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CHIP
CIRCUITO INTEGRADO
MICROPROCESADOR
MEMORIA DE COMPUTADORA
Como el microprocesador no es capaz por sí solo de albergar la gran cantidad de
memoria necesaria para almacenar instrucciones y datos de programa (por ejemplo, el
texto de un programa de tratamiento de texto), pueden emplearse transistores como
elementos de memoria en combinación con el microprocesador. Para proporcionar la
memoria necesaria se emplean otros circuitos integrados llamados chips de memoria de
acceso aleatorio (RAM, siglas en inglés), que contienen grandes cantidades de
transistores. Existen diversos tipos de memoria de acceso aleatorio. La RAM estática
(SRAM) conserva la información mientras esté conectada la tensión de alimentación, y
suele emplearse como memoria cache porque funciona a gran velocidad. Otro tipo de
memoria, la RAM dinámica (DRAM), es más lenta que la SRAM y debe recibir
electricidad periódicamente para no borrarse. La DRAM resulta más económica que la
SRAM y se emplea como elemento principal de memoria en la mayoría de las
computadoras.
MICROCONTROLADOR
SEMICONDUCTORES
TRANSISTORES
FABRICACIÓN DE MICROPROCESADORES
En el último paso del proceso, las capas o películas de material empleadas para
fabricar un microprocesador se depositan mediante el bombardeo atómico en un plasma,
la evaporación (en la que el material se funde y posteriormente se evapora para cubrir la
oblea) o la deposición de vapor químico, en la que el material se condensa a partir de un
gas a baja presión o a presión atmosférica. En todos los casos, la película debe ser de gran
pureza, y su espesor debe controlarse con una precisión de una fracción de micra.
Los detalles de un microprocesador son tan pequeños y precisos que una única
mota de polvo puede destruir todo un grupo de circuitos. Las salas empleadas para la
fabricación de microprocesadores se denominan salas limpias, porque el aire de las
mismas se somete a un filtrado exhaustivo y está prácticamente libre de polvo. Las salas
limpias más puras de la actualidad se denominan de clase 1. La cifra indica el número
máximo de partículas mayores de 0,12 micras que puede haber en un pie cúbico de aire
(0,028 metros cúbicos). Como comparación, un hogar normal sería de clase 1 millón.
HISTORIA DEL MICROPROCESADOR
TECNOLOGÍAS FUTURAS
Hay células de formas y tamaños muy variados. Algunas de las células bacterianas
más pequeñas tienen forma cilíndrica de menos de una micra o µm (1 µm es igual a una
millonésima de metro) de longitud. En el extremo opuesto se encuentran las células
nerviosas, corpúsculos de forma compleja con numerosas prolongaciones delgadas que
pueden alcanzar varios metros de longitud (las del cuello de la jirafa constituyen un
ejemplo espectacular). Casi todas las células vegetales tienen entre 20 y 30 µm de
longitud, forma poligonal y pared celular rígida. Las células de los tejidos animales
suelen ser compactas, entre 10 y 20 µm de diámetro y con una membrana superficial
deformable y casi siempre muy plegada.
Pese a las muchas diferencias de aspecto y función, todas las células están
envueltas en una membrana —llamada membrana plasmática— que encierra una
sustancia rica en agua llamada citoplasma. En el interior de las células tienen lugar
numerosas reacciones químicas que les permiten crecer, producir energía y eliminar
residuos. El conjunto de estas reacciones se llama metabolismo (término que proviene de
una palabra griega que significa cambio). Todas las células contienen información
hereditaria codificada en moléculas de ácido desoxirribonucleico (ADN); esta
información dirige la actividad de la célula y asegura la reproducción y el paso de los
caracteres a la descendencia. Estas y otras numerosas similitudes (entre ellas muchas
moléculas idénticas o casi idénticas) demuestran que hay una relación evolutiva entre las
células actuales y las primeras que aparecieron sobre la Tierra.
COMPOSICIÓN QUÍMICA
En los organismos vivos no hay nada que contradiga las leyes de la química y la
física. La química de los seres vivos, objeto de estudio de la bioquímica, está dominada
por compuestos de carbono y se caracteriza por reacciones acaecidas en solución acuosa y
en un intervalo de temperaturas pequeño. La química de los organismos vivientes es muy
compleja, más que la de cualquier otro sistema químico conocido. Está dominada y
coordinada por polímeros de gran tamaño, moléculas formadas por encadenamiento de
subunidades químicas; las propiedades únicas de estos compuestos permiten a células y
organismos crecer y reproducirse. Los tipos principales de macromoléculas son las
proteínas, formadas por cadenas lineales de aminoácidos; los ácidos nucleicos, ADN y
ARN, formados por bases nucleotídicas, y los polisacáridos, formados por subunidades
de azúcares.
CHIPS Y CELULAS
El término biochip significa cosas diferentes para las personas que intervienen en su
desarrollo. En su forma más sencilla, puede ser un chip convencional modificado de tal
forma que pueda funcionar en un medio biológico. Estos biochips son auténticos
“biosensores” – con una sensibilidad extraordinaria para las moléculas biológicas, como la
glucosa o la penicilina – y ante ellos se abre ya un brillante futuro en la industria de
diagnósticos y en el control de la contaminación.
Pero estos biochips constituyen sólo una parte de un avance mucho más amplio
hacia los elementos de ordenadores llamados “moleculares”, “orgánicos” o químicos, que
serían de un tamaño mil veces mejor que el elemento más diminuto que se pueda introducir
actualmente en un chip convencional de silicio. Los ordenadores moleculares serían la
respuesta a las personas que sostienen que la utilidad de los microprocesadores en la
realización de tareas complicadas está limitada por el número de elementos que pueden
introdicirse en la superficie de un chip. Los biochips no serían más grandes que las
moléculas de mayor tamaño. Como elemento de la inteligencia artificial, podrían agruparse
en redes y rivalizar con el cerebro humano en rapidez y complejidad.
El doctor Michael Gold, director adjunto del Instituto Crump de Ingeniería Médica
de la Universidad de California, en los Angeles, señala que la ingeniería genética
desempeña un papel fundamental en el diseño de ordenadores con base molecular. Podría
aplicarse a la fabricación de polímeros de carbono de gran pureza en cantidad suficiente
como para producir elementos de ordenadores. “necesitaríamos billones y billones de
moléculas. Podemos imaginar un bioordenador que realizase tareas de reconocimiento de
patrones y de asociación que superasen con muchos la capacidad de los ordenadores
actuales”, dice Gold, y explica por qué algunas personas piensan que las proteínas podrían
llevar a cabo estas tareas. “En la Naturaleza, las enzimas son capaces de realizar el
reconocimiento de patrones, así como operaciones de decisión diez mil veces por minuto”.
En comparación con la reproducción del ADN, por ejemplo, un ordenador digital “tardaría
dos semanas en realizar una tarea de este tipo”. Pero a pesar de pronósticos tan optimistas,
sólo existe una empresa de biotecnología – Gentronix, de Rockville, Maryland – que se
dedique exclusivamente a la investigación de los biochips del futuro.
Aún no se sabe si llegaremos a ver en las tiendas unos robots movidos por estos
microchips pensantes, que serán más listos que sus rivales humanos, pero al Congreso
estadounidense la idea de fabricar biochips le parece suficientemente sensata como para
haber votado en 1983 un presupuesto de diez millones de dólares para el programa de
desarrollo de estos elementos. A la agencia de Programas de Investigación Avanzada
sobre la Defensa le preocupó mucho que Estados Unidos quedara a la zaga en otro
aspecto importante de la tecnología de ordenadores, y alentó a los científicos a presentar
ideas de investigación sobre este tema. Desgraciadamente, el dinero no llegó a gastarse
por falta de propuesta sólidas. A finales de 1983 se celebró una conferencia, patrocinada
por la Fundación nacional de Ciencia de Estados Unidos, con el objeto de seleccionar los
proyectos dignos de ser financiados en el campo de los biochips, pero en la reunión los
científicos confesaron que aún se encontraba en la “etapa de investigación prebásica”. Ya
se había descubierto las aplicaciones prácticas muchos años antes, entre otras razones
porque las empresas de electrónica dedicaban la mayor parte de sus actividades a la
mejora de la tecnología de los microchips convencionales.
Hay que reconocer que la bioelectrónica es aún un tema mal definido y que se
encuentra “en mantillas”. Sus practicantes son los biólogos, ingenieros genéticos, químicos,
físicos, especialistas en materiales, ingenieros electrónicos y científicos de los ordenadores
más extravagantes, que trabajan en pequeños grupos en unas cuantas Universidades y
laboratorios de investigación de empresas, partiendo de ideas muy distintas. No existe una
línea de investigación clara, como ocurre en otros campos más maduros. Por tanto, no
veremos el cerebro artificial ni mañana ni pasado mañana.
En este mundo de la quinta generación donde se espera que dejen su huella los
ordenadores y los biochips moleculares.
El chip de silicio es una diminuta pastilla de este metaloide en estado puro a lo que
se otorga la capacidad de hacer algo útil gracias a que se le añaden empurezas. Estas crean
minúsculas “islas” de silicio modificado, separadas unos micrómetros. Entre otras cosas,
estas islas representan transistores. Los chips pueden estar especializados y desempeñar
solamente una función. Uno almacena la información (el chip de la memoria), otro da
órdenes y organiza a los demás ( el procesador), y otro introduce señales en el procesador o
en la memoria y la saca cuando han sido procesadas.
Pero todos estos elementos pueden introducirse en un solo chip. Algunos de los que
existen en la actualidad contienen 450,000 elementos de memoria, lógica y procesador, y
ciertos genios de la electrónica aseguran que los biochips no son necesarios para acumular
millones de elementos en el chip convencional. El doctor David Metz, director del
laboratorio de semiconductores de Motorola, en la localidad de Phoenix, Arizona, declaró
en 1982: “Disponemos de la tecnología necesaria para construir dos o tres millones de
chips, si existiera un mercado para ellos”.
Las porfirinas, moléculas de carbono cíclico que se dan en el cuerpo humano, son
otra posibles candidatas. Pueden formar compuestos con iones de metal; entre otros
ejemplos de la Naturaleza tenemos la hemoglobina, en la que la proteína globina se adhiere
a las porfirinas del hierro, y a la clorofila, una porfirina que contiene magnesio y que es el
pigmento fotosintético de las plantas. Pueden existir muchos otros compuestos orgánicos
que jamás se han imaginado y que posiblemente serían capaces de elaborar las enzimas y
emplearlas en los ordenadores. En este sentido, la ingeniería genética desempeñaría un
papel importante gracias a la tecnología de “manipulación de proteínas”, que serviría para
diseñar nuevas enzimas.
Pero sigue en pie el problema principal: cómo ensamblar estos elementos diminutos
en circuitos. El doctor John Wehrung, uno de los socios de Gentronix, ha expuesto la idea
de emplear proteínas para incorporar elementos a la distribución adecuada de un circuito.
Explica su teoría del “subensamblaje” o “ autoensamblaje” de la siguiente forma: las
proteínas y otras biomoléculas, como por ejemplo el ADN, son como una cerradura y una
llave; es decir, se acoplan solamente en puntos concretos y en una dirección determinada.
Basándose en la especificidad de dichas biomoléculas, es posible desencadenar el
crecimiento de una capa estructurada. “Podemos hacer las proteínas a medida, de modo que
sirvan de catalizadores para la producción metabólica de compuestos orgánicos con
propiedades electrónicas, como la conducción o computación. También podrían constituir
la espina dorsal de aparatos de electrónica molecular”. Wehrung concibe unas proteínas que
unan electrónicamente las moléculas funcionales de la misma forma en que las enzimas
unen sus sustratos. Estas proteínas se “autoensamblarían” para proporcionar a las moléculas
de dirección necesaria para actuar electrónicamente. Las capas incorporan moléculas
especiales que después actuarán como puertas lógicas en puntos concretos. Como ejemplo.
Wehrung cita la porfirina hemoglobina. En su opinión, sería posible confeccionar una
proteína que se ensamblase en una larga estructura tubular, con los grupos de porfirina que
contienen metal apilados a lo largo del eje de la proteína, de forma que pudiesen fluir los
electrones. Una vez ensamblado el chip, se aplicarían cables corrientes para recoger los
electrones, o si el chip se implantase en el cuerpo humano, podría recibir la energía que se
liberase cuando se quemase alimento para obtener combustible.
La proteína que se empleó para fabricar el chip fue polilisina, cuyos aminoácidos
libres se unen al cristal, y si se los somete a tratamiento con enzimas, al metal. La polilisina
y otras proteínas semejantes podrían constituir el marco para colocar casi cualquier metal
en circuitos funcionales, , permitiendo el uso de gran variedad de materiales en la
fabricación de aparatos electrónicos, desde semi conductores hasta conductores, e incluso
superconductores.
Sin embargo, lo más importante del uso de metal proteico con litografía de rayos
de electrones es que podrían producirse chips con cien mil interruptores electrónicos más
por unidad de área que con los aparatos convencionales, y que serían capaces de operar a
una velocidad similar a la de los superconductores. Poseen estas características superiores
gracias a que las piezas de proteína pueden cubrirse con capas de resistencia mucho más
delgadas que el silicio. Bajo estas circunstancias óptimas, los rayos de electrones pueden
excavar fosos de sólo unos angstroms de ancho(una milésima parte del tamaño del rayo
de luz más fino), lo que permite un circuito mucho mayor de introducir mucho mayor
cantidad de información de los microprocesadores. En la actualidad, los científicos de
Gentronix intentan superar la mayor limitación de los chips convencionales – la
bidimensionalidad – apilando unas capas de proteína con tiras de metal sobre las otras,
con el fin de hacer un chip tridimensional. Se dice que el doctor James McAlear,
cofundador de Gentronix, afirmó en febrero de 1984 lo siguiente: “Dentro de tres años
tendremos el prototipo de un ordenador tridimensional”.
Pero Kevin Ulmer ya no es tan entusiasta como en aquellos primeros días. En 1984
colocó el biochip en la misma categoría las “cosas que las vacas dejan en el prado”. Otros
escépticos dicen que la idea de emplear moléculas orgánicas en los ordenadores
sencillamente no daría resultado. Para que un ordenador de este tipo fuera fiable, habría que
poner cuarenta o cincuenta copias de la misma molécula, de modo que si se estropeara una
hubiera otra para sustituirla, pero lo que un chip orgánica no sería más pequeño que uno de
silicio. Además, no se sabe cómo imitar los sistemas biológicos ni cómo sustituir las piezas.
Al problema de conectar los interruptores moleculares a la red de funcionamiento se
añadirían las impurezas y la sensibilidad auditiva.
Los progresos en le diseño de biochips podrían abarcar los modelos por ordenador
para alterar estas enzimas de una forma muy precosa. Estas posarían producirse con
manipulaciones genéticas, añadiendo otra dimensión de moléculas orgánicas para el
material de los biochips.
En 1982, Zilinskas pensó que había un proceso concreto que poseía verdadero
potencial. Se trata del empleo de ADN que ha sufrido manipulaciones genéticas y que se
deposita en chips convencionales para fabricar sensores muy sensibles con un fin muy
concreto. Se ha demostrado que tenía razón, pues estos biosensores ya son un gran negocio.
En potencia, representa una unión de la biología y la microelectrónica que podría
proporcionar inmediatamente datos exactos sobre enfermedades del corazón o sobre un
aparejo de perforación, por ejemplo. Estos aparatos se basan en los transistores de efecto de
campos convencionales, que, en la tecnología de ordenadores actual, detectan una corriente
eléctrica procedente de una fuente de energía convencional. Pero un biosensor detecta el
potencial eléctrico que se crean en los sistemas biológicos, bien mediante átomos cargados
(iones) i bien por las reacciones de moléculas enteras, como por ejemplo las enzimas. El
primer tipo se denomina “ISFET”, y el segundo, “ChemFET”.
Por lo general, estos aparatos están compuestos por un chip de silicio empotrado en
un material no reactivo, como la resina epoxi. Sobre las puertas lógicas hay una capa
sensora de un material biológico, una enzima por ejemplo, que puede reaccionar con la
sustancia que el analista desea medir y desencadenar potenciales que el biosensor, unido al
equipo convencional del ordenador, puede y transformar en señales de ordenador y
desplegar en sus pantallas. En uno de esos aparatos, fabricado por ITT, la modificación de
la puerta de silicio mide la concentración de pequeñas cantidades de penicilina de los
fermentadores industriales con una enzima bacteriana conocida como “beta lactamasa”.
Esta se produce como defensa de la penicilina, a la que destruye. A medida que reacciona la
enzima con penicilina, los electrones fluyen y el chip recoge la corriente. Estos sensores
son extraordinariamente sensibles a los mínimos cambios que tienen lugar en el caldo de
fermentación y, acoplados a ordenadores, no sólo pueden controlar los cambios, sino
realizar ajustes en el sistema de alimentación.
Como muchas enzimas no están comercializadas, existe otra alternativa que consiste
en empotrar las bacterias productoras de estas enzimas en la membrana exterior. También
podrían emplearse las membranas bacterianas para medir la corrosión de la tuberías y los
depósitos de petróleo, un problema cuya solución les cuesta a las empresas petroleras
millones de libras anuales. En muchas ocasiones, las responsables de dicha corrosión son
las bacterias que transforman químicamente los sulfatos en iones de sulfuro corrosivos.
También son numerosas las aplicaciones médicas. Por lo general, una parte del
tratamiento rutinario consiste en medir las concentraciones de oxígeno, de iones de sodio y
potasio a la acidez de la sangre de un enfermo mediante técnicas de laboratorio, y todo ello
hay que hacerlo con rapidez y precisión. Con las técnicas actuales se tarda al menos quince
minutos en realizar un análisis de sangre, lo que en caso de emergencia es demasiado
tiempo. Además , existen pocas técnicas que permitan un control continuo en un quirófano
o en una unidad de cuidados intensivos. Los sensores en miniatura diseñados para
desempeñar tareas especiales y producidos en grandes cantidades podrían ofrecer una
alternativa barata y eficaz. Debido a la posibilidad de fabricar estos aparatos con un tamaño
muy reducido, los médicos pueden introducirlo en el flujo sanguíneo con una aguja
hipodérmica, o en el extremo de catéres muy finos, con el objeto de sondar los vasos
sanguíneos. Por ejemplo . los ISFET podrían ayudar a los médicos a controlar la inyección
de varios tipos de iones en la sangre de un enfermo con el objeto de mantener el equilibrio
constante de las sustancias químicas vitales.
Uno de los hallazgos más interesantes sería implantar un sensor que midiera
directamente los iones de calcio de la sangre, por ejemplo, o los primeros indicios de una
enfermedad del corazón o la glucosa de la sangre. En este último caso, el sensor, acoplado a
una bomba, se llevaría alrededor de la cintura o sería miniaturizado y se implantaría bajo la
piel para que controlara continuamente el nivel de glucosa de la sangre de un diabético y,
lógicamente, la cantidad de insulina necesaria. Programando la salida continua de esta
sustancia, que estaría almacenada en un depósito, el sensor imitaría de una forma mucho
más real lo que ocurre en el cuerpo humano normal. Algunos diabétologos piensan que con
este método se eliminaría una parte de los efectos secundarios de la diabetes, como las
cataratas y las enfermedades del riñón que, en su opinión, guardan una estrecha relación
con la inyección de insulina en grandes cantidades. Y algo no menos importante: el
diabético se olvidaría de las inyecciones diarias, que son una parte dolorosa de su vida.
Pero aún falta mucho para que estos sensores sean una realidad técnica. Hay que
encontrar materiales nuevos más compatibles con el cuerpo humano y hay que idear
mecanismos de conmutación más sensibles que les permitan recoger las señales eléctricas
con claridad y en el orden debido. Por último, para que estos sensores lleguen a ser una
realidad comercial es necesario encontrar un método para automatizar su fabricación, tarea
nada fácil cuando se trata de acoplar los diversos materiales que compone un ChemFET.
INTRODUCCION
La ciencia se ha desarrollado que desde los tiempos de ábaco, las calculadoras, los
tubos al vació se llego a las computadoras u ordenadores analógicos; los cuales tienen
base principal en los chips o circuitos integrados, que realizan diversas funciones en una
precisión de segundos.
Los Alumnos.
A la Humanidad
BIBLIOGRAFIA