algunos
puntos que pueden ser críticos. Por ejemplo, habrá de velar para que
las familias acogedoras no manifiesten una excesiva sobreprotección
derivada de la extrema empatía y simpatía hacia el niño y del intento
de compensar todas sus carencias. También algunos abuelos ven la
educación de sus nietos como una segunda oportunidad en sus vidas,
en la que se marcan como meta que el niño y sus padres vuelvan a estar
juntos, siendo importante que los profesionales se aseguren de que es-
tas expectativas se corresponden con las posibilidades reales a fin de no
forzar situaciones o dar al niño esperanzas o mensajes que las limita-
ciones de los padres hagan desaconsejables.
Para acabar, si se espera que los acogedores en familia extensa propor-
cionen seguridad, faciliten el bienestar infantil, cubran sus necesidades
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 225

concretas, y sean capaces de manejar los contactos y mantener la vincu-


lación del niño con sus padres, la intervención profesional, a través de la
formación, el apoyo y el seguimiento debe aspirar a ayudar a los acoge-
dores y desarrollar con ellos una alianza como equipo de trabajo alrededor
de los niños y sus necesidades (Child Welfare League of America, 1994).

Acogimiento especializado
El acogimiento familiar especializado surge para dar respuesta a las ne-
cesidades que presentan los niños y las niñas que tienen serios proble-
mas y que se ven inmersos en las situaciones de alto riesgo que presen-
tan actualmente sus familias. Como consecuencia de situaciones de
grave maltrato y de otros problemas de las familias biológicas (Kates,
Johnson, Rader y Streider, 1991), es cada vez es más frecuente encon-
trar niños y niñas con serios problemas de salud y de comportamiento
que necesitan de atenciones especiales (Amorós y otros, 2003; Rosen-
feld y otros, 1997; Soliday, 1998).

Historia y concepto
El acogimiento familiar especializado trata de atender en un contexto
familiar las necesidades y dificultades que presentan niños y niñas con
graves problemas. Los programas de acogimiento familiar especializa-
do se iniciaron en Estados Unidos en la mitad del siglo XIX y surgieron
del trabajo de Charles L. Brace (Hudson y Galaway, 1989) desarro-
llándose a partir de finales de los años de 1950. De acuerdo con Bryant
(1981, 1983), existen dos etapas en su desarrollo. La primera comien-
za a finales de la década de 1950 e inicios de la de 1960, cuando se
utiliza el acogimiento familiar como un tratamiento complementario
de los hospitales psiquiátricos y de los centros residenciales, con el ob-
jetivo de que los niños y los jóvenes pudieran volver a su comunidad.
La segunda etapa corresponde al movimiento de desinstitucionaliza-
ción de hacia finales de los 60 del siglo XX, momento en que este tipo
de acogimiento se usó como alternativa a la institución, pasando los
niños y las niñas a vivir plenamente con sus acogedores.
A partir de esta época, los acogimientos familiares especializados se
han desarrollando a escala mundial. En los inicios de la década de
226 ACOGIMIENTO FAMILIAR

1970 surgieron programas como el PATH en Minnesota, Estados


Unidos (Galaway, 1972, 1976, 1978); The Parent Counselors, en Al-
berta (Larson, Allison y Johnston,1978); The Parent Therapist, en
Ontario (Levin, Rubestein y Streiner,1976), ambos en Canadá, y The
Family Placement en Kent, Inglaterra (Hazel, 1981). Estos programas
fueron precursores de hasta 157 programas distintos identificados en
Canadá y EEUU (Nutter, Hudson y Gallaway, 1989).
En Europa, los acogimientos familiares especializados se desarrolla-
ron a finales de la década de 1960 a partir de la experiencia de Suecia,
que fue el país pionero en desarrollar programas de acogimiento diri-
gidos a jóvenes con serios problemas de conducta, emocionales o de
drogadicción. Las experiencias suecas fueron las que inspiraron a Nan-
cy Hazel el diseño en Inglaterra del Proyecto Kent, que se inició en el
año 1975. Dirigido a jóvenes, este programa ha sido uno de los más
emblemáticos, sobre todo por el proceso de evaluación que se ha ido
realizando a lo largo de su implantación y desarrollo. En el Reino Uni-
do, el acogimiento familiar especializado se fue luego incrementando
en los años de 1990 (Barth y otros, 1994).
Como se analizó en el capítulo 2, en España, desde la implantación de
la ley 21/1987 que regula la adopción y el acogimiento familiar, se han ido
realizando programas de acogimiento familiar, en particular, acogimientos
permanentes y preadoptivos. Posteriormente surgieron los acogimientos
simples o con previsión de retorno. No es hasta principios de los años de
1990 cuando surgen los acogimientos especializados. En un primer mo-
mento, el objetivo de los acogimientos especializados fue ofrecer una posi-
bilidad de convivencia familiar a muchos chicos y chicas que llevaban
mucho tiempo institucionalizados y que por sus características especiales
no habían podido tener la ocasión de realizar un acogimiento. La realiza-
ción de estos acogimientos requirió la elaboración de un programa de
acogimientos familiares especializados que contemplaba la metodología
adecuada para realizar la captación, la valoración, la adopción y el segui-
miento de las futuras familias acogedoras. En 1992 se iniciaron los progra-
mas de acogimiento familiar especializado de Castilla y León y Cataluña.
Posteriormente, otras comunidades autónomas han introducido este mo-
delo de acogimiento (Amorós y Hernández, 1993).
El acogimiento familiar especializado se ha ido asentando y es una
opción con mucho futuro, ya que facilita la normalización de la vida
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 227

de muchos niños y niñas las necesidades especiales que hasta el mo-


mento sólo eran atendidas en contextos institucionales.
No existe una unanimidad en la literatura científica sobre el concepto
de acogimiento familiar especializado, no habiendo si quiera acuerdo
respecto a la terminología con que denominarlos. Así, los anglosajones
utilizan diferentes expresiones para referirse a estos acogimientos: treat-
ment foster care, specialized foster care, specialist family care, professional
foster care o family-based treatment and community care.
En nuestra opinión, el acogimiento familiar especializado viene defini-
do por ser una parte de los servicios de protección integral de la infancia
en la que se atiende en un contexto familiar a las necesidades educativas
especiales que pueden presentar niños o jóvenes con ciertas particularida-
des (preadolescentes, adolescentes, grupos de hermanos, disminuciones
físicas, sensoriales o psíquicas, trastornos del comportamiento, enferme-
dades crónicas, etc). Estos acogimientos se centran cada vez más en niños
y jóvenes con disminuciones psíquicas, autistas, trastornos del comporta-
miento, delincuencia. Entre sus ventajas está el favorecer una mayor
adaptación del niño o el joven con su entorno y el tener un menor coste
que los acogimientos residenciales (Hudson y Gallaway, 1989) o que el
internamiento psiquiátrico (Rosenfeld y otros, 1997).
Un elemento significativo en los acogimientos especializados es
que, junto con los cuidados familiares, también se ofrece un cierto tra-
tamiento terapéutico de acuerdo con las características del niño o el
joven. En una revisión realizada por Hudson y Gallaway (1989) sobre
diversos programas especializados, encontraron que el tratamiento te-
rapéutico es un elemento clave en muchos de estos programas (como
ocurre, por ejemplo, en los programas PRYDE o en el Treatment Pro-
gram Development). En ellos, se ejecutan planes individualizados ela-
borados y realizados por profesionales en el hogar de las familias de
acogida. En cambio, otras experiencias (como el Proyecto Kent, en
Inglaterra, o el PAFE iniciado en 1993, en Cataluña) plantean el tra-
tamiento desde una perspectiva más global, tendiendo a combinar la
normalización y la individualización que ofrece la familia de acogida
con la utilización de los recursos del entorno. Este planteamiento eco-
lógico remarca la necesidad de que el joven pueda establecer unos bue-
nos vínculos con su entorno. Los acogedores desarrollan una función
de orientación y ayuda en la que tienen que descubrir sus propios re-
228 ACOGIMIENTO FAMILIAR

cursos y los de la comunidad de cara a una mejor solución de la situa-


ción.
El acogimiento familiar especializado tiene como requisitos la forma-
ción de las familias acogedoras, la atención a las necesidades especiales de
los niños acogidos y la retribución económica como reconocimiento de
la labor y los esfuerzos que tienen que realizar (Redding y otros, 2000).
Generalmente, en los acogimientos especializados, se tienen uno o
dos niños acogidos y se dispone de apoyo por parte de los servicios de
protección de la infancia y de los servicios especializados de ámbito
comunitario. Todos estos apoyos son muy necesarios, ya que los pro-
blemas emocionales y de conducta que presentan los acogidos suelen
ser serios y están negativamente relacionados con el éxito del acogi-
miento (Keane, 1983; Proch y Taber, 1985).
En la revisión realizada por Redding y otros (2000), los niños que
presentaban una buena adaptación a este tipo de acogimiento eran
aquellos con:
• Pocos problemas emocionales o de comportamiento.
• Menos acogimientos previos y poco tiempo de espera antes del
acogimiento.
• Menos experiencias negativas en anteriores acogimientos.
• Buenas relaciones con la familia de acogida.
• Equilibrio en la frecuencia y en el tipo de visitas con su familia
biológica, que son un elemento importante si el niño las vive de
una forma satisfactoria.
La satisfacción de estos niños parece estar determinada más por su
control sobre la situación y su satisfacción con las visitas que por la can-
tidad de contactos con los padres biológicos (Festinger, 1983). En gene-
ral, los resultados indican que la mayor estabilidad se consigue cuando
existe un buen proceso de valoración y formación de las familias acoge-
doras, se establece un proceso de adaptación con información de todas
las partes y un seguimiento y acompañamiento por parte de los profesio-
nales que aporta confianza y seguridad a las familias. De hecho, tres son
las variables del proceso de intervención que Baker (1989) identifica
como asociadas al éxito en este tipo de acogimientos: una estrecha y
afectuosa relación entre los profesionales y la familia de acogida, una
buena colaboración entre la familia acogedora y los servicios de protec-
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 229

ción y una relación de confianza entre el acogido y el profesional. En


concreto, Baker (1989) enfatiza que lo más importante es el estableci-
miento de una vinculación emocional y un respeto mutuo entre la fami-
lia y los profesionales. La dedicación del profesional puede ayudar a re-
solver las posibles dificultades que puedan presentar los acogidos.

La intervención profesional en acogimiento especializado

Lógicamente, uno de los aspectos clave en los acogimientos familiares


especializados es poder captar familias que asuman las características que
presentan estos niños y niñas. El éxito de las campañas será saber desper-
tar el interés de las familias hacia este tipo de acogimientos. Para Cham-
berlain y otros (1992), la forma de despertar este interés se relaciona con
la energía y la ilusión que manifiestan los profesionales, la orientación de
las campañas de captación hacia poblaciones sensibilizadas y el ofreci-
miento de una retribución económica suficientemente atractiva.
En cuanto al proceso de valoración, los criterios son similares al resto
de los acogimientos: fuerte motivación para el acogimiento, estilos edu-
cativos adecuados, utilización de los recursos del entorno y apoyo social.
De una forma particular se valora la estabilidad emocional y las expecta-
tivas realistas ante las necesidades del niño (Gray y Steiberg, 1999). Ló-
gicamente, las aptitudes y las características de las familias deben con-
trastarse con las necesidades concretas que puedan presentar los niños
en el momento del acogimiento. Dentro del proceso de selección, en
los acogimientos familiares especializados, la formación de los candi-
datos conforma un elemento estrictamente necesario. Las familias ne-
cesitan poder tomar conciencia de las necesidades que pueden presen-
tar los niños y las niñas y de los retos que supone su acogimiento.
Una vez seleccionadas las familias, se pasa por un tiempo de espera
durante el que las familias pueden reflexionar sobre las implicaciones
del acogimiento. En este periodo de espera son muy importantes los
contactos que puedan mantener con los profesionales. Llegado el
momento, el equipo debe trasmitir toda la información sobre las
características del niño y del acogimiento. Es necesario que las fami-
lias perciban que los profesionales ofrecen de una forma veraz toda la
información necesaria para conocer al niño y facilitar su adaptación. El
230 ACOGIMIENTO FAMILIAR

proceso de adaptación (habitualmente llamado fase de acoplamiento)


es un momento muy sensible tanto para los niños como para los aco-
gedores, por lo que es preciso llevar a cabo un acompañamiento inten-
so para compartir tanto los problemas como las situaciones satisfacto-
rias que puedan surgir.
El proceso de acompañamiento resulta imprescindible, a ser posi-
ble con continuidad de los profesionales concretos que atienden cada
caso. Las familias manifiestan que a lo largo de este acompañamiento
necesitan poder comentar, sobre todo, tres aspectos: las dificultades
de los niños para expresar sentimientos y emociones, la resolución de
los conflictos y la incertidumbre de la temporalidad del acogimiento
(GRISIJ, 1999). Junto con el acompañamiento individual, la creación
de grupos de autoayuda puede permitir compartir experiencias con otras
familias para reducir la angustia que comporta el proceso, buscar solu-
ciones ante las situaciones y sentirse respaldado por los iguales.
El seguimiento que puede recibir cada familia es muy variable, sien-
do lo más importante que las familias encuentren en los profesionales
una gran capacidad de escucha, de buena disposición y de colabora-
ción. En este sentido, es bueno que la comunicación entre las familias
y los profesionales no gire exclusivamente sobre los problemas, sino
que verse también sobre las satisfacciones.
Los resultados (GRISIJ, 1999) indican que si bien el acogimiento
familiar especializado ha facilitado la superación de ciertos trastornos
a un número importante de niños, quedan todavía buena parte por
resolver. Los trastornos que más persisten son los relacionados con el
comportamiento, seguidos por los de la salud. Estos resultados son si-
milares a otros estudios, como los de Garlan y otros (1996) y Glisson
(1996), que han demostrado que los acogidos tienen mayores proble-
mas de conducta que la población general. Estos problemas se han
relacionado con factores tales como el número de acogimientos que ha
experimentado el niño (Marcus, 1991), la inestabilidad matrimonial
de los padres biológicos (Hulsey y White, 1989), la escasez de contac-
tos y visitas (Fanshel y Shinn, 1978) y la existencia de abusos como
origen del acogimiento (Dubowit y otros, 1993).
La revisión de Hudson y otros (1994) y de Reddy y Pfeiffer (1997)
sobre más de cincuenta estudios, en los que el acogimiento familiar
especializado se ha comparado con otras alternativas (acogimiento fa-
ALGUNAS MODALIDADES DE ACOGIMIENTO DE ESPECIAL INTERÉS 231

miliar convencional, hogares residenciales, etc), sugiere que este tipo


de acogimiento produce cambios positivos en los jóvenes: desarrollo
de habilidades sociales y buena adaptación psicológica, reducción de
los problemas de conducta, aumento de la posibilidad de permanecer
en acogimiento y menos coste que los tratamientos residenciales.
En la investigación sobre acogimientos familiares especializados lle-
vada a cabo por GRISIJ (1999) se ha constatado que la adaptación
familiar es un hecho complejo en el que entran en juego un conjunto
de factores. Las familias de acogida y el joven han tenido que hacer un
proceso de adaptación que ha sido considerado difícil en el 56% de los
acogidos, ya sea por las dificultades de relación con alguno de los miem-
bros de la familia, o por las dificultades que manifestaba para asumir
las normas familiares.
Globalmente, el acogimiento familiar especializado se vive satisfac-
toriamente cuando todas las partes se sienten apoyadas y escuchadas
(Jivanjee, 1999); cuando se planifica como un acogimiento estable,
pero que a la vez permita el retorno del niño a su hogar (Staff y Fein,
1995), y cuando se ha realizado suficiente formación con las familias
acogedoras (Wells y D’Angelo, 1994). Las familias de acogida deben
sentir que forman parte del equipo y que no son clientes de un servi-
cio. Si en todos los acogimientos ello es cierto, en los especializados es
quizá más evidente que en ninguno que sin familias dispuestas a llevar-
lo a cabo y a trabajar en equipo con los profesionales, este tipo de aco-
gimiento sería imposible. De cara a asegurar el bienestar, el desarrollo,
la educación y las atenciones necesarias al niño, es preciso trabajar de
forma consensuada y coordinada. Y el seguimiento no podrá consistir
en dirigir, controlar o ignorar a la familia de acogida, sino en buscar
procedimientos que puedan ofrecer seguridad, reducir las tensiones,
superar las dificultades y disfrutar de los progresos de los niños.
Los programas de acogimiento familiar especializado han experimen-
tado un importante incremento, y los resultados que conocemos hasta
ahora son esperanzadores, aunque ello no significa que no se deba seguir
investigando y conociendo con mayor profundidad los factores que pue-
den facilitar una mejor solución de las complejas necesidades que pre-
sentan los niños y los jóvenes acogidos a los que va dirigido.
CAPÍTULO 6

CONCLUSIONES Y PROPUESTAS

Nuestro análisis del acogimiento familiar y algunos de sus aspectos


más relevantes, tanto desde el punto de vista de la investigación como
desde el de la intervención profesional, termina con la formulación de
una serie de conclusiones y propuestas que derivan, o bien de todo lo
anteriormente expuesto, o bien de reflexiones más generales sobre el
acogimiento y sus procesos. Tras unos cuantos principios generales, y
siguiendo una lógica parecida a la que hemos usado ya repetidamente
en este libro, nos centraremos en conclusiones y propuestas referidas a
los padres biológicos, a los acogedores, a los niños y a las niñas en aco-
gimiento familiar, y a la intervención profesional en este campo. Nos
serán de utilidad muchas de las cosas que se han analizado en capítulos
anteriores del libro, así como los diversos artículos que sobre los retos
futuros del acogimiento familiar acaban de aparecer publicados en The
Future of Children.
234 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Principios generales

De las diferentes alternativas existentes en el sistema de protección de


la infancia, el acogimiento se encuentra entre las más complejas. Esta
complejidad afecta a los cuatro sistemas que participan en el acogi-
miento familiar. Porque, en efecto, si bien clásicamente se ha hablado
del triángulo del acogimiento (con vértices en padres biológicos, aco-
gedores y acogidos), y tal como señalamos en el capítulo 3, parece más
adecuado referirse al cuadrado del acogimiento, añadiendo la inter-
vención profesional como cuarto sistema que interactúa con los tres
anteriores.
Desde el punto de vista de los padres de los niños, el acogimiento im-
plica la salida de sus hijos del hogar, con las inevitables dudas e incerti-
dumbres sobre su posible retorno, con el establecimiento a veces de un
régimen de visitas que no siempre les será fácil y con el contacto con
profesionales del tratamiento familiar que han apostado por su posibi-
lidad de recuperación, pero que al mismo tiempo les reclaman cambios
en sus complicadas vidas que con mucha frecuencia les serán muy difí-
ciles. Desde el punto de vista de los acogedores, el acogimiento implica
una relación familiar que inevitablemente tiene una intensidad diferen-
te a la relación profesional que se da en el acogimiento residencial, una
relación familiar complicada a veces por las complejas necesidades del
acogido; otras, por las dificultades inherentes al régimen de visitas;
otras, por el aparente contrasentido de, por una parte, hacer esfuerzos
para incorporar y vincularse y, por otra, tener que hacerlos más adelan-
te para favorecer la salida y facilitar la separación. Desde el punto de
vista de los niños y las niñas en acogimiento, su situación no es más sen-
cilla, inmersos como están a la vez en dos mundos familiares muy dife-
rentes, con conflictos de lealtades, con imprevisión respecto a su futuro,
con sus propios problemas y dificultades personales, fruto muchas veces
de un pasado conflictivo y siempre de un presente incierto. Desde el
punto de vista de los profesionales, el acogimiento no es la alternativa en
la que más tiempo y esfuerzos invierte el sistema de protección, y los
profesionales no siempre disponen del apoyo que necesitarían o de las
destrezas profesionales que les serían necesarias.
Siendo, pues, el del acogimiento un mundo cargado de compleji-
dad, ocurre además que buena parte de los casos que entran en acogi-
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 235

miento están entre los más complicados con los que actualmente se
trabaja en el sistema de protección. Por una parte, los programas de
tratamiento logran retener en sus familias a muchos de los niños y ni-
ñas cuyas situaciones de partida quizá eran menos conflictivas, de ma-
nera que aquellos para los que se considera necesaria la medida de se-
paración proceden de situaciones que se han valorado como más
complejas y perjudiciales. Por otra, para niños y niñas con serias difi-
cultades o, incluso, altamente perturbados que otrora hubieran sido
sin más institucionalizados, el acogimiento familiar se ve ahora como
una alternativa posible y deseable. El énfasis puesto, por una parte, en
la preservación de la unidad familiar y, por otra, en los esfuerzos para
lograr reunificaciones una vez producida la separación implica muchas
más complicaciones que las derivadas de una separación radical y defi-
nitiva (que, por otra parte, no está exenta de complicaciones, pero que
simplifica mucho el funcionamiento del sistema).
A la complejidad inherente al acogimiento hay que añadirle, pues,
la que se deriva de la mayor problemática que suponen el pasado y el
presente de los niños y las niñas en acogimiento, lo que convierte esta
alternativa en un conjunto de difíciles retos para todos los implicados.
Seguramente esto es así de manera inevitable, de forma que hay que
hacerse a la idea de que el trabajo en el mundo del acogimiento va a
reclamar importantes esfuerzos de organización y de intervención. Las
estructuras, las lógicas y las herramientas simples están condenadas al
fracaso cuando enfrente tienen realidades cargadas de complejidad y
dificultad. Y el acogimiento se encuentra por definición en el entrecru-
ce de diversas realidades con esa carga. Como han señalado Bass,
Shields y Behrman (2004), el acogimiento está caracterizado por la
incertidumbre y una cierta inestabilidad, incluso en las condiciones
más favorables (que —añadimos nosotros— son las que con más fre-
cuencia se resisten a aparecer).
En medio de los retos y las tensiones que el acogimiento implica,
conviene no perder de vista unos pocos principios generales que por ele-
mentales no son menos esenciales. El primero de ellos tiene que ver con
la forma en que se organizan y conceptualizan los vértices del cuadrado
a que se ha hecho referencia un poco antes. Porque si un cuadrado pue-
de en principio ser colocado de cualquier manera, siendo indiferente la
posición que ocupa cada uno de sus lados y ángulos, en el caso del aco-
236 ACOGIMIENTO FAMILIAR

gimiento no debe olvidarse que los niños y las niñas implicados consti-
tuyen el vértice fundamental, aquel en torno a cuyas necesidades deben
pivotar los demás elementos implicados. Naturalmente, el bienestar de
niños y niñas no es el único bien a preservar, y, en la medida de lo posi-
ble, se debe atender al de las demás partes implicadas. Pero si se quiere
ser coherente con el principio de que el bienestar infantil es el bien supe-
rior a proteger, ese debe ser el eje y la guía en la toma de decisiones.
El objetivo primero del acogimiento familiar, como el de todas las
demás actividades en el sistema de protección de la infancia en situa-
ción de riesgo, debe ser garantizar la seguridad y el bienestar de los niños
y las niñas implicados, que además son sujetos con una especial vulne-
rabilidad, dadas las circunstancias en que su vida ha tenido que de-
sarrollarse. Porque, como señalan Bass y otros (2004), para niños y
niñas que con frecuencia ya han sufrido mucho, el acogimiento fami-
liar no puede ser una experiencia que añada traumas y malas experien-
cias. Como acertada y esquemáticamente ha sabido decirlo Badeau
(2004), el objetivo número uno del acogimiento familiar es muy sen-
cillo: no hacer daño. Y, sobre todo, no hacer daño a los más vulnera-
bles, que son los niños y las niñas implicados.
Un segundo principio general que nos parece importante traer a este
pequeño grupo de grandes principios tiene que ver con un aspecto esen-
cial del estilo de intervención profesional. En la medida de lo posible, la
toma de decisiones no debe hacerse sobre los protagonistas (decisiones
sobre la familia biológica, o sobre el niño, o sobre los acogedores), sino
con ellos. Como señalaremos en más de una ocasión en las páginas que
siguen, implicar todo lo que sea posible a los padres, a sus hijos o a los
acogedores de éstos en la toma de decisiones que les afectan es un princi-
pio que a veces no puede realizarse, pero que en las más de las ocasiones
puede ser llevado a cabo en mayor o menor medida. Y el resultado cuan-
do se les da la participación posible no es peor que cuando las decisiones
las toman exclusivamente los profesionales, sino que suele ser mejor y
producir resultados más satisfactorios, con una percepción de participa-
ción que aumenta la sensación de control sobre la propia vida frente a los
sentimientos de incapacidad, impotencia e indefensión.
Un tercer principio general que también nos parece importante des-
tacar tiene que ver con uno de los componentes del modelo de inter-
vención utilizado para aproximarse a la resolución de los difíciles pro-
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 237

blemas implicados. Con mucha frecuencia, el trabajo profesional está


excesivamente estructurado en torno a las deficiencias o limitaciones
de los implicados (sobre todo, de los padres biológicos y de sus hijos),
y no siempre toma en consideración la existencia en ellos de algunos
factores de protección o, simplemente, de algunos recursos personales
que pueden y deben ser potenciados. La perspectiva del déficit es la
más fácil cuando además las deficiencias son tan llamativas, pero no se
debe olvidar que existe también la perspectiva de las potencialidades y
que el trabajo profesional no consiste sólo en reducir las limitaciones
y puntos débiles, sino también en aumentar las capacidades y los pun-
tos fuertes que además se encuentran en la mayoría de las personas,
incluso en las que tienen situaciones más negativas. Así es que, por
ejemplo, los padres de un niño no sólo son unas personas a las que hay
que tratar de sacar de su alcoholismo o de su desestructuración fami-
liar, sino que son también padres que han sabido esforzarse en algunos
aspectos concretos, que han encontrado algunos recursos en los que apo-
yarse, o que tienen sentimientos hacia sus hijos que constituyen un buen
punto de apoyo a partir del cual trabajar. Y otro tanto ocurre con sus
hijos, que pueden tener multitud de problemas y dificultades, pero que
también tienen potencialidades que merecen ser aprovechadas y resalta-
das de cara a utilizarlas en el proceso de recuperación de sus dificultades.
Y, finalmente, un cuarto principio general sobre el que también he-
mos de volver más adelante tiene que ver con la forma en que se orga-
niza la intervención profesional en torno al acogimiento. Por la canti-
dad y diversidad de profesionales que están implicados, por el hecho
de que en el acogimiento intervienen la entidad pública, un número
creciente de entidades colaboradoras, profesionales que esporádica-
mente se relacionan con alguno de los implicados en una situación de
acogimiento, el sistema de justicia, etc., la organización del acogimien-
to familiar puede fácilmente convertirse en una maraña de interven-
ciones profesionales mal estructuradas, pobremente engarzadas entre
sí y carentes de la necesaria coordinación. Cuando un sistema o una
realidad son fuertes y sólidos, la debilidad de las estructuras de su en-
torno puede que no sea un grave problema. Pero cuando se trabaja con
realidades de una enorme fragilidad y complejidad, la falta de planifi-
cación y coordinación se convierte en una amenaza para el éxito de los
muchos esfuerzos que pueden estar haciéndose.
238 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Los padres de los niños y las niñas en acogimiento

Como quedó ampliamente expuesto en el capítulo 2, hay modalidades


de acogimiento familiar que no contemplan la posibilidad de retorno
a su hogar de los niños y las niñas que de él fueron separados, mientras
que en otras modalidades, sin embargo, el retorno es la hipótesis de
trabajo fundamental. En unos casos y en otros, no se puede olvidar
que detrás de los niños y las niñas separados de sus familias están unos
padres que tienen problemas y necesidades. Responder a la problemá-
tica de los padres de los acogidos parece necesario en todos los casos,
pero muy particularmente en aquellos en los que se trabaja para el re-
greso de los niños. Lógicamente, no tendría sentido optar por un aco-
gimiento simple, con previsión de retorno, y tomar como única medi-
da el acogimiento de los niños en una familia alternativa, esperando a
ver si los padres se recuperan de sus problemas. Porque la separación
de sus hijos se convierte para ellos en un problema más que sumar a los
muchos que ya tienen y, con toda probabilidad, la separación no les
resuelve la situación, sino que sencillamente la complica. Dejados a su
albur, es difícil que estos padres encuentren la forma de salir de proble-
mas en los que llevan atrapados ya mucho tiempo.
Por todo ello, el trabajo con la familia del niño o la niña en acogi-
miento familiar es esencial si de verdad se apuesta por su retorno. No
es éste el lugar en el que entrar en el análisis de los programas y estra-
tegias de tratamiento familiar, pero sí lo es para señalar la importancia
de que tales programas se pongan en marcha como complemento im-
prescindible a la disgregación familiar que supone el paso del niño o la
niña a un programa de acogimiento. Digámoslo claramente: optar por
un acogimiento simple y no poner en marcha simultáneamente un
programa serio de trabajo con la familia del niño es una contradicción
en los términos; sería tan contradictorio como optar por la adopción y
no ponerse a buscar una familia adecuada para llevarla a cabo.
Como siempre ocurre, una parte del éxito del tratamiento familiar
radica en un adecuado diagnóstico. Y para la evaluación de estas fami-
lias disponemos típicamente de instrumentos que están orientados
fundamentalmente a evaluar sus factores de riesgo, con poca aprecia-
ción de los factores de protección que pueden existir y de las buenas
posibilidades y cualidades que la familia y sus miembros pueden tener
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 239

en ciertos aspectos (porque, entre otras cosas, si no los tuvieran, difí-


cilmente se hubiera optado por una modalidad que implica la hipóte-
sis de la reunificación familiar). Evaluar a una familia desde el punto
de vista de su capacidad para el retorno de sus hijos implica poner una
especial atención en sus competencias de cara al cuidado y la interac-
ción con sus hijos (Budd y Holdsworth, 1996) y no simplemente
analizar cuáles son sus debilidades y factores de riesgo. La identifica-
ción de áreas de competencia y aspectos positivos constituye un paso
previo a su fomento y potenciación en la intervención que se lleva a
cabo con estas familias, que ven así que se aprecian aquellos aspectos
en que su funcionamiento es más adecuado o parece tener una mayor
potencialidad.
Los programas de intervención familiar han de plantearse con la
suficiente intensidad y calidad para que puedan ser eficaces y generar
posibilidades reales de retorno del niño o la niña a su hogar. A buen
seguro, el trabajo con las familias cuyos niños han tenido que ser lleva-
dos a otra familia no es fácil. Como se analizó en el capítulo 3, se trata
típicamente de personas y sistemas familiares de una extraordinaria
complejidad y fragilidad, con una acumulación de factores de riesgo
tales como la pobreza extrema, viviendas inadecuadas, drogadicción y
otros problemas de salud, historias personales marcadas por la adversi-
dad, serias dificultades psicológicas, desestructuración familiar, violen-
cia doméstica... Con frecuencia, estos problemas aparecen entremez-
clados en la misma persona y en la misma familia. Como es evidente,
a esta enmarañada complejidad no se le puede pretender hacer frente
con unos cuantos buenos consejos y alguna ayuda económica esporá-
dica. O existen planteamientos de intervención rigurosos, complejos,
mantenidos en el tiempo, bien coordinados, llevados a cabo por profe-
sionales con los medios y las destrezas adecuados a la magnitud de los
problemas, o lo más probable es que los problemas de los padres no
puedan resolverse.
Como parte de estas intervenciones, el planteamiento de visitas y
contactos entre los padres y sus hijos suele ser un ingrediente esencial.
En el capítulo 3 se analizó en qué circunstancias estas visitas son ade-
cuadas y constituyen un elemento positivo tanto para los padres como
para los niños como para el proceso de acogimiento. La coordinación
entre los profesionales del tratamiento familiar y los del acogimiento
240 ACOGIMIENTO FAMILIAR

resulta entonces esencial (algo sobre lo que volveremos en el último


apartado de este capítulo).
En parte porque tienen una tradición de problemas y conflictos con
los profesionales de la protección de menores, en parte porque se ha
tomado la decisión de sacar a sus hijos del hogar, las familias de que
estamos hablando ven frecuentemente al sistema de protección como
un enemigo del que hay que defenderse, como un conjunto de actua-
ciones punitivas en las que ellos siempre salen perdiendo. Precisamen-
te una de las primeras tareas de la intervención familiar será tratar de
revertir esta lógica de relaciones, tratando de llegar a una alianza y a
unos compromisos de trabajo en los que queden claras las ayudas y los
apoyos que se van a aportar y las ventajas que de todo ello pueden de-
rivar. Para que este cambio de lógica de relaciones sea factible, un ele-
mento que puede servir de gran ayuda ha sido ya mencionado entre los
principios generales que hemos discutido más arriba: incorporar a los
padres, en la medida de lo posible, en la toma de decisiones que afec-
tan a sus hijos. Al principio, por ejemplo, en cuestiones relacionadas
con detalles del régimen de visitas y contactos. Al final, en relación con
las posibilidades de retorno de los niños y las circunstancias y las con-
diciones en que habría de producirse. Tan importante como que los
padres sientan que no han perdido del todo el control de sus vidas y de
la relación con sus hijos, es que puedan llegar a percibir al sistema
de protección no como su enemigo sino como su aliado. Un aliado
para ellos exigente, pero un elemento en el que apoyarse y en el que
basar la esperanza de retorno de sus hijos.
Una última consideración nos parece relevante para aquellos casos
en que se produce la vuelta con sus padres de los niños que han estado
en acogimiento. Cuando pensamos en las familias acogedoras nos re-
sulta fácil identificar la necesidad de que cuenten con los apoyos pro-
fesionales adecuados para hacer frente a las dificultades que sin duda
les surgirán (asunto este sobre el que abundaremos un poco más ade-
lante). Parece entonces claro que la misma lógica debe extenderse a las
familias biológicas una vez que la reunificación familiar se ha produci-
do. La intervención familiar no terminaría, pues, con la decisión de
reunificación, sino que exigiría el mantenimiento de los apoyos nece-
sarios para asegurar al máximo que las necesidades de la familia toda
sigan estando atendidas una vez que los niños han vuelto. Si, como
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 241

vimos en el capítulo 3, en torno a un 30% de los niños y las niñas en


acogimiento familiar retorna a sus familias (León, 2003), no puede
ignorarse que entre un 15% (Festinger, 1994) y un 35% de los casos
(Block y Libowitz, 1983; Wulczyn, 1991) retornan otra vez al sistema
de protección. Hay que recordar que, por una parte, estamos tratando
con personas y sistemas particularmente frágiles y que, por otra, hay
que evitar a toda costa nuevas separaciones, que no hacen sino ensom-
brecer la posibilidad de reunificación y dejar además en los niños el
amargo poso de la inseguridad respecto a su futuro, comprometiendo
además su buen ajuste en futuros acogimientos.

Los acogedores

Como se ha insistido en más de una ocasión a lo largo de este libro, el


acogimiento es una de las formas más complejas y exigentes de vida
familiar. Se espera de los acogedores que ofrezcan un hogar a los niños
de los que se van a hacer cargo, que trabajen con el sistema de protec-
ción, con las escuelas y con otros profesionales que atiendan al niño; al
mismo tiempo, se espera que se relacionen y mantengan visitas con los
padres biológicos, lo que puede acabar llevando a que el niño vuelva
con ellos; se espera, pues, que colaboren en el retorno de los niños y las
niñas con los que previamente tuvieron que hacer el esfuerzo de inte-
gración familiar. Las dificultades del acogimiento se acrecientan a ve-
ces por el alto nivel de atenciones que los niños acogidos pueden llegar
a requerir o por la complejidad de sus conductas (Bass y otros, 2004;
Stukes Chipungu y Bent-Goodley, 2004).
Como se analizó con detalle en el capítulo 3, se trata de familias que
tienen especiales características y muchos factores de protección con
los que hacer frente a los retos y exigencias que el acogimiento les va a
plantear. Tienen además una especial motivación y generalmente unas
buenas actitudes y capacidades educativas, contando además frecuen-
temente con la ventaja de disponer de experiencia en la educación de
sus propios hijos. Pero no sería justo confiar a estas buenas cualidades
y características personales y familiares el éxito del acogimiento fami-
liar en que se embarcan. Porque dada la complejidad de la tarea, es
esencial que estas familias cuenten con los apoyos y recursos de los que
242 ACOGIMIENTO FAMILIAR

se trató en el capítulo 4. Como allí se vio, las dos vías fundamentales


para apoyar a los acogedores son la formación (inicial y a lo largo del
acogimiento, si es el caso) y el apoyo profesional. En ambos casos, debe
tratarse de una formación y unos apoyos de buena calidad, adecuados
a las necesidades concretas que el acogimiento plantee y accesibles
cuando se necesiten.
Por lo que a la formación se refiere, sus características y contenidos
quedaron analizados con detalle en el capítulo 4. Baste ahora con re-
cordar que al hablar de formación debe pensarse no sólo en la que se
debe proporcionar a todos los futuros acogedores antes de comenzar el
acogimiento, sino también en la formación una vez que el acogimien-
to está teniendo lugar. Los formatos de uno y otro tipo de formación
pueden o no ser los mismos, de manera que si la formación inicial se
hace en grupo, será muy frecuente (y en muchas ocasiones, deseable)
que la formación una vez iniciada la experiencia de acogimiento se lle-
ve a cabo también de forma grupal, pero habrá sin duda muchas acti-
vidades de formación que se desarrollarán en el curso de visitas de su-
pervisión y seguimiento. Ambos tipos de formato de formación (en
grupo, individual) responden a necesidades y momentos diferentes del
proceso, por lo que no deben entenderse como incompatibles. En
todo caso, lo que es crucial es que los procesos de formación sean de
alta calidad, impliquen un elevado nivel de participación por parte de los
acogedores (por tanto, sean programas mucho más basados en la dis-
cusión, el contraste de opiniones y el trabajo sobre vivencias y situa-
ciones concretas aportadas por los acogedores, que programas basa-
dos en la transmisión de información), respondan a sus necesidades
concretas y se mantengan a lo largo del tiempo en la medida en que
sea necesario.
Los apoyos profesionales de que se habló en el capítulo 4 tienen que
ser necesariamente traídos a colación de nuevo en este capítulo sobre
conclusiones y propuestas. Elemento imprescindible en los programas
de acogimiento familiar, los apoyos a los acogedores resultan tanto
más críticos cuanto más complejo sea el acogimiento que estén llevando
a cabo. Algunas de las cosas que las familias acogedoras echan a veces de
menos son tan sencillas y básicas como tener un profesional de referen-
cia con el que hablar, tener un teléfono al que llamar, estar seguro de
que las llamadas telefónicas serán atendidas o devueltas en cuanto sea
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 243

posible, poder hablar de problemas concretos y esperar recibir ayudas


igualmente concretas, estar informados de los aspectos fundamentales
que puedan afectar al acogimiento y su desarrollo. Por básicas que to-
das estas cuestiones parezcan, no siempre están aseguradas o no siem-
pre lo están de manera eficaz. Cuando eso ocurre, es evidente que la
calidad de los servicios de apoyo no está a la altura de la complejidad
de la tarea de los acogedores. Y si, como se ha analizado en capítulos
anteriores, una de las mejores formas de extender el acogimiento es
con el «boca a oreja» que viaja de unos padres a otros, una de las mejo-
res formas de desincentivarlo es no ofreciendo a los acogedores los
servicios y los apoyos que necesitan para hacer frente de manera ade-
cuada a sus tareas y responsabilidades como acogedores.
Por no insistir de nuevo en cosas que se han reiterado a lo largo del
libro, haremos mención a sólo dos aspectos del tipo de apoyos que los
padres necesitan. El primero de estos aspectos tiene ya antecedentes en
cada uno de los apartados de este último capítulo: en la medida de lo
posible, incorporar a los acogedores en la planificación y la toma de
decisiones, haciendo que la familia acogedora se convierta en una par-
te no sólo del proceso, sino también del equipo de intervención. Las
buenas cualidades personales y familiares de los acogedores a que ya
hemos hecho mención, y, además, su contacto continuado con el niño
o la niña, cuya conducta y reacciones observan en directo de forma
continua, hacen de ellos una fuente de información valiosísima que
debe ser incorporada al proceso de evaluación y a la toma de decisio-
nes. Para ello, inevitablemente, la cercanía de los profesionales y el
contacto con ellos se convierte en imprescindible. Los contactos pro-
fesionales-familias muy distanciados en el tiempo o basados en meras
conversaciones telefónicas «para ver cómo van las cosas» no son sufi-
cientes, particularmente en el caso de los acogimientos que impliquen
una mayor dificultad por la razón que sea.
El otro ejemplo que puede ilustrar las respuestas que los acogedores
tienen por parte del sistema de protección y sus profesionales tiene que
ver con la compensación económica por el acogimiento. Como se vio
en su momento, en el proyecto de acogimiento que las familias se ha-
cen suelen tener un lugar importante la solidaridad y el altruismo, pero
ello no es óbice para que el sistema de protección deba asumir el coste
que representa el mantenimiento de un niño o una niña y la atención
244 ACOGIMIENTO FAMILIAR

a sus muy diversas necesidades. Y, en el caso de niños con necesidades


especiales, parece lógico que junto a la compensación económica por
el mantenimiento haya otra en concepto de dedicación. Está claro que
las familias no se embarcan en el acogimiento por razones económicas,
pero tampoco es lógico que su implicación en esta actividad tenga que
ser a costa de su propio patrimonio, entre otras cosas porque eso puede
significar que muchas familias queden automáticamente excluidas de la
posibilidad de acoger cuando su capacidad económica no permita ha-
cer frente a gastos adicionales.
Nos parece, pues, que todos los acogimientos deben tener un cierto
nivel de compensación económica, aunque la cantidad no puede ser
fija, sino adecuada a los gastos que en realidad supone la atención a
cada niño o cada niña. Nos parece además que es particularmente impor-
tante que las compensaciones económicas sean lo más puntuales posi-
bles en cuanto al momento en que llegan a las familias. Si al niño hay
que comprarle zapatos hoy o si a la niña hay que ponerle gafas maña-
na, no parece lógico que la compensación económica de esos gastos
llegue un año después. Por básicas que parezcan, estas cuestiones tras-
lucen la eficacia de la organización del sistema y su capacidad para
responder a las necesidades reales de los implicados. Y todo ello, inevi-
tablemente, se va a relacionar con la satisfacción de las familias y con
su disponibilidad para seguir acogiendo o para transmitir a otros la
ilusión por hacer acogimientos.
Y aunque entre nosotros la experiencia carece casi por completo de
antecedentes, para aquellas familias que llevan a cabo los acogimientos
más difíciles y que suponen un mayor desgaste físico y psicológico, la
disponibilidad de servicios de respiro que les permitan recuperar ener-
gías para poder seguir haciendo frente a la dura tarea parece que es una
de las direcciones en las que habría que mirar de cara a disponer de un
sistema de acogimiento más completo y eficaz.
No podemos terminar este apartado referido a los acogedores sin
hacer una mención muy especial a los acogimientos en familia extensa,
de los que se ha hablado en el capítulo anterior. Por una variedad de
razones, se trata a veces de los acogimientos más difíciles. Con frecuen-
cia, como se vio en los capítulos 3 y 5, los acogedores suelen ser mayo-
res, tienen menor nivel educativo, más problemas de salud, menos
ingresos, etc. Además, la relación con los padres es mucho menos con-
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 245

trolable que la que se da en el caso de familias ajenas, donde el régimen


de visitas, por ejemplo, forma parte de acuerdos formales. En el caso
de los acogimientos en familia extensa, la frontera entre la familia bio-
lógica y la acogedora está enormemente desdibujada y ello puede dar
lugar a conflictos y tensiones más frecuentes. Además, los acogedores
en familia extensa suelen tener menos propensión a buscar ayuda pro-
fesional, lo que hace más probable que se enfrenten a todas estas cues-
tiones con sus solos recursos y posibilidades. Para empeorarlo todo, los
servicios de apoyo les llegan con menos frecuencia, como si el hecho de
ser la abuela de un adolescente ayudara automáticamente a resolver los
conflictos y las tensiones que puedan aparecer. Y lo mismo ocurre con
la más frecuente ausencia de compensación económica en este tipo de
acogimientos, como si por ser el abuelo del niño las camisas que éste
necesita le fueran regaladas en las tiendas.
Los acogimientos en familia extensa tal vez debieran situarse no en-
tre los acogimientos considerados más fáciles, sino precisamente entre
los que implican mayor dificultad. Tal vez con ese cambio de mentali-
dad no serían acogimientos de segunda categoría en cuanto al apoyo
de todo tipo que de hecho reciben, pasando entonces los recursos que
les llegan a estar a la altura de las complejas exigencias de las tareas que
se les plantean. Como síntoma, el hecho de que el programa de forma-
ción para acogedores en familia extensa en que en este momento esta-
mos trabajando haya respondido no al encargo de ninguna entidad
pública con responsabilidad sobre el acogimiento familiar, sino al de
una entidad privada con tradición en programas de intervención so-
cial, nos parece plenamente significativo del lugar que el acogimiento
en familia extensa todavía tiene entre las preocupaciones y las priorida-
des del sistema de protección.

Niños y niñas acogidos

Ha quedado dicho anteriormente que los niños y las niñas en acogi-


miento son el vértice fundamental en torno al cual deben girar todos
los elementos que integran el cuadrado del acogimiento. Ha quedado
dicho también que el objetivo primero debe ser no causar daños adi-
cionales a quienes con toda probabilidad ya han sido afectados por
246 ACOGIMIENTO FAMILIAR

experiencias negativas previas. Por el contrario, la experiencia de aco-


gimiento debería servir para introducir en sus vidas un cambio positi-
vo y el inicio de una etapa más prometedora. Como ha señalado Har-
den (2004), el sistema de protección ha actuado típicamente como si
su misión fuera separar a los niños de las situaciones de riesgo de las
que proceden y asignarles a familias alternativas, preocupándose me-
nos sobre qué pasaba a continuación, cómo quedaban y evoluciona-
ban, qué necesidades les surgían, etc. Como ocurre en otras situaciones
(la adopción, por ejemplo), sacar a un niño o a una niña de un contex-
to altamente problemático y situarle en un contexto protector es una
medida sin duda necesaria, pero no suficiente, porque si el cambio de
ambiente resuelve algunos de los problemas, no puede por sí solo aca-
bar con todos.
Mucho nos parece que queda por hacerse todavía, para empezar, en
la preparación de los niños y las niñas para el acogimiento. Con razón
ha señalado Núñez (2002) que éstos se ven muchas veces arrastrados
de acontecimiento en acontecimiento sin entender qué finalidad se
persigue, qué plazos de tiempo se están barajando, cuáles son las pers-
pectivas de futuro, etc. Como la misma autora indica, el trabajo de
preparación del menor es fundamental para su bienestar y para el me-
jor desarrollo del proceso de acogimiento, exigiendo una planificación
cuidadosa, una adecuada atmósfera de relación con el niño o la niña y
una serie de fases (el estudio del menor, su preparación para la convi-
vencia con otra familia, el acoplamiento y, en su caso, la preparación
para la finalización del acogimiento) en cada una de las cuales se de-
ben desarrollar actividades profesionales específicas. Tal como se anali-
zó en el capítulo primero, los niños y las niñas que transitan por las
distintas alternativas del sistema de protección tienen una necesidad de
saber que debe ser atendida adecuadamente en el proceso de prepara-
ción para el acogimiento al que estamos haciendo referencia.
Conviene recordar que, como se analizó en el tercer capítulo, la se-
paración de un niño o una niña de su entorno familiar habitual, por
problemático que éste sea, pone en marcha una serie de sentimientos de
pérdida difícilmente evitables. Tal como allí se indicó, no son pocos los
niños que tras la separación, al mismo tiempo que sin duda experimen-
tan sentimientos de alivio en más de un sentido, tienen también mani-
festaciones de tristeza y retraimiento que no deben interpretarse como
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 247

que no se encuentran contentos o a gusto en su nuevo entorno, sino


como que están, sencillamente, elaborando interiormente la situación
por la que están pasando. La intervención profesional no puede ignorar
que estos sentimientos existen y que, si en parte son inevitables, en bue-
na parte pueden también ser aliviados a través de la adecuada prepara-
ción antes del acogimiento y el correspondiente acompañamiento y
apoyo una vez que el acogimiento está en marcha. Dar a los acogedores
claves que les permitan entender la situación y las manifestaciones de
conducta a que dé lugar en los niños es una forma de ayudar a éstos en
el proceso por el que casi inevitablemente tienen que pasar.
Por todas las circunstancias que les han rodeado y les rodean, los ni-
ños y las niñas acogidos tienen un indudable riesgo de problemas y di-
ficultades. Por ejemplo, en las relaciones afectivas y en las interacciones
sociales, en el ajuste y el rendimiento académico. Ni los niños ni los
acogedores pueden ser dejados solos para hacer frente a estas circuns-
tancias problemáticas. El diagnóstico de cuáles son los problemas y las
necesidades de los acogidos y de qué medios van a ser necesarios para
aumentar su adaptación y bienestar es esencial para su mejor desarrollo
(y, de paso, para el mejor funcionamiento de su proceso de acogimien-
to). Y, por supuesto, la puesta en acción de las medidas que se conside-
ren necesarias para atender adecuadamente a sus necesidades es el coro-
lario que de todo ello se desprende. El plan del caso está, pues, lejos de
acabarse una vez que se ha optado por la medida de acogimiento y se ha
situado al niño en su hogar de acogida, siendo necesario continuar de-
sarrollándolo y llevándolo a la práctica. Como ejemplo, en el estudio
sobre los acogimientos en familia extensa en el Principado de Asturias,
la primera necesidad manifestada por los acogedores tras los apoyos de
tipo material era el apoyo psicológico para ellos mismos y/o para los
acogidos (Fernández del Valle, Álvarez-Baz y Bravo, 2002).
Todo lo anterior, lógicamente, debe adaptarse a las necesidades con-
cretas que cada niño o cada niña presenta en función de sus caracterís-
ticas, la más notable de las cuales es su edad. Lógicamente, no es lo
mismo que hablemos de un bebé que va a pasar a un acogimiento de
urgencia, que de una adolescente que va a pasar a vivir con su abuela
en régimen de acogimiento permanente. Pero, siendo una de las más
importantes y visibles, la edad no es la única circunstancia que deter-
minará el tipo de apoyos y las características de la intervención que será
248 ACOGIMIENTO FAMILIAR

necesaria. Pensemos, por ejemplo, en los niños y las niñas que tienen
hermanos pero que, por la razón que sea, no se han incorporado con
ellos a la situación de acogimiento, sino que están en otras familias;
para ellos puede ser de gran importancia plantearse no sólo el tema de
las visitas de los padres, sino también las conexiones con los hermanos.
En definitiva, la «talla única» no puede funcionar bien en una realidad
tan diversa, tan heterogénea y cambiante como es el acogimiento fami-
liar: la diversidad de modalidades, la variedad de situaciones familiares
y de características de todos los implicados, la heterogeneidad de pro-
blemas y necesidades reclaman un trabajo que inevitablemente tendrá
que ser fuertemente personalizado en el que —de nuevo— las necesi-
dades concretas de niños y niñas en cada momento deben ser el eje
fundamental en torno al cual organizar la intervención.
Intervención, por otra parte, que no termina con el acogimiento,
sino que debe continuar una vez que el niño o la niña pasa a una nue-
va situación. De particular importancia nos parece hacer referencia a
las necesidades de niños y niñas para los que se ha optado por la reuni-
ficación familiar, que van a necesitar de servicios «accesibles, duraderos
y de buena calidad» (Bass y otros, 2004, p. 18). No es ocioso recordar
que estamos hablando de personas y situaciones particularmente frági-
les y vulnerables a las que no se puede dejar a su suerte sencillamente
porque han cambiado de situación administrativa.
Un aspecto que nos parece esencial en el caso de los niños y las niñas
en acogimiento tiene que ver con una realidad que en la infancia tiene
un significado bien diferente al que luego adquiere en otros momentos
de la vida: el tiempo. Un año en la vida de un adulto es una unidad de
tiempo importante, pero no trascendental. En la vida de un niño o
una niña, el valor de esa misma unidad es mucho más elevado. Como
se analizó en el primer capítulo, lo que inevitablemente se desprende
del especial significado y la especial importancia del tiempo en la in-
fancia es la necesidad de intervenciones profesionales en las que la ra-
pidez sea uno de los componentes que se tomen en consideración, par-
ticularmente cuando las medidas que se han adoptado tienen carácter
provisional y transitorio. El limbo de la provisionalidad no es un lugar
en el que tener instalado a un niño si se le quiere proteger adecuada-
mente. En el mismo sentido, la prolongación mucho más allá de los
tiempos previstos (por ejemplo, en el caso de los acogimientos de ur-
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 249

gencia) está indicando —como ya señalamos— que, o bien se optó


por una modalidad de acogimiento equivocada, o bien que no se está
gestionando bien el tránsito del niño o la niña por el sistema.
Conviene también recordar aquí otras de las necesidades básicas de
las que también hablamos en la última parte del primer capítulo: la de
evitar la acumulación de rupturas en las vidas de estos niños y niñas.
Porque, naturalmente, no resuelve las cosas, sino que las complica, sa-
car a un niño de una situación provisional simplemente porque se ha
cumplido el plazo establecido para pasarle a continuación a otra situa-
ción provisional y poder poner así el contador de tiempo de nuevo a
cero. La estabilidad es un valor que debe perseguirse, y el paso por si-
tuaciones transitorias debe evitarse y reducirse en el tiempo todo lo
que sea razonablemente posible.
Por otra parte, como venimos señalando a lo largo de este capítulo,
en la medida en que sus capacidades y su situación lo permitan, chicos
y chicas deben ser incorporados al proceso de las tomas de decisión
que les afectan. Lo hemos dicho a propósito de los padres y de los aco-
gedores, siendo el mismo principio pertinente también en el caso de
los niños: en la medida en que sea posible, es deseable que no sean los
últimos en enterarse de lo que sobre ellos se ha decidido, sino que pue-
dan participar en los procesos de toma de decisión de la forma más
activa que sus capacidades y circunstancias lo permitan, lo que redun-
dará, como en el caso de los adultos, en un sentimiento de mayor se-
guridad y control sobre las cosas que les ocurren.
Una última reflexión sobre los niños en acogimiento hace referencia
a una realidad que ya empieza a darse entre nosotros y que probable-
mente está llamada a aumentar en los próximos años. En aquellos países
en los que existen importantes grupos étnica y culturalmente minorita-
rios se ha observado que los niños y las niñas acogidos pertenecientes a
tales grupos reciben menos visitas por parte de los profesionales, tienen
menos contacto con el sistema de protección y permanecen más tiem-
po en él (Stukes Chipungu y Bent-Goodley, 2004). En la medida en que
nuestro sistema de protección vaya atendiendo cada vez más —como, de
hecho, empieza ya a ocurrir— a niños y a niñas que pertenecen a dife-
rentes minorías, habrán de arbitrarse medidas que impidan que su trán-
sito por el sistema ocurra en condiciones para ellos más perjudiciales que
para los demás.
250 ACOGIMIENTO FAMILIAR

El sistema y los profesionales

La complejidad del acogimiento familiar ha quedado suficientemente


acreditada y documentada a lo largo de las páginas de este libro. Y corres-
ponde al último de los vértices del acogimiento, al que ahora nos refe-
rimos, hacer frente a esa complejidad y darle respuestas adecuadas.
Para resaltar algunos de los aspectos fundamentales que nos permitan
a la vez sacar algunas conclusiones de todo lo analizado y formular al-
gunas propuestas de actuación, subrayaremos cuatro elementos que
nos parecen esenciales si el funcionamiento de los acogimientos fami-
liares pretende estar a la altura de los retos que la complejidad de esta
alternativa plantea: organización y planificación, diversificación, coor-
dinación y eficacia.
En primer lugar, organización y planificación: como ha quedado
bien patente a lo largo de este libro, en el proceso de acogimiento son
muchos los agentes que intervienen y muchos los procesos implicados.
Con mucha frecuencia, el sistema de acogimiento presenta una estruc-
tura débil, encontrándose, como vimos, en un lugar muy poco promi-
nente dentro del sistema de protección. Si pensamos ahora en cosas
tales como las campañas de captación, los procesos de valoración y
formación, la preparación específica de todos los implicados en la sali-
da de un niño de su familia y su adaptación a otra, el seguimiento indivi-
dual y grupal, la provisión de los apoyos y los recursos que respondan
a las diversas necesidades de todos los implicados, se hace evidente la
enorme desproporción que existe entre los retos y las exigencias que el
acogimiento plantea y las estructuras desde las cuales se trata de darles
respuesta. Sólo desde una organización más potente de los servicios y
desde una minuciosa planificación de las actuaciones es posible acer-
carse a la respuesta adecuada a las exigencias que la buena práctica en
acogimiento familiar reclama.
En segundo lugar, diversificación: para realidades tan diversas y nece-
sidades tan heterogéneas a las que el acogimiento tiene que responder,
disponer de respuestas estándar resulta claramente insuficiente. La di-
versificación a que hacemos referencia afecta, en primer lugar, a las mo-
dalidades de acogimiento familiar existentes, que deben ser suficientes
para dar respuesta adecuada a la variedad de hipótesis que la realidad y
la intervención sobre ella plantean. Pero afecta también a las actividades
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 251

profesionales que deben llevarse a cabo con los padres de los niños, con
sus acogedores y, por supuesto, con los niños mismos; afecta a los tipos
de apoyo, por ejemplo, o a la frecuencia y la modalidad de los segui-
mientos. Resulta estremecedor el contraste entre el abigarrado cuadro
de necesidades que el acogimiento plantea y el escuálido soporte insti-
tucional desde el que se trata de darle respuesta. Sólo desde una diver-
sificación de los servicios, los profesionales y las respuestas parece posi-
ble reducir de forma significativa este lamentable contraste.
Lógicamente, cuanto mayor sea la diversificación, más riesgo hay de
fragmentación y caos. De ahí que el tercer aspecto que nos importa
subrayar sea el de la coordinación. La fragmentación y, sobre todo, la
descoordinación entre los agentes de la intervención y entre los servi-
cios que ponen en marcha resultan una fuente de continua confusión
y frustración para los padres, para los acogedores y para los niños
(Stukes Chipungu y Bent-Goodley, 2004). El sistema en sí mismo y la
eficacia de su respuesta y sus actuaciones se debilitan enormemente
cuando las intervenciones profesionales se retrasan por falta de coordi-
nación, cuando se duplican de forma indeseable, cuando dejan de pro-
ducirse porque se supone que otros elementos del sistema se hacen
cargo, cuando se retrasan porque no se habían engranado suficiente-
mente los mecanismos de coordinación, etc.
Finalmente, el criterio último del buen funcionamiento del sistema
está en su eficacia, es decir, en su capacidad para responder de forma
adecuada a los objetivos planteados y para atender adecuadamente a
las necesidades de los implicados, muy particularmente de los niños y las
niñas. Hasta donde sabemos, entre nosotros está por elaborarse una
lista sistemática de indicadores de calidad del acogimiento familiar y
tal vez esa elaboración constituyera un hito que contribuyera a aumentar
la sensibilidad del sistema respecto a la importancia de asegurar una
respuesta adecuada a los problemas planteados. Porque es evidente que
la eficacia del sistema no consiste en emplazar a un niño o a una niña
con una familia acogedora, sino en ser capaz de responder adecuada-
mente a la numerosa y compleja diversidad de retos que a todos los
implicados en el proceso de acogimiento se les plantean.
La eficacia de que hablamos tiene que traducirse en las muy diversas
tareas implicadas en el acogimiento. Baste pensar, por ejemplo, en la
necesidad de mejorar el conocimiento y la sensibilización social con
252 ACOGIMIENTO FAMILIAR

respecto al acogimiento, o las campañas de captación como las anali-


zadas en el capítulo 4, sin las que no habrá familias acogedoras que
hagan posible esta alternativa familiar. O en la importancia de la eva-
luación inicial y la toma de decisiones, momento crítico del proceso
porque de él van a derivar cosas tan trascendentales como la modali-
dad de acogimiento por la que se opta y los recursos y los apoyos que
se prevén necesarios.
Pero la reflexión sobre las necesidades del sistema que organiza y
desarrolla los programas de acogimiento no puede ser completa si no
incluye una referencia a los profesionales que protagonizan las muchas
intervenciones que en el proceso de acogimiento están implicadas. Sin
duda alguna, Bass y otros (2004) aciertan cuando afirman que sin pro-
fesionales bien preparados ni los mejores planteamientos respecto al
acogimiento familiar pueden conducir al éxito. El trabajo de los profe-
sionales del acogimiento es de una gran complejidad, pues tienen que
tomar decisiones muy importantes teniendo presentes las necesidades,
las demandas, las expectativas y los conflictos de las diferentes partes
implicadas. Tienen que hacer frente a situaciones con un gran dina-
mismo y muchos cambios, así como a reacciones emocionales intensas
(en los demás y en ellos mismos).
Una buena formación tanto inicial como continuada parece un re-
quisito indispensable para el buen ejercicio profesional en acogimiento
familiar. El surgimiento de nuevas modalidades de acogimiento, la
mayor complejidad de los perfiles de los niños y las niñas que entran
en acogimiento familiar, una actitud cada vez más exigente y reivindi-
cativa por parte de muchos padres biológicos, las peticiones de apoyo
crecientes por parte de los acogedores son algunas de las razones por las
que se hace necesaria una formación de calidad —repetimos, tanto
inicial como continuada— que asegure al máximo el buen funciona-
miento de los acogimientos y de todos los en él implicados.
Pero no es sólo cuestión de formación, porque igualmente impor-
tante para los profesionales es estar inmersos en redes o grupos de traba-
jo que permitan el intercambio de conocimientos y experiencias que
puedan ser utilizados en la práctica profesional cotidiana. Tales redes
forman parte de los servicios de apoyo a los profesionales implicados,
que pueden también beneficiarse mucho de la supervisión de otros
profesionales con más experiencia y tal vez mayores conocimientos.
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 253

La realidad es, sin embargo, que, junto a otros excelentemente for-


mados y capacitados, no son pocos los profesionales del acogimiento
que tienen una formación escasa, que carecen de herramientas y recur-
sos técnicos puestos a su disposición, así como de la supervisión técni-
ca que —sobre todo en la etapa de iniciación profesional, pero tam-
bién posteriormente— les ayude a planificar y realizar un buen trabajo.
Para complicar las cosas, los profesionales del acogimiento familiar
suelen tener que hacerse cargo de muchos casos a la vez, tienen que
hacer mucho trabajo burocrático-administrativo, tienen puestos de
trabajo especialmente inestables, etc. Y es en estas condiciones como
tienen que tomar decisiones que afectan a cosas esenciales en la vida de
otras personas, sometidos a una gran presión por parte del sistema del
que dependen y de las familias a las que atienden. La consecuencia es
un estrés profesional poco compensado por el reconocimiento social y
por las condiciones de trabajo. Un estrés que ayuda poco de cara a la
realización de un trabajo complejo y exigente en el que uno de los pro-
blemas indicados, el de la inestabilidad profesional, acaba distorsio-
nando y debilitando seriamente el sistema. Tal vez por la complejidad
misma del trabajo que tienen que realizar, tal vez por las condiciones
en que se ven obligados a llevarlo a cabo, no resulta fácil atraer y rete-
ner en los programas de acogimiento a los mejores profesionales. Los
hay, por fortuna, que se mantienen en su trabajo a pesar de las dificul-
tades y a pesar de la ausencia o escasez de reconocimiento y apoyo ins-
titucional, pero la inestabilidad predomina de forma perjudicial, de
manera que es frecuente que profesionales con preparación, con espí-
ritu innovador y comprometidos con el acogimiento familiar acaben
encontrando acomodo en otros espacios del sistema de protección o,
sencillamente, en proyectos profesionales diferentes y que lo hagan a
veces por voluntad personal, pero en otras ocasiones como parte de la
enrevesada lógica de las rotaciones de personal de la maquinaria admi-
nistrativa, o de la inestabilidad inherente al trabajo de asociaciones y
entidades colaboradoras.
No debe olvidarse que, como han señalado Stukes Chipungu y
Bent-Goodley (2004) la competencia y la eficacia de los profesionales
dependen en parte de sus características y capacidades individuales,
pero también de la organización del sistema en su conjunto. El mejor y
más eficaz de los profesionales puede, en efecto, ver su trabajo debili-
254 ACOGIMIENTO FAMILIAR

tado o sencillamente comprometido por una mala o inadecuada orga-


nización del servicio, por una deficiente planificación del conjunto de
las actuaciones e intervenciones, por una insuficiente red de apoyos.
Por ello, que en una determinada comunidad autónoma el programa
de acogimiento funcione más o menos satisfactoriamente va a depen-
der en parte de la eficacia y competencia de los profesionales del aco-
gimiento, pero en buena medida también de la forma en que el pro-
grama esté estructurado, de la importancia que tenga dentro del
conjunto del sistema de protección, de la atención que los profesiona-
les reciban de cara a la mejora de su trabajo, etc. En otras palabras, el
buen funcionamiento del acogimiento familiar es sólo en parte res-
ponsabilidad de los profesionales implicados, dependiendo también
de forma importante de quienes tienen la capacidad de organizar los
servicios y de proveer los recursos, es decir, de los responsables de las
políticas de infancia y familia. La debilidad crónica de las estructuras
administrativas y profesionales alrededor del acogimiento familiar no
suele dar de ellos la mejor imagen, con las muy meritorias excepciones
que también en este terreno existen.
Y si en páginas anteriores hemos defendido que los profesionales del
acogimiento deben dar la palabra y, en la medida de lo posible, hacer
partícipes a los implicados en la toma de decisiones que les conciernen,
justo es aplicar aquí el mismo razonamiento a propósito de los profe-
sionales y de su papel en la organización y planificación de los servi-
cios, que no pueden hacerse eficaz y seriamente ignorando la experien-
cia y las perspectivas de quienes en ellos trabajan y, frecuentemente, de
quienes mejor conocen la realidad, sus necesidades y limitaciones. Por-
que los profesionales deben estar no sólo para ejecutar los diseños que
se determinen, sino también para contribuir a conformar y a enrique-
cer esos diseños sirviéndose de sus conocimientos y experiencia.
A propósito de la organización político-administrativa del acogi-
miento familiar, merece la pena hacer referencia al hecho de que la
organización del Estado español en comunidades autónomas, a las que
se ha transferido toda la responsabilidad en materia de protección de
la infancia, ha tenido indudables aspectos muy positivos en muchos
terrenos. Sin embargo, en el campo concreto que en este libro nos ocu-
pa, la dispersión de la responsabilidad y el control ha dado lugar a una
sorprendente diversidad. Es sorprendente, por ejemplo, que estando
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 255

todas las comunidades autónomas bajo la misma legislación que define


claramente los tipos de acogimiento de que se habló en el capítulo 2,
se haya impuesto una diversidad que, al menos en apariencia, condu-
ciría a pensar que cada una trabaja con una legislación de partida dife-
rente. Así, en el análisis que Fernández del Valle y Bravo (2003) han
hecho del acogimiento familiar en España se pone de manifiesto una
diversidad de tipologías de acogimiento familiar entre la que no siem-
pre es fácil reconocer las modalidades descritas en nuestro segundo
capítulo. En efecto, en su repaso a la realidad del acogimiento en las
distintas comunidades autónomas españolas, estos autores se han en-
contrado con acogimientos referenciales, con acogimientos de menor con
medida, con acogimientos especializados por especial preparación o
por especial dedicación, con acogimientos a tiempo parcial o comple-
to, con acogimientos compartidos, con familias educadoras, con fami-
lias sustitutas profesionalizadas y hasta con «familias sustitutas institu-
cionalizadas».
Hay mucho de positivo en que cada entidad pública defina y de-
sarrolle los programas de acogimiento que más se ajusten a sus nece-
sidades y planteamientos. Así, por ejemplo, allí donde haya una inci-
dencia importante de población inmigrante tiene todo el sentido
prever la forma en que se atenderá a los acogimientos de inmigrantes,
lo que carece de sentido donde esta problemática sencillamente no
existe. Hay además tradiciones locales que merecen la pena mante-
nerse porque han demostrado eficacia y buenos resultados. Si ante-
riormente hemos defendido la bondad de la diversificación de los
programas de acogimiento familiar, no defenderemos ahora su uni-
formidad y estandarización. Pero cuando al analizar la situación glo-
bal del acogimiento en España lo primero que aparece es la jungla
terminológica a que acabamos de referirnos, existen razones para te-
mer que esa diversidad en los términos sea simplemente la manifes-
tación más superficial de una gran diversidad en la calidad de los
programas de acogimiento.
Por otra parte, las políticas de infancia y familia de las diferentes
comunidades autónomas son estancas entre sí, existiendo escasa permea-
bilidad entre ellas que permita que las innovaciones de las unas sean
aprovechadas por las otras, o que los instrumentos y herramientas pro-
fesionales que se ponen a punto en una zona sean incorporadas a la
256 ACOGIMIENTO FAMILIAR

práctica profesional que se desarrolla en otra. Como se ha indicado


anteriormente, es del todo revelador que el esfuerzo más reciente por
llevar a cabo una intervención y una investigación que han trascendido
las fronteras de la división político-administrativa haya provenido de
una entidad privada vinculada a una caja de ahorros. Por nuestra parte,
pensamos que nuestra configuración territorial no debería ser obstácu-
lo para la existencia de esfuerzos coordinados para hacer del acogi-
miento familiar una realidad más profesionalizada y mejor atendida.
De hecho, hubo un tiempo en que existió suficiente liderazgo técnico
desde la administración central como para impulsar el tipo de coordi-
nación del que estamos hablando. Pero un cambio de gobierno en
1996 trajo consigo el desmantelamiento de la estructura administrati-
va que daba soporte a la idea de esfuerzos comunes para una empresa
común, y no parece que el paso del tiempo haya sido capaz de resolver
adecuadamente el vacío entonces producido.
Una de las lamentables consecuencias de la ausencia de coordina-
ción a que estamos refiriéndonos tiene que ver con la enorme dificul-
tad para disponer de datos estadísticos fiables y de buena calidad sobre
el acogimiento familiar. Resulta poco sorprendente que si las denomi-
naciones varían con las fronteras territoriales sea tan difícil disponer de
estadísticas y datos unificados sobre acogimiento familiar en España.
Y la importancia de los datos no radica fundamentalmente en que per-
mitan responder a la curiosidad de los investigadores, sino en que ha-
cen posible diagnosticar mejor las dificultades, identificar más adecua-
damente los problemas y controlar la eficacia del sistema (Stukes
Chipungu y Bent-Goodley, 2004). En otras palabras, con mejores da-
tos se puede prestar un mejor servicio y hacer una mejor intervención
sobre el acogimiento familiar. Para que tales datos puedan existir hace
falta superar las barreras territoriales y disponer de un sistema de indi-
cadores compartido, así como de unos procedimientos para la recogi-
da, la recopilación y la explotación de la información. Si tales cosas
existen respecto a otras facetas de nuestra realidad social (la educación,
por ejemplo), no es imposible que existieran también en relación con
el acogimiento familiar. Pero, para ello, se requieren una voluntad po-
lítica y una capacidad organizativa de las que se dispone en unos ám-
bitos y de las que se carece en otros, entre los que se encuentra el aco-
gimiento familiar.
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS 257

Los datos que se echan de menos incluyen prácticamente todos los


aspectos y procesos del acogimiento familiar: modalidades de acogi-
miento, tiempo de permanencia, motivos de entrada y salida, porcen-
tajes de niños y niñas que pasan a cada una de las alternativas posterio-
res y motivos por los que ello ocurre, acogimientos que se interrumpen
y por qué, servicios que se ponen a disposición de los implicados, con
su tasa de utilización y la valoración de su eficacia, etc. Los datos que
se necesitan tendrán muchas veces a los niños y a las niñas como prota-
gonistas centrales, pero también serán necesarios respecto a sus padres, a
sus hermanos, a sus acogedores, a los profesionales que intervienen en el
proceso, etc. Y aunque la empresa parezca en exceso ambiciosa, es per-
fectamente posible. Y si no lo fuera para las administraciones, podría
serlo para un equipo universitario con conocimientos y experiencia en
el tema, que en estrecho contacto con los responsables administrativos
y los profesionales y los protagonistas del acogimiento, podría desarro-
llar un sistema de indicadores de la máxima utilidad para la interven-
ción profesional.
Relacionado en parte con este problema se encuentra la necesidad
de fomentar la investigación sobre acogimiento familiar. Como en el
caso anterior, una investigación que puede servir para responder a la
curiosidad de los investigadores, pero que tiene como objetivo último
la mejora del acogimiento familiar. Porque si la práctica profesional
genera una gran cantidad de experiencias personales del máximo valor,
tiene en sí misma más dificultades para generar conocimiento compar-
tido y contrastado. Para ello, el papel de la investigación es insustitui-
ble. Una investigación que será tanto más rica y aprovechable cuanto
menos alejada esté del trabajo que los profesionales realizan y de las
necesidades y los problemas de los protagonistas del acogimiento fami-
liar. Saber más para intervenir mejor es una de las claves del progreso
en todos los ámbitos, incluido el que nos ha ocupado a lo largo de este
libro. La formación y la consolidación de equipos de investigación es-
pecializados en acogimiento familiar son seguramente las vía más pro-
metedoras en este sentido; equipos que hoy mejor que nunca pueden
beneficiarse de las redes de investigación y documentación que las nue-
vas tecnologías de la comunicación han puesto a nuestra disposición.
Es mucho lo que necesita ser investigado en torno al acogimiento
familiar. Por una parte, investigación descriptiva para permitirnos co-
258 ACOGIMIENTO FAMILIAR

nocer mejor la realidad del acogimiento, sus datos, sus problemas, sus
recursos y sus tendencias. Por otra parte, investigación básica para ana-
lizar algunos de los procesos clave en el desarrollo de los acogimientos
familiares, como, por citar sólo un ejemplo, los cambios en las repre-
sentaciones mentales del apego una vez que los niños son separados de
sus familias y luego de transcurrido un cierto tiempo desde su inicio.
Finalmente, investigación ligada a la evaluación del impacto de las inter-
venciones profesionales, como la evaluación de la eficacia de los progra-
mas de formación o la de las innovaciones en acogimiento familiar,
como se hizo, por ejemplo, a propósito del programa «Familias canguro»
(Amorós y otros, 2003), varias veces mencionado a lo largo de este li-
bro. El del acogimiento es entre nosotros un vasto territorio inexplora-
do que está a la espera de iniciativas de investigación que ayuden a
conocerlo mejor y, por ende, a mejorarlo.
Por último, hay toda una serie de importantes factores que afectan
al acogimiento familiar y que pertenecen no al ámbito de la interven-
ción profesional, sino al de la acción política. De ella depende, por
ejemplo, la forma en que se definen, se organizan y se coordinan las
políticas de familia e infancia; la manera en que se articulan las inter-
venciones administrativas y las judiciales; la arquitectura del sistema de
protección y el engarce entre sus diferentes componentes; el lugar y la
importancia que el acogimiento tiene dentro del sistema y los recursos
que se destinan a su puesta en marcha, a su apoyo, a su evaluación y
mejora. Todos los anteriores son ejemplos de las responsabilidades que
tienen las autoridades de las que depende el acogimiento familiar, un
formidable pero muy complejo recurso que debe todavía luchar por
salir del muy secundario papel que las políticas de protección de la in-
fancia le han asignado.
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270 ACOGIMIENTO FAMILIAR

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ÍNDICE ANALÍTICO

abuelos acogedores, 73, 103, 106, 138, 188, adaptación (acoplamiento), 14, 72, 87-88, 122-
207, 215-216, 224, 245, 247 123, 132-133, 135, 145, 156, 167, 170, 188,
acogimiento 193, 210, 227-231, 246-247
de urgencia-diagnóstico, 14, 72-73, 75, 78- adopción, 51, 55, 64, 66-68, 72, 81, 84, 86, 87,
81, 91, 95, 111, 114, 117-118, 150, 167, 93, 101-102, 108-110, 114, 130, 132, 173,
195-197, 203, 247-249 198-199, 205, 238, 246
en familia ajena, 69, 74, 79, 90, 103, 106-107, agresividad, 24-25, 30, 35, 45-46, 99, 107, 113,
138, 141-143, 188, 208, 210-213, 223, 245 129-130, 181-182, 185, 210
en familia extensa, 14, 69-70, 73-74, 79, 89- apego (vinculación) 21-23, 26, 34, 43-44, 46,
90, 95, 103, 106, 111, 114, 138, 141-142, 57-59, 77, 112-113, 129, 131, 171, 176,
168-179, 183, 188, 192, 195, 207-225, 244- 178, 184-185, 199, 201, 203, 210, 213,
245, 247 225.
especializado, 14, 79, 88, 91, 111, 124, 127, apoyo profesional (véase intervención profesio-
195, 225 nal)
permanente, 51, 70, 72, 79-80, 84, 95, 107, apoyo social, 75-76, 82-83, 100, 102, 121, 128,
114, 117, 141, 168, 171, 205, 247 139, 191, 201-202, 209, 229
preadoptivo, 51, 67-69, 72, 74, 79-80, 87- autoestima, 21, 23, 26, 34, 43-45, 59, 112-113, 204
88, 91
residencial (institucionalización), 66-67, 69, captación de familias, 14, 70, 84, 88, 91, 102-
72-74, 80, 109, 131, 198, 203, 205-206, 103, 137-138, 140, 144-156, 187, 219, 229,
208-209, 227, 231, 234-235 250, 252
simple, con previsión de retorno, 51, 68, 70, compensación económica, 88, 102, 133, 141-
72, 79-84, 91, 114, 119-120, 122, 124, 141, 143, 148, 152, 156, 190-192, 199, 209, 212,
167, 193, 238 228-229, 243-245
272 ACOGIMIENTO FAMILIAR

comunicación, 27, 62, 76, 128, 159, 161, 167, 128, 136-144, 148, 152, 156, 172, 179, 184,
191, 201-202, 230 187-194, 199, 201, 210-212, 223-224, 245
conflicto de lealtades, 76, 177, 185, 234
crecimiento (véase desarrollo físico) legislación sobre acogimiento, 12, 13, 15-18,
51-53, 65, 68-71, 78-79, 84, 86-87, 206
desamparo, situación de, 17, 53, 87
depresión, 23, 44-45 maltrato infantil, 12, 13, 17, 21, 23, 28, 30-35,
desarrollo 42, 53, 60, 75, 94, 111, 113, 122, 129, 131-
cognitivo, 19, 25, 48, 54, 62, 112, 115, 204 132, 177, 204, 208, 213, 221, 225, 230
del lenguaje, 19, 25, 29, 39, 42, 54, 62, 112, abuso sexual, 23. 25, 33-34, 36-38, 41, 49,
115, 204 93, 112
físico, 19, 42, 54, 111, 115 maltrato físico, 25, 32, 37, 41
social, 24, 46, 54, 62 maltrato psicológico, 23, 25, 28, 30, 32-34,
despedida, 107-108 37
dinámica familiar (véase estilos educativos) negligencia (abandono), 23, 25, 28, 30, 32-
drogadicción, 20, 35, 40, 82, 96, 98, 101, 113, 34, 37-38, 40, 48-49, 122, 132, 213
120, 172, 200, 204, 213, 216, 220, 237 mentiras, 63, 113, 130, 179
edad modelos internos de relaciones interpersonales,
de los acogedores 86, 103, 125, 158, 166, 22, 44, 59, 131-132, 258
170, 215-216, 244 motivación, 23, 87, 97, 99, 103, 124, 139, 142,
de los acogidos, 64, 75, 79, 84, 128-131, 147, 149-151, 153, 160, 167, 201-203, 219,
140, 160, 165, 175, 181, 183, 198, 203, 222, 229, 241
247
de los padres, 96, 120 necesidades educativas especiales, 70, 75, 88,
estadísticas, 69, 73, 89, 91, 108, 209, 256 103, 112, 130, 140, 142-143, 160, 227,
estilos educativos, 25, 76-77, 96, 99, 104, 116, 244,
118-122, 124, 139, 159, 166, 168, 200-202, nivel educativo
213, 215, 221, 229 de los acogedores, 104, 106, 125, 158, 202,
estrés, 41-43, 75, 108, 113, 121, 130, 189, 253 216, 244
expectativas, 116, 124, 132, 160, 165, 172, 183, de los padres, 96, 113, 200
221, 224, 229
pérdida, sentimientos de, 59, 76, 83, 157, 163,
Factores de riesgo (véase riesgo, factores de) 169, 171-173
Familia biológica, 94, 101 preservación de la unidad familiar, 51, 54, 111,
Formación, 12, 14, 69-71, 73, 81, 88, 127, 133, 208-209
138-141, 143-145, 147-148, 150, 152, 156- preparación para el acogimiento, 83, 134, 140,
170, 178-179, 186-188, 191-192, 199, 206- 181, 187, 192, 246-247
207, 212, 223, 225, 228, 245, 257-258 problemas de conducta, 75, 82, 88, 107-108,
113, 126-131, 140-141, 177-178, 181, 185,
hermanos (de los acogidos), 75, 90, 111, 115, 189, 204, 211, 216, 227-228, 230-231
121, 130, 134-135, 140, 143, 160, 171, 177,
203, 205, 208, 216, 224, 227, 248 respiro (servicios de), 141, 148, 193, 196, 244
hijos de los acogedores, 102, 104-105, 108, 124- rendimiento académico, 27-28, 48-50, 112,
125, 158, 186, 199 114, 204, 214, 247
hiperactividad, 29, 42, 49, 61, 113, 181 retribución a los acogedores (véase compensa-
ción económica)
ingresos económicos, 82, 98, 100, 104, 106, reunificación familiar, 51, 77, 81-84, 114, 119-
116, 121, 158, 200-202, 216, 220, 239, 244 123, 160, 173, 180, 198-199, 205, 212, 222,
interrupción del acogimiento, 85, 117, 124, 235, 238-240, 248
126, 128-136, 143, 183, 185, 187, 204-205, riesgo, factores de, 39, 75, 113, 134, 157, 184,
211, 257 237-239, 247
intervención profesional, 12, 13, 14, 70, 75-76, 82- riesgo, situación de, 51-52, 179, 197, 236
83, 86, 99-100, 102-103, 105, 108, 118, 127- robos, 105, 113, 130, 179, 185
ÍNDICE ANALÍTICO 273

roles de las familias acogedoras, 71, 74, 81, 101, separación


106, 124, 142, 157, 186, 190, 214, 224, 234, de los acogedores, 77, 81, 141, 187, 193,
241 207, 234
ruptura (véase Interrupción del acogimiento) de los acogidos, 160-161
de los padres, 12, 63, 76, 80. 82, 97, 112,
salud 120, 122, 169, 171-173, 178, 201-202, 204,
de los acogedores, 106, 158, 166, 170, 216, 210, 214, 234, 238, 241, 246, 258
220, 244 sida (VIH), 41, 112
de los niños, 19-20, 40, 107, 111-112, 121, sistema de protección de la infancia, 12, 13, 18,
160, 200, 216, 225, 227, 230 50-54, 87, 135, 140, 144, 190, 197-198,
de los padres, 82, 85, 98, 100, 113, 120, 200 206, 210, 214-215, 224, 227, 234-236, 240-
salud mental, 23 241, 243, 249-250, 253-254, 258
de los acogidos, 75, 88, 204, 211
tratamiento familiar, programas de, 52, 75, 234-
de los padres, 98, 213
235, 238-240
satisfacción con el acogimiento, 127-128, 130-
131, 138, 143, 151-152, 156, 187, 191-192, valoración, 14, 67, 69-71, 84, 88, 91, 139-140,
203, 230-231, 244 143, 145, 147, 149-150, 156-170, 178, 187,
seguimiento, 14, 52, 87, 95, 98-99, 135, 145, 191-192, 196, 198-199, 203, 215, 217, 220,
187-194, 215, 222-223, 228, 230-231, 242, 223, 228-229, 250
250-251, vinculación (véase apego)
sentimientos de pérdida, 59, 76, 83, 157, 163, visitas, contactos, 77, 81, 83, 90, 100-101, 107, 115,
169, 171-177, 204, 224, 237, 246-247 123, 126, 138, 141, 160-161, 165-167, 172-
sentimientos de culpa, 44, 59, 61, 98, 171, 177, 173, 176, 183-184, 188-190, 201, 203, 210,
214-215 212, 222, 228, 230, 234, 239-240, 242, 248-249
ÍNDICE ONOMÁSTICO

Adler, L., 209 Bereika, G., 148


Administration for Children and Families, 209, 211 Bergerhed, E., 209
Albert, V., 226 Berkowitz, G., 111
Allison, J., 226 Berrick, J. D., 161, 169, 209, 211-213, 216,
Altshuler, S., 113 226
Álvarez-Baz, E., 247 Berridge, D., 86, 96, 101, 111, 113, 117, 124,
Amorós, P., 68-69, 71-73, 81, 82, 95, 98, 102- 126, 129-130, 134, 140-144, 147, 183, 192,
106, 110-114, 117, 119, 138-140, 162, 175, 197, 211
197, 201-202, 205, 207, 225-226, 258 Bhopal, K., 176
Biggerstaff, M. A., 163
Badeau, S. H., 236 Block, N. M., 241
Baker, J. N., 228-229 Borland, M., 104-105, 108, 111, 113, 127, 132,
Barth, R. P., 122, 161, 169, 197, 206, 209, 211- 137-144, 147-148, 150, 152, 185, 187-188,
212, 216-217 190, 193
Barusch, A.S., 122 Bowlby, J., 21, 171, 175
Bass, S., 235-236, 241, 248, 252 Brannen, J., 176-177
Bean, G., 86, 126-127 Bravo, A., 73, 209, 247, 255
Bebbington, A., 104 Britner, P. A., 88, 124, 127, 228
Beckett, C., 55, 60 Bronfenbrenner, U., 75
Beek, M., 171-172, 176, 181-182 Bryant, B., 225
Behrman, R. E., 235, 241, 248, 252 Buck, P., 162
Belsky, J., 75, 208 Budd, K., 239
Benedict, M., 148 Bullock, R., 83, 126
Bent-Goodley, T. B., 241, 249, 251, 253, 256 Butler, S., 133, 142, 191
276 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Butt, R. L., 120 Fuertes, J., 69, 71, 138

Cain, H., 208 Gallaway, B., 225, 227


Caspi, A., 75 Ganger, W., 211
Castle, J., 55, 60 Garlan, A. F., 230
Cerezo, M. A., 44-45 Garnett, L., 88, 129, 134
Chamberlain, P., 141, 143, 147-148, 156, 192, 229 Gebel, T., 212, 214, 216
Charles, M., 133, 142, 191 Geen, R., 213
Chasnoff, I. J., 40 Ger, M., 140
Child Welfare League of America, 90, 134, Gleeson, J., 113
154, 161, 162, 164, 165, 169, 174, 208, Glidden, L. M., 130
223, 225 Glisson, C., 230
Clancy, T., 122 Gómez de Terreros, I., 41
Cleaver, H., 83, 86, 108, 123, 126, 129, 134, Gordis, E. B., 42-43
140, 183, 211 Grandpre, M., 153
Colton, M., 209 Gray, M. R., 229
Congressional Research Services, 223 Greef, R., 208, 210
Courtney, M., 226 Griffith, D. R., 40
Craig, B. R. H., 171 GRISIJ, 86, 88, 146, 150, 153-154, 161, 164,
Crawley, M., 125 230-231
Creus, E., 66 Groohues, Ch., 55, 60
Croft, C., 55, 60 Grotevant, H., 173
Cubiles, J. E., 79-80 Guernicaechevarría, C., 41
Guo, S., 122
D’Angelo, L., 231
Dance, C. H., 83, 123, 179 Haak, M., 83, 126
Davis, L., 122, 211 Halfon, N. G., 111
de Paúl, J., 41 Hampson, R., 139
Denby, R., 86, 126 Harden, B. J., 246
Devine, C., 139 Harrington, D., 211
Diego, F., 140 Hazel, N., 88, 226
Dubowitz, H., 211, 215, 230 Hegar, R. L., 89-90, 134, 208-210, 215
Dumaret, A., 85 Heptinstall, E., 176-177
Dunn, J., 55, 60 Hernández, E., 226
Hess, P., 144
Echeburúa, E., 41 Hidalgo, M., 23
Elder, G., 75 Hill, M., 104-105, 108, 111, 113, 127, 132, 137-
Engel, J. M., 139 144, 147, 150, 152, 185, 187-188, 190, 193
Entriken, C., 122 Hohman, M. M., 120
Holdsworth, M., 239
Fahlberg ,V., 173-174, 176 Holman, R., 211
Fanshel, D., 119, 230 Horejesi, C., 171
Feigelman, S., 211 Hormer, W. C., 126
Fein, E., 213 Hosie, K., 83, 126
Fernández del Valle, J., 73, 109, 209, 247, 255 Hudson, J., 225-227, 230
Festinger, T., 122, 228, 241 Hulsey, T. C., 230
Freier, C., 40 Hundleby, M., 88, 129, 134, 208, 212, 215-
Freixa, M., 103 216
Fried, C., 88, 124, 127, 228
Fuentes, M. J., 22 Intebi, I., 41
Fuentes, N., 73, 81-82, 95, 98, 102-106, 110-
114, 117, 119, 162, 175, 180, 197 199, 202- Jablonka, K., 163
203, 205, 207, 258 Jackson, S., 162, 169
ÍNDICE ONOMÁSTICO 277

Jacobs, M., 162 Moehlman, A., 144


James Bell Associates, 125, 146, 154 Molina, M. C., 103
Jenkins, S., 97 Moore, B., 153
Jiménez, J., 33, 49 Mora, M. J., 140
Jivanjee, P., 231 Moreland, S., 141, 143, 147, 192, 229
Johnson, P. R., 116, 175-176, 225 Moreno, M. C., 24, 30, 47-48
Johnston, E., 226 Mosek, A., 209
Jones, L., 75, 82, 121 Murray, J., 40
Jordan, C. T., 122
Nasuti, J., 212
Kadushin, A., 208 Needell, B., 161, 169, 209, 211-212, 216-217
Kagan, R. M., 131 Neut, B., 218-219
Kähkonen, P., 213 Newton, E., 122, 211
Kates, W. G., 225 Norman, E., 97
Keane, A., 208, 212, 215, 228 Núñez, A., 246
Keller, T., 211, 217 Nutter, R. W., 226
Kelly, G., 83
Korbin, J., 208 O’Brain, V., 89, 233
Kreppner, J., 55, 60 O’Connor, Th., 55, 60
Oliva, A., 33, 46-47, 49
Lamont, E., 211, 217 Ortiz, M. J., 22
Landsverk, J., 122, 211
Larson, G., 226 Pablo, J., 171
Lau, W., 163 Palacios, J., 23, 26, 33, 37, 46-47, 49, 55-56, 73, 81-
Le Prohn, N. S., 211-212, 214, 216-217, 82, 95, 98, 102-106, 110-114, 117, 119, 162,
León, E., 73, 81-82, 95, 99, 102-104, 106, 110- 175, 180, 197, 199, 203, 205, 207, 225, 258
114, 117, 119-125, 162, 175, 180, 197, 199, Palmer, S., 184
202-203, 205, 207, 211-212, 214, 216-217, Part, D., 105, 186
225, 241, 258 Pasztor, E., 148, 162
Levin, S., 226 Payne, V., 211, 217
Levine, K. G., 179 Pecora, P., 152, 212
Libowitz, A. S., 214 Pérez Pereira, M., 126
Lindhome, B., 161 Perkins, D. F., 83
López, F., 22, 37 Petr, C. G., 122
Lowe, K., 102, 132, 140 Pfeiffer, S. L., 230
Pinderhughes, E. E., 132
Maluccio, A., 82, 120-121, 152 Pine, B., 162
Marcus, R. F., 230 Pitts, G., 144
Margolin, G., 42-43 Plumer, E., 151
Martin, G., 99, 102, 104, 144, 146, 174, 178, Portengen, R., 184
186 Proch, K., 228
Martínez, A., 41
Mayes, D., 83, 123, 179 Quinton, D., 75, 83, 123, 141, 179, 187
McFadden, E. J., 185-186
McRoy, R., 173 Rader, M. W., 225
Mendonca, A., 111 Ramsay, D., 156
Mesas, A.,, 82, 95, 98, 102-106, 110-114, 117, Ratterman, D., 99
119-125, 162, 175, 180, 197, 199, 202-203, Ray, J., 127
205, 207, 225, 258 Redding, R. E., 88, 127, 228
Miles, J., 104 Reddy, L. A., 230
Millham, S., 83, 126 Reid, K., 131, 141, 143, 147-148, 192, 229
Minnis, H., 139 Rindfleisch, N., 86, 126-127
Mintum, G., 144 Roca, M. J., 69, 71, 138
278 ACOGIMIENTO FAMILIAR

Rodwell, M. K., 163 Streiner, D., 225


Rolock, N., 151 Stukes Chipungu, S., 241, 249, 251, 253, 256
Rosenfeld, A. A., 112-113, 132, 136, 225, 227 Swart, G. T., 114
Rowe, J., 88, 129, 134, 208, 212, 214, 216
Rubenstein, J., 226 Taber, M., 228
Rushton, A., 83, 123, 141, 179, 187 Ten Broek, E., 122
Russel, S., 163 Terr, L., 42
Rutter, M., 55, 60, 75 Testa, M. F., 151, 212
Thoburn, J., 85, 89, 171-172, 176, 181, 209
Saldaña, D., 33, 46-47, 49 Thorpe, M., 114
Sánchez-Sandoval, Y., 64 Touliatos, J., 161
Sanchirico, A., 163 Treseder, J., 141, 187
Sanderson, H. W., 125 Triseliotis, J., 86, 104-105, 108, 111, 113, 124,
Santa Cruz, M. A., 140 131-132, 134, 137-144, 147, 150, 152, 184-
Sargent, K., 171, 172, 176, 181-182 188, 193, 196-198, 211
Sawyer, R., 215
Scannapieco, M., 90, 106, 208, 215 U. S. Department of Health and Human Servi-
Schaffer, H. R., 39 ces, 215, 216
Schofield, G., 171-172, 176, 181-182
Scoll, B., 153 Van Neut, B., 209
Sellick, C., 184 Vila, I., 26
Shannon, D., 162 Villalba, C., 106, 111, 114, 215
Shields, M. K., 235, 241, 248, 252 Vondra, J., 75
Shinn, E. B., 119 Voss, R., 116, 175-176
Shook, K. L., 212
Shore, N., 211, 217 Ward, H., 140
Short, R., 184 Waterhouse, S., 147
Sim, K., 211, 217 Wells, K., 231
Simms, M. D., 111 Werner, R., 113
Smith, R. S., 113 Wetherbee, K., 211, 217
Snowden, R. L., 122 White, R.B., 148, 230
Soliday, E., 225 Whittaker, J., 152
Spitz, R., 55 Wilkinson, C., 127
Staff, I., 231 Willians, M., 209
Starr, R., 211 Wulczyn, F., 83, 241
Steinberg, L., 229 Wynne, S., 137, 148
Stone, N. M., 81, 130, 196-198, 203
Streider, F. H., 225 Yoken, C., 116, 175-176, 178

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