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LS LOS mt Hie —_ ee tn eo ca ree aCe Cr Sree nrg Cee eee Pee ee Cee Rerun Peete en ae a uae end See ance! Perret eee eM Pee eee aries haber restituido, en cierta manera Prete eeee nice Pee une acca! een eons eae eat Ce uers Per Ce eeu eue CCMA? ee ees Sea acon Cuneo iene} parece etic Renie MCT Pee Comoro Pence eR paradojal que implica toda Peers hues eT ase Run ue gen) rec ecm ma ecec ete ene eee nee Cae he tees cos eae meena] Porat Pe an ome escribia Renan, “la leyenda lo ha econ areas Pee a eee a Poe Tee ae’ Resi erie) PW irre CMa ars Peace aeurier ere cue’ a intentar la empresa y, sin negarle su eg LU eee greta ser ee eee RRL) Pere eeu} eae ec eecOeMe ec eae) ee eee ay rue e Omar eee Nan In) eon uty COR cee emcee) Ecc ICe eam) eet me mC Tec} con autoridad siempre controvertica Eee Wea) Cee uc ie ay Pier mr Cal testo cer ae anaes Oe emcee nay cece nae R CCG! Pee RUC Seay een eww Masi Sree en reeset ce Pear Warmest Pee eer Me eee ee eee eee eo Cristianismo y Medioevo (") coor betc ace eae icy ee eer Pepe necro, Pecie aen mocy eet Merce Neen ec eu eney Ce a ee a ae ese at ated a pe es ee el cual Israel se puso. en un ee eRe Crear mse encuentro haya sido real, 0 que & CMa eae ann! ite Re ons Woe eu Re capital de esta grandiosa evoluci histérica que no es sacrilegio Rea eee aed ica Res) Ceres esd re Me ener meme Rao Ree eee acuta) renee cr ors eee Neu ns Ped anu een eau} Boise Werner Pecueuncne Ren Cs See teks aeRO RCM Cec nics Pacem cars 3 el El siglo XIX: La revolucién Pt Peat une Ie Leon Xill, Ford, Tolstoi, Bismark. SRO Rcea u U) feet aera Hitler, Garcia Lorca, Stalin, Picasso ee ee Sane ree eee ee ee) piesa etn a ea ta Pee rier ea Pe eee eaters Care omc Pe ce mea eee re wc eer ra oe Pate eee ere ee Perea tom ts PaO eC Ea) Pa eee re era RDY Pee ee ara nema Reena ee ae ny Peer ar ire Cees Per eed Seer on Ce eo eee eer teem Peery eee teen ee Sse terminé de imprimir en Pear enna Pore Ne a Mant Cie eae a) 1800 ac. Invasion de Exipto por parte de los hic- sos, Dinastias XV y XVI. Hacia el afio 1740 (?) aC. Jacob en Egipto. 1580 a. Expulsiin de Ios hiesos, Amosis funda el Nueva Imperlo, 1420-1412 a.C. Exodo (segiin la eronologia larga de Ia per- manencia de los israelitas en Egipto), 1362 ac. Comienzo del rsinado de Amenofis IV. Pe iodo de el-Amama: os habiru, 1290-1224 a.C. Reina en Egipto el faraén Ramsés I 1224-1214 a. Reina en Fxyipto el farain Merenptah. Exodo (segiin la cronologia corta de la per manencia de los israclitas en Exipto). Un cipo informe "Un gigente ubieado en el sitimo horizonte de un cuadko sigue siendo siempre un gh ante, Pero se afectaria a la raz6n din- dole In precisién de una figura de pric ‘mer plano, No es culpa mia, por ejemplo, si Moisés, a le distancia a que se encuentra, produce el efecto de un cipo informe, co- ‘mo las estatuas de sal de la mujer de Lot.” Estas Linoas de Ernesto Renin en el Pre- facio a su Historia del pueblo de Israel no han perdido, en sus rasgos esenciales, nada do su exactitud, O mas bien, parecen mis verdaderas aun en 1968 que en el momen- to-en que fueron eseritas en 1887. Los ocho decenios aproximados de investigacién cien- tifica que han transcurrido desde la re- daceién de ese texto han dado por resul- tado, en cierto sentido, una imagen del ipo mis informe aun que la que deseri- bia Renin, hasta el punto de que en la ac- thalidad un historiador tan importante co ‘mo Martin Noth, aunque no niega a Moisés toda existencia histriea, como hacian cier tos eruditos del siglo pasado o comienzos el actual, tales como Mauricio Yernes, re- Valentin Nikiprowetzky duce no obstunte su papel al minima y To exeluye pricticamente del Pentateuco Esta comprobaciin parecer’, seguramente, de una triviaidad perfeota al especialista consumado, al investigador o al estudiante. Frovocard verosimilmente en el hombre co- min un sentimiento de sorpresa Ievemente escandalizada, En efecto, sea o no ereyen- te, el hombre cultivado considera en g neral a Moisés como una figura muy co creta y casi familiar de su horlzonte inte lectual. Moisés es para 61 el liberador de los hebreos oprimidos en Egipto y el le gislador que les dio un conjunto de leyes estinadas a regular sy vida una vez ins- talados en la Tierta Prometida, a bral Ios condujo. Encina poderosa cuyo froneo sostiene las ramas de las tres gran- dos religiones monotefstas, Moisés se le ‘aparece con una claridad casi ejemplar co- mo un coleso de Ia historia humana, al cual la intuiei6n gonial de Miguel Angel pparoco haber restituido, en cierta manera, sus rasgos auténticos, La majestad invite da de la ofigio de la tumba de Julio I pa- reee ya tan inseparable de Moisés como lo es de Jesis Ia representacién convencional que nos resulta familiar, Investigacién histériea y sentido comin En al dominio particular de la historia de Moisés, asi como en todos los otros, el sen tido comin sdlo puode ofrecer en verdad tuna evidencia engesiosa, arrojando una Inz que, a la manera de los espefismos, eng fia més bien que lumina. Los objetos que ésta pone de manifesto se desvanecen cuan- do uno se acerca a ellos. Aqui como en Jos demés casos, el primer paso de un tra- tamiento cientifico consiste en una ruptura con las apariencias, en un divorcio con el sentido comin. De abi la incomprensién © Ia sorpresa que produce casi siempre una Investigacion inédita de la ciencia. En el caso de Ia historia de Molsés, esta inves: tigacién sélo ha eomenzado en una épooa relativamente reciente, con el nacimiento de la critica biblica; a In cual sigue ligado parcialmento pero en forma estrecha el pro: blema del legislador de los hebreos, y cu- yas etapas y doscubrimiontos debemos, por us El mis general y fundado de éstos se refiere a la Jo tanto, resefiar a grandes rasgos. ausencia de unidad interna y eronolégica del gran conjunto de textos que constitu yen Tos cinco libros de la ley de Moisés, el Pentateueo, que se considers durante lar go tiempo obra misma del legislador. Don de Ia tradieién veia, sino un libro sinieo, por Io menos una Secuencia metédica de abras orginfeamente vinculadas_y a ac ida de una sola mano, 1a eritica hace apae rocer un conglomerado de textos que si bien no estin por cierto amontonados al azar, resultan ser de origen, época e in= tencién sensiblemente divergentes. El con junto de estas fuentes sigue sfendo, en Io que respacta a Moisés, mestra documenta ‘ein esenelal que ni Ia historia’ ajena Tos textos del Antiguo Testamento, ni Tas tée= nicas de Ia arqueologia pueden reemplazar por si solas, Sin embargo, pese a los ina- preciables recuerdos histérieos que conser vvan estas fuentes de las Eserituras, su orfen- tacién de carter teolégico y filoséfico —y no exacta o tinicamente histérico-, la di ferencia de la época a que comesponden y de lke condiciones sociales de las que surgieron, explican ficilmente ol hecho de ‘que tales textos no reflejen una imagen de Moisés que sea tiniea y perfectamente concordante, Por lo tanto, si bien es im posible eseribir nada acerca de Moisis pre- tendiendo hacer abstraceién de los docu- entos veterotestamentarios, es muy cler- to también que no se podria escribir uns Vida de Moisés contentindose con seguir l relato biblico y sin interpretar en forma critien sus diversos clementos constitutivos. A decir verdad, por otra parte, esta indis: pensable consideracién critica Teva al in- vostigador escrupuloso a tomar progresiva coneiencia de la verdad paradojal que im= pliea toda reconstruccién conereta do la vida de Moisés, imposible en el plano cien- tifico. Moisés, pretexto literario En un plano distinto del cientifico,situare= ‘mos el interés de los eapitulos que Eduardo Shuré dediea a Moisés en Les grands éni= igs (Low grandes iniciados), relmpreso en Francia en 1960, Estas meditaciones, de tun espiritualismo “esotériea” que sigue las Ihuellas de Favre d’Olivet_y en wn estilo que a veces hace pensar en el Flaubert de Salambé o en el arte de Gustavo Moreau, no carecen de un interés particular, demos: frado, en definitiva, por Ia atencién que este libro no ha dejado de despertar des- de 1889, En una obra que se presenta no como producto de ta fantasfa. sino, como expresién de la verdad, no se leen sin em- argo sin un estremecimiento frases como éstas: “Hosarsif (nombre auténtico de Moi- sé seytin Manetén, citado.en ol Contra Apién de Flavio Josefo, y no, como afirma de manera perentoria Shuxé, en Filén) era primo de Merenptah e hijo de la princesa real hermana de Ramsés Ul, Hijo adop- tivo o natural Nunca so supo, Hosarsif era ante todo hijo del Templo, porque al hhabis crecido, a la sombra de las colum- nas. Consagrado por su madre a Isis y a Osiris, se Io habia visto desde el final de Ja adolesconcia con traje de levita, en le coronacién del faraén, en las procesiones sacerdotales de las grandes fiestas, Ievan- do en la mano el efod, el eéliz 0 los tm botos; luezo, en el interior del templo, gra- ve y atento, con el ofdo tenso a las sagra- das orquestas, a los himnos y a las ense- ‘anzas do los’ sacerdortes. Hosarsif era de equefla estatura, tenfa aspecto humilde y pensativo, una frente de morueco y ojos negros de mirada penetrante, con una fi- jeza de guila y de una inquietante pro- fundidad ..."; 9 bien: “Antes que él Ra- ‘ma, Krisma, Hermes, Zoroastzo, Fo-h{ ha- bian creado religiones para sus respectivos ucblos; Moisés quiso crear un pueblo pa- a la religidn eterna, Para este osado pro- yecto, tan nuevo y colosal, era necesaria ‘una base poderosa. Por ella Moisés eseri- ‘bid el Sefer Bereshit...” ‘También en el caso del Motsés de Martin Buber, cuyo valor eientifico, al menos juz- gado segin la regla de Ia eiencia comin, fs de un nivel bien diverso que el del libro de Shuré, no dejamos de experimentar un Cierto sentimiento de malestar frente a este tipo especial de enredo novelistico al cual l autor se ve Mevadlo por consideraciones de caricter filosético, psicolégico y hasta Lilli. El Moisée del novelista americano Shalom Asch se presenta, en cambio, en forma més franea como obra de un artista que ha pues- to al servicio del midrash los procedimien- fos de “sesurreceiin del pasado” propios de la novela histbriea europea. Su evoca- cién es interesante y, por el hecho mismo de su naturaleza mas decidida, no choca, En cuanto al pequefo libro de Freud, Mot- és y la religién monoteista, aunque no apor- ta nada a Ja investigacién sobre Moisés, si- gue siendo no obstante una obra apssio- ante en la cual se refleja un gran espfritu, Moisés El Moisés de Ia critica histéviea Toda investigacién gue ambicione exami- nar en su totalidad Ios aspectos de Ia figu- m de Moisés, como la han imaginado las sugesivas generaciones de creyentes de to- das las latitudes y épocas, deberd proceder al analisis de Ia literatura hagiogréfica. No cs éste el caso, ya que nos limitaremos a un estudio histérico de la figura de Moisés, sobre todo en el Pentateveo, Y un estudio hhistorieo sobre Molsés sélo puede ser mo- tivo de decepcién para los que esperan de Ia elevacién postica © el sabor pinto resco. El historiador deseoso de no ex: ceeder sus limites especifions debe renun- iar a tratar acerca de Moisés a la manera de Plutirco. Su estudio consistiré en de mitar y examinar Tos numerosos problemas de naturaleza muy diversa, pero de una complejidad casi siempre igual que, en tér rminos de historia constituyen la euestién de Moisés. Més que en cualquier otro dominio el investigador deberd apelar aqui a las virtndes de ética intelectual 0 profe- sional del docto. Més que en cualquier otro sector le seré necesario desplegar una Vigilancia indefectible contra. los impulsos de una imaginaeién sin frono, In sutileza tratuita o Tas hipstesis azarosas que de or dinario resultan de éstas. Sobre todo, mis que en cualquier otro campo, tendri que tener Ja valentia de confesar su ignorancia, tho tratando de reduciela a toda costa, y de aceptar, por iltime, que al final ‘de luna investigact6n dificil Moisés parece ser tan inaferrable como Pitigoras, Zaratustra, Buds 0 Confucio, 0 mis aun que éstos. Nuestro estudio Después de haber recordado a grandes ras- gos —introdueeién indispensable, como se ha dicho, a todo estudio racional de Moi sés~ Ia historia y las conclusiones de la critiea biblica, abordaremos el estudio de Ja tradicién mosaica sogsin las diversas fuen= tes que constituyen el Pentatouco, ast co ‘mo otros escritos del Antiguo Testamento, tales como son, sobre todo, los oriculos de los profetas, Confrontaromas los elementos de esta tradicién con los datos de a his- toria de la civilizacién quo la rodeaban, Por ‘iltimo, ubicaremos Ia tradiciéa mosai- a en el conjunto de las tradiciones bibl ‘as concernientes a los origenes de Israel, de manera de tratar de aclarar por medio de esta comparacién el aleance y Ie signi- ficacién de los relatos concernientes a Molsés Descartaremos expresamente de nuestro campo de estudio el “Moisés de la fe” 0 de Ia leyenda, es decir, la figura del pro- feta tal como aparece en la literatura he- Ienistica, en los pseudoepigrafes palestinos do Cumrdin, entre Tos samaritanos, en el Nuevo Testamento, en la tradicidn rabinies 0 en el Corda y las tradiciones musulma- nas. Cualguiera sea.el interés -a menudo considerable~ de estas diversas concepeio- us nes o tradiciones y por més que traten de Ta figura de Moisés de una manera que no deja de tener a veces analogin con In de Jas fuentes interiores del Pentateuco o del Antiguo ‘Testamento, su contribueién al conocimient de Moisés o a la solueién de Jos problemas que suscita esta figura be bien es cast nul, La hipétesis documentaria, conocida con el nombre de hipdtesis de Wellhausen o de Graf-Wellhausen y que hoy es inseparable: do toda investigacién racional de Ta bia, representa, el muy reeiente punto de Negada (Ia Geschichte Israels, titulo. primi- tivo de los Prolegomena zur Geschichte Is- racls, de Jullus Wellhausen aparecié en 1678) de Tes dudas que, a pattir de la Edad media, manifestaron esporidicamente Giertos lectores del Antiguo Testamento, Darticularmente atentos y penetrantes, en lo que respecta a un origen mosaico del Fentateuco. Este es precisamente el pro- blema que iba a seguir constituyendo el eje de In primera fase de la historia de la cxitiea bibl la més Targa puesto que debia durar, aft por afio, desde In segunda mitad del siglo xt hasta Ia segunda mitad del xvi, En su comentario acerea del Pentutenco, aparecido hacia 1153, el rabino espatiol hn Ezra propone a Ta sagucidad del leo tor, en una frase de aspecto eniginitico, cinco de Tos numerasos pasnjes que impi- den atribuir a Moisés In redaceién del Pen- tateuco. El pasaje que muestra esta. im- posibilidad de la manera més decisiva es el que thn Ezra llama verosimilmente el “seoreto de los doce”, es decir, los doce ‘itimos versiculas del Deuteronomio, don de se cuenta ln muerte de Moisés y el due- To que observ el pueblo en ess ocasién. Ibn Ezra no era el primero que tropezaba con ese texto, Diversos comentaristas de la Antigtiedad 0 de la Edad media habian propuesto soluciones mis o menos felices para esta dificultad: unos suponian que Tos poderes. proféticos que eran atributo de Moisés le permitian hablar por anticipado de su muerte y-de sus funerales, mientras otros admitian que esta notiela necrolégica constitufa una interpoleciéa debida a la mano de Josué o de Esdras, Estas respues tas eran, a titulos diversos, igualmente in- satisfactorias. La observacién del obispo de Avila, Alfonso Tostatus, quien afimné cen el siglo xv que los versieulos finales del Deuteronomio y ademas otros pasajes no podian ser de Moisés, prueba que la cues: lién penmanecia abierta. En la primera parte del siglo siguiente, el impalso de la Reforma va acompatiado por reflesiones en materia de exégesis de las Escrituras, que resultan 2 menudo notables por su pert nencia y osadia. Es asi como en 1590, en tun opiseulo aparecido en Wittembere. Carlstadt firma que no so podria consi derar la noticia necrolégica ubicada al nal del Deuteronomio como una interpola — cidn, puesto que esti redactada en un ex tilo totalmente comparable con el que ca- maeteriza al resto de la obra. Conclaye, por lo tanto, que el autor del Pentateuco es Aesconoeide, Mas andazmente aun, Lutero, fen In primer parte de su carrera, realiza tuna distineién entre Ia Palabra de Dios y la Eseritura, entidad esta dima que en globa a Ia primera y, por ello mismo, la sobrepasa. Apoyado en esta distincién Lu- tero_no siente eseripulos en censurar sin consideraeién ciertos libros cansnicos del Nuevo Testamento, Pero en la segunda par- te del siglo xv1 Jas necesidades de la hucha contra tgs extélicos obligan a los protes tantes aun cierto endurecimiento dogmé- tico logrado en detsimento do Tas especula ciones exegéticas. Lutero mismo termina por identifcar la Palabra de Dios y el Ca- non del Antiguo Testamento. Sin. embar- 40, el debate no se cierra a pesar de ello yen el siglo siguiente las conteibuciones {a pensamiento critic son- mis numcrosas y mis importantes. Citaremos al orienta- lista catélico belga Masius que en un libro pistumo publicado en 1574 atribuia la pa~ ternidad del Pentateueo a Esdras; los je~ sitas, Pererius (1589), Jacobo + Bonfrére (1625), que piensan en interpolaciones ir ‘roducidas en la obra de Moisés; Comelius (rmuerto en 1687), igualmente de la. Com- Paiiia de Jests, que sostiene que el Pen- tatenco habria sido editado y adaptado por Josué segin notas de Moisés. Bn 1651, en sm Leviatin, Teodoro Hobbes rechaza el origen mosaico del Pentateueo y nega que Josué haya compuesto el Hibro que leva ‘su nombre. Cuatro afios mis tarde, el gen tilhombre calvinista Isaac de Ia Peyrtre es €l_primero en susciar Is cuestiin de la unidad del Pentateuco. A esta cuestin ‘que preocuparé a la segunda fase de la his. toria de la critica biblica, de la Peyrére res- onde en forma negative. Silo atribuye & Moisés ln composicién parcial del Pen tateuco. Pero las obras de exégesis de tu Eseritura que exceden en gran medida en importancia 2 las demas. siguen sieodo el Tractatus theologieo-poitieus (1670) de B Spinoza, que podria Mamarse el “discurs0 del método” o el eédigo fundamental (que Tos investigadores modernos han aplieado cnteramente) de los estudios biblicos, y la Histoire Critique du Views Testament (1678) mediante la cual el oratoriano Ri= cardo Simon se proponia refutar « Spinoza y donde el andlisis minucioso que hace de las anomalias literarias del Pentateuco lo Teva a suscitar, luego de la Peyrére y Spi- noza, la euestién de Ia unidad de autor de Ja Ley de Moisés. Conviene mencionat también la obra del-tedlogo_protestante J. Leclere titwlada Sentiments de quelques théologiens de Hollande sur Thistoire or tique du View Testament composé par Te RAP. Simon de COratoire (1685). Ledlero se empeiia en situar al Pentateuco en ol ‘medio histrieo que éste supone, y mus -_ —- ‘ra que numerosos pastjes reflejan una a considerablemente mas tardia, En el siglo xvut la polémica floséfica tra las religiones positivas no se eo en ninguna contribuciin notable en el minio de la exégesis, El mejor eritico la Biblia sigue siendo Voltaire, el cual j to a muchos errores © insuficiencias, algunos descubrimientos que testimor tuna penetracién y un sentido de Ia histor ia poco comunes. Al término de esta primera y larga preparatoria, se abre el perfodo de los dee ceubrimientos decisivos con Ja aparicién, ea 1753, de la obra del médico francés Juss Astruc, titulada Conjectures sur les mémor. res originaux dont it parait que Mose seat serei pour composer le liore de Ta Genése. Como to indica cluramente el titulo deb opisculo, Ia investigacién, que J. Astric mo: Neva mas allé del libro del Pentateuco 3 de los dos primeros capftulos del Exod, presenta To particularidad singular de que! cencierm Ia cuestién de la unidad del Pea tateuco en Jos limites de un origen mosaiea: de este conjunto quo se da por adquirido. Astrue se proponia, en efecto, coneiliar eb dogma de Moisés autor del Pentateuco com las singularidades filolégicas de Ia Eseri tura que habian subrayado un Spinoza @ tun Ricardo Simon. Por otra parte, la BE pétesis de que Moisés habia utilizado do- ‘cumentos eseritos anteriores a su obra, ne tenfa en si misma nada de extremadamen= te original. La Peyrére, Spinoza, Ricarde Simon la hubian presentido y representan= tes del eatolicismo conservador tales como: Bossuct, el abate Fleury, Dom Calmet 0 el abate Francois también Ia admitian, EL verdadero mérito de Astruc reside en vere dad en otro aspecto. Se habia observade Dien antes de él que en el Génesis Dios e designado ya sea con el apelativo genérica de Elohim (Dios) 0 con el nombre pro= pio Jahvé, sin que se hubiera egado a explicar esta singularidad como no fuer. ‘con aproximnaciones discursivas. E] deseu= brimicnto genial de Astruc consistié en ab= sevar que sise juntaban por un lado los pasajes en que se lama a Dios Elohim y por otra parte, aquellos en que se To Ta ma Jahvé, se obtenian dos relaciones para Jelas sensiblemente completas y eoherens fes, que yu no presentaban de una manera tan manifesta las anomalfas —repeticiones, contradicciones, desérdenes en la secuencja cronolégiea de Tos acontecimientos—, tan esconcertantes en el texto actual del Gé- resis, Por el contrario, estas anomalias se explican perfectamente cuando se supone que el texto actual resulta esencialmente de la combinacién de dos documentos ori= sinariamente independientes. Astrue desig. nné con las letras Ay B a estos documentos. Si bien no reconocié la existencia de una segunda fuente en Elohim (la que se. The ma hoy la Elobista) a partir del capitulo 15 del Génesis, los dos documentos que Moisés Aistinguiayenian a corresponder con 1, Momia de Ramsés TI: del feraén de 1a cxtraordinaria exactitud a lo quo se persecucién? EL Cairo, Museo (Archives wt ay el Cédice Sacerdotal y el Jabvis- Photographiques). Ta obra de Astruc fue retomada y pro- aida en Alemania por J. G. Eichbor 9, prisioneros semitas y nubios_destinados TIS1). Recibis tm complemento impor 4 tq fabrisacion de ladsiior en Eahyto Bevcon Tigen, que en el ato 1708-det- Dy W. de G. Datier, Pilatings from Bubrid en el Génesis la presencia de 1a. the Tomb of Reth-mi-res at Thebes, te que hoy se llama Elohista. Hupfeld’ The afetopolitan Museum of Art Egiption Min agar cn 1853, de una manera to- Kevodutore ool, X. Nuseo York, 1095, mente independiente, ala misma com- probacién fue, Fichhorn © Tigen son los protago- fas de la teorla que se lama la “ant Bua hipétesis de lis fuentes”, la cual pre- eeid desde 1758 hasta 1805, y que con fen suponer que el texto actual del Bro del Génevts resulta de una yuxtaposi- de algunos documentos que contienen relacion paralela.y continuada. Esta pétesis, que In critica bbien ha. reto- pedo amplindola a partir de la segunda ad del siglo pasado, habia sido sin em- farzo absndonida ~momentineamente en Gavor do la “hipétesis de los fragmentos” 11505-1881), y luego de la “hipotesis de complementos” (1831-1853) grandes documentos ‘que la “antigua hipstesis de las fuentes” habia distinguido ba ls textura del libro del Génoss, eran ya eitos compuestos que @ su ver agrupa- ban elementos imperfectamente homogéneos B armonizados, tal como lo habia observado tamente Tigen, La “hipétesis de los uments" que Vater expuso en su. Co- mario del Pentateuco (1805), consiste fgnorar los euadros secundarios que for Benn en el interior del libro del Génesis los Bocumentos lohista, jabvista, sacerdotal, Be en considerar que el escrito biblico ha sido desde el comfenzo una aglome- Bestia de pequetios fragments indepen- jntes. Vater, por otra parte, extent @ fulcio del Hbro del Génesis al con- mnfo del Pentsteuco, en el cual él fue el explicadas en el -Génesis. Vater admitia 0 posible el origen mosaico de silo leunos fragmentos del Pentateuco hipétesis de los fragmentos” descono- ‘manifiestamente Ia coherencia que exis- fenire las diversas partes del Pentateuco. Fue abandonada por el exceso opuesto, presentado por la “hipétesis de los com- plementos’. Esta siltima cxageré la uni- ad del Pentatenco y consistid en sostener cen H. Ewald, en 1831, que el Pentateuco Sti formado por un Bscrito fundamental, I Elohista, completado por otro redactor ayuda de fragmentos tomados del. do- ee IE), sino los dos documentos Elohim (el Chdice sacerdotal y el E) que se confun- ‘entonces pese al trabajo de Mgen, que 1. Nicolés Poussin, Moisés abandonado sobre las aguas. Oxford, Ashmolean ‘Musewin (Scala). ‘no lamé a atencién hasta 1853, focha de publicacién del libro de Hupfeld, con el cual el Blohista entra en Ia cleneia, Las dificultades a que conducia osta tosis ferminaron por mostrar los frigiles fun damentos en que se apoyaba. En efecto, cl documento jahvista no podria ser com- Sderado, en ningtin caso, como sex io y destinado solamente a proporcionar complementos a un escrito fundamental. Algunas de las paginas mis originales 0 de las mis hemosas del Pentatenco de- ppenden enteramente de él. Por otra parte, ‘os pretendidos.complementos jahvistas eran mis bien dobletes, y aun dobletes senst- Blemente divergentes, pasajes elobistas Jos cuales se yuxtapusieron, En fin, el Es- ‘erito fundamental mismo, lejos de’ ser un ‘exo ‘nico estaba en realidad constituide ‘por dos fuentes y presentaba las mismas ‘anomalias que habjan levado a pregun- ‘arse acerca de la unidad del Pentateueo. El esfuerzo eritico se vela asi, dada Ta si- ‘guosidad del Escrito fundamental, reducido fen cierto modo a cero. La hipétesis de los ‘complementos esti expuesta de manera par- foularmente ejemplar en el Comentario sobre el Génesis de Tuch (1838). Renin Ja sostiene todavia, en 1855, en su Histoire des Tangues sémitiquies. En verdad, esta- ba condenada piblicamento desde 1853, ‘cuando Hupfold publicd, exactamente cien laios después del escrito de Astruc, una obra sobre las fuentes del Génesis y la. manera fen que fueron combiadas, que constituia fun retomo substancial a las concepciones ide Astruc, Hichhom e Hgen, ¢ inauguraba, ‘con la “nueva hipétesis de las fuentes", un fercer perfodo (1858-1900) en la historia ‘de Ia critica biblica. Durante el perlodo ‘precedente la investigacién, segiim hemos ‘isto, se habia aplicado a resolver el pro- Jblema de la unidad del Pentateuco. Sus 20s van a tender ahora a resolver el Dblema de la “edad de las fuentes” uti das en el Pentatenco entero o aun en Fexatenco. pparado por toda una serie de trabajos de descubrimientos, algunos de los cua- realizados a fines del periodo prece- como los de Wette (1807) que de- raba Ia identidad del Deuteronomio y ‘Cédice descubiorto en ol Templo bajo rey Josias (622), de Gramberg (1829), YVatke (1825), de George (1935), el 50 decisivo lo realizé K. H. Graff ‘su obra sobre los libros histéricos del uo ‘Testamento (1868). Por altimo, “nueva hipétesis de las fuentes” recibié formnlacién pricticamente definitiva y precisada por J. Wellhausen en sus 4a historia de Isracl. Un “euarto periodo” en la historia de la ext- Diblica comienza a partir de 1900. cxiticos dirigen ya. su’ esfuerzo prine= = la manera en que se constituyeron fuentes. La extgesis de las Escrituras HL Guokel, H. Gressmann; sir James Moisés Frazer, P. Saintyves, A. Jirku, la escuela eseandinava, apela sin reservas a los datos que le proporciona la historia comparada del folklore o de le antropologia. El Pentateuoo segiin la critica biblica He aqul eémo se representa en Ia actua~ lidad la critica, en general, la formacién y a. composicién’ del Pentateuco. La constitucién de la nacién isralita y su acceso a la situacién de gran potencia bajo ‘l reinado de Sail, David y Salomén, lue- 0 de haber dado el impulso a una litera- fura historiogrifiea de gran calidad, sus sit6 ol interés respecto de. todas las tra- diciones que se seferian a la antigiiedad de Iracl 0 a sus origenes més remotos. Se fijaron por escrito relatos muy sumerosos que circulaban oralmente. Es ast como en- tre 840 y 760 antes de nuestra era han Aebido existir dos grandes coleceiones de tradiciones macionales que constituyen los cestratos mds antiguos del Pentateuco. 1) La Coleccién Jahvista designada con la sigla (J), rennidla por compiladores origins- vios de Juda, y euyo campo se extendia de la creacién del mundo al advenimiento de Salomén, Esta eoleccién resultabs a su vex de Ia fusién de dos colecciones anteriores que fueron sumentadas y combinadas en ‘una sola por un compilador de la misma escuela. Es por ello que se subdivide ge- neralmente (J) en Gt), (I) y UR). 2) La Coleccién Elohista designada por sigla (B), compilada en Efrain en una fe- cha mas tarda que (J) y enya materia le- gendaria iba de Abraham 2 la muerte de Sail. La coleceién Elohista fue aumen- tada en el perfodo de los. profetas exer tores. Es por ello que se la subdivide en BI, Be 3) Constituetin de ta coleccién JE por obra de FF, Las dos grandes colecciones (J) y (E) fueron reunidas, en Ia segunda mitad del siglo vi, en una obra tinica (JE) por medio de tna redaccién 0 de un redactor que Wellhausen propone nombrar, por combinacién de las consonantes de a palabra jabvista y de las vocales do Ta pa- labra elohista, “Jehovista” (RV®). 4) El Deuteronomio (D). Se trata en su crigen de un psoudoepigrafe compuesto ve- rosimilmente poco antes de 622 y que en esta fecha fae descubierto en el Templo de Jerusalén por el gran sacerdote Hilquia y ‘rasmitido al rey Josias. Este documento, que reflea el punto de vista de Ia clerecia de Jerusalén y ciertas aspiraciones del mo- vimiento profético, y cuyos limites no son perfectamente claros, se denomina “Deute- rondmio -primitivo” (D') por oposicién a Jos. complementos (D) que datan del exilio. 5) Revisiin de le coleeciéin JE hecha por tun Redactor Deuteronomista (JED), desig- nada con R. Después de haber existido durante wn cierto tiempo junto con la co leeciin JE, el Deuteronomio termind por {nclurse en ella antes del elato de la muer- te de Moisés. Pero aun antes de esta in sercién, In esencla de los historiégrafos deu- toronomistas so habia esforzado en. retooar la colecciin JE. 6)EL Cédice sacerdotal (P), representado en el Pentateuco actual por una quinta parte del Génesis, la mitad del Bxodo (ca- pitulos 25-81 y 85-40) y de los Nimeros (caps. 1-10; 2631, 98-96) y el relato de I miuerte de. Moisés en el Deuteronomio (caps. 92:48-52; 94:1, 7-9) formaba un ceédice aparte. Fue redactado en la época del exlio. (586-538) en los mismos mealios sacerdotales de Babilonia que, entre 573 yy 538 habfan producido la Torah de Eze- ‘quiel (Ezequiel, caps. 40-48). Este Cé- sacerdotal (P) eonstituia x su ver no tun libro tinico sino un conjunto que agru- aba elementos debidos a autores diversos Se distinguen en él: P3, es decir el Cdice de santidad (Levitico, 17-28) y las mis antiguas Teyes sacerdotales, redactado. ha- cia 550; P2, la gran historia sograda sucer- dotal que se extendia desde le ereueidn del ‘mundo hasta Ia instalacién del pueblo de Dios en Canaén, redactada hacia fines de Ja época del exilio 0 en la Gpoca de la Restauracién, después de 550 y probable- mente alrededor del afio 500; P°, leyes so- Dre las ofrendas (Levttico, caps. 1-7) que provienen de la fusién de dos colecciones anteriores (Pe! y P3®) y que fueron intro- ducidas con posterioridad en I historia sa- grada (P2); P®, leyes sobre la purificacién (Lecitico, caps. 11-15). Los grupos Pe y PF parecen ser recientes. Fue la ley de la gran obra sacerdotal (P#), ya aumentada con el Cédice de santidad, lo que Esdras promulgé en Jerusalén entre 444 y 432, en el curso de la memorable cescena relstada en Neheméas, 8-9. En el ppensamiento de los redactores sacerdota- Jes, su obra debia. reemplazar a la colee- ign JED. De hecho, el favor con que fue recibida esta obra hizo que se fundiera todavia. (Sogiin muchos. criticos esto fue ‘obra de Esdras mismo) el estrato sacerdotal ‘con la obra anterior JED. Por lo demés, aun después de la promulgacién del Cédice sacerdotal por Esdras y de la fusion de JED y de P, el trabajo de los legistas sa- ‘eerdotales prosiguié con Ia incorporacién de ciertas Teves rituales recientes que se designan con ln sigla P®. EI completamiento del Pentateuco pricti- ‘eamente en Ia forma en. que hoy Io cono- cemos oounié después de le eseisién entre Jos judios y los samaritanos, puesto que ‘estos limos reconocen la antoridad de los ‘cinco primeros libros de la Biblia. Esta rup- tura se produjo entre 452 y 932, sin que sea posible precisar mis. La historia de Moisés La eritica biblica nacié, como hemos visto, de las investigaciones que habia suscitado Ja figura literaria de Moisés y el papel que Moisés debia reconocérsele en la composicién del Pentateveo. Las conclusiones a las que sta leg6, al proporcionar el mesiio de una Jectura raclonal ¢ histérica de la gran co: Jeccién de la Escritura, tuvieron asi muy ‘importantes repereusiones sobre Ja mano a en que convenfa interpretar la tradicién mosaica entera y, en particular, el papel de legislador, de fundador de pueblo y de religion que ésta atribuye a Moisés, Um visién sinptica de los textos concer aientes a la historia de Moisés, repartidos entre las diferentes fuentes del Pentateuco, deja ya una rica ensefianza en el sentido de que revela con una claridad perfecta “el acorde disonante” que ime entre si los euatro documentos. Por cierto,’ elementos fundamentales de la historia de Moisés se ‘encuentran en Tos diferentes documentos, sobre todo en el Jahvista (J) y el Elobista (E), pero se comprucban también diver- gencias y agregados a veces roveladores. Ta trama del relato y el retrato del héroe aparecen sobrecargados de inteneiones mis dogmatieas que histéricas Para citar s6lo algunos ejemplos, el docu ‘mento més antiguo, el Jahvista (J), no dice nada, por lo menos en su estado actual, de los primeros pasos de Moisés y de su ge nealogia. Es verosimil que J no mencio- nara originalmente a Aarén. El nacimiento de Moisés en el momento en que el faradn decreta la muerte de los recién nacidas va- ones de los hebreos, asi como las circuns- tancias de su salvataje esti relatados en el Elohista (E). Se especifiea alli que Moisés pertenece a la tribu de Levi, La colecciin E hace referencia a Aarin ys Miriam, Pero parece que Aarén no er presentado en um principio como hermano de Molsés ni quizd coma sacerdote sino como uno de Jos viejos de Israel. Su aceién parece haber sido la de un adversario de Moisés que lo- 6 arastrar a Israel al pecado. Es. ast como mientras Moisés y Josué permanecen ‘cuarenta dias y euarenta noches.en Ia mon- taia de Dios, Aarén consiente en fabricar el beverro de ora par complacer al pueblo, El capitulo XII del Ubro de los Némerae muestra también a Aarén y a Miriam aso- ciados para calumniar 2 Moisés. Los do- ccummentos sacerdotales (P) magnifican, por el contrario, todo lo que se refiere a I clerecia y al templo, Confieren a Aarén una situacién eminente que los textas elo: histas Te rehusaban. En el Cédice sacer dotal, Anrén y Miriam son el hermano y la hhermana mayores de Moisés, y se nos dice de 41 que es el hijo de Amram, hijo de Quehat, quien era hijo de Levi y sobrino de Joshebed, su esposa. Si Moisés es el profeta de Dios, Aarén os el profeta de Moisés. EI episodio de Pinchas, nioto de Aarén, al coal Jahvé promete después del asesinato de la mujer moabita y de su unante israelita, “alianza de paz ¥ sneer ocio eterno”, pertenoco también a P. Los @ocumentos sacerdotales atribuyen ademés 120 a Moisés a construccién del Taberné Jo que es una manera de afirmar el ‘mosaico del templo de Jerusalém. 4 can jgualmente a Moisés Ja. prom de los roglamentos que constituyen el Levitico. Segin J Moisés se casa con una de siete hijas del “saoerdote de Madiaa™ tiene ella un solo hijo. El suegro de Mi se Tama en este documento Ragiel quiza también Hobad, hijo de Ragisel, se nos prosenta en el momento en acepta guiar a Ios isruclitas por el des En E el suegro de Moisés se lama Jetro €1 documento lo presenta como inicitdor Moisés en la legislacién y el cult Jahvé. Jotro lleva a Moisés, su mujer sus “dos his", pero vuelve a su pais ugar de acompatiar a Israel como Hobad. El Cédice sacordotal no dice de Ta esposa ni de los hijos do Mi Sogsin J la vooacién de Moisés (la ardionte) ocurre mientras &t6, por orden Jahvé, vuelve a Exipto; sogin E, de Abraham, de Isaac y de Jacob se le a rece mientras él conduce los cordaros de J tro al monte Horeh y le revela stu nombres Jahvé; on P, Jahvé habla a Moisés Egipto. Los isracitas viven sogvonados Goshen (P) mientras que E y P los reps senta, por cierto equivocadamente, disper sos en medio de Ja poblacién egipcia. Las plagas de Egipto son siete en J: Moisés formula la amenaza de ellas y Jahvé desem ceadena el flagelo por intermedio de uml agente natural. E menciona cinco plagas) provocadas directamente por Moisés com ayuda del bastén que le ha dado Jahves Segiin P es Aaxén el que por orden de Mor sés provoca seis plagas, La montafia dey Dios es el Sinai para J y P, el Horeb para Ey D. El pacto de alianza se conclave conforme al Decilogo cultual (J), al Dex ceélogo moral y al Libro de Ta Alianza (E). Para P, Moisés recibe sobre el Sinaf ins ‘rucciones concemientes al Tabernéculo ya su mobiliario, los sacerdotes, sus vestimen tas y sus deberes. El Elohista so distingue especialmente, ea algunos de sus partes, por los ideales prom foticos, Parece exaltar ol elomenta profé tico en detrimento del elemento sacerdotal. Si se piensa que para E Aarén tenia por cierto originariamente la ealidad de sacer ote, ése seria la razén do Ta depreciaciéa ‘que sufre esta figura en beneficio de Moisés y aun de Josué. En el cpisodio de los se Senta ancianos que, después de haber reci= ido una parte del espiritu profético que reposaba sobre Moisés, “‘profetizaron, pera no lo repitieron”, cuando Fldad_y Meidad arecen usurpar el privilegio de Moisés, Josué exclama: “}Sefior mio Moisés, impide selo!’, y asf suscita por parte de Moisés esta réplica muy caracteristiea de los senti mientos del redactor Elohista: “Esti coloso por mi? Qué importaria que toda el pus blo de Jahvé estuviera compuesto de pro tas, puesto que Jahv6 pondria su espiritu © ellos! mbién la figura de Moisés aparece un. ‘poco distinta on los diversos documentos. En el Jahvista, Moisés oeupa una situacion ‘de primer rango nica y no compartida. Es sa hétoe nacional, un Kiberador earismatieo ‘y por ello mismo el precursor do los Reyes ‘de Israel. El Moisés del Elohista tiene go- ‘peralmonte menas grandeza y relieve que ol ‘héroc del Javista. E insiste mis partiew Tmmente sobre su nobleza moral y lo: pre- -senta por lo comin como um profeta hu ‘ailde y piadoso, Del Denteronomista, que ‘no agrega nada al retrato de Moisés, re- ‘sults por lo menos que lo ubica muy por ‘encima de Aarén y de Miriam, El punto de ‘vista de P es muy caracteristico. Acentiia eensiblemente el elemento milagroso y To ‘asoeia con la aceién de Moisés y de Aarén. Mientras que segin J. Moisés, al pasar el nar Rojo, extiende su mano sobre las olas ¥y Jahyé seca el. mar por medio de un vien- @ violento del Bste que sopla durante toda EE noche, el redactor sacerdotal refiere que “Moisés hiende el mar hiriéndolo com sa t6n, de manera que Ios israeitas puedan. ra pic entre dos murallas de agua Aarén, como hemos destacado, es realzado casi hasta el nivel de Moisés, aunque per snece subordinado a él. Aarén es favore- personalmente por un milagro que es Juicto de Dios: el de la vara florecida confirma su sacerdacio y que es depo- da delante del Arca. Ademés la vara de én sustituye al bastén de Moisés en Me- ‘bah, P hace resaltar aun ands que Jy ten entre Moisés y Jahvé. La gloria de Ss reposa seis dias sobre el Sinai, ol imo Moisés penetra en la nube tenebro- Cuando vuelve a descender su rostro En una palabra, de una ma- rms acentuada aun queen os otros wentos Moisés ha adquirido aqui una ie de divinidad, ciertos rasgos que lo an_por encima de la naturaleza hu- sa comin, A él se dirige Jahvé para micarle sus érdenes. Aarén es sélo su dlorioso Iugarteniente y ejecutor de sus conchusiones extracremos de este ani sumario? Existe innegablemente una ta convergencia entre las diversas fuen- Por otra parte, ghay que extrafiarse de- fado de ello, si se piensa qie el texto Pentateuco actual es el resultado de eras pacientes, proseguidos durante si , para fundir y armonizar los elementos jnentes que la exégesis ha llegado a ‘en €P Se pecaria sin duda de exeesivo si se hablara, a props de la imagen de Moisés que aparece en ‘cuatro documentos, de una “misma foto- tomada desde diferentes dngulos” ‘Celin), en el sentido de que dispone- Moisés ‘mos asi de cuatro aspectos de un mismo ‘ebjetivo histérico. La engafiosa impresién de consistencia se disipa cuando se observa ‘que las cuatro variantes del retrato de Moi- se5 no contienen casi ningiin rasgo indivi- dual sino que son la reunién de temas le gendarios, novelados o hagiogrificos, Leyenda, novela, hagiografia en Ta historia de Moisés Fl episodio de Moisés abandonado, en su area de papiro, a los bordes del Nilo per- tencce, como se lo ha reconocido desde hace lego tiempo, al folklore universal, Es el tema de los humildes comienzos del Ihéroe opuestos a su esplendoraso destino ulterior. Se ha comparado Ia exposicin de Moisés eon la del hijo de Kunti o Pritha, hija del roy, al enal su madre, segin el Mahabharata debié. abandonar después de hhaberld dado a luz en una canasta de mim- bro impermeable, entregindolo a las aguas del Asva. Se cita también la historia de “Trakhan, rey de la ciudad de Gilgit en el Himalaya; Ia de Porseo 0 Telefo en la le yenda grioga, la de Rémulo y Remo en la leyenda romana, etestera. La misma aven- ‘ura habia sido atsibuida igualmente al gran rey Shami-Kin (Sargén el Antiguo), peso- naje perfoctamente histérioo que sein6. 30- bre Akad hacia 2850, sta encantadara le yondla, muy cereana al episodio. biblico, ‘lustra Ia facilidad con la eval un héroe de Ja antigidad podia. pasar desde el plano de In historia al de la fabula. He aqui los comienzos de Sargin tal como el rey mi ‘mo los cuenta: “Sharra-Kin rey fuerte, zey de Akad. Mi madre era pobre: mi padre no lo he conocido. El hermano de mi pa- dre babitaba la montaia, Mi ciudad era la ciudad de Azupirana, que esti situada al borde del Bufrates. Me concibié, mi madre, la pobre, ocultamente, me dio a hz y me puso en una canasta de catia, y con brea cerré mi puerta. Me abandoné al slo que nno:me hundi. Info me lev: hasta AKKi, ‘ellibador de aggua, me Hews. AKKi el libador de agua, we tomd para servi en sus jardt nes. Durante mi servicio, la diosa Ishtar, por cierto, me amd. Cincwenta y cinco afos yo ejerei la realera -.” La fuga y el mate rmonio de Moisés reewerdan los episodios ralelos de Sinuhé, relatados, varios siglos antes de Moisés, en un evento popular egip- io. El encuentro de Motsés eon las siete Iijas del sueerdote de Madian (Bxodo, U 1522) reproduce el de Jacob y de Raquel {Génesis XXIK, 2-10). Sobre todo el Mer- sés del Pentatéueo esté pintado en rasgos tan grandiasos que so personalidad humana desaparece eas! por completo. Se ha obser vvado muy jastamente (Bennet) que aun episodios incidentales de la vida de Moisés ue parecerian muy singulaes y por lo tanto fruto de eontingencias histxieas, se revelan, sf se los examina con mayor aten- cin, como temas hagiogrificns. Ast, lis ‘objeciones que Moisés formula contra la 421 1. Merenptah: gel faraim del éxodo? Turin, Museo Exipci. ‘isin que Te encarga Jahvé (Exodo TI, 11- IIT, 15) hacen pensar én las de Jeremias en ireunstancias comparables (Jeremfas 1, 4-11) 0 aun en al reflejo de fuga que incita 1 Jonas a embarearse hacia Tarsis en lugar de ira Ninive UJonds T, 1-4). La esposa ¥y los hijos cle Moisés desaparecen del relato brblico que pronto se interesa sélo en las “fumeiones” que ejerce Moisés o en su suce= cién, Cualquiera sea la historieidad del mo- elo, cl retrato que nos propone de él el Pentateuco lo reduce a ser s6lo justamente Ja personificaciin de una funcién. Moisés cencarna el ideal israelita del rey y del pro- fela y toma probablemente de ese ideal el caricter de humildad que le atribuyen los ‘Nimeros, XU, 8: neyar toda grandeza ex- cepto la grandeza divina es el procedimien- to mismo por el cual la Biblia define la piedad. En cuanto a la funeién de legislador que ejerce Moisés, permite atribuir a Dios las leyes israelitas, Moisés autor y legislador. I Pentateuco Si.se ubican, en efecto, las fuentes del Pen- taitenco en la perspectiva temporal de su formacién, se comprueba de inmediato que hhan corrido siglos entre la época de Moisés y el momento en que las tradiciones mosal- “eas fueron consignadas por escrito, por pr coleceién Jahvista. Después de haber mostrudo de una manera irrefutable que Moisés no podsfa ser considerado como el autor del Pentateuco, el andlisis ertico de Ja Biblia hace aparecer también que no se lo debe considerar como un autor en el sentida literario del término. Tal andlisis le ha re- Insado todas Jas composiciones, tales como el Céintico det mar rojo, el Caintico de Moi sés, el Salmo 90 0 el Libro de Job, quo la tradicién le atribuia, Hecho mucho mis grave, la idea de una “egislacién_ mosaica” inchuida en el Penta- teuco, se desvanece también casi comple tamente a la luz do la historia del texto de las Escrituras. Casi todas las colecciones legislativas que se ha hecho entrar en los cinco primeros libros de Ia Biblia, pestulan ‘una sociedad © instituciones muy posteriores ls época mosaica, Hay acuerdo undnime fen Io que conciemne a las leyes deuterond= micas o las leyes sacerdotales. Sélo se sigue debatiendo le atribucién de wn niimero muy pequeno de textos tales como el Libro de la Alianza (Exodo, XX, 24 - XXII, 19 = B) y los dos Decdlogos: el Segundo Decélogo © Decilogo cultual (Exodo, XXXIV, 10-36 —=J) y el Primer Decilogo 0 Decilogo moral (Exodo, XX, 2-17, y Deuteronomio, V, 6:21=E*). En los tiempos modemos hha sido Goethe quien llamé la atencién so- bre la existencia de dos tradiciones en lo que respecta al contenido de las tablas de la Ley. Para el Decilogo moral, el texto ‘ue proporciona el Deuteronomio constituye silo una version Ievemente diversa respecto de la formulaeién del Exado, Un cierto nimero de oriticas se esfuerza en Ja actualidad en mostrar que el Deeilogo ‘moral es anterior al Deeélogo ritual y que ces posible que haya sido redactado en la época mosaica, hasta por Moisés, Se <0s- tlene también a veces e} origen mosaieo del Libro de la Alianza, Ast se salvaria la rea- lidad de una obra religiosa y_logislativa propia de Moisés. Hay de hecho fucrtes azones, cuya exposicién imparcial se en ccuentra en S. Mowinekel 0 A. Lods, que siguen oponiéndose a semejante suposicién, Estos textos conciemen a una sociedad se- dentaria y agricola o, en el easo del Dect logo moral, reflean los ideales do los gran des profetas. Han sido coneebides, por lo tanto, largo tiempo después do Ia instalucién de Israel en Palestina. Otra particularidad inguietunte de le teadi- cciéu_mosaica es Ia evolucién que parece haber sufrido en el interior misino de Israel Los profelas anteriores al exiio, parecen, en cfecto, observar una extruordinaria. disere- cin respecto de Moises. Sélo Osexs (siglo ‘vut), entre Tos profetas del Norte; Miqueas (siglo vn), Jetemias (siglo vi-v) entre Jos del Sur, lo mencionan, Pr otra parte, seas no lo nombra, mientras que Miqueas y Jesemias To vinculan eon Aarén y Misia con Samuel sin que parezean acordarle tuna dignidad superior. Cuando evocan los ‘origenes de Tsrael y la edad de oto de las upcias en el desierto, los profetas se refie- ten a la época mosaica, pero no a la per sona de Moisés. En Ia época del exilio, el sicerdote y profeta Ezequiel, que esté tan penetrado de las exigencias de la pureza Tevitiea que resiste en su nombre a una conden divina, no menciona nunca ni “la ley de Moisés", ni a Moisés mismo, Entre los pprofetss posteriores al exilio Jas alusiones a Ia tradicién mosaica son més numerosas, sin que sean, sin embargo, muchas més. evelan una influencin deuteronémica 0 si cerdotal. Ninguno de estos textos hace de Moisés el fundador de la religién israelita, lo Malaquias (siglo v) y Daniel (siglo m) hhablan de Ia “ley de Moisés”. En sintesis, parece a primera vista que Tos profetas ignoraban la tradicién mosaiea y ‘que su concepciin de Moisés no estaba afectada por la representacién que se en- contraba de é en el conjunto de los textos que abarean el Frodo, Il - Josué, XXIV, 5, Mauricio Vernes, que estimaba que todos lus textos del Pentateuco fueron redactados “sin excepeidn alguna en Ja época que siguié a la cautivided de Babilonia”, resolvia la Ciffcultad de una manera radical y eseribia fen forma bastante perentoria: “,..en el con- junto de los libros hist6ricos y_ proféticos considetados a menudo como los més ant: guos documentos dela literatura judia, el hombre de Moisés sélo se promuncia una sntidad muy poquefia de veces y... 0s- tos mismos libro’ ignoran la Tegislacién del Sinai. Por lo tanto, a los ojos de los autores Ge los Nebiyim (segunda parte de la co- leceién sagrada hebrea), Moisés sélo era 134 lun personaje muy pequetio, y oo Tegars ‘ocupar el primer plano —y a sino a partir del dia en que los teccniticos, portavoces de las pretensiones de la clerecia, se hayan apoderada de nombre totalmente seeundario pura eonstraie fen torno de & una maravillosa leyenda de historia y de legislacién.” Formulada de esta manera, la tesis de Mau ricio Vernes resulta excesiva en dos respec os. La fecha que este autor asigna 4 Ie redaceién del Pentateuco es con seguridad baja y la tendencia a magnificar cada yer ras la figura de Moisés es en realidad ante= zior al Cédigo sacerdotal propiamente dich. Parece no obstante indudable que la influen= cia creciente de la tradielin mosaics y el isés estin vinculados con el Deuteronomista, cuya obra puede en ciertoe respectos ser considerados como une prefie sguracién de la obra de los “escritores teoors= ticos” posteriores al exilio. Més sun que la premlnencia de Moisés respecto de Aarim y Miriam que sefaldbamos més arriba, es notable esta clase de autonomia en Ia acti vidid legislativa que la fuente D atribuye a Moisés. Mis aun que en Filén, La parte ‘conrespondiente a Dios y'a Moisés parecen confundidas en Ia promulgacién de las lex yes. Es Moisés quien impone las sentencias y los preceptos de Jahvé en pasajes tales co- ‘mo Deuteronomio, VII, 11; XI, 8, 22. Ea cuanto al Cédigo sacerdotal, el Moisés que pone en escena anunela mis directamente ‘aun que las fuentes precedentes la represen tacién que el judaismo se hari del héroe del Exodo y por la cual éste eseapard a Ta esfera de ta humanidad pure y simple. En textos tales como Exodo, IV, 1; VIL 1s XXXVI, 29, se apoyarin Jesis Ben Sirach 0 Filén para conferir a Moisés Ia jerarquia de Jos dngeles. Asf dice el Eelesidstico: “Le dio una gloria semejante a la de los Santos”, es decir, da les Angeles, Segiin la Asuncitin de Moisés, éste preexistia al mando como intermediatio de la Alianza e intercesor de Israel, Sega el testimonio de Flavio Josefo, los esenios hhonraron el hombre del Legislador mis que todo luego del Nombre divino, Una blasfe= ia contra Moisés, igual que la pronunciada contra Dios, es pasible de condena a la pera capital Filén deseribe a menudo a Moisés en tézmt nos de Logos. Moisés es un intermediario, un conciliador del mundo. Pertenece casi 1 la catogoria de lo que el lenguaje filosé= fico y religioso de los griegos lamaba los déimones (espiritus o demonios). Los" én- eles auditores del Céntico de Moisés se maravillan al notar que éste posee una cien= cia musical semejante a lit del sol, de la Tuna, el santisimo coro de las estrellas. Pero tuna vez comprobado este proceso de la ‘casi divinizacién de Moisés, se deberi re- conocer —y el argumento nos parece vale- dro contra otras teorias ms modernas— que furicio Vernes no hace ningtin esfuerzo pa- ‘ar explicar la razén que impuls6 a los “es- Teritores tcocriticas” a apoderarse de este “sombre totalmente secundario", Nos pare [ce que esto equivale a consentir en no Hegar fal fondo de las cosas, ya que se renuncia a ‘Gucida® Jos datos que han hecho posible Te fortuna esplendorosa de un personaje tan ‘oscuro, Pensar que esta fortuna sélo tuyo por ley Ta fantasia de los redactores sacer Aotales seria aceptar coma valedero, no ‘sin clerta ligereza, un milagro. En sintesis, el examen exitico de las diversas Fontes de la Bscritura no permite ir més {alli de las comprobaciones a las que nos feonduce. Por lo menos, si se aborda en forma aislada la persona de Moisés, se feindola del fondo sobre ol cual se perfila I relato biblico contiene en verdad una ‘pultitud de detalles concretos concerien- ‘es tanto al euadro histérico y geogrifico de Ja tradicién mosaien como a la persona de ‘sos protagonistas, El examen de estos da- ‘0s es absolutamente indispensable. En ‘electo, gracias a tal anilisis estaremos ‘condiciones de apreciar de una manera ms ‘efectiva y conereta In historicidad de los ‘eplsodios y, al menos indivectamente, del Théroe de esta tradicién, de su obra politica > rcligiosa El fondo histérico: el nombre de Moisés El nombre mismo de Moisés constituye un ‘problema. La forma hebralea de este nom- ‘bre es, segtin es notorio, Mésheh, y la Biblia (Esodo, Tl, 10) propone acerca de él una ‘etimologia popular. Se sabe que segin el elato de las Eserituras ta hija del faran da al futuro liberador de Israel el nombre ‘de Mésheh, vineulando este vocablo con et ‘vetho hebreo mashdh: “sacar”. Le dio el sombre de Mésheh, pues segin ella dice Flo he sscado (moshitthi) de las aguas”. Varias rezones impiden tomar en serio esta ‘explicacién. Ante todo, In inverosimilitud ‘que haya que admitir que una princesa ‘egipcia diora nombre hebreo a su hijo adop- ‘vo. Por otra parte, la explicacién que ella dda haria esperar una forma pasiva que sig- sificara “retirado de Ins aguas”. Ahora bien, Ja puntuacion de Mdsheh sugiera mas bien Jun patticipio activo. Se ha buseado pues fofra cose, Algunos estueliosos que persistian ‘ex conservar una derivacién semitica para el ‘ocablo Méshch han propuesto ver en el ‘sombre de Moisés una denominacién ima- ‘ginada sein la funcién o el papel histérico del hétoe. Moisés habria sido “el que Tetira” (Mésheh entendido correctamente ‘como un participio activo) a Israel de “ln ‘casa de servidumbre”. Pese a la puntuacién ‘ys satisfactoria que esta segunda explica- én permite reconocer en la forma Masheh, ‘€: indudable que no tiene mis valor q Ji de Ia princesa egipcia. El verbo méshah de uso raro en hebreo, y no so hubiera Moisés rentemente artificial y retoreide para desig- ‘nar aun salvador 0 un. kiberador. Se ha vuelto entonees a Ja hipétesis de una dorivacién egipcia del nombre de Moisés, segin la idea que ya habjan tenido Filéa (De eita Moysis, 1,4) y Flavio Josefo (An- tigiiedades, I, IX, 6, y Contra Apion, I, 31). Estos dos autores proponian, en efecto, in- terpretar la forma griega Mousé del nombre Moisés como un compuesto de las palabras coptas mo “agua” y ushe “salvado” o moit “agua” y se “tomado”. Pero los egiptéloges competentes hacen observar que un nombre egipcio que significa “salvado del agua” se Ihubiera formado de una manera diferente Se prefiera pues, desde Lepsius, pensar en. el egipcio ms (sw), mes, mosu que fica “el hijo” y que entra en Tutmds, Amennés, Ramsés, eloétera. Renin vela en el nombre de Moisés un hipocoristico de for: ‘ma Mosu que se encuentra a veces en la onoméstica egipcia. Se imagina también, en becasiones, que la princesa egipeia habia dado al nid adoptado un nombre teoforo cegipcio del tipo de Tutmés ("hijo del dios Thoth”) 0 de Ramsés (“hijo del dios Ra"), del exal Moisés habeia hecho Inega desape~ reer el elemento teoforo para marear su ruptura con el paganismo egipeio. La iden- fieacidn de Mdsheh con el vocablo egip- cio mes (1), mes, mosu, no deja de ofrecer algunas dificultades de orden filolégico; se trata de problemas menores y Ta opi ferudita reconoce hay generalmente que cl nombre de Moisés tiene origen egipcio. Este hecho es de gran importancia y volveremos sobre él La familia de Moisés Si el nombre de Moisés indica vinculaciones ‘con Egipto, la filacién que Je atribuye la Biblia es més dificil de interpretar. Como voremos, Ja tradicién concerniente a Ja per- ‘manencia en Egipto de los doce hijor de Jacob es una generalizacién panisraelita, desprovista de historicidad literal, Sélo un ppequeio niimero de clanes hobreos deseen- ié a Egipto y sufrié alli la opresién, Se ropone reeonocer en”estos inmigrantes a {grupos que pertenecian a Joseph, Ephraim, Manassé, Simeén y ya que Moisés, nacido en Egipto, era considerado un levita, Levi Esta presencia de Simeén y de Levi en Egi to se explica generalmente por el hecho de quo el Génesis (SLX, 7) nos habla de la scrte que corrieron estas dos tribus después del atentado contra Sichers (XXXIV). Fue- ron dispersadas en Israel y Megaron quizis fl Negcb, Iuego a Egipto, como parceerla indiearlo el nombre de Simon atestiguando sobre un éstrakon egipeio de Ia dinastia XIX, El origen levitico de Moists se ex- plicaria entonces perfectamente. En realidad, no es cierto que las cosas sean tan claras, Es imposible, en efecto, ‘que le genealogia levitiea asignada a Moi- ‘é¢ sea una armonizacién de origen_sacer- dotal. En un texto como el del Fxodo, 1V, 125 En las péginas centrales: Tintoretto, Moisés hace surgit agua de la roca (jmg.). Venecia, Scuola di San Rocco (Scala) “€5 seguro que el titulo de Levita ‘ave Meva. arin sex un gentilicio y no un title que indica la funcién del personaje. La misma cuestiin se plantea acerea de la ‘cilidad levitiea de Moisés. Se ha propuesto Considerar que Moisés pertenecia en 1ea- Tidad, desde cl punto de vista étnico, a Efraim, Por cierto que un pasaje del libro de las Jueces (XVII, 30) nos dice que des- cendientes .de Moisés erin levitas para la fribu de Dan, pero textos veeinos como Jueees, XVI, 7, 9, muestran que ol tér ‘ino Levita podia indicar sélo un estado y no una perteneneia tribal, puesto que ol joven levita do Mica era “de Belin de Judé, ide Ta familia de Juda”. Sobre todo, las ins: ripeiones mineanas de ebOla al sudeste de Madian, en Arabia, incluyen los términos lic" y lw't para designar al sacerdote y a la sa- cerdotisa del dios Wadd. Peso a Jas inoer- tidumbres que sefialn Ricciotti podria ser que hubiera aqui una indieseién de la mayor ‘importancia sobre el origen “madianita” de Jo que debia Hogar a ser la tribu sa cerdotal israelita y sobre las vinculaciones que habrian existido originariamente entre la religion de Madian y el exlto nacional de Tsracl, Volveremos sobre este punto, Basta por cl momento seiilar en qué medida, cuando se volvié hereditario el sacerdocio Israclita, esult6 dificil elegir entre la funeiém sacerdotal y la pertenencia tribal, 0 si pre- fiere, comprender que la Biblia pueda cali- ficar de Levitas a personajes que no perte- necian a la tribu de Levi, Las vacilaciones de ciertos mannscritos (como el manuserito e los Setenta conservado en el Vaticano) ode ciertas versiones, coino la Peshitta, a propésito de Jucces, XVII, 7, son perfecta- mente significativas Otro indieio de los lazos que habrian exi fido entre el grupo de donde surgié Moisés y los madianitas, es el nombre que la Biblia (Exodo, IV, 20; Nimeros, XXVI, 50) men- ciona para la madre de Moisés. Jochebed o, seatin la puntuacién de los Setenta, Jock’ bed es un nombre teoforo formado con Jahvé. El hecho no deja de resultar sor- prendente si se piensa ‘en las declaraciones explicitas del Exodo, VI, 5: “Yo he apa: recido a Abralam, a Tsage ya Jacob como El Shaddai y por mi nombre de Jahvé no fui conocido por elles.” Camo se ha visto, Jos textos que indican el nombre de los padres de Moisés pertenecen al estrato sa cerdotal (P) del Pentateuco y se ha pro- ‘puesto considerar quo tales precisiones no tionen ninguna historicidad. Si tal fuera el ‘aso, se tendsfa un ejemplo, en el interior ‘mismo de la Biblia, de un procedimiento ‘que debia ser familiar a los autores de los ‘micrashim judios. Pero se niega de ordina- vio que haya aqui wna inveneién del redac- tor sacerdotal y se supone que el nombre de Jahvé era conocido con anterioridad, por To menos en la tribu de Levi. — Moisés y Madian La propuesta de Ricciotti, de entender por tribu de Levi “la tribu laiea de Levi", indi- caria algo totalmento distinto si se aceptara ver en los levitas presentes en Egipto no una tribu propiamente dicha sino una corpo racién profesional. Los levitas de la época ‘mosaica habrian sido, en efecto, hebreos de orien queneo y, més precisamonte, miem- Dros de la casta de sacerdotes que servia en el santuario de Cadesh, que volveremos encontrar mas adelante. El significado de Cadesh, “santuario", subraya por st solo Ja importancia religiosa dc la localidad. Los queneos constitian una rama del grapo de tribus érabes de Madian, Diversos tex tos de In Escritura atestiguan Ia existencia de vinculos religiosos y politicos muy estre- cchos entre los queneos e Israel. EL libro de los Jucces, 1, 16, lama quenco al suegro de ‘Moisés y menciona el establecimiento de sus descendientes en Judé, junto con el pueblo, Jucces, IV, 11, precisa que se trata de Ho- Dab el queneo que, recordamos, habia guia do a los israclitas por el desierto (Némeras, X, 29-32). La heroina Jael es Is mujer de Heber el queneo, que se habia separado de ls otros hijos de Hobab aunque eontinuaba ‘como ellos viviendo en una tienda en lugar de llevar una vida sedentaria (Jueces, VI, 11, 17; V, 95). Sail perdona, en recuerdo de la subida de Egipto, « los queneos establecidos en medio de Amalee (I Samuel, VX, 6). Ahora bien, Jalvé parece haber sido desde hace tiempo inmemorial la divinidad particular de les queneos. Los primeros sacrificios que se Ie ofrecen en el campamento de Israel son los realizados por iniciativa del sacerdote queneo Jetro. El antiguo epénimo de lx tribu, Cxin, esti mareado con el signo que hace de € propiedad de Jahvé. En el siglo xx serén también los recabitas, pro- bbablemente de estirpe quenea, los que encar nardn en medio de Israel los ideales jahvis- tas em toda sa pureza. Para explicar una influencia quenea ante- rior al matrimonio de Moisés, que parece- ria atestiguada por el nombre teoforo en Jahvé de Joschebed, H. H, Rowley supone {que Moisés provenia de un grupo ismaelita vineulado por matrimonios intertribales com Jos quencos. Asi, habrian podido penetrar nombres queneos en. “hogares leviticos” y parecer como designaciones tradicionales en familias que no practicaban el culto de Jahvé, Moisés habria tenido entonces san- ‘gre quenea por parte de su madre y seria, por asi decirlo, totalmente natural que en Jn ocasién en que se vio obligado a exi- Janse luego del asesinato del egipcio, se Inubiera refugiado (més o menos de la manera en que lo hace Jacob por temor de Esai, cuando huye a*refugiarse junto a su ‘fo materno) en la regién en que su madre tenfa vinewlaciones, en Madian, zona que se coincide hoy en situar en el noroeste de Arabia, al este del golfo de Acabs, Es 128 alli donde hrabria Jabvé. Moisés y el Exipto No existen otros documentos, aparte de Jas tradiciones ipraelitas, acorea de la admisin de los hebreos en Egipto, sn pemmanencia fen ese pais, Ia opresiOn que alli sufrieron y su liberacién bajo la guia de Moisés. Las ‘imicas fuentes de oxigen aparentemente fegipeio que relatan Ia historia do los israc litas son las versiones del Exodo que dan Hecateo de Abdera, contomporiines de Ale~ jandro Magno y el sacerdote exipcio Mane- ‘tén_(hacla 250, en Flavio Josefo Contra Apién). Este altimo propone dos explica~ clones del Exodo. Sorin una de ellas, la salida de los israelitas do Egipto se com funde pura y simplemente con la partida de los hiesos, los euales, Iuogo de haber cedido al término de negociaciones pacificas su ex pital Avaris a los faraones de Tebas, se tetiraron de Egipto y marcharon @ fundar Jemusalén, Segin oto relato, los isracitas rovendrian de unos 80,000 leprosos que 1 faraén Amenofis, con el propésito de purificar el pais, rologn al este del Nilo y ccondena a trabajar en Jas minas, y luego autoriza a instalarse en Avaris, la. capital de los hhiesos, que habia quedado desierta después de la partida de los Reyes Pastores. Un sacerdote de Heli6polis, leproso él mis mo y Mamado Osarsef u Osarsif, organiza alli a sus compaiieros y les da leyes mono teistas por las enales aprenden a despreciar 1 Ios dioses y a los animales sagrados. He- cho esto, los leprosos llaiman en su ayuda a los hhiesos de Jerusalén que penetran en Egipto con un ejército de 200,000 hombres y obligan a Amenofis a retirarse a Etiopia ya entregar temporariamente el Bgipto a Jas devastaciones que les infligen Tos lepro- sos y los hicsos. Un retorno ofensivo del ‘monarea egipcio permite arrojar a unos. y ‘otros hasta Palestina. Osarsif habia cambia~ do su nombre por el de Moisés, allindose ‘con os hhesos. Este extrafio relato no ha recibido, en gene ral, crédito alguno entre Tos estudiosos mo- dernos. Parece que combina recuerdos pro- plamente egipcios, concemientes a la do- ‘minacién de los hicsos con detalles tomados de la Biblia y caricaturizados. La alusién al caracter sacrilego del monoteismo isracita eva la marea, como To observa justamente A. Lods, de Ja época alejandrina y de los antisemitas de la capital helenfstiea de Egipto. En cuanto al detalle de los “apes- tados’, proviene de Ia manera ordinaria en que los egipeios designan a los invasores hiesos. En fin, el nombre de Osarsef sélo seria el de Joseph en el cual se habria reem- plazado por el nombre de Osiris (Osar) la silaba infetal Jo tomada por el nombre de Jahve : Hay que notar, sin embargo, que no se pue- de rechazar tajantemente la cuestién relativa a has relaciones que habrian existido entre Jos hiesos y los hebreos. Es seguro que los Thobreos no doben identificarse pura y sim= yplomente con los conquistadores asiiticos, de origen étnico mal definido, que consti- ‘uyeron en Tanis-Avaris, en el Delta, las dinastias XV y XVI (1800-1850). Los re- Jatos biblicos no presentan nunca a los in- snigrantes isaclitas como conquistadores sino ‘como extranjeros tolerados y luego oprimi- dos, Sin embargo, los estudiosos se inclinan fen general a pensar que el establecimicnto de los hebreas en, Egipto, tal como se re- fleja en la historia de José, ocurrié en vincu- Vicién con Ta dominacién con los Reyes Pastores. Se supone que los hiesos, favo~ ‘ables a sus congéneres asiéticos, autoriza~ Yan de buena gana la instalacién en Bgipto de clanes venides de Asia y recurrian a los ‘servicios de los altos funcionarios asidticos. {Los hebreos serian los restos de esta pobl ién asiétioa, que quedaron en Egipto des: fpués de Ia catistrofe de os hicsos. El fodio implacable que las depredaciones de Jos hicsos habia suscitado en Egipto contra Jos asidtions, explicaria que después det rey hieso favorable a José, se hubiera en- fronizado a un nuevo rey (autéctono) que no Jo habia conocido, La opresién que tu ‘vieron que sufrir Ios hebreos tendria enton. ‘ces su contrapartida en el “drama de Ava- fs” y en cl cambio dindstico que fue su ‘conclusion. Pero todo esto sigue en el do- ‘minio de la hipétesis y postula una cronolo- ‘dia larga de Ia permanencia de los israe- Tits cn Egipto. No menos problemitico gue siendo In identidad de los saperu 0 Sapirt, que testimonian los textos egipcios de la dinastia XVIII a la XX. Este vocablo ‘parece designar a una poblacién extranjera ‘sometida a Egipto y que los documentos ‘nos muestran establecida en Canain 0 en Egipto, donde los saperu son sometidos a trabajos forzados, de vendimia, en las mi nas y las construcciones, pero también se Gesempefian como soldados y funcionatios. La equivalencia de su nombre con el de fos hebreos, Iuego de haber sido muy dis- ‘eutida, parcee hoy de nuevo considerada al ‘menos como posible. La designacién de he- ‘breos, cuya etimologia sigue hoy sin escla- recer del todo, podia aplicarse a grupos feongéneres de los isruclitas y no era ori- inalmente intercambiable con el nombre de Israel. Tanto es asi que hoy se tiende ‘a ver en estos “aporu si no a Jos némades ‘sraclitas mismos, por lo menos a grupos de Thebreos de origen étnico mezclado y de Status social y econémico diferente. Podian oresponder a In “multitud mezelada” que ssube desde Egipto con los israclits. Por ‘oir parte, no todos os faperu se fueron Ge Egipto, lo que explicaria que haya per- SSstido Ia menciin de éstos en esa zona Jargo tiempo después del Fxodo, bajo el ‘eeino de Ramsés IV, A finos del siglo pa- ‘sedo se descubrieron entre las ruinas de la ‘capital de Ekbnatén las Cartas en el-Amat- ‘ms, ex decir, cartas eseritas (en tublillas de Moisés arcillas y en caracteres cuneiformes, pero en Tengua eenanea),por reyezielos cmaneos 2 su protector, el soberano de Egipto, para solieitarle ayuda contra bandas que ellos designan con el nombre de habira y cuyos atagues ponen en peligro 2 sus Estados Después de mumerosas y largas diseusionos se admite en Ja actualidad para los habiew 1a misma posibilidad que para los ‘aperu de designar a los hebre0s, pero no sin em- Dargo a los isracitas que se supone conguis- taron Candan bajo la conduccién de Jou. Fucra de estas Fuentes de interpretacion es ppinosa, conviene mencionar los textos de Seti Ty de Ramsés If, asi como las listas geogrificas de las pilastras de Kanak si tuadas en Ja época de Tutmosis Il, hacia 1470, y en las euales se mencionan vietorias, obtenidas por el faradn sobre Joseph-el y Jacob- el Aunque no es cierto que estas dos designaciones tengan una_vineulacién real con la historia de los israelitas, puesto que los nombres de Joseph y de Jacob no son de origen istelia, en Ia estela de Me nephtah, aparece el nombre mismo de Is racl para designar no una regién sino una poblacién de Canaén. Fl monumento celebra 1a campatia que este faraén emprendié co tra Palestina y declara que Tsrael (Tsrailu) “enti destruido y ya no tiene simiente”. En resumen, las fuentes egipeias no nom: bran munca a Moisés ni atestiguan explic: tamete la presencia de los isracitas en Exip- to, Ignoran el Exod tal como lo relata la Biblia. No habria que concluir por ello, sin embargo, como se lo ha hecho a vec ‘que los relatos de la Eseritura concernien- tes a la permanencia de los israclitas en Egipto estin desprovistos de toda histori ‘eidad. En primer higar, tal como se lo ba notado a menudo, las tradiciones populares no tienen por costumbre ineentar episodios tan poco glariosos para los antepasados na- cionales, como lo es la servidumbre. Por ‘otra parte, abservamos sobre todo que Tos relates de las Fserituras, cuando se Jos com para con los datos de Ia egiptologia, pare ‘een por lo menos como muy verosimiles. Se han sefialado por cierto algunos anacro nismos en la historia de José. El Egipto ‘que ésta reflefa es el de los siglos x o x 4poca en que Israel vivia en Cantan bajo el régimen mondrquico. Ast, el nombre cegipcio de Joseph (Génesis, XLT, 45) y el nombre de Putifar (Génesis, XXXVI, 86 yy XLI, 45) son de un tipo morfolégico que aparece a fines de ln dinastia XX. (1200- 1085) y no Wega a ser de uso corriente sino en la época de Ia dinastia XXII (950- 730). El titulo de faraén, que era propia~ ‘mente el nombre del palacio real, silo de- signé al rey mismo a partir de la dinastia XVIII. La regién de Gosén es califieada en Génesis XLVIT, 1, de “tierra de Ramsés" por una anticipacién evidente. Pero dicho ‘esto, todas las particularidades de orden geogrifien 0 econdmico, todos los rasgos cortespondientes a costumbres que el na 129 nador biblico menciona respecta del Egy to, corresponden bastante fielmente a la realidad. La mis significative y general de estas convergeneias es la que permite situar Ja migracién de Jawob (Génesis, XLVI) fen Ia comiente general de la inmigracién asiética a Egipto. El Delta habla sido en todas las épocas un polo de atraceién para Jos beduinos asidticos que, impulsides por fl hambre 0 por enemigos, eran antoriz- dos a pastorear temporariamente on las tie: ins egipeias. Tales pricticas estin ya ates: tiguadas por documentos de las dinastias IX y X (2360-2160). Una pintura de h ‘tumbe de Horemhotep If, de Beni Hassan representa a una earavana de beduinos eon- ucidos por un jefe do clan, de nombre Abisay, que solicitan sor admitidos en Eaip- to, hacia 1900, En la tumba del rey Ho- remheb (1345-1521), en Saqgarah, se ve ‘un grupo de asistioos que solicta Ia hos- pitalidad hereditaria de los egipcios. fa adn les asigna un terzitorio que no deben cexceder, Por iiltimo, poseemos el relato de tun oficial que es guardia fronterizo bajo Menephtah (1233-1924), que sefala que hha autorizado el paso de beduinos (sasu) de Edom a los pantanos de Pitum, donde odin permanecer ellos y su gxnado. Ta elevacién de José, Hegndo a visir del fa- sadn, es también un hecho dol todo verost- mil. Tiene por contrapartida la dignidad y Tas elevacias funciones de ciertos funcionarios de origen asitico en diversos periodos de la historia eipeia, atestiguadas por distintos deseubrimientos arqueol6xicos. El més cono- ido de estos funcionarios asiaticos es Jan- hamu, que en la époea amarniana dirigia el Departamento de Asuntos Asiéticos “en Ta cancilleria egipcia. El rey camaneo de Je- rusalén Abdi-Hipa, en la correspondencia enviada a AKhet Aton, capital de Ekhnatén, To acusa de favorecer seeretamente Is ini- iativas de los habirus en Cannaén. Se ha propuesto a veces reconocer en este Jan amu al mismo José. En cuanto a las regién de Gosén, donde el clan de Jacob fue autorizado a instalarse, su nombre no se encuentra en ningtin docu- mento egipcio, Pero las investigaciones ar- ‘queolégieas que se han realizado desde fi- nies del siglo pasado, han permitido mostrar ‘con verosimilitud que -ese territorio com- prendia el Wadi Tumilit, valle. que se ex: tiende de ceste a esto do Zagazig, cerca de Ja antigua Bubastis, hasta el Iago de Ti sah (Ismailia). La ciudad de Pitom o “tem plo del dios Atén” (Exodo, 1, 11) estaba situada en este valle semidesértico en el Iu- gar que actualmente se Hama Tell Artabl 0 Rotab, En euanto a Ja ciudad Hamada Ram- sés (Exoda, 1, 11) s0 encontraba, fuera del Wadi Tumilt, en la desembocadura de Ja rama pelusiaea del Nilo. Era la antigua capital de los hicsos, Avaris, antiquamente ‘Sin o Sain, Fue reconstruida sobre sus rui- ‘nas por los faraones de Ja dinastia XVIII y por Ramsés 1, y luego transformada por | . Ramsés I que hizo de ella una metrépoli ‘magnifica, Ingar de su residencia y “ciudad almacén” para sus expediciones a Asia. Ava~ tis llevé entonces el nombre de Pi-Ramsés ‘antes de retomar su antiguo nombre de Sin, del eual es traduceién su designacidn griegs de Pelusa, “la barrosa” Es la nevesidad de procurarse Ja mano de a estos grandes trabajos lo ia incitado al faraém constructor a sepamados de Ia pobla- cién egipcia pero asimiladas no obstante hasta cierto punto a Egipto, como lo mues ‘ran los nombres egipeios de Pinchas, Hof. ai, Futiel, Moisés, Hur, Aarén, que se en- contraban entre ellos. M, Noth subraya muy jastemente el caric- ter concreto y la gran precisiin de detalle que contiene la narraeién de la Eseritura en To que respecta a los trabajos forzados a los ‘que fueron sometidos los israclitas en Eip- to, La pintura de un trabajo de fabricacién de Tadtillos, que se encuentra en la tumba de um ministro de Tatmosis TH, proporciona tuna thustracién perfecta de lx deseripeién Diblica, Bajo Ramsés 11, diversos_ textos cegipcios menefonan los duros trabajos de los ‘aperu ocupacos en construir la fortaleza de Ramsés y la casa del Dios RA de Ramsés, el bienamado de Amén, Moisés y el Exodo Estamos pues autorizados a afirmer que los datos que conciernen en la Biblia a la ex: periencia que Ios clanes israclitas habrian tenido en-Egipto, se basan sobre recuerdos auténticos mezelados con muchas ampliacio- nes fabulosas. Pero se diseiorne a vooos, aun fen medio de la relacién de un milagro, un ‘acleo de realidad. EI milagro puede, tener ‘entonces una intencién etiol6gica, como ocu- re en el caso de las diez plagas, euento por el cual el narrador parece querer atribuir el origen de las enfermedades infeociosas par- ticularmente frecuentes en Egipto (Deutero- ‘nomio, VIL, 15) 0 de otros fenémenos na- ‘tarales particulares del pats, al castigo divi no por la opresiin de los israelitas, En otros casos, la ampliaeion milagrosa procede de Ja incapacidad en que se encontraba el narrador de explicar racionalmente la reali- dad. Asi, durante la permanencia envel de sierto, el pisodio de las codornices y el (iodo, XVI, 13:36, Neimeros, XI, ) tendria por origen una pasticularidad de las migraciones primaverales de las eo- dornices que sefialan autores antiguos y, por ‘otra parte, la secrecién del tamarindo, cuya cortez es picada por un inseeto, la gossy- pairia mannipara. Los arabes de la peninsula dde Sinai recogen todavia hoy algunos kilo- ‘gramos de este mand que desde Ia antigiie- dad un Flavio Josefo o un san Ambrosio habjan vineulado con el producto deseripto en la Biblia. El paso del mar Rojo mismo, por més dificil que sea de explicar, debe conservar el recuerdo de una travesia por un vaclo, favorecida por circunstancias rea- Tes enya naturaleza resulta perceptible en ‘medio de los embellecimiontos épicos en la narracién jabvista, Ia més antigua, Si bien se cree saber que el sacrificio de la Pascua, que los israelitas quieren ofrecer en el desierto (Exodo, III, 18; V, 8; VIII, 25) —exigencia que constituye el primero de los acontocimientos que conducixin al Exodo-, corresponde al sacrificio de los neo. natos del ganado entro los antiguos némades semiticos, las circunstancias del Exodo mis- ‘mo siguen rodeadas de espesas tinieblas, Cronologia del Exodo La biblia no indica el nombre ni del faraén. ‘que oprimié a los hebroos (Exodo, I, 8) ni de aquel con que chocé Moisés (Exodo, XXIV). Tanto es asi que la cronologia del Exedo sigue siendo conjetural Giertos historiadores, fundados sobre la in- formacién proporcionada por I Reyes, VI, 1, pasaje segén el cual la fundacién del tem plo de Salomén tuvo lugar 480 afios después del Exodo, sitian este siltimo en el siglo xv, bajo la dinastia egipeia XVIII. EI fa- ran constructor del periodo de la opresién seria Tutmosis IIT (1501-1447) y el faraén del Exodo Amenofis I (1447-1420). Esta datacién alta permite vineular el Fxodo con la expulsin de los hiesos y situar la inva sin de Canaén en el perfodo amarniano, ‘cuando el poder egipeio en Asia era de una articular debilidad. Pero el nimero de 480 afios no tiene valor histérico alguno ¥y todo el cémputo reposa, por To tanto, s0- bre bases frégiles. Se baja pues general- ‘mente la fecha del Exodo de Ia dinastia f raénica XVIII a la XIX. Segin la opinién mis difundida, el faraén constructor habia sido Ramsés TT (1292-1925) y el faradn del Exodo, Menephtah (1225-1215). Pero también esta teorfa tropfeza con efertas dt- ficultades. Como lo hace notar A. Lods, Ramsés I ha embellecido las cindades de Pitom y de Ramsés mas bien que construir- Jas. Es pues posible que los hebreos hayan ‘rabajado en Ia construceién de estos Iuga- res con anterioridad a Ramosés TI, aunque el relator al que se debe a tradicién ha designado a Pi-Ramsés con el nombre que ‘esta ciudad Tevaba en su época, por una anticipacién pareeida a la que hemos sefiala- do pera el nombre de “tierra de Ramsés” empleado en la época de José. Por otra parte, la arqueologia cree encontrar huellas dde la Invasin israelita de Palestina desde rmediados del siglo xin. Algunos estudiosos, preocupados de respetar los datos biblicos relativos a una permaneneia prolongada en el desierto y a una Tenta conquista de la ‘Transjordania que llega hasta Ja presencia de los israclitas en Canad, atestiguada se- gin ellos por la estela de Menephtah, han ‘ereido necesario reconocer al faraén cons- ‘ructor en la persona de Seti I (1314-1202), (monarea que habia retomado una politien ssidtica enérgica y que, igual que Ramsés I, 130 habia emprendido grandes trabajos en Delta) y en Ramsés TI, al faraén det Duracién de la permanencia en Egipto Mis espinosa todavia es la cuestién de dduracién de la permanencia de los isa en Egipto. Segin el Exodo, XII, 40, hijos de Israel permanecieron en Eixipto rante un lapso exacto de 480 aos. Pero texto samariteno, Ios Setenta y la It incluyen en este niimero la duracion de le ermanencia de los patriareas en Canad © sean 215 aiios. Se deberia entonces com siderar, segtin la tradicién alejandtina, que Ja permanencia en Egipto duré igualmen ‘te 215 afios. Parecerfa que esta permanencia Ihubiera sido mucho més breve todavia, Co ‘mo 1o hace observar A. Lods, la tradiciém israelita bajo su forma més antigua no pos tula sino la duracién de dos generaciones (Exodo, I, 68), o sea alrededor de 58 ais. Segiin el Génesis, XV, 16, los israclitas d= ben sufri Ia opresién en Egipto durante cus {ro generaciones, 0 sea entre 100 y 160 afios, La genealogia del Pxodo, VI, 16-20 com la tradicién del Génesis, ya que Levi, que bajé a Egipto con Jacobo, tuvo por Quebat, por nieto a Amram y por biznielo @ Moisés. Una duracién corta explicaria, por otza parte, mucho mejor que la hipdtesis de una servidumbre secular, el empefio con que los israelitas se esforzaron por recom quistar una libertad de Ja que guardaban todavia un recuerdo muy vivo. Los participantes en el Exodo En cuanto al ntimero do Ios israclitas que intervineron en Ia salida de Egipto, convio- ne también reducit aqui dristicamente las cifras que da la Biblia, En efecto, tomados al ple de Ia letra, los informes que propor cionan textos tales como Exodo, XIII, 87, 88; XXVIII, 96; Mimeros, 1, 48; I, 32; XI, 4 21; XXVI, 51; Jooué, VII, 85, pos: tularian una caravana de emigrantes do més de 2.500.000 personas. Un efectivo tal hu biera hecho imposible Ia travesia del inar Rojo en una sola noche y planteado, més allé: del istmo, problemas de reavitualla- ‘miento insolubles. Ademés, In debilidad del destacamento egipeio lanzado en persecu cid de los hebreos y el hecho de que en la poea de os jusces el total de la poblacién. isracita dobia ser inferior a quinientos mil ‘hombres, han impulsado a los eriticas a pro- poner para el Exodo un efectivo que varia, ‘entro 2,000 a 25.000 personas. El paso del Mar Rojo Este famoso episodio suscita tam problemas mis dificiles. Es imposible, en efecto, localizar con precisiéa las etapas de Jos israclitas desde Ramsés hasta el “Mar” El lugar mismo en que ocurrié la travesia no est precisado en el Pentatenco y sigue r= deado de una sombra misteriosa. Sin embar- go, se han presentado diversas hipétesis Fundadas sobre Ia extensién que tena el See ee eee ee som ee a oan) amar Rojo hacia el norte en Ia época del Exodo. Ahora bien, esti demostrado que en las dinastias egipcias XVIII y XIX el mar Rojo comunicaba mediante wna ancha Tagu- ‘na con los Lagos Amargos o aun con el lago de Timsah. El descubsimiento por el ar quedlogo J. Clédad, en Abu Hassin, de un fortin-templo que Teva los nombres de Seti Ty de Ramés IT y destinado verosimilmente proteger la ruta que segufan los egipeios para dirigirse a la peninsula sinattiea, ha hecho identificar con la religiin de este ‘momimento el lugar de la altima etapa de los hebreos antes de la travesia del mar Rojo: Migdol (Exodo, XIV, 2), “la Torre” que seria la designacién de esta obra, El ‘punto de pasaje estaria entonces situado en Ja altura de Abu Hassén. Los hebreos ha- brfan utilizado ho de los vados del pequesio Jago Amargo, cerca de su punta meridional actual, Pero como resulta de los trabajos del comandante Bourdon, se afrecia otto vado nds al sur, todavia utikzado hoy, y ubicado en el lugar donde se encuentra el vado de Suez entre Telle Colzum y la actual ef dad de Suez, Ciertos estudiosos prefieren Tocalizar alli el lugar de la travesia, Otros, ppor el contrario, lo sitjan més al norte, en Ia sede del Serapeum que separa los Lagos Amargos del Iago Timsah. Lo eseneial es, como escribe A. Mallon, “no acumular Tas igverosimilitudes haciendo retroceder sin motivo del pasaje hacia el sur, mis allé de Ja Suez actual”. En evanto al acontecimiento mismo del pa so del mar, cuya historicidad no podria ponerse en duda y que constituye un suceso capital en la historia de Israel, es necesario, a falta de certeza, imaginarlo como una sim: ple operacién de pollela que resulté mal ‘para sus protagonistas egipcios. Como hace ‘observa M. Noth, fundiindose sobre el Exodo, XIV, 5, parece que el comienzo del éxodo haya consistido en Ia fuga de wn gru- po —de mediana importancia numérica de siervos hebreos que habrian abandonsdo su trabajo y residencia sin preacuparse de ‘obtener ef asentimiento de sus duefios egip- cios. Asi se explicaria el cambio de solicitud del fara en Exodo, XIV, 5 y su decisién de lanzar una divisién de earros en perse cucién de los fugitives. M. Noth tiene probablemente razén al subrayar que de la Formulacién de la fuente J (Bxodo, XIV, 67, 9 a) y de la fuente P (Exodo, XIV, 89 9 a¥) no resulta claramente que el faraén haya dirigido la porsecucién en persona, Y menos todavia, de Exodo, XIV, 23, 28, 28; XV, 4, que haya penetrado en el vado y ppereeido con sus tropas. Ninguno de los documentos que informan tan completa: mente sobre los soberanos del Nuevo Im- perio, menciona nada semejante, Al con- trario, Ia catéstrofe, por asi decir, anénima de una divisién de carros podia conside- arse como un incidente militar menor cuyo Teeuerdo no merecia ser perpetuado, La manera on que se realiz6 Ia travesia Ia eS ee eee ‘sugiere sin duds, como hemos observado ya, 1h fuente Jahvista que relata que un fuerte viento del este que soplé durante toda ta noche dejé el mar seeo (Exoda, XIV, 21) Esta narracién postula que las aguas del va- do fueron en parte rechazadas hacia los La- gos Amargos y en parte hacia el sur (en la hipétesis de un itinerario meridional del Exodo), y formaron un pasaje temporatio a piie seco, pero bastinte ancho como para in- ucir al batallin egipeio de carros a arries- gurse por él. El pinico de los egipcios que fue, somtin parece, la causa esencial del desastie, debe haber comenzado con las di- ficultades que los vebiculos militares de- bieron experimentar para circular sobre un terreno empapado (ef, Fxoda, XIV, 25). EL retomo de las aguas aument sin duda Ta confusin y arrastré a las tropas reales fuera del pasaje vadeable. En cuanto Moisés, hasta M. Noth admite hoy, segiin parece, gqne ha desempefiado un papel en la fuga de los hebreos de Egipto, M. Noth funda su pinién sobre el hecho, cuya importanicia seftalabamos més arriba, de que el nombre del liberador de los hebreos seria un nom- bre egipcio. Moisés y la permanencia en el desierto {Tenia Moisés la intencién de conducir a los hhebreos a la tierra de Canaén? Nada es més inseguro, La “historia santa” de un viaje coneertado claramente desde el co- mienzo, hacia una tierra que habria. sido prometida a los Padres desde siempre; In duracién de los cuarenta afios pasades en el esierto, explicada por el eastigo de una ge~ neracién recaleitrante, son otras tantas jus- tifleaciones racionales imaginadas @ poste riori, en Ia época real, cuando Tsrael era un Pueblo numeroso y potente, para explicar singularidades de Ia permanencia en el de- serto que se habfan vuelto ininteliles. En realidad, segrin ya hemos dicho, era una poblacién de débil importaneia numérica, para la cual, segin el Exodo, I, 15, basta: ‘ban los servicios de dos parteras en todo y por todo, la que habfa logrado Megar a las estepas de Arabia. Esa poblacién encom alli, con ta libertad, su habitat primitive, Nada indiea que los hebreos hayan tenido al comienzo en vista otra cosa. Su teivin- dieacién inicial no estipulaba sino un sacei- ficio que habia que ofrecer en el desierto, Y es probable que después de la salida de Egipto ellos subsistieran largo tiempo dise- minados en vastas extensiones, segin las necesidades de agua y pastoreo, en grupos ‘muy restringidas, en tomo de un centro de reonién, Los itinerarios de Ia permanencia en el de- sierto y Ins listas de etapas que nos ha eon- servado la narracién bibliea son contradic- torias y proceden muy a menudo de siste- ‘matizaciones posteriores. Son muy difieles de ipterpretar. Lo que resulta claro, pot lo menos, 5 una contradicoién de las fventes en cuanto al destino inmediato del viaje por 132 al desicrto 0, si se prefiere, respecto del Primer centro de reunién de los hebreos. Segin el Bxodo, XV, 23 - XIX, 2 los fugi- tivos se dirigieron al comienza hacia la “mon laiia de Dios" que J y P aman Sinai y Ey D Horeb. Inadiaron luego, y durante: lun tiempo mucho més considerable, en tor no del oasis de Cadesh (hoy Ain Cudeis). Esta vitima ciudad, situada en el ctuce de Jas grandes rutas caravanoras entre Egipto y Candin, posee cuatro fuentes principales de agua que brotan de la roca y alimenta tm arroyo de riberas fértiles. Son atin vi- sibles vestigios de obras y de habitaciones que remontan a época muy antigua. Ca- desh, propicia a la eria de ganado y tam- Diéo, en cierta medida, a Ia agricultura, se prestaba en forma excelente pata constituir el corazin de Ia confederaciin de los gru- pos hebreos. La importancia de Cadesh ya no aparece nnetamente en el relato biblieo actual, que concede el primer hugar a la tradicién del Sinai. Peto ciertos indicios hacen pensar ane al comienzo las eosas eran de otro modo, Parece, en efecto, que segin una forma ‘mis antigua de Ta fuente J, los hebreos, Inego del Paso del Mar, se divigian directa mente a Cadesh, En tal caso, repetimos, seria més Iogico suponer un pasaje del max al norte del istmo de Suez. Asi, el milagro de las aguas de Meriba (Exodo, XVII, 1-7) que ocurre en Cadesh, parece venir in- mediatamente después del texto del Exodo, XV, donde se dice que los istaclitas, Iuego del paso del mar, earecen de agua al cabo de tres diss de marcha por el desierto, [zual- ‘mente el itinerario seguido comiinmente por las codomices en sus migraciones, induce 4 buscar al norte de Ia peninsula sinaitica cl teatro del episodio deseripto en Exodo, XVI, 12 y sigs. (P) y Néimoros, XI, 31-94 (J). Es también en la regién de Cadesh donde Amalee ha debido de ibrar batalla para disputar a los hebreos la. posesién de los pozos de agua. Kedorlaomer y sus aliae dos baten a los amalecitas en todo su te- ritorio, en En-Mispabt, quo es Cadesh, La indieacién jahvista, segiin Ia cual Ios he~ bbreos habrian Hegado a las aguas de Me- riba tres dias después de la travesia del ‘max, es sobre todo lo que nos hace pensar que es en Cadesh donde querian oftecer, a tres dias de marcha por el desierto, su sacri ficio solemne a Jahvé (Exodo, TT, 18. V, 5; VIL, 28). Y los episodios de las codor- nices, de Amalec y de Meriba, actualments interealados entre el paso del mar y la Te gada de los hebreos al Sinai, son narrados ‘uevamente en el periodo en que, después del Sinai, los israclitas permanecen en Cae desh (Nimeros, XI, XIV, 43, 45; XX). Par fltimo, en el Exodo, ,XV, 25, se dice de Cadesh, poco después del paso del Mar: “es alli donde él le impuso un Estatuto y tun derecho”, texto del cual se podria de- ducir que la ley fine dada no sobre el Sinai, sino en Cadesh, Parece entonces que en In trama del Pen- tateueo actual se han mezclado dos tradi clones originariamente independientes: una ‘concemiente a la salida de Egipto y la trave- sia milagrosa del Mar con, eventualmente, Ja instalacién en las inmediaciones de Ca desh; y la otra, probablemente més antigua y desvinewlada en su origen del Exodo, ‘elativa a la visita que algunos clanes hicie~ ron al Sinai, Si el relato de esta visita com tiene, igual que Ja relacién de la salida de Egipto, un indudable micleo hist6rico, el sitio donde tuvo lugar la inolvidable visién signe siendo aun hoy, pese a todos los fuerzos, un aspecto rodeado de muchas cortidumbres. La teofania La tradicién localiza al monte Sinai (nom: bre que aparece on Jas fuentes mis anti- guas) en Ia extromidad meridional de la peninsula sinaitiea, en el macizo granitico enominado Tar Sind (Montaiia de Sina), ya sca en el Djebol Mast (la montaria de Moisés), en el contro, con un pico septen- frional, el Ras-esSafsif (2.112 m) y un ico meridional de 2.224 m, ya sea més al norte, en DjebelSerbil (2.052 m), sntiguo Ingar de perogringje, tal como lo testimonian diversas inscripeiones rupostres, las mis antiguas de las cuales podrian remontarse al siglo m antes do nuestra era, Pero estas Jocalizaciones sélo ostin atestiguadas a par- fir de la época bizantina, La tradicién con- servada en el Convento de Santa Catalina, cconstruido al ple del pico meridional del Djcbel Musi, y segiin ‘la cual cl nombre “Fiore” corresponderia al Ras-es-Safsif'y el de “Sinai” al pico meridional, no oftece ‘ninguna garantia mayor. Notemos sin em Jhargo que Ia localizacién de la montaiia de Dios en la peninsula sinaltica parece cua rar con el punto de vista de las fuentes Py E. Para la tradicién J, el Sinai parece situado en la regién de Madian, puesto que alli encuentra Moisés a Jahvé en una zar2a, sené, cuyo nombre hace pensar pre cisamente en el nombre del Sinai, Por otra parte, 1 Tir Sind no fue en época hist6- ea teatro de ninguna manifestacién vol- ‘ciniea. Ahora bien, coma se ha reconocido desde hace largo tiempo, el recuerdo de tuna erupciGn volesniea parece ser el origen de las manifestaciones naturales que acom- ppafaron a la gran teofania del Exodo, XIX. Esto ha Hevado pues a situar el Sinai en Azsbia propiamente dicha, en Ta antigua ‘iin de Madian y mis precisamente, segin J. Koenig, en el vole‘n, alin activo en época Thistrea, del Bedr, cayo nombre: significa *plenilunio” y no deja de evocar el nombre del Sinai, derivado de la denominacién del dios Tima, Sin. Aunque no poseemos pruc- bas suficientes para considerar demostrada J localizacién del monte Sinai en Arabia, Gta sigue siendo sin embargo Ia ubicaciin ‘mis satifactoria y Ia que responde mejor 4a le idea que lor israclitas se hicieron del Moisés ‘Sinai, que situaron en un horizonte cada ver, més alejado de Palestina. { La salida de Egipto con ln “liberacién del ‘Mac’, y la visita al Sinai, efectuadas ambas, segin In tradicién, bajo la guia de Mois constituyen experiencias capitales, y el I~ ‘gar cada vez mas importante que han ido ccupando on la tradiciin de Israel tuvo tun papel decisive en Ia formacién del pue- blo israelita y de su ereencia ‘Muchos: estudiosos. estiman, sin embargo, ‘que el papel esencial en esta formacién de~ be adjudicarse a la tradieion de Cadesh so- bre la cual, segin hemos demostrado, Ta tradicién del Sinai en el Pentateuco actual parece como sobreimpresa. En el curso de su Targa permanencia en Cadesh las tribus hebraieas salidas de Egipto habrian encon- trado su unidad y formado una confedera- cién religiosa y social mada Israel. Segin la tradicién de Cadesh los israelitas perma: nnecieron treinta y acho afios en el desierto y Inego se dirigieron hacia el norte, pe hnetrando en el territorio ocupado por Juda. Segiin Ta tradicién del Sinai, los israelitos Tegan al monte Sinai y Tuego erran dos afioe par el desierto, La invasién de Canain que segin hemos subrayado, no entraba en el momento de partir en las miras de Tos hebreos que ha- Ihuido de Egipto, habria sido provo- cada poco a poco por ese crecimiento de poblacién que fue el motor de todas las in- vvasiones semitieas, desde los “protoarameos” hasta los drabes musulmanes, Se han realizado diversas esfuerzos para apreciar Io més esactamente posible, por separado y en su relacién mutua, la tradi~ cin de Cadesh y la del Sinai, que presentan ‘como “uno de sus rasgos’ mis notables “eseribia Paton— la Incapacidad de los tex tos” para combinarlas entre si” (citado por H, H, Rowley). Moisés y Cadesh De estas evaluaciones eritieas depende, en todo easo, In idea que tenemos derecha de dhacernas de Ia persona y de la obra de Moi- sés, No podemos exponer aqui todas tas interpretaciones que se han propuesto al respeeto. Nos limitaremos a tomar de unas 1u otras rasgos que nos parezcan particular ‘mente. significativos. E. Meyer, H. Gress ‘mann, R. Kittel, M. Buber, E, Auerbach. O. Eissfeldt, coinciden en estimar como capital Ja importancia que tuvo Ja permanencia en Cadesh ‘para E, Meyer Moisés no es una figu- ra histories, H. Gressmann reconoce en , por el contrario, a una individualidad histérica muy definida. Moisés fue iniciado ‘en Cadesh por Jetro en el culto de Jahvé, también en Cadesh se eas6 con Sipporah. ‘A Cadesh Jotro transporta desde el “Sinai” fl Area de Alianza y alli os entronizado Jah v¥é y son instituidos ol altar, el ondculo y el sactificio. Ea Cadesh, por iltimo, gracias Ia “mano fuerte” manifestada en el paso En la pdaina siguiente: Luca Signorelli, Muerte: de Moisés Roma, Capilla Sistina (Scala). del mar, Jahvé llega a ser el Dios tinico de Israel. Jefe, juez y stcerdote, Moisés le parece a TT. Gressmann el instaurador de Ia religién de Israel en tanto religion moral Los dogmas esenciales de ésta estin resu: rmidos en ese “atecisimo de los hebrens” * que es el Decélogo moral, y cuya promul- acién debe contarse en el mimero de los grandes hechos de Moisés. El mismo papel ferandioso le reconoce R. Kittel. Moisés le parece el éalvador de Israel un profeta que ppuso las bases de la religién isruelita. Ca- Gesh habria sido el centro de esta activi- dad. Alli fue conchaida la Alianza y pro- mulgado el Sabbat. Para M. Buber, ol carécter semiagricola de Cadesh habria también permitido a Moisés legslar para el porvenie previendo disposiciones agricolas que pudieran ser aplcables en Canain, De tal modo, Ta institeién del afi. sabstico remontarfa quizés, tal como su_cardcter arcaico induce-a pensar, hasta el periodo de Cadesh. Pero es sin duda E, Auerbach ‘quien asigna a Cadesh el lugar més impor- fante y trata de presentar, mediante expli- caciomes veces muy ingeniosas, la teoria rks completa de Ia “hipétesis de Cadesh’, Para Auerbach, el objetivo del Exodo habria sido Cadesh y no Candan. Moisés ibera el ‘asis de los amalecitas, que habian expulsado de 1 a los primeras habitantes, ¢ instala ali el centro religioso de las tribus, que or- iginiza en vista de la conquiste de Canaén fen tina confederacién consciente de su uni- ad nacional y practicante Ge un monotels- ‘mo original resumido en el Decdlogo. Jefe del pueblo y legislador, Moisés atrajo sobre su persona todas las Teyendas de Cadesh, al punto de volverse luego para el narrador jahivista inseparable de Cadesh, como Abra- fam lo habia sido de Hebrin, Isaac de Bershebi, Tsrael del norte. Es en Cadesh donde Moisés recibié de Jetro consejos de forden cultual y judicial, y, como legado, el ‘Area de Alianza, “escalén de Jahvé”. Ocu- ‘re que tegin el punto do vista de Aver Bach los antiguos habitantes de Cadesh, ex: ‘pulsados del oasis por la invasién amalecita, fran los levitas, easta sacerdotal que servia, feomo ya tuvimos oeasién de recondarlo, et Santuario queneo de Cadesh, consagrado a su dips tribal Jahvé. Los Tevitas habrian sido dispersados hasta Ta regiin de Madian fen Arabia, particularidad que explicaria fess inseripeiones mineanas de c+Ola a las fave hemos aludido precedentemente y que fatestiguan el nombre de los levitas. En Io concemiente a la tradicién del Sinai, Auerbach eree que habia dos Sinai, uno de los Ia montafia santa. cercana 2) Cadesh ‘lo que explicaria los detalles del texto bi- Blico que parecen confirmar la localizacién del Sinai en las cercanias de Cadesh— y fd otro un volcin de Madian, adonde los ‘sraclitas no se dirigieron pero’ cuyas tradi- ‘clones fueron referidas por Moisés que ha- Bis vivido en Madian, 0 por los levitas que Iabian estado dispersidos por alli, ¢ incor : 7 a OE Te ee eran ae Moisés poradas a las leyendas més antiguas de Cadesh, . Todas estas explicaciones-Hénen en comin el hecho de que subrayan muy enfética- mente la importancia del tema de Cadesh y minimizan el del Sinai. H. H. Rowley también atrbuye a la permanencia en Ca- desh wna importancin extrema para la fo maciin de Israel, pero ubiea en el sig xv la estadia de treinta y ocho aiios que la Biblia y los exlticos que acabamos do citar atribuyen a: la época de Moisés. Moisés jefe del Exodo, después de haber eonchuido Ja Alianza y promulgado el Dectlogo moral, sélo habia guiado por muy poco tiempo al ppusblo por el desierto. Al cabo de dos anos de vagar, el grupo israelita del Exodo habia atravesado ol Jordin bajo la conduc- cin do Josus y ocupade el contro do Pa- lestina. Segin H. H. Rowley el tema de Cadesh no conciemne directamente a la activided do Moisés. M. Noth es mucho mas radical ‘aun y niega toda importancia a una Targa permaneneia de las teibus en Cadesh. (His toire loael) Moisés —dico— ‘ién y signo de incapacidad de captar la tradiciin mosaica tal como se desaroll6 més tarde, hablar de Moisés como de un jundador de religin y hablar de una rele ién mosaic’. La religién universal Les trabajos de Martin Noth han aportado, fen efecto, puntos de vista extremadamente nuevos y penetrantes acerca de la manera fen que se constituyeron el pueblo y Ia re- Higién de Israel. Estudiando textos tales ‘como Josué, XUIL-XIX, XXI; Jueces, 1, 21, 27-35, M. Noth demuestra que la instala- cién en la rosién de cultivo de Palestina de Jos clanes que debian constituir la futura tunidad de Israel, fue un proceso muy largo que so prolongé durante dos siglos, de la 6poca de ol-Amara hasta més o menos, cien afios antes de Sail. Es verdad, que los hhebreos (Sapiru) de las cartas de Tell cl- ‘Amama mo tienen mada que ver, segin Noth, con Jos isracitas. La ocupacién de Palestina por parte de estos iiltimes pasé inadvortida, Este establecimionto de cle- mentos némades se produjo, sin grandes conflictos con los primeros habitantes de una zona entonces poco poblada, en épocas di- versas segtin los grupos. Contrariamente al punto de vista erréneo propagado por las ‘concepeiones posteriores del Antiguo Tes- tamento, Ia unidad de Isracl no existié des- de siempre. Sélo fue sentida evando los clanes se instalaron on Palestina. Las tri bus mismas no penetraron en Palestina ya todas constituidas, sino que son el resultado de la sedentarizacién y nacioron do la re tunién de clanes diversos fijados en un mis- ‘mo tersitorio, Este origen se refleja todavia claramente en el nombre de algunas do ellas que, en su origen, designa no a una 135 vsieciieniililaan persona sino a un fea geogrifica. Asi Judd, Benjamin, Efraim y probablemente Nefatli. Es pues legitimo pensar que los nombres ‘ismos de las asociaciones de clanes de don- de debian provenir las tribus fueron adop- tados posteriormente a la instalaeién en la zona de cultivo. Las doce tribus de Israel 'se hallan pues lejos de constituir un dato originario. Representan una lenta evoluciéa social y perpetian on su nombre el recuer~ do de wna organizacién sacral en torno del santuario de Sichem, Iuego de Bethel, y ppor tiltimo de Silo, comparable a Ta de las anfictionfas griegas. Esta organizacién no ‘ora pues particular de Israel. Y tampoco lo fra, por otra parte, el mimero duodeokmal de las tribus, ya que le Biblia menciona do- ce tribus israclitas (Génesis, XXV, 13-16), doce tribus arameas (Génesis, XX, 20-24), doce tribus edomitas (Génesis, XXXVI, 10- 14), seis tibus oritas (Génesis, XXXVI, 20-98). Entre los isaeitas se discierne también un grupo senario primitivo, las “te bus de Lea” o tribus del norte, y las listas de las tribus muestran a veoos los exfuerzos realizados para conservar, pose a las contin encias( por ejemplo la partida de Levi), fl earieter senario 0 duodecimal. Uno y ‘otro se explican, segtin parece, por el de~ bor que incumbia a cada tribu de asegurar a guardia del santuario confodoral du ante uno o dos meses al afio. Ese san- tuario abrignba el Area, trono invisible de Jahvé invoendo como Dios de Isracl, era ‘objeto de un perogrinajo anual y quizis era servido por un sacerdocio estable, El culto ‘que alli sc celebra tomaba sus tradiciones del culto cananeo, salvo para los ritos de Ia feoundidad. Su verdadera originalidad re- sidia en el hecho de que las doce tribus se sentian vineuladas por un pacto que las so- metia a un derecho divino, a una Ley que cera leida, quizis cada siete afios, en las reuniones solemnes de la anfictionia, y sobre Ja cual velaban jueces confederales. Pero la organizacion politica, propiamente ha- blando, tal como Ia guema, quodaban a disorecién de eada tribu. La ley de la an- fictionfa encaraba las relaciones entre Is- rael y su Dios y se expresuba en las tradi- ciones que debian constituir, mucho mis jamente, el Pentateuco. Estas tradicio- rales estaban vivas en los medios israe litas desde los tiempos més remotos y con ccernian a periodos histéricos muy anteriores ‘la ocupacién de Palestina. Por otra parte, las preseripeiones del derecho divino de la anfictionia estaban destinadas a mantener fen su integridad las relaciones de Israel y su Dios. Ahora bien, Israel os una entidad ‘que sélo aparece después del establecimien- to de las tribus en Ia regién de cultivo. Es- tas preseripciones sélo nos aparecen, pues, Dajo Ta forma en que eran conocidas por Tas tribus sedentarizadas, Entre las tradiciones de la liga sueral de las doce tribus, el tema de la sulida de Rgipio constituye tn “acto de fe primitive”. Esta de fuerza de Jahvé inaugura vinculaciones de Israel oon sw Dios. Se- _gimn el relato biblico tal como Io conocemos hoy, todo Israel participé en ol Exodo, Rezo | Israel de Ins doce tribus s6lo se constita- ‘y6 en Palestina y el nombre mismo. de Is- ‘tael sélo esti atestiguado para Palestina. ‘No ha habido entonees en Egipto sino cle: ‘mentos que se mezelaron Tego a los grupos seminémades que vivian en el limite de las fiers cultivadas, en una époea en Ia cual Jas antiguas “tribus de Sea” estaban ya es- tmblecidas en el territorio de Canain. Es probable que los omigrados de Egipto se Jhaysm confundido con los grupos que ha- Dion formado tas otras tribus. El milagro del mar impresioné tan fuertemente a aque- los que, sin haber participada en él, To ofan relatar, que a su vez lo difundieron por to- das partes y “Io transmitieron a sus des- cendientes, como si lo hubieran visto por si mismos. Es asi como ln profesin de fe en ‘un Dios que so habia manifestado tan vi- sible y magnificamente en la liberacién de Egipto, se transformé en el patrimonio co- ‘min de todo Israel y cl fundamento de sn fe, En In instituci6n de Ia liga sacral de las dace tribus esta fe continad viviendo bajo Ta proteccidn del derecho divino que todos de- ‘ian respetar” (M. Nobt) in de los patriareas Otro estrato de importancia ca ‘tradiciones de Ia liga sacral esta constituido por las leyendas de los patriareas. Las tra diciones patriarcales estin también insepa- rablemente vinculadas con el establecimien- to de los clanes en Palestina. Estin ligadas, en efecto, con el culto que los diversos cla nes rendian a los dioses ancestrales. Los PPatriareas eran veneradas porque a_ellos se les habfa aparecido el Dios, y les habla hhecho promesas de descendencia y de mo- mda permanente en la regiin de cultivo, euya realizacién podia comprobarse. Estas Promesis habian sido formuladas cuando Trach sélo se componia ain de elementos ‘rashumantes en las mérgenes de Palestina Nada podria decirse sobre la époea en que ‘ivieron los patriareas. Esta incertidumbre no tenia, por lo demés, gran importancia a Jos ojos de sus descendientes, Lo esencial estaba en las promesas de Tas cuales habjan sido depositarios esos antepasados, Una vez. rcalizadas estas promesus, los israelitas cestablecidos en tierras cultivables trasplan- tan el culto del “Dios de su Padre” a los santuarios locales. Tanto es asf, que sélo ‘euando los patriareas encontraron lugar en Ja tradicién, se transformaron en héroes de Jeyendas locales. El origen de la tradicién pateiareal debe Duscarse en las tribus establecidas en el centro de la regién, la “casa de José”, al- gunos de cuyos chines habion sdorado all “Dios de Jacob”. Jacob parece haber sido considerado en una cierta época como el patriarea por excelencia y el beneficiario tinico de las promesas divinas. A él-men-

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