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El Camino de la Rosa 2

EL CAMINO

DE LA ROSA

EL GRAN AMOR DE JESÚS Y MAGDALENA

ESCRITO EN EL CIELO

Y PLASMADO EN LA TIERRA.

MIRTA BAUDRINO
El Camino de la Rosa 3

BAUDRINO, Mirta
“EL CAMINO DE LA ROSA”
1ª. Ed : Córdoba : Búho Blanco Editorial, 2013
246 p.21x17

ISBN 978-987-1908-18-9
1. Literatura Argentina. I. Titulo
CDDA 861

Fecha de catalogación 02/12/2013


Diagramación General

Darío Biaszizo

Primera Edición
Diciembre de 2013

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

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Autora: Mirta Baudrino

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DIRECCIÓN NACIONAL DEL DERECHO DEL AUTOR

Año 2009 expediente 787800


Año 2012 expediente 5052460
El Camino de la Rosa 4

PRÓLOGO

Este libro comenzó a escribirse en la Noche Buena del 2007.a partir de ese
momento, día a día, la escritura estuvo presente durante dos años. En el 2009 terminaba
de plasmarse con un contenido de mil páginas en formato de libro. Un libro que, si bien
no es una novela, se presenta como tal. Podíamos mejor decir que es la vida real de
estos personajes aunque novelada.
En fin, la idea de plasmar verdades, no siempre cae en mejor saco por lo espinoso de
plantear estos personajes, tan conocidos y tan esquematizados por distintas religiones.
Más allá que guste o no.
Está bien pensar, para quien no crea, que lo que tiene en sus manos es una novela que
recrea historias interesantes, mágicas, rayando en la ciencia ficción y desprovistas, sobre
todo, del misticismo que no es propio de un “hombre” humano que, en el caso que se
vea inmerso en él, sólo sería por un tiempo puesto que las vicisitudes humanas no se lo
permitirían.
Para quien está en el punto intermedio y tiene conocimientos de búsqueda interna,
reflexionará que este libro le llega a sus manos… Quién sabe por qué y para qué…
Teniendo en cuenta que nada ocurre porque sí, ya que siempre va emparentado con la
“causalidad”.
Y para el que crea, más que esto que lo sienta y tenga momentos de emoción profunda
es porque su tiempo ha llegado y lo va a tomar como “su verdad”.

“El Camino de la Rosa” es un texto de gran envergadura y me estoy refiriendo a la


cantidad y calidad de páginas que tiene esta historia. Mil en formato de libro. Sin
embargo será entregado al lector en dos partes para recreación y máxima absorción de
sus palabras, contenedoras de la “Gran Verdad” desde ese tiempo y hasta este tiempo.
El punto de encuentro será editarlo en dos libros. Cada uno se mostrará en un tiempo
prudencial uno de otro.

DESDE EL CIELO A LA TIERRA…

Porque es el tiempo, porque las mentes están preparadas para ello… Porque los
sentimientos afloran en su lectura y hacen, en el hombre actual, una simbiosis particular
es que se entrega estas dulces y simples palabras. Además no por ser simples son menos
importantes.

“EL CAMINO DE LA ROSA” tiene un potencial fuerte en su contenido y la


variabilidad expuesta se puede resumir en cinco objetivos:

Primer objetivo dar a conocer la vida verdadera de Jesús y Magdalena.


Al transitar de Jesús en la Tierra se le ha dado, a través del tiempo, un tinte distinto al
propuesto inicialmente por las Jerarquías Espirituales. Diría religioso. Tan religioso que,
los mismos que se embanderaban en esa religiosidad, no se permitían verlo como un
hombre común sino como un hombre intocable, célibe, un hombre muy difícil de
alcanzar. Una imagen despersonalizada, dificultosa como ejemplo pues rayaba en lo
divino, haciendo las veces de un representante de Dios “Juzgador” “Castigador”.
Lo usaron como estandarte para infringir las verdaderas enseñanzas del hombre
maravilloso, quien no dejaba de serlo, porque su paso en la Tierra, fuera la de vivir una
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vida común, como cualquier hombre, siendo esposo y padre. Imagen que sí se podía
seguir, y sí se podía tomar como ejemplo.
No se pretendía desde lo Espiritual que, en este plano, Jesús no viviera acorde a él, por
el contrario, en esta vibración de tres dimensiones debía dejar enseñanzas para que el
hombre de este planeta se diera cuenta que podía pertenecer a la Tierra proyectándose a
ser parte del Cosmos.
No se pretendía que un hombre que tomaba cuerpo naciendo de vientre, se paseara entre
sus semejantes como algo intocable, místico e insondable. Y fue demostrado que era
hombre de la Tierra cuando sus mismos congéneres lo vapulearon, llegando a los
extremos de la agresión, llevándolo a los “palos” con la intención de causarle la muerte.
Desde la mirada de la Jerarquía Espiritual, esto no era necesario, pero sirve para el
discernimiento de las futuras religiones que sí tomaron la ignominia del castigo y no la
felicidad de un hombre con una esposa e hijos.
Obviamente, para la mujer pelirroja, por ser de una raza no aceptada, por ser mujer
sobre todas las cosas, llamada María Magdalena, no podía tener lugar al lado del
Nazareno. Y… Nuevamente se infringían las enseñanzas del notable y maravilloso
Maestro quien ponía especial atención a las mujeres, para que se alejaran de los
conceptos de los hombres, el discriminar, no sólo a Magdalena sino que en la figura de
ella, a todas las mujeres.

El segundo objetivo es dejar asentado, que la Venida de Jesús fue para hacer del
hombre “humano”, un Hombre Nuevo en quien imperara la Justicia, la Igualdad para
que no se separaran por la discriminación sino que se unieran por su propia Esencia.

El tercer objetivo es hacer hincapié que la verdadera tarea del Salvador, la más grande
para el Cosmos y para el planeta con su humanidad, fue permitir que sus enseñanzas
dieran lugar a la introducción del Cristal en el centro terrenal, para que en el futuro se
abriera por las bonanzas de la humanidad, y se convirtiera en una estrella de cinco
puntas cuyos vórtices tendrían plasmado la energía que daría lugar al Hombre Nuevo
para proyectarse en un nuevo vivir, en una nueva Tierra. El Cristal es la esencia del
planeta, y la de los seres humanos. Es lo que tanto se ha nombrado como Cristo.

El cuarto objetivo, es expresar que estas palabras se fueron hilando unas con otras, con
la característica de volcarse en “el papel” de una sola vez, dejando muy claras las ideas
de una gran verdad para conformar esta bellísima historia.
“El Camino de la Rosa” historia que, por ser depositada en mis manos para escribirla
me hace autora de ella, causándome una agradable sorpresa al momento de recibirla,
agradeciendo a las Jerarquías Espirituales por haber confiado en mí. Historia que ha
sido relatada otrora por Juan, el hermano de Jesús, quedando perdidos los escritos en
algunas manos traviesas que no permiten que se sepa esta gran verdad, sólo por no
convenirle a intereses humanos.
Podía decirles que estas palabras fueron el fruto de investigaciones por empolvados
libros apócrifos. No fue así, fueron dictados en mi oído, en mi mente y por imágenes
coloridas manifestadas en mi entrecejo, entregadas con Amor infinito por el otrora
Moab, el sacerdote de la montaña, el viejito que supo unir a todos los personajes de esta
verdadera historia. Este viejito no es más ni menos que un Viejo Anciano de gran
sabiduría conocido por los seguidores de la corriente “Nueva Era” o “Sabidurías de un
nuevo amanecer” (así le gusta llamarla) como el “Anciano de los Días” o “Anciano de
todos los Tiempos”. En el nivel de la Jerarquía Espiritual se ubica en el Consejo de
Ancianos.
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El quinto objetivo, es llevar a la reflexión de que todos los personajes de esta historia
real, con sus errores, con sus tropiezos, con sus atinadas palabras o hechos
contribuyeron para que esta gran obra de Jesús se llevara a cabo. No por decir la verdad,
estos escritos pretenden ser irrespetuosos con estos personajes tan expuestos a lo largo
de los tiempos. Merecen respeto como hombres hacedores de una etapa que marcó a
fuego la vida de la humanidad.

Por último, todo lo escrito en este primer libro es real, aunque parezca fantástico en
algunas partes. Es tu libre albedrío creer o no. Busca en tu corazón. De todas maneras,
negarse a creer es negarse a la magia de la vida. Yo me preguntaría… ¿¡POR QUÉ
NO!?

Autora: Mirta Baudrino

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UNA MUJER… LLAMADA…

Por dar una fecha aproximada, dos mil años atrás y un poco más, hacía presencia una
dama, una mujer llamada María…
Ya desde niña se mostraba traviesa, siempre correteando en busca de las flores, de las
hierbas silvestres y, en ese jugar, aprendía canciones que provenían de sus propios
oídos… Se manifestaba como una vocecita interna, que conjugaba melodías para
recrearle a esta pequeña, su infancia.
En ese entonces tenía cinco años, sí… Tan sólo cinco añitos y… hablaba con Dios, mas
ella no sabía, en ese momento, que esa vocecita era de Dios.
—María, María… Mantente siempre alegre, corre, juega en tu inocencia, en lo que eres,
en el Amor— le decía —Me alegras, me colmas… Viéndote, sintiéndote y mucho más
adelante… Quiero que recuerdes este tu hacer de hoy, tus piecitos saltando de piedra en
piedra. Quiero que recuerdes esta conversación y, sobre todo, el Amor infinito que te
tengo.
Pasaron un poco más de treinta años y… Cómo resonaban en su cabeza esas palabras,
recordándolas en el momento más doloroso de su vida. En el momento en que era tanto
su sufrimiento que sólo podía, desde su corazón roto, hacer reclamos a este Dios que de
pequeña le había hablado.
Hacía “Presencia” una mujer… ¿¡Quién era Ella!?…
Pues… Ni más ni menos que María de Magdala… La Magdalena… La mujer
desvalorizada, vapuleada por distintas voces a través de los tiempos. Murmuraciones
que correspondían al solo hecho de perjudicar subestimando “al Ser” o “la Voz” que
diría a través del tiempo, tantas cosas enseñadas por ese hombre amado.
—El hombre de mi vida— se expresaba con pasión esta mujer. —El hombre que en la
Tierra me cobijó— Continuaba con su corazón arrebatado, dando empuje a las palabras
y, diciendo… —Me dio el amor más bello. El amor en todas sus expresiones, y me hizo
doblemente mujer. Me hizo Madre.

Y… SE ESTABA REFIRIENDO… AL SALVADOR… AL MAESTRO… A JESÚS


DE NAZARETH.
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PRIMERA PARTE.

MARÍA, MADRE DE JESÚS… JUSTINO.

María Magdalena tenía cinco añitos, mientras ella jugaba en su inocencia, en ese mismo
momento, en otro lugar un poco más alejado, se preparaba para nacer, otro niño… El
amado niño Jesús… Joshua… Justo… Justinillo y otros nombres que a ella le encantaba
decirle en esa intimidad de Amor, cuando ya adultos, dos seres humanos que se
correspondían.
Ese niño que estaba presto para ser acunado en brazos de su madre, en brazos de la
mujer que amaba al hijo con devoción infinita y, ese mismo amor haría que Jesús
pudiera sobrevivir a los embates humanos de la época, por no decir a las diversas
energías o vibraciones neblinosas que estaban dispuestas a no dejar que este niño
pudiera crecer y llevar así, su tarea adelante.
Él había tenido que nacer en un corral para evitar que, las personas que rodeaban a
María, pudieran agredirla con las fuertes energías de los pensamientos. Ella así lo había
sentido por lo que tomaba la decisión de dirigirse hacia el campillo para poder tener a su
hijo.
¡Mujer valiente! ¡Iba sola! Sin ninguna persona humana que la acompañara.
Sólo así podía dar a luz en una intimidad… Que sí podían darle seres, acompañantes
sutiles que la rodearían, de las energías más bellas que se necesitaban para esos
momentos del nacer de un niño “especial.” Tan especial, que únicamente en un
ambiente armónico podía entregar este cuerpecito al mundo terrenal, para una
humanidad auto relegada.
Especial había sido la palabra usada por el Arcángel, cuando le había anunciado la
llegada de ese hijo que se había elegido a sí mismo para reivindicar una humanidad
obnubilada y por ende sufriente.
El “Anunciador” se había nombrado a sí mismo, Gabriel, hablando con voz queda pero
fuerte en su mensaje. Se había presentado con un desplegar de luz que María había
tenido que cerrar sus ojos para poder receptarlo. Por supuesto, ella no había entendido
nada en ese momento pero, con el correr del tiempo, se iría dando cuenta de esas
proféticas palabras.
— ¡Ah! ¡María, María! Con tu hijo en tu vientre, con dolor corriste hacia el campo,
hacia los corrales. Allí te esperaba un séquito de “Seres-Luz” que sólo deseaban darte
amor y hacer que pudieras parir en la tranquilidad del lugar.
Esa era la Verdad de ese sitio natal. Se habían necesitado energías muy puras para poder
recibir al Justo, a Joshua. De esta manera, en esa simpleza podía concretarse el
verdadero nacimiento de este niño. Sólo la energía de su madre que inundaba la estancia
de Amor podría lograrlo.
No tuvo compañía de su esposo, no podía él en ese momento brindarse en totalidad, aún
siendo avisado muchas veces de que este niño era distinto a los demás y, por ende,
necesitaba de un armónico nacimiento, sin personas alrededor, sin pensamientos de
duda. Mas este padre no había tomado en cuenta las palabras de su mujer, había
desconfiado, no creía que María pudiera tener un hijo “especial” por así decir.
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José era el nombre conocido por la humanidad, en realidad su presentar de estirpe le


había asignado el de Joséarabé. Se manifestaba como un hombre rudo, de trabajo,
honesto, con muchos hijos propios, buenos muchachos, muy firmes en sus
convicciones, con ideas muy aferradas a la masculinidad. Demasiado quizás, a la
arrogancia varonil.
Sólo el más pequeño, medio hermano de Jesús, era el más dispuesto a las cosas del
corazón, quizás por sus muchos sufrimientos con dolores físicos. Se mostraba
sumamente delgado y débil.
María había sentido por él una gran ternura que nacía desde lo más profundo de su
corazón, la envolvía ese sentimiento en todo su ser, y con la misma intensidad se
abocaba, alimentándolo, ayudándolo en todo lo que podía, queriendo quitarle ese peso
que traía encima, el del dolor físico.
Armelino era su nombre, aquel que jugaría un importante papel en la vida del que iba a
salir del vientre de su madre… El pequeño Jesús. No recordaba, el medio hermano que
había hecho su compromiso antes de nacer con las Huestes Celestiales para proteger en
una situación puntual al niño de los corrales.

María- Madre, bendita por los cielos.


Entraba al corral.
Abría sus piernas, pues los dolores de puja ya se presentaban.
La algarabía de los que la acompañaban en sutilidad, se manifestaban en “Burbujas de
Luz” que emanaban una energía de Amor tan grande, que no escapaba a la vista de esos
ojos dulces y bellos de la mujer que comenzaba con su trabajo de parto.
En ese momento ¡Nadie podía verla!
¡Nadie desde el afuera podía ingresar!
Un *Círculo de Luz la dejaba vedada para el mundo terrenal.
Estaba naciendo el niño anunciado, el niño que iba a dar vida, verdadera vida a todos los
seres humanos desde ese tiempo hasta este tiempo.
¡Y qué decir!… ¡Vida!… ¡Gozo!… ¡Placer! Sí… Eso era lo que estaba sintiendo María,
una mezcla de dolor y placer.

¡EL AMADO HIJO ANUNCIADO ESTABA NACIENDO!

El primer llanto que manifestaba vida física en un cuerpito rosado, tibio, estaba
aconteciendo en un pequeñín que nacía en este plano como niño… pero… SER
FANTÁSTICO en el otro mundo, en el verdadero.
Había costado mucho esta presentación siendo un arduo trabajo del Cosmos. Se había
usado mucho tiempo de la Tierra para que este Ser pudiera ingresar descendiendo sus
propias vibraciones, requiriendo para ello una gran preparación a la que estaban
convocados muchos seres de diferentes dimensiones.
Desde su estrella, desde su lugar de origen, su Espíritu fue preparándose para descender
al plano neblinoso de la Tierra siendo más fácil subir escalones que descenderlos, fue
dificultoso opacar su propia Luz. Es lo que hizo este Ser para nacer en los corrales de
vientre materno. La matriz de María también había sido preparada para sostener, para
contener la célula viviente, que forjaría el cambio o los cambios en el planeta Tierra.

*
Círculo de Luz: cinturón magnético que el Cosmos usa para protección.
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Y ÉL NACIÓ… NACIÓ… LAS TROMPETAS EN LOS CIELOS SONARON, Y


RECORDARON A TODOS LOS SERES DEL UNIVERSO QUE COMENZABA LA
GRAN OBRA, ESCRITA EN EL COSMOS Y PLASMADA EN LA TIERRA.
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MARÍA MAGDALENA

Transcurría el tiempo. María Magdalena seguía con sus juegos silenciosos,


arremolinando energías que se transformaban en conversaciones con esa “vocecita” que
la acompañaba. Era todo lo que tenía, era su amigo invisible, que le hacía más
placentera esa solitaria infancia.
Su madre biológica era una mujer que había sufrido mucho osando tenerla fuera del
matrimonio implicando que la hija no sería revelada como tal, debido a que sería
escondida por su abuela.
El terror de ser descubierta y lo que significaba tal acción, en ese tiempo, tanto para ella
como para la abuela de la pequeña, hacía que la pobre mujer accediera a entregarla a
“pastorcillos” que la criaron como pudieron, ayudados con el pan diario que les daban
como parte del trato.
La madre que la había parido con dolor no puso resistencia alguna en desprenderse de
su hija pues el miedo la paralizaba, el miedo a que se supiera este desliz creaba cadenas
difíciles de romper.
Fue pasando el tiempo, Magdalena crecía y tomaba cuenta que ella no era hija de esos
pastores, parcos en el hablar y en su conducir. No sabían de expresiones amorosas pero
regalaban de alguna manera su atención para que no le faltase nada a la pequeñita.
Esa sensación de saber desde lo más profundo de su corazón que no era hija de quienes
la criaron, despertaba en ella añoranzas de su verdadera madre, necesitando sentirse
abrazada, mimada y fantaseando con que algún día vendría a buscarla y entonces, ella
correría a sus brazos. Cada vez más le acicateaban estos pensamientos, atinando sólo a
correr por el campo hasta que sus piernas no daban más y lloraba tendida sobre las
hierbas clamando por su madre.
Luego, como todo niño, se sobreponía al dolor yendo de aquí para allá, cuidando
animalitos y haciendo una historia propia en que era ayudada por esa “voz” que la
consolaba, y que le contaba cuentos “de una mujer sufrida que extrañaba a su hija,”
también le decía que aceptase los hechos como habían sido.
Ella debía nacer de todas maneras, quizás, en otras circunstancias. El libre albedrío de
las personas en ese caso, su madre, daba toques diferentes a un hecho, pero aún así lo
que importaba era que ella estaba…
¡María de Magdala…La Magdalena!…Hacía *“Presencia”.
Los padres adoptivos, los pastorcillos fueron buenos padres, hacían lo que podían con
esta niña que era muy receptiva, muy de darse cuenta de todo lo que pasaba a su
alrededor, aún de lo que no estaba a la vista, aquello que se nombra como intuición. Ella
superaba en su hacer ampliamente a estos pobres pastorcitos, con sus “dones”, por así
decir, con sus alegrías, sus risas y sus rebeldías.
Crecía y se daba cuenta que no quería lazos que la ataran a esa vida que sentía que no
era la suya. Ella no se quedaría de ninguna manera en un lugar sólo para cuidar
animalitos. Sentía que más allá la esperaba una vida diferente, comenzaba a hablar con
sus “padres” de sus añoranzas, de sus deseos de libertad. Las dificultades no tardaron en
manifestarse, María Magdalena, no aceptaba un “no” por respuesta.

*
Presencia: va más allá de la presencia física es “Presencia” en igualdad con la Creación.
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Entendía que hacía la vida difícil a esos padres pero sus ansias de volar movían sus
pensamientos hacia un solo objetivo.
¡Conocer nuevas tierras!
María Magdalena había entrado en esa etapa de la adolescencia en que los jóvenes se
vuelven rebeldes, imbuidos en sus ansias de llegar lo más rápido posible a lo que
quieren.
¡Cuántas dificultades María de Magdala!
¡Quisieras desplegar tus alas y no puedes, al menos no, todavía!
¿Podrías esperar a crecer un poco más?

¿PODRÍAS TENER UN POCO MÁS TUS SUEÑOS EN SUSPENSO?


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JOSSEÁ BUSCA A MARÍA

María había tenido a su niño… y en ese mismo momento, otra María que acompañaba
ese nombre con el de Magdalena, niñita de cinco años, sabía de este nacimiento porque
el Señor, el que hablaba con ella, el que se manifestaba en su oído, aquel a quien
llamaba “abuelo”, le contaba que un niñito estaba naciendo cerca de allí y que cuando
sea el momento ella se cruzaría con él.
—¿Jugaría con este niño? — preguntaba María Magdalena.
—No. Aún no, pero… María… ¡Consuélate! …Tú tienes para jugar, las flores que te
hablan, que te enseñan, y tienes ese árbol grande, cuyas ramas te abrazan y te cantan
canciones de niños, canciones que llegan a tu almita.
¡María! ¡María! …No tienes a tu madre pero me tienes a mí y yo nunca, nunca te
abandonaré. Recuerda esto… Sol de mis soles.

Mientras tanto, la otra María, la madre de Justino, observaba embelesada la carita de su


hijo quien, en ese instante le sonreía abriendo sus ojitos, regalando a su madre una
mirada tan profunda que ella jamás olvidaría. Sentía también que ese cuerpecito tibio
tenía un calor propio alrededor de él, no necesitando vestidos que lo cubrieran.
Ese instante quedó plasmado en la retina de la mujer y mucho más en su corazón.
Años más tarde, esta vivencia sería tema de conversación entre Magdalena y María.
Había sido de mucha ayuda esta relación casi de madre a hija que supieron mantener las
dos mujeres siendo más favorecida la joven quien, a modo de recompensa, le llegaba
después de tantos sinsabores, de tantos años de silencio en su comunicación con los
demás.
La energía de “Madre” de María se hacía sentir muy fuerte en el corazón de Magdalena.
Ella, siendo adulta, nombraba asiduamente al hijo de María en la calidez de su amor
como Justi, Justinillo… Ese mote le daba la sensación de estar diciéndole el justo…
justiciero habida cuenta que él era la presencia de un hombre justo por sobre todas las
cosas.
Justino- Jesús había nacido de vientre para ser un humano como tantos que pisan la
Tierra, eso sí con una postura diferente, un ejemplo de hombre que enseñaría a los
demás lo que él como hombre era. Había nacido de vientre, nacido del Amor. Así sería
su transcurrir en un camino de Amor vivido en el día a día, y esto era lo que Él dejaría
en enseñanzas y conocimientos al hombre de ese momento y para la posteridad.
Sólo el sacrificio de un hombre valiente que descendía sus propias vibraciones
originarias para ingresar a esta dimensión en su primera faz de tercera, podía ejercer las
vivencias más extraordinarias. Eso sí no podía obviar el plano terrestre, y se colocaba en
la misma situación que cualquiera.

No recordando Quién era… De dónde venía ni a dónde debía regresar.

En el transcurso de su vida tendría que “despertar” como cualquier hombre de la Tierra,


haciendo su propio trabajo interno. Tendría que correr el velo neblinoso característico
de este plano, de esta dimensión, que es el “no recordar”.
No había sido fácil para él antes de ingresar al vientre materno, como tampoco después
de nacido en el recorrer de caminos como Hombre de la Tierra.
El Camino de la Rosa 14

En el momento en que María observaba la carita de su hijo, también se percataba que la


temperatura ambiente era muy apacible, no hacía frío ni calor. Recordaba que cuando
estaba entrando a los corrales había nubes bajas y muy grises que anunciaban una
tormenta, todo decía que estaba por llover mas, cuando su hijo estaba naciendo, el sol
brillaba entregando su calidez y su luz.
Más tarde, ya entrada la tarde, casi en el rayar de la noche, observaba la Madre una
“estrella”, tan grande que no podía calificarla como tal pero era lo más parecido a ella.
Se posicionó por tres días con sus noches siendo una compañía en los días que estaría
María, Madre de Jesús en los corrales.
Parte de esos tres días con sus noches, tanto madre como hijo ingresaron a un sueño
profundo en el cual fueron reforzadas sus partes energéticas por los seres acompañantes
sutiles, creando hilos finos de Luz en forma de un gran huevo en movimiento constante
alrededor de ellos para que estuvieran en calidez y armonía, sobre todo en estos
primeros tiempos, en que Jesús necesitaba crecer en plenitud. El Cosmos se facultaba de
que así aconteciera.
De igual modo, se encargaba de que llegaran hasta allí aquellas personas que tenían que
hacer su misión relacionada con el niño recién nacido, tanto para ese momento como
para el futuro.
Y había sido la “Estrella” la que había guiado a tres hombres que provenían de
diferentes lugares pero con un solo objetivo llegar a los corrales y encontrar al niño que
sus corazones sentían resguardar. No sabían cómo ni por qué, pero sabían que tenían
que ir a su encuentro.
La “Estrella” los había sorprendido con sus movimientos invitándolos a seguirla. Ella se
había visto desde lugares increíbles llamándoles poderosamente la atención por sus
movimientos gráciles y efectivos, dando por sentado que quería dirigirlos hacia algún
lugar. Así de esta manera, tres personas que el común de la gente había nombrado a
través de los tiempos como “Reyes Magos”, llegaban a la puerta de los corrales para
encontrarse y sorprenderse uno del otro. Luego de las presentaciones decidieron juntos
ingresar y encontrar así al forjador de sus sueños.
En verdad estos hombres supuestamente “reyes” distaban mucho de serlo, sólo eran tres
personajes destacados en sus lugares de orígenes. Eso sí, tenían cuantiosas fortunas
además de tener, algo así como… algún título de nobleza.
Observaban la estrella y decidieron ir en busca de ella. Sabían en su interior que esto era
para grandes cambios y que iban a encontrarse con algo que ellos mismos no podían
dilucidar haciendo que sus corazones rebosaran de tanto fulgor y latieran fuertemente
cada vez que sus ojos se posaban en ella.
Una figura estelar cuyo brillo aumentaba tanto, hacía un movimiento expandiendo su
propia luz y al momento se retraía para luego volver a expandirse. En ese abrir y cerrar
de la estrella estas personas recibían en sus cabezas estas palabras:

“EL *DIOS HA NACIDO PARA LA PAZ DE LA TIERRA.

Ha nacido… y tú recorre el camino que hace la estrella. Entrega el “don” que contienes
para que la madre y el hijo puedan transitar el camino trazado y la protección sea para
ellos. El don es energético pero entregarás en manifestación física— era lo escuchado
y… continuaba— Un anillo azul- Hojas verdes en esmeralda- Una esfera dorada.
*
Dios: el Dios interno que todos poseen.
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Estas palabras fueron dadas a los “tres reyes” mas, cada quién entregaba una de estas
tres cosas nombradas. Sólo eran símbolos físicos de lo que contenían como energía esos
mismos dones.
Primeramente el anillo era de un material azul, muy brillante, representativo de la
fuerza, del temple, de la “Presencia” como Ser. En segundo lugar las tres hojas verdes,
que encimadas conformaban a la vez un corazón siendo una joya muy valiosa de piedra
esmeralda significando la “sanación” de las almas y del cuerpo físico. Y por último la
esfera de oro puro representaba la “iluminación”, la energía dorada de los últimos
tiempos. Esas personas llegaron al lugar de la “estrella” y entregaron esos dones a la
madre del niño recién nacido.
Cuando entraron a los corrales, la emoción inundaba sus corazones y justo allí supieron
que ese era el punto de encuentro. Juntos habían llegado los tres aunque vinieran por
diferentes caminos, sabían que así tenía que ser. No sólo se trataba de la entrega de esos
dones sino que se trataba también de un compromiso muy fuerte, de corazón a corazón,
que en distintos momentos estos “reyes” iban a actuar en ayuda, en pos de Jesús, en pos
de su propia familia.

¡Joséarabé, su esposo, la buscaba!


¡María había desaparecido!
En esa búsqueda, su corazón varonil y duro, comenzaba a resquebrajarse por la ansiedad
recordando con culpa, sus propios miedos y el sentimiento de no aceptar a su hijo como
un “niño especial”, como María le había contado. Él no se había comprometido con este
pensamiento y su esposa se había dado cuenta. En realidad lo había tomado como
palabras de mujer que se “cautiva” pensando en un hijo distinto al común de los niños.
Ante esta realidad de la desaparición de su esposa, comenzaba a desmoronarse esa
idea…
¿Y si tenía razón? ¿Y si ese niño era como ella decía y él no lo aceptaba? Hasta la había
mirado socarronamente… ¿La había herido y ella lo abandonaba? No, no podía aceptar
la idea de perderla…
Él quería encontrarla. Sus ojos denotaban sendas ojeras, no pudiendo descansar ni de
día, ni de noche, sólo la buscaba. Ya muy cansado, en su desesperación, caía de rodillas
pidiendo a Dios que lo ayudara. Por supuesto que, de ahora en más, creería lo que ella le
diría. Sólo quería encontrarla para cuidarla y transmitirle esto que ahora sentía para que
se sintiera feliz y pudiera tener a su hijo en paz.
Él mismo, en ese momento, había corrido ese muro que le cubría los sentimientos de
amor hacia su mujer. Él mismo se permitía encontrarla como si al cambiar de actitud
despertara la intuición de dónde podía ella estar, además de esa “estrella”. Sí, esa
estrella que estaba llamando su atención pareciendo que corría delante, indicándole el
camino. Sentía muy fuerte que, siguiéndola, podía encontrar el lugar donde estaba su
esposa.
Sus ojos llorosos se llenaron de paz cuando pudo vislumbrar por fin a María con su hijo
en brazos. Corrió hacia ellos, los abrazó mezclando la alegría y el llanto, pidiendo
perdón por ese sentimiento burdo de no aceptar que este niño, quien era su hijo, era
“especial”… Quizás, porque también era hijo de Dios, de un Ser Poderoso…
—De mi “abuelo”—Diría Magdalena.
Todavía no sabía interpretar el varón a qué se refería su esposa con “especial”.
Luego de tantas penurias le contaba a María que pudo encontrarla gracias a la estrella,
que lo había llevado hacia ella.
Esta mujercita— pensaba José refiriéndose a su esposa—Tan madura, tan fuerte, tan
niña.
El Camino de la Rosa 16

Tan sólo diecisiete años tenía la madre de Jesús. Mezcla de mujer- niña, bella, sus ojos
entre verdes y grises acariciados por pestañas con movimientos gráciles. Sus manitas
suaves que le servían para tomar a su niño con fuerza, como si alguien pretendiera
quitárselo. Un corazón rebosante de amor, no sólo para su pequeño sino para todo aquel
que se acercara a ella en búsqueda de su comprensión.
María supo llevar esta gran familia de su esposo, de hombres rudos y tocar sus
corazones en el momento preciso. Supo crear una gran coraza asentada en el respeto por
el otro, en la justicia alrededor de los suyos. Una coraza que sólo el amor puede
fundamentar y hacer.
Santiago, uno de los hijos de Josseá, llegaba al lugar rápidamente atrás de su padre,
sorprendido por el nacimiento de su hermano. Contaba solamente con catorce años y
siempre había observado a su padre, para aprender de él, sintiendo una gran admiración.
Ahora ese sentimiento también lo compartía con la mujer que había desposado su padre
y le había tocado su corazón. Al verlos, corría hacia ellos abrazándolos y nuevamente
los ojos de Jesús se abrieron dibujándose una sonrisa en su carita. Santiago sería una
parte importante en su vida futura, en su vida de hombre.
Joséarabé le pedía a su hijo que fuera rápidamente hasta la casa a traer ropa para María
y el niño. Debían regresar al hogar, a Nazareth, lugar pequeño pero de vecinos que
tenían gran admiración por María y Josseá, lo llamaban así, Josseá por acortar su propio
nombre.
Prestamente llegaba Santiago con lo pedido por su padre.
Josseá tomaba esas ropas y entraba para ayudar a María a vestirse y arropar al
pequeñito. Mientras lo hacía su vista se desviaba hacia el suelo llamándole la atención
unos reflejos únicos, inmediatamente se agachaba para ver qué era “eso” que tanto
brillaba. Grande fue su sorpresa al tomar estas joyas, voltease hacia María buscando una
respuesta. Ella pacientemente le contaba lo acaecido en el día de ayer con esos señores
de grandes vestiduras, que venían de tierras lejanas y traían presentes para el “niño
especial”.
—Sintieron muy fuerte de hacer estos caminos—contaba María— Habían sido guiados
para entregar estos presentes—continuaba poniendo acento en su voz— Además, igual
que a ti fueron guiados por la “estrella”.
El esposo no dijo nada, silenciosamente siguió arropando al niño.
—¡Otra vez su hijo “especial”! pensaba —Mas no diría nada. Ya no.
Sólo preguntaba a María qué hacía con esos objetos.
Ella le contestaba que los guardase para el futuro del niño. Así fue hecho.
Comenzaron a caminar hacia su hogar llevando en brazos a ese hijo que despertaría
tantas controversias en las personas de ese tiempo.
Todos se preguntaban en aquel lugar por qué María había caminado, como si fueran tres
kilómetros más o menos de camino actual, hacia los corrales para tener a su hijo. Nadie
había respondido. Había quedado en la intimidad de los esposos que se amaban, y que
sólo pensarían en ese hijo con un cuidado, un resguardo “especial”, tendrían la mirada
puesta, siempre vigilante y tratarían de equilibrar ese cuidado con los otros hijos de
Josseá.

EL AMOR SE MOSTRABA GRANDE EN ESOS CORAZONES, PODÍA


ALBERGAR A TODOS.
El Camino de la Rosa 17

SUEÑOS EN SUSPENSO

En otro lugar, no demasiado lejos de allí, María Magdalena estaba sentada, apoyando
sus codos y tomándose la cabeza sobre una mesa de piedra que la naturaleza le había
regalado justo detrás de la casita de los pastorcillos.
Pensaba en su madre, siendo estos pensamientos cada vez más recurrentes. Tenía en su
mente a la mujer que la había tenido y la había abandonado. Lo que no sabía es que la
había negado por miedo a que se enterara aquel que sería su futuro marido, su abuela ya
había sido apalabrada por este hombre.
¡Imposible que se supiera que había tenido un hijo, fruto de un amor, fuera de un
matrimonio!
Así mismo ese amor no podía tener futuro alguno, un amor a escondidas envuelto en el
miedo además el que había sido su padre era un actor que se movía con un grupo de
saltimbanquis, artistas que alegraban un poco las vidas de esos lugares. No estaban fijos
en ningún lugar, recorrían un punto y otro haciendo pruebas, cantando y creando
pequeñas obras teatrales.
Tal hombre había sido el que había puesto la semilla en el vientre de la madre para que
ella naciera bajo tales circunstancias. Ese había sido el padre, claro, cómo una mujer de
la gallardía de ella iba tener un hijo de ese tal padre. ¡No podía ser!
La madre de Magdalena, al darse cuenta que estaba embarazada, corría desesperada
para comunicarle la noticia. El varón asustado reaccionaba muy mal y la pobre mujer no
le quedaba más remedio que volver sobre sus pasos llorando. Cuando quiso hablar
nuevamente con él no lo encontró… El hombre sólo había atinado a desaparecer del
lugar para no regresar nunca más.
La joven, fuertemente herida en sus sentimientos, sola y abandonada. Había quedado sin
amparo y sin más remedio que seguir las órdenes de su propia madre. Era recluida en un
convento hasta que su hija naciera. Más tarde entregaría a su niña a aquellos
pastorcillos. No tenía ya, la fuerza suficiente para imponerse y transgredir las leyes.
Debía acostumbrarse… ¿Podría hacerlo?
¡Pobre mujer! Pues no tuvo las fuerzas suficientes para defender a su hija y quedarse
con ella… ¡Pobre mujer!... Que fue obligada a casarse con un hombre que no amaba,
además de tener convicciones judías muy fuertes, intransigente, violento. Un hombre
que era sacerdote, un Seduceo, miembro de una secta principal de judaísmo opuesta a la
de los fariseos… ¡Pobre mujer! Nunca más pudo tener hijos. Nunca más se permitió
abrir su corazón negándose fuertemente a tener descendencia. Se había puesto una
coraza para no sufrir.

Solía decirle el “abuelo” a la niña abandonada:


—Naciste en el momento no apto como humana, pero a la vez en el momento justo. Por
que piensa… ¡Qué sería de ti!… Chiquilla, con un padrasto con esas convicciones tan
estrictas y tan… Tan fuera del amor.
El Camino de la Rosa 18

Escucha cabecita loca, estos padres tuyos de ahora, en su ignorancia te ayudan, te


protegen, te quieren dentro de lo que ellos pueden darte. Cuando tengas más años sabrás
de lo que te estoy hablando. ¡Amor de mis amores!
Y así transcurría la niñez de la pequeña, con “sus sueños en suspenso”.
Estas charlas que solía tener con su “abuelo” la trasladaban a otro mundo, sintiéndose
tranquila, con una sensación de paz que la embargaba logrando así una disposición de
compenetrarse con la naturaleza que la rodeaba.
¡Cómo necesitaba esos momentos! ¡Esas charlas con su “abuelo”!
Siempre ÉL decía que su camino iba a cruzarse con la del niño, nunca pudo imaginar…
¡Cómo iba a cruzarse!
Pasaba el tiempo y María Magdalena crecía, se había convertido en una jovencita, muy
vivaz, sus cabellos rojos al viento y sus ojos verdosos ponían una tonalidad especial a su
piel. Esto lo había heredado de su padre, el artista, pelirrojo también de cabellos
ensortijados, nada más que los rizos de la jovencita eran más suaves y abundantes
cayendo cual cascada iluminada por el ocaso del sol llegando hasta su cintura. Y lo que
era más importante esa fuerza interior que venía desde su alma. Los que se acercaban,
podían sentir que toda ella era una conjunción de firmeza, de decisiones tomadas, de no
dar pasos para atrás, lo que la hacía una mujercita independiente.
¡Sabía lo que quería!
Se trataba de una joven insertada en una sociedad intransigente de varones que no
tomaban en cuenta a las mujeres que eran presa de sometimientos y castigos. Una
mujercita como Magdalena no era la mejor opción, causaba confusión tanto en varones
como en sus congéneres.
Sus padres adoptivos se daban cuenta que ella quería volar, quería alejarse de ese lugar
y…era… ¡Tan niña todavía! Con su dieci…y tantos, deseaba poner el mundo a sus pies,
pero como ella decía

—“SUS SUEÑOS EN SUSPENSO”… YA NO MÁS.

¿Qué podía hacer una mujer en esos tiempos? Y… ¡Viajar!... ¡Ay María, María!
Nadie podía convencerla y hacer que desistiera de su decisión.
Ponía sus pies en polvorosa y tomaba el camino de la vida. Se despedía de sus padres
prometiendo volver en caso de que necesitara de ellos como fuente de recursos.
¡Claro que si! ...Comenzaba su búsqueda por aquellos caminos que la habían llevado
hasta un pueblo cercano. Allí tenía que hacer algo para sobrevivir e hizo lo que sabía
hacer, lavar ropa y ganarse la vida. No tenía lugar para pernoctar, entonces bien le
servía algún portal para cuando llegara la noche. Esta situación no amedrentaba a la
niña que pensaba… ¡Ya saldría de esto! Insistiría porque, para “cabeza dura” no le
ganaba nadie.
Miraba, curiosa al final de la calle para observar un gran portal cuyas escaleras daban la
sensación de crujidos al pisar. Un cosquilleo en su estómago le decía que estaba
encontrando un lugar. Entonces… ¿Qué esperaba?... Llegaba y subía esas escaleras
ágilmente y… ¡Cuánta razón había tenido! Crujían al pisarlas. Empujaba la puerta
decidida a entrar para encontrarse con un gran patio del cual salía una dama con
vestiduras finas quien, al verla, se aproximaba para saber qué buscaba. Inmediatamente
la impetuosa joven se daba cuenta que esa mujer no era la dueña del lugar, notaba que
era parte de la servidumbre por su actitud obsequiosa y simple. Estaba cuidando y
arreglando ese jardín para hacer de él un sitio óptimo para sus dueños.
María Magdalena se expresaba con palabras simples, explicando a la mujer su situación
y preguntando si podía quedarse allí, tan sólo en algún rinconcito de ese gran patio. La
El Camino de la Rosa 19

mujer contestaba que necesitaba preguntarles a sus amos, ella no podía tomar ninguna
decisión, era esclava desde niña en esa casa.
No sabía por qué pero, de pronto, la esclava se encontraba contándole la historia de su
vida… Ella había sido entregada por sus padres a estos amos, por alguna razón
económica, reconocía que no le había faltado cobijo ni comida, pero sí había carecido
de afectos. Magdalena la escuchaba con mucha atención sintiendo en su corazón que esa
mujer sería una gran compañía para ella. Se congraciaban mutuamente y seguro que se
apoyarían puesto que eran dos mujeres muy jóvenes que estaban solas compartiendo la
carencia de amor familiar… Claro, si le permitieran quedarse.
Mientras esperaba contestación, la esclava había entrado en busca del amo para hablarle
acerca de la niña desamparada, ella se regocijaba con la naturaleza del lugar. Sus ojos
ávidos recorrían el amplio patio con árboles grandísimos trayéndole el recuerdo de
aquel, “su árbol” que en su pago le hablaba, le daba empuje, le decía lo que necesitaba
para reconfortarla. Recordaba y sentía que se le apretaba el corazón de nostalgia… Pero
no… No podía darse el lujo de tener sentimientos de añoranzas, pues haría decaer las
escasas fuerzas que le quedaban.
Seguía observando y su mirada se posaba muy allá, en el fondo, al lado de una piedra
que, por lo grande, nadie podía mover destacándose grupos de flores silvestres de
diferentes colores. Tan bien puestas que engalanaban el lugar notándose que una mano
las había sembrado. Un poco más allá, un pequeño arroyuelo de aguas muy limpias
surcaba el terreno.
—¡Cuánta belleza presentaba ese recorrido! — diciéndose a sí misma — ¡Qué buen
lugar para refrescar sus pies!
No sabía en ese momento que ese sería su lugar preferido para hacerlo con bastante
frecuencia. Su mirada seguía recorriendo cada rinconcito de este patio. Apreciaba el
verdor y la frescura del lugar, sintiéndose plena. Ella conocía muy bien lo que era el
especial contacto con la naturaleza, con esos pequeños seres lumínicos que la rodeaban
y que le hablaban a través de los árboles, de las flores diciéndole cosas tan lindas que
alimentaban su corazón.
El patio iba bordeando las habitaciones que conformaban la casa central terminando en
el pórtico de maderas crujientes. Atrás de la casa, y a bastante distancia, se encontraban
las habitaciones de los esclavos y de la gente que servía, como la mujer que la había
atendido.
¡Ahora era ella la que estaba esperando otorgar un servicio a cambio de cobijo y
comida!
La salida para la servidumbre apuntaba para otro pórtico más angosto permitiendo el
movimiento de la gente sin ser vistos por los amos puesto que les molestaba
sobremanera la visión de sus esclavos.
Regresaba Crissaú, así se llamaba la nueva amiga quien, con felicidad le comunicaba
que había logrado que le dieran trabajo, lavando ropa, aseando las principales
habitaciones de los dominantes amos. Magdalena plena de felicidad la abrazaba
agradecida poniendo especial atención a lo que Crissaú decía con respecto a los
movimientos de la casa. Escuchando las recomendaciones necesarias, principalmente la
de usar el pórtico de atrás tanto para la salida como el ingreso de la misma.
Pasaban los días y crecía esa amistad.
María Magdalena había encontrado un lugar para comer, dormir… Un cobijo. Aunque
seguían sus “sueños en suspenso”.

EN REALIDAD ELLA NO TENÍA CLARO CUÁLES ERAN SUS VERDADEROS


SUEÑOS PERO NO IMPORTABA, YA SE VERÍA.
El Camino de la Rosa 20

JESÚS, JUSTI EN SU HOGAR.

María con su niño Jesús en brazos y Josseá, salieron de los corrales para recorrer el
camino hacia el hogar. En el trayecto no dejaba el padre de pensar en su niñito que
recién ahora conocía.
¡Era su hijo! Lo decía con orgullo, sintiendo que si tenía que dar la vida por él, lo haría.
Había comprendido muy en su fuero interno que debía cuidarlo mucho más de lo que
había cuidado a sus propios hijos, comprendiendo además que el pequeño no era de este
mundo. Lo sabía, aunque no muy bien el por qué.
Ya en el hogar, Jesús no sólo era aceptado por sus hermanos sino que inmediatamente
surgía en todos una energía especial que los envolvía dando un toque de sentimientos
muy particulares. Se manifestaba como una comunicación profunda con el solo hecho
de mirarlo. Le ocurría principalmente a Armelino, el más pequeño de los hijos de
Josseá, cuando observaba al niño recién nacido sintiendo una emoción fuerte que lo
embargaba enterneciendo su corazón. No en vano el jovencito recordaría este momento
que lo ayudaría en su propio renacer.
El niñito de los corrales era amado por todos siendo el más pequeñito en su hogar,
también lo era en el “Cosmos”. Antes de nacer, su espíritu se preparaba al lado de los
*
“Ancianos” quienes con gran sabiduría supieron despertar en él un deseo profundo de
otorgar cambios a una humanidad desvalida, sin rumbo. Una humanidad que se estaba
perdiendo los goces de la evolución que saboreaba el resto del universo. Este eclipsar
del plano terrestre llevaba implícito el velo del no recuerdo que no permitía a tantos y
tantos seres enviados por la Luz, regresar al lugar del cual habían provenido.

Las palabras del pequeñín del Cosmos en el recorrido de su vida que no por ser
repetidas eran menos importantes:

-YO HE DE TRAER LA VERDAD AL CAMINO DE LA VIDA TERRESTRE.

-YO HE DE TRAER A MIS HERMANOS AL SENO DEL HOGAR.

-YO ABRIRÉ LA PUERTA DE SUS CORAZONES PARA QUE NO SE CIERREN


NUNCA MÁS.

Y se preparó y descendió a la tierra, a un vientre materno.


Aquí está creciendo y poco a poco recordará…

QUIÉN ES… PARA QUÉ VINO… Y A DÓNDE DEBE REGRESAR...

Jesús crecía, ya caminaba, corría y jugaba con sus hermanos. Desde bebé había
manifestado su poder de curación sanando a las personas de sus males casi sin que se
*
Ancianos: seres de gran sabiduría en el Cosmos. Conforman el “Consejo de Ancianos” a modo de
organización.
El Camino de la Rosa 21

dieran cuenta, a veces con el solo hecho de apoyar su cabecita en aquel que necesitaba.
Tenía una predisposición especial ya hacia la naturaleza que lo rodeaba como a su
madre. Trataba de cuidarla y protegerla.
El niño, agraciado en dones, despertaba en otros sentimientos poco felices. Aquellos tan
humanos como los celos. Desde pequeño se movía cuidando toda manifestación de vida
no dejando que le hicieran daño alguno. Siempre estaba la palabra justa, a veces con la
recriminación en el caso que se necesitara. Esto lo hacía distinto y ocasionaba
sentimientos raídos en los corazones de los demás niños. Uno de ellos, sumamente
celoso de Jesús, y con una situación de conflicto en el medio, había tenido una reacción
inesperada, de pronto se agachaba para tomar una piedra y tirarla apuntando al
cuerpecito del Nazareno.
Esa piedra no había llegado al objetivo propuesto dado que su hermano, el dulce
Armelino se había interpuesto entre ella y Jesús. Ese acto instintivo pero heroico a la
vez, lo había llevado a la muerte. No había podido su cuerpo sobrevivir a semejante
golpe, la debilidad de siempre le jugaba una mala pasada.
Se cumplía así para Armelino lo que estaba escrito. Recordaba en esos momentos en
que su espíritu se liberaba de su cuerpo, el sentimiento fuerte que había tenido al
observar al niñito recién nacido para caer en la cuenta que había hecho lo que tenía que
hacer.

¡DAR SU VIDA POR ÉL!

Este sentimiento vivido pocos años atrás se plasmaba en el amor profundo que sentía en
el presente, y que lo liberaba del plano neblinoso de la Tierra, llenándolo de alegría para
un nuevo renacer en su lugar de origen.
¡Otra vez libre!... Su familia del planeta Alción lo esperaba con algarabía. Finalmente,
Armelino había cumplido con su tarea y regresaba ahora a su verdadera dimensión, a su
planeta del que había salido para hacer, simplemente esto… “¡Recibir la piedra que iba
destinada a su hermano!”
Un movimiento más de la pieza del juego certero. Un movimiento que la vida había
otorgado y ahora había hecho su efecto.
La mano que había movilizado el juego, el que había tirado la piedra, más adelante se
destacaba como uno de los seguidores de Jesús. A partir de ese momento nada feliz, su
vida se había visto imbuida en remordimientos que no lo dejaban vivir, no teniendo paz
en su corazón. El mismo Jesús siendo ya adulto trataba de hacerle comprender que
aquello que había sucedido no tenía vuelta atrás y debía olvidar. No obstante ese
sentimiento de dolor era bueno para él, decía a las claras que su sufrimiento por lo
ocasionado le traía una comprensión diferente, haciendo que se perfilara en una vida
distinta, con sentimientos positivos que lo ayudarían a seguir adelante.
Las palabras consoladoras llegaron de la boca del propio Jesús
—Tómate el tiempo necesario para curar tus heridas… Y también más adelante, si te lo
permites, hasta podrás comprender este hecho que tanto te hace sufrir.
Pero lo que no le dijo, porque no lo comprendería, era que de alguna manera la pieza del
juego “se había movido” porque estaba previsto un Armelino para salvar a Jesús
conociendo los sentimientos que despiertan algunos seres humanos cuando los celos y
la envidia hacen presa de él.
Evidentemente había nacido el niño Jesús, Joshua, como le decía su madre, para
entregar las fichas que corresponden al tablero del Gran Juego o lo que se podía decirse
como el “Plan para la Tierra y su humanidad.
¡Este niño… Había nacido en los corrales!
El Camino de la Rosa 22

Para él, para su madre, para el Cosmos… ¡Había sido ni más ni menos que el recinto de
un rey!
Esta noticia de la muerte de Armelino y las múltiples conjeturas que se hacía la gente
corría por las calles…
—¿Moría un niño para proteger a otro?
Frase que se repetía en muchas bocas, corriendo por los pueblos aledaños y más allá
todavía.
—¿Por qué?
Por supuesto, no se podía entender que un niño se pusiera delante de una piedra. Esta
situación, indudablemente acicateaba la atención de la gente para ponerlos en relevancia
ante muchos ojos y… No favorecía a la familia.
En ese entonces corría mucha sangre por las calles, más aún en lugares de mucha
afluencia de personas. En las ciudades cualquier situación ponía en riesgo la vida de sus
habitantes.
La familia de Josseá estaba inquieta y atenta a los acontecimientos que surgían. Una vez
más el padre reconocía satisfecho que su lugar de vida estuviera en esos parajes, muy
cerca de ese pueblo encantador que se caracterizaba por su tranquilidad dándole aspecto
diáfano, como si una gran aura blanca rodeara el lugar.
No obstante de lo sucedido—pensaba —el pequeño pueblo era ideal para el crecimiento
de Jesús.
Por mucho empeño que pusiera, esa calma no duraría mucho tiempo más. El suceso
doloroso vivido corría de boca en boca llegando hasta la ciudad y despertando
curiosidad por lo que muchos querían ver al niño por el cual su hermanito había perdido
la vida.
Precisamente, la curiosa muerte del jovencito había servido como ejemplo dejando de
manifiesto el amor de Armelino por su hermano. Consecuente con ello, dejaba su
cuerpecito en homenaje a la Tierra, engalanándola ampliamente.
La “muerte”, enigma de las vidas humanas hacía que dejara una forma de vida para
continuar otra, en otro lugar o vibración con un corazoncito inquieto que seguiría
latiendo con el mismo acompasar de una manera distinta, en forma energética para
posicionarse luego en un cuerpo más sutil que el de la Tierra siendo el originario del
lugar que había venido.
Paralelamente al regreso del espíritu de Armelino a su lugar de origen, había que
considerar, en las colinas, la cantidad de gente que se arremolinaba llegando hasta el
hogar de Jesús con la curiosidad de verlo. Esta afluencia asustaba sobremanera a la
madre quien trataba de esconder a su niño, no permitiendo que tuviera la libertad de
corretear o jugar por los alrededores. A esta incomodidad, había que sumarle las muchas
habladurías que traían las personas desde la ciudad. Decían de los muchos desmanes
que habían realizado los romanos con niños de la edad aproximada a este que venían a
ver. Así mismo contaban que la influencia de algunos judíos relevantes era muy fuerte y
se hablaba del nacimiento de un niño judío que reclamaría un cetro de rey que a ellos les
correspondía. ¡Y no estaban dispuestos a tolerar!
La situación se acentuaba cada vez más. De esa manera no se podía continuar.
María movilizaba a su esposo a tomar alguna determinación para sacar a su hijo del
lugar hasta tanto se calmasen las aguas. Debía hacerlo y con rapidez, ya no soportaba la
esposa los temores que desbordaban su corazón. El padre de familia así lo comprendía y
tampoco podía verla llorar abrazada a su hijo.
Nuevamente recordaba los dichos de su mujer con respecto a su hijo, aquello de
“especial”.
El Camino de la Rosa 23

Ciertamente no sería él—pensaba el hombre— el que arriesgaría a su hijo, creyera o no


los dichos de su mujer. Había aprendido su lección y era hora de tomar decisiones. Así
lo había hecho… Habían decidido caminar hacia la montaña para guarecerse en alguna
de las tantas cuevas que había por esos alrededores hasta tanto se calmaran los ánimos.
Estaban en esas corridas preparando lo necesario cuando, misteriosamente, llegaba un
mendigo a su casa golpeando insistentemente a su puerta. Al abrirla a modo de saludo el
pobre hombre le decía…
—“María, María, elegida por Dios para ser madre del rey.”
No cabía en sí de la sorpresa, no podía dar crédito a lo que oía.
—¿Estaba segura de lo que había escuchado?
—¿Cómo? —preguntó balbuceando.
El mendigo dando fuerza a las palabras las repetía… Ahora sí, no tenía dudas.
¡Había escuchado bien! ¡Justamente las palabras del miedo que no quería oír!
Creía que se moría, su corazón golpeteaba como si no tuviera lugar en el pecho, su
rostro se desencajaba en la palidez, su cuerpo temblaba y no podía evitarlo, retrocedía
mirando el rostro del mendigo para correr y tomar a su hijo entre sus brazos.
Ya por ese entonces contaba Jesús con dos añitos.
El mendigo seguía hablando estiraba sus brazos tratando de convencerla…
—María, no te asustes, que no vine a hacer mal a tu hijo sino a protegerlo. Yo no soy
mendigo, me visto de tal… Soy un sacerdote que habita en la montaña.
Estas palabras surgidas de la boca del varón eran entonadas con voz queda, suave para
que le sirvieran de cobijo a la asustada mujer y a la vez que tomara confianza.
—Tan sólo toma algunas pertenencias y sígueme, que a lugar seguro te llevaré.
María, todavía abrazada a su hijo levantaba la vista y sentía que por alguna razón la
calma se restablecía en ella.
Quizás podía darle lugar a esa proposición.
No le había parecido tan descabellado, le había nombrado la montaña y ellos, por alguna
razón, habían decidido recurrir a ese lugar. Además, por mucho que dudara no tenía
opciones para elegir. Rápidamente y sin pérdida de tiempo, pondría en conocimiento de
su esposo este ofrecimiento invitando a pasar al visitante y cerrando prestamente la
puerta detrás de ella para dirigirse en busca del padre de su hijo. A los pocos momentos
aparecía Josseá y saludaba amablemente al sacerdote.
Le parecía un hombre confiable aún con sus reparos. Tenía en cuenta, como decía su
esposa, que el tiempo los estaba cercando y cerrando cada vez más el camino.
Indudablemente era una situación extraña creyera o no en ese hombre, las condiciones
los desbordaba no quedando más alternativa que acceder a tal propuesta.
Los cuatro partieron hacia las montañas. Había una que los estaba esperando. Llegaron
a ella después de mucho caminar para subir luego por escalonados senderos. El burro,
sólo en trechos de camino podía cargar en su lomo a alguno de ellos, más precisamente
a María y a su niño.
De pronto, al frente de sus ojos, se mostraba una piedra tan grande que impresionaba
advirtiendo que sólo un angosto sendero se perfilaba detrás de ella para continuar
subiendo. Al agudizar la vista, cayeron en la cuenta que era tan angosto que no permitía
el paso de persona alguna. Detuvieron la marcha y un sinfín de pensamientos se
aglomeraban en la cabeza de Josseá.
—¿Y ahora qué? …Ya no podrían seguir.
Los sentimientos de duda y desencanto eran fuertes en el cansado varón quien trataba de
no dejarlos traslucir.
El Camino de la Rosa 24

El mendigo apoyó su mano sobre la piedra y, como si ésta fuera de material liviano,
sorprendentemente, se abrió muy lentamente como un gran portal para dar paso a estos
ilustres visitantes.
—Allí era el lugar— no cabían en sí de tanta maravilla— ¡Cómo pudo ese hombre abrir
la puerta de roca con sólo tocarla!
El mendigo que por supuesto no lo era, se llamaba Moab y recién entonces les decía su
nombre.
Fueron muy pocas sus palabras durante el camino, de todos modos, no era el momento
para grandes charlas. Los esposos iban ensimismados en sus propios pensamientos. Con
un movimiento de su mano, el sacerdote los invitaba a pasar muy gentilmente. También
en ese instante les contaba que los que vivían allí, eran sacerdotes como él, que estaban
para resguardarse y resguardar a personas como ellos. Además había “secretos” que
algún día saldrían a la luz para la felicidad de las personas que conformaban esa
humanidad. Lo que no dijo es que esos secretos, se conocerían a lo largo de los dos mil
años que todavía faltaban recorrer para hacer cumbre en una época de oro, lo
llamarían…

“EL FINAL DE LOS TIEMPOS”


El Camino de la Rosa 25

MAGDALENA SIGUE SU CAMINO.

María Magdalena, tan bonita, cabellos rojizos, piel aceitunada, tan frágil, tan suave.
María era… No se puede expresar en palabras lo que María era… Llamaba la atención
en esa casona, llamaba la atención de los visitantes.
¡Ya comenzaban las controversias en su entorno! No le perdonaban su belleza, sobre
todo lo que emanaba de ella, de su Ser, su brío en la honestidad, su fuerza, sus
decisiones, su modo de ser.
La hija de los amos, justo en ese momento, cuando menos se necesitaba… Tenía que
presentarse como una mujer celosa que, desde un principio, manifestaba su enojo con
María. No toleraba su belleza y aún menos los dones humanos que poseía esta mujercita
simple que era María de Magdala. Nuevamente estos “sentimientos humanos”, los que
habían hecho tanto daño y seguían haciendo a la humanidad. Nuevamente estaban
presentes.
Tal situación, le quitaba tranquilidad a la bella mujer. Ella sabía que no iba a poder estar
mucho tiempo en ese lugar, cada vez más se notaban las presiones, se manifestaban las
afrentas. Por otra parte, María no era de bajar la cabeza muy fácilmente, aún así buscaba
la forma de no ir al enfrentamiento hasta tanto pudiera pensar qué haría. Trataba de no
cruzarse con la amita pero era difícil lograrlo, pues la mujer celosa la llamaba a cada
rato para utilizar sus servicios y siempre restregando su poder. En honor a la verdad la
servidora hacía esfuerzos sobrehumanos para bajar su cabeza y seguir en aquel lugar.
Un día, sin previo aviso, llegaba un visitante varón que venía a esa familia con la
intención de pedir la mano de la mujercita rencorosa. Sabido era que la fortuna que
tenían daba para estos aprestamientos. En realidad el varón venía obligado por las
circunstancia de sus propios familiares que hacían un buen negocio con esta boda. Un
día después se apersonaba también la familia del varón para cumplir con la usanza de
estar todos los miembros de la misma juntos.
¡María debía servir a estos visitantes!
Eran muchos, sobre todo chiquillos, muy mal educados que solían tirarle piedritas
cuando ella buscaba un momento de sosiego en ese patio que la había fascinado al
ingresar por primera vez.
Esas familias estaban reunidas la mayor parte del tiempo discutiendo las condiciones de
la boda, lo que les convenía a unos y otros. En ocasiones, no se ponían de acuerdo y
amenazaban con retirarse para hacer presión sobre los dueños de casa. Se vivía una
situación tensa que al novio no le interesaba, notándose que estaba obligado. Estas
vivencias hacían que la mujer rencorosa dejara un poco tranquila a la servidumbre
poniendo su atención en otra parte, pero no dejaba de vigilar muy bien al supuesto
novio que tan escurridizo se mostraba.
Magdalena, cuando podía, se retiraba a ese lugar que para ella era el oasis del desierto,
rodeada de la magnífica naturaleza que le daba la oportunidad de descansar
recostándose a orillas del riacho para dejar que sus pensamientos volaran:
—Nunca se casaría bajo estos aspectos. Nunca se casaría con alguien que no amara. Era
una soñadora… Ella sabía que llegaría, que estaba en algún lugar el hombre de sus
sueños, el hombre que la haría sentir mujer, que la haría sentirse importante, más allá de
lo que se vivía en ese tiempo con las mujeres. Aún así ella tenía, sin duda estos “sueños
en suspenso”.
El Camino de la Rosa 26

El varón visitante, solía espiar a María cuando ella se retiraba a “su” lugar para lograr
muchas veces la calma de tanto ajetreo. La observaba tratando de disimular y cuando se
aseguraba de que no lo veían, se quedaba fascinado espiándola y cada vez más era el
tiempo que empleaba en ese menester. Ya no podía controlarse, ya no podía ocultar lo
que le causaba la belleza de la pelirroja.
Había quedado prendado de María… Y ya no quería casarse.
Sin decir el motivo y con muy pocas palabras el varón se apersonaba delante de los
suyos para decirles que no haría boda y que rompería el compromiso. La novia afectada,
sorprendida primero, no había necesitado mucho para darse cuenta que la responsable
de esa decisión había sido su sirvienta.
Había explotado. En esa casa una situación insostenible. Todo era un caos.
¡María de Magdala recibía insultos, gritos de la niña rencorosa!
Era en vano que tratara de decir algo en su defensa, su suerte estaba echada.
—Ya no podía estar en ese lugar.
Se decía a sí misma que debía tomar una decisión y ya no le quedaba más tiempo. Debía
irse si quería salvaguardar su integridad física.
Con el corazón acongojado trataba de explicarle a Crissaú que tenía que retomar camino
nuevamente. Tomándole de las manos le pedía que la acompañase. La esclava con
lágrimas en los ojos hacía un movimiento con su cabeza no aceptando la oferta.
¡Era mucho lo que arriesgaba! Tenía miedo, pertenecía a ese lugar.
—María, tú no querrás ser perseguida a causa de mí— con voz que estaba al borde del
llanto—Ve sola y que Dios te acompañe amiga.
Ahora sí, lloraban ambas abrazadas y La Magdalena, partía sin decir nada.
Tan sólo desaparecía del lugar.
Esta historia hablada y repetida muy mal recaía en Magdalena haciéndola una mujer sin
escrúpulos.
“Mucho es el daño que las palabras y pensamientos pueden hacer aún a través del
tiempo”

Una enseñanza que solía decir Jesús a sus seguidores:

<<“Cada palabra, cada pensamiento con un sentimiento fuerte de mentir, acompañadas


de rencor, forma redondeles o burbujas cargadas de estas emociones rodeando
rápidamente a la persona a la cual van dirigidas. Si esta persona actúa también con esos
mismos sentimientos, se verá afectada afinándose y engrandeciendo esas burbujas para
buscar luego a otros que sean afines también y así comenzar una carrera de nunca
acabar. En algún momento esa negatividad, descargará y podrá llegar a producir un sin
fin de situaciones dolorosas”
Por ello Jesús, Joshua decía que todos de alguna manera somos responsables de lo que
le pasa a la humanidad. Una forma de no ahondar más la negatividad que cae sobre la
ella es haciendo pequeños cambios en nosotros mismos, tratando de ser mejores
personas, reflexionando sobre nuestras actitudes>>

POR SUPUESTO… NO SE ENTENDIÓ… ¿SE ENTENDERÁ AHORA DOS MIL


AÑOS DESPUÉS?
El Camino de la Rosa 27

MARÍA, JOSSEÁ Y JUSTI BUSCAN SEGURIDAD.

Moab empujaba la puerta de piedra que suavemente se abría.


¡No podían creer los ojos de Josseá, tanta belleza dentro de esa montaña!
Si dentro, por lo menos era la sensación que tenía, habían ingresado a través de una
piedra, aunque era confuso pues del otro lado seguía viéndose el cielo esplendoroso
acompañado del sol o la luna si se acercaba la noche.
Entonces… No estaba seguro… Parecía. Recordaba que habían subido por la montaña
con senderos poco delineados y ellos, que seguían a Moab, quien sí conocía esos
lugares, no pusieron mucha atención. En fin, le comentaría cuando se diera la ocasión
esta incertidumbre. La temperatura había bajado bastante. Por suerte habían llegado a
destino.
Al atravesar la puerta de piedra se encontraron con algunas viviendas de madera, sus
paredes de troncos de árboles apenas restablecidas en su dureza, con techos de paja,
estaban en una especie de planicie en la parte baja de ese lugar siendo una de las
primeras de todas las construcciones que se habían hecho en esa montaña.
Contaba Moab que los llevaría, más tarde, a un templo que se ubicaba más arriba,
subiendo una cuesta. Aclaraba que todavía había que esperar por no ser el momento.
Los visitantes se notaban cansados, el niño dormido pasaba de brazo en brazo y debían
retomar fuerzas por lo que el sacerdote les mostraba una de las viviendas. Agradable era
la sorpresa al encontrarse con un ambiente tibio, acogedor esperándolos con un fogón de
brasas bien encendidas. Rápidamente, los esposos dejaron a su niño envuelto en mantas
cerca del fuego que les estaba brindando su calorcillo, tan necesario para sentirse bien
luego de haber recorrido camino en que el cansancio se estaba haciendo sentir. Se
sentaron los esposos muy cerquita de la lumbre siendo convidados con sendos tazones
de leche endulzados con miel, acompañados de tajadas de queso de cabra encima de un
pan fresco, aún calentito recién horneado.
¡Qué sabroso sabía en los paladares ese manjar!
Agradecidos a Moab por el recibimiento, se levantaba Josseá y le daba un abrazo muy
fuerte. Gracias a este hombre que había ido a buscarlos, estaban a salvo. En ese abrazo,
sin decir palabra alguna estaba pidiendo disculpas por haber dudado del “mendigo”.
—No te afanes amigo mío, era difícil la situación —sonaba la voz del sacerdote, baja y
comprensiva en su oído.
Josseá retrocedía sorprendido, lo miraba como preguntando… ¡Cómo sabía! ¡Él no
había dicho nada!
Moab deslizaba una sonrisa y les mostraba esa vivienda que los acogería por algún
tiempo, hasta que en ese caserío no hubiera más peligro o dificultades para ese niño
“Especial”.
Josseá hablaba de María con el sacerdote expresándose en la necesidad de que ella
estuviera tranquila y sabía que en ese cobijo lo lograría. Nuevamente el agradecimiento
del esposo que por sobre todas las cosas amaba profundamente a su mujer y a su niño
que por ser quien era, por lo de “especial” siempre lo tenía en un estado de vigilia con
mucha inseguridad por lo que vivía intranquilo.
La pérdida de Armelino había contribuido a que se acrecentara este sentimiento.
Moab lo escuchaba con atención esperando que se desahogara y poniendo su mano
sobre su brazo, le decía compresivamente:
El Camino de la Rosa 28

—Trata de no pensar, disfruta tu estancia y del lugar, si así lo haces, tendrás paz en tu
corazón.
Luego de mostrarles todo lo necesario, el sacerdote se retiraba para dejar que la familia
se acomodara. María iba de acá para allá, arreglando el lugar para poder descansar:
Mientras ella estaba en estos menesteres, el esposo se acercaba a la lumbre para sentarse
muy cerquita del fuego, mirando fijamente su resplandor. Sus pensamientos retrocedían
y con ellos renacía el sufrimiento de la pérdida de su otro hijo, su amado Armelino.
—¡Pequeño mío! ¡Hijo de mi sangre! —pensaba tristemente— ¿Qué hiciste?... ¿Qué
fuerzas tan sobrenaturales te guiaron para desprenderte de tu propia vida? ¡OH, Dios!—
se decía a sí mismo— ¡No quiero pensar!
Se tomaba la cabeza por momentos y hacía gestos de angustia, esos pensamientos no lo
dejaban y arremetían una y otra vez.
—María me dice que tan solo… Lo deje ir…
La voz del silencio seguía— ¡Si ya se fue! ¡Como puedo no dejarlo ir, si no está!
Josseá se daba cuenta que tenía una puja de sentimientos que no podía manejar, por un
lado Armelino y por el otro Jesús. Dos hijos amados, uno perdido por la causa del otro.
No, no podía con esto, pedía ayuda a Dios para obtener el discernimiento necesario que
lo llevara a poder recuperar la calma.
Por otra parte, su hijo Jesús no actuaba como los demás niños, tenía una inteligencia
rara muy absorbido en su propio mundo, muchas veces lo encontraba hablando solo
como si fuera un niño mayor y cuando le preguntaba… No contestaba. María solía decir
que hablaba con Dios.
Si su hijo podía hablar con Dios, entonces él le preguntaría:
—¿Por qué? ¿Por qué este sufrimiento?
Eran tantas las conjeturas del varón que nada le cerraba como respuesta, aún así no
dejaba de hacerlas mediando palabras que le golpeteaban en su cabeza. Esos
pensamientos reiterativos se centraban en la figura pequeña de Jesús.
¡Cómo era que ese niño podía hablar con sus semejantes con una comprensión que
sorprendía!
—¿Estaba bien que así fuera? Y… ¿Armelino con tan sólo siete añitos, se desprendía de
su vida? ¿Qué unión extraña había entre Jesús y Armelino? ¿Había un pacto?
Las preguntas daban vueltas en la cabeza de Josseá, lo que provocaba tomársela
fuertemente con un sentimiento de dolor que traspasaba todo su cuerpo rompiendo en
llanto con grandes sollozos que entristecieron a María. El llanto tan explosivo había
despertado al niño.
—Papá… Papá—sonaba una vocecita muy conocida por Josseá—Tú eres el eslabón, la
columna vertebral de esta familia. No decaigas, por favor, por cuestión mía. Deja que te
abrace y te consuele.
Los bracitos del niño cruzaron por atrás del cuello del padre y en ese instante, el alma de
ese hombre sentía paz en su corazón.
No se daba cuenta Josseá que las palabras escuchadas… ¿Salieron de la boca de un niño
tan pequeño?
María posaba sus ojos en ambos con una mirada cuajada de lágrimas recorriendo la
figura de sus amores.
—¡Cuántos cambios Josseá!—Reflexionaba la esposa dándose cuenta que el dolor había
hecho mella en su esposo, tanto que su espalda se encorvaba acentuando la edad que
tenía.
—¿Dónde había quedado tanta masculinidad, tanta rudeza? Acaso se necesitaba que la
vida golpeara para poder aprender... ¿A ablandar el corazón?
De todas maneras… ¡Cuánta belleza en ese abrazo de padre e hijo!
El Camino de la Rosa 29

La realidad llamaba a María, suspiraba profundo para darse vuelta y seguir con su tarea
buscando los cobertores que Moab había cedido para que pudieran descansar
cómodamente. En esos afanes estaba cuando, una visión se presentaba ante ella
sobresaltándola.
Sólo en un primer momento nomás, luego sus ojos se acostumbraron a vislumbrar una
figura blanca que se hacía cada vez mas intensa y era muy alta… Dejaba ver una
especie de alas, aquellas que ella tan bien conocía, aquellas tan brillantes, tan blancas y
fulgurosas, eran las alas del Arcángel Gabriel. Además sentía claramente el sonido de su
voz en su oído y en su corazón que le decía:
—María, no te afanes, todo está bien. Dile a Josseá que la paz estará en su corazón y
que sus hijos, los que quedaron en el hogar, están y estarán muy bien haciendo las tareas
encomendadas. Trata de descansar y haz que Joshua crezca en tranquilidad, en armonía.
Te avisaré el tiempo del regreso. Cuando me necesites yo estaré.
Al retirarse Gabriel del recinto, dejaba caer una pluma. María la alzaba y rápidamente se
daba cuenta que había un poder especial en ella. Instintivamente se la llevaba al corazón
sintiendo que una calidez la invadía en todo su cuerpo originándole un bienestar
fantástico. Presta la guardaba entre sus pertenencias y con una alegría desconocida iba
en busca de esos cobertores que eran verdaderos plumones. Los puso cerca del fuego.
—¡Cosa extraña!
Le llamaba la atención la lumbre que estaba alta y fuerte entregando ese calorcillo tan
particular. Se detenía por unos momentos a observarla Desde que estaban allí, no
tuvieron necesidad de poner leña al fuego y éste seguía tan alto como cuando llegaron.
Miraba a su alrededor y… ¡No veía tampoco leña para alimentarlo!
Una sonrisa se dibujaba en su carita fresca…
—¡Ay pillín, pillín!—decía con sus pensamientos en una comprensión especial. Se
estaba refiriendo a todos los seres que los rodeaban y que no eran de este mundo, más
precisamente a los *elementales del fuego.
María reanudaba sus tareas. Siempre estaba haciendo algo, limpiando, cosiendo… y
acompañándolas con su buen humor. Para coser utilizaba unas agujas de madera muy
finas, muy pulidas donde colocaba un hilo que provenía del esquile de las ovejas que no
eran en verdad muy fuertes. Se cortaban por sí solos, necesitaban de una consistencia.
Para lograrlo se embebían en un líquido viscoso que endurecía el hilar. Ese líquido se
obtenía mezclando el jugo de una planta, un poco babosa que más adelante la llamarían
Alohe o las acepciones que le darían en cada lugar. Se dejaba secar y se ovillaba. María
también tejía, ya el hilo para tejer tenía otra consistencia.
Esta referencia de sus actividades describe a una mujer muy feliz. Señora de su casa en
que ponía todo su amor a las tareas que ayudaban a los suyos a vivir mejor.
María era de estatura más bien pequeña, grácil, delgada. Muy vivaz. Sus ojos se
mostraban a veces grisáceos, otras… verdes amarillentos, según el tiempo. Su cuello
largo y fino acompañaba a unos hombros redondeados. Su cabello enmarcando su rostro
de un color castaño oscuro que solía atar detrás de su nuca. Colocaba un manto en su
cabeza cuando salía de su casa.
Siempre dibujaba en su rostro una sonrisa, se acentuaba más en este momento que
estaba recordando al ángel, su protector, aquél que le había anunciado que cuando
tuviera un hijo, sería un niño “especial”, tan “especial” que sacaría del “letargo” a la
humanidad.
*
Elementales: seres energéticos que tienen la responsabilidad de lo que acompañan. En este caso el
fuego.
El Camino de la Rosa 30

Recordaba que cuando se había retirado el ángel de la casa de troncos, ella había tenido
la intención de contarle a su esposo pero dejaba de lado ese propósito prefiriendo que él
descansara. Sabía que lo que para ella significaba felicidad, quizás para él, desazón.
¡Temor a lo desconocido!

<<“Es bueno saber que lo desconocido no es significativo del temor, esa es la parte que
no recordamos pero que es lo fundamental y verdadero de nuestras vidas”>>

Luego del descanso, la primera en despertarse era María. Se levantaba y preparaba leche
calentita, poniendo queso encima del pan y untándolo con bastante miel. Moab había
sido muy generoso dejando en abundancia estos alimentos, en una cesta de mimbre
puesta al lado de una ventilación ubicada en la pared de troncos. Estaba untando los
panes y desviaba su vista, por llamarle la atención otro pan de color un poco más
oscuro. Cortaba un pedacito con una mano y lo probaba. ¡Delicioso con un dejo dulce!
Luego le preguntaría a Moab cómo lo conseguía.
Dejaba dormir a sus seres queridos disfrutando de la habitación cálida y acogedora
siendo el fuego el protagonista principal. ¡Todavía seguía alto!
Ya en la puerta de la vivienda, observaba que en las otras no había movimiento. Así que
en esa soledad salía a caminar para apreciar la belleza que mostraban las plantas, las
piedras, teniendo todo un color especial y un brillo también. El río traía agua cristalina y
su sonido era música para los oídos. Un poco más lejos sobre él, aparecía un puente
pero…
—¿Qué era lo que estaba viendo? — Agudizaba la vista — ¿Un puente colgante? ¿De
plantas?... ¡Qué maravilloso!
—¿A dónde llevaría ese puente?
Levantaba su cabeza para poder ver más allá. Del otro lado se vislumbraba más y más
plantas que se levantaban en grandes árboles. Lo más sorprendente era la manifestación
de una tonalidad dorada detrás de ellos.
—¿Este lugar sería de este mundo? Luego le preguntaría a Moab pero en realidad no
quería irse de allí, no quería dejar ese sitio maravilloso que le daba seguridad.
De pronto sentía una presencia detrás de ella que la sobresaltaba.
¡OH!... suspiraba profundo, era… Moab quien se acercaba para saludarla y darle su
bendición, dándole un beso en la frente.
María, sólo podía esperar unos momentos antes de disponerse a preguntar. La ansiedad
la carcomía… y… preguntaba… preguntaba. Moab sonriendo le decía que iba a darle
todas las respuestas necesarias, pero a su tiempo. No quería rebasarla de información.
Además le presentaría a Lothor, otro sacerdote que traía de sus ancestros mucha
sabiduría, seguramente evacuaría muchas de sus preguntas.

<<Siguieron conversando por un rato nuestros personajes. Si hubiéramos tenido la


oportunidad de observar y estar en ese lugar, en ese momento, nos habríamos
asombrado, no sólo de la belleza del paisaje, sino por la sincronía que hacía el mismo
con las energías de diferentes colores, que acompañaban a los sonidos que emitían las
plantas que, a su vez, se adosaban al sonido de las propias aguas. Como así también el
viento y la misma temperatura. Habríamos sentido el mismo entusiasmo de la madre de
Jesús señalando con su brazo una cosa y otra buscando respuestas a tanto color, a tanta
armonía.
Todo se perfilaba para darse cuenta que ese lugar no iba a ser solamente un refugio
momentáneo para Joshua sino que iba a ser una escuela que lograría en él, el recuerdo
El Camino de la Rosa 31

de lo que era en realidad, y con ese recuerdo el Gran Trabajo, el cual venía a hacer para
lograr cambios en esta humanidad y las que vinieran.>>

Este sentimiento intuitivo provocaba en María un poco de temor… Sabía, en lo más


profundo de su corazón, que ese lugar de alguna manera retendría a su hijo. Las
preguntas surgían como un torrente:
—¿En qué estaba involucrado este hijo que ella amaba tanto? ¿Por qué no tuvo un hijo
común como los que tenían las demás mujeres?
—Moab.
Lo nombraba firmemente con la intención de apabullarlo con interrogaciones, más el
sacerdote le salía al cruce con estas palabras:
—¡No hagas trabajar tanto a tu cabecita! Posiciónate en este lugar y todo lo que hay en
él, y te darás cuenta sin que nadie te diga nada de “la verdad” porque tú contienes esa
“Verdad” en tu corazón. A ello has venido María, has venido a hacer esta ofrenda a la
humanidad de este tiempo y las humanidades que vendrán, hasta un punto que será la
Era Gloriosa para todos.
Mientras conversaban relacionándose perfectamente a través del afecto mutuo, se
acercaba Lothor, un sacerdote de esa montaña que según él no era judío, no era nada de
lo que se conocía en la época. Era simplemente un anciano, un anciano bastante raro
según pensaba María, un anciano cuya cara no tenía arrugas, parecía joven, pero era
anciano. Su cabello salía de la mitad de su cabeza, blanco, pero de un blanco refulgente.
Caminaba encorvado, llevando en sus espaldas, solía decir, la mochila de los
conocimientos para entregarlos en amor. Lothor mostraba sus ojillos picarescos y
siempre reía logrando que María lo acompañara en su buen humor. En realidad la madre
del Niño se sentía tan segura, tan bien que años después recordaría este lugar con
añoranza.
Le mostraba una cantidad de pajarillos de hermosos colores, de piares cálidos, todos
musicales. Así mismo notaba que los árboles, las plantas tenían sonidos especiales. Es
más, el árbol más grande cuando ella pasaba le cantaba una canción con voz gruesa,
pero cantarina.
—¿No estaré en mis cabales?—pensaba. No se animaba a comentarlo. ¿Sería una
fantasía?
Estas ideas le daban vuelta en su mente. En honor a la verdad, la mujer no podía
entender en esos momentos que ese lugar poseía otro nivel vibracional y permitía otras
manifestaciones, raras para el común de la gente pero habituales para los seres que
habitan en otra vibración.
María y su familia pudieron ingresar a esta montaña porque primeramente fueron
preparados desde sus nacimientos, en segundo lugar habían plasmado un compromiso
antes de nacer.
Esas vibraciones permitían muchas manifestaciones que, como decía María, “no son de
este mundo”. La aparición del arcángel era una de esas. Ellos habían ingresado a lo que
se llama “intraterreno” con la salvedad que no estaba en las profundidades de la Tierra
sino casi en la corteza de la misma, por lo tanto la vibración tampoco era muy elevada.
Después, con el tiempo, esa ciudad obtendría mayores vibraciones por sus propios
cambios y sería mucho más difícil el ingreso del humano, su cuerpo no resistiría a estas
energías, salvo, quizás con un cuidado “muy especial” por parte de las Jerarquías
Espirituales y con circunstancias que implicarían la suma necesidad de ese ingreso, sólo
así se justificaría que alguna persona tuviera que resistir en su cuerpo este ritmo
vibratorio.
El Camino de la Rosa 32

LA HUÍDA DE MAGDALENA

María de Magdala había desaparecido del lugar, simplemente eso, pero por simple que
pareciera había sido terrible para ella tomar tal decisión.
Muy temprano, apenas asomando el alba, tomaba sus cosas y salía de la casa por el
pórtico que usaba la servidumbre, mirando para todos lados asegurándose que nadie la
viera. Sólo Crissaú la había acompañado hasta la salida.
Magdalena, muy nerviosa, le pedía a su amiga que regresara a su habitación para no
involucrarla. Luego de un fuerte abrazo la esclava se retiraba con sus ojos arrasados en
llanto. Le costaba mucho esta situación a la valiente mujercita que con su corazón
estrujado la seguía con la mirada hasta perderla de vista.
—¡Y ahora qué haría!
Trataba de ordenar sus pensamientos, los nervios le estaban jugando una mala pasada
—¡A dónde iría! Tenía que ser lejos. De eso estaba segura.
Dejaba escapar los pensamientos en voz alta… Reflexionando… Cuando se supieran las
tantas mentiras creadas por esa mujercita, la gente de ese pueblo la agrediría.
Si, tenía mucha razón María. Ese pueblo la agrediría no importando si eran caprichos o
celos de la hija de los dueños del lugar… Esos eran dueños de toda esta comarca y el
pueblo dependía de una manera u otra de ellos, sobretodo por la parte económica. Esa
familia muy adinerada dejaba a los habitantes del pueblito dormido vivir. Se ajustaba
mejor decir… Sobrevivir. Trabajaban para ellos y de los pocos denarios que ganaban,
debían entregárselos para que los dejaran pernoctar allí.
¡Tenía que irse… ¡Y rápido!
Miraba sus pies y caía en la cuenta que estaba descalza. Rápidamente buscaba entre sus
pertenencias sus sandalias, aquellas que le gustaban tanto, tan delicadas, las había
comprado en la feria del pueblo. Sin embargo no podría usarlas en esa ocasión, las
destruiría, no resistirían el trajín de los caminos. Tampoco tenía tiempo para pensar
mucho, regresaba corriendo a su habitación buscando fructuosamente trapos que ella
solía usar para la limpieza, envolviendo sus pies para salir nuevamente, sigilosa,
cuidando no encontrarse con nadie. Una vez salvado el pórtico echaba a correr tanto
como le daban las piernas.
El corazón le latía fuertemente, el pánico hacía estragos en su estómago, las piernas se
le doblaban, el miedo cundía en ella. Cruzaba parte del pueblillo, todos dormían, algún
que otro perro ladraba; iba perdiendo fuerzas pero seguía corriendo. Cada vez más
pesadas sentía sus piernas haciendo la carrera más lenta y, cuando le parecía que el
peligro no la acechaba, se tiraba al suelo para llorar desconsoladamente. Sus sollozos le
movían todo el cuerpo.

¡Tan pequeña María y tanto sufrimiento!


¿Y ahora qué? ¿Qué sigue después de esto?

Ya el sol estaba alto. Buscaba un árbol por su sombra para guarecerse y poder descansar
unos momentos tratando de recomponerse un poco. Se sentaba apoyada al tronco de un
árbol frondoso, subía sus rodillas y su túnica se deslizaba entre sus torneadas piernas
dejando gran parte de ellas libres para ser acariciadas por la brisa fresca dándole un
poco de descanso. En esa posición se había quedado por largo rato, tratando de no
pensar. Sólo esperaría a que su cuerpo tomara fuerzas para poder seguir.
El Camino de la Rosa 33

Nuevamente la asaltaban esos pensamientos en que la duda lo envolvía todo. No sabía


qué hacer. Hasta dónde podría llegar o tendría, quizás que volver a su refugio del
campo, de las cabras, allá donde pasó su niñez… O debía seguir adelante.
—¡Abuelo! ¿Dónde estás? Suplicaba en voz alta ¡Dime qué hago por favor!
María no obtenía respuesta. En sus oídos no escuchaba nada y sabía muy dentro suyo
que “la voz” no podía aconsejarla, porque sólo de ella era la decisión.
Más adelante, cuando la vida se le presentara de otra manera sabría aquello del “libre
albedrío”.

<<Siendo ya adultos, Jesús, el Justino le enseñaría:


“Que todos los seres al ser creados tienen como célula viviente el “Libre albedrío” que
significa decir “libertad”, y en ello está implícito el “hacer y deshacer” de todo lo que
hace una persona en su vida como también, manejar como quiera sus propios
pensamientos. Además es cierto que en este plano, la acción siempre tiene una reacción
o la consecuencia de ello, bueno o malo. Las Jerarquías Espirituales, por llamar de
alguna manera “aquello que no vemos”, no pueden influir en ese “libre albedrío”. Pero
sí pueden ayudar para que las personas reflexionen y puedan llegar a un “despertar
espiritual”, entonces sí con otra conciencia, hacer un buen uso de ese libre albedrío. >>

María Magdalena se sentía frustrada, aún percibiendo las razones no dejaba de


desanimarse cuando el silencio estaba por respuesta.
—“Abuelo respóndeme”— insistía.
Cambiaba la posición de su cuerpo, recostándose ahora sobre su brazo para seguir
haciendo conjeturas de lo que más le convenía hacer.
—Volver a su casa con sus padres adoptivos, significaba pasar por el pueblo otra vez. El
solo pensarlo la hacía estremecer. No, no lo haría, seguiría adelante.
Llegar a esta conclusión hacía que sus fuerzas regresaran para levantarse y acomodarse
un poco la ropa y poder seguir caminando.
¿Quién sabe hacia dónde?
Así lo hacía, caminaba buscando el sol que empezaba a esconderse. La tarde estaba
llegando a su fin y necesitaba encontrar un lugarcito que la guareciera por la noche. Más
adelante se dibujaba un árbol que estaba muy pegado a una roca presentando ésta un
marcado relieve en su parte superior ofreciendo un pequeño cobijo.
No lo había pensado siquiera… Ese sería su lugar para descansar. Se acomodaba para
ingerir algunos alimentos que su amiga le había preparado con antelación en la cocina
de la propiedad, siendo ella la única que tenía acceso.
Buscaba agua en su bolsa de cuero. ¡Tenía sed! Notaba que le quedaba muy poco.
Bebería ese resto pensando muy seriamente en buscar algún arroyo para satisfacer su
sed y poder llenar su vasija, pero ello sería la historia del mañana, cuando amaneciera.
Ahora las sombras estaban cubriendo el cielo y sólo le quedaba descansar. Así que
tomaba su bolsa de fuerte tela buscando esa manta que su amiga del alma le había
puesto para que pudiera taparse, esa que a último momento casi se la olvidaba. Su
madre adoptiva también había hecho la misma acción poniendo la manta en la bolsa
cuando había decidido irse por los empolvados caminos.
¡Se repetía la historia! ¡Siempre había alguien que la quería pero la despedía a la vez!
Se acomodaba como podía, era tanto el cansancio que traía que rápidamente el sueño
profundo la embargaba y en él, su “abuelo” le decía:
—¡Fuerza María!
El Camino de la Rosa 34

En la casa que había abandonado, saliendo con los pies en polvorosa, estaba su amiga
Crissaú quien no la estaba pasando bien, los dueños de esa morada preguntaban una y
otra vez:
—¿A dónde había ido María?... ¿Quién la había ayudado a escapar?
La agobiaban con preguntas que ella no podía responder. Sólo negaba saber las
intenciones de escapar de la muchacha pelirroja. Y allí se había quedado en esta
negación, que por supuesto no le habían creído por la amistad que ellas habían
manifestado. No podían los amos dejar pasar semejante afrenta, según ellos, harían que
la esclava recibiera un par de azotes para dar el ejemplo y a través del miedo evitar que
otros tomaran la misma decisión.
Este castigo de suma crueldad era muy difundido en esos tiempos. Los azotes para ella
fueron el sufrimiento del cuerpo y también del alma mas, en un rincón de su corazón, se
sentía muy bien. Sabía que se había hecho justicia porque María había logrado huir… Y
el caballero que había pedido la mano de la mujer rencorosa, decidía suspender
definitivamente toda boda.
Doble enojo recorría toda la casa. La niña no se casaba y María Magdalena se había ido
sin sufrir el castigo que la jovencita quería infligirle, a como de lugar.
Esa ira es la que había recaído en Crissaú.

Comenzaba a despuntar el alba y la jovencita pelirroja se despertaba, dándose vuelta


con su carita hacia el cielo abriendo los ojos y volviéndolos a cerrar.
—Quisiera no despertar— fueron sus primeros pensamientos ante el contacto con su
realidad. —Quisiera dormir un sueño eterno— Nuevamente los ojos se cuajaron de
lágrimas, ojos cansados, hinchados de tanto llorar.
De pronto otra vez comenzaba a sentir esa voz tan conocida, tan necesitada en su oído
—María, mujer de espadas, haz honor a tu cepa y sal a luchar, a pelear la vida—una
pequeña pausa para seguir con más fuerza las palabras de “su abuelo” tocando su
corazón— Tú lo quisiste así. Ve adelante.
Se sentaba como un resorte, pasaba sus manitas por su rostro abriendo sus ojos que
grandes ya eran y le replicaba:
—¿Por qué me dices mujer de espadas?
—Porque lo eres— sonaba con cadencia la voz tratando de calmarla para seguir
susurrándole —Escucha en tu corazón esto que tú contienes.
Después, con el recorrer del tiempo, iba sabiendo lo mucho que significaba esa
expresión “Mujer de Espadas”.

<<María Magdalena pertenecía a la Co-Creación de Miguel Arcángel con “Dios” o


“Creación” o como se quiera llamar.
En el universo las Jerarquías Espirituales que crean seres, se les dice Co-creadores.
Ellos van conformando Líneas de los mismos seres en distintos niveles vibratorios hasta
llegar a la Tierra.
Siempre que se produce esta conformación es para brindar ayudas, son misioneros que
contienen las características de su creador, por ello la Magdalena contenía la fuerza, el
temple y la espada que simbolizaba esas expresiones>>

La muchacha decidía que debía proseguir su camino, por lo menos ahora “la voz” le
había hablado. Se acomodaba los trapos de los pies atándolos más fuertes. Doblaba la
manta y se peinaba con las manos su cabellera rojiza, abundante en rulos y colocaba su
propio yahvé en la cabeza para seguir su camino.
El Camino de la Rosa 35

Un poco más allá encontraba un arroyito, la sola visión la hacía recuperar su alegría, por
lo menos saciaría su sed. Alrededor de las aguas la sombra de algunos árboles y una
pastura blanda, la tentaba a acostarse. Corría el tramo que le faltaba para tomar con sus
manos el agua clara, transparente y llevársela a la boca. Le sabía gustosa en su paladar,
le causaba un extraño placer. Al momento se sacaba los trapos para poner sus pies
dentro del riachuelo y así refrescarlos.
¡Cómo necesitaba hacer esto! Y… Quedarse tendida, cara al cielo. Venía a su mente que
el alimento que tenía en su bolsa alcanzaría para ese día y el otro. Sería bueno quedarse
allí lo que le quedaba de ese día, para mañana sí, seguir su camino.
Aprovecharía el sol ardiente para lavar y secar su ropa. Disfrutaría de esos momentos
para descansar y prepararse para continuar completamente limpia.
¿Quién sabe María? Cómo será el brindar de la vida después de hoy, lo importante es
vivir esto a pleno como si hubiera un techo o un cobijo sobre su cabeza.

¡VIVIR HOY!
El Camino de la Rosa 36

VIDA EN LA MONTAÑA.

También en la montaña, la otra María, madre de Joshua se movía con agilidad, con
gracia y con alegría. Su hijo crecía bien, estaban seguros y además tenía consigo a su
esposo.
Josseá se preocupaba por sus propios hijos, el anciano Moab le traía siempre noticias de
ellos. Ya pronto, le decía, podría él bajar de esta montaña y dirigirse hasta su hogar
acompañado del sacerdote, para visitarlos. Estaban trabajando con responsabilidad en el
negocio que su padre había dejado para sostén de la familia.
Entre tanto en ese hermoso lugar que habitaban podía observarse que las otras viviendas
estaban muy concurridas por sacerdotes. Ellos estaban trabajando en algo que resultaba
confuso para quien observaba y que no tenía idea de qué se trataba. Consistía en una
piedra colosal, receptáculo de otras más pequeñas, brillantes, áureo azules que se
insertaban en esta gran matriz. Cada parte de ellas tenía una punta, como marcando una
figura anteriormente pensada, dándole un efecto especial el resplandor que esa Luz
emitía haciendo un movimiento de expansión y contracción.
María no cabía en sí de la curiosidad que le despertaba esta colosal obra y, dirigiéndose
a Moab, le preguntaba, a lo que él con sencillas palabras trataba de explicarle diciendo
que era para receptar la energía o fluidos que desde el cielo traían. Había escuchado
muchas veces cuando ellos hablaban entre sí y se referían a esa obra como “Cristal”. El
mismo cuando receptaba ese fluido del cielo o del cosmos, como ellos decían, hacía una
expansión de energía tal, que en una ocasión había iluminado la habitación cuando los
esposos estaban descansando. La primera vez que había ocurrido, ellos se levantaron
raudamente y salieron afuera para ver qué había originado tal Luz, se dieron cuenta que
provenía del cristal y que ya no se veía a simple vista puesto que lo habían trasladado a
algún sitio más arriba o por lo menos era lo que parecía.
Al día siguiente los esposos comentaron lo vivido esa noche al sacerdote, esperando
nuevamente una respuesta que les aclarara lo sucedido. Él les decía que eran ensayos
para que algún día ese cristal tuviera una fuerza propia originada por un hombre que
haría su Gran Obra en la Tierra, pues colocaría parte de sí mismo en ese Cristal. Al
hacerlo, ese encaramar de brillos tomaría dimensiones inimaginables después que se
asentara en el centro de la Tierra.
María se preguntaba:
—¿Quién sería el hombre que colocaría parte de sí mismo en ello?
…………………………………………………………………………………………….

Transcurrieron algunos años en la montaña. Joshua crecía pudiendo manifestar sus


“dones” con la ayuda de los sacerdotes quienes se encargaban de tener conversaciones
con él.
Niño dotado de gran inteligencia, quien se daba cuenta que sabía más allá de las
palabras de los ancianos, tomando conocimientos que surgían desde él mismo,
manifestándose muchas veces en su cabeza y a la vez en su corazón.
Los sacerdotes eran amigos incondicionales que le permitían disfrutar a pleno su niñez,
rodeándolo de alegría, encargándose de que un florecer de sentimientos armónicos lo
acompañaran.
Cualquiera que observara la presencia de ellos, les traería reminiscencias de viejos
cuentos, cuyos personajes se parecían mucho a enanitos que habitaban en un fantástico
bosque.
Moab siempre era el intermediario entre él y los demás sacerdotes.
El Camino de la Rosa 37

Les escuchaba decir con asiduidad que Él, Jesús, Joshua estaba dando la oportunidad
más grande a la humanidad de ese momento y a las que vendrían para un renacer, para
cambios profundos en la forma de vivir, en la forma de pensar y sentir. Era pues, el
compromiso acordado entre él y la Creación. Y era importante además, que supiera que
una gran gama de vibraciones o seres de distintos lugares estaban abocados a esta
empresa. En ese momento era un niño, mas no importaba, porque iría despertando o
recordando esto que como responsabilidad traía.
Los sacerdotes encargados de acompañarlo en tamaña obra, habían adquirido cuerpos
físicos en el Cosmos, más específicamente en lugares que podrían llamarse laboratorios.
Allí se recreaban cuerpos muy parecidos a los de los humanos para ser tomados por los
espíritus de las Jerarquías Siderales. Tenían un solo objetivo sumamente válido. De esta
manera se evitaba el nacer de vientre que hacía perder un tiempo precioso de la Tierra
además de cargar con el lastre del velo que otorgaba el “no recuerdo” La ayuda que
necesitaba Jesús era precisamente ese *“Despertar en su Esencia” y los sacerdotes
debían guiarlo pues el plano de la Tierra no se presentaba óptimo para ello.
Reflexionando en la situación:
Si los sacerdotes nacían de vientre…
¿Llegarían a tiempo para despertar antes ellos mismos y encontrar ese lugar de la
montaña? ¿Y luego encontrar el niño? ¿Ese despertar, conllevaría los dones que se
necesitaban? …En fin una gran variedad de cuestiones surgirían.

<< Estos personajes extraídos de los planos excelsos no estaban exceptuados de “morir”
o lo que es mejor decir, dejar el cuerpo. La diferencia estaba en la elección propia de
hacerlo. Todo aquel que nace de vientre materno, viene a este plano terrestre en la
condición que el mismo plano otorga, o sea “morir” sin saber cómo ni cuando. También
está la excepción… Si el hombre comprendiera y diera lugar a su “despertar” podría,
como los sacerdotes, dejar o lo que es mejor, sutilizar ese mismo cuerpo y seguir
adelante con la magia de su propio espíritu sin necesidad de nacer una y otra vez>>

Eran asiduas las conversaciones de este tenor que mantenían los sacerdotes con el niño
que solía embelesarse con ellas, saboreando en el recuerdo de lo que él bien sabía,
cuidándose mucho de referirse a ellas con su madre. No quería incomodarla o que los
temores la embargaran, sobretodo ahora que estaba tranquila disfrutando de esa estancia
que, ciertamente, él también disfrutaba del pernoctar en ese lugar que era un regalo del
cielo. Allí no había niños rencorosos que lo molestaran, tampoco percibía esas energías
que se le hacían sumamente pesadas a la hora de convivir con ellas. Allí eran otros sus
intereses, como apasionarse por llegar al puente colgante que se vislumbraba sobre el
río, y cruzarlo para ver qué había más allá. Bueno… Se apasionaba pero sabía que no
podía hacerlo aunque, como todo niño, estuvo tentado más de una vez. Cuando ocurría,
recordaba las palabras de Moab…
—¡No es el tiempo todavía!
Una mañana fresca y brillante por el sol que asomaba en todo su esplendor, llegaba
Moab con un bagaje de buenas noticias, ingresando a la habitación del pequeño con una
sonrisa picaresca, haciéndole pensar que algo se traía entre manos. Demoraba en decirle
aquello que sabía que haría la felicidad del niño, como buscando poner acento en el
saboreo de cada palabra:
—¡Vamos a cruzar el puente! —al fin se expresaba el sacerdote midiendo la reacción de
Jesús.
*
Despertar: recordar la verdad que posee todo ser humano.
Esencia: Dios interno.
El Camino de la Rosa 38

La misma no se hacía esperar… Saltaba, corría buscando a su madre para contarle esta
buena nueva. Su corazón repiqueteaba rebosante de toda la alegría que un niño pueda
sentir cuando se le cumple un sueño tantas veces añorado.
Prestamente, la madre ayudaba a vestir a su hijo para que inicie la aventura esperada,
tomado de la mano del amado viejito de la montaña.
Comenzaron a caminar sorteando las piedras que tan bien conocía el niño por las
reiteradas veces que se había dirigido hacia el lugar, justo antes del puente. Llegaron
hasta la punta del mismo para hacer una pausa en el caminar, aprovechando el pícaro
viejito para jugar un instante con Jesús.
Lo miraba y, sonriéndole, se quedaba como dudando si atravesaba o no… Mas el niño
no se quedaba atrás, tironeando de la mano instándolo a cruzar.
Por fin, muy despacito, como midiendo los pasos, caminaron por el puente que se movía
en un suave vaivén acompañado de una multitud de plantas que colgaban por los lados
cayendo como cascada hacia el río.
La gama de verdes se manifestaba en toda su expresión y la humedad en gotitas eran
joyas que se deslizaban adornando el pasaje de un niño que era amado con fuerza por la
misma naturaleza, sabiendo ella que Él sería el quien les diera la oportunidad más bella
para poder brillar en todo su esplendor. Los latidos del corazón de Jesús eran tan fuertes
habida cuenta que en el lugar había una vibración especial, más alta que la
acostumbrada. Por ello el sacerdote más allá de jugar con el niño quería que él cruzara
el puente con calma.
Del otro lado los esperaba una escalinata de piedras redondeadas que iba señalando las
curvas que se presentaban así, por momentos, debían hacer una pausa en el ascenso y
descansar para poder darle lugar a los pulmones a recibir aire. Llegando al final de la
escalinata, se daban vuelta para observar el río en toda su extensión. El niño, riendo,
señalaba las viviendas que se veían muy pequeñitas desde ese lugar acotando que
parecían hechas para enanitos. Una gran arboleda salpicaba el paisaje haciendo marco a
un magnífico cuadro.
Luego de unos momentos, siguieron caminando entre la vegetación que se manifestaba
con árboles inmensos. Gran cantidad de plantas bordeaban el sendero que se había
hecho a fuerza de tanto transitar. Se sentía un ambiente húmedo y fresco, propicio para
el crecimiento de aquella vegetación.
De pronto allí, frente a ellos, surgía majestuoso el “Templo” de forma ovoidal, muy
curioso a la vista de cualquier visitante. Estaba construido con paredes transparentes de
gran altura, posándose en ellas el techo oval y naciendo de éste, hacia arriba, tres planos
también transparentes que receptaban la energía solar, haciendo las veces de antena
circular con frecuencias vibratorias que emanaban desde allí hacia el exterior de la
misma montaña. Al trasponer el umbral de la habitación principal, podía observarse en
el piso un diagrama de triángulos, dando la sensación que giraban y cuando la figura se
estacionaba se presentaba una estrella de cinco puntas o vórtices, que rotaban a la vez en
forma individual. Caminaron sobre la figura que, a sus pasos, emanaba Luz
sobresaltando al pequeñín. Moab lo tomaba de la mano y le revolvía los cabellos a
modo de tranquilizarlo. Se dirigían hacia dos sillones, uno al lado de otro, siendo todo el
mobiliario con lo cual se vestía ese lugar, lo que lo volvía más curioso todavía.
Moab, con un movimiento de su mano, invitaba al niño a sentarse en uno de ellos.
Extrañado por todo lo que se manifestaba allí, y un poco desconfiado, ocupaba su lugar
buscando con los ojos la mirada de aprobación del sacerdote. Con una sonrisa y
haciendo un gesto gracioso con su cuerpo, como la de un súbdito a un rey, el anciano
ofrecía nuevamente el mullido sillón que invitaba a recostarse y a relajarse. El niño se
sentaba buscando apoyarse en el respaldo, moviéndose para un lado y otro, como si no
El Camino de la Rosa 39

encontrara posición. Por fin cerraba sus ojos, llevándolo un gran cansancio por los
caminos del sueño, sintiendo que la mano del sacerdote tomaba la suya dándole
seguridad. Al solo contacto con ella, todo comenzaba a girar, dando vueltas y vueltas
como un espiral ascendente.
Justi apretaba fuertemente la mano de Moab, teniendo la sensación de que iba a caerse,
hasta un punto del ascenso en que se transformaba la misma sensación en otra mucho
más agradable, sintiendo a pleno la expresión de libertad, como si fuera un pájaro que
echaba a volar. En ese albergar de tantas emociones, se presentaba la vista de su propio
ser que observaba desde todos los ángulos, como si el cuerpo que flotaba tuviera ojos
por doquier.
Ensimismado en lo que sentía, apenas se percataba de lo que comenzaba a presentarse
ante sus ojos. Un atril con un gran libro, de hojas muy blancas, que ahora sí acaparaba
su atención para darse cuenta que en él, estaban escritas todas las características de su
preparación antes de nacer del vientre de su madre. Ese libro tenía mensajes en algún
idioma que él no conocía pero “sabía leer”. Tenía conocimientos diversos, desde la
gestación de la Tierra y los primeros hombres que pisaron su suelo, hasta el paso de los
años de una humanidad que crecía en número pero no en evolución de conciencia.
La miseria humana demostrada, hacía que esa comprensión adquirida despertara a la
vez un sentimiento de pena y de dolor en Jesús. El llanto se manifestaba moviendo el
pequeño cuerpo… Ahora comprendía la obnubilación de la humanidad y también sabía
que nunca más podría olvidarse de ello.
A partir de ese momento, ya nada dejaría pasar sin darle la importancia que merecía.
El sacerdote, quien aún sostenía su mano, guiaba a su espíritu para regresar al cuerpo
que descansaba laxamente en el sillón, reencontrándose ambos.
Moab decidía que, por ese día, el niño había tenido suficiente información y desgaste
energético, además habría otras oportunidades para seguir en la búsqueda de la “verdad”
cuan profunda era.

Al mismo tiempo que esperaba por su hijo, María, sentada en una piedra, no lejos de su
“casita” reflexionaba sobre cómo sería volver a su hogar, con sus otros hijos, con
Joshua preparándose para aprender a trabajar al lado de sus hermanos… ¡Cuántas cosas
podría aplicar Josseá en su trabajo, de las que le enseñaron los sacerdotes!
Comenzaba a sentir añoranzas de su terruño. Recordaba que Moab le había dicho que
cuando los sentimientos del regreso acuciaban, era la señal que marcaba un tiempo para
volver. Por otra parte, era importante que su hijo, su pequeño, comenzara a tener
contacto con el mundo exterior. Los pensamientos que la embargaban le daban ánimo
para levantarse presta y dirigirse al lugar donde estaba su esposo y trasmitirle estas
inquietudes.
Josseá escuchaba la voz cantarina de su esposa, quien lo llamaba y lo distraía de lo que
estaba haciendo. Mas oír esas palabras anunciando un regreso, había sido un bálsamo
para él que se sentía transportado ya, a su hogar y no tardaba en decirle que él también
tenía deseos de regresar. Se abrazaron muy felices para ir a esperar a Moab y
comunicarle esta decisión.
Venía el anciano con Jesús de la mano manifestando ambos gran alegría, saltando
piedras y entonando canciones. Fueron los esposos al encuentro y luego de algunos
comentarios le expresaron estos deseos fuertes de regreso que sentían. El sacerdote los
escuchaba con atención y, cuando terminaron, les decía que si lo sentían, así debía ser,
además haciendo hincapié en que ante cualquier circunstancia podían volver.
Se percataron de pronto que se ensombrecía el rostro del niño, mas el sacerdote lo
llevaba aparte para conversar con él haciendo una seña a sus padres para que se retiraran
El Camino de la Rosa 40

del lugar. Aprovecharían esta circunstancia para acomodar sus pertenencias y preparar
el viaje de regreso. Mientras lo hacían, su esposo reía, hacía bromas y contentaba a su
esposa diciéndole que su niño ya se acostumbraría.
Ciertamente María pensaba en su hijo, y estaba de acuerdo con su esposo, era tan sólo
un niño y pronto se acostumbraría al nuevo hogar. Caía en la cuenta, además, que debía
darle importancia al esfuerzo hecho por su hombre amado…
¡Cuánto debía haber extrañado a sus propios hijos!
Cuánto valoraba a ese hombre rudo con un corazón tierno, reblandecido por el amor que
tenía hacia su esposa y a todos sus hijos.
Luego de las despedidas y algunas lágrimas, salieron por aquella puerta impresionante
de piedra donde habían ingresado y, de pronto sintieron frío, dándose cuenta que
estuvieron pernoctando en un clima cálido, agradable que los hacía sentir muy bien todo
el tiempo. ¡Allí, pasaban cosas que siempre los sorprendían!
Emprendieron la marcha siendo acompañados por Lothor y otros “tres enanitos del
bosque” como les decía Jesús para llegar hasta un poco más allá de la mitad del camino,
bajando la montaña.
Moab se despedía de Joshua, reteniéndolo en su pecho mientras lo abrazaba
susurrándole en el oído:

“ESTE SENDERO QUE TÚ CONOCES MUY BIEN… RECUERDA QUE SÓLO LO


ENCUENTRAN LOS GRANDES DE CORAZÓN”.

Caminaron todo ese día y ya casi terminando de bajar la montaña, los sacerdotes, en un
recodo del sendero, desaparecieron dejando esa energía que ellos sabían que los
acompañaría el resto del viaje.
Ya a la tardecita llegaban a su hogar. La algarabía de los otros hermanos de Jesús era
muy grande, pasaban al niño de brazo en brazo.
Aún cansados, tuvieron las fuerzas suficientes para contestar las tantas preguntas que les
hicieron los muchachos, con dudas lógicas acerca de sacerdotes en la montaña aún
siendo visitados por uno de ellos.
Josseá, respetado varón de esa comunidad, había hecho camino en su andar formando
familia mucho antes que hiciera mujer a la joven-niña tomándola por esposa. Fruto de
ese matrimonio anterior, había tenido seis hijos de los cuales uno había fallecido
recientemente que era Armelino, el otro no había culminado su desarrollo dentro del
vientre de su madre y había sido la causa de la muerte para ambos.
También había sido padre de otro hijo que no estaba a su lado. Una mujer que se veía a
escondidas con Josseá se quedaba embarazada, al saberlo, decidía junto con sus padres
irse del lugar. Esa familia no apreciaba al hombre por saberlo en compromiso con otra
mujer que luego sería madre de sus hijos. No intentaron nada sólo se fueron. La
juventud de Josseá no le había permitido tener la fuerza necesaria para impedirlo.
Fueron días muy difíciles para él, de gran sufrimiento, luego vino la calma pero no el
olvido. María solía decirle que algún día la vida le regalaría un encuentro con el hijo
perdido en el que podría por fin abrazarlo.
Los hijos de este matrimonio permanecían con él compartiendo la vida de su padre.
Victorio, el mayor de todos, de gran carácter, un poco el puntal que sostenía el hogar,
sobre todo cuando el padre estaba ausente. Buscaba todo lo necesario para que a la
familia no le faltase nada, organizaba a sus hermanos en el trabajo del día. No permitía
haraganería. Muchas veces regañaba con palabras fuertes a Santiago instándolo a
trabajar, lo conocía, era un soñador innato, gustaba del canto y la composición de bellos
temas dejando de lado las tareas que le correspondían. Victorio, un nombre fuerte para
El Camino de la Rosa 41

un varón fuerte, llamado así por su madre. Judío de cepa aunque su nombre no condecía
con su raza. Era el resultado de la fuerza de la costumbre, el diario vivir hacía que ya
casi no hubiera diferencias con aquellos que eran los invasores. La comunidad judía
tomaba muchas veces los nombres que traían los romanos.
Enrico, era quien le seguía a Victorio. Muy callado, un poco hosco dando la sensación
de un muchacho fuerte, su cuerpo musculoso así lo representaba. La realidad mostraba
una situación emparentada con los miedos, producto de sus inseguridades, manifestando
una debilidad que era tapada con la actitud de moverse mucho para trabajar en completo
silencio. Jesús lo había sacado de un estado depresivo muy grande, en el que sólo
deseaba morir. Le costaba mucho relacionarse con los demás y, la vez que pudo hacerlo,
se había enamorado de una muchacha del lugar, muy bonita que sabía manejar muy bien
la seducción para jugar con los corazones de los jóvenes. Enrico no había sido la
excepción, se había entusiasmado tanto que moría de amor por ella. La niña,
acostumbrada a lograr esos amores apasionados, pronto se cansaba y lo dejaba de lado.
Allí había comenzado el proceso de tal depresión.
Santiago era un joven que se mostraba amoroso y muy apegado a su hermanito menor
como así también a María. Para él, ella era su madre. No había conocido prácticamente
a la suya, además la esposa de su padre le había brindado su amor, su comprensión.
No era para menos ¡La dulce María!...
¡Quién no podría quererla! ¡Era tanta su entrega de cariño! ¡Era tan Madre!
Había sido muy notable el cambio de actitud que habían tenido los hijos de Josseá para
con María, desde no darle cabida en la familia, en un principio, cuando el padre la había
tomado por esposa, hasta esos momentos en que ella era el centro de esa familia. Supo
esta mujer con su entereza, su entrega de amor ganarse a esos varones.
A Santiago quizás no le atraía el trabajo de carpintero, pero sabía que debía hacerlo. Su
pasión era entonar melodiosas canciones con una bella voz, que arrastraba letras que
hablaban de amor. Era un compositor nato, tanto de las letras como de la música. A la
luz de la luna, se escuchaban sus cantos que atravesaban la ventana del lugar de
descanso de los esposos, sirviéndoles de gran compañía hasta que el sueño los
embargaba.
Juan un poco menor que Santiago gustaba de hacer cosas manuales, era bastante
robusto, muy parecido a su padre, un corazón blando a la hora de tenderle la mano al
necesitado.
El último nacido de esa familia era Jesús, quien ocupaba de alguna manera el lugar
dejado por Armelino. El varoncito crecía… A diferencia de los demás se destacaba
como una personita muy sociable gustándole hablar constantemente con otros niños y
muchas veces con adultos. Sorprendía a todos con sus palabras, con sus expresiones
particulares, dando ejemplos de vida a todo aquel que lo necesitara. Causaba sensación
y los adultos hacían comentarios sorprendidos del niño, quien manifestaba gran
sabiduría.
Nuevamente la preocupación despertaba en su madre. Ella trataba de hacerle entender
que no debía hablar de ciertos temas, pidiéndole fervientemente que no atrajera la
atención, que no despertara envidia con palabras sabias sobretodo proviniendo de un
niño. No quería repetir momentos dolorosos como los que habían pasado.
Jesús, Joshua era terco, y no cesaba de hablar. Su madre siempre vigilante le reclamaba
y lo llamaba inmediatamente cuando se daba cuenta que los niños que habían venido a
jugar comenzaban a reunirse rodeando al niño, quien les contaba cuentos siempre con la
enseñanza y el ejemplo presente. Lo más preocupante, era que también los padres,
cuando había reunión de adultos se sentían atraídos por las explicaciones de Jesús.
María sabía de qué se trataban las palabras del niño, y sabía lo trascendentes que eran,
El Camino de la Rosa 42

pero mucho más importante para ella, era preservar la integridad física de su pequeño.
No podía permitir que su hijo fluyera como maestro de otros llamando poderosamente
la atención. El miedo la sobrepasaba. Tendría que llamar a Moab, para que hablara con
él y buscara la forma de que el pequeño no arriesgase la vida.
Jesús aprendía el trabajo, igual que sus hermanos lo habían hecho a su edad. Era muy
trabajador pero también muy locuaz.
—¿De dónde sacas tanta fantasía? Deberías atar tu lengua un poco—eran las palabras
de Victorio—Vamos busca maderos chicos y tráelos.
Se lo vigilaba constantemente, tanto sus padres como sus hermanos estaban atentos a él.
En un momento determinado Jesús y su familia, quienes vivían en las afueras del
pueblo, se acercaron hasta un lugar dónde se organizaban “ferias”, muy cerca de un
pequeño templo. Lugar muy concurrido por todos los habitantes del poblado y de otros.
Muchas veces eran visitados por gente de la ciudad de los romanos. Estas ferias se
caracterizaban por exponer una gran variedad de objetos muy trabajados por artesanos
de la zona.
Sin decir nada, atraído por la multitud y las cosas que allí se ofrecían, Joshua seguía
caminando sin percatarse que se estaba alejando del lado de su familia.
María lo buscaba con la vista…
Hasta hacía unos momentos estaba al lado de Enrico y ahora no lo veía. Tampoco en los
alrededores.
Esta situación comenzaba a desesperar a su madre quien, corriendo por las calles entre
los vendedores lo buscaba. Regresaba abatida, desencajada, al borde del llanto. No lo
encontraba.
No le quedaba más que avisar a los varones de la casa de lo que estaba sucediendo.
Salieron todos en su búsqueda, se repartieron en diferentes direcciones. María primero y
Victorio después iban llegando al templo del lugar. observando a la gente que se
arremolinaba en las escaleras.
—¡Allí debe estar! — Manifestaba sus pensamientos en voz alta, a la vez que se dirigía
prestamente al lugar, dándose cuenta que el remolino de gente que se formaba era
común cuando el niño estaba expresando esas palabras que sorprendían a los que lo
escuchaban. Efectivamente allí estaba, rodeado de gran cantidad de personas que,
absortos, ponían en él toda su atención. Algunos sentados, otros parados pero, todos
escuchándolo y sorprendiéndose por la facilidad de palabras nunca escuchadas que tenía
ese niño tan seductor.
Al acercarse, todo ese ambiente se veía como adornado con una tenue Luz dorada que
emanaba del niño Jesús. Los que la veían comentaban a viva a voz, no obstante la
sensación de ella era muy fuerte aún para aquellos que no lograban verla.
Los presentes sabían que esto no era común y que el niño era “especial”,
manifestándose como lo más parecido a un milagro. La voz corría muy rápidamente
llegando a oídos de sacerdotes judíos de ese templario que se acercaron con curiosidad
comenzando a preguntar. No faltaron las respuestas precisas y a cada uno le tocaba en
su propio corazón aquellas palabras que necesitaba.
¡No se podía creer! Jesús contestaba y a la vez, la gente enferma que se acercaba, al
escuchar éstas palabras, se sanaban.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Niño de mi corazón! —Clamaba María tomándose la cabeza, dándose
cuenta la magnitud de lo que estaba sucediendo.
Se metía entre el gentío y, a empujones, se iba abriendo paso hasta llegar a él. Lo
tomaba de la mano tratando de sacarlo, pero muchos de quienes allí estaban se
aglutinaban cada vez más impidiéndolo.
El Camino de la Rosa 43

¡Que esta mujer se lo llevara! …¡Se había enfervorizado esa multitud! ¡Querían más
palabras!... ¡Querían milagros!... ¡Y la mujer..!
Llegaba corriendo Victorio, haciéndose paso entre la gente, para alcanzar a su madre y
rodearla con sus brazos en señal de protección, a la vez que tomaba al niño con su brazo
libre para salir del lugar a los codazos y a grandes zancadas. Corrieron todo lo que les
daban las piernas hasta las afueras del pueblo, subiendo colinas para por fin llegar a su
hogar. María volteaba su cabeza una y otra vez para asegurarse que no los seguían.
Ingresaron a su propiedad rodeando la casa, para dirigirse al fondo de ésta y encontrarse
con un gran árbol que les serviría de apoyo para poder descansar y recuperar el aliento.
María se tomaba la cara, como queriendo detener el llanto que surgía desde lo más
profundo de su corazón. Entre lágrimas y balbuceos la mujer expresaba:
—¿Qué hizo este niño?—paseaba su vista entre Jesús y Victorio como buscando
respuestas—¿Por qué se expuso así?
Entre llanto y llanto regañaba a su pequeño hijo:
—¿Cómo te atreves a exponerte y a exponernos?
—Mi Padre me dio palabras y yo sólo cumplí con su decisión— explicaba Joshua
tratando de contener a su madre con palabras dulces.
—¿Qué padre?—se escuchaba la voz de Josseá, quien en esos instantes llegaba atrás de
ellos. Cansado también por correr hasta su casa
—Mi padre del cielo—contestaba su pequeño hijo mirándolo a los ojos. No se
amedrentaba para nada, demostraba su fuerza interna sabiendo que había hecho lo
correcto.
Se miraron entre sí. El hermano mayor movía la cabeza en señal de desaprobación. No
sabían qué responder. Mandaron a Jesús adentro para lavarse la cara e ir a dormir. Sería
esa su penitencia por no hacer caso.
Llegaba el resto de la familia comentando que los vecinos, más que ellos el pueblo, era
un alboroto.
Muy bien se acordaba Josseá cuando hablaba con su esposa de un hijo “especial”.
Ahora quizás había llegado el tiempo justo para que su hijo fuera a la montaña con
Moab y de esa manera esperar a que se aplacaran los ánimos.
Luego de mucho debatir observando lo que había pasado, siendo lo más preocupante
que esa situación pudiera poner en riesgo la vida del niño, habida cuenta que habían
pasado en la ciudad de los romanos algunas corridas confusas de violencia y no sería
raro que no faltaran corrillos que llegaran hasta la ciudad contando lo acontecido, ese
día de las ferias.
Rápidamente decidieron que, tanto Josseá como Victorio, llevarían nuevamente a Jesús
a la montaña bajo la custodia de los sacerdotes.
Habían pasado cinco años desde la última vez que se había abierto esa puerta de piedra
en la montaña señalando el regreso de la familia. Nuevamente era necesario retornar.
Joshua se despedía de sus hermanos y de su madre costándole un poco la separación
pero en definitiva era lo que más deseaba en lo profundo de su corazón.
María lloraba pero comprendía que este dolor era necesario, dependía la vida de su hijo
y de todos.
En verdad no quería dejar escapar sus pensamientos pero… ¿Qué pasaría si esta
elocuencia de su amado hijo llegara a oídos de los sacerdotes judíos? Ya había habido
desmanes, muertes por otro decir en el pasado como… “anunciar el regreso de un Rey
niño que iba a tomar posesión de trono”.
¡No, no! ¡María no quería arriesgarse!
Emprendieron el camino en un día cálido que invitaba a hacer esa travesía. Jesús estaba
contento, pronto iba a encontrarse con el sacerdote a quien él tanto amaba y respetaba,
El Camino de la Rosa 44

aquel que solía decirle que estaba para ser su guía en esta Tierra… Iba a encontrarse
también con Lothor, el ancianito que manifestaba alegría y todo tomaba con humor. Él
le mostraba que la vida que tenían las plantas y su expansión tenía que ver con las
personas que las rodeaban, ellas respondían en todo su esplendor cuando la alegría se
expresaba en ese lugar.
Su rostro denotaba satisfacción con solo pensar que iba a estar en el lugar que más le
gustaba. Lo ponía tan bien que observaba todo lo que lo rodeada, escuchaba en su oído
las palabras de su Padre, el del cielo, llenándolo de gozo. La felicidad embargaba su
corazón. Ese lugar, la montaña le daba la oportunidad de reencontrarse con todo lo que
él sentía y que era su “verdad”… Y qué maravilloso mundo se viviría si todos pudieran
sentir esa “verdad” en sus corazones.
Josseá recordaba que Moab había dicho que sólo los “grandes de corazón encontrarían
el sendero”. Este recuerdo le traía alguna que otra preocupación como el de no
encontrar el camino, así que se decía a sí mismo que trataría de dejar sus ansiedades
para disfrutar del paisaje, de la caminata pidiéndole a su hijo Victorio que hiciera lo
mismo. De pronto se hallaron cantando, riendo y Justi saltaba de piedra en piedra.
Llevaban un poco de comida para el camino, la verdad, no tenían hambre. Se saciaban
con sólo observar todo lo que les rodeaba. Justi iba señalando lugares, plantas diciendo
que saludaban y daban su energía. Es más, sería él, quien encontraría el sendero que
ascendía rumbo a las alturas de la montaña.
Josseá le creía a su hijo porque conocía muy bien sus dones. Victorio era más reticente
pero aún así, seguía contento a su hermanito divirtiéndose con el humor innato que
tenía. Muy en sus adentros pensaba…
—Lástima que él no pueda expresarse con total libertad en su pueblito de origen
diciendo todo lo que siente. ¡Cuánto bien haría, si tan sólo la gente se quitara esa
cubierta dura del egoísmo y de la envidia!
¿Cómo un niño puede saber más que todos los adultos?
Más que los judíos ultra religiosos, con estructuras muy duras, tan duras que no
permitían la felicidad porque se basaban en el sufrimiento, el dolor y las conveniencias.
Muchas eran las preguntas y pocas las respuestas.
No se daba cuenta Victorio que estaba dando justo en el punto, desterrar egoísmos y
dolores. Era lo que había venido a hacer el niño, pequeño de edad pero grande de
corazón.
Siguieron el camino. Los pensamientos reflexivos de Victorio tuvieron respuesta en una
sonrisa enorme, llena de amor de su hermanito… Se quedaba pensativo por unos
instantes:
—¿Acaso sabe lo que estoy pensando?
Joshua se daba vuelta y nuevamente le regalaba otra sonrisa. Victorio no necesitaba más
para comprender.
Era ya la tardecita, estaba oscureciendo y los varones mayores supusieron que quizás
tendrían que dormir en la intemperie. No sabían cuánto más caminarían antes que la
misma oscuridad se los impidiese. No obstante estaban preparados y tan sólo buscarían
una cueva, en el tiempo que les quedaba, para que les sirviera de techo y así poder
descansar hasta que el amanecer les diera la luz necesaria para hacer camino
nuevamente. Aprovechaban en el camino a cortar ramas para cuando la encontraran,
encender un buen fuego que los abrigaría en esa destemplada noche.
Se acordaba Josseá, y le refería a sus acompañantes, de un lugar que los sacerdotes
solían llamar “las cuevas”…
—De los enanos— agregaba Jesús jocosamente.
El Camino de la Rosa 45

—Eran profundas en la montaña—proseguía explicando el patriarca— Estaba a un día


largo de caminata o casi dos desde las colinas de su hogar, claro según el paso que se
llevara.

<<Las montañas que se refería Josseá eran aquellas llamadas “Montes de Neón”, éstas
tienen su doble o su par o su misma esencia en un país sudamericano de estos tiempos,
son bajas, dos mil metros más o menos de altura. >>

Llegaron por fin a las cuevas, ya casi rayando la noche. Victorio juntaba algunas ramas
más del lugar para hacer una gran fogata siendo especialista en ello. Pudieron entrar en
calor. Comieron con fruición. Lo que más llamaba la atención de Victorio era el fuego
que no mermaba en su lumbre, estaba siempre alto y no necesitaba alimentarse. Luego
de observarlo unos momentos desviaba la vista para mirar inquisidora mente a Joshua a
modo de pregunta…
—“Los seres que corresponden al fuego como elemento de la tierra—contestaba con
voz pausada a la mirada de su hermano mayor—Saben y comprenden que los corazones
que vivifican la vida, merecen ser ayudados por ellos. Su lenguaje es el fuego y es una
prueba más de esto, el mantenerlo alto y sin reposición de leña para comprobar así la
contundente asistencia”
Luego de estas palabras, Joshua agradecía a los elementales del fuego por ese trabajo de
vida hacia ellos. Victorio se acomodaba cada vez más cerca del fueguito reparador,
quedando conforme con la explicación, de todas maneras, lo importante era que estaban
calentitos y bien dispuestos para el dormir.
A la mañana siguiente, después de un sueño reparador, sentían que alguien los tocaba a
modo de despertarlos. Abrieron los ojos y se encontraron con una sonrisa sincera y
grande de Moab, acompañado de un abrazo de corazón. Inmediatamente, varios
sacerdotes o enanitos como los llamaba Jesús, los rodeaban y les ponían en las manos
leche bien calentita, pan y miel. Gran algarabía se manifestaba en el ambiente de las
cuevas, abrazos y palmadas por doquier. Todos juntos siguieron caminando el tramo
que les faltaba hasta llegar a la inmensa piedra que los sacerdotes empujaron, entrando
todos para sentarse en el suelo y conversar de aquello que los preocupaba, acerca de
Jesús, Joshua como también le decía su mamá. Convinieron que el niño se quedaría con
ellos hasta que se olvidara la situación creada en el pueblo.
……………………………………………………………………………………………

Ese pueblo… Contaba con pobladores muy cerrados en sus templos, o sea en ellos
mismos. El otro templo construido en piedra, era pequeño y sencillo teniendo como
costumbre cobrar tributo a los fieles para ser parte de él.
Hablaban de un Dios que los recibiría muy bien en tanto trajeran tributos. La vida de
aquellos seguidores se hacía difícil, ya que eran presionados a pagar por los que
facilitaban esa religión, cuyos sentimientos de egos eran muy marcados.
Otra costumbre discriminatoria, hacía que una familia fuera respetada según la cantidad
de varones que poseía. Por el contrario el nacimiento de muchas niñas los ponía en una
situación de desprecio, cobrándoles mayor tributo, por lo que regalaban las niñas para
que sean esclavas de amos ricos. Un ejemplo claro, era lo que le había pasado a Crissaú,
amiga de Magdalena, y sin ir más lejos, a ella también sólo que la “suerte” hizo que
aparecieran esos pastorcillos y la criaran como una hija. Esta manera de quitarse de
encima las hijas hacía que esos padres fueran un poco más respetados, pero el abandono
cruel que sufrían creaba en ellas sentimientos que las marcaban para toda su vida.
El Camino de la Rosa 46

Cada madre que su hijo estaba por nacer, vivía su embarazo con un profundo miedo,
porque si era mujer, ella misma como madre sería despreciada y tendría que buscar
dónde ubicar esa niña. Generalmente tendría que esperar a que creciera y estuviera en
condiciones de servir, lo que significaba mayores tributos como pago. A veces no
esperaban y apenas nacida a esa criatura le sobrevenía la muerte. Otras, las tenían hasta
los doce o trece años de edad, y eran entregadas a hombres que las ocupaban para su
propio placer, de esa manera podrían tener un lugar como esclava. Si poseían dote, cosa
que enriquecería al varón era considerada como esposa y tenía derecho a tener hijos
legítimos. La situación de las esclavas con respecto a ser tomadas por los hombres de la
casa, no se veía, nadie quería verlo ni aún las esposas. Era común, tan común que nadie
hacía nada.
¡Vaya, qué sociedad! La muerte estaba a la vuelta “de cada esquina”, era tan fácil quitar
la vida… El gentío era juez y bajaba el pulgar como lo hacían los romanos con ellos
también. La vida se transgredía constantemente. Los que se morían dejaban sus cuerpos,
y los llevaban a sus tumbas pero… ¿Y lo que no se veía?…
El espíritu obnubilado, que no tenía dónde regresar, buscaba su cuerpo para poder vivir
y comunicarse. Al no poder hacerlo lo sumía la desesperación y comenzaba una larga
carrera de intenciones, de venganza y odios. Esta escena de ultratumba era lo que
deambulaba por las casas y calles. Seres sufrientes, pegados a los ambientes de la Tierra
en el “Astral” más bajo, siendo más terrible que la muerte misma.
Los sacerdotes judíos que tenían poder, también estaban inmersos en el miedo, porque
el mismo les había creado muchos enemigos haciéndolos vulnerables a las venganzas
para vivir obsesionados cuidando sus espaldas. A la vez que hacían uso del poder del
miedo como una forma de resguardarse.

¡QUÉ DEMENCIA CONJUGADA EN LOS CORAZONES DE LOS HOMBRES!


ESTO Y TANTAS COSAS TENÍA QUE CAMBIAR ESTE NIÑO, HIJO DE MARÍA
Y JOSSEÁ.

La familia de Josseá era muy respetada, tenía en sus haberes sólo varones que a la vista
de los demás parecían hombres endurecidos. Sin embargo habían sido criados en amor
por un padre que la mayor parte de la crianza le había correspondido por haber quedado
viudo con hijos pequeños.
Más adelante, Josseá se había prendado de una mujercita muy bonita que le quitaba el
sueño. Hacía presencia María, tan dulce, tan cuidada por su mamá. Solía verla en el
portal de su casa, y había sido suficiente para decidirse hablar con su madre, pidiendo la
mano de su hija aún no teniendo su amor pero sí su respeto.
En un principio ella no estaba enamorada del gentil caballero.
María tenía dote, era muy jovencita. El varón no ponía atención a lo que poseía la
muchachita de sus sueños, a él solo le importaba ella, y la quería para sí proponiéndole
inmediatamente casamiento.
Ante esta situación de hacer boda con el hombre respetado por todos, de bastante más
edad que los escasos años de María, decidía hacerle confidencias que a simple vista
parecerían descabelladas, más aún, tendría que decirle que el día que ella tuviera un
hijo, sería muy especial, tanto así que lo llamarían el “Salvador de la humanidad”.
Por supuesto obviaría decirle que un ángel se lo había anunciado… ¿Sería mucho decir
para la consideración de un futuro esposo? No obstante quería ser honesta, no llegaría al
matrimonio sin darle la opción de elegir si se quería casar o no, por los dichos.
Josseá no le había dado demasiada importancia a lo de “especial”, en esos momentos lo
tomaba como inmadurez de la joven por llamar la atención. A él solo le interesaba
El Camino de la Rosa 47

casarse y tener esa mujercita que llenaría con su dulzura los espacios vacíos que tenía
como hombre en soledad.
María había conseguido calmar y colmar las expectativas de Josseá.
El amor por la hermosa niña-mujer le rebasaba el corazón. Bien sabía que si ella le
pidiera el mundo él se lo habría dado.

Y ASÍ, CON TODO EL AMOR Y TODAS LAS DELICADEZAS, SE HABÍA


CONSUMADO LA RELACIÓN DE ESTA PAREJA QUE, DE ALGUNA MANERA,
LO HABÍAN ESCRITO ANTES DE NACER, SÓLO ESTABAN OBSEQUIANDO A
LOS CIELOS Y A LA TIERRA UNA PARTECITA DE LA “GRAN OBRA”

¡Cuántas expectativas consumadas! ¡Cuánto brillar por doquier!


Cuando ambos se despertaron en ese día luminoso luego de su boda, prepararon sus
tazones de leche muy caliente para saborearlos de a sorbitos y disfrutar la estancia en el
nuevo hogar para María en esa casita al comenzar las colinas. Josseá agradecía a Dios
por la bendición de tener a la mujer de sus sueños. Sentía muy fuerte la sensación en su
corazón de saber que tenía la compañera que llenaría sus días y noches a partir de ese
momento.
María contemplaba el cielo celeste emocionándose en tal plenitud, posaba su vista en
los árboles sintiendo su cobijo. La belleza de las plantas le daba la bienvenida, a la vez
que en sus oídos se plasmaba una música que ya había escuchado alguna vez, cuando el
ángel blanco le había anunciado que tendría un hijo “especial” y con él la esperanza en
los corazones de los hombres.
Ella se tocaba el vientre y ya percibía que allí estaba su hijo. La naturaleza del lugar se
movía armoniosamente al son de esa música que ella sola podía escuchar.
—¡Gracias Padre! ¡Gracias por darme esta familia!
Habían generado una vida y con ella la parte más importante del Gran Plan Cósmico y
Divino.
Estuvieron Josseá y María largo rato bajo los árboles y en silencio. Un silencio que los
unía más allá de todo.

……………………………………………………………………………………………

En la montaña seguían reunidos departiendo, dando una que otra idea acerca de Jesús.
Luego de la charla sobrevenía en todos una tranquilidad que renovaba los ánimos y
seguramente, también le haría mucho bien a la madre del niño.
Victorio agradecía una vez más a Moab por las atenciones recibidas que usualmente
hacían los sacerdotes desde el corazón con sus visitantes. Luego de pernoctar por dos
días había llegado la hora del regreso. Salieron muy temprano para poder llegar al hogar
antes de que cayeran las sombras de la noche.
Así fue que partieron Josseá y su hijo mayor, dejando a Jesús en muy buenas manos.
¡Qué decir! En la excelencia de los corazones que sólo le entregarían amor manifestado
en lo que recibía Jesús, abrazos cariñosos de contención, libertad y conocimientos. Es
todo lo que necesitaba este niño para poder desarrollarse en su Esencia, lejos de los
miedos, lejos de las prohibiciones. Todo lo que hiciera a partir de ese momento tenía
que ver con un hacer libre, un hacer de gozo.
Ese ambiente sería lo que ayudaría al niño a “despertar” o sea, a recordar lo que traía en
su “Esencia”, que no es más ni menos que la Verdad contenida.
El Camino de la Rosa 48

<<Todos tenemos en nuestra Esencia la “Verdad”, es lo que nos hace iguales y


semejantes a la Creación… Dios… Padre o como quieran llamarle, a esa verdad hay que
despertarla, está en nosotros, la tapamos con nuestras inseguridades, con nuestros
miedos, con nuestros pensamientos. Y para despertar esa verdad tenemos que tener una
disposición de cambios y ello es lo que está ocurriendo en el hoy.
Jesús también tenía que despertar lo que contenía - su Esencia- por que había una tarea
que cumplir, una tarea que daría al mundo encarnado y al mundo espiritual la
oportunidad de salir de todo sufrimiento, con tan solo colocar en los hombres “Su
célula” por dar una forma que se entienda.
La célula de Jesús en algún momento la poseerían todos los hombres y… ¡A ello había
venido!
Las condiciones en las que debía moverse eran las mismas que para cualquier persona.
Era lo que el plano, o frecuencia, o vibración ofrecía. Eran las “reglas del juego”. Lo
único que lo había ayudado a despertar fue la preparación de los sacerdotes que estaba
dentro de su libre albedrío, de la familia de Jesús y de Él mismo. >>
El Camino de la Rosa 49

VIVIR HOY

Vivir hoy, era la premisa de María Magdalena, se lo había enseñado el abuelo:


—¡Querido abuelo de mi corazón! —Se refería a la voz que la acompañaba en esos
momentos difíciles.
—Qué haría yo sin ti abuelito. Tienes razón, por qué desperdiciar tanta belleza a mi
alrededor, tanta frescura del agua y la oportunidad de sentir el sol en mi piel
haciéndome quizás, un poco más morenita.
De pronto aparecía por su mente la imagen de su amiga Crissaú recordando sus
palabras:
—Tu piel es muy linda, tiene ese acento moreno que hace combinación con tus ojos
verdosos.
—Ya María, sueña, sueña— se decía a si misma—Pues, ayuda a que cambies tu energía
y ya verás que... “Dios proveerá”.
Este pensamiento la hacía sentirse mejor dándole la posibilidad de poder observar todo
lo que la rodeaba. Se daba cuenta que el sol estaba cada vez más bajo en el horizonte,
que se tornaba de un color rojizo muy fuerte, tanto que la iluminaba y sus cabellos se
tornaban más rojizos también.
Su cabecita volaba en pensamientos soñadores. ¿Qué habría atrás de ese horizonte?
¿Estaba quizás su amado? Ese quien le daría la seguridad… El calor de un hogar.
Su amiga Crissaú solía volverla a la realidad diciéndole que no se olvidara que ella no
tenía dote y era muy difícil…
—Déjame soñar Crissaú.
Respondiendo a lo que la hacía regresar de sus fantasías o… ¿Sueños en suspensos?
—Mi abuelo me dijo que cuando uno desea algo fervientemente se consigue, y yo
pongo todo mi pensamiento, para que ocurra.
—¿Cómo? —Preguntaba sorprendida Crissaú— ¿Tienes abuelo?
Magdalena sonreía picarescamente
—Sí, pero no puedo explicarte.
—¡Eres rara amiguita mía! —decía la esclava moviendo su cabeza.

Estos pensamientos la trasladaban hacia el lugar donde había quedado su amiga,


haciéndole sentir añoranzas, para dibujarse en su rostro una sonrisa al solo recuerdo de
sus amenas conversaciones.
Cada vez más, las sombras se acercaban cayendo en la cuenta que debía buscar su ropa,
colgada del árbol ya seca, para doblarla y acomodarla, dejándola lista para vestirse en la
mañana. Se había bañado, lavado su cabello disponiéndose a dormir. Puso su Yahvé al
lado, se tapaba con su manta dejando que el sueño llegara… Ya sus ojitos se iban
cerrando.
—¡María, descansa lo mereces!

— María, mujer de espadas, levántate, que es ya el alba. Es hora de partir amada mía.
Su abuelo... Ya la estaba despertando.
Abría sus ojos ensoñados y se estiraba todo lo que le daba el cuerpo. Le encantaba
estirarse para poder saborear la sensación de plenitud, repitiéndolo todas las veces que
podía. Acomodaba su ropa alisándola con la mano. Se vestía despaciosamente y
envolvía con gran cuidado sobretodo las plantas de sus pies tratando que le quedara un
El Camino de la Rosa 50

mullido espacio para poder caminar cómodamente. Nuevamente doblaba su manta y la


colocaba en su bolsa. Sólo le quedaba cubrir su cabellera rojiza con el Yahvé cuidando
que no se vea el color de su pelo para no llamar la atención.
Su cabello en la tonalidad que tenía, era el factor que motivaba desprecio en los demás,
siendo tomado como muestra de uniones no puras dentro de los judíos. Aún así
despertaba envidias en otras mujeres, siendo una cabellera brillante, abundante y rizada,
heredándola de su padre, el artista gitano.
Ciertamente debía comer algo para retomar fuerzas, buscaba en su bolsa y sacaba lo que
le quedaba. Lo racionaría para dos o tres veces más, se alimentaría mientras iniciaba la
caminata. Otra vez iba en busca de la Vida, de su propio destino, por llamarle de alguna
manera.
—Aquí estoy, por estos senderos empolvados— pensaba tristemente. —¡No dejaré que
cambie mi estado de ánimo! — se decía en voz alta para escucharse y así darse fuerza.
La sola vista del río le recordaba que tenía cargar agua en su pequeña bolsa de cuero
aquella muy bien trabajada para tal fin, y se la habían dado sus padres adoptivos. Otra
vez la nostalgia se apoderaba de ella no pudiendo darse ese lujo así que rápidamente
cambiaba su pensamiento por otro más práctico.
Se decía a sí misma que estaba aprendiendo a ser previsora. Había pasado por
momentos de sentir mucha sed y no tener con qué saciarla, pues el apuro de huir, le
había hecho olvidar algo tan esencial. Ahora llevaría agua por si no se presentaba otro
riacho.
Caminaba, con paso cansado pero sin tregua, aún con el calor que apretaba. Necesitaba
llegar algún lado para poder comer y trabajar a cambio de sustento. Ya estaba
preocupada, se estaba acercando el culminar del día y no encontraba todavía refugio
—¿Es que tendría que pasar otra noche sin techo sobre su cabeza? ¿Dormiría
nuevamente bajo un cielo tachonado de estrellas?
Estaba en tales conjeturas cuando a la vuelta del camino se presentaba ante sus ojos una
construcción de piedra que se notaba que estaba habitado por alguien. Salía humo por
atrás, vivenciando que algo estaban cocinando los moradores de ese lugar. No lo
pensaba más y apuraba el paso para acercarse y pedir trabajo, tal vez con suerte, luego
del mismo obtendría comida.
Desde la vivienda de piedra, una señora entrada en años, con ojos desconfiados miraba
quién se acercaba entrecerrándolos cada vez más, como si pudiera de esta manera darle
la facilidad de poder divisar a quien llegaba a sus tierras.
María de Magdala seguía caminando, paso a paso hacia la mujer. Ella también sentía
desconfianza de cómo podía ser recibida haciendo su paso cada vez más lento a medida
que se acercaba. De pronto notaba que la anciana movía su brazo invitándola a
acercarse.
Ya más segura, corría el último tramo para llegar, casi sin aliento y apurada por
explicarle su situación antes que la mujer la echara de sus tierras.
Las palabras se le mezclaban, no haciendo tiempo para tomar aire. Recién cuando
advertía la sonrisa de la mujer, sobrevenía la calma en el corazón agitado saliendo un
profundo suspiro de su pecho al comprobar que, por una extraña razón, esa mujer
comprendía lo que le estaba pasando y la invitaba a entrar a su humilde morada.
María, con ojos acuosos tratando de contener sus lágrimas, refregaba sus ojos
escuchando que la señora le decía:
—Llora niña y descansa. Comerás mi comida y ambas compartiremos esta vivienda que
es grande para mi sola.
No podía creer lo que sus oídos estaban escuchando.
—Tengo leche calentita de esa cabrita, la llamo Míen.
El Camino de la Rosa 51

Proseguía esa voz que, por lo dulce, se parecía a la de su “abuelo”


—Toma este pan que acabo de hornear y sécate esas lágrimas, que yo… No como a
nadie. Tan sólo tengo para ofrecerte, las riquezas que ves. Y esas, están en mi corazón.
—¡Qué palabras las de esta señora!—pensaba inquisidora— No era común en esas
regiones que alguien aceptara a desconocidos. Quizás la anciana sufría de soledad y veía
en ella una buena compañía.
—¡Bienvenido sea! Gracias… Gracias abuelo.
Mientras comía con fruición, la joven le contaba sus sueños, las penurias que había
pasado desde que había abandonado a sus padres adoptivos. La anciana no dejaba de
sonreír mientras la escuchaba dándose cuenta del cansancio que traía su visitante. Así
que le decía:
—No te afanes niña, mañana seguirás tu relato. Por ahora come, sacia tu sed y cuando
quieras, disponte a dormir. Hoy tendrás sobre tu cabeza un techo que te recuperará.
¡Ah! Y quédate todo el tiempo que quieras. La miraba con dulzura a la vez que le
tomaba su mano para decirle:
—Piensa que, de alguna manera, eres ese hijo que perdí, hace ya tanto tiempo.
Ante la carita de asombro de la jovencita, proseguía dando énfasis a sus palabras
—Yo también tengo para contarte y, mucho de las vicisitudes pasadas en mi vida.
Podría asegurarte que recién ahora cuando me colman los años tengo un poco de
tranquilidad. He vivido en poblados grandes y te digo, por experiencia, que es muy
difícil la vida en esos lugares… ¡Ya lo creo que sí!
Estaba tan cansada la niña, que enternecía ver esos ojos que se cerraban y, aún así,
queriendo responder a lo que le decía la anciana. En realidad parecía una anciana, no
eran tantos los años que tenía, simplemente era una mujer muy sufrida, muy golpeada
por la vida. Pero María ya estaba dormida. La mujer la sacudía suavemente para que se
acomodase en los plumones y pudiera descansar cómodamente en ellos.
Mañana sería otro día y podrían ambas compartir sus penas.
El sol despuntaba el alba, entrando sus rayos por las ventanitas tapadas de trapos.
Magdalena despertaba, también la anciana. En verdad ya no quería referirse a ella como
la anciana, no lo sentía así. Le preguntaría su nombre.
La señora también se había despertado, levantándose a prepararle un rico pancito
calentado al rescoldo del fogón, acompañándolo con una mantequilla que ella misma
hacía.
¡Qué rico sabor tenía todo! ¡Se parecía tanto al hogar esperado!
La mujer era… ¡Tan cariñosa! ¡Tan atenta a sus necesidades! No podía creer que esto le
estaba pasando.
Luego de haber comido algo tan sabroso, se disponía a ayudar en lo que se necesitara.
Ambas trabajaron en el campo circundante perteneciente a la propiedad. Era una gran
extensión de terreno con muchos árboles, dibujándose un riacho angosto pero con
abundante agua. Buscaron leña para la noche, sacaron leche de la cabrita batiendo la
misma hasta obtener esa mantequilla que a ellas tanto les gustaba.
Rehién, así se llamaba esa mujer, quien se brindaba tal cual era desde su corazón pues,
la vida le había enseñado, a fuerza de dolor, comprender el de los demás, extendía su
mano mostrándole a la joven semillitas que había guardado. La joven las tomaba
observándolas. Terminó por decidir aprovecharlas para sembrar y poder así obtener sus
propios alimentos.

Ya llegada la nochecita, Rehién encendía el fuego con bastantes maderos. Ambas se


sentaron alrededor del fogón en mullidos plumones. La jovencita se tomaba de sus
El Camino de la Rosa 52

piernas, preparada para escuchar lo prometido por la dueña de casa. Así, iluminados sus
rostros por la lumbre, comenzaron las confidencias.
Hubo una de esas cosillas, contadas por la mujer, que hizo que el corazón de la joven
diera un vuelco con la sensación de que iba a disparársele, justo cuando Rehién decía
que había perdido a su hijo porque tuvo que entregarlo. Agregaba que era muy joven y
no hubiera podido sola con esa crianza, además de tener que soportar las presiones de su
madre y las ideas de toda una sociedad, incluida a las de su futuro esposo, que no era el
padre de ese niño.
Quien la había embarazado, era un alegre saltimbanqui de la calle que, al enterarse, la
había abandonado huyendo cobardemente. En esos momentos la juventud le jugaba una
mala pasada no pudiendo ella contra padres tan rigurosos. No podía con el miedo. El
terror de lo que significaba, si se sabía. Seguramente le costaría la vida, sería apedreada
según la usanza, solía decirle su madre… Y para salvarla, la escondieron y dieron el
fruto de sus entrañas a unos pastorcillos. Por supuesto le habían prohibido ver a su hijo
luego de nacido. Nunca supo si había sido varón o mujer, le negaron hasta ese punto, el
no saber el sexo de su hijo, tampoco ella pudo hacer más.
Se había conformado, mas nunca, había podido olvidar.
Pasado un tiempo, debía hacer boda con el hombre que había hecho un pacto con sus
padres, tan riguroso en sus principios, que no permitía equivocación alguna en una
mujer. Con razonamientos que no tenían que ver con la consideración o la compasión.
Con lágrimas en sus ojos, seguía contando que su vida había sido un infierno. Sólo
quería alejarse del hombre causante de sus desventuras para no verlo nunca más.
Un día, toda temblorosa, y prefiriendo la muerte antes que seguir viviendo de esa
manera, le contaba su pasado, ya no con miedo sino con una seguridad que sólo el
hartazgo le confería. Lo hizo sabiendo las consecuencias, pero también “contaba con
una carta en su manga”, amenazaba con ventilar esta historia a los cuatro vientos si él
pretendía hacerle algún daño. Sabía que él no se iba a arriesgar a que esta historia se
supiera “a los cuatro vientos” como le dijera ella, pues estaba de por medio la
arrogancia del varón.
Pensativo, y rumiando ira, el hombre había quedado asestado con sus propios dichos.
Volteaba hacia la ventana para no verla y decidir qué hacía con ella… Mas no le
quedaban opciones, tendría que dejarla ir, pues esa era la amenaza, la libertad o esa
“ignominia” en boca de todos.
—¡Vete mujer! ¡No quiero saber más de ti! — fueron los gritos y demás improperios.
—Así que la dejaría ir después de todo— pensaba la mujer— Había dado resultado su
imponer… ¡No lo podía creer!
—Inventaría él, quizás. Quién sabe qué historias para justificar su ausencia. Nada
importaba, sólo su libertad.
Rehién recordaba que, la noche anterior, había preparado sus pertenencias para huir de
ese lugar sin decirle nada, pero el razonamiento le indicaba que la buscaría bajo cielo y
tierra para castigarla. Así que había decidido enfrentarlo con esas amenazas. Tampoco
sabía a dónde iría pero, tenía que hacerlo.
Había salido de ese lugar nefasto. Lugar que nunca había considerado como el suyo y se
había alejado en horas de la noche para no ser vista por vecinos, incluso por el que había
sido su esposo.
—Igual que tú, corrí para alejarme lo más rápido posible. La luna apenas marcada me
ayudaba a no perder el sendero. Llevaba muy fuerte en mi mano el bolsito en el cual
tenía unos dinerillos escondidos para comprar alguna posesión

Se tomaba un pequeño tiempo para respirar profundamente y proseguir con el relato.


El Camino de la Rosa 53

—Recuerdo muy bien que tenía todavía que hacer un esfuerzo más, para poder pedirle
una autorización para comprar algún techo para vivir—la voz se le entrecortaba con
solo recordarlo— Él se negaba rotundamente, así que tomando fuerzas de donde no
tenía, otra vez imponiéndome con amenazas… Y te digo, querida jovencita, que algo
extraño pasó, quizás lo atrapó el miedo al ridículo… No sé, pero me cedió un papel y
sólo dijo que no quería verme más.

<<En esa época era muy difícil que le vendieran tierras a una mujer, salvo con la
anuencia del marido.>>

—Y… Bueno. —Decía Rehién respirando profundo. —Acá estoy. Viviendo como
puedo pero con tranquilidad y no lo cambio por nada. Y hoy, llega esta niña para
hacerme un poco de compañía.
Con alegría la miraba dulcemente acariciándole la mejilla.
Magdalena había escuchado con detenimiento todos los detalles relatados para romper,
de pronto, a llorar. No pudiendo detener sus lamentos.
Rehién asustada. No sabía qué le pasaba. Le preguntaba una y otra vez pero no obtenía
respuesta, los sollozos no se lo permitían. Ya más calmada, la muchacha contaba lo
suyo.
Luego de finalizar con el relato de su vida… Se sacaba el Yahvé de la cabeza dejando
caer todo su cabello rojizo, a medias ensortijado.
Y pensar que había estado cuidando por todo ese día, que el mismo no se le corriera,
temiendo que esa señora la despreciara al ver su cabellera rojiza y le dijera que tenía que
irse.
Al ver el despliegue de los cabellos rojos, el corazón de Rehién latía acelerándose y su
cabeza no cabía en sí. Todos los pensamientos se le agolpaban, sacando cuentas del
tiempo transcurrido. Recordando lo que su madre le había dicho de los pastorcillos, el
cabello rojizo y ensortijado… Los ojos verdosos, igual que el padre.
Ahora era ella quien lloraba, y no podía dejar de hacerlo abrazando a su hija. La
separaba, la miraba y volvía a abrazarla. ¿Estaba viviendo un sueño largamente
añorado? ¿Acaso la vida las compensaba por tanto sufrimiento? ¿Este regalo era para
que ambas se perdonen y se amen?

<MAGDALENA… MAGDALENA, SE CUMPLIÓ TU DESEO. SE CUMPLIÓ LO


QUE ESPERABAS. DESCANSA EN EL REGAZO DE TU MADRE. HOY POR
PRIMERA VEZ CERRARÁS TUS OJITOS BAJO UN TECHO, SENCILLO, PERO
TU HOGAR. LE PARECIÓ VER A SU “ABUELO” QUE LE HACÍA GESTITOS DE
ALEGRÍAS>
El Camino de la Rosa 54

JESÚS… JUSTINO CON LOS SACERDOTES.

Comenzaba una nueva etapa para Jesús en la montaña, en ese precioso lugar colmado de
sorpresas por la sintonía vibracional, o energía especial que tenía ese sitio con el
Cosmos. Cuan maravilloso era todo lo que se vivía cotidianamente. El sacerdote amigo
le contaba historias que fascinarían a cualquier niño por lo fantásticas que sonaban. Más
eran reales y hablaban de planetas con vibraciones de amor, en que sus habitantes
podían vivir inmersos en las bellezas que esa energía les otorgaba, no existiendo la
maldad ni las carencias de nada.
Las preguntas en el niño surgían:
¿Por qué en la Tierra no se podía vivir de esa manera?
¿Por qué un niño como el que había tirado la piedra ocasionándole la muerte de su
hermano podía tener sentimientos tan poco felices?
¡Y era un niño!
Moab con paciencia respondía:

<<Este planeta ha descendido en vibración por cuestiones no esperadas en el mismo


universo. La Creación otorga a todos, un derecho propio que es el libre albedrío, la
libertad de manejarse como cada quien desee. En algún punto esto se desvirtuó y
ocasionó un movimiento energético diferente al que se estaba dando con las
consecuencias antes previstas, el descenso vibracional, ocasionando consternación en
toda la “Creación”. Este hecho se ha conocido en todos los tiempos tanto en los viejos
libros que usan algunas religiones como aquellos prohibidos por las mismas, “Los
ángeles caídos”.
A medida que estos seres fueron alejándose de este Centro en el cual emergía una
Sintonización de Energía Amor, se iban olvidando
QUIÉNES ERAN, DE DÓNDE PROVENÍAN Y A DÓNDE TENÍAN QUE
VOLVER.>>
El sacerdote continuaba con su retórica explicando a “un niño” y, para ello, se vestía de
maestro que con palabras didácticas le enseñaba lo que era la Creación.
—El centro de energía más grande existente en el universo todo, llamado Creación…
Dios o el nombre que quisiera llamársele, es como un Gran Sol central en que es
imposible crear una imagen humana. Es un generador constante de energías excelsas
dando vida perfecta.
Se tomaba un pequeño tiempo y ponía énfasis en sus palabras para continuar:
—¡EMANA TANTO AMOR! Sólo para que los hombres que vibren afines a ÉL, vivan
en su libre albedrío en constante felicidad. Es la Energía más brillante que ojo humano
pueda receptar, imanadora de sonidos y colores exquisitos. Es un artesano creando
espíritus con características diferentes, pero todos con una misma Esencia que los hace
libres y poseedores de un gran poder… El Libre Albedrío…
Jesús lo miraba con sus ojitos sorprendidos, y el maestro de tales enseñanzas le tocaba
la cabeza para proseguir:
—Los seres que habían olvidado quiénes eran, quisieron ser creadores pero con un dejo
de “poder”, que no es el poder que da la vibración del Amor, ocasionando que se fueran
alejando poco a poco de este maravilloso Sol central. Ya antes habían creado al planeta
Tierra, pero en forma energética, luego, a medida que iban descendiendo en vibración,
El Camino de la Rosa 55

tanto el planeta como los espíritus que lo habitaban, adquirían cuerpos físicos sutiles. A
más descenso más físico era el cuerpo dejando la sutilidad en el camino, e iban dando
lugar a la formación de los órganos y a sus necesidades.
El descenso vibracional traía aparejado el olvido que invadía todo. Era el “velo” que
todo aquel que naciera en este planeta tendría que sostener, porque eso es lo que había
acontecido, y para revertirlo, los mismos seres humanos con sus cambios tendrían que ir
elevando la vibración perdida, ir transformando o lo que es mejor, haciendo cada vez
más sutil el velo que lo cubría. El mismo que había generado una brecha entre los
humanos de la Tierra para con el resto del universo. El gran trabajo del hombre será
viajar hacia su Esencia para recordar o despertar lo perdido Y….
Allí hizo una larga pausa mirando a los ojos al niño nacido en los corrales
—Tendrás que escuchar muchos de mis relatos y sentirlos en tu corazón, para que tú
mismo hagas a un lado tu velo, y puedas entonces dejar a esta humanidad, y a las
posteriores el camino de regreso a casa, el camino al verdadero hogar.
No era el momento, pero sí llegaría el tiempo en que quedarían plasmadas aquellas
palabras dichas por el niño en su adultez

“YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE LLEGA AL PADRE SI


NO ES POR MÍ”

Cuán grande había sido esa “Verdad” y sería la que rigió y regirá hasta el final de los
tiempos.

Moab era el sacerdote, maestro y guía de Jesús, pero también otros lo acompañaron.
Lothor, en su sencillez, le mostraba el gozo por la Vida y ella, en toda su extensión,
tenía que ser alegría para poder más adelante trasmitírselo al hombre que vivía
sumergido en el dolor.
Los sacerdotes de ese “monasterio” o lugar de reunión, vinieron a acompañarlo en esta
empresa, para devolverle a la humanidad y las subsiguientes el “despertar” y, con ello,
la manifestación de cambios que haría un ascenso vibracional hacia lo que se recordaría
como verdadero hogar.
No era tan sencillo que encarnaran seres de otras vibraciones en esos momentos en que
la densidad cubría todo el planeta. Estos sacerdotes a quienes Jesús cariñosamente
llamaba “enanitos”, pudieron hacerlo pero no de la manera acostumbrada, naciendo de
vientre, sino que tomaban cuerpo en el Cosmos e ingresaban a la Tierra justamente en
ese lugar de la montaña. No obstante, a partir de que fueron puestos allí, esos cuerpos se
regían por las vibraciones terrenales un poco más elevadas del lugar.
Con el correr de los tiempos, los estudiosos de la historia de Jesús se extrañaron al no
encontrar referencias de su vida entre los diez años y su mocedad. Recién con el rótulo
de juventud comenzaba a hacerse visible para comenzar su tarea, la última vez que
había hablado en público había sido precisamente a los diez años en el templo del
poblado.
Más allá de las situaciones de familia, de los miedos pasados, era indispensable
preservar no solamente la vida física de Jesús, sino también la parte energética que
envolvía su cuerpo. Si bien su vibración sutil no dejaba el acercamiento de energías que,
en su obnubilación, agredían aquello que desconocían, podían sin embargo, movilizar
un entorno empeñándose en hacer un saboreo de la energía amorosa del joven queriendo
pernoctar en ella y convertirse en huéspedes.
El Camino de la Rosa 56

Por mucho que se quisiera ayudar, no era el momento ni la forma, pues cada alma
obnubilada debía por sí misma, perfeccionarse para degustar de su propio cambio y no
tomando la energía del otro pues se convertiría en simple vampirismo.
No obstante, no merecían tratos despectivos ni palabras como “oscuras” para referirse a
ellas, tan sólo era bueno dirigirse como almas obnubiladas por no conocer o saber
estaban en ese plano, y que no era otra cosa que el recuerdo perdido por el descenso
vibracional. La montaña hacía de filtro, impidiendo con sus propias vibraciones el
ingreso de cualquier energía que no se moviera en afinidad.
Moab podía darle sus enseñanzas porque Jesús lo veía como un adulto con su cuerpo
físico, podía tocarlo, entregarle su mano, no era como que escuchaba una voz en
soledad. Esto de ver, oír, tocar, marcaba diferencias pues él era un niño que necesitaba
como cualquier otro la contención de un mayor.
El sacerdote le hablaba amorosamente de lo que era “Vibración” y lo hacía mientras lo
llevaba a caminar por las piedras que bordeaban el río:
—Cuando Dios… Creador… en su ambiente, en el Universo, en todo lugar, está
Creando, lo hace con constantes movimientos acompañados de colores y sonidos
envolventes, además de manifestarse en expansión y contracción, como el titilar de una
estrella, como el latido de un corazón pleno, henchido y rebosante de Luz.
Pero lo importante, más que toda esa imagen, es el sentimiento de amor profundo que
acompaña hacia todo lo creado. El plano terrestre es un claro ejemplo que la mano de
Dios está en “todo lo existente” sin descartar absolutamente nada.
No eran meras palabras las del sacerdote… La montaña, como el orbe, era el ejemplo de
ellas.
Cinco sacerdotes, además de Moab y Lothor, acompañaron muy de cerca a Jesús en este
paso por el recuerdo. En este paso de su vida, en que la preparación debía ser para luego
poder caminar, trasmitir dejando en un futuro y en todos la idea de que algo más existía.
Algo tan bello como la comprensión entre los seres humanos, el respeto por la vida y la
no trasgresión de esa misma vida humana que era moneda corriente en esos momentos.
Jesús gustaba de caminar observando lo que lo rodeaba, la belleza del lugar hacía que
algún recuerdo surgiera de conocimientos despertados por él mismo, dándose más
cuando cerraba sus ojitos y se ponía en contacto con lo que él llamaba “Su propio Ser”.
Ese era el momento para dejar fluir. Muchas veces esa disposición hacía que se
desprendiera de su cuerpo para volar y recorrer lo que él llamaba sus sitios preferidos.
También en su comprensión, se daba cuenta que entraba en la ínter dimensionalidad, y
que ello era factible para todos si se lograba equilibrar la “dualidad” con que todos los
seres humanos nacían. Tan sólo era una cuestión de equilibrio de la parte física y de la
parte sutil surgiendo a través del análisis y comprensión de los propios sentimientos y
acciones, para poder cambiar todo aquello que no es acorde con la verdadera vida del
universo.

LOS VERDADEROS CAMBIOS ESTÁN DENTRO DE CADA QUIEN, Y NADIE


PODRÁ HACER LA TAREA DEL OTRO.

El tercer sacerdote llamado Niev…


¡OH!... ¡Sorpresa!
Una dulce anciana hacía presencia significando mucho para Jesús. Era la contención, el
cariño supliendo de alguna manera el amor de una abuela. Le hacía todos los gustos, lo
mimaba con comidas muy gustosas. Era una mujer que hábilmente lo inducía hacia el
contacto y conocimientos que la naturaleza brindaba. Le relataba cuentos en que los
personajes eran las flores, los árboles, o pajarillos encantados.
El Camino de la Rosa 57

<Muchas de esas narraciones todavía hoy se cuentan a los niños, nada más que
tergiversados por el mismo tiempo transcurrido>

Niev lo había llevado muchas veces a orillas del riachuelo para que chapoteara en el
agua, se bañara jugando y a la vez reconociendo las diversas energías que emanaban de
ellas. Se acercaba al sacerdote y con voz queda le susurraba:
—Se llaman “Ondinas” y pertenecen a los elementales del agua.
Con algarabía tomaba la enseñanza para seguir jugando, poniéndoles nombre a cada una
de ellas. La risa del niño inundaba el lugar, la frescura, la pureza hacía que todos
pudieran fluir en esa misma vibración.
Llevaba una vida equilibrada acompañado por seres amorosos, mas no faltaba la
pregunta por su mamá. Como todo niño, la extrañaba, aún no estando ausente para nada,
solía visitarlo junto con Josseá, compartiendo con su hijo, días bellísimos de alegrías, de
juegos, de Amor verdadero. Por supuesto, María hubiera querido tenerlo
constantemente a su lado, pero el recuerdo de lo anunciado por el “Ángel Blanco” que
su hijo era “especial” impedía concretar ese deseo. Cada vez más iba comprendiendo lo
que significaba, dándose cuenta que “ese” era el lugar para él. Estaba muy bien
protegido por los sacerdotes y entendía que así debía ser por el bien de su hijo, por el
cuidado de su propia vida.
Sus hermanos, quizás, no podían comprender mucho esta situación. Lo extrañaban, y
resultaba difícil explicarles. “En fin, el tiempo iría acomodando las cosas” tales eran
palabras de Josseá. María, desde lo más profundo de su corazón de madre, deseaba lo
mismo, pero algo le decía que esto recién empezaba.

MUCHOS SERÍAN LOS SUFRIMIENTOS HUMANOS PERO CUANTIOSAS LAS


GLORIAS EN EL CIELO.
El Camino de la Rosa 58

MAGDALENA Y REHIÉN.

Magdalena había encontrado a su madre, y con ella, el hogar tan ansiado, el calorcillo
placentero de esa casa humilde que entre las dos fueron arreglando con verdadero
entusiasmo, trabajando con ahínco, poniéndola cada vez más linda, más acogedora.
Habían cambiado los trapos que cubrían las ventanas por maderas que podrían abrirse
para dejar entrar el sol, preparándola para los días fríos, ya muy cercanos.
La casita se presentaba con dos habitaciones grandes y una especie de galería que las
rodeaba. Atrás de las mismas, había otra pequeña que servía para guardar alimentos con
una temperatura muy fresca, preparada para ese menester. Debían bajar escalones
estando la mitad de esa estancia hundida en la tierra.
Bastante más atrás, se divisaba un conjunto de habitaciones más pequeñas, quizás,
fueron hechas con la intención de ser habitadas por esclavos o por personas que estarían
al servicio de los dueños. Era común tener gente que sirviera a cambio de techo y
comida, era el caso de los esclavos. El resto eran sirvientes contratados que se le
sumaban a esa manutención, algunas monedas más.
Adquirían un fuerte perfil de poder aquellas familias que tenían personas para servirles,
eran una demostración más de posesión. No obstante los antiguos dueños del lugar no se
destacaron por tener un nivel económico muy alto.
Ciertamente que a estas mujeres no les interesaban esas reglas de sociedad, sólo querían
disfrutar del lugar y ahora ambas tenían un verdadero motivo para poder hacerlo. Se
habían encontrado madre e hija.
Rehién era experta en fabricar canastos cuya materia prima se la obsequiaba la misma
naturaleza, cortaba una especie de juncos que secaba al sol para luego tejerlos. Una vez
terminados se los usaba tanto para guardar alimentos como para prendas y otros
utensilios.
Magdalena estaba acostumbrada a criar animalitos y cuidarlos, no le había sido difícil
ayudar a las ovejas y cabritas a tener crías. En las conversaciones que compartían,
recordaba esto que había aprendido por el diario convivir con los pastorcillos. También
la movía muy fuerte y le describía a su madre, ese hermoso paisaje del patio que había
apreciado mientras trabajaba en la casona de la rica niña despechada, de la cual tuvo que
escapar para no ser castigada. Esa imagen de la naturaleza en plenitud, le había quedado
grabada en su retina y tenía deseos, ahora que podía, plasmar algo parecido en ese lugar.
Su madre la instaba a hacerlo con gran entusiasmo.
Inmediatamente había decidido abocarse a esa tarea comenzando, en primer lugar, por
recorrer las orillas del riachuelo que cruzaba la propiedad, y que no era otra cosa que la
continuación de aquel que la había refrescado e incluso había descansado en sus
márgenes antes de encontrar a quien era su madre. Observaba todos los alrededores con
muchísima atención, el agua clara regalaba su humedad y hacía posible cantidad de
brotes de árboles diseminados que ella sabría trasplantar alrededor de la casa para que
en un futuro se destacara una gran arboleda y se pudiera disfrutar de su sombra. Así
mismo esta se extendería hasta el arroyuelo el cual sería el proveedor del riego
necesario para que crezcan sanos y fuertes.
Días felices vivieron las mujeres donde la belleza de la naturaleza las alimentaba en el
día a día, en el lugar perfecto, en el hogar apreciado y tantas veces deseado por ellas.
Cada una, por su lado, había vivido sin tener nunca un verdadero hogar y ahora el
premio había llegado, la vida las reunía para emprender juntas aquello que no habían
podido compartir.
El Camino de la Rosa 59

A un día de camino, había un pequeño poblado en que se organizaban ferias, las cuales
servían para hacer intercambios de diferentes utensilios… Vendiendo y comprando
según la necesidad. Las manos laboriosas de Rehién hacían los canastos que les servía
para ese intercambio o venta y cubrían con el fruto de ello sus necesidades básicas. No
era fácil para ellas moverse en ese lugar, por el solo hecho de que eran mujeres y no
tenían varón que las acompañase para demostrar que estaban resguardadas de algún
modo.
Las preguntas en el lugar, cada vez que iban a hacer sus compras, eran cada vez más
inquisidoras en cuanto a…
—¿Cómo vivían?... ¿Solas?...
Trataban de obviar las respuestas. Pero no pudieron hacerlo por mucho tiempo más y
había llegado el momento de decir que “el esposo estaba enfermo y se quedaba, pero
pronto se restablecería”. No les gustaba esta explicación, pero no tenían otras opciones
y lo hacían para resguardarse. Las mujeres solas no tenían derecho a tener propiedad y
menos, manejarse por sí mismas. Corrían el riesgo de ser descubiertas y entonces serían
despojadas sirviendo seguramente como esclavas para el hombre que se apresurase en
denunciar la situación.
¡Era mucho y cruento el desprecio por la existencia de mujeres!
Estaban en el pórtico de la propiedad, conversando animadamente acerca de cómo
harían en la próxima salida hacia las ferias, para no causar la desconfianza en esos
hombres que ya habían entrado en sospecha sobre la situación de las mujeres. Dejaron
momentáneamente esa conversación, llamándole la atención un caminante, una especie
de mendigo con andar cansino y sus pies cubiertos de polvo.
Hacía recordar a María a sus días de caminante también.
Estaba llegando el hombre hasta muy cerca de las mujeres. Con precaución, nuevamente
Rehién levantaba su brazo, como había hecho con su hija, para alentarlo a acercarse a
ellas. Esa seña fue respondida de inmediato y, el forastero, muy respetuosamente
poniendo una mano en el corazón y la otra con palmas abiertas hacia las dos mujeres,
les entregaba un saludo que por extraño que les pareciera trataron de responder de la
misma forma. Aún así, había algo que les hacía sentir como un reconocimiento de cosas
vividas con gran alegría.
—Pero… esto de no saber… qué es…— pensaba Magdalena— No, no podía
recordar…
Dejaba de lado la “sensación” ,para correr a traer agua fresca para el cansado peregrino
e inmediatamente, con la solidaridad que las caracterizaba, lo invitaron a compartir su
alimento.
El anciano que parecía pero no era tal, según las mujeres… parecía… ¿O era un
anciano? …Estaban confundidas.
—Es anciano pero sin arrugas—se decía a sí misma Rehién—Sin embargo sus cabellos
son blancos.
Un sin fin de conjeturas hacía mientras lo observaba.
—Es robusto. No parece que sufriera hambre—era lo último que pensó.
Ya el visitante contaba que él venía de las montañas, y tenía que traer algunos
conocimientos que el común de la gente no recordaba. Lo escuchaban tratando de
entender qué es lo que traía. En honor a la verdad tampoco les interesaba demasiado y
no preguntaron más. Sí, iba creciendo la idea de invitarlo a vivir en esta casita humilde
pero con un deseo de albergar a todo aquel que necesitara posar su cabeza bajo un
techo. Así se lo refirieron agregando además que sería el tiempo que él quisiera y, de
esa manera, ellas estarían resguardadas ante los ojos de la muchedumbre del poblado
donde estaban las ferias. Es más, podría resultar ser muy buena compañía. Ciertamente
El Camino de la Rosa 60

aclararon que no tenían dinero para pagarle, pero no iba a faltarle comida y cobijo. El
visitante con una sonrisa y una reverencia al mejor estilo hindú rápidamente aceptaba.
Rehién respiraba profundo. Presta lo invitaba a seguirla hasta las habitaciones de atrás,
dándole todo lo necesario para que pudiera cubrir sus propias necesidades.
La compañía varonil era el rol que ponía en escena al ilustre visitante. Así era el
compromiso acordado desde otro lugar, antes de nacer, aquello que las mujeres no
recordaban, pero… Bien podía no resultar como estaba previsto teniendo en cuenta el
“libre albedrío” de ellas. Podían quizás no haberlo dejado acercarse, y las cosas
hubieran resultado de otra manera.
Esa noche, sobre el fogón de la habitación principal, un gran recipiente de barro del cual
salía un aroma exquisito, invitaba a degustar un guisillo de verduras que compartieron
los tres. Entre charla y charla, manifestaban lo satisfechas que estaban por la
recompensa que habían tenido por el propio trabajo, habían sembrado y ahora obtenían
el fruto, ese que con amor se había realizado.
La lumbre del fogón les iluminaba los rostros creando un ambiente que los animaba a
conversar, parloteando todo el tiempo. Él sólo escuchaba y sonreía, sabía mucho y decía
poco, quizás… Conocía… El rol de la hermosa Magdalena en la vida de Jesús.
Era tarde, y los ojillos de María se cerraban. Apoyaba su cabeza en el antebrazo pero ya
no se sostenía, su madre amorosamente la instaba a descansar.
El “anciano”, decía llamarse Moab, y hacía su presentación en la vida de las dos
mujeres siendo el acompañante que tanto necesitaban. Sus ruegos habían sido
escuchados. El caminante se retiraría a descansar luego de un día de largo camino, pero
había valido la pena, las risas de las “hermosas” mujeres lo compensaban. Así las veía.
Siempre desde lo que contenían esos corazones.
María atizaba el fuego y agregaba leña. Las noches estaban bastantes frescas.
Prepararon los plumones que alivianarían el contacto con el suelo y se cubrirían con las
mantas para disponerse a dormir calentitas. El cansancio ya no permitía más estrategias,
mañana sería otro día y verían cómo harían para emprender ese pequeño viaje hasta el
poblado cercano.
Luego de una noche de sueños profundos y reparadores, Rehién, quien desde muy
temprano se había levantado, comenzaba con las tareas del día. Primero removía las
brasas, reanimando el fuego y presta prepararía un suculento jarro de leche, pan
calentito como la primera comida del día. Miraba para afuera, por la ventanita de la
habitación y, sorprendida, veía al peregrino ya también levantado y sentado hacia el
asomo del sol con una disposición absorta.
—¿Qué lo movería a estar en esa quietud? —pensaba con curiosidad—No se atrevía a
acercarse para no interrumpir esas reflexiones.
Mientras tanto, su atención se desviaba hacia su hija que dormía plácidamente.
Observaba su carita que denotaba una paz inigualable. Se había quedado mirándole por
un largo rato para invadirla poco a poco una emoción que le arrugaba el corazón.
—¡Cómo se reflejaban en el rostro de su niña las facciones del hombre que ella había
amado tanto!
Reflexionaba con los ojos cuajados de lágrimas.
—¿Qué extraña situación había logrado el reencuentro con su hija? ¿Quién manejaría
los hilos de sus vidas?
Y, de pronto, la voz del visitante la sacaba de sus cavilaciones sorprendiéndola pues,
respondía a sus cuestionamientos.
—Tú manejas tus propios hilos Rehién. Tú has realizado tu propio camino antes de
llegar a este mundo. Y está en ti recordar por qué…
El Camino de la Rosa 61

No comprendía cómo podía el hombre saber lo que ella pensaba. Proseguía con sus
sabias palabras
—La Creación te ayuda para que en ti sea el recuerdo.
No quiso preguntar nada más, tan sólo receptaba lo que esas palabras querían decir. ¡Ya,
ya, su hija estaba despertándose!
María se sentaba, refregándose los ojos, estirándose con los brazos hacia arriba,
bostezando una y otra vez, con deseos de seguir durmiendo. Podía hacerlo si quería, ya
que no tenía que cumplir con reglas, era la hija de esa maravillosa mujer. Miraba al
anciano con una sonrisa llenando su corazón con gran alegría, sintiendo que ahora, por
fin, estarían protegidas.
Se reunieron los tres a tomar algo calentito. Los envolvía el aroma del pan recién hecho
llegado desde el fogón.
—¡Cuánto sabor a hogar había en esos momentos! —pensaba la jovencita mirando a su
madre.
¿Qué le pasaba? Parecía estar en otro lugar.
Ciertamente, la mujer estaba ensimismada dándole vueltas por su cabeza las palabras
del amigo recién llegado. Dijo un amigo, lo sentía así, un amigo muy esperado. Tuvo la
intención de preguntar pero Moab ya estaba respondiendo…
—Muy prontito, sola con tus reflexiones comprenderás esas palabras.
Más tarde conversaron animadamente los tres y decidieron que el visitante y María
emprenderían el camino hasta el poblado cercano para comprar o cambiar lo que hiciera
falta en el hogar. Rehién, quien se sentía muy cansada, se quedaría a hacer las tareas de
la casa y a esperarlos ansiosamente.
¡Vaya manera de resolver las cosas!
Los moradores del pueblo verían al esposo enfermo que se había restablecido y, por
supuesto, esta familia tenía un varón como cabeza de hogar con esposa e hija. Era lo que
faltaba para disipar todo tipo de dudas, cayendo por tierra ciertos comentarios mal
emprendidos que ya estaban gestándose en la cabeza de los pobladores, más
precisamente en los hombres del lugar. Por cierto, ya habían planeado investigar más a
fondo a estas mujeres, organizando un viaje a esa propiedad para ver… al tal varón…
Según habían respondido las mujeres al cuestionamiento.
La codicia de quedarse con los bienes de ellas, y el deseo de tomar especialmente a
Magdalena como mujer y esclava, rondaba en los sentimientos de algunos sujetos de ese
poblado que, muy astutamente, los cubrían hablando de la “dignidad varonil”, que
significaba únicamente el poder de ellos como hombres para dirigir absolutamente todo.
¿Era una creencia? ¿O una postura infame para saciar sus propios instintos?
Con la mano en alto, encomendando a su niña al Dios que Moab le había hablado y que
su amada hija le decía “abuelo”, los saludaba despidiéndolos. Pronto desaparecían ante
la vista de la mujer que quedaba un poco preocupada por el recibimiento que les harían
esos pobladores. Se perdieron en el horizonte. Rehién despaciosamente volvía sobre sus
piernas para comenzar las tareas diarias, sobretodo ahora, que necesitaba estar ocupada
y no dar lugar a las propias preocupaciones.
Mientras tanto, los viajeros caminaron casi todo el día y, a la tardecita, vislumbraron
muy cerca al cuestionado poblado. A esta altura era prudente, sugería el anciano, hacer
noche bajo algún árbol antes de llegar al pueblo para poder entrar más tranquilos muy
tempranito por la mañana.
Recorrerían las ferias comprando lo necesario y, entonces, dejarían bien sentado que las
dos mujeres tenían un varón que las protegía.
Mucho más tranquila, María Magdalena caminaba al lado de Moab, eligiendo lo
necesario, pudiendo discutir precios o trueques según la necesidad. Con mucho más
El Camino de la Rosa 62

brío, no como la última vez que tuvieron que agachar la cabeza tratando de pasar
desapercibidas y permitiendo que esos varones les dieran lo que ellos quisieron.
Esta vez no se sentía amedrentada, llevaba la cabeza bien alta, pero eso sí, bien tapada,
no quería que el color de sus cabellos llamara la atención. Hablaban de mezcla de razas
y no faltaría quien antepusiera esto, como pretexto para tapar la envidia que sentían
algunas mujeres y el “deseo” mal escondido de los varones que no podría consumarse.
Habían dado muestra de ello con aquella rara investigación.
Sí… Cabellos rojizos con expresiones naranjas al cubrirla el sol… Aún siendo estigma
de una raza… ¡Qué bien quedaba ese color en Magdalena! ¡Cómo resaltaban sus ojos!
Recorrían desde un lugar a otro, con libertad de observar, tocar… Los ojitos de la joven
se complacían al mirar unas botas o lo más parecido a ellas, realizadas en cuero de
oveja. ¡Le gustaron tanto! Que se quedaba largo rato mirándolas.
Apreciando el deseo de la joven, que se manifestaba como si fuera un juguete
largamente esperado, el visitante se apresuraba a decir que podía llevarlas, es más, el
dinerillo que traían era suficiente y alcanzaba perfectamente, no tendrían que dejar de
comprar nada necesario. Por otra parte, y por primera vez, Rehién había hecho quesos
muy sabrosos que fueron muy bien recibidos por los feriantes. La joven respondía
abrazando por el cuello al anciano, agradecida y feliz.
Mientras caminaban entre los puestos, conocieron una familia del lugar que también
estaba en las mismas actividades. Un consejo, una que otra palabra y había despertado
una amistad, tanto es así que los invitaron a hacer noche en su hogar. Habían planeado
terminar con las compras alrededor del mediodía y emprender rápidamente el viaje de
regreso, aún así, no llegarían antes de la noche, igual tendrían que buscar algún lugar
para pernoctar. Esta invitación le daba la oportunidad a Moab de buscar y comprar un
burro a modo de regalo para sus queridas amigas.
Rápidamente aceptaban la oferta de quedarse el resto del día en la casa de estos amigos.
Preguntando a unos y otros, el anciano recababa datos de algún animalillo que se
ofreciera a la venta, mientras la joven se quedaba con las mujeres de esa familia
departiendo alegremente.
María no cabía en sí de lo contenta que estaba. ¡Tendrían un animal de carga!
Sólo las familias pudientes, por decir de alguna manera, podían tenerlos. Este regalo
significaría mucho para ellas y este hombre maravilloso había sido el promotor de este
sueño que les permitiría traer y llevar más cosas. Ya no harían ese largo viaje
cargándolos en sus propias espaldas.
Esta familia los había recibido con mucha cordialidad, les habían dado la comodidad de
refrescarse, y compartir con ellos comida y abrigo, tan necesarios para la noche que ya
estaba a las puertas. Se ubicaron alrededor del fuego comieron, hablaron de sus
intereses. El visitante seguía la corriente de esa conversación pero trataba de darle un
tinte distinto, les hablaba del comportamiento que tenían que tener las personas como
fuente emanadora de vida, como seres humanos que debían apreciar la verdad como
herramienta de libertad.
—Hablaba muy bonito este hombre, viajero de caminos y caminos— eran los
pensamientos que surcaban—Y esa hija, hermosa niña que lo acompañaba, cuánto
dulzor proyectaba su mirada.
Ya entrada la noche, luego de amenas charlas se dispusieron a dormir, agradeciendo la
atención dispensada. Los nuevos amigos les decían que no dejaran de visitarlos la
próxima vez. Así lo prometieron.
Al otro día, muy pero muy tempranito, sin despertar a los dueños de esa morada,
saldrían al camino para regresar al hogar con las buenas nuevas de todo lo que habían
comprado. La grata sorpresa del animalito y con la tranquilidad que ya nadie molestaría
El Camino de la Rosa 63

a las mujeres, habiendo dejado bien sentado que detrás de ellas había varones que las
protegían.
Apenas se vislumbraba la luz del sol, salieron al camino comentando lo vivido. Una
ráfaga fresca daba en los rostros de los caminantes. La joven se abrigaba un poco más
pero de ninguna manera era causa para dejar de parlotear. El anciano la escuchaba con
suma paciencia, no dejando de sonreír con aquello que lo caracterizaba, diría el
“abuelo” la sonrisa de la sabiduría.
Así se expresaba cuando los conocimientos se entregaban en amor.
Llegaron, luego de una caminata algo cansadora, pero fructífera en conversaciones
donde el “respeto” se llevaba todos los laureles, la no “transgresión a la vida” como
morada en los corazones. Ya era entrada la noche.
La madre, sumamente preocupada por su hija y el anciano, los esperaba desde el día
anterior no sabiendo qué pensar y lo que más le acicateaba el corazón era el temor de
perder a su hija nuevamente. El solo hecho de pensarlo, su día se hacía insoportable…
Recién cuando los veía entrar por el dintel de la puerta su corazón se tranquilizaba y se
llenaba de regocijo al encontrarse nuevamente con sus seres queridos.
¿Sería prematuro decir “sus seres queridos”?
Esta buena mujer sentía profundamente en su corazón a Moab como un ser querido. Lo
sentía como un viejo conocido y que, de alguna manera, lo habían enviado para
protegerlas y cuidarlas.
—¡Qué bueno es Dios! — Manifestaba en su corazón — Gracias “Abuelo” de María.
Entraron a la casa en que los esperaban con el fuego alto y alimentos calentitos. Se
sentaron para comentar, con lujo de detalles, las injerencias del viaje, asombrándose
Rehién de los sentimientos de aquellos pobladores que, según Moab, se desilusionaron
bastante cuando vieron que había varón en la casa de las mujeres. Ya casi al finalizar la
tertulia, Magdalena, haciendo un mohín de entendimiento a Moab, le indicaba que era
hora de la sorpresa y ambos tomando la mano de la mujer la llevaron hacia afuera para
que vea al nuevo habitante de esa propiedad, el burrito, que tan bien llevaba lo que
habían comprado. Pero eso sí, aclaraba la dulce Magdalena, no lo quería para montarlo,
sólo para cargar las cosas adquiridas.
Se había cumplido el objetivo de la sorpresa. La mamá de la joven no podía creer lo que
veían sus ojos, se le llenaron de lágrimas y quiso besar la mano de Moab quien, con un
movimiento rápido, no lo permitía pero en cambio, rodeaba con sus brazos a las dos
mujeres. Los tres, sumamente emocionados, se quedaron observándolo. Pasado ese
momento llevaron el burrito a un corral donde estaban los otros animalitos. Nuevamente
ingresaron a la casa y se pusieron a desarmar bolsas mostrando todo lo que habían
traído. María mostró sus botas y un manto para Rehién. Cosa curiosa… ¿Cómo había
alcanzado para traer tantas cosas? ¿Quizás Moab había puesto sus dinerillos?

EL ALCANCE PERFECTO QUE TIENE LA VIDA DE LAS PERSONAS ES


ABRIRSE AL PASO DE LOS AÑOS, QUE LA VIDA NO SEA PARA REPETIR
VIEJOS ERRORES. DARSE CUENTA QUE, QUIZÁS CON MUY POCO, SE
PUEDEN DAR PEQUEÑAS ALEGRÍAS, AÚN CON COSILLAS MATERIALES.
MOAB LO SABÍA, Y QUISO ENGALANAR ESA JORNADA CON ESTA
PEQUEÑA ALEGRÍA PARA OFRECÉRSELAS A DOS MUJERES QUE
MERECÍAN SER CONSIDERADAS, TAN SOLO POR SER LA CREACIÓN
MISMA… Y POR CONTENER UNA ENERGÍA MUY DESARROLLADA EN
ELLAS, QUE LES PERMITÍA SER MADRES JUGANDO UN ROL
IMPORTANTÍSIMO A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS.
El Camino de la Rosa 64

MARÍA Y JOSSEA EN LA MONTAÑA

María, madre de Jashua, se disponía a hacer una visita a su hijo amado. Con bastante
antelación, preparaba en su cocina exquisiteces que sabía que a su niño le gustaban.
Todo ese movimiento era acompañado por canciones bajitas. La alegría del reencuentro
la superaba emanando de ella una gran felicidad que a su esposo no le pasaba
desapercibida. Mujer amorosa innata, esposa comprensiva y poseedora de una sabiduría
tal que se manifestaba en los momentos necesarios para ayudar a su familia, y aún a sus
propios vecinos, por lo que era sumamente querida y respetada. Mujer amorosa, pero
también fuerte. Sabía poner límites cuando era necesario sin estar en el medio la ofensa
o la discapacidad del mal trato y, por sobre todas las cosas, que la persona que era
limitada no se sintiera mal.
Tal como estaba previsto, emprendieron el viaje hacia la montaña. A mitad de camino
tuvieron la agradable sorpresa de encontrarse con el anciano que siempre estaba cuando
había algún punto de reunión. Moab los esperaba para acompañarlos lo que quedaba del
trayecto. El encuentro se había dado con gran alegría cundiendo en todo el ambiente, tan
es así que los abrazos pasaron de uno a otro. La ansiedad de María hacía que no cesara
de preguntar por su hijo. De pronto como todo niño que quiere dar una sorpresa salía de
su escondite detrás de una piedra.
Joshua estaba ante su madre y por supuesto lo había logrado.
¡Había sido una gran sorpresa!
La emoción acudía a María, abrazaba a su hijo fuertemente. Mientras las lágrimas
corrían por su rostro, no dejaba de besar la carita y los cabellos del niño tan amado.
¡Cuánta plenitud, en ese abrazo de madre e hijo!
El regocijo del reencuentro desbordaba sus sentimientos.
Había una realidad que decía que era hora de seguir caminando para poder llegar antes
que anocheciera. De la mano, ambos fueron paso tras paso, subiendo, sorteando piedras.
Por momentos, la senda se angostaba y debían ir uno tras del otro, ensanchándose más
adelante y en algunas partes se ofrecía subir con esfuerzos. En fin, pero nada impedía
que se realizara en total regocijo, pues iban a compartir unos días juntos.
Llegaron a la zona de ingreso y la piedra era lo único que separaba este mundo del otro.
Nuevamente Moab, con tan solo apoyar su mano, al contacto de su vibración con otra
afín, producía un efecto de Luz alrededor de la misma que se abría para dar paso a los
cansados peregrinos. Nada preguntaban, sabían que esas manifestaciones no eran de
este lugar ni de este tiempo.
Era grande la puerta que se abría o por lo menos era la sensación que tenían a flor de
piel. El entrar era como una iniciación de algo vibratoriamente más elevado, que
afectaba los oídos con un inmenso zumbido, por unos momentos, el estremecimiento
convulsionaba todo el cuerpo.
—Esa era la primera etapa—les explicaba el anciano—Poco a poco irían
acostumbrándose o lo que es mejor adquiriendo la vibración necesaria para lograr un
equilibrio.
De todas maneras, lo que seguía era fantástico y compensaba largamente a la primera
sensación, sintiendo que eran amados por sobre todas las cosas y ellos mismos amaban
incondicionalmente. La emoción los envolvía, los hacía sentir plenos, los hacía “Ser
Presencia”.
Luego de semejante manifestación, los ojos se premiaban con el paisaje. Plantas
exuberantes, aguas cristalinas que engolosinaban los oídos con sus sonidos maravillosos
El Camino de la Rosa 65

en su fluir, saltando de piedra en piedra y, en ese salpicar, los elementales del agua se
presentaban constantemente como obreros que hacían a la perfección su trabajo. Hasta
la tonalidad del cielo era especial, tenía un color celeste- turquí, muy intenso. Por ratos
ese mismo cielo cambiaba a tonalidades rosas, dorado-rubí, dorado-esmeralda, según el
momento del día. Allá a lo lejos, despertaba la curiosidad un puente que atravesaba las
aguas, maravilloso paso hacia… ¿Dónde? …No se veía forma alguna, siendo una
especie de bruma brilloso que, por momentos, asemejaba un templo… ¡Transparente!
...Así parecía.
Todas las veces que estuvieron allí comenzaba un retumbar acelerado de los corazones,
como si estos quisieran escaparse de su lugar, hasta que poco a poco iban calmándose
para entrar en una disposición de contemplación, embargándolos la armonía y la paz tan
necesaria en la vida de todo ser humano.
Pero vayamos hacia la vivienda de troncos, lugar de descanso que recibía a los viajeros.
Sabían que cada rinconcito del mismo tenía algo de ellos, algo como un recuerdo, y que
les pertenecía, estaba como esperándolos.
El fuego, siempre alto, era presentación y acompañamiento para todo momento. Las
lengüetas de colores brillantes se desplazaban hacia fuera del fogón para contraerse
inmediatamente, logrando una temperatura ideal que permitía desplazarse sin demasiada
ropa. Los elementales del fuego obraban así, para entregar al humano su luz y calor.
El niño llevaba a su madre arrastrándola de un sitio a otro, para mostrarle las tantas
maravillas que acontecían. Le pedía con tanta insistencia que lo acompañara hasta un
sitio cercano, antes de cruzar el puente, que María no podía negarse. Sus pasos se
dirigieron hacia allí mientras observaba la carita de su hijo fascinado con todo lo que se
brindaba. La llevaba a conocer la biblioteca, le decía que era el primer peldaño para
abrir corazones.
Ingresaron a esa gran habitación, muy iluminada, en la que se observaba extensos
anaqueles con una gran variedad de libros. Se destacaba el que hablaba de la Creación,
de los primeros tiempos de la Tierra.
¡Cosa curiosa la manera de leerlos!
Con tan sólo pasar la mano por su tapa, podía saberse el contenido del mismo. Largas
horas pasaba Jesús en ese lugar. Era hermoso observar a su hijo con su inocencia, su
alegría, lo bien que estaba. Sumamente agradecida a los sacerdotes por este bienestar de
Joshua quien, aunque no estaba permanentemente con ella, tenía la tranquilidad de que
su hijo era cuidado y protegido.
Le llegaba a su memoria el recuerdo del ángel cuando le decía aquellas palabras acerca
del niño… “especial”…que venía a redimir al mundo.
Se preguntaba... ¿Qué haría su hijo?
Los instantes especiales que se vivían a diario cuando estaba la presencia del niño, hacía
que se diera cuenta que las cosas anunciadas se estaban cumpliendo por lo que tomaba
la decisión de dejar a su pequeño en ese lugar. Se decía a sí misma que allí estaría
disfrutando de la compañía de los sacerdotes, de sus enseñanzas y de su amor…
—Si, no había pensado en ello, pero sí, había una energía muy especial.
Recién caía en la cuenta que esa energía era la que llamaban “Amor”.
—¡Qué diferencia!
Razonaba María comparándolas con las otras energías que circundaban allá abajo,
incluso hasta alrededor de su propia casa, ahora notaba el contraste. Se acercaba Moab y
era la oportunidad de preguntarle acerca de la sensación que tenía en esos momentos.

<<“Esas energías que están acompañando a la humanidad—aclaraba el sacerdote—no


son ni más ni menos, que aquellos que han dejado su cuerpo por medio de la muerte, y
El Camino de la Rosa 66

están apegados al plano de la Tierra porque no encuentran el camino de regreso por su


propia obnubilación. Sus propios deseos están puestos en la Tierra, en sus seres
queridos, o lo que es peor, en sus cosas materiales, sus deseos de venganza y un sin fin
de cosas más. La intención más fuerte es la de poseer nuevamente cuerpo físico y no
pueden, entonces hacen lo imposible para lograr tomar cuerpos ajenos de aquellos que
vibran igual que ellos.
Esto —proseguía el anciano— es lo que tú ves a diario cuando se dice que una persona
está endemoniada. Son dos espíritus pujando por un mismo cuerpo. Qué he de decirte
de todos aquellos que están por tiempos y tiempos en ese nivel tratando de comunicarse
desde ese lugar. Muchas veces, enloquecen de tal forma al otro espíritu que está
encarnado, que también éste deja el cuerpo… Y ya son dos los que comienzan la
búsqueda de otro que sea afín a ellos para comenzar nuevamente ese discurrir.
La premisa para todo aquel que muere, es pasar rápidamente este “nivel de apegos” y
llegar a un punto de reflexión, por ende de purificación, dónde el hombre recuerda quién
es, para qué vivió en la Tierra. Sus guías y acompañantes lo ayudan a reflexionar sobre
sus actitudes y a sentir diferente. Así, de esta manera, antes de volver a tomar cuerpo
saborean de la Energía Universal, aquella que mueve a toda la Creación, para entonces
sí esté preparado y pueda recordar ya encarnado, aunque sea por momentos, a esa
energía que la sentirá como atisbos de amor en sus seres queridos y, si puede, un poco
más allá”>>

Se quedaba en silencio el anciano, luego de esta brillante enseñanza que movía a la


compasión en las más íntimas fibras de María.

¡MARÍA, MADRE DEL NIÑO DE LOS CORRALES, COMPRENDISTE LO


SUFICIENTE PARA DEJAR QUE TU HIJO CUMPLA CON SU COMPROMISO,
MÁS ALLÁ DE TUS MIEDOS Y LOS DE ÉL!

En realidad, lo más preocupante para las Jerarquías Espirituales era la acumulación de


almas que no sabían o no podían regresar e influenciaban drásticamente en las vidas de
los seres humanos que tenían vida física y que la destruían constantemente, sumando
almas obnubiladas.
¡Había que redimir, algo había que hacer!
Y ese Hacer estaba puesto a modo de esperanza en Joshua, el Justi, Jesús que traía un
bagaje de conocimientos y sobre todo su *“Célula Viviente” que sería colocada en la
humanidad física y en la humanidad espiritual, para dar así la oportunidad de correr el
velo que destruye, que no deja saber…

QUIENES SOMOS. DE DÓNDE VENIMOS Y A DONDE DEBEMOS REGRESAR.

Jesús en esta etapa debía estar muy cuidado, muy protegido de estas energías o espíritus
obnubilados que tendían a maltratarlo físicamente a través de su entorno, humanamente
era pequeño, era tan solo un niño. Ya se había tenido la experiencia de la piedra que iba
dirigida hacia él y mató a su hermano Armelino. Estas y otras situaciones hacían que
fuera resguardado en ese lugar por los sacerdotes. Allí nada podía perturbarlo, las
vibraciones no eran afines y por lo tanto no podían llegar a él.
La Creación, Dios, o como quiera llamársele ponía su Esencia en todos, pero para
encontrarse con ella yendo a su propio interior, el hombre necesitaba ser ayudado a
*
Célula viviente: Una célula de Jesús en expansión para ayudar a los humanos de la Tierra con las suyas.
El Camino de la Rosa 67

través de la “Célula Viviente”*…o Cristal, Cristo. Y esta era la Tarea a la cual estaban
abocados los sacerdotes en este plano, para hacer que Jesús recordara lo que él contenía
como “Célula Viviente” y lo que debía hacer para plasmar la misma en la humanidad de
ese momento y las humanidades subsiguientes, tanto físicas como espirituales.
Los Guías y Jerarquías espirituales trabajaban en pos de este Gran Plan, pero estaban
circundados a esa montaña, fuera de ella no podían moverse porque la vibración
dispensada en el resto de la Tierra no acompañaba.
¿Puede realmente la conciencia del hombre, llegar a darse cuenta de lo que eran capaces
los seres encarnados sin guías que los acompañasen?
Se puede decir que la Tierra pasaba por un tránsito caótico y debía reencontrarse con su
verdadera vibración si no quería sucumbir, además debía dejar el espacio suficiente para
que seres de otros planos pudieran ingresar y entregar esa ayuda tan necesaria.
En la actualidad, los guías y seres acompañantes, ingresan y salen del plano terrestre,
con muchísima comodidad siendo ayudas importantes para que el hombre de la Tierra
despierte y tenga todas las posibilidades para reencontrarse consigo mismo, implicando
llevarlo hacia un camino de paz y armonía.
¡Entonces sí! El encuentro con todo aquello que los sentidos tridimensionales no
otorgan, pero están en una vibración tan sólo un poco más elevada y es una parte de la
vida humana.
¡Qué grande fue el caminar de Jesús!
Su venida pudo hacer que en este tiempo estén las condiciones dadas para el despertar
de tantos y tantos.
Luego de conversar con el viejo sacerdote, en ese día de compañías, de cantos, de
caminatas, el niño le presentaba a su madre una anciana que le daba conocimientos
maravillosos acerca de la naturaleza.
—Es increíble la manifestación de la misma naturaleza—le decía el muchachito que
todo lo inspiraba para vivir con entusiasmo — Los seres que la acompañan son como
hadas, vestidas según el color de las plantas, muchas veces transparentes.
¡No podía dejar de traslucir la euforia que sentía!
Por ese día, habían tenido bastante. Dejaría para otro el recorrido de bellísimos lugares.
Notaba que el cansancio estaba haciendo mella en su madre.
Pasaron varios días compartiendo experiencias, juegos, mimos, pero se acercaba la hora
de partir, de regresar para cuidar el otro hogar. Estaban todos muy felices como para
teñirlos con sentimientos de tristeza. Esa despedida no sería por mucho tiempo, habían
conversado con los sacerdotes de llevar a su hijo con ellos intentando un período de
residencia para ver cómo marchaban las cosas.
Nuevamente los “enanitos” acompañaron a la bella dama a bajar hasta casi la mitad de
la montaña, repitiéndose las despedidas afectuosas para seguir luego solos Josseá y
María. Abrazados riendo, recordando las cosas de su hijo. Se les hizo muy corto el viaje
de regreso.
El Camino de la Rosa 68

MUJERES SOLAS

Ya ubicadas y más tranquilas en el marco de esa sociedad, con el compromiso de


protegerlas, las dos mujeres dejaron que Moab regresara a la montaña con la promesa de
que las visitaría con frecuencia estando presente cuando necesitasen alimentos y
debieran viajar en búsqueda de ellos.
Un regalo muy doméstico que había dejado era la de obtener miel, manjar que gustaba
muchísimo a la joven. Para que no se privaran de él, antes de irse el sacerdote le había
enseñado la forma de atraer las abejas plantando flores. Además había traído desde la
montaña una especie de caja grande con una “abeja reina” en su interior donde, al
llamado de la misma, llegaban cientos de abejas, que traían el zumo de esas flores e iban
formando panales.
A Magdalena le fascinaba la miel y le gustaba la forma como se conseguía. Ella sería la
encargada de ese trabajo. Moab le recomendaba que, por sobre todas las cosas, no
sintiera miedo a la hora de sacar los panales, pues los insectos lo presentían y atacaban.
Debía, como primera medida, pedirles con su mente permiso teniendo una actitud de
acompañamiento con ellas, las abejas responderían de esa misma forma. No obstante
ella, para su seguridad se cubría con una vieja túnica en la que había ajustado todos los
lugares por dónde posiblemente pudieran ingresar a su cuerpo, y recién de esa forma,
trataría de aplicar la manera aprendida…
¡Y había dado resultado! Pudo sacar los panales sin dificultad sintiendo que fueron las
abejas que se lo habían entregado con total paz y armonía.
¡Qué fácil se estaba haciendo el diario vivir para estas mujeres amorosas!
¡Cuánta dicha que les regalaba el cielo!
Las palabras sabias del sacerdote decían que ellas eran generadoras de esa energía que
atraía sólo lo afín. La manifestación de amor que se profesaban hacía que esa energía
tan linda se exteriorizara solo en cosas buenas por la misma Ley de Atracción. Las
mujeres intuitivamente se daban cuenta, sintiendo que mucho habían pasado en dolores
y sufrimientos para perder esto que habían logrado. El aprendizaje interno, les daba la
oportunidad de sacar de sus corazones el menor resquemor que surgiera dirigiendo sus
pensamientos a otro lugar, caminando u observando lo maravilloso que las rodeaba.
¿Y saben qué? ¡Funcionaba!
Magdalena, con tantas buenas nuevas, no había puesto atención en escuchar en sus
oídos la vocecita con quien ella solía conversar… Hacía mucho que no hablaba con su
“abuelo”… La verdad es que lo extrañaba. De pronto sentía la necesidad de saber de
aquel niño que él le había contado, de ese niño nacido en los corrales. Caminaba por la
orilla del río con sus pies descalzos poniéndolos, de a ratos, en la frescura de las aguas,
sintiendo como un cosquilleo en sus dedos al paso del agua por entre ellos, disfrutando
de la caricia. Decidía sentarse en una piedra, poniendo todo su corazón y su
pensamiento en su querido “abuelo”…para sentir de pronto esa voz amada, allí caía en
la cuenta de cómo había sentido su ausencia.
—María niña de espadas, estoy siempre contigo, sólo que tú estás ocupada cumpliendo
esta parte, la de unir corazones humanos como los de tu madre y el tuyo.
Muy sentidas las primeras palabras del abuelo… Continuando…
—¡Qué bella se te ve niña mía! La alegría cambió tu rostro y, sobre todo, el latido de tu
corazón. Está más armónico. Ese latido tendría que tener la humanidad para poder hacer
verdaderos cambios.
La voz se volvía más dulce, más cómplice.
—Tú me preguntaste por el niño.
El Camino de la Rosa 69

—Sólo lo pensé abuelo— respondía la joven.


—Bueno hijita. Te puedo decir que el niño está en la montaña compartiendo con los
sacerdotes enseñanzas, está saboreando de lo que es la verdadera vida. Ya sé me vas a
decir que tuvieron visita de alguien que venía de la montaña, del bueno de Moab. Él
también está en estos momentos allí. No se preocupen que bajará hacia ustedes cuando
sea necesario.
Con la paz del trabajo, con la intención de hermosear el lugar que las acogía,
transcurrían los días intercalados con el descanso y largas conversaciones entre
Magdalena y su mamá. Les gustaba llegar hasta donde el río hacía una curva y allí
sentarse en piedras grandes, muy lisas que permitían acostarse y poner la cara al sol. Así
ambas, departían sus cosillas. Rehién solía contar a su hija el amor vivido con el que fue
su padre, a lo que las llevaba a preguntarse:
—¿Dónde estaría? Quizás debía preguntarle a su abuelo—pensaba la joven—aunque él
no siempre le contestaba… ¡Eso del libre albedrío!…
De todas maneras, la charla había resultado muy fructífera, despejando de sus
pensamientos la idea del hombre malo y cobarde para cambiarlo por otra más
compasiva. Quizás había sido un hombre sufriente por el amor perdido, donde el miedo
a la muerte había sido más fuerte, sabiendo seguro qué era lo que le esperaba si se
quedaba.
Ese hombre, también pelirrojo, no era más que un joven que se ganaba la vida con algo
que en esa sociedad no se veía bien. Un teatrero… Un saltimbanquis, nadie esperaba
nada de él. Para esa sociedad un poco más y no existía. Sólo el momento de
esparcimiento que brindaba por unas monedas y, muchas veces, debía salir de los
poblados raudamente por el enojo que algunos habitantes manifestaban.
—¡Qué vericuetos tenía la vida!
Reflexionaba la joven dejando los pensamientos dirigidos a su padre para enfocarlos en
su madre
— Encontrarse con ella; poder dormir acurrucada en su regazo como soñaba de niña;
sentir su mano sobre su cabeza acariciando sus cabellos, no haciendo falta las palabras
para sentirse apreciada, reconocida. La había escuchado decir “mi hija” cuando se
refería a ella en las conversaciones con el sacerdote… ¡Mi hija! …Esas palabras
mágicas hacían que se le arrugara el corazón.
Hablando del sacerdote, y cambiando el enfoque de los pensamientos. Ya faltaba poco
para que se presentara en su hogar.
—¡Cuántas cosas tenía para preguntarle! Sobre todo aquello que le había contado su
“abuelo” acerca del niño.
¿Cómo sería ese niño? ¿Qué hacía en ese lugar?
Tantas preguntas surgían y no tenía las respuestas. Quizás el anciano pudiera disiparlas.
Estaba tan inmersa en esos pensamientos silenciosos, que no escuchaba la voz de su
madre, quien la llamaba reiteradamente para que la ayudara a cortar unos vegetales que
crecían en el río y podían hacer con ellos alimentos muy sustanciosos.
De pronto caía en la cuenta y respondía a voz viva:
—¡Ya voy madrecita!
Estaba llegando al lugar para observar que su madre se tambaleaba. No comprendía
muy bien lo que le estaba pasando. Pensarlo y verla caer ocurrió todo en un instante.
¡Estaba tendida de bruces en el suelo!
Ella corría desesperada, gritando… Llegando al lugar sin aliento para ayudarla a
sentarse, mientras que con unos trapos que tenía colgados en su cintura que le servían
para tomar algunos especies de vegetales espinosos, los mojaba en las aguas del río y se
los ponía en la frente, recorriendo su cara. Despacio, muy despaciosamente más de lo
El Camino de la Rosa 70

que hubiera querido la joven, cuya situación la superaba, iba recuperándose. A la vez
que lo hacía, trataba que su hija no se asustara, diciéndole que ya había tenido esa clase
de mareo en otras oportunidades.
—No te preocupes hijita querida. Descanso un poco y enseguida estaré bien.
Aún así la aflicción seguía en la joven, los pensamientos se le agolpaban y pedía que no
le faltara su madre. ¡No esta vez! ¡No podría soportar perderla nuevamente!
La ayudaba a levantarse para caminar hasta llegar debajo de un limonero y descansar
por unos momentos más. Luego, otro poco de caminata, otro esfuerzo y llegarían hasta
la casa. Magdalena la acostaba en los plumones y presta, preparaba una bebida caliente
y dulzona que serviría para levantar el ánimo de Rehién. Se quedaría al lado de ella,
cuidando escuchar su respiración. Al rato se daba cuenta que la misma se iba
tranquilizando entrando en un sueño reparador.
Las sombras de la noche estaban cayendo sobre la casita, acogedora y humilde. María
tan sólo se levantaba para cerrar la puerta y las ventanas. Acomodaba su propio plumón
y se acostaba muy pegadita a su madre. Ambas durmieron hasta el amanecer, hasta que
el sol les daba en el rostro despertándolas.
La joven se sentaba y se levantaba para preparar la primera comida del día, amasando el
pan como solía hacerlo su madre. No quería que ella se esforzara. La observaba todavía
durmiendo y se le enternecía el corazón, dando lugar a unas lágrimas que corrían por su
rostro entremezclándose con la masa. La veía bien, pero aún así, no dejaba de tener una
pena no resuelta. Recordaba a Moab quien con sus sabias palabras le decía:

—“NO HAGAS MÁS PROFUNDOS LOS DOLORES, TAN SÓLO PONLOS EN


OTRO LUGAR Y RÍE CON ELLOS, VERÁS QUE ESE DOLOR DEJARÁ DE SER”.

Trataría de seguir este consejo… Continuaba amasando con fuerza. Le costaba un poco.
Valoraba las manos laboriosas de su madre.
Se distrajo un momento en su amasijo mirando hacia la ventana, para ver que dos
personas se acercaban. Presta, dejaba lo que estaba haciendo. Limpiándose las manos en
un trapo para acercarse a la ventanilla y agudizar su vista.
—Uno de ellos parecía Moab— sacaba como conclusión—Pero…y el otro… ¿Quién
sería?
Rápidamente Magdalena se ponía su Yahvé tapando sus hermosos cabellos para salir al
portal. Levantaba sus manos saludando con alegría, aunque no lograba todavía
distinguir sus rostros, esperaba que fuera su querido amigo.
La voz de su madre llamándola la distrajo…
—Espera madre, que se acercan dos personas y todavía no se quiénes son.
Rápidamente Rehién se levantaba para salir y ponerse al lado de su hija.
—Madre, no te levantes — le reclamaba la jovencita con voz queda.
Ya se habían acercado esos peregrinos, y no eran conocidos. La primera intención de las
mujeres había sido ingresar al hogar, pero ya era demasiado tarde. Asustadas, no les
quedaba más que afrontar la situación, tratando de entablar conversación, haciendo
saber en primer lugar que el esposo estaba por llegar.
Pasados esos primeros momentos de confusión y temor, las mujeres ofrecieron agua y
algunas provisiones para que pudieran reanudar su camino. Uno de los hombres miraba
a la jovencita insistentemente, dibujándose en su rostro una sonrisa y una mirada
embelesada que reflejaban quién sabe qué pensamientos. Esa sensación no era nueva
para Magdalena, ya la había sentido alguna vez, con aquel joven que había ido a pedir la
mano de la mujercita rica cuando ella estaba de sirvienta.
El viajero en cuestión decía llamarse Victorio.
El Camino de la Rosa 71

—Nombre raro— pensaba Magdalena—Evidentemente no era judío.


Seguía ella sacando sus propias conclusiones. Al instante, como si la hubiera escuchado
aclaraba que sí era judío, nada más que a su madre le había gustado tanto ese nombre
que su padre había accedido por darle el gusto, en realidad era un nombre romano.
La jovencita observaba el rostro del viajero cuando él no la veía, y le parecía que era un
hombre bueno. Desviaba la atención de él para ponerla en las palabras que despertaban
su curiosidad, pues, se estaban refiriendo a la montaña… Decían que bajaban de la
misma regresando de hacer una visita a su hermano menor.
El otro caminante, era hermano de Victorio, persona encantadora. Tenía el don de saber
apreciar las bellezas naturales. Enseguida quedaba admirado por las plantas que
Magdalena tan bien cuidaba. Sin más sacaba su guitarra y cantaba canciones mirándola
a los ojos. La muchacha lo escuchaba y le sonreía. Sabía que este joven no era peligroso
en su seducción. Mientras cantaba, a ella sólo la acicateaba la curiosidad de saber algo
con respecto a ese hermano menor que estaba viviendo en la montaña… — ¿Acaso sería
el mismo que hablaba “Su abuelo”?
Insistía Magdalena en sus preguntas, queriendo saber más de ese hermano en la
montaña. Tanto era así que el joven dejaba de tocar su instrumento para contarle que el
menor de todos ellos estaba allí para ser preservado. No entendían muy bien el por qué,
pero sus padres habían decidido de esa manera.
Victorio se explayaba describiendo el lugar de la montaña, trasmitiéndole, de alguna
manera la fascinación que producía.
Mirándola a los ojos le decía:
—Si quieres acompañarme a conocer ese lugar yo te llevaré. Pediré permiso a los
dueños que son unos sacerdotes encantadores.
A la jovencita le había fascinado la idea, y su entusiasmo la llevaba a aceptar la
propuesta, acostumbrada como estaba de tomar sus propias decisiones. Su madre más
cautelosa, zanjaba la cuestión diciendo que preguntaría a su esposo si daba su
autorización.
Pasaron una tarde preciosa. Luego fueron invitados a quedarse, pues la noche se
acercaba, ofreciéndoles las habitaciones de atrás para que pernoctaran. Al otro día muy
tempranito los hombres emprenderían la marcha. Tenían un día de camino para llegar
hasta un poblado donde conseguirían una herramienta que los ayudaría en su trabajo. Su
padre tenía una carpintería y ellos trabajaban allí, agregaron que no los había
acompañado porque no estaba muy bien de salud y era bastante mayor. Agradecidos por
la hospitalidad que las dos mujeres les habían ofrecido, los caminantes se despedían de
ellas
Victorio besaba la mano de Magdalena a la vez que posaba sus ojos en los de ella,
regalándole una mirada profunda, una mirada que quería decir muchas cosas entre ellas
el deseo de seducir. Esa mirada iba bajando hacia la boca de la muchacha despertando el
deseo de besarla. Se contuvo ante la presencia de la madre y su hermano.
María Magdalena originaba siempre esta impresión en los hombres, no importando la
edad que tuvieran. Era como un sello que la marcaba, cósmicamente, diría Moab era la
cepa del Arcángel Miguel que se traslucía en una “fuerza”, que mezclada con el amor,
producía esa atracción en este plano terrestre. Los sentimientos que despertaba María en
la gente eran opuestos, la amaban o la odiaban y en este último sentimiento, estaba
mezclada la envidia… El no poseer “eso” indescifrable que ella tenía, aún no sabiendo
qué era.
Comenzaron los visitantes a caminar y a alejarse del lugar antes de que el sol asomara,
aunque el día se notaba tenue en su claridad. Sus pasos los llevaban pero se daban
vueltas para levantar su mano en señal de saludo. Victorio, de pronto suspendía la
El Camino de la Rosa 72

marcha como recordando algo que había olvidado regresando sobre sus pasos, y cuando
estuvo muy cerca de las mujeres les decía que a su regreso volvería para saludarlas y al
esposo ausente también. Luego de ello sí se alejaron.
Las mujeres los observaban hasta que se perdieron de vista.
Era todavía muy temprano así que decidieron que se irían a descansar por un rato más,
metiéndose en los plumones, comentando las vivencias pasadas mas Rehién tenía una
preocupación…
—Qué pasaría si volvían estos muchachos y Moab seguía ausente… ¡Qué les dirían!
—Tenía razón su madre, ella no había caído en la cuenta. Angustiada se acordaba de “la
voz” y le decía...
— “Abuelo” ¡Ayúdanos por favor!— al momento sentía en sus oídos como respuesta.
—No temáis todo está en su justo punto.
Descansaron hasta casi la media mañana, decidiendo levantarse para salir a caminar
hasta el portal, recorriendo un camino encantador que hacía las veces de una entrada
engalanada de árboles grandes, con copas frondosas que ofrecían su sombra y plantas a
los costados con abundantes flores, que adornaban y satisfacían la mirada del que las
recorría. Todo, había sido obra de Magdalena, quien había limpiado lo que no se
necesitaba; había despejado las piedras dejando una entrada magnífica. Colaboraba el
burrito que se comía el pasto, dejando una alfombra verde que invitaba a retozar en ella.
Ese maravilloso espacio verde invitaba, no sólo a admirar la belleza ofrecida, sino a
reflexionar lo que ella brindaba

<<La naturaleza fluye libremente en su belleza cuando las energías del lugar, que no
son otras que la de los seres humanos, fluyen también en armonía. Cuando no es así, se
agregan a esta naturaleza fluidos energéticos que ayudarán al ser humano a encontrar un
poco de su paz. Pero entendamos que no deja de ser un esfuerzo de las plantas, de todo
lo que es la misma naturaleza para poder ponerse acorde con la belleza y seguir
entregando al humano aquello que le sirva de recreación para sus ojos, para sus
sentidos. Muchas veces para su propio alimento>>

Mujeres… Mujeres.
¡Cómo les encantaba caminar hasta el portal y mirar hacia el horizonte!
Si observaban hacia un costado, en diagonal de donde estaban, se veían unas colinas
bajas, más atrás se levantaban majestuosas las montañas, aquellas en las cuales vivía
Moab.
Según habían contado los viajeros, para cuando regresaren, pasarían por la entrada de la
montaña para dejarla a un costado y retomar camino por las colinas siguiendo adelante.
De esta forma no pasaban por la ciudad, dejándola a un costado por el lado opuesto.
Siguiendo por dónde venían encontrarían su hogar, no sin antes pasar por un pueblito de
muy pocos habitantes.
En la controvertida ciudad de Jerusalén, convivían principalmente los romanos,
mezclados con judíos prominentes que bajaban la cabeza ante ellos. Eran los
usurpadores, los conquistadores, los que tenían armas y supieron usarlas en su
momento. Más allá del miedo que estas generaban por el solo recuerdo de lo que había
pasado. Los judíos, cuando podían, complotaban contra ellos y cuando se descubría no
les importaba culpar a los tantos habitantes de otras razas, para salvar su pellejo.
Se vivía con mucha violencia siendo un lugar donde la muerte era moneda corriente.
Aquellos, los que amaban la paz, trataban de vivir lejos de esta ciudad y, aun así, a
veces eran visitados por estos romanos que causaban desmanes según el ánimo que
traían.
El Camino de la Rosa 73

Rehién sabía de estas incursiones. Estaba prevenida sobre todo para preservar la vida y
la integridad de su hija, teniendo un lugar de escondite preparado para María.
Atrás en las pequeñas habitaciones, había un hoyo grande que ya venía con la propia
vivienda, nada más que ella la había arreglado con el fin o la utilidad de colocar y
preservar alimentos. Si bien le daban ese uso, también estaba preparado para esconder a
alguna persona según la necesidad. La boca que salía al exterior, tenía una tapa que
hacía las veces de piso, al tocarla y quererla abrir no se podía, pues había que conocer
cómo levantarla, además, en el caso que una persona se escondiera esta tapa tenía un
dispositivo que cerraba por dentro. Arriba de ella se acomodaban plumones para dormir.
Esta era la habitación que dormía Moab cuando pernoctaba en la casa, es más él había
contribuido arreglando esta tapa y asegurándola con otras maderas.
Era difícil darse cuenta que podía haber algo abajo.
En esos lugares donde imperaba la violencia, donde no se respetaban los derechos de
nadie, menos aún los de las mujeres, madre e hija buscaban la forma de vivir lejos de la
vista de los romanos, tratando por sobre todas las cosas de disfrutar de las pequeñas
cosas que les regalaba la vida.
Ambas caminaron hasta el portal, buscando sentarse en dos piedras que hacía las veces
de acomodados asientos que, por supuesto, corrieron con gran esfuerzo para darles esa
forma, y desde allí poder observar el ocaso del día que se manifestaba brillante en sus
colores áureos rosados, proporcionando así una magnífica vista de las colinas con esa
misma tonalidad. Además hacía tan sólo unos momentos que había dejado de llover y al
despejarse, sobre sus cabezas, las adornada un perfecto arco iris de colores muy fuertes
que brindaban a la vista el regalo que el cielo hacía a los ojos humanos.
Magdalena, quien tenía el disfrute a flor de piel en todo lo que era la naturaleza, corría
hacia esa luminosidad llamando a su madre, para que posara su vista en el hermoso arco
iris. Prontamente se acostaba en el suelo, y con los brazos abiertos, observando las luces
del cielo, se quedaba quietecita y silenciosa para embargarla una emoción que
sobrepasaba su pecho, llenándole los hermosos ojos de lágrimas. Era una emoción de
alegría de poder ser parte de tanta belleza y además en compañía de su madre.
—¿Qué más podía pedir a la vida? — pensaba la hermosa pelirroja—Quizá sí, todavía
podía pedir el amor de un varón.
¿Es que todavía tenía sus sueños en suspenso?
María Magdalena, soñadora, romántica, esperaba vivir experiencias de mujer, ella se
sentía así, había dejado de ser niña y en sus sueños estaba el príncipe azul que la
despertaría a la vida, al amor, a la pasión.
Magdalena se sentía mujer con todo lo que ello significaba.
— No corras tanto pequeñita—solía decirle su madre cuando la veía ensimismada— No
corras en tus sueños, ya vendrá aquel hombre que el Señor te tenga reservado.
—¡No madre, no es así!
Respondía la jovencita saliendo de su distracción
—Vendrá en tanto y en cuanto yo esté en las condiciones de receptarlo, de darme cuenta
y no dejarlo pasar.
Continuaba explicando con énfasis:
—Madre querida, tú sabes que yo no espero hombre con riquezas, no quiero nada que
me lleve luego a ser una más en la vida de ese hombre.
Tomando aire seguía explicando poniéndole pasión a sus palabras…
—¡Yo quiero un hombre para mí! En total libertad. Con sentimientos de amor que nos
unan. Un hombre que me piense todo el tiempo y yo pensarlo a él también, todo el
tiempo. Un hombre que me necesite para estar en sus brazos no para servirle como una
sirvienta, o ser tomada, y luego dejada. No, eso no es para mí.
El Camino de la Rosa 74

Observando que su madre la miraba atónita rápidamente le decía:


—Madrecita no te asustes, no estoy loca. Quiero algo verdadero, como los sentimientos
que dice Moab que tiene que tener un ser humano, sentimientos frescos, sensibles, tan
solo dejarse llevar por ellos y no importa cuánto muestre que amo. Porque el amor es
eso, fluir en él.
La madre no salía de su asombro. Nunca había creído que su hija se expresara con tanta
madurez. Hermosas reflexiones, hermoso ese sentir pero, quizás un poco loco para esos
días y no dejaban de ser “sueños en suspenso”, como decía su hija.
—Magdalena, querida —decía su madre para alejarla de esa vehemencia—Dejemos los
sueños y vamos a buscar leña para que nos alcance para la noche, nos hemos descuidado
con tanta charla y con tanto observar las bellezas de este lugar.
—Tienes razón—contestaba la joven dándose cuenta que su madre le temía a esos
sentimientos. Sabía que ella no quería que sufriera en la desilusión si esto no ocurría.
Dejaba de lado estos sueños para dirigirse hacia campo traviesa y juntar tanta leña como
era necesaria. Nuevamente la naturaleza les regalaba lo que ella desechaba, tenían todo
al alcance de la mano.
Entusiasmada, corría de un lado a otro llenando sus brazos de fuertes troncos que
depositaban en una gran manta de fuerte hilo, para luego arrastrar y llevar hacia la casa.
Se daba vuelta para mostrarle a su madre un robusto madero. Notaba que sus
movimientos eran muy lentos, tenía dificultades para moverse. Nuevamente le
desaparecía el color de su cara y Magdalena corría hacia ella tanto como podía.
—Madre… ¿Qué tienes? ¿Acaso otra vez te vino el mareo? — preguntaba sumamente
preocupada la jovencita.
—No te afanes hija mía, ya estoy mejor, sólo ayúdame a llegar a nuestra casa. Con un
poco de descanso estaré del todo bien.
No convencían demasiado esas palabras, pero hizo lo que su madre le pedía, dejando los
tronquitos en el suelo para llevarla muy despacio hacia la casa, y ayudarla a recostarse
en los mullidos plumones. Ya más tranquila, su madre había armonizado su respiración
y el color había vuelto a su cara, luego de una bebida caliente.
Su hija la dejaba por unos momentos para ir en busca de la leña juntada, que bien
serviría para dar calor a la estancia y ayudaría al bienestar de la enferma. Se abría la
puerta para dar paso a la pelirroja cargada de leños. Los traía arrastrando para
acomodarlos al lado del fogón, colocando en el mismo lo necesario como para hacer
una fuerte lumbre que rápidamente entibiaría el ambiente.
Se disponía a preparar alimentos que fortalecieran el estado de la enferma. No quería
dejar que sus pensamientos la angustiaran. No quería darles fuerza con el temor de
perder a la mujer que le había dado la vida. Sólo pedía que el sacerdote regresara, lo
necesitaba con todo su corazón.
Era difícil tener a su madre haciendo reposo, pero no dejaría que ella se agitara. Miraba
por la ventana por si notaba la presencia del sacerdote, pidiendo con mucha fuerza
desde su interior que esto sucediera. Primero para que su madre no pasase momentos de
incertidumbre con los viajeros, si a estos se les ocurría regresar, y segundo sabía que el
viejito Moab la ayudaría en su enfermedad.
Pasaron todavía algunos días y Moab no aparecía ¡Ahora que lo necesitaba tanto! ¡Es
que no se escuchaban sus ruegos! ¡No sabía qué hacer!
Los peregrinos, en su viaje de regreso, cumplieron con lo prometido y nuevamente se
acercaron a la casa.
Por supuesto, ellas estaban solas.
Tal situación ya a esta altura, había dejado de preocuparla, sólo le importaba la salud de
su mamá. Los invitaba a pasar y a ponerse cómodos, haciéndose notar el frío. El fuego
El Camino de la Rosa 75

acogedor los invitaba a calentarse y buscar un lugar para sentarse. La muchacha


explicaba la situación de su madre obviando el conversar acerca de un padre ausente.
Les entregaba bebidas calientes y les preguntaba acerca de su viaje. Los muchachos
contaban sus experiencias pero notaban algo extraño en la hermosa joven, como no
queriendo hablar de ciertas cosas además estaba esa mujer enferma que respiraba con
dificultad… y solas.
No entendían muy bien qué pasaba.
Estaban departiendo, alrededor del fuego, lo mejor que podía la joven pelirroja tratando
de desviar la conversación para no llegar a lo que querían saber los nuevos amigos. Se
apuraba en ofrecerles pan fresco que ella había amasado, aceptando las lisonjas de su
buen cocinar.
De pronto, un rostro se vislumbraba por la ventanita, corriendo los lienzos que hacían
las veces de cortinas para que no ingresara el frío. No podía ver muy bien quién era esa
persona que miraba hacia el interior de la habitación, hasta que la muchacha caía en la
cuenta y pegaba un gritito de alegría abalanzándose para abrir la puerta y abrazando
fuertemente por el cuello al tierno y viejito Moab. La niña no lo soltaba y las lágrimas le
caían a raudales contando entrecortadamente lo que le pasaba a su madre, además, en
voz muy baja le decía que esos peregrinos creían que estaba el padre ausente.
El sacerdote la tranquilizaba con palabra muy tiernas mientras le acariciaba la cabeza.
Tomándola por los hombros entraban en el hogar.
¡Vaya sorpresa la de los peregrinos! Sobre todo Victorio quien conocía a Moab desde
cuando había ido a la montaña con su padre. Se abrazaron con gran alegría, las mujeres
no entendían nada.
¿Qué estaba pasando?
Moab les relataba, mirándolas con picardía, de cómo se habían conocido con Victorio,
hablándoles con grandes expresiones de Josseá, padre de estos muchachos que hoy la
visitaban y de María, madre de Jesús o Joshua, el menor de los hermanos, quien residía
en la montaña. Aquel que venían de visitar.
Magdalena no dejaba de hacer conjeturas…
—Entonces… Si era lo que ella pensaba… ¡Ese pequeño había sido el que tanto le había
hablado su “abuelo”!
Al darse cuenta no podía retener el llanto que pugnaba por salir, y los sollozos la
movían toda.
El anciano comprendía lo que le estaba pasando. Trataba de consolarla pasando su mano
por la cabeza y diciéndole muy despacito, casi en un susurro para que los demás no
escucharan:
—María Magdalena, cálmate ya hablaremos de esto.
Tenía razón el anciano, le convenía calmarse—además pensaba —Cómo haría ella para
explicarles que su “abuelo” siempre le hablaba de ese niño, y lo que es peor aún ¿Cómo
les diría que su “abuelo” era una voz en sus oídos?
Situación muy difícil para María Magdalena, cuánto más para los demás.
Dándose vuelta y mirando a los visitantes, que sorprendidos estaban por el llanto de la
niña, el anciano salvaba esta situación, diciendo:
—Bueno Victorio…
Cambiaba el giro de esa conversación como para que comprendan la actitud de la
muchacha.
—Como verás yo no soy el padre de Magdalena, pero era necesaria esta mentirilla para
salvaguardarles la vida. Mucho han sufrido estas mujeres para agregarles más angustias
y tú sabes—dirigiéndose a Victorio— Cómo es ésta sociedad.
Mirando a la muchacha le decía:
El Camino de la Rosa 76

—María no te apenes ni tengas temor —a la vez que le tomaba la mano, continuaba —


Te puedo asegurar que ellos pertenecen a una familia con valores muy grandes, basados
en el respeto y en el amor. Como tú y tu madre, y estoy seguro que desde ahora serán
para ti, más que amigos, serán guardianes y protectores.
Con voz más baja y mirándola a los ojos, buscando la complicidad de lo que ambos
sabían…
—No te olvides que ellos son hermanos de ese niño—se retractaba el anciano—Ahora
es un joven. Recuerda lo mucho que te ha hablado tu abuelo.
María asentía ante estas palabras que le servían para quedarse tranquila. Secándose los
ojos de algunas lagrimitas que retozaban todavía en su rostro, se soltaba rápidamente de
la mano de Moab y, con la alegría acostumbrada en ella, preparaba un tazón con esa
bebida calentita y vivificante que le había aprendido con su madre.
El sacerdote, luego de beberla y agradecer por ella, les pedía a todos que lo dejaran solo
con la enferma. Iba a tratar de sanarla o, por lo menos aliviarla, para que se le hiciera
más llevadera esta vida, esperando que sea el momento de la finalización de su contrato
con la Creación y la permanencia en esta Tierra. Así, de esta manera, iban a poder vivir
más tranquilas estas mujeres que tanto se necesitaban una con otra.
Luego de palabras y de movimientos energéticos que realizaba el anciano en la enferma,
ella comenzaba a sentirse bien, tanto es así que quería retomar sus tareas, a lo que Moab
le decía:
—Si te hace feliz, hazlo. Todo lo que con alegría quieras hacer, está muy bien porque
contribuye a tu salud física y mental, por ende al corazón.
Llegaba la hora de partida de los amigos. Victorio y Santiago, que pocas ganas tenían de
irse, sobre todo el mayor que se había quedado prendado de la joven.
Santiago le recordaba a su hermano que su padre los necesitaba.
Ciertamente que Victorio tomaba en cuenta las necesidades de su padre, pidiéndole al
anciano que se acercara a su casa para darle alivio a las dificultades de salud que él
también tenía. De esa manera, encontraría un bálsamo a sus preocupaciones la dulce
María, esposa de su padre.
El sabio de Moab, agradecía la presencia de los varones, prometiéndoles que iría de
visita a su casa, diciendo que llevaría a Magdalena y a Rehién, para que ambas familias
se conociesen, se encontrasen. Estas eran las palabras dichas a los viajeros, pero lo que
no decía el pícaro anciano, es que ese concurrir, estaba escrito en el libro de Joshua, ese
que él veía desde un principio sus páginas en blanco.

YA NO ERA ASÍ, SE ESTABA GESTANDO EN ESAS PÁGINAS LA VIDA DE


JESÚS, DESDE “EL CIELO A LA TIERRA”.
El Camino de la Rosa 77

HOGAR DE JOSSEA Y MARÍA.

Mientras los visitantes se alejaban de la casa que los había acogido, no paraban de
comentar lo vivido, la hermosa muchacha, los encuentros, en fin, las circunstancias,
sobre todo el hecho de que Moab se acercara al hogar de aquellas mujeres para
ampararlas, destacando además los valores que ellas tenían y todavía, como si fuera
poco, pidiéndoles a ellos que también sean guardianes de ellas. El sacerdote actuaba
como un padre para esa joven, notándose en ella una fuerza de luchadora combinada
con el temor. Era paradójico, quizás la fuerza era innata en ella pero la vida humana
había despertado el temor que se manifestaba en sus ojos verdes, a veces de color
grisáceos, según el tiempo.
Santiago, siempre soñador, se imaginaba resguardando a la bella mujer, montado en
brioso corcel y ella con él para luego descubrir que se transformaba en una reina.
Victorio con una sonrisa y conociendo a su hermano supo frenar esos pensamientos en
voz alta, volviéndolo a la realidad y hablándole de las muchas cosas que había que hacer
cuando llegaran a su casa. Un suspiro muy extenso había embargado al soñador para
seguir caminando, sorteando piedras, grandes piedras características del lugar.
Victorio silbaba, e iba pensando en lo que había dicho Moab. Llevaría de visita a su
casa a aquella joven y a su mamá.
Más allá, vieron a la distancia su hogar. Parecía salido de un cuento. Rodeado de
árboles, con mucha sombra y, por lo que aún faltaba recorrer, se veía pequeñito.
A medida que se acercaban, se notaban los corrales que resguardaban los animales que
poseían. Un poco más allá, el lugar de trabajo de Josseá y sus otros hermanos. No veían
a su padre… Quizás estaría descansando, ya hacía tiempo que él no venía sintiéndose
muy bien. Le faltaban las fuerzas.
Tras el recibimiento y constar que Josseá reposaba. Su madre le decía a Victorio que
luego de este viaje, urgía ir a buscar al sacerdote a la montaña para que viera a su padre
y tratara de darle alivio. Rápidamente el hijo mayor explicaba a María que no iba a
hacer falta, pues él ya lo había visto y le había hablado de su padre. También contaba
las circunstancias vividas en el camino como el hecho de conocer a una bella muchacha
y a su madre a quienes Moab protegía, haciendo la salvedad lo dicho por el sacerdote,
que las traería para que las conocieran todos.
—Sabes madre—decía Victorio—Cuando le conté al anciano haciéndole el pedido de
que aliviara a nuestro padre, él se retiró de donde estábamos, a solas lo he visto
abstraerse de todos y mirando hacia el horizonte se quedaba largo rato como
reflexionando u orando… No sé… Pero luego de ello, me dijo que había ayudado a mi
padre, y que cuando regresara lo encontraría bien y con sus fuerzas repuestas.
No había terminado de decir estas palabras el mayor de los hijos, cuando Josseá
aparecía en la puerta de esa recámara, muy alegre pidiendo algo para comer…
Intercambiaron miradas cómplices…
Dejando la sorpresa a un lado. La esposa rápidamente se abocaba a prepararle leche, pan
aún calentito y miel. Josseá se sentaba en los plumones y bebía su leche con fruición,
tenía mucho apetito. Aquel que creía perdido, departía con sus hijos, instándolos a que
le contaran todas las experiencias vividas en el viaje. Ellos, ni lerdos ni perezosos, no
omitieron ningún detalle, sobre todo hablaron mucho de la dulce María Magdalena. Con
alegría pusieron el acento que pronto vendría Moab… ¡Y acompañado!…
María tenía una sonrisa picaresca en su rostro a la vez que pensaba:
—Espero que no se enamoren los dos de la misma muchacha y que alguno resulte
herido en su corazón.
El Camino de la Rosa 78

—Bueno, bueno muchachos— sonaba la voz fuerte de la madre — ¡Vamos! ¡Que


todavía quedan tareas por hacer y la noche ya está llegando! Hay que entrar los
animales, llevarles agua y comida. Yo, mientras tanto he de preparar un rico guisado
para que comamos todos juntos, principalmente los muchachos que largos caminos han
realizado.
María cortaba verduras para su típico guisadito, cocinándolo en una gran olla de barro
que enterraba hasta la mitad en la tierra con abundantes brasas. Todavía el tiempo
permitía comer afuera, alrededor de leños ardientes cuyo calor resultaba muy
reconfortante.
Ya se acercaba Enrico, quien había ido en busca de los animales que más se habían
alejado y, viendo a sus hermanos, corría a abrazarlos con una sonrisa que traslucía el
cariño que entre ellos se tenían.
—Enrico, llama a tu hermano Juan para que venga a comer— le decía la mujer de la
familia.
Prestamente, salía a cumplir con lo pedido para encontrar a su hermano en una de las
habitaciones. Ya todos ubicados alrededor del fuego fueron recibiendo uno por uno su
parte de guisado, acompañándolo con un buen trago de vino que se maceraba y
preparaba en la propia familia. Tenían para tal fin toneles pequeños de madera que
guardaban en lugares frescos. Enrico, artesano de este vino, les decía que lo bebieran de
a sorbitos y lo dejaran por unos momentos en su boca, para que el paladar asentara su
gusto. Es más, se parecía mucho a un rito, acostumbraban agradecer esta comida y este
vino a su Señor Dios.
Quien tuviera la capacidad de observar a la familia de Jesús, notaría el afecto que todos
se prodigaban. Lo verían quizás como algo no muy normal para los tiempos que corrían.
Tenían códigos entre los hermanos, respetando siempre al mayor y cuidando siempre a
sus mujeres. En este caso, a María, cosa que no hacían otras familias puesto que la
mujer era sumamente despreciada, mucho más en aquellas familias ricas donde
abundaba los dineros.
Las hijas más jovencitas, solían embarazarse de su padre, y nadie decía nada. Las
madres demasiadas veces preparaban a sus hijas para ser usadas por el padre. Se sentían
con culpa por haber tenido hija mujer y según decía el varón, “ya que estaban tenían que
servir para algo”. Había mujeres que enloquecían por la falta de afecto, eran parias en el
cariño, en la atención, aún por las propias madres que a su vez eran desventuradas en el
trato por el esposo. Cuando esto ocurría, eran abandonadas en los desiertos para que
murieran de hambre y sed.
Así estaban las cosas en esos parajes, la ignominia tapada con códigos o leyes que
hacían al hombre macho para el sexo, y a las mujeres elementos de apareamiento, les
gustara o no. Eran tomadas sin poder defenderse. Este referente describía muy bien
cómo era la gran mayoría de los hombres, más aún cobardes y mentirosos cuando veían
que se los podía acusar de algo.
Estos varones tan envalentonados con las mujeres, que decidían la vida o la muerte de
ellas, eran judíos que vivían sobre ascuas con los romanos, en honor a la verdad les
tenían miedo porque a los invasores tampoco les importaba un ápice la vida de los
judíos. Tenían el poder, eran los conquistadores y a la mínima contrariedad no les
importaba cortar cabezas. Presionaban a través del miedo e hicieron de las suyas,
robando todo lo que pudieron al pueblo judío haciéndoles pagar grandes tributos para
que pudieran vivir en Jerusalén y zonas aledañas.
Hacían fiestas sólo para ellos divirtiéndose con las mujeres judías, aún así las hacían
sentir mejor que los hombres de su raza. Eran romanos enamoradizos y gustaban de
El Camino de la Rosa 79

cortejarlas haciéndoles regalos y vistiéndolas con galas, por supuesto para su propio
satisfacer.
No les faltaba comida, solían organizar grandes comilonas que los llevaban a ingerir
hasta el hartazgo y, cuando no podían más, vomitaban. La gran mayoría de los romanos
eran gordos, algunos casi no se podían mover, en su sangre corría grasa y así también
morían. Los soldados conservaban sus cuerpos un poco mejor por las diferentes
actividades que tenían, aquellas en las que se preparaban para la guerra y de algún modo
debían conservarse ágiles si querían sobrevivir.
Las familias de trabajadores, ya sea que estuvieran en el campo, o aquellos que vivían
en la ciudad o cerca de ella, moldeando con sus manos utensilios necesarios para la vida
doméstica, artesanos muy hábiles y laboriosos. Eran quizás los que más se ayudaban y
defendían entre sí respetando a sus mujeres. Más de una vez debieron esconderlas ante
la llegada de soldados o los mismos judíos encumbrados, a quienes no les importaba
llevárselas y tenerlas como esclavas para entregárselas a los romanos e ir saldando de
alguna manera los tributos que tenían que pagar. Iban para ver qué podían sacarle a
estos pobres campesinos. Amenazaban con buscar a sus mujeres y matarlas a pedradas.
Los zarandeaban un rato y les daban plazos para pagar, ciertamente no podían reunir ese
dinero y debían abandonar el lugar con los suyos para evitar así la muerte segura de su
familia.
Por supuesto, cuando llegaban estos cuervos, al no encontrar a nadie, inmediatamente,
haciendo alarde de honores que no poseían, se quedaban con sus casas y animales si al
dueño todavía no le había dado el tiempo para llevárselos.
Mucho era el sufrimiento de las personas que tenían en su corazón una ilusión de
pequeñas cosas, de vivir honestamente y de ser respetados, pero claro… ¿Cabía la
posibilidad de hacer realidad esas ilusiones? ¿Existía algo o alguien que pudiera
cambiar las cosas? ¿Había alguna esperanza?
Y qué decir de las personas que de pronto eran asesinadas, casi sin razones, y se
encontraban sin sus cuerpos, queriendo volver a tomar el propio y no podían,
intentándolo una y otra vez y… ya no era posible. Luego de la cruenta muerte, espíritus
que no se daban cuenta o no se consideraban como tal, se quedaban en este plano,
buscando la forma de volver. No recordaban nada, no sabían si existía otra cosa que no
sea el plano de la Tierra, no les quedaba más que deambular convirtiéndose en aquello
que llamaban “almas en pena”.
Estas almas, a medida que iba pasando el tiempo, se las arreglaban para emplear
poderes que el espíritu confería, tratando de comunicarse con los que habían quedado. A
veces lograban hacerse escuchar. Trataban de manejar objetos, lo conseguían con
perseverancia y tesón, usando el miedo como modo para manejar a las personas con
cuerpo físico y con un aditamento más, les daban ideas de venganza a aquellos que
estaban viviendo enojos, iras, encontrándose en el punto justo de la afinidad con el
espíritu obnubilado y, por supuesto, esta persona por ese efecto mataba también.
Era el nunca acabar.
El plano de los apegos o plano del “bajo Astral”, como le decían, estaba abarrotado de
seres obnubilados que no sabían cómo salir de allí. No escuchaban a los guías, los pocos
que había, porque el plano terrestre no lo permitía.
Así estaban las cosas, había dos “enfermedades” para sanar, la humanidad física y la
humanidad espiritual, para ello había nacido Jesús, nacido de vientre, para ser digno
representante del humano terrestre. Pero…

¿QUÉ PODÍA HACER UN NIÑO NACIDO EN LOS CORRALES?


El Camino de la Rosa 80

JOSHUÁ EN LA MONTAÑA.

Se fueron los padres de Joshua y comenzaron las clases para él, incursionando en
muchas de las áreas que cada sacerdote tenía a su cargo.

<<Era maravilloso observar cómo este muchacho “despertaba” todos los conocimientos.
Vale la aclaración “despertaba” no los adquiría o aprendía puesto que él mismo los
contenía, siempre ha sido y es la forma o la técnica de recordar lo que se contiene en la
propia Esencia.
En el momento de encarnar, cuando el espíritu se va acercando al cuerpo que va a tomar
en el vientre de su madre, comienza el olvido. Ya no sabe de dónde viene, ni para qué
viene. Comienza la obnubilación propia del plano terrestre, haciéndose el hombre
acreedor de la misma por el mal uso de sus egos.
¡Había que preservarlo de las consecuencias!
Con el olvido se evitaba el recuerdo de los sufrimientos pasados en otras vidas. Es lo
que venía a remediar el niño nacido en los corrales.
Tenía que darle al hombre obnubilado, la oportunidad de recordar que es “Esencia
Divina” en toda su extensión y no el disfraz del cual se ha vestido. Disfraz que le ha
procurado sufrimientos; que no lo ha dejado saborear de las pequeñas cosas que lo
rodean; que no ha podido hacer el disfrute de su propio cuerpo sintiendo la vida que hay
en él, no permitiéndose escuchar los sonidos que hace la sangre al recorrer para
recordarle esa misma vida.
Un cuerpo que, si él quisiera podría mantenerlo en la juventud, en la belleza por
siempre, no boicoteándolo constantemente con pensamientos agresivos que lo llevan a
enfermarse, envejeciéndolo y, lo que es peor, acortándole la vida útil. En lugar de esto
utilizaría la reflexión para conocerse a sí mismo y para darse cuenta que no siempre en
el afuera están las causas de los mismos dolores. >>

Joshua vivía estas experiencias con gran alegría. Solía mantener largas conversaciones
con los que él llamaba los enanitos, desde el afecto, desde su corazón. Aparecía en
escena uno nuevo que no era tan bajito, y su apariencia era la de un hombre joven,
parecía un muchacho con mucha fuerza física acompañado de la espiritual. Daba la
sensación que se movilizaba alrededor de él una luz Azul, envolvente, que por
momentos se alargaba para formar una espiral que se dirigía hacia los cielos. Tanto las
manos como los pies eran acompañados siempre por esta luz.
Este ser, o sacerdote, se llamaba a sí mismo investigador, y había desarrollado un
conocimiento muy profundo de la Tierra, desde los albores de la misma. Le contaba a
Joshua que seres venidos principalmente de la Estrella Alción, supieron plasmar en la
Tierra conocimientos para que el hombre del futuro pudiera descifrar. Ellos
conformaban monumentos como las pirámides y otros en planos más sutiles, en el
cosmos, para luego ser trasladados al plano terrestre. La intención que los ocupaba era
para que funcionaran como grandes escuelas, a modo de rompecabezas, apuntando a la
capacidad de razonamiento que el hombre iría adquiriendo a través de las diferentes
etapas evolutivas. Muchas de ellas se han descifrado, otras, todavía están al alcance de
la mano de los que se llaman científicos que todavía no se han percatado de que si el
amor acompañara a la ciencia los descubrimientos serían maravillosos.
Éste sacerdote azul que enseñaba con pasión, decía llamarse Kryon, gustaba de llamarse
a sí mismo investigador. Él, como los demás sacerdotes, no nacieron de vientre, tan sólo
El Camino de la Rosa 81

tomaron cuerpos en el cosmos y se desplazaron hacia las montañas, previamente


preparado el lugar con vibraciones diferentes.
Él traía para Joshua los conocimientos técnicos de la posición terrestre planetaria, los
pequeños movimientos que había que corregir en el eje terrestre apenas perfilado para
que tomara la potencia necesaria y pudiera adquirir un ritmo más armónico en su
rotación. Se refería a lograr un movimiento más ágil del planeta en su rotar que era muy
lento, tanto así, que corría serios riesgos de quedar suspendido en la nada con las
consecuencias físicas y espirituales que aparejaría. Para evitarlo, kryon debía equilibrar
energías, las terrestres y las del plano llamado “bajo astral”. Debía alejar un poco esa
energía tan pesada que aplastaba la Tierra. Era necesario para que pudiera interactuar
tanto la vida física como la espiritual de una humanidad decadente; para que pudiera
receptar todo lo atribuible a ese viaje de “regreso a casa” a través de la apertura de
conciencia, y por ende, la de su corazón. Incluso para que el mismo Jesús pudiera
moverse entre sus congéneres cuando regresara a su vida en sociedad.
¡Cuántas cosas para comprender! Parecía “magia”, pero eran reales.
Joshua había simpatizado inmediatamente con el sacerdote que tenía características
físicas un poco diferentes con respecto a los demás, se presentaba como más sutil.
Algunas veces gustaba de observarlo cuando se tiraba cuan largo era, boca abajo en el
suelo con los brazos estirados. Él decía que se alimentaba de la Esencia de la misma
Tierra. Jesús hacía esfuerzos denodados para contener la risa que le tentaba pues no
quería ofenderlo.
—Joshua ríete por favor, te hace muy bien —le decía —A ver, vamos a reírnos juntos.
Estallaban en risas que les movía todo el cuerpo.
Este desgarbado sacerdote no podía bajar de la montaña. No había descendido sus
vibraciones lo suficiente como para hacerlo, su cuerpo no lo resistiría. De todos modos,
tampoco necesitaba bajar porque todos sus estudios los hacía desde allí y con una
expansión energética que él manejaba hacia donde quería, no sólo en la Tierra sino
también en el Cosmos.
Era un hombre que tenía una sonrisa muy franca pero, lo que más gracia le causaba a
Jesús, era esa sensación de que a la hora de buscarse un cuerpo no puso atención
suficiente, y no lo eligió muy estético que digamos para ese momento y en ese lugar.
Convengamos que los seres de otras vibraciones no le dan importancia a un cuerpo que
sólo debía servir como instrumento. ¡Él sólo tomó uno… y ya!
Lo importante y verdadero era poder usar sus facultades mentales para trabajar en pos
del planeta, su humanidad y ser parte del “Gran Plan para la Tierra.”
De todos modos, no dejaba de ser muy gracioso. Pasaban horas conversando y riéndose
de las salidas humorísticas de un joven para otro joven siendo la forma, también, de
contribuir a elevar las vibraciones de todo.
Este sacerdote, desde el momento que se acercaba al planeta poniéndose a disposición
del Plan, comenzaba a conocer profundamente al humano de la Tierra, tanto era así que
le valía para poder hacer las “improntas” que, como pequeñas glandulitas, se colocarían
en el hombre para que encontrara con facilidad otros caminos, no los ya conocidos sino
aquellos que los lleven a un “despertar de conciencia”, sobre todo a aquellos misioneros
que, a partir de Jesús, iban a venir en grandes cantidades para favorecer ese despertar.

<< Las improntas o “pequeñas glandulitas” internalizan con el ser humano en su físico
y, cuando hacen contacto con el cuerpo, comienzan a segregar un líquido que junto con
la sangre lo recorren todo. Estas glandulitas hacen mucho más todavía, van
acompañadas de un gran bagaje energético que, por sobre todas las cosas, va
El Camino de la Rosa 82

despertando al hombre humano de la Tierra en hombre cósmico. Claro previo


compromiso con el misionador. >>

Jesús pasaba sus días viviendo con gran felicidad. Su verdad era que no quería irse de
ese lugar, pero tenía también que comenzar a hacer su vida con las cosas que les pasaba
a los hombres. Y él… Ya, se estaba haciendo hombre.
Se iba convirtiendo en un joven bien parecido, sus cabellos a medias ensortijados muy
semejantes a los de María, su madre. También sus ojos se parecían a los de su
progenitora, de color marrones oscuros, según el tiempo a veces más claros, como
almendrados pero con una mirada profunda que traspasaba a las personas. Era muy
difícil poder sostenerle esa mirada. Las pestañas suavemente arqueadas y abundantes la
acompañaban.
Una expresión, muy de él, era la de achicar sus ojos cuando algo no comprendía o no le
gustaba, también solía levantar una ceja cuando se daba cuenta que le estaban
mintiendo. Adornaba su rostro con una nariz ni larga ni corta, eso sí, se montaba en ella
una pequeña prominencia, pero lejos de quedarle mal, le daba un aspecto muy varonil,
muy seductor. Se dejaba crecer una barba pequeña, cortita y rala. Su boca llamaba la
atención por la forma, se destacaba un labio, el de arriba, más carnoso que el otro pero
lo más llamativo en el conjunto de su rostro era cuando se reía, esta maravillosa risa se
tornaba sumamente contagiosa. Por cierto, él era un hombre que se tomaba todo con
humor y enseñaba esto maravilloso a los demás con su mismo ejemplo.
No le daba demasiada importancia a cómo se vestía. Sí ponía énfasis en estar bien
limpio, cosa que practicaba diariamente en el hermoso río de la montaña. En realidad
era su pasatiempo favorito. Por lo común en esa época no se practicaba mucho la
higiene, pero Jesús fue criado con esos hábitos desde su casa hasta con los sacerdotes.
María hizo un cambio radical en el hogar de Josseá cuando recién había hecho boda.
Con un fuerte manejo e insistencia lograba crearles hábitos de limpieza a los hijos de
Josseá. Tanto era así que ya todos sabían que no debían dejar cosas fuera de su lugar,
aún cuando ella tuviera mujeres que la ayudaban con los quehaceres del hogar.
Jesús era un jovencito de muy buen carácter, pero no débil, sabía poner límites cuando
era necesario, en eso también se parecía a su madre.
Entre las muchas cosas que había aprendido en esa escuela de la vida que era la
montaña, era el fabricar algunos muebles que le habían enseñado los sacerdotes, y que
él implementaría cuando regresara a su casa. Tenía en su cabeza el diagrama de ellos
para hacerlos y regalárselos a su madre, aprovechando también para aplicarlos a la
carpintería de Josseá.
El vínculo de amor entre madre e hijo era muy fuerte, tanto que no parecía de este
mundo, él debía sentirlo así para poder trasmitir a los demás este reconocimiento de
amor hacia las madres, y lo enseñaba todas las veces que podía, queriendo cambiar la
imagen de la mujer a través del hecho de ser hacedoras de vidas, de la capacidad de ser
madres. Los hombres que escuchaban estos conceptos con tanta vehemencia pensaban
que estaba mal de la cabeza… madre, era para ellos como un animal que paría a sus
cachorros. No obstante, cada vez ponía más fuerza explicándoles que, con el tiempo
ellas generarían una energía tal que superaría a la de los hombres. Es más, los varones
se verían envueltos en esa Energía de Amor que propiciaría grandes cambios en la
Tierra dando un giro completo, poniendo un sello que daría por finalizado el recorrer de
caminos para abocarse a vivir con total felicidad como sería merecedor el hombre de
esta humanidad.
Joshua, como su madre lo llamaba, nunca había tocado puertas para hablar, ni había
obligado a nadie a escucharlo, tan sólo comenzaba a veces sin darse cuenta a referirse a
El Camino de la Rosa 83

temas del espíritu. A lo mejor con un grupo de personas que se acercaban o aquellos que
estaban comprando en las ferias, iniciando siempre con pequeños relatos como
cuentitos, cual si fuera que sonaban en oídos de niños y, cuando esto ocurría, era cada
vez más la gente que se detenía a escucharlo. Por supuesto, también estaban los que
necesitaban algo de él, a todos les daba su tiempo pero no permitía el abuso.
¡Cuánto aprendía el joven en la montaña con los “enanitos”! Pero había algo que no le
cerraba, eso que le decían de que él iba a cambiar al mundo.
—¿Quién? ¿Él?
¡Con los temores que tenía! Además no le gustaba lo que pasaba allá abajo.
¿Enfrentarse a tantas personas con sentimientos tan oscuros?
—Obnubilados… - Corregía Lothor.
—Bueno—contestaba preocupado— Yo no quiero vivir en ese lugar. Me gusta estar acá
con ustedes y poder comunicarme con la naturaleza. Tantos amigos tengo…
Lothor sonreía diciéndole:
—Ya verás amiguito, cuando tu Espíritu sea en ti, en toda su expresión… Ya verás
cómo querrás transformar todo esto que ahora te produce tanto sinsabor.
Un gesto de duda, de desilusión era la respuesta del joven, maravillado por esa forma de
vida que él estaba saboreando al lado de esos hombres sabios.
Allí había quedado zanjada la conversación, se acercaba Niev en busca del joven.
Rápidamente, Jesús se disponía a acompañarla, dirigiéndose ambos hacia el arroyo para
luego cruzar el puente e ingresar al salón Ovoidal que él ya había visitado muchas veces
en la compañía de Moab. Era la primera vez que lo iba a hacer con otro sacerdote,
llamándole mucho la atención esta situación. Creía que sólo Moab podía llevarlo a ese
lugar.
Siempre que entraban al Templo lo embargaba una emoción muy grande. Al principio
no se daba cuenta qué le pasaba, pero, con el correr del tiempo y las tantas veces que
había estado, se daba perfecta cuenta que la energía que estaba asentada allí, era un
pedacito de la energía universal, era el Amor. Era tan grande la emoción y la
satisfacción que rayaba en la plenitud.
¡Cuánto hubiera dado por vivir siempre en ese lugar! ¡Que curioso era todo por allí!
Nunca sabía cuándo iba a ir, tan sólo lo acompañaban como en ese momento lo hacía
Niev. Se sentaron, él en el sillón acostumbrado y ella al lado de él. Le tomaba la mano y
con tan sólo esa acción, nuevamente comenzaba a girar todo, siendo grande el vértigo
que sentía pero mucho más grande era lo que vivía cuando se asentaba ese girar. Allí, en
ese punto, comenzaba a observar y comprender la organización de la vida en la
naturaleza, gestándose vida en cada planta, cada animal y en el agua misma.
Comprendía que todo ese movimiento respondía a la energía Amor y los cambios que se
procuraban con la emanación de esta energía. Veía las células y su transformación. La
formación de bosques y la asistencia de los climas diversos en todo el planeta. Se
maravillaba en saber del equilibrio que se lograba con las masas de hielo en lugares
diferentes del mundo, como así también los desiertos. Nada funcionaba por sí solo, todo
había sido creado en unidad. Un sin fin de situaciones conformaban, biológicamente
hablando, un gran conglomerar para la vida física y energética del planeta Tierra.
Veía con tanta claridad los conceptos de la representación del planeta en forma de
espejos, desde lo físico en expansión hasta tres niveles energéticos que conformaban
como si fueran tres planetas paralelos. Esa era la realidad del momento. En el futuro la
Tierra con sus cambios vibracionales adquiriría nueve niveles siempre partiendo desde
lo físico.
El Camino de la Rosa 84

También había realizado un recorrido por diferentes galaxias, y los planetas que
pertenecían a ellas, contenían naturaleza muy parecida a la de la Tierra pero con un
brillo diferente, con una Luz diferente.
Terminaba este paseo maravilloso para Jesús y convenía ya salir del recinto porque su
corazón le latía fuertemente, tanto que casi no soportaba la presión en su pecho. Junto
con Niev salieron de allí. El joven no articulaba palabra. Estaba internalizando en sí
mismo todo lo que había visto, oído y olido también. Todos sus sentidos estaban
despiertos en su máxima potencia.
Niev lo acompañaba y guiaba hasta la orilla del río para que él, en soledad, saboreara de
todo lo que había visto y despertado. El sacerdote, diríamos así, se alejaba muy
suavemente dejándolo con sus pensamientos.
Ya entrada la noche, aunque en ese lugar se notaba muy poco si era de día o de noche,
aun así el joven tenía que tener una variante en su vida diaria encargándose los
sacerdotes en marcarle esa diferencia, escuchaba los llamados de Niev para comer un
rico guisadillo como solía prepararle su madre, al lado del fuego.
Se acercaba con pasos lentos respondiendo al llamado de la anciana, poniendo sus
manos cerca del fuego que nunca se apagaba y la observaba. No era tal anciana, sólo el
cabello blanco podía distinguirla de esa manera.
En un arranque se levantaba y la abrazaba muy fuerte, le parecía que estaba abrazando a
su madre y… muy despacito le decía:
—Gracias.
Niev con una sonrisa en sus labios y para alejar las lágrimas que se acomodaban en su
rostro, le señalaba el plato de barro cocido, o… ¿De qué estaba hecho? ...con abundante
guisado.
—Come hijo, come—le daba unas palmaditas en su espalda a la vez que terminaba por
decir:
—Y luego ve a descansar.

LE ESPERABA OTRO DÍA DE RECUERDOS Y CONVERSACIONES CON LOS


SACERDOTES.
El Camino de la Rosa 85

LOS PREPARATIVOS.

Moab se había quedado un tiempo más en el hogar de las dos mujeres, acompañándolas
y aprovechando la ocasión para hablarles de conocimientos de la Creación. Magdalena
escuchaba con unción, le gustaban muchísimo estas charlas, le hacían sentir que
pertenecía a esa creación sabiendo que era la verdad esperada, y que esa verdad la haría
libre, comprendiendo que esto del diario vivir no era todo lo que existía. Se sentía
grande, ahora sí, con fuerzas para aceptar este mundo.
Algo que la acicateaba constantemente era el deseo de saber acerca de la vida del niño
en la montaña, Moab decía muy poco, ella se atrevería a preguntar…
—Moab… Háblame del niño de la montaña— se animaba a decirlo así de una sola vez
sin tantos rodeos.
El sacerdote se puso serio, asentía con su cabeza comenzando a explicarle todo lo que
había acontecido con el niño y su familia. Asombrada, emocionada, no sabía si reír o
llorar, la embargaba un sentimiento muy grande.
¡Ahora entendía por qué “el abuelo” le hablaba de él!
En un gesto de deseo profundo de conocerlo, le pedía a Moab que la lleve a la montaña,
mejor dicho que las lleve, no quería separarse de su madre.
—Todo a su tiempo hija—contestaba el sacerdote— Además recuerda que tu madre no
está en condiciones de realizar un viaje largo y menos aún, subiendo la montaña.
La carita de la muchacha se ensombrecía con un dejo de tristeza, aunque comprendía
que eran buenas las razones expuestas. El sacerdote se apresuraba a prometer otra
opción a cambio y le decía muy dulcemente:
—Mira, podríamos hacer un viaje más acomodado para tu madre.
La espiaba de reojo para ver cómo reaccionaba y por supuesto la respuesta no había
tardado en llegar. Nuevamente el rostro de la niña había recuperado la alegría.
—¿Qué dices?… ¿Otro viaje?…
Eran las preguntas chispeantes de Magdalena
—Sí— respondía el hombrecillo— Podría llevarlas en muy poco tiempo más, al hogar
del niño, allí de donde provinieron los visitantes recientes y entonces conocerías a toda
su familia.
La muchacha abrazaba al anciano dándole las gracias con toda la efusividad de la que
era capaz.
Al otro día partiría Moab diciéndoles que se vayan preparando para realizar ese viaje. Él
regresaría en sólo unos días más.
Así lo hicieron. Desde la partida del sacerdote se abocaron a preparar todo lo necesario
para llevar. Necesitarían ropas, mantas, puesto que con seguridad tendrían que pasar una
noche o dos acampando a la intemperie. Por supuesto, cargarían todas las cosas en el
lomo del burrito. Iban de visita, y era menester llevar regalos, sobre todo para la mamá
del niño, que según Moab ya no era tan niño.
—Quizás a la madre de ese joven le gustaría saborear de la miel que ella, con tanto
amor, sacaba de los panales —pensaba Magdalena.
Pensarlo y hacerlo fue todo en un momento, dirigiéndose presta a sacar y preparar un
buen pote con esa exquisitez.
Otra tarea que tendrían que ir haciendo, era la de cerrar las ventanas y puertas de su
hogar con maderas para que nadie pudiera entrar y quisiera quedarse con su casa. Era un
El Camino de la Rosa 86

trabajo arduo y pesado para las mujeres, así que les venía muy bien recordar de pronto
lo que les decía el viejito sabio:

“PONGAN EL PENSAMIENTO EN QUE NADIE VA A QUERER QUEDARSE


CON LO QUE NO ES DE ELLOS, Y SI PASARA ALGÚN CANSADO PEREGRINO
QUE NECESITARA DE LOS PORTALES PARA DESCANSAR, QUE LO HAGA Y
SIGA SU CAMINO”.

Tenían todo preparado, amontonado todas las bolsas en una habitación de atrás, sólo
faltaba cargar el animal, eso lo harían cuando estuvieran a punto de partir. Mientras
esperaban que el sacerdote llegara, se ocupaban de las tareas habituales caminando por
el gran patio trasplantando plantitas. Gustaban de comer afuera sentadas sobre piedras,
cerca del arroyo.
Siempre andaba rondando el miedo por esos tiempos, sobre todo si eran mujeres las que
vivían solas. Tenían sumo cuidado si pasaba alguien que ellas no conocían, aunque era
muy raro que sucediera, aún así el temor estaba. Trataban de sacar estos pensamientos
de sus cabezas por los dichos de Moab:

“PENSAMIENTO TEMIDO, SITUACIONES ATRAÍDAS POR ESE MISMO


PENSAMIENTO”.

En un momento dado la muchacha, que estaba subida a una piedra, divisaba varias
cabezas de personas que venían por el sendero— asustada pensaba— cuando estos
doblaran por el recodo del camino, las verían.
Así que sólo atinaba gritarle a su madre para que corriera hacia la casa. Ella se había
quedado como paralizada, no sabía qué estaba pasando.
Magdalena pegaba un salto bajando de la piedra y, tomando de la mano de su madre, la
llevaba lo más rápido que podía. Entraron y cerraron las puertas. Se quedaron en
silencio mientras los pensamientos daban vueltas por sus cabezas
—Quizás iban al poblado cercano o quizás eran romanos que venían a cobrar tributo.
No importaba, ellas se quedarían allí esperando con ansiedad a que pasaran.
Escuchaban voces que las llamaban, les decían por sus nombres. No caían en cuenta qué
decían… Hasta que Rehién le dijo a su hija:
—María nos están llamando… Dicen nuestros nombres.
Recién entonces, un poco más tranquila, la muchacha se asomaba por una ventana y se
daba cuenta que quien las nombraba era Victorio, acompañado de Santiago y otros
jóvenes.
Salieron ambas, un poco pálidas y respirando profundo al reconocerlos pero con el
corazón galopante aún por el miedo pasado.
Victorio las abrazaba y decía:
—Vine con mis hermanos.
Seguidamente presentaba a Enrico y a Juan. A Santiago ya lo conocían. Un poco más
atrás estaba otro joven, alto, bien parecido, mayor que todos ellos, se llamaba Simón,
era amigo de la familia y quiso acompañarlos. Magdalena lo miraba dándole la
bienvenida, un poco serio para su gusto sintiendo inmediatamente que le faltaba alegría
en su corazón. Esa había sido la primera impresión que tuvo la muchacha del nuevo
amigo, aquel que más adelante se llamaría Simón Pedro. No así del jovenzuelo Juan
quien la miraba fascinado y que ella, con mucho cariño, no podía resistirse a pasarle su
mano por su cabeza. Entre charla y charla, Victorio les decía que debían prepararse
El Camino de la Rosa 87

porque ellos las habían venido a buscar a pedido de Moab, agregando que él iría
directamente a la casa de ellos.
—No se afanen amigos míos tenemos todo preparado—se escuchaba la voz de Rehién.
—Muy bien decía Victorio, mañana muy temprano partiremos.
De todos modos quedaba todo un día para atender a estos varones, quienes con gran
sorpresa para las mujeres las ayudaron en todo lo posible, siendo Victorio el que había
preparado comida para todos. Habían traído tantos alimentos que quedarían en el hogar
para uso de las mujeres por un buen tiempo.

Al rayar el alba, se despertaron con alegría, con la ansiedad que da el iniciar un viaje
tomando camino hacia la casa de Jesús, Joshua como le decía su madre. Cargaron los
burritos siendo dos, pues, ellos habían traído su propio animalito. Así, de esta forma,
podía ir Rehién montada en uno y no cansarse demasiado. Los varones habían pensado
en la debilidad de ella.
Cuando estaban ultimando detalles, y disponiéndose para salir, observaron que venían
por el sendero soldados romanos que se acercaron hasta donde estaban todos reunidos.
Asombrados, por supuesto, porque no tenían idea que existiera esa casa y personas que
la habitaran. No conocían ese lugar. Lo primero que preguntaron era desde cuándo
vivían allí. Los varones respondieron haciendo hincapié que sólo estaban de paso, pero
que el dueño era una persona rica que vivía en otro lugar. No obstante les hicieron
algunos regalos, convidaron agua y algún alimento, y los soldados prosiguieron su
camino.
Magdalena y Rehién a quienes nuevamente las había invadido el temor, respiraron
profundo e interiormente agradecieron al “abuelo” por su protección.
Estaba todo listo para iniciar camino dejando atrás el hogar.
María Magdalena se daba vuelta observando algo que hacía que voltease nuevamente
teniendo que agudizar su vista para convencerse de lo que veía… A su casita querida la
rodeaba un halo de color azul y, cosa extraña, esa misma luminosidad la había notado
cuando pasaban los soldados.
No podía descifrar qué era. Dejaría de lado esta visión y luego sí, le preguntaría a Moab.
Pronto se hacía parte de la alegría que todos tenían. Entre charla y charla, Santiago
cantaba con su instrumento y se ponía al lado de ella. Mientras caminaba la invitaba a
subir al burrito, más ella no quería dar su peso al pobre animal sin necesidad. En cambio
su madre si lo necesitaba.
Con esa algarabía, el camino se les hacía más corto, dándose cuenta de pronto que la
noche estaba cubriéndolos y todavía no habían llegado a las cuevas, lugar donde harían
noche, mas uno de los muchachos les daba confianza diciéndoles que faltaba muy poco
para llegar.
Por fin se hicieron presentes a la vista, las famosas cuevas, por lo que algunos de los
varones corrieron prestos a preparar un buen fuego acogedor que les permitiera tener la
lumbre necesaria para ver y calentar sus alimentos. El resto de la expedición llegaba con
paso más lento por el cansancio que estaba haciendo mella en ellos. Siguieron
caminando hasta el lugar. Casi no podían ver el camino, hasta que la luz de la fogata les
indicaba por dónde ir. Apuraron el paso… Juan los estaba esperando con el fueguito
acogedor. Entre todos calentaron alimentos para saciar el apetito y luego poder
descansar, pues les esperaba otro día de caminata.
Mientras los demás estaban enfrascados en el devenir de alimentarse, Magdalena, muy
observadora, tomaba un palo y lo acercaba al fuego, haciendo las veces de tea encendida
se apuraba a recorrer esas cuevas. Eran varias, y se comunicaban entre sí, parecían
grandes habitaciones, cualquier mendigo podía transformarlas en viviendas, claro que
El Camino de la Rosa 88

éstas, no estaban cerca de los senderos, más bien adentro, y no era fácil verlas. Ellos las
buscaron porque los muchachos las conocían.
Las voces que la llamaban la sacaron de esas reflexiones, decidiendo volver sobre todo
para no preocupar a su madre.
Luego de saborear una comida caliente, muy gustosa que habían traído de lo que les
había sobrado de la noche anterior, cada uno armaba sus mantas y se disponía a
descansar. Juan avivaba el fuego y estaría atento unas dos horas para que éste no se
apague. Luego se turnarían los otros muchachos para mantenerlo encendido. Era una
forma de cuidarse por si hubiera alimañas cerca.
Luego del reparador descanso y siendo muy temprano, apenas había un resplandor que
anunciaba el nuevo día, la mujer mayor se despertaba y, avivando el fueguito, ponía un
bote hecho de barro cocido a la llama, con agua para calentar y pudieran así tomar esa
bebida con esencias de hojas que ella tan bien preparaba. Cuando estuvo todo listo,
despertaba a los muchachos y repartía un pedazo de pan para acompañar esa bebida.
Rápidamente, todos se levantaron y se mostraron agradecidos por aquello que los
motivaba a seguir adelante con el viaje.
Nuevamente cargaron todos los utensilios en un burrito y ayudaron a Rehién a subir al
otro animal. Siguieron su camino.
Al principio en silencio. Cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. Pero no
faltaba el humor de Santiago que los sacaba de esa inercia, para instalar la alegría que
los llevaba a todos a parlotear, y a hacer de esa manera más ameno el trayecto a casa.
Tenía razón Santiago, era muy bonito el camino. Se iban acercando a unas colinas con
piedras muy grandes rodeadas por algunos árboles, marcándose un sendero que subía
para observar detrás de ellas, una montaña un poco más alta, luego otra y otra.
¡Esa si era más elevada! También allí, al ingresar, había cuevas.
Victorio aclaraba que ese caminito, llevaba a la montaña donde estaba su hermano
menor. Magdalena observaba el lugar, mientras pasaba como escudriñando lo que su
vista no alcanzaba a recorrer. Un suspiro se le había escapado, tan fuerte que los
viajeros la miraron con curiosidad. Inmediatamente la vergüenza asomaba en su carita
fresca con un subido granate bajando la cabeza para que no la vieran.
Santiago se ponía muy cerca de ella entonándole canciones, ayudándola a pasar ese
momento. Él no sabía bien por qué, pero lo hacía. La muchacha tampoco sabía por qué
sus ojos desplegaban algunas lágrimas con una emoción suspendida… ¿Quizás por las
emociones del viaje? ¿Quizás por lo que iba a compartir en los días venideros y ella
nunca había tenido la oportunidad?
No sabía María bonita. María Magdalena, la mujer de los sueños en suspenso. Claro,
ahora ya no tanto… Algunos se cumplieron, como el de compartir este tiempo con su
madre.
Siguieron siempre bordeando esas colinas, y más aún cuando estaban ya cerca de la
ciudad buscaban dejarla atrás. Ciudad controvertida, ciudad de Jerusalén en que estaban
asentados romanos y judíos, conviviendo una vida azarosa, compartiendo una “alianza”
no siempre respetada.
De pronto los muchachos comenzaron a gritar. Un salto había dado el corazón de las
mujeres. No sabían qué pasaba, ellos corrían de alegría cayendo en la cuenta que se
debía a que su hogar se vislumbraba allá, a lo lejos. La levantaban a Magdalena en
brazos en muestra de alegría.
Era ya pasado el mediodía, y se acercaban a la casa, notándose en la puerta a una
mujercita que levantaba su mano en señal de saludo. A medida que se acercaban eran
ya, dos brazos los que se movían con gran alegría. Nunca iba a olvidar Magdalena ese
recibimiento, el abrazo de esa mujer como si ella fuera su propia hija.
El Camino de la Rosa 89

¡Cuánta calidez en esos brazos! ¡Cuánta ternura en su mirada!


Ayudaron a bajar a Rehién del noble asno, y también ella, recibía ese saludo dulce,
acogedor de María, madre de Justi, o Jesús, o Joshua. Ella abrazaba a sus muchachotes
y los mandaba enseguida a preparar las habitaciones para los huéspedes. En realidad
estaban ya preparadas. Esta mujer quería tan sólo que sus visitas se sintieran cómodas,
dispersando un poco el alboroto armado por esa juventud.
Ya tenía todo preparado para comer en familia, como decía María. Primero acompañaba
a las mujeres a que se asearen un poco alcanzándoles jarras de agua en su habitación
para que pudieran lavarse y cambiarse. Las huéspedes, agradecidas. Ello les permitía
estirar sus piernas y sentirse más cómodas, sobre todo Rehién, quien tuvo un duro viaje
sobre el burro.
Magdalena se tiraba cuan larga era sobre un camastro, por unos momentos, llamándole
la atención enseguida ese mueble que tampoco sabía cómo se llamaba. Pero… ¡Qué
bueno que estaba! ¡Y tenía plumones arriba!
—Mamá, mamá fíjate en estos plumones para descansar. Nunca los había visto.
—Claro hija—respondía — No te olvides que acá todos son carpinteros.
Ya aseadas, madre e hija se acercaron al lugar en que las esperaba María. Las invitaba a
sentarse al lado del fogón dónde la comida se estaba haciendo.
¡Qué aroma salía de esa olla! …Invitaba al apetito.
María, de pronto, tocaba los atizadores golpeándolos muy fuerte para que el ruido que
hiciera atrajera a sus hijos para comenzar a comer. Llegaron todos. Aseados y con
muchísimo hambre. Desde esa gran olla María servía el alimento con una buena rodaja
de pan.
Un ruido de pies que arrastraban, hizo que la muchacha volteara su cabeza hacia la
puerta, sorprendiéndose al ver a Victorio quien llevaba del brazo a su padre, tratando
que compartiera con ellos la comida. Era impresionante lo abatido que estaba. No tenía
para nada deseos de comer, pero su esposa le servía y le pedía que hiciera un esfuerzo,
pues debía alimentarse. Con mucho cariño ella le daba a sorbitos su alimento.
De pronto Juan buscaba con la mirada a alguien surgiendo la pregunta:
—¿Y Simón Pedro?— recién ahí todos caían en la cuenta que no estaba.
¿Se había ido a su casa? Parecía que sí. No lo encontraron. Quizás se había retirado para
no molestar.
Simón Pedro era un hombre hosco, siempre pensaba que molestaba, no disfrutando de
los amigos, ni de las alegrías de los demás. Pero así era él. Esta familia lo apreciaba de
verdad, tal cual era. En realidad ya no podía decirse que era un muchacho. Tenía unos
cuántos años más que Victorio y vivía acompañado de su esposa, una mujer muy
sencilla que no era del lugar. Había hecho boda no hacía mucho tiempo con esta
mujercita que ni siquiera dote tenía, claro que él tampoco tenía mucho por ofrecer, era
un hombre que se ganaba la vida siendo pescador.
Con esa profesión lograba buenas piezas que luego las vendía para sobrevivir. Primero
en la aldea, el lugar dónde vivía y otras veces, llevaba a esa ciudad que estaba cerca, a
algunas horas de caminata. Además de la esposa, el amigo de la familia de Jesús, vivía
con la madre de ella, anciana que ya empezaba con sus achaques.
Dejaron de extrañarse por la actitud del amigo y se dedicaron a compartir esa tarde.
¡Estaban tan contentos! Tanto parlotearon y rieron que no se dieron cuenta que la noche
cerraba su paso. Todos trajeron mas leña para reforzar la temperatura del ambiente. Se
estaba poniendo cada vez más fresco.
El cansancio se sentía muy fuerte en los viajeros, así que decidieron ir a descansar. Los
huéspedes se acomodaron en una habitación que tenía un fogón. Cuando ellas entraron
las recibía la tibieza del ambiente y, con gran regocijo, notaron el fueguito encendido
El Camino de la Rosa 90

que las estaba esperando, atizaron el mismo un poco más y se acomodaron para dormir.
Ya acostada, con su brazo por debajo de su cabeza, volteaba la misma y miraba a su
madre que estaba dormida. El cansancio le había ganado. Nuevamente, con los ojos
mirando en el techo, los pensamientos corrían y la llevaban por todo lo que habían
pasado en ese día… Las alegrías, pero también la preocupación en el rostro de la mujer
de la casa. Se notaba que esperaba con ansiedad la presencia de Moab, seguramente
para que aliviase la enfermedad de su esposo.
Ya no podía sostener sus ojitos abiertos. El sueño era en ella. Se acomodaba de costado
con un brazo por debajo del cojín y… ¡Felices sueños María Magdalena!

A la mañana, muy temprano, cuando todavía dormía la joven, llegaba el sacerdote


cargado de presentes para las mujeres de la casa. Lo recibieron con gran algarabía, los
varones ya se habían ido a cumplir con sus tareas diarias, tanto en la carpintería como
aquellas de dar alimentos a los animales, limpiar los corrales y patios.
María inmediatamente le convidaba con agua fresca. Ella quería preguntarle tantas
cosas que se agolpaban en su mente y en su corazón. Necesitaba interrogarlo. Lo mismo
Rehién, cada una en su necesidad. Con el bullicio la joven se despertaba, se vestía
prestamente y se dirigía a la sala donde cocinaban para llegar justo cuando el anciano
decía:
—Por parte. Por parte. Así podré responderles.
El anciano se percataba de la muchacha que entraba a la sala, recién levantada,
saludándola con un gran abrazo para decirle:
— ¿Tú también quieres preguntar?
Magdalena le respondía con un bostezo y con una sonrisa…
—¡Ya lo creo que quiero preguntarle! — pensaba para sus adentros —Pero todo a su
tiempo, como decía Moab.
En realidad no necesitaba preguntar ya lo estaba haciendo María. Todas aquellas iban
dirigidas a su hijo. Él respondía contando todas las novedades de Jesús, el cariño que él
prodigaba a su madre y a su familia. Luego de un rato y cumpliendo con todo lo
acontecido desviaba la conversación para mirar a María a los ojos diciéndole:
—Sé que estás preocupada por Josseá. Vamos a ayudarlo para que recupere fuerzas. La
tomaba por los hombros y mirándola a los ojos le decía:
—Ten en cuenta que tu esposo, es un anciano ya. Pero aún así, él va a estar bien hasta
que los cielos cumplan con lo que él eligió antes de venir a este mundo.
—Ya sé— contestaba María asintiendo con su cabeza pero se apuraba en agregar —
Quisiera que el ocaso de su vida fuera sin sufrimientos, acompañado de sus hijos que él
tanto ama.
—Así será— decía Moab.
Le secaba algunas lágrimas que comenzaban a correr por su rostro y la tomaba de la
cintura para conducirla afuera. Se escuchaban las voces de los hijos que habían vuelto
reclamando algo caliente.
Estaban todos reunidos rodeando el fuego que les daba su calor, especialmente ese día,
que estaba más fresco que lo acostumbrado. Las nubes bajas anunciaban lloviznas e
invitaba a servirse alguna bebida caliente. Conversaban de diferentes temas, unos con
otros. Ante tanto bullicio, el sacerdote pedía silencio considerando una buena razón, el
contarles a los dueños de casa la curiosa historia de vida de María Magdalena.
Los varones se acomodaron más cerca y agregaron algunos leños, para no interrumpir
luego ese relato con esta tarea. Todos quietos esperaron a que el anciano comenzara.
Sólo se escuchaba el ruido del fuego que estaba en todo su potencial, y la voz pausada
de Moab, quuen hablaba de una niña abandonada… Por momentos, invitaba a
El Camino de la Rosa 91

Magdalena a proseguir con el relato, y luego a Rehién, la parte que le tocaba en esta
historia. Ambas expusieron lo suyo y la voz se les entrecortaba por la emoción. No
solamente a ellas sino a todos los presentes.
Cuando hubo finalizado, él explicaba que el objetivo que tuvo de narrarles esta historia
era para que todos la conocieran y aprendieran a amarla. Luego de estas palabras, María
–madre se levantaba y abrazaba sumamente emocionada, a las dos mujeres. Los
muchachos siguieron los pasos de su madre.
El enanito, como le decía Jesús, se paraba y golpeaba las palmas para que todos lo
escucharan:
—Tengo una gran noticia para darles—con voz solemne y fuerte decía—Pronto
regresará vuestro hermano menor para integrarse nuevamente a la familia, además de
querer estar cerca de vuestro padre.
¡Esa si que era una gran noticia!
Todos aplaudieron con alegría. El sacerdote le escudriñaba el rostro a María
sonriéndole. Ella no podía detener ese llanto gozoso corriendo a posar su cabeza en el
hombro de Moab.
¡Por fin tendría a su hijo en su propio hogar!
Por otra parte, la muchacha no podía creer lo que escuchaban sus propios oídos… ¿Es
que tendría la oportunidad de conocer a ese joven? ¿Por qué le palpitaba el corazón con
sólo nombrarlo?
Muchas eran las preguntas que se hacía y muchas las respuestas que no tenía.
Desviaba su atención y se daba vuelta al escuchar pasos de personas que se acercaban,
había entrado el amigo de la familia. Primero Simón Pedro, y guardando una distancia,
más atrás, su esposa. Seguidamente, María se levantaba a recibirlos con una sonrisa
obsequiosa, y los invitaba a tomar asiento. Ella no lo hacía hasta que el esposo se
sentara primero, además de tener los ojos bajos y no contestar palabra alguna. Era una
mujer mucho más joven que él. Se notaba, aún tapándose la cara con su manto. Habían
tenido hijos y María preguntaba por ellos dirigiéndose a la mujer, ella esperaba que él
asintiera para contestar, manteniendo la misma actitud con los ojos mirando al suelo.
No disimulaba su molestia la joven pelirroja, por estas prácticas que sometían a la
mujer. Ella le daba pena y él le desagradaba.
No quería que se notara su encono, no quería poner en situación difícil a los dueños del
lugar, así que muy suavemente se alejaba de allí, pretextando necesidad de caminar un
poco. Se levantaba, y su cabello rojizo, largo y enrulado le daba un marco de vivacidad
al rostro, cayéndole por la espalda como cascada fresca. En esos momentos, no tenía
manto alguno, puesto que consideraba que estaba en familia.
Muy amena se estaba desarrollando la reunión. La joven regresaba de su caminata ya
repuesta de su enojo silencioso, cruzándose con el sacerdote que estaba buscando un
lugar solitario para hacer sus propias reflexiones. Es lo que ella calculaba. Lo veía que
se acomodaba en una piedra con la vista fija en el ocaso del día. Se habían despejado las
nubes neblinosas dejando observar un paisaje en que el horizonte naranja lo invitaba.
—¡Qué capacidad para estar inmóvil! —Pensaba Magdalena—Ya había visto en su casa
la misma situación y a partir de allí Rehién se compuso. —¿Estaría ayudando a mejorar
la salud de Josseá?
María madre, se había percatado del movimiento del anciano, y lo seguía con la mirada
para acompañarlo desde su lugar con el pedido mental y del corazón, sintiendo que ella
también estaba apoyándolo, de alguna manera, en ese trabajo.
Estaba abstraída, ya no escuchaba las conversaciones de los suyos, hasta que sentía la
voz débil de su esposo que la requería para ayudarlo a ir a dormir. Decía estar muy
cansado. Presta, su esposa se levantaba. A la vez sus hijos también lo hacían.
El Camino de la Rosa 92

—Deja madre, nosotros lo llevaremos—se escuchaba la voz de Victorio.


Casi al mismo tiempo lo tomaron del brazo y, con gran cuidado, lo llevaron a la
habitación conyugal. Nuevamente los pasos arrastrando repiquetearon en los oídos de la
muchacha.
Mientras escuchaba que se alejaban, ella también hacía un pedido interno a su “abuelo”
para que el padre de esos buenos muchachos se compusiera.
Nuevamente la noche se hacía cargo del día. Los visitantes se retiraron a sus
habitaciones y Pedro con su esposa pusieron rumbo a su hogar.

María ultimaba detalles de ordenamiento en su casa, para luego retirarse a la habitación


que compartía con su esposo, acercándose lentamente como para no hacer ningún ruido
que lo despertara. Se acomodaba al lado, tapándose con las mantas, apoyando su codo
en el cojín como para poder mantener su cabeza y observar el rostro del enfermo,
notando que su esposo dormía plácidamente, ya no con esa agitación que lo
caracterizaba en estos últimos tiempos. Con gran cuidado apoyaba su cabeza con el oído
en el pecho de él, para poder escuchar su corazón. Esperaba el ruidito silbante de un
pecho sofocado, pero ya no era así, en ese momento su respiración estaba tranquila.
Levantaba la vista agradeciendo a las fuerzas del cielo que estaban ayudando a su
esposo.
Se estiraba al lado, pasando su brazo por sobre de él, mirándolo amorosamente. Nunca
había notado la diferencia de edad, aunque era bastante. Pero lo más importante había
sido el amor que él le había prodigado, encontrando un apoyo muy grande, un
compañerismo, un compartir que superaba cualquier pasión. Se encontraba de pronto
con una familia que la amaba y la respetaba. Esos muchachos, cada uno con sus cosillas,
la cuidaron y aún no comprendiendo lo que pasaba con Joshua, no preguntaron mucho y
aceptaron a ese hermano “especial” como decía María, su madre.
Al otro día, muy temprano, la dueña de casa se levantaba. Preparando el pan que tanto
gustaba a sus muchachotes, pensando en ellos recordaba que el día anterior había
observado a Victorio que ponía sus ojos en Magdalena con una mirada muy dulce, una
mirada que nunca había ostentado el hijo mayor de la familia. Evidentemente le atraía la
chiquilla tan sufrida, tan agradable. Dejaba de amasar por un momento y jugaba con
estos pensamientos:
—Más que chiquilla, diría mujer fuerte. Sabía lo que quería. No se doblegaba al hombre
y eso… No era para Victorio.
Eran las conclusiones a las cuales había arribado, porque él mismo era una vorágine de
decisiones propias, y un poco arraigado a viejas estructuras en cuanto a la mujer. Aún
cuando la familia no se movía con esos parámetros.
Tal razonamiento la llevaba a preocuparla. No quería por nada del mundo que alguno de
los dos se sintiera mal, ya que estuvieran juntos… o no.
Seguía amasando un poco más tratando de desviar estos pensamientos
—Ojala que esté equivocada— se decía a sí misma.
Por otro lado, la joven pelirroja también había notado las miradas de Victorio, y no
quería que él se creara falsas expectativas, por lo que sería mejor partir raudamente. Le
comunicaría a su madre que al otro día partirían para su casa. Se convencía a sí misma
diciendo:
—Ya como visita estaba cumplida y había sido por demás fructifica. La había pasado
muy bien.
Se dirigía al lugar dónde María hacía sus panes ofreciéndose a ayudarla, aprovechando
la ocasión para comunicarle esta decisión. En verdad, a María no la habían sorprendido
las palabras de la muchacha. Eso sí servía para darse cuenta que a Magdalena no le
El Camino de la Rosa 93

interesaba su hijo mayor. No obstante la muchacha se preguntaba por qué no le atraía


Victorio, siendo un hombre joven todavía, le llevaría unos quince años, que no se
notaban, además de ser muy bien parecido, alto, muy fuerte, musculoso por el trabajo
arduo que realizaba todos los días. Un hombre muy preciado por las mujeres y además
muy buscado… ¿Quizás sería por el carácter dominante que mostraba? ¿Por esa actitud
de posesión que denotaba cuando algo le gustaba?
No sabía la joven, pero sí sabía que no lo quería en su vida, y por eso había decidido
irse.
Entraba el varón al recinto en que las dos mujeres estaban conversando y no pudo evitar
escuchar lo que decía Magdalena:
—¿Cómo que quieres irte? - Preguntaba sorprendido y enojado a la vez —Pensaba que
te quedarías un buen tiempo… ¿Acaso no te sientes cómoda?
—Me siento muy bien, como si estuviera en mi casa. - Contestaba tratando de dar una
explicación coherente —Pero de eso se trata, de mi hogar. Allá hay mucho por hacer y
mucho por cuidar.
—Te entiendo— replicaba el joven —Pero eso no es problema. Mando a un muchacho
que se ocupa de trabajar en nuestra carpintería, le digo que vaya para cuidar todo lo tuyo
y se quede allí hasta que tú vuelvas.
—Gracias Victorio—decía la joven tratando de no darle más vueltas al asunto —Mi
madre y yo queremos regresar.
Ante esta decisión él no podía decir más nada. Entonces se ofrecía para acompañarlas.
Tampoco aceptaba, e hizo saber muy bien que era ella quien decidía.
Entraba Moab, y al ver que dos fuerzas pugnaban entre sí, y para evitar una discusión,
salía al cruce diciendo que él iba para la montaña y acompañaría a las dos mujeres en su
camino.
No tuvo más remedio que aceptar el desilusionado Victorio, además de sentirse menos
en su condición de varón. No obstante, se acercaba a la muchacha mirándola a los ojos
para decirle:
—Iré a visitarte y hablaremos.
Ella respondía sosteniendo esa mirada:
—Puedes venir cuando quieras. Eres un buen amigo y serás bien recibido.
María no estaba errada para nada en sus pensamientos. Ante esta situación, rápidamente
mandaba a su hijo mayor a buscar leña para el fogón a modo de alivianar las cosas entre
estos dos jóvenes.
El resto del día se presentaba un poco tensionado, se ocuparon madre e hija de juntar
sus cosas para poder partir en la mañana muy temprano.
Así lo hicieron. Necesitaron abrigarse, el día estaba fresco pero el sol ya se vislumbraba
en el horizonte invitando a emprender la marcha. Toda la familia estaba dispuesta para
despedir a las visitas. Agradecida a todos por el recibimiento, la pelirroja hacía un
saludo llevando su mano al corazón.
María madre las abrazaba y les deseaba un buen retorno.
—Hija—refiriéndose a Magdalena— Quiero que regreses para cuando venga mi hijo
Jesús. Quiero que lo conozcas.
Mientras decía estas palabras le acariciaba el cabello, sobre todo trataba de acomodar un
mechón rebelde que le caía muchas veces por el rostro.
Magdalena también abrazaba fuertemente a María, contestando emocionada
—Así lo haré.
¡Qué lazo tan fuerte había entre éstas dos mujeres!
Rehién subía y se acomodaba en el al burrito. Magdalena con Moab al lado comenzaban
la caminata de regreso a casa. Se daban vuelta para saludar una y otra vez a esa familia
El Camino de la Rosa 94

tan buena, tan sencilla. Cada uno de ellos, sumidos en sus propios pensamientos,
viajaron en silencio un gran tramo, hasta que Magdalena, como saliendo de sus propias
reflexiones decía en voz alta:
—Siempre me pasa lo mismo, algún caballero queda sentido por mi causa. Y yo no
tengo un sentimiento que contente al caballero.
—No te afanes pequeña— decía el sacerdote— Él olvidará esta situación, ya María
hablará con Victorio.
—¿Quieres decir que María se dio cuenta de lo que le pasaba a su hijo?
—Pues claro, chiquita. Y también sabe que tú no quieres esa situación.
Iba poniendo énfasis a las palabras a modo de tranquilizarla.
—Olvídate de ello… La próxima vez que los veas, esto ya estará olvidado.
—¿Tú crees?
—No creo… Estoy seguro.
Siguieron caminando, ya casi sin palabras. Recién se enteraba la madre, por la
conversación escuchada, de lo que había acontecido… Pero no preguntaría nada a su
hija si no era ella la que iniciara esa conversación.
Comenzaban las mujeres a sentir tanto sueño que no podían mantener sus ojos abiertos.
Magdalena quejándose esto que le pasaba, le decía al anciano que detuvieran la marcha
para descansar tan sólo un momento. No daba más y tenía la sensación de que se caería
al suelo dormida.
—¿Qué me está pasando? - Se preguntaba la joven, mirando a su madre quien ya estaba
dormida. No tenía más fuerzas. El sacerdote la ayudaba a subir al burrito siendo este el
último recuerdo de la muchacha para entrar en un sopor profundo.
De pronto… Aparecía el recodo del camino, tan conocido, y un poco más allá estaba la
piedra que señalaba el ingreso a su hogar.
Moab las despertaba y… ¡No podían creer!… ¡Tanto que durmieron!... ¡Todavía no era
la noche!... ¿No pasaron noche?... ¿Qué estaba pasando?
El sacerdote esbozaba una sonrisa y no tuvieron respuestas.
Ya en la casita, abrieron las puertas y les parecía que hacía siglos que se habían ido.
Acomodaron las cosas que bajaron del burrito, para encender el fueguito amigo y
disponerse a comer algunos alimentos que habían traído del viaje y que, por supuesto,
no habían consumido… Pues claro… ¡Se habían dormido!
Quisieron tocar el tema, pero el pícaro de Moab prefirió irse a descansar, un bostezo…
Y las preguntas quedaron en el aire. Ambas mujeres se quedaron solas, conversando de
todo lo vivido y también del “corto viaje” de regreso.
El generoso cuidador de las mujeres, al otro día seguiría viaje hacia la montaña para
reencontrarse con Jesús. Le contaría de su mamá, de su familia y de Magdalena.

Se despedía el anciano y la joven colgándose de su cuello le agradecía una vez más las
atenciones recibidas. Más que todo, el amor que sentía que le profesaba el sacerdote,
habiendo algo muy profundo entre él y ella. Un padre no hubiera sabido ser mejor que
él.
Lo veían salir del portal y ya lo estaban perdiendo de vista, precisamente en el recodo
del camino. Regresaría, era la promesa cuando ellas necesitasen buscar sus alimentos.
La muchacha se había quedado pensativa con sus ojos fijos en ese recodo del camino y
toda ella era…
¡GRACIAS MOAB QUE SERÍA DE MÍ SIN TI!
El Camino de la Rosa 95

TEMPLO OVOIDAL

Moab iba llegando a la puerta de piedra, en la montaña pensando en los recodos que
tiene la vida humana. Ahora que él era parte de esa vida humana comprendía tanto los
pesares, las alegrías y las formas de confusión propias del nivel. Cómo explicar a todas
estas bellas personas, que él no había nacido de vientre materno, sino que tan sólo había
tomado un cuerpo para poder ingresar al plano de la Tierra. Así debía ser, era necesario
que lo viesen, lo escuchasen para él poder hacer su tarea que, por supuesto, requería de
sus palabras, de reunir a todos los que también habían acordado hacer sus propios
trabajos, nada más que no los recordaban y… para ello estaba él. La vibración de la
Tierra de esos momentos no permitía el ingreso de guías sutiles y tampoco los que
tenían cuerpo se permitían escuchar y dejarse guiar.

Llegaba a la puerta y tocando con sus manos la piedra, se abría al solo contacto afín,
dándole paso para ingresar al fantástico vergel que era ese lugar.
¿Cuántos cambios tendría que hacer el ser humano para saborear de lugares como éste?
Allí donde la vida fluye, la vida se congracia con todo lo que rodea, esta es la vida por
la vida misma.
Joshua, quien estaba atento al regreso del sacerdote, observaba por momentos la piedra
de entrada para regocijarse con la presencia del enanito que estaba entrando por aquella
puerta. Corría a darle la bienvenida que equivalía atosigarlo de preguntas con respecto a
su madre, sus hermanos y especialmente sobre su padre enfermo.
—Espera hijo— le decía Moab con una sonrisa comprensiva— Todo he de contarte, tan
sólo deja que llegue.
Caminaron por la orilla del río hasta encontrar algo cómodo en donde sentarse, y allí
daba el sacerdote todas las buenas nuevas, además del comentario que pronto él bajaría
de la montaña para visitar a los suyos y luego, poco a poco, comenzaría la convivencia
con su propia familia.
—¿Debía ser de esa manera? — preguntaba Jesús no muy convencido.
—Sí, hijo. Tú has recordado todo lo que hiciste para descender a este plano y el por qué.
—Tienes razón… ¡Sólo que este lugar me da tanta seguridad! ¡Tanta armonía!
Y, tomando al anciano de los hombros agregaba —No te olvides viejito querido que
tengo un vestir humano— y señalándolo con el dedo le decía— Tú mismo has dicho
que una cosa es con vestir humano y otra muy distinta sin él.
—¿Yo dije eso? —expresaba con picardía, acompañando estas palabras con una risa
franca, abierta.
La risa de Moab contagiaba garabateando en el rostro de Joshua otra más grande.
Siguieron departiendo por largo rato, divisando de pronto una figura, que se acercaba
caminando a grandes zancadas. Moab le señalaba esta persona a Jesús, tan alto,
desgarbado en sus pasos. Ambos se tentaron de risa tratando de tragarse la misma, pues,
ya estaba muy cerca el sacerdote investigador.
—Creo saber de que se ríen— decía cuando llegaba —Yo voy a reír para acompañarlos.
Una carcajada resonaba entre las aguas levantando piquitos y los tres no paraban de reír.
De pronto el silencio. Muy ceremonioso el sacerdote desgarbado, invitaba al joven a
acompañarlo para recibir otra enseñanza en el Templo Ovoidal, más allá del puente
colgante.
Mientras se dirigían, sin pérdida de tiempo, comenzaba a hablarle de las posiciones de
la Tierra, la que tenía y la que alcanzaría en un tiempo más lejano, su velocidad en su
rotar.
El Camino de la Rosa 96

—¿Sabes? Le decía casi en un susurro: —Este planeta que habitas es tan lento, tan
pesado con escasa vibración positiva haciendo reflejo en su humanidad y viceversa. -
Levantando un poco la voz dándole un tono profético agregaba:
—Tanto es así que puede sucumbir.
Tal confesión había causado en Jesús un dolor en el pecho, mezclado con emoción y
con una profunda compasión por esta humanidad.
—No te dije mi nombre, querido muchacho.
Sorprendido por su olvido.
—Me llamo Orión, por darte un nombre, para que puedas dirigirte a mí. En realidad
nuestros nombres en nuestros lugares de orígenes son sonidos, vibraciones emanadas
desde nuestro corazón.
El nombre era en su origen para que puedan nombrarlo— decía el sacerdote.
Luego, con el tiempo, sonaría igual pero las letras cambiarían por los mismos humanos
que lo llamarían Kryon. Provenía de la Constelación de Orión. Comprendía muy bien la
necesidad de las personas en reconocerse con los nombres, lugares y las formas, por ser
éste, un mundo de formas.
Llegaron al templo para encontrarse otra vez, con esa inmensa estancia de techos
transparentes, en la que había sólo dos sillones que ambos usaron. Como siempre, el
sacerdote tomaba la mano del joven. En ese preciso momento todo comenzaba a girar.
Ese movimiento le permitía ingresar a un espiral tan brillante que casi no podía abrir sus
ojos. Cuando por fin iba sintiendo placidez ya no giraba sino que parecía que flotaba.
Era asombroso el espectáculo que se ofrecía frente a él. Un espacio cósmico con
planetas de esta galaxia y de otras conformando, una especie de espirales con
movimientos cíclicos, siempre regresando al lugar de origen en otra vibración.
Los espirales que llegan a un punto cenit de expansión, vuelven al punto que los
originó, en el cosmos. Siempre se manifiesta con otra vibración, no cambia nada. Es el
movimiento armonioso del todo el universo.
Para este planeta y sobre todo para la humanidad, desarrollarse en un espiral y regresar
al punto de origen, significa volver a empezar. Por ello, los movimientos terrestres
fueron y son en un sentido de rotación sobre su mismo eje, aún siendo muy desdibujado
y en otro de traslación alrededor de una fuente como es el sol.
Hermosas explicaciones daba el inteligente investigador pero, por sobre todas las cosas,
un amante de la Tierra y su humanidad. Había llegado la hora para él de trabajar fuerte
apostando a esta humanidad. Apostando al hombre que tendría que abrir su conciencia y
sobre todo su corazón. Para ello, debía programar desde este tiempo y para el futuro,
una Tierra con otra vibración para que pudiera hacer su rotación en espiral brillante,
comenzando con las energías violetas para alcanzar, ya en un cambio profundo de la
humanidad, el espiral dorado que caracterizaba al resto del universo.
—¡Cuántas maravillas en esta Creación! ¡Cuánto por saborear! — reflexionaba Jesús.
—Y… ¡Cuánto por trasmitir! - Decía Orión.
Estaban saliendo del recinto ovoidal, bajando los escalones de piedra, cuando
escucharon una voz dulce, muy dulce, que parecía en los primeros momentos que
provenía de un lugar determinado para cambiar de pronto a otro, y a otro… Para darse
cuenta finalmente que ese sonido era abarcativo a todo. Con agradable sorpresa el joven
identificaba esa voz como la del querido sacerdote Niev, quien cantaba al unísono de la
naturaleza haciendo su entrega de amor y a la vez receptando ese mismo amor para
lograr el equilibrio justo con que se mueve la Creación.

<<Entregamos el dulzor que deleita a otros y recibimos ese dulzor que nos deleita;
podríamos así explicar para que se entienda a nivel humano lo que significa equilibrio.
El Camino de la Rosa 97

Joshua venía a traer a la humanidad el equilibrio que se necesitaba para pasar de un


sistema neblinoso a otro de Luz.>>

Seguidamente de las experiencias recibidas en el Templo, debían dirigirse a una reunión


organizada por Moab en que los siete sacerdotes iban a entregar a Jesús los dones que le
correspondían. No eran otra cosa que las siete enseñanzas que él necesitaba para su
desarrollo como humano, antes de volver a su hogar, aquel que lo esperaba bajando la
montaña. Estaba previsto como objetivo que pudiera hacer visitas esporádicas a su
familia antes de insertarse definitivamente.
Caminaban rápido, sorteando piedras, serían los últimos en llegar. Mas había un
pensamiento que le daba vueltas y todavía no había encontrado el momento justo para
preguntarle al sacerdote, bajito, gordito, enanito como le decía él…
¿Quién era la persona dueña de ese nombre dicho como al pasar? …¡Magdalena! Él
sabía que nada era circunstancial. Si la había nombrado, y además como visita en su
casa, debía ser muy importante para Moab.
Ya estaban entrando a la sala principal de reuniones. Era una edificación de piedra con
grandes aberturas, las cuales hacían las veces de amplios balcones en que se podía
observar todo un paisaje increíble. La ciudad de Jerusalén, muy pequeñita a la vista, era
parte del mismo. Extasiado observaba y pensaba que el solo hecho de ver a su familia le
hacía sentir, un dulzor, un amor…
Quería halagarlos, quería enseñarles todo lo que él había aprendido con los sacerdotes.
Era muy fuerte esto de entregar sabiduría, y él quería hacerlo, no solamente con su
familia sino con el mundo entero.
No escuchaba lo que hablaban en esa sala los sacerdotes. Tan sumergido estaba en sus
propias vivencias que tuvieron que llamarle la atención.
Finalizada la misma, los sacerdotes se dispersaron. Cada uno a sus tareas y él se
quedaba parado observando nuevamente desde el balcón el espacio que se ofrecía para
deleite de sus ojos. Un cóndor revoloteaba cerca y abría sus alas justo frente a él como
diciendo…
¡Bienvenido, Jesús de Nazaret!
Una sonrisa comprensiva fue la respuesta a tamaño devenir. El animal se retiraba
alejándose. Fue entonces que escuchaba que lo llamaban, dejaba el balcón para caminar
a grandes pasos y llegar hasta Niev, quien tenía preparada una comida exquisita que
invitaba a saborear. Agradecido se disponía a tomar esos alimentos y ella,
acompañándolo, le contaba las tantas manifestaciones que tenía la naturaleza para con el
hombre. Estos relatos que se parecían mucho a los cuentos de niños narrados por la
madre para ayudarlos a dormir. Tenían este mismo efecto con una ensoñación tal que
sólo deseaba irse a dormir. Claro, para él significaba seguir despertando o recordando
en sueños, la sabiduría de la misma naturaleza.

—¡Despierta Joshua, tenemos que conversar!— le decía Moab, a la vez que lo sacudía
de un hombro— ¡Vamos muchacho!
Le ofrecía leche calentita con pan y miel, combinación que a Jesús le gustaba mucho. Se
sentaba con pereza, todavía con la lasitud del sueño, como faltando completar su
descanso, bostezaba y extendía su mano para tomar lo que le ofrecía el anciano,
esperando esa conversación.
—¡Come hijo! ¡Come tranquilo! — fueron las palabras del sacerdote mientras se
acomodaba al lado—Yo espero…
Moab comenzaba su relato por el principio… Cómo había nacido Magdalena y sus
circunstancias… Agradablemente sorprendido, Jesús dejaba traslucir una sonrisa
El Camino de la Rosa 98

pensando—Tan sólo el día anterior buscaba el momento de preguntar acerca de esta


mujer y, ahora estaba allí, el anciano, contándoselo.
Se acomodaba mejor en su camastro para seguir escuchando…
Proseguía con la vida de Rehién, luego su visita a las dos mujeres, en fin todo lo
acontecido.
El joven se preguntaba —¿A qué viene todo esto? —sin interrumpir, ni siquiera una vez
el relato de Moab.
Más él le decía:
—No te apresures, espera con paciencia, ya sabrás a dónde quiero llegar con esto. Pon
atención… Va a haber un punto, cuando tú estés en el fragor de tu vida, como humano
que eres, en que vas a necesitar hablar… que te entiendan… de todo lo que has
despertado y vas a encontrar en Magdalena lo necesario para que te sientas apoyado,
incluso ella será cabeza, muchas veces, de una gran manifestación energética que
sembrará junto contigo este Gran Hacer que tú elegiste mucho antes de nacer y ella
también.
Le costaba a Jesús estar callado pero sabía que debía esperar… Una mujer…
—Te preguntarás… Por qué… Pues bien, para que haya equilibrio en la Tierra. Seguía
el sacerdote dando empuje a las palabras:
— En todo lo creado, debe haber dos “Fuerzas”, una la del amor femenino, por así
decir, implícita en la mujer y otra, la misma fuerza acompañada con la que lleva como
sello el hombre, lo masculino. Tú sabes que en el universo estas dos energías son una
y… habrá un tiempo que ello ocurrirá en la Tierra y en la humanidad. Ambas energías
estarán unidas para ser parte del Todo Creación.
No podía esperar más y decía:
—Quieres decir que… ¿Una mujer estará en mi vida?
—Sí— contestaba con firmeza —Una mujer contenedora de lo que necesitas como
energía de “Presencia”, y esto lo hablaremos luego que tú entres al Templo Ovoidal de
la mano del sacerdote que te entregará este otro don. Recuerda que serán siete tus dones,
o tus sellos. Lo hemos hablado en la reunión.
Agregaba notándolo disperso:
—Sellos que se transferirán a la humanidad. Además… Hacía una pausa, como para
darle más suspenso y decía:
—Hay otra gran mujer en tu vida, que también eligió este camino antes de nacer.
Se dibujaba una muequilla muy particular en Jesús cuando algo lo asombraba…
—¿Qué otra mujer?…
—Tu madre.

<<ELLA DEJARÁ EL SELLO DE LA ENERGÍA AMOR EN SU MÁS EXQUISITA


EXPRESIÓN, SERÁ RECONOCIDA POR TIEMPOS Y TIEMPOS PARA
CONSUELO DE MUCHOS. SERÁ EN EL MUNDO DE LAS FORMAS, LO IDEAL
PARA RECURRIR, PARA ESTAR PRESENTE CUANDO LAS TEMPESTADES
ACUCIEN A LA HUMANIDAD>>

Hubo un pequeño silencio y proseguía el anciano:


—Como dije, dos mujeres en tu vida y… dos mujeres para la humanidad. Qué quiero
decir con esto, las dos energías femeninas, por darles un nombre terrestre, se unificarán
haciendo una sola y conformando así una parte de la Creación. Seguía aclarando con
mayor énfasis:
—Una mujer representa la sublime expresión del Amor en la ternura, en el dulzor y
muchos calificativos más, me refiero a tu madre. La otra otorga la Fuerza, la Libertad, el
El Camino de la Rosa 99

Amor, la lucha en el mejor sentido de la palabra o podía decir la Mujer de Espada,


también en el mejor sentido de la misma palabra. Y estoy hablando de María
Magdalena. En un punto de acercamiento a la Luz de esta humanidad, estas dos energías
se unirán, y abrazarán a la que tú dejarás como semilla simiente en esta oportunidad a
esta humanidad, y a las posteriores, que no serán más que una réplica de la de ahora.
—¿Qué tienes para preguntar? — inquiría Moab notando cierta ansiedad en el joven.
—¿Cuál es la energía que en mí se presenta?
—La Energía Crística. No es otra cosa que la misma energía de Dios, Creación, Vida o
como quieras llamarle. Tan sólo lo sientes en tu corazón. Eres Tú y eres Él, por decir de
alguna manera y eres EL TODO.
—¿Y la de las dos mujeres? preguntaba el hijo de María, sabiendo en lo profundo de su
corazón la respuesta.
Ante el silencio del sacerdote él mismo se responde diciendo:
—La otra parte de la misma Energía Crística, son Ellas y Él y son EL TODO.
—Así es Joshua.
—¿Cómo es Magdalena? — indagaba el joven con curiosidad de hombre.
—Ya la conocerás… ¡TODO A SU TIEMPO!
El Camino de la Rosa 100

REFLEXIONES DE MARÍA- MADRE.

Luego que sus visitas partieron, volviendo todo a la normalidad, se había quedado
preocupada María por la actitud de Victorio.
¡Esa ansiedad por tener a Magdalena para él!... ¡Si!... Esa era la reflexión última que
tenía esta madre que había desarrollado una intuición muy fuerte. Desconocía esta
faceta de su hijo adoptado por ella con amor profundo.
Los días posteriores, María no le perdía pisada, y notaba que “su hijo” se sentía como
encerrado dominándolo su mal humor, ella sabía que él no aceptaba de ninguna manera
el desplante que le había hecho Magdalena, sutil, con altura pero desplante al fin.
Pensaba que tendría que encontrar el momento adecuado para hablarle, hacerle ver que
su hosca actitud para con todos, aún con su amigo Pedro, no lo llevaría a ninguna parte.
—Victorio debió haber conversado con Pedro— pensaba la madre afligida –Pues el
varón amigo quiso sacarle conversación, criticando duramente a la muchacha en
cuestión, cosa que no había permitido por considerar que no era la forma de resolver
situaciones de esta índole.
Ciertamente, sabido era que Simón Pedro tenía pensamientos que no ayudarían para
nada a Victorio, puesto que él estaba a favor del sometimiento de las mujeres por los
hombres, y estaba implícita la ser usada para sus propios placeres sin tener en cuenta la
voluntad de ellas, y más aún, disponer de su vida por tan sólo ser mujer.
Al escuchar las palabras de Pedro que tenían esa cuota de negatividad, le respondía con
voz firme, poniendo su límite:
—Cuida tu decir para con Victorio, no estás ayudando para nada. Sólo estás ahondando
esta mala situación. Tú no sabes cómo son las cosas. Deberías observar tu corazón y
tratar de cambiar esos malos sentimientos.
Por supuesto el hombre se había sentido muy mal ante estas palabras. No aceptaba que
una mujer, por muy madre que sea de su amigo, venga a decirle cómo él tenía que
actuar. La había mirado enojado, farfullando iras que casi no podía controlar.
—Esta mujer tiene la lengua suelta— pensaba furibundo— Josseá no la puso nunca en
su lugar ni los hijos tampoco. Ahora mucho menos, ya que el pobre marido está
enfermo. ¡Quisiera contestarle como se merece! - Seguía farfullando por dentro,
dándose cuenta que estaban su amigo y sus hermanos de por medio, quienes no lo
permitirían.
Esa había sido su última reflexión. Hizo unos pasos para atrás y con el rostro escarlata
de la ira se despedía raudamente para retirarse de ese hogar, casi disparado.
María respondía a ese mal saludo con un movimiento de su cabeza asintiendo y
aceptando el mal carácter del amigo de la familia.
—Ya se le va a pasar— pensaba la mujer que tan sólo quería otro tipo de contención
para su hijo.
Se había quedado observando la partida del varón mientras bajaba por las colinas, corría
más que caminar, parecía que lo perseguían y no dejaba piedra sin patear en el
transcurso de su camino.
De todas formas, urgía hablar con su hijo. Se daba cuenta que las cosas estaban peor de
lo que pensaba.
De pronto caía en la cuenta que no podía compartir esta preocupación con su amado
esposo, como en los tiempos en que resolvían juntos estas situaciones que se
presentaban. No podía preocuparlo, además él ya no coordinaba muy bien su vida
diaria.
El Camino de la Rosa 101

¡Cómo extrañaba al Josseá de antaño! Ese que la llenaba de mimos, que compartía su
vida en todo, en las pequeñeces hogareñas, que solucionaba todos los problemas que
surgían. Ahora las tenía que compartir con sus hijos, mejor dicho con los hijos de su
esposo.
Por otra parte, María tenía un temor escondido.
¿Qué pasaría con esta relación de ella y los hijos de Josseá cuando él partiera a los
cielos? ¿Le permitirían seguir allí, en ese hogar? ¿Estaría su Joshua con ella?
—María no dejes volar tus pensamientos en algo que todavía no sabes—decía esa voz
interna —No te llenes de negatividad.

<<¡QUÉ COSA ESTA VOZ QUE TODOS TIENEN Y MUCHOS NO QUIEREN


ESCUCHAR!>>

Suspiraba profundamente tratando de no pensar más—se decía a sí misma — Las cosas


se van a arreglar.
Se dirigía a la habitación para ver a Josseá quien estaba descansando, encontrándolo con
muy buen ánimo mirando por la ventana, tratando de divisar a sus hijos trabajando en la
carpintería, que desde allí se veían como figuras pequeñitas, que iban de un lugar a otro.
Había una distancia considerable desde la casa hasta allí. Así lo había querido el propio
padre para separar el trabajo de la tranquilidad del hogar.
—Después de todo, había criado bien a esos muchachos— pensaba con orgullo—Claro
tuvo a “su” María al lado y eso es decir mucho.
Un ruido de pasos lo sacaba de su abstracción, volteaba su cabeza y una sonrisa amplia
se dibujaba en su rostro. Entraba María, y con ella, la vida misma, un gorjear de pájaros
era la risa cantarina de su mujer. El anciano esposo la rodeaba con sus brazos y ella se
acurrucaba en ellos.
—¡Cómo lo necesitaba! ...Era ese el sentimiento fuerte que la transportaba a sentir en
ese abrazo, la contención más grande, aún sabiendo que su esposo estaba enfermo. No
le importaba la ancianidad de él, sólo le importaba el amor que tenía ese hombre para
con ella. No necesitaba más.
Agradecía desde lo más profundo de su corazón a Moab, quien había venido en ayuda
de su esposo y por todo lo que había hecho por su hijo querido.
Estaba todavía en los brazos de él cuando escuchaba su voz queda, que le decía que
estaba muy cansado y quería reposar. Así lo hizo María, prestamente lo acomodaba y
cuando había cerrado sus ojos para dormir, salía en puntitas de pie cuidando de no hacer
ningún ruido.
Josseá quien fingía dormir, abría sus ojos para llenárseles de lágrimas que no podía
retener. Era difícil dejar esto que tanto amaba. Sabía que faltaba poco para su partir.
La Madre de las madres, salía al patio caminando hacia el viejo árbol, aquel que los
había cobijado bajo su sombra cuando llegaron con Josseá luego de concebir a Joshua.
Ese árbol que ahora se había ya desarrollado y estaba tan grande… El mismo que les
había dado su energía para que ese momento sea plácido y armonioso. Debajo de él,
María se sentaba a reflexionar sobre su vida. Tan ensimismada estaba que no había
sentido llegar a Victorio.
—Madre… ¿Puedo tomar tu tiempo y conversar contigo?
Se sobresaltó… Contestando inmediatamente.
—Por supuesto hijo. Ven siéntate a mi lado
Con su mano le señalaba un lugar de la piedra grande, pegadito al de ella, y con el
corazón henchido de compasión le decía:
—Dame tu mano.
El Camino de la Rosa 102

La tomaba y la ponía en su corazón instándolo a proseguir:


—Habla, querido mío.
—Madre, tú sabes que yo estoy muy mal. No sé lo que me está pasando, extraño a
Magdalena y quiero que me pertenezca. ¡No pongas esa cara! Voy a tomarla por
esposa— se apresuraba a decir el muchacho, compungido al observar el rostro
asombrado de María.
La mujer escuchaba dejando que terminara su alocución.
—Lo que más me hace mal es saber que ella no corresponde a este sentimiento mío.
María trataba de decir algo que lo hiciera reflexionar, pero él no le daba lugar y seguía
diciendo:
—Tú y mi padre me han enseñado que sólo el amor une a dos personas. De qué me
sirve si no soy correspondido—hablaba para sí mismo—Prefiero tomar la mujer que me
gusta y tenerla conmigo, no importando si ella quiere o no, como hizo Pedro. Además
ella no tiene quién la cuide.
—Sí tiene—dijo María… y bonito ejemplo el de Pedro.
—¡A quién!
Contestaba Victorio, sumamente molesto.
—No me hables de la madre, porque es una pobre mujer que ya no se lleva a sí misma.
—Se tiene ella— replicaba con firmeza— ¿O no te has dado cuenta que Magdalena no
es igual al resto de las mujeres? ¿No sabes acaso todo lo que vivió desde su infancia?
¿Es justo, que tú no respetes sus sentimientos y quieras avasallarla? O te imaginas por
un segundo que Magdalena va a ceder a tus intentos. ¿Quién sufriría más tú o ella?
¿Quieres que te responda? —decía la madre poniendo sus límites — ¡Contesta hijo mío!
—No madre, ya sé— palabras que se entrecortaban, un nudo en la garganta lo estaba
avasallando— Por eso mismo no he corrido a su lado y no la he traído contra su
voluntad.
Continuaba como si el mundo se le hubiera venido encima…
—Ya sé, me ignoraría. Y lo que es peor, no soportaría tu mirada y la de mi padre
reprobando esta situación.
—Así es— respondía con voz compresiva, dándose cuenta que él estaba entrando en
razón —Tómate tu tiempo, deja las cosas como están— seguía aconsejando.
—Si tiene que ser. ¡Qué mejor!… Que sea en perfecta armonía, en el amor, en el
respeto, como fue mi amor con tu padre.
Al verlo tan abatido lo atraía hacia ella como si fuera un niño.
—Ven hijito querido, comprendo tu amor y tu necesidad. No hagas caso del decir de
Pedro, él ha sido criado sin un amor que lo cimentara. Fíjate la familia del pobre
Pedro…
—Ven Victorio, apoya tu cabeza en mi pecho y te cantaré una canción de cuna, como si
fueras un niño, aunque eres un niño en tu corazón.
¡Cuánta sabiduría la de María! ¡Cuánta intuición!

Así, había pasado el tiempo y Victorio iba olvidando de a poco a Magdalena. Como
resultado de ello incursionaba en la familia una chiquilla que lavaba ropa, muy alegre,
seductora, que hacía de las suyas para envolver a Victorio. Él había caído bajo sus
encantos y, en muy poco tiempo, ya estaban planeando boda.
Esta familia de varones atraía a las mujeres del lugar. Ellas sabían que las tomaban con
seriedad y les daban un lugar en sus corazones. Sabían que tomaban mujer sólo si el
sentimiento estaba de por medio. Por supuesto, para esas mujeres Victorio no escapaba
a las reglas familiares, conviniendo también, que ya era un hombre bastante mayorcito y
debía casarse para dejar la oportunidad a los otros varones que lo siguieran, según
El Camino de la Rosa 103

costumbres de la época, aunque no era este el caso en la familia de María. Aquí estaba
presente siempre la libertad de cada quien.
Esta postura diferente de la familia despertaba críticas, porque no se acercaba
mínimamente a las vidas corrientes del resto del pueblito, pero aún así era tanto lo que
emanaba esa familia, energéticamente hablando, que de alguna manera lo percibían. Si
bien causaba críticas, muy en el fondo eran envidias encubiertas, sobre todo las mujeres.
Los hombres, por conveniencia, no querían ni parecerse a los varones de Josseá, ello
implicaba dejar sus bajas pasiones por cualquier niña que estuviere desamparada o
careciere de dote.

María esperaba a Jesús con impaciencia. Moab le había dicho que vendría de visita para
la boda de Victorio. Realmente lo esperaba con mucha ansiedad. Quería ver a su hijo, lo
extrañaba, más ahora que era difícil trasladarse hasta la montaña por la salud de Josseá.
No quería dejarlo solo ni un momento.
¡Sus hijos le decían que fuera, que ellos lo cuidarían!
María sabía que no faltaba mucho para su partida. No se perdonaría nunca si él partiera
y ella no estuviera para acompañarlo, para tomarle de su mano, además quería
aprovechar todo el tiempo posible al lado de él.
Santiago y Juan se estaban preparando para hacer una visita a Magdalena, para invitarla
a la boda de Victorio. Había pasado tiempo y no sabían nada de ella. Su madre decía
que era mejor así, para que el mayor de los hijos tuviera más tiempo para olvidar.

Solía María apoyarse en la ventana de la casa, observaba el horizonte, respiraba


profundo en un suspiro…

QUIZÁS PUDIERA VER MÁS ALLÁ DE LA MONTAÑA Y VISLUMBRAR LA


SILUETA DEL HIJO AMADO.
El Camino de la Rosa 104

LOS VISITANTES.

Magdalena y Rehién, desde que llegaron de ese corto viaje a la casa de Josseá y su
familia, tenían siempre tema para conversar mientras hacían sus tareas cotidianas que
aumentaban día a día. Había mucho por hacer en esa pequeña granjita, que es en lo que
se estaba convirtiendo.
Moab las había visitado varias veces para acompañarlas hasta el poblado, y poder
adquirir de esa manera los alimentos necesarios para el diario vivir. Además de darse la
oportunidad de comprar animalitos que ayudaban a tener todo lo preciso.
¡Cómo había cambiado la vida de Magdalena! ¡Cuánto por agradecer!
El solo hecho de haber encontrado a su madre e iniciar una vida juntas compartiendo el
techo que las cobijaba, además de sentirse amada por ella… ¡Era lo más importante! El
amor de madre e hija que compartían. Esa oportunidad que les había dado la vida para
rehacer una relación, truncada desde el principio por las incomprensiones y los miedos
de aquellos que las habían rodeado.
Estaban ya prestas a saborear sus alimentos, el apetito acuciaba y ese olorcillo de las
comidas de Rehién invitaban a comer. Luego de ello, y a manera de hacer sobremesa,
les gustaba ir hasta la piedra grande y tirarse cara al sol donde ambas reflexionaban
acerca de la vida, de sus aconteceres. A veces dejaban de hablar y los silencios eran
ricos en sentimientos únicos del corazón, que muchas veces las llevaba hacia un sueño
reparador luego de una jornada de trabajo acompañada con amor y alegría.
En ese adormilarse, Magdalena solía escuchar la voz de su “abuelo” que le decía:
—Tienes mucho todavía por hacer, y tiene que ver con el joven de la montaña.
Pegaba un salto sentándose en la piedra, aturdida, no sabía si estaba soñando o había
sido en realidad la voz de su “abuelo”. Su madre quien había sentido el sobresalto de su
hija, abría sus ojos y preocupada le preguntaba:
—¿Qué pasa hija mía?
—Nada madre, estaba dormitando y me sobresalté.
Cómo decirle a su madre que había escuchado palabras de su “abuelo” que le nombraba
al joven de la montaña.
—¿Qué había querido decir su “abuelo”? ¿Que tenía que hacer con el joven de la
montaña?
Se había quedado pensando y analizando esas palabras…
—Ya no lo llama niño… Claro, ha pasado el tiempo. Por otra parte se daba cuenta que
cuando había visitado a su madre, ella hablaba muy poco de ese hijo, como si fuera
necesario esconder algo de él
—¡Cuánto misterio! —reflexionaba María Magdalena— ¿Cómo sería ese joven?
Sentía un brisa fresca que recorría su cuerpo perdiendo el calor que tenía unos
momentos antes. Una sensación de escalofríos hacía que abriera sus ojos para darse
cuenta que el sol había desaparecido completamente.
Grandes nubarrones cubrían el cielo y anunciaban tormenta.
Y por lo que se veía, no sólo era una tormenta común, sino que venía acompañada de
una gran carga eléctrica. Estaba ya sobre ellas y asustaron a María. Tanto así que se
levantaba rápidamente, despertando a su madre para correr ambas hacia la casa.
Comenzaban a caer grandes gotas de agua y un viento que distaba mucho de ser suave,
las empujaba y, como pudo, hizo que su madre entrara a la casa para ella correr a
guarecer a los animales dentro de los corrales.
Rehién tenía la intención de querer ayudarla, mas la joven con firmeza lo impedía.
Mientras juntaba lo animales, el viento comenzaba a soplar más fuerte aún, así y todo
El Camino de la Rosa 105

pudo entrarlos al corral y atarlos para que no salieran disparados, asustados por el ruido
de truenos y rayos que caían por doquier. Las primeras gotas se convirtieron en un
chaparrón fuerte que sacudía todo el lugar. No hizo tiempo para llegar entrando a la casa
empapada. Su madre la esperaba intranquila, tenía en sus manos un paño para que ella
se secara.
Mientras la hija guardaba los animales, Rehién, a duras penas, había logrado entrecerrar
ventanas y puertas. Ya juntas, las dos aseguraron esas aberturas y se abocaron
inmediatamente a lograr un fuego para calentarse atizando brasas que estaban apenas
encendidas.
—¡Qué extraño! ¡Tamaña tormenta en este tiempo! - Comentaban las mujeres sentadas
muy cerca del fogón.
La lluvia con furia pegaba en las paredes de la casita, los árboles se movían de una
manera que parecía que los iba a arrancar de cuajo. Seguía sacudiéndose todo, se
escuchaba la voz de la muchacha que decía:
—Espero que amaine pronto y que no se destruya esta casa que nos guarece— su voz se
entrecortaba pidiendo…
—Abuelo, por favor… ¡Protégenos!
Luego de un buen rato, muy calladas, escuchando cada ruido que propiciaba la
tormenta, tapándose los ojos ante cada luz de los relámpagos que iluminaban el lugar.
Después de sufrir los embates de la naturaleza, por así decir, la tormenta pasaba no
dejando secuelas, por lo menos allí en el lugar donde estaban, solamente una lluvia
pareja ya sin viento quedaba para alivio de las dos mujeres. Recién entonces se
tranquilizaron tras el susto vivido, para arroparse y tomar alguna bebida caliente que tan
bien les venía. Avivaron el fuego y la estancia tenía una temperatura agradable, a pesar
que afuera se levantaba frío.
Por ese día permanecieron bajo ese techo, calentitas, increíblemente protegidas. Sí
“increíble” pensaba Magdalena, ella que había sufrido el desamparo valoraba mucho lo
que era tener un cobijo por más humilde que sea.
Esto que había ocurrido, el zarandeo de la tormenta, hacía que las mujeres pensaran en
guarecer a los animales con un corral más grande y seguro, pudiendo también hacer un
fogón para que no sufrieran el frío que ya se estaba instalando.
Al otro día, se levantaron y el sol se apuraba por entrar a la casita, iluminándola por
todos los rincones. Era un día brillante, con un calorcillo que invitaba a salir para hacer
las tareas cotidianas. Sólo que este día tenía un aditamento más. Se le había puesto en la
cabeza lo que había pensado cuando la tormenta, agrandar el corral.
No era fácil para Magdalena llevar a cabo esta idea, aún cuando ella se daba maña para
todo. Había sido criada por pastores, ayudando muchas veces a su padre adoptivo en
tareas que podría decirse que correspondían a la gallardía varonil. No aceptaba los
impedimentos. Se consideraba lo suficientemente fuerte para hacer el trabajo ella sola.
Y así, con troncos y otros materiales que la naturaleza brindaba, agrandaba el corral,
poniendo de techo esas pajas, que ellas cortaban y secaban. En ese punto su madre la
había ayudado muchísimo, ella sabía cómo tejerlas o atarlas para que realmente
sirvieran de techo.
Concluida la obra que le había llevado unos días, se sentaban las mujeres a observar el
trabajo realizado. Satisfechas se levantaron y caminaron. Rehién hacia la casa y ella
hacia la piedra del portal, allí dónde las había encontrado la tormenta. No escapaba a sus
pensamientos la imagen del pastorcillo que, gracias a lo aprendido con él, pudo hacer
este trabajo.
—Su padre— pensaba Magdalena—El pastorcillo, el único que había conocido y que
había cumplido esa función. Tendría que ir alguna vez a visitarlo, tanto a él como a su
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madre adoptiva. Fueron buenos con ella, la ampararon como pudieron hacerlo dentro de
sus posibilidades. Tenía razón su abuelo cuando le decía:
—¡Algún día vas a comprender!
Tal cual. Ahora comprendía que a veces, las cosas no tenían que pasar necesariamente
como nos gustaría que sean. Quizás debamos aprender de ellas, por eso se manifiestan
diferente y por alguna razón que desconocemos en este transcurrir de nuestra vida.
También recordaba palabras del sacerdote:

<<“Somos Creación o Dioses, o sea que somos grandes, nada más que portamos un
vestido o un disfraz que en realidad no es el nuestro”>>

Comprenderlo le había llevado bastante tiempo, en realidad, hasta el momento que


había encontrado a su madre. Este acontecimiento hizo que ella dejara la rebeldía de
lado al ser compensada con ese amor del que ella había carecido tanto.
Dejaba estos pensamientos al ver por el camino que aparecían, después de la curva,
figuras de personas que se dirigían hacia donde estaba ella. Para observar mejor se
paraba en la piedra. No podía identificarlos por la distancia, esto la preocupaba. Más
aún las conjeturas que hacía pensando que a lo mejor era Victorio acompañado de
amigos. En el fondo de su corazón no quería que fuera él, no tenía ganas de afrontar
situaciones que no deseaba. Tuvo intención de irse hacia adentro, pero sería muy
evidente lo que sentía y prefería aguardar.
Estaban ya cerca y por fin podía identificarlos con claridad.
Un suspiro muy fuerte había salido de lo profundo de su corazón, aliviándola. Se
presentaban Juan, Santiago y Enrico, quienes levantaban sus manos con alegría al verla.
Magdalena respondía de la misma manera levantando la suya saludándolos muy
contenta.
Llegaron hasta ella y la abrazaron con mucho afecto. Todos querían decir algo, se
mezclaban las voces siendo una muy precisa la que los invitaba a pasar para que
descansaran.
Sería oportuno—pensaba— convidarles algo caliente. Seguro no habían ingerido
ningún alimento.
Corría Magdalena adelantándose para llamar a su madre.
—¡Mamá, mamá, tenemos visitas!
Rehién no contestaba, nuevamente la llamaba.
Al no tener respuesta tuvo un presentimiento… ¡A su mamá algo le pasaba! Apuraba el
paso para entrar a su casa y efectivamente la encontraba en el suelo. Extendida en todo
su cuerpo. Los muchachos que venían por detrás y escuchando los gritos de la
muchacha, entraron como una tromba para ayudarla, inmediatamente la incorporaron.
Estaba muy pálida y la acostaron en los plumones. Enrico, trataba de reanimarla, pasaba
su mano una y otra vez sobre su cabeza. Poco a poco, ella fue recuperando el
conocimiento y abría sus ojos. Magdalena, sumamente asustada, lloraba sobre su madre.
Rehién pasaba su mano por la cabeza de su hija y le decía:
—Hija querida, amada por mí profundamente. Tendrás que ir haciéndote a la idea que
quizás no falte mucho para que yo parta. Esta enfermedad que debilita mi corazón
puede hacer que algún día no funcione más.
—¡No! ¡Tú no te vas a ir! Yo te necesito madre querida.
Ante estas palabras… No afligiría más a su hija, y con todo el ánimo que podía ponerle
le decía:
—Ahora ya estoy bien. Ayúdame a sentarme y vamos a atender a nuestras visitas. No
queremos que se sientan mal.
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—No, yo los atenderé, tú quédate acostada y descansa.


Se secaba las lágrimas con el brazo. Parecía una niña pequeña. La sonrisa se dibujaba en
la madre y despacito le replicaba
—Magdalena, estoy bien. Más tarde tendré tiempo de descansar.
Ella no quiso contradecir a su madre y dejaba que ella hiciera. Se sentaron alrededor del
fogón y tomaron alimentos calentitos. Luego de ello, los jóvenes sacaron los regalos que
traían, especialmente los que había puesto María para las mujeres de la casa.
Todos conversaban animadamente, la joven pensaba:
—Qué los traería por acá, además de querer hacer una visita. Y… Victorio… ¿Estará
ofendido por su decir, la última vez que se vieron?
Parecía que le leyeron el pensamiento.
Santiago se expresaba claro y fuerte:
—Mujeres, queridas amigas, estamos aquí para hacerles una invitación. Mi hermano
Victorio hace su boda.
—¿Qué dices? —sonaba la voz sorprendida de María Magdalena.
—Digo que mi hermano Victorio hace su boda—repetía el joven—Espera que te
cuento.
Dejando un espacio de tiempo para coordinar sus ideas— proseguía—Hay una
mujercita que lavaba la ropa en mi casa, tanto hizo que enamoró a mi hermano. Cuando
dijo “tanto hizo”, Juan tocaba a su hermano con el codo.
Magdalena captando la situación, sonreía y se hacía la desentendida.
—¡Qué bueno que Victorio forme su propia familia! ¿No te parece?
Hablaba dulcemente la dueña de casa.
—Sí… Creo que sí. Aunque estábamos muy bien sin mujeres en la familia—acotaba
Santiago.
—No seas egoísta
Le replicaba la joven
—Él también necesita a alguien a quién querer, sentirse acompañado. No es bueno que
el hombre esté solo, sobre todo un hombre como Victorio, con valores, como es él.
¡Como son ustedes!
—A mí me hubieras gustado tú Magdalena, amiga querida, para Victorio— le decía
mirándola a los ojos con un dejo de añoranza.
—No amigo. Si hubiera tenido que ser así yo lo hubiera sentido.
Aclaraba la muchacha.
—Para mí Victorio es un amigo querido que respeto mucho. Yo, cuando me enamore, lo
voy a saber al instante, mi corazón latirá muy fuerte y ya no podré separarme de mi
amado. Y él sentirá lo mismo. Seremos uno para el otro, aún con las diferencias
humanas que tengamos. Y yo esto no lo sentí con Victorio.
Fueron las palabras apasionadas de una mujer que tenía muy claro lo que quería.
Los muchachos se quedaron mirándola en silencio y la admiraron por ello.
—Una mujer que sabía lo que quería y se movía como tal, no era común.- Pensaba el
mayor de los hermanos, recordando las palabras de su madre.
Magdalena se levantaba dando por terminada esa conversación. Tenía una sensación
nueva, como si se hubiera quitado un peso de encima, y muy alegremente los invitaba a
recorrer su granjita, cosa que hicieron de inmediato.
Los jóvenes se quedaron sorprendidos del trabajo de las dos mujeres, dijeron que no se
irían hasta dar los últimos toques al corral.

Rehién se recuperaba y se sentía muy bien con el transcurrir de los días, incitando a su
hija para que acompañara a los jóvenes que, gentilmente, vinieron a invitarlas a la boda
El Camino de la Rosa 108

del hermano mayor. Ella no podía, se sentía bien pero no tenía fuerzas para hacer este
viaje.
María no quería dejarla sola. En ese instante escuchaba la voz del “abuelo” que le decía:
—Nada le pasará. Y si fuera así ¿Tú podrías impedirlo?
Estas palabras hicieron que se decidiera.
—Está bien ¿Cuánto falta para esa boda? —preguntaba a Santiago.
—Diez asomos del sol, más o menos.
—Escuchen amigos. Yo no puedo ir ahora con ustedes. Pero les prometo que estaré en
esa boda.
—Cómo piensas viajar… ¿Sola?
—Nunca estoy sola, no te preocupes.
La miraron no comprendiendo lo que decía, pero conocían a esta mujercita, sabían que
ella iba a hacer lo que quería.
¿Acaso no había decidido irse de la casa de los pastorcillos?
—Está bien— aceptaba el joven trovador.
Todos rieron y se dispusieron a terminar de ajustar el techo del corral.
Mientras tanto, ellas dejaron solos a los varones para preparar ricas comidas como
agasajo para estos trabajadores. Además, fue buena la idea de Rehién de hacer otros
bocadillos, y acomodarlos en un canasto, que también había sido hecho por las manos
laboriosas de ella, sirviendo para retribuir las atenciones que había tenido la madre de
los muchachos. Habían acomodado muy bien en un ángulo de la sala los regalos para
María, estaban a la vista, para que estos muchachos se los llevaran al momento de partir.
Entre tanto, la joven recorría su granjita, le daba de comer a los animales, cuidaba sus
plantas y tenía tiempo de mojar sus pies en el arroyuelo.
Ese día era muy especial, estaba bastante cálido, las aguas tibias invitaban a disfrutarlo.
Así lo hicieron, riendo y chapoteando salpicaban a Magdalena, ella no se quedaba atrás.
Las risas compartían la alegría de vida manifestada, aún cuando la muchacha sufriera un
resbalón para caer, hundiéndose. En el primer momento se asustaron pero ella
rápidamente sacaba su cabeza saliendo airosa. Sabía manejarse en el agua.
Sus cabellos mojados y al reflejo del sol eran de un rojo más oscuro, pegadito a su cara,
resaltaba el color de sus ojos. Su risa cambiaba toda la expresión de su rostro, lo
iluminaba y era más bella aún.
—¡Qué bueno sería tener una mujer como ella en la familia! —pensaba Santiago. Quiso
ayudarla tendiendo su mano pero Magdalena no lo dejó.
¡Ella podía sola! ¡Siempre podía!
Estuvieron un buen rato jugando en el agua como niños.
Compartir risas y juegos entre varones y mujeres no era lo usual, no eran aceptadas
situaciones como esta en esa sociedad. Mas no era un impedimento para la muchacha
que se sentía feliz, y eso era lo que importaba.
—Sé feliz—solía decirle el “abuelo”.
Rehién los llamaba para tomar alimentos.
—Estarían famélicos los jóvenes después del trabajo y de los chapuzones —decía para
sus adentros.
Mas le preocupaba su niña que estaba mojada y el vientito fresco hacía de las suyas. Por
la hora, se acercaba la noche. Corrieron todos respondiendo al llamado para cambiarse.
Tenían frío. Sabían que los esperaba el fogón para calentarse, además de la exquisita
comida que en esos momentos estaba calentita y daba la oportunidad para contar viejas
historias, aquellas que no sabían de dónde habían salido, pero estaban inmersas en el
diario vivir de los poblados.
El Camino de la Rosa 109

La invitación estaba hecha y era el objetivo por el cual habían viajado. Era la hora de
regresar.
Prepararon su burro y salieron al camino rumbo a su hogar. Por supuesto, previo saludo
y recomendaciones para María que iba a emprender su viaje sola para compartir con
ellos la boda de Victorio.
Magdalena le dijo a Enrico antes de salir.
—Practica mucho esta tarea que tú sabes hacer tan bien.
—Cuál —preguntaba el joven.
—Ésta hermosa tarea de sanar, de ayudar a las personas en sus debilidades.
Le decía con admiración
—No tienes idea de lo que bien que haces. Lo hiciste con mi madre.
No sabía de dónde le habían salido estas palabras, las había dicho con una convicción
que sólo en el alma podrían haberse originado. O… ¿Sería de su “Abuelo”?
Otra vez los saludos… las risas.
Las mujeres los observaron hasta que se perdieron en el horizonte, es decir hasta el
recodo del camino.
Rehién entraba en la casa y María Magdalena se quedaba en el portal, en su piedra
favorita, recostada y soñando despierta.
El hijo de María, el que estaba en la montaña.
—¿Estaría en la boda de su hermano? —se preguntaba… —¿Qué edad tendría? Era el
menor… menor que Juan. Él tenía ahora… No sé, no le pregunté, me parece que debe
tener… Alrededor de treinta.
Eran las reflexiones de esta cabecita loca, como le decía el “abuelo”.

¡NO SABÍA POR QUÉ LE ATRAÍA TANTO ESE JOVEN DE LA MONTAÑA!


El Camino de la Rosa 110

LOS SELLOS

Ese joven de la montaña, como decía María Magdalena, estaba con los “enanitos”
acumulando todo lo que el conocimiento le otorgaba, en esta parte de su vida.
Moab se acercaba nuevamente a él para contarle algunas cosas de su familia. Jesús, al
verlo, se levantaba de donde estaba sentado que, por supuesto, era su lugar favorito, el
río dónde se relacionaba con los elementales del agua, para darle lugar al anciano a
sentarse. Por un rato se quedaron en silencio, observando el acompasado movimiento
del agua, escuchando los sonidos de su serpentear.
Joshua esperaba… El sacerdote dijo:
—Jesús — haciendo una pausa —Quiero contarte que tu hermano Victorio hace boda.
Rápidamente seguía para no ser interrumpido.
—Tienes que ir a compartir este acontecimiento con tu familia. Claro si tú lo deseas—
agregaba.
Su interlocutor sorprendido y no sabiendo qué contestar…
—Bueno, pues… Creo que tengo que ir. Supongo que me vas a acompañar.
—Sí por lo menos a bajar de la montaña. Luego que hable con el resto de los ancianos,
veremos.
—Está bien — respondía el joven.
Se quedaron nuevamente en silencio, pero los pensamientos de Jesús corrían más rápido
que sus piernas cuando Niev lo llamaba para comer las exquisiteces que hacía.
Tenía suma curiosidad en conocer a Magdalena, la mujer de que Moab le había hablado.
Aunque no sabía si iba a estar. Tenía muchos deseos de preguntar, pero se abstendría.
Sabía que no era el momento, conocía muy bien al anciano… Lo que quería saber, si
tenía que decirlo se lo iba ir dando a cuentagotas. Era cuestión de tener paciencia y si
no, tendría que esperar a estar allá.
Efectivamente, tuvo paciencia, y Moab le había contado todo lo acontecido en su
familia incluso el amor despertado por Magdalena en Victorio.
En esta parte Joshua confundido y desilusionado preguntaba:
—Entonces la boda… ¿Es con Magdalena?
Una parte de él… Y no sabía explicarlo, sentía temor que Moab le dijera que sí. ¡Pero
qué absurdo esto que le pasaba! Si él ni siquiera conocía a esa tal María Magdalena.
—No… No, escucha con atención. Ella no aceptó a tu hermano. Él conoció luego a esta
mujercita que va a ser su esposa.
—Ya— Había comprendido y no escuchaba más.
Lo que le importaba era que Magdalena no se casase con su hermano.
¿Pero qué le estaba pasando? — se preguntaba una vez más.
Sí así fuera él tendría que estar muy feliz por la felicidad de su propio hermano. Además
no la conocía… o… sí.
Faltaba todavía algún tiempo para bajar de la montaña, mientras tanto los sacerdotes
seguían departiendo con él. Justo en ese momento que estaba divagando en sus
pensamientos, lo llamaba Orión para ir al Templo Ovoidal. Caminaba hacia el puente
haciéndole seña con la mano que ya iba.
Al llegar, ambos entraron al templo para sentarse ocupando sus lugares, percibiendo que
su corazón latía más fuerte que lo normal cuando entraba allí. Estiraba su brazo para
alcanzar la mano del “sacerdote loco” como él le decía con el mejor humor. Era la
forma acostumbrada de la recepción. En ese mismo instante comenzaba a girar, girar
viéndose entrando en un espiral azul. A medida que este espiral se iba acercando a la
boca de expansión, él sentía cómo que se achicaba en cuerpo hasta desaparecer.
El Camino de la Rosa 111

En un momento se tocó para saber si todavía estaba allí.


¡Estaba!
La sensación era tremenda, pero dejaba que fluyera para encontrarse con un ser
humano, encarnado en el tiempo que tomaron o crearon este planeta Tierra. Veía con
total claridad a un hombre con un solo centro energético a la altura del estómago. Éste
centro o sello, llamado también chakra, tenía tres bifurcaciones e iba una al lado del
estómago, otra en la misma posición más profunda y una tercera hacia los genitales. Es
todo lo que tenía ese ser humano, por lo tanto, imperaban sólo el hambre y el deseo
sexual. Muy sorprendido, sintiendo mucha pena, se le llenaron los ojos de lágrimas
dando paso a una profunda compasión. Ahora comprendía por qué la humanidad estaba
en ese punto, en que sólo importaba los apetitos sexuales y el hambre saciado hasta el
hartazgo, además de lo que implicaba esto en el humano. Ese hombre nuevamente se
repetía en ese tiempo sabiendo muy profundamente que había que hacer algo para que
esto cambiara.
También sabía que a él le competía cambiar dicha situación.
La pregunta era… ¿Cómo?
El giro de expansión seguía… Y cada vez más fuerte, pudiendo vislumbrar un espiral
violeta y otro color rubí que, mezclados, daban un maravilloso color dorado.
Nuevamente se le presentaba un humano de la Tierra. Lo prodigioso era que ya no
contaba con sólo tres centros bien marcados, sino que se notaba, en el medio del pecho,
en la garganta y en el centro de la cabeza, sellos, que giraban también.
¡Había cambiado este hombre!
Estaba entrando en la etapa de transición, le faltaba tan sólo su encuentro con su Yo
interno. Inmediatamente, una visión daba lugar a la otra.
Lo mismo se repetía en el planeta, y el sello principal de la Tierra estaba en expansión, a
punto de tomar el movimiento en espiral. Esto se iba realizando a medida que el hombre
fuera haciendo sus propios cambios, elevando así su vibración rumbo a su Esencia. El
hombre se dirige a la misma por su propia intuición de lo que contiene, ello marca un
camino espiritual, si no lo hace no hay tal camino.
El recorrer de la vida espiritual no tiene que ver con grandes conocimientos o que el
humano se mistifique o tenga que flagelarse, o lo que es peor flagele a los demás en pos
de una religión o creencia. Para nada es esto un despertar del espíritu. Ello acontece
cuando el hombre va haciendo sus cambios en la reflexión y por sobre todas las cosas
en la alegría.
Poco a poco se iba calmando el giro de su cuerpo que era el mismo de los sellos. Vivía
así en la propia experiencia ese movimiento o, por lo menos, era lo que sentía. Al
regresar y volver todo a la normalidad de ese momento, Jesús y el sacerdote se
levantaron para regresar a la casa de troncos.
Moab y Lothor lo esperaban para reflexionar sobre la experiencia de hace un momento.
—¿Qué piensas de las personas que están a tu alrededor?
La pregunta lo sorprendía reflejándose en su rostro por lo que el sacerdote rápido
continuaba.
—Nómbrame una a una, y dime las características que observas.
Jesús se quedaba pensando… y comenzaba a decir:
—Moab es el acompañamiento, la solidaridad —lo miraba con gran afecto— Actúa
como un padre, si tuviera que hacer una comparación.
El Camino de la Rosa 112

En ti, Lothor, siento tu alegría constante aún en tus silencios, tu acompañar en los
momentos de añoranza con esa misma alegría.
Niev es todo amor, cubre las expectativas de todos, está siempre en los momentos
difíciles con la palabra justa, con una comida que te gusta, te hace todo más fácil. Es
una madre.
Orión… me fascina… puedo decirte que siente gozo en lo que hace, pone pasión en sus
investigaciones para que el fruto de ellas ayuden al hombre. Hace su tiempo para decir
lo necesario. Y… te acompaña y asombra todo el tiempo.
—Dijiste muy bien las características de los que te rodeamos, hijo mío—se expresaba el
sacerdote.
¡Hablaste de acompañamiento!
Es lo que se manifiesta todo el tiempo en los niveles de la Luz. Es lo que se está
haciendo con la humanidad, pero… ¿Sabes qué? No se puede hacer ese
acompañamiento como quisiéramos que fuera. No se puede por el nivel vibracional del
planeta y su humanidad.
—Es lo que tú tendrás que revertir. —Le decía, mirándolo fijamente a los ojos y
tomándolo de los hombros. —Para dar oportunidad a un acompañamiento con más
fuerza, con todo lo que tú has sentido. Dentro de poco te presentaré otro ser magnífico
en lo que él hace. No preguntes—se adelantaba—Ya lo sabrás.
Se retiraron los ancianos y, en la soledad, el joven se quedaba pensando en todo lo
ocurrido.
De pronto, lo acuciaban los deseos muy fuertes de descender del monte, para contarle a
cada uno de los habitantes, lo maravilloso que es la Luz.
¡Y se lo estaban perdiendo!
Al mismo momento, sentía que no tenía fuerzas. Era todo una controversia… ¡No sabía
cómo!

—¿SERÍA ÉL, EL HOMBRE QUE PROPICIARÍA EL DESPERTAR DE LA


HUMANIDAD Y DARÍA LA OPORTUNIDAD DEL REGRESO AL HOGAR? —No
quería pensar.

Mejor no daba rienda suelta a sus divagares y se prepararía para ir a la boda de su


hermano que se acercaba. Cuántas expectativas tenía, dándose cuenta que era muy poco
el contacto que había hecho con la sociedad de ese tiempo.

Antes de cruzar el puente, estaba la biblioteca a la que él solía ir bastante seguido para
leer, luego, atravesándolo y más atrás del templo, diría que había bastante por caminar,
había un lugar todavía desconocido para Jesús. Más allá se encontraban peldaños que
subían… Lo insólito era que no podía ver hasta dónde llegaban, ni tampoco acercarse.
Allí estaba la “fuerza magnética” que no le permitía adelantarse. Pensaba que nadie le
había dicho que no fuera pero claro no hacía falta esa “fuerza” actuaba por sí misma.
De todas maneras esta situación no amilanaba al muchacho, y no quería decir que no lo
intentara. Esa fuerza respondía como si fuera un muro que, por más que hiciera, no
podía ingresar. Así que, para qué seguir insistiendo.
Tampoco preguntaría. Conocía la respuesta. ¡Paciencia!
Mejor opción era ir a refrescarse al río. No hablaría con las ondinas esta vez, nada, sólo
el silencio del alma. Se tendería al lado del arroyuelo y dejaría que la ensoñación lo
embargara.
Más que ello, se había dormido plácidamente.
El Camino de la Rosa 113

LA BODA DE VICTORIO

También Magdalena se estaba preparando para asistir a la boda de Victorio. Usaría un


vestido de tela no demasiado rústica y un manto que le había regalado a su madre y que
ella todavía no había tenido la oportunidad de usarlo. Ese manto lo llevaría en su cabeza
dando vuelta por atrás de la nuca, para volver luego hacia los hombros y caer hasta muy
cerca de su vestido que era de color claro y su Yahvé de la misma tonalidad, más
oscuro. Se calzaría con sus sandalias, esas que había cuidado tanto en el momento de
huir de aquella casa que la había albergado por casi dos años. Si el tiempo no la dejaba
usar esas sandalias, porque estaría demasiado fresco, entonces se pondría sus botas de
cuero de oveja que había comprado en el poblado. También ponía especial esmero en
preparar los regalos para la nueva pareja que celebraba sus bodas.
¡Ah! No olvidaría llevar miel para María.
Mientras estaba en pleno preparativo, pensaba:
—No llegaría con tanta anticipación para no causar ningún sobresalto a nadie, llegaría
en la tarde antes del día de la boda. Para ello debía calcular muy bien su caminata y
tendría que ayudarse con el burro para acarrear las cosas que llevaba.
Trataba de que no se le escapara ningún detalle para poder realizar ese viaje con
tranquilidad dejando todo preparado para que su madre no hiciera tareas fuertes
mientras ella no estaba. Quería, por sobre todas las cosas, que ella descansara. Se lo
repetía una y otra vez, también le decía que regresaría apenas terminara esa boda.
La madre, con una sonrisa, trataba de tranquilizarla. Sabía que su niña no estaba muy
conforme con dejarla sola.
—No te preocupes hija, yo estaré muy bien. Quédate todo lo que quieras. Ya demasiada
carga tienes conmigo.
—No madre, no digas eso. Yo necesito estar a tu lado, necesito recuperar tanto tiempo
perdido.
—Te esperaré con panecillos aquellos que tanto te gustan. —Contestaba rápidamente
para que no se le notara la emoción en sus ojos.
—Es la época de esas hierbas que le dan ese gusto tan especial. Y ya estuve viendo que
hay mucha en la orilla del arroyuelo. Las cortaré a todas y las pondré a secar para poder
usarlas durante todo el año.
—¡No te canses mamá! —seguía recomendando la hija.
Magdalena iba de un lugar a otro a medida que recordaba lo que tenía que llevar.
Rehién la seguía con la mirada llenándose de satisfacción.
—¡Amaba tanto a su hija! ¡Cuánto le gustaría dejarla en boda antes de partir a los
cielos! Aunque sabía muy bien que no era fácil cubrir las expectativas de su niña.
Mientras acomodaba su canasta, los ojos de la joven ponían su atención en el paisaje
que se presentaba tras la ventana, observando allá a lo lejos las montañas, aquellas en
las que vivía Moab y el joven, hijo de María. Estaba muy nubloso, amenazaba lluvia en
esa montaña o le parecía.
—¡Cómo quisiera conocer a este joven!
Se sentía fascinada con el relato del viejito Moab acerca de él y su madre.
¿Era eso, realmente lo que la atraía?

—Basta de pensamientos perturbadores—se decía a sí misma — Además había llegado


el momento de emprender el viaje esperado hacia la casa de María.
El Camino de la Rosa 114

Salía muy temprano acompañada del burrito. Apenas cuando estaba clareando el día,
que prometía ser sensacional por el espléndido sol que se anunciaba con un fresco
airecillo, propio de la hora, pero que le permitiría acelerar el paso.
En sus planes estaba llegar a las cuevas cuando la noche comenzara a cubrir. Desde allí,
estaría muy cerca de aquella ciudad que le generaba un sentimiento oculto de
inseguridad y de miedo, por lo que no tenía ninguna intención de conocerla.
Descansaría buscando internarse en la cueva que, aunque estaba un poco retirada del
camino, podía ser un buen cobijo para no correr riesgos de encontrarse con alguien.
Victorio le había dicho que era difícil que conocieran el lugar. La gente de por allí no se
separaba del sendero, por sus miedos de encontrarse con leprosos o bandidos.
Rehién había escuchado a su hija cuando salía en la madrugada para hacer su viaje, no
quiso que a ella le costara esa partida y fingía estar dormida. No obstante, Magdalena la
saludaba con un beso muy despacio en la mejilla para no despertarla.
Hacía el recorrido de caminos silbando bajito, muy contenta, ya no con los temores de
antaño, cuando buscaba lugar para vivir, o por lo menos pernoctar en algún sitio. La
vida le había hecho un regalo muy grande al encontrar a su madre y disfrutar con ella
estos años compartiendo un hogar propio.
Ya estaba escondiéndose el sol en el horizonte. Muy ansiosa, su marcha había sido
bastante regular y todavía no había llegado al lugar planeado. Observaba con atención si
se presentaba algún sendero por los lados del que venía, comenzando a preocuparse. En
sólo un rato más no tendría luz suficiente para encontrarlo. De pronto lograba ver un
senderillo que se bifurcaba del principal notándose apenas por el alto pastizal. Tomaba
por allí creyendo que la llevaba hacia las cuevas mostradas por Victorio.
No era así, pero… ¡Vaya sorpresa!… También éstas eran cuevas, mucho más grandes,
ubicadas quizás a un poco menos de caminata que las otras. Lejos… Eran mucho mejor,
más profundas, bifurcándose a su vez como si fueran varias habitaciones, por supuesto
de pura piedra caliza.
No lo pensaría más. Se acercó hasta una saliente puntiaguda que estaba dentro de la
cueva más chica, para atar el animal y quitar lo que traía encima de él y colocarlas en un
rincón, aliviando así el peso de la carga. Inmediatamente llevaba el burro a que comiera
hierbas tiernas que, por lo visto, había en abundancia. Sentía el ruido de agua que corría,
agudizaba este sentido para dejarse llevar y descubrir así, una pequeña veta por afuera
de las cuevas. Enseguida puso sus manos haciendo jarrito y conteniendo en ellas el
preciado líquido para saciar su sed. Se mojaba el cabello, aprovechando para asearse y
refrescarse.
Más allá, donde se reunía el agua que caía, buscaba un lugar para sentarse y poner sus
pies en remojo, chapoteaba salpicando con las manos apoyadas detrás de ella,
respirando profundo para retener ese momento de placer que daba el descanso luego de
un día de caminata. Ahí mismo se percataba que las sombras de la noche estaban
cubriendo todo y todavía debía juntar ramas para hacer un buen fuego, así que salía
rápidamente para buscar lo desechado por la naturaleza.
Diría Moab “naturaleza muerta”… Equilibrio biológico necesario.
Estaba enfrascada en encender el fuego para calentarse un poco.
Con el afán de mojarse y ese airecito que corría. Sentía frío. Se había puesto una manta
sobre sus hombros mas no era suficiente.
Le estaba costando encenderlo, cuando veía una pequeña chispa, aventaba pero no
resultaba. Cada vez tenía más frío. Cuando ya había decidido buscar un poco más de
abrigo y dejar el fuego, en ese mismo instante, una voz ronca surgía de la nada hablando
detrás de ella. Se levantaba como un resorte para darse vuelta, asustada.
Las piernas se le habían aflojado.
El Camino de la Rosa 115

En la penumbra sólo alcanzaba a ver a un varón muy cubierto que no dejaba casi ver su
cara. Trataba de tranquilizarse.
—No te asustes mujer que nada he de hacerte—le decía—Sólo te pido algo de comer…
Puedo ayudarte a encender el fuego.
Magdalena se reponía y temblando todavía…
—¿Quién eres?
—Un caminante que ha perdido su hogar a causa de su enfermedad.
Una respuesta no esperada por la muchacha. Aún así, con un movimiento de su mano lo
invitaba a compartir.
Él, presto se dedicaba a prender el fuego, ella le alcanzaba más y más trozos de madera,
hasta que las llamas alcanzaron altitud.
—¿Qué tienes? ¿Cuál es tu enfermedad? — le preguntaba curiosa mientras la lumbre
invitaba a hablar y calentar algunos alimentos.
—Esa, que carcome el cuerpo y el alma. No temas, no he de tocarte—se apuraba a
decir—Yo tenía una familia y era feliz con mi esposa y mis hijos, hasta que comencé a
desarrollar esta enfermedad que me corroe y me causa tanto sufrimiento. Tuve que irme
para que mi familia no se viera afectada. Ellos hacen lo que pueden para vivir. Yo ya no
estoy y, aún así, mis hijos me traen algún alimento a estas cuevas. Si observas en las
que están más atrás tengo lo poco que puedo para poder vivir. ¡Si esto es vivir!
—Y tú, una mujer sola ¿Qué haces por acá? ¿No te arriesgas demasiado?
Magdalena sentía compasión por ese hombre… y sin responder preguntaba:
—¿Es mucho lo que te corroe?
—Por ahora en la espalda y atrás de una pierna. Todavía no se ve. Pero cuando ello
ocurra no sabré qué hacer. Tendré que huir para no ser echado y maltratado.
Nuevamente sentía que la compasión inundaba todo su ser:
—¿Cómo te llamas?
—Santiago— respondía el caminante.
—Yo, Magdalena. Pues bien—decía la muchacha— Creo que tengo la solución para
amenguar tu carga.
Le contaba dónde vivía y con quién… Qué estaban solas. Qué ella venía a una boda.
—Espérame de regreso y te vienes conmigo. Tendrás un lugar para vivir y nos ayudarás
con las tareas de esa casa que es grande, sobre todo por los corrales.
—¿Estás segura, mujer, de lo que estás diciendo? Tengo una enfermedad que todos
rechazan. Y, puedo comprender...
—A mí no me asustan las enfermedades y te quiero ayudar. Dime dónde vive tu familia
para dejar algún recado de dónde estás.
Ante estas palabras el varón rompía en sollozos y besaba el vestido de la mujer.
—Cálmate querido amigo— lo reconfortaba— Yo sé lo que es estar desamparado.
Comieron a la luz de la fogata y era el momento para el descanso pues ella debía partir
muy temprano. Santiago se retiraba a su “habitación” y ella hacía lo mismo, mañana le
esperaba medio día de camino.

Al otro día, cuando despuntaba el sol, la joven se levantaba rápidamente para atizar el
poco fuego que quedaba, buscaba entre sus cosas algo de comida que le había puesto su
madre para poder calentarlo y compartir con su visita ese primer alimento del día.
Por cierto… su visita… ¡No lo veía! …Curiosa miraba a su alrededor. Mas no tuvo que
esperar mucho. Aparecía con una sonrisa amplia y en sus manos traía abundante leña
El Camino de la Rosa 116

para reforzar el fuego. Ahora con la luz del día lo veía bien, era un hombre bien
parecido, muy delgado. Ella le sonreía y él también.
—Santiago voy a dejarte alimento hasta mi regreso.
—¿No estás arrepentida de la decisión tomada?
—No amigo, quédate tranquilo, volveré y te vendrás conmigo. No te alejes de acá por
estos días.
—No me alejaré y algún día te compensaré.
Magdalena sonreía y dándole la espalda comenzaba a cargar su burrito. Santiago se
acercaba para sacarle ese trabajo de las manos disponiéndose él a esa tarea.
Este hombre golpeado por la vida no cabía en sí de felicidad, volvía a ser útil.
La muchacha arrastraba a su burrito para iniciar el camino levantando la mano en señal
de saludo. Él respondía con lágrimas en los ojos. Claro, ella no las veía pero sabía que
se había convertido en la esperanza de vida para un hombre que sólo tenía por cobijo el
cielo tachonado de estrellas.
La valiente mujer caminaba al lado de su animal pensando en este encuentro.
No le diría a su madre en un primer momento de la enfermedad de Santiago. No quería
preocuparla. Luego, a medida que pase el tiempo y comenzara a advertirse, le contaría.
Además, estaba segura de que ella comprendería esta decisión. Luego de la boda iría a
ver a la familia de él para avisarles a dónde podrían encontrarlo. Tan sólo se trataba de
llevarles tranquilidad.
Ya con la decisión tomada de lo que tenía que hacer, suspiraba profundamente para
dibujarse una sonrisa en su hermoso rostro. Bordeaba la ciudad dejándola a un costado
de su camino. No obstante, allí vivía Santiago y, quiera o no, tendría que entrar a su
regreso para avisarle a la familia… ¡Era lo justo!
Miraba el sol que ya estaba sobre su cabeza indicando la mitad del día. Sabía que pronto
vería el pequeño poblado dónde se realizaría la boda. Hacía un alto en su caminata, por
unos momentos, bajo un árbol, tomando abundante agua para saciar su sed y proseguir
con su camino. El poblado comenzaba a aparecer delante de su vista, la alegraba tanto
que alejaba sus pensamientos del hombre enfermo para abocarse a disfrutar cada
momento de ese viaje. Relacionarse con la familia y amigos, era algo nuevo para la
muchacha que le gustaban las reuniones, así que disfrutaría de tal evento. Apuraba el
paso y se percataba que ese sendero por el cual caminaba se abría y se hacía más
marcado, obviamente era por la cantidad de caminantes que por allí pasaban
Era majestuoso observar las montañas y precisamente en el lugar donde había pasado la
noche estaba la puerta para el ascenso y, arriba el hogar de Moab. Seguramente algún
día sería invitada a recorrerlo.
La naturaleza se expresaba en forma perfecta, continuando las montañas en su descenso
se presentaban las colinas, estas que ella estaba recorriendo, sumamente rocosas.
Comenzaban antes de llegar a la ciudad de los romanos y seguían mucho más allá de
este pueblito. Magdalena, desde su hogar, sólo divisaba las montañas altas.
Mientras más se acercaba, podía observar casas diseminadas con extensiones de tierra
de por medio y muchos senderos que se comunicaban unos con otros. Para llegar a las
tierras de Josseá debía atravesar el poblado y caminar hacia el fondo, para subir
nuevamente la colina y allí, podíamos decir que se estaba internando en la propiedad del
anciano más respetado de esa comunidad.
Los varones de la casa la vieron desde lejos, salieron al encuentro corriendo y saltando
piedras con los dos brazos extendidos en señal de saludo. Eran Santiago y Juan.
Llegaron hasta ella y la abrazaron con verdadera alegría. Enseguida tomaba Juan las
riendas del burrito y alzaba a Magdalena para ponerla sobre el animal no aceptando
protesta ni reclamo alguno. Entre risas y parloteos llegaron por fin hasta la misma
El Camino de la Rosa 117

puerta de ese hogar en que era esperada con ansiedad pues, de alguna manera, había
despertado preocupaciones por hacer su viaje en soledad.
María madre, le abría los brazos y la retenía en ellos. Nuevamente se repetía esa
emoción que rebasaba su pecho cuando esta mujer la abrazaba. Lágrimas escondidas
recorrieron el rostro más ninguna de las dos dijo nada, tan sólo el abrazo.
—¿Cómo has estado hija? ¿Y tu madre? — fueron las primeras palabras, las que dieron
rienda suelta a otras para contar tantas cosas vividas por las dos mujeres.
Había una pregunta que le quemaba el pecho a la joven pelirroja. No se animaba, no
encontraba el momento, tan sólo quería saber acerca del hijo menor de esa familia. El
joven Jesús o Joshua, como lo llamaba su madre.
Trataba de poner atención a lo que María hablaba, contando los pormenores de esta
boda inesperada. Estas palabras la trajeron a la realidad y, en su cabeza, daba vueltas el
recuerdo de la fuerte atracción para con ella del hijo mayor de esa familia, quien parecía
había olvidado puesto que estaba a las puertas de sus nupcias. De todas maneras
pensaba cómo encararía dicha cuestión.
No sería necesario, pues fueron interrumpidas por la presencia de Victorio, quien abría
la puerta con fuerza, produciendo un ruido estruendoso que las había sobresaltado,
además de recorrerle por su espalda un escalofrío por no saber cómo reaccionaría el
varón ante su presencia.
¡Y allí estaban frente a frente!
Victorio observaba la figura de Magdalena que se recortaba a través de la luz de la
ventana. Estaba allí, en su casa.
El hecho le hacía tambalear su postura varonil. Se quedaba mirándola, no podía dejar de
hacerlo a la vez que escuchaba su corazón latiendo como loco.
¡Le había soltado el freno al corcel y no sabía cómo detenerlo!
No podía tampoco dejar de mirarla. Quería abrazarla y besarla como un desaforado.
¡OH, Dios! ¡Quería tenerla!
Caía en la cuenta que estaba su madre, la sentía incómoda, es más, el carraspeo de ella
lo había sacado de ese éxtasis.
Esos instantes resultaron eternos para la viajera.
Con los ojos fijos en la muchacha, él recorría la habitación hasta llegar a ella para
abrazarla, como un saludo que quería ser afectuoso, pero había resultado muy
significativo. Ella se reponía como podía, tratando de obviar el torbellino de
sentimientos que él manifestaba para preguntarle por su futura esposa.
—Está bien— contestaba el mayor de los hijos. Y sin más palabras y en grandes
zancadas se retiraba del lugar.
Magdalena resopló para sus adentros y miró a María con una sonrisa.
—Perdona a mi hijo, parece que todavía no te ha olvidado.

Esas palabras quedaron dando vueltas en la muchacha, notando preocupación en el


joven rostro de María.
Pasado el chubasco, ambas cambiaron el hilo de la conversación. Magdalena se ofrecía
ayudarla en lo que faltara hacer para la boda de Victorio.
—Tenía razón Moab—pensaba —cuando le decía que María se había dado cuenta.
—Hablando de Moab… ¿Viene?
Se había expresado en voz alta dirigiéndose a la dueña de casa.
—¿Moab? — contestaba sorprendida María de los corrales.
—Disculpa. Mis pensamientos me traicionaron—reconocía la muchacha—Estaba
pensando en el sacerdote.
El Camino de la Rosa 118

—Creo que sí— reflexionaba — Tiene que acompañar a Joshua, tú no lo conoces pero
creo que algo te dije en una oportunidad de mi hijo más pequeño.
—Sí, claro— contestaba.
Dándose cuenta que había sido respondida su pregunta sin advertirlo.
—¡Entonces, viene! — decía en voz casi imperceptible pero satisfecha.

Los muchachos, irrumpiendo toda conversación, entraron con las pertenencias de la


dulce pelirroja. Ese día, más que nunca brillaban sus cabellos y eran más fuertes en su
tono rojizo, pues el sol que entraba por la ventana los acariciaba.
Le habían preparado una habitación pequeña, muy acogedora al lado de la que
compartían los dueños de casa. María y Josseá.
La madre de los muchachos insinuaba que podía ir a acomodarse cuando quisiera.
No podía haber sido más oportuna esta sugerencia, aceptaba encantada, necesitaba estar
a solas y descansar, no sólo por el viaje sino por los momentos cruciales pasados con
Victorio.
Ya en la habitación, tirada sobre los plumones, mirando al techo y poniendo sus brazos
detrás de la nuca, cerraba los ojos tratando descansar. Su cabeza era un torbellino de
pensamientos. Trataba de relajarse, aunque no conseguía olvidar la mirada de Victorio,
parecía que la desvestía, había sentido su fogosidad en aquel abrazo. Si no fuera que a
ella no le interesaba, reconocía que era un varón de despertar grandes pasiones.
Tenía por delante su boda y lo mejor que podía hacer, era tratar de no encontrarse a
solas con él. No había pasado una experiencia agradable.
Casi sin darse cuenta se había quedado dormida.
María se asomaba por la puerta, la niña estaba descansando, dijo a sus hijos que no la
molestasen, el viaje la había agotado.
Victorio observaba el rostro de su madre y sabía que ella estaba preocupada. No le decía
nada pero ese silencio hablaba más que todas las palabras. Debía calmarla, darle un
poco más de seguridad y, poniendo su mejor sonrisa, hablaba con entusiasmo de la
mujer que sería su esposa, como si a él no le pasara nada, como si al ver a Magdalena
no le hubiera movido todo por dentro. María seguía con sus ocupaciones tan sólo
levantaba sus ojos y lo miraba. No hacía falta ya, nada más.
El varón salía raudamente de la estancia.
Pero ya las cosas estaban así. No haría nada que perturbara — pensaba la madre—
Además… Jasminne era una buena mujer…Quizás el tiempo la ayude a conquistarlo.
Un poco más tarde, la viajera, mujer fuerte, mujer de espada, como la llamaba su
“abuelo”, se levantaba para buscar entre sus pertenencias los regalos que había traído
para la pareja que hacía boda, y para María. Salía del cuarto con ellos en sus manos
dispuesta a entregarlos, cuando escuchaba voces muy animadas que provenían de
afuera, quizás del portal. Ingresaba a la sala principal y no había nadie, se asomaba por
la ventana para observar a dos personas que se acercaban. Los muchachos corrieron
como hicieron con ella en busca de esos viajeros.
Se quedó mirando y tratando de saber quiénes eran.
—Uno, me parece… ¡Es Moab! —cayendo en la cuenta quién era— Por lo bajito y
gordito— seguía sacando conclusiones.
Agudizaba un poco más la vista y para sus adentros decía:
—El otro, ese joven alto… ¿Será quién siento que es?
Su corazón comenzaba a acelerarse. Se dijo a sí misma que no era posible que ella
actuara de esta manera.
El Camino de la Rosa 119

No obstante corría a su cuarto para dejar lo que estaba por entregar. Se arreglaba el
cabello y acomodaba su vestido para regresar corriendo y observar la llegada de los
viajeros.
A medida que se acercaban, su corazón latía más fuerte, podía sentirlo en su garganta.
Trataría de tranquilizarse. No tuvo mucho tiempo, allí justo delante de ella, estaban los
hombres entrando a la sala acompañados de los dos hermanos.
Moab la veía allí parada, muy quietecita cerca de la ventana y una sonrisa se dibujaba
en su rostro, estirando sus brazos para tomar en ellos a la temblorosa mujercita.
En esos momentos entraba María, llamada por el alboroto que hacían sus muchachos,
encontrándose con un Jesús quien corría hacia a ella, la levantaba en sus brazos para
dejarla sostenida en ellos. Lloraba de alegría para acurrucarse y sentir el corazón en el
pecho de su hijo.
¡Todo era regocijo! Alborotos, risas y parloteos que iban de uno a otro.
Magdalena y Moab observaban en silencio todas las manifestaciones de afecto que se
prodigaba esta familia. Luego de un largo rato María llevaba a su hijo ante Magdalena y
decía:
—Es Joshua, mi hijo, que vive en la montaña.
Lo presentaba con su corazón henchido de un orgullo amoroso. Se notaba en el rostro
de ella las lágrimas que todavía pugnaban por salir.
¿Qué pasaba con esta mujer de decisiones tomadas? ¿Qué pasaba con Magdalena?
No podía decir palabra alguna, sólo se quedaba mirándolo. No podía apartar sus ojos de
él… También el joven había quedado suspendido en esa mirada. Por momentos nadie
decía nada.
El sacerdote interrumpía esa situación, que se estaba prolongando más de lo debido,
preguntando por el padre de la familia. Aún así tuvo que tocar por el codo a Joshua para
sacarlo de esa abstracción.
Entraron todos y fueron a la habitación del anciano esposo de María.
Magdalena se escabullía hacia el portal, poniendo distancia para esclarecer sus ideas.
¿Qué le pasaba? Ella no era de actuar así.
La embargaban unos deseos profundos de irse, de volver a su casa para tener
tranquilidad.
—¿Por qué estaba tan tonta?—se recriminaba y, a punto de llorar… No quería volver
adentro. Tan sólo quería desaparecer.
Se había quedado largo rato en el portal tratando de recomponerse, tanto así que no se
había dado cuenta que el tiempo había corrido hasta que sentía pasos que se acercaban.
Se daba vuelta para escuchar la voz dulce de María que le decía:
—Ven hija. La noche está por cubrir, hace frío.
Abrazaba a la muchacha y la llevaba suavemente hacia la casa.
El silencio las acompañaba, no les molestaba, hasta era gratificante. Sabían que algo
estaba pasando pero no tenía caso hablarlo.

El fogón estaba encendido, las llamas altas invitaban a acercarse. Se puso al lado para
tomar un poco de su calor, lo necesitaba. Un escalofrío recorría su espalda.
¡Qué destemplada estaba!
—No debía haber venido— pensaba.
Tan inmersa, ocupada en lo que sentía, que no escuchaba a los muchachos que la
llamaban y, a modo de broma, hacían como que se peleaban por un lugar al lado de ella.
Los miró y con una sonrisa comprendiendo lo que pasaba, elegía sentarse al lado de
Juan. Sentía fuertemente la mirada de Victorio y no quería mirarlo. El joven recién
llegado, estaba todavía en la habitación de su padre, junto con Moab.
El Camino de la Rosa 120

María llamaba a los que faltaban, golpeando sus manos para que se reunieran en el
fogón a tomar alimentos que, por cierto, venían muy bien a los viajeros y a todos, una
comida caliente, sabrosa a esa hora con una temperatura bastante fresca, ayudaba a
entrar en calor.
La lumbre iluminaba los rostros invitando a la conversación.
Jesús fue el último en sentarse. Sus hermanos no perdían el tiempo, las preguntas
surgían acerca de la vida en la montaña, una y otra vez. Entre bocado y bocado el joven
contestaba con monosílabos sin levantar la vista, temía encontrarse con esos ojos,
grandes, verdosos, acariciadores. Esos ojos que lo habían conmovido haciéndole sentir
algo indescriptible.
Ya estaba terminando su alimento y, ante tantas preguntas, el sacerdote le salía al paso
diciendo:
—Muchachos, dejen que mañana Jesús responda a vuestras preguntas. Hoy ha sido un
día muy cansador.
—Sí hijos, tiene razón Moab— apuntaba María. Mirando a su hijo continuaba diciendo:
—Sería bueno que te fueras a descansar luego que termines con tu comida.
Él movía la cabeza corroborando lo que decía su madre. Se levantaba y seguía a
Santiago, quien le indicaba la habitación que ambos compartirían.
Se acostaba rápidamente, estaba muy cansado y sólo quería dormir, mas no podía dejar
de pensar en la muchacha, en la mirada que sostuvieron, esos ojos lo perseguían.
Recordaba las palabras de Moab… “HAY DOS MUJERES EN TU VIDA”… nunca
pensó que fuera de esta manera.
—¿Como mujer? — le rondaba la cabeza…—Quizás como amiga, como acompañante
de ideas. Pero… ¿Cómo mujer? — ¿Y Victorio? ¡Pobre hermano! Había advertido su
mirada posada en ella. Era evidente que estaba sufriendo. — ¿Y su boda?... Quizás él no
debía haber venido…
Estaba muy cansado, debía controlar sus pensamientos o éstos no lo dejarían dormir, y
realmente lo necesitaba.
Magdalena, por su lado, esperaba por unos momentos más y también saludaba a todos
con el pretexto de estar agotada. Necesitaba estar sola y también se dirigía a sus
aposentos para descansar. Ella tampoco podía dormir.
—¿No era suficiente lo de Victorio, que se le sumaba esta situación? — pensaba
enojada consigo misma.
Mañana, después de la boda, se iría a esa ciudad para ver la familia de su nuevo amigo,
tal como le había prometido. Haría noche en las cuevas y partiría para su casa. Sería la
mejor forma de evitar desencuentros con estos hermanos. Estos pensamientos la
conformaron y la ayudaron a dormirse.
Al otro día, la despertaban los rayos del sol que entraban raudamente por la ventana.
Luego de remolonear un poco decidía levantarse, no con muchas ganas. Había quedado
agobiada por Victorio que no perdía oportunidad para mirarla fijamente y ello la
incomodaba sobremanera.
Entraba a la sala donde María preparaba alimentos, observando que estaba muy
atareada, se dispuso enseguida para ayudar. En el traqueteo no se había dado cuenta que
se acercaba la hora de la boda y todavía no se había aseado. Necesitaba cambiarse con
lo que había traído para esa ocasión, así que se dirigía a la privacidad de su habitación,
no sin antes averiguar el lugar para obtener agua para su higiene personal. María
diligente traía unos cubos grandes para recolectar agua decidiendo ser ella misma la que
buscase el líquido elemento. La muchacha no deseaba que se tomara semejante
molestia, mas ella, en su insistencia, ponía en evidencia que buscaba un momento a
El Camino de la Rosa 121

solas para hablar con la joven. En lo más profundo de su corazón, la pelirroja no quería
escuchar palabra alguna, sólo quería que terminara esa boda para irse.
Sin embargo María había buscado ese momento y lo había encontrado. Mientras
acomodaba los cubos le decía:
—No te afanes niña querida. Tú no tienes la culpa de tener esa fuerza que atrae. Se
percibe tan sólo al conocerte. Tú no has hecho nada que pueda perjudicar a nadie.
Supera esto y saborea el compartir las alegrías de esta familia. No nos prives de tu
presencia. Perjudica más que te vayas a que te quedes.
—¿Cómo lo sabes? Preguntó…
—Sólo lo sé. Digamos que hay un ángel que, de vez en cuando, habla conmigo. Y no
preguntes…
—¿Te habla como a mí, el “abuelo”?
—¿Qué abuelo?
—No preguntes… Contestaba Magdalena.
Ambas soltaron sus risas cantarinas.
—¿Sabes? —Seguía María mostrando una vez más su buen humor. —Debo buscar otra
niña para que lave la ropa de la familia.
La miraba con picardía
—Quizás sea la próxima esposa de Santiago.
Otra vez las risas coronaron el lugar donde la naturaleza regalaba bondades para el
espíritu.
Sacaron agua del arroyuelo que pasaba por esas posesiones y, entre charla y charla,
ingresaron a la vivienda. La joven se dirigía a su habitación. Mientras caminaba iba
soltando sus cabellos con una mano, en la otra llevaba el recipiente.
Para sorpresa suya se cruzaba con Jesús.
Ambos sonrieron pero cada uno siguió su camino, no obstante por segundos
repiquetearon sus corazones.
Cuando el sol estuviera justo sobre sus cabezas, comenzaría la boda. Un Rabino daría
las bendiciones del caso uniendo a la pareja. Según la usanza, ambos novios se ubicaban
frente a él para escuchar la larga lista de obligaciones que tenía la mujer y los muchos
derechos del hombre. Era curioso cómo la balanza se inclinaba para favorecer al varón.

<<Ninguna mujer podía dejar a su esposo a menos que él la echara y si esto ocurría era
porque la mujer era acusada de infidelidad; en ese caso él decidía si era apedreada hasta
morir o no. Muchas veces se usaba esto como pretexto para sacarse la mujer de encima
sobretodo cuando había otra que quería ese lugar. Dentro del matrimonio estaba
aceptado que el hombre tomara esclavas, niñas que no tenían dote, para su uso personal.
Esto lo distraía y evitaba muchas veces la pedrea de la esposa. Ellas trataban de no
molestar al varón con requerimientos vanos pues sabían lo que les esperaba.>>

Magdalena se había vestido poniendo cuidado de que sus ropas, sus sandalias y Yahvé,
estuvieran prolijos para salir de la habitación satisfecha consigo misma. Los muchachos
la esperaban para acompañarla hasta el lugar de la ceremonia que se realizaba en la
misma propiedad de la familia, caminando una distancia considerable, y el Rabino ya
estaba por comenzar. Caía en la cuenta que se había demorado.
Ya estaban todos ubicados formando un círculo donde, una piedra grande en el medio,
hacía las veces de una mesa redonda, apoyándose allí el largo papiro con letras que no
entendía pero sabía que estaba todo aquello que a ella no le gustaba.
El Camino de la Rosa 122

¡No hablaban de amor, ni de unión por ese mismo amor!


No escuchaba lo que decían, su atención se desviaba hacia Jasminne, la consorte, para
observar que era pequeña de estatura, tapada totalmente con su Yahvé, no dejaba ver su
boca. Sólo sus ojos, se notaban vivaces. En un momento sus miradas se cruzaron y le
había parecido notar en esos ojos cierta hostilidad hacia ella. Una vez más la historia se
repetía, la mujer celosa que hacía que tuviera que cargar el peso de esos sentimientos en
su espalda. Trataría que esa mujercita cambiara su actitud.
Luego de la ceremonia, Victorio departía con los hombres, sus hermanos y algunos
amigos. Las mujeres, sólo eran tres, María, ella y la desposada.
Entre tanto, Moab se acercaba a las mujeres, para pedirle a la madre de Jesús que lo
acompañara para hablarle de algo importante. Con pocas palabras la puso al tanto de lo
que haría Magdalena cuando regresara a su hogar. El verdadero motivo se asentaba en
la idea que los varones de la familia fueran a Jerusalén y no la joven por los peligros que
podía correr.
María se sorprendía cada vez más de la fuerza, de la independencia que tenía
Magdalena, haciéndole acordar mucho a su hijo Jesús, tan voluntarioso, tan sin pensar a
la hora de tomar recaudos.
Mientras el anciano y María conversaban retirados un poco del lugar, a ella, la habían
dejado sola con la desposada y, por mucho que hacía por congraciarse, no obtenía
respuestas. Jasminne era una mujer muy parca, además muy recelosa de Magdalena.
Había terminado su conversación, y la madre regresaba hacia dónde estaban las
muchachas, para pedirle a la pelirroja que la ayudara con los alimentos que serían
colocados en otra mesa de piedra, esta vez, bajo los árboles y muy cerca del arroyuelo.
Magdalena seguía los pasos de María, y mientras más se acercaba al lugar, más podía
observar para sentirse regocijada, la grandiosidad de ese árbol inmenso cuya copa se
expandía espectacularmente, haciendo caer sus frutos para los que quisieran saborearlos.
¡Se había quedado parada, extasiada mirando el árbol!
Escuchaba que la llamaban. ¡Hubiera querido quedarse! ¡Se sentía tan bien! Mas, debía
entrar a la casa, ocasión que fue aprovechada por María:
—Sé lo que piensas hacer a tu regreso. Sé del hombre enfermo.

—¿Cómo lo sabes? ¿Otra vez tu ángel te lo dijo?


—No hija, esta vez fue Moab.
—¡Ah! Viejito soplón. ¡Podía imaginarlo!
—Yo voy a ayudar a ese hombre enfermo—se apuraba decir para evitar consejos
inútiles.
—Sí, nadie te dice que no lo hagas. Sólo deja que sean los muchachos que hablen con la
familia. Tú no entres a esta ciudad tan peligrosa para las mujeres solas… ¡Por favor
hazme caso Magdalena!
—Está bien madre. Sentía en el alma la preocupación que tenía María por ella, Madre
amorosa. Y… le dijo Madre. Así la sentía en su corazón. Por supuesto una madre
mucho más joven que la suya, pero ello no cambiaba el sentir.
—Gracias querida — Hablaré luego con los muchachos.
Las dos se dispusieron a llevar la comida para llamar luego a todos, era el momento de
compartir. Incluso el monje judío.
La alegría se manifestaba en la familia, y era Santiago el principal proveedor de ella,
dedicando sus canciones a los novios. En medio de la algarabía, cuando creían que
nadie los veía, Magdalena y Jesús cruzaban miradas, reteniéndolas por unos instantes
El Camino de la Rosa 123

para bajarlas ahí nomás. Cada vez era más difícil dejar de mirarse, había arrobamiento y
un lenguaje que hablaba por sí solo.
Victorio que estaba atento, había advertido que su hermano menor se sentía atraído por
la invitada y lo que era peor parecía que ella también.
¡Él nunca había recibido una mirada así!
Y un sin fin de sentimientos encontrados hacían un nudo de su estómago, la angustia le
revolvía las entrañas.
Finalizaba la fiesta, cuando el monje se retiraba hacia el poblado, siendo ese el
momento indicado para que los novios se retirasen a su nuevo hogar. Victorio, ayudado
por sus hermanos, había hecho su casa en las posesiones de su padre a tan sólo un
pequeño tiempo de camino.
Josseá, por su debilidad, no había podido acompañarlos en la ceremonia y mucho menos
en la fiesta, pero su esposa se encargaba de ir a su cuarto a llevarle alimentos y contarle
lo que estaba sucediendo. En un momento lo había sentado en la ventana para que
pudiera observar y escuchar las canciones que su hijo cantaba. Mas fueron sólo
momentos, el cansancio hacía que pidiera regresar a sus plumones.
Ya se hacía la noche y todos entraron a la casa en busca del descanso reparador
Antes de retirarse las dos mujeres, la dueña de casa había sugerido que Magdalena se
quedara un par de días más. Al instante comprendía que no era posible recordando la
espera del hombre enfermo, quizás con hambre, con ansias de amparo.
Al otro día la muchacha iniciaría su viaje de regreso en compañía de los varones de la
casa, excepto Jesús. Ellos ingresarían a la ciudad de los romanos para avisarle a la
familia el destino futuro del enfermo y, como estaba acordado, ella seguiría su camino
hasta las cuevas dónde se encontraría con Santiago, como le había prometido.
María, para sentirse más tranquila, le había pedido a la dulce pelirroja que esperase a
sus hijos en las cuevas para que conozcan al varón enfermo y, de paso, este hombre
tendría noticias de su familia.
Jesús participaba de estas conversaciones diciendo que a él también le hubiera gustado
ir, pero estaba su padre de por medio, quien lo necesitaba e iba a acompañarlo. Tenía
que conversar mucho con él para darle conocimientos que lo ayudarían mucho a la hora
de partir.

FUERON POCAS LAS PALABRAS QUE INTERCAMBIARON ESTOS JÓVENES


QUE SE SENTÍAN ATRAÍDOS UNO DEL OTRO, TAMPOCO LAS
NECESITABAN, TENÍAN UN LENGUAJE ESPECIAL, AQUEL QUE SE
RECONOCÍA POR LOS LATIDOS DE SUS CORAZONES.
El Camino de la Rosa 124

SANTIAGO

Partía Magdalena, luego de abrazos de despedida y recomendaciones, en compañía de


los varones de la casa. Llevaba bastante carga en bolsas atadas al burrito, los alimentos
que la familia había puesto, los regalos para Rehién, en fin, un sinnúmero de cosas
incluso ropa para el enfermo.
Estaban saliendo de las posesiones de Josseá, cuando se presentaba ante ellos la figura
de un hombre que se notaba que no había dormido. Enojado, desencajado, increpando a
la mujer. Era Victorio quien atinaba a tomarla por la cintura, le acercaba el rostro
buscando su boca.
Magdalena forcejeaba para librarse de esos brazos.
Los hermanos se quedaron atónitos en un primer momento. No podían creer lo que
veían… ¿Es que había perdido la razón?... Rápidamente forcejearon también para
correrlo.
Ya la muchacha, con una fuerza que no sabía que tenía, lograba retirarlo poniéndole la
mano en el pecho a la vez que les hacía una seña a los jóvenes para que no le dijeran
nada.
—¿Qué te piensas, Victorio? ¿Crees que puedes obligarme a tener tus sentimientos?
¿Acaso se te cruzó esa idea por tu tonta cabeza?
Le temblaba la voz pero supo dominarse y con más fuerza agregaba:
—Ve con tu esposa, y pídele perdón por haberla dejado sola en el día de su boda.
¿Crees que si sintiera un poco de amor, de mujer a hombre, yo no estaría contigo? Pues,
yo no te quiero Victorio ni como esposo ni como nada, y no voy a ser de ningún hombre
que yo no quiera. Sólo te considero un hijo de Josseá y María… Y eso es decir mucho.
Dio unos pasos hacia atrás para poder seguir caminando dejándolo a un lado. Mientras
pasaba se detuvo mirándolo y con voz más suave le dijo:
—¡Arrojas tus enseñanzas como piedras al camino!
Levantaba la cabeza para mirar el sendero que la sacaría de ese lugar. Apuraba el paso
la “mujer de espadas” para continuar con su camino, los muchachos hicieron lo mismo
dejando a Victorio atrás.
Juan se daba vuelta. Tenía un nudo en su garganta y mucho más cuando lo veía
arrodillado en el suelo llorando y tapando el rostro con sus manos. Le había
impresionado sobremanera esa actitud. Nunca había imaginado a su hermano mayor, el
casi padre, desplomarse de esa manera por una mujer. Sentía una pena infinita, pero
debía seguir. No quiso hacer ningún comentario, menos delante de la joven agredida por
un hombre apasionado y no correspondido.
Siguieron su camino y no voltearon más la cabeza.
El silencio pesaba en todos ellos, cargados de pensamientos, algunos de rabias
contenidas como los de Magdalena, otros de lástima como los de Juan… y de gran
sorpresa para Santiago y Enrico pues, no entendían esto que había pasado.
—¿Dónde estaban cuando su hermano se enamoró de esta bella mujercita?
Y en este silencio que cortaba el aire siguieron caminando.
María Magdalena iba pegadita al burro, buscando esconderse. De hecho, que el
animalito estaba entre ella y los muchachos. Quizás pudiera tapar su rostro. Ya había
pasado el momento, y la ira se disipaba para sentir deseos de llorar… Las lágrimas
pugnaban por salir.

¡No iba a llorar! ¡Claro que no!


Después de un largo rato... Enrico sumamente desolado por la situación dijo:
El Camino de la Rosa 125

—María perdona a mi hermano. Él no es así. No sé qué le pasó.


—No te afanes querido amigo. Esto pronto estará olvidado—respondía, a la vez que
hacía un gesto como de no querer hablar más.
El silencio nuevamente cargaba esas espaldas y, cuando ya era imposible de sostener, la
misma joven hacía comentarios, por supuesto, cambiando el tema que los había
devastado hacía unos momentos. Les hablaba de Santiago, el enfermo quien,
seguramente los estaría esperando con ansiedad.
Ya estaban rodeando las colinas y a un costado se presentaba la ciudad. Desde allí había
todavía una distancia considerable, aún así podía divisarse las puertas de entrada.
Había llegado el momento de separarse. Los jóvenes se dirigían a la ciudad y ella hacia
las cuevas. De todos modos, tenía para un rato más de caminata, encontraría a su amigo
y esperarían juntos las noticias que traerían estos diligentes muchachos, para luego sí,
partir hacia su hogar.
Caminaba con tan sólo la compañía de su burrito y escapaban sus pensamientos hacia
Jesús. No quería hacerlo pero era más fuerte que ella.
—No podría nunca haber un acercamiento, estaba la familia de por medio. Qué digo la
familia… ¡Estaba Victorio!
Se corregía con un sentimiento de molestia por esta intrusión. Nuevamente las lágrimas
pugnaban por salir. Ahora sí, las dejaba escapar libremente, más aún, sus sollozos
movían todo su cuerpo.
No paraba de caminar, poco a poco se iba calmando para darse cuenta que era el
principio de la tarde, por el sol, que sobrepasaba su cabeza.
El aire estaba fresco, lo que le permitía seguir. Pasaba por las primeras cuevas, sabía
que estaban allí pero no quiso perder tiempo ingresando y proseguía su camino. En un
momento de su caminata, observaba el sendero que se le presentaba, éste llevaba hacia
las montañas pasando por las cuevas. Ahora sí entraba buscando a su amigo que
supuestamente la estaría esperando.
¡No lo veía!
Llevaba el animal a descansar previo a que tomara agua y comiera abundantes hierbas.
Salía a recorrer para ver si lo encontraba.
¡No estaba!
Buscaría leños para encender el fuego. Mientras tanto esperaría a Santiago.
¡No sabía qué pensar!
El animal ya estaba listo para ser atado al saliente de la cueva más chica. Ella sentía que
el cansancio la embargaba. Se tendía en una gran piedra cuan larga era. Ponía sus brazos
detrás de su cabeza y cerraba los ojos, para dar paso a una modorra que la llevaba al
sueño. Por unos minutos se durmió, hasta que una voz llena de júbilo la despertaba. Era
Santiago quien venía de mucho más atrás de las mismas cuevas, había encontrado
abundante agua, tal parecía que era una parte del río en que se formaba un remanso. Se
había higienizado para esperarla.
María se sentaba rápidamente y aún medio dormida le tendía su mano, él la miraba pero
no quiso tomarla… por su enfermedad.
—Vamos Santiago. Dame tu mano que nada va a pasarme. Ayúdame a levantar.
Hizo lo que pedía. Todo lo hacía con gran alegría. Ahora que la veía nuevamente
respiraba profundo diciendo:
—Confieso que temía que no vinieras. Igual lo hubiera comprendido.
—Te lo prometí, querido amigo.
—Esta mujer tiene agallas y cumple sus pactos— pensaba para sus adentros.
Magdalena le explicaba lo que iban a hacer los jóvenes hijos de María, ella ya le había
contado de esta familia. Esperarían a que se presentaran estos hermanos.
El Camino de la Rosa 126

Mientras tanto, sacaba alimentos de los muchos que había puesto María para ingerirlos,
pues el apetito hacía de las suyas.
Luego de estar satisfechos, era bueno recorrer los lugares descubiertos por Santiago.
Estaban bastante atrás de las cuevas y él, con una energía distinta, le mostraba una cosa
y otra con entusiasmo.
¡Qué cosas raras tiene la vida! Eran otros los ojos que miraban la belleza del lugar, le
parecía todo tan claro, tan fresco. Otros los ojos de Santiago porque otro era su ánimo y
otras sus esperanzas. La vida le había mandado a esta hada madrina. Él sabría
corresponder con todo lo que podía, aún en su enfermedad.
—“Y esté segura señora, mi querida señora que sabré hacerlo”, hablaba en voz alta, la
joven se dio vuelta mirándolo con curiosidad.
Avergonzado… —Se escaparon mis pensamientos. Estaba pensando cómo agradecerte
lo que haces por mí.
—Nada de eso querido amigo, no tienes nada que agradecer. Y ten en cuenta, es una
promesa, que pase lo que pase en cuanto a tu enfermedad, no ha de faltarte techo sobre
tu cabeza. Y ese techo será el de mi casa.
Él sabía que iba a ser así porque esta mujer era de palabra y de pactos cumplir.
—Te veo bien Santiago, y dice mucho de ti que te hayas higienizado, y hayas lavado tu
ropa. Eres un hombre de verdad.
Se contaron muchas cosas, él hablaba de su esposa, de sus hijos, del temor que tenía que
quisieran tomarla como mujer, ahora que él ya no estaba. Tendría que encontrar a
alguien para que se hiciera cargo de su familia y no se desmembrase. No sabía quién. Lo
preocupaba muchísimo.

<<¡Qué rara esta sociedad! Nadie quería esas leyes pero tampoco hacían nada para
cambiarlas. La mayor parte de la misma, tenían a sus familias como núcleo contenedor
y así querían conservarlas. Sin embargo algo los obnubilaba y dejaban que los grandes,
de dinero, que no eran mayoría, los hicieran vivir en el despojo, en el miedo; y lo que
era peor engrandecían como valores instalados, el desprecio por las mujeres y a la vez la
posesión de varias al mismo tiempo, no importando lo que estas sufrieran.
Los dueños del dinero o de la palabra, aquellos que ponían énfasis en la posesión de una
esposa y lo decían en un templo, permitían o tenían ellos mismos… ¡Tantas esclavas a
su alrededor!>>

Santiago atizaba el fuego que sostenía mientras vivía en aquel lugar, le daba calor en las
noches y calentaba algo cuando se ofrecía. Ese fuego que también ahora con otros ojos
veía, agradecido con una sonrisa, pensaba:
—Lo dejaré alto entre las piedras para que de su calor, quizás para otro enfermo que
pudiera necesitarlo.
Caminaron muy despacio hasta el sendero principal para ver si llegaban los jóvenes. Tal
parecía que se habían retrasado. No los veían. De todas maneras, ya estaba cerca la
noche y debían esperar hasta el otro día para emprender el viaje de ella y Santiago. Los
muchachos volverían a su casa.

El temor de los que esperaban, era que ellos no encontrasen el sendero que conducía a
donde habían acordado encontrarse. Ella les había recalcado que eran las “segundas”,
refiriéndose a las cuevas, viniendo de la ciudad de los romanos.
Se sentaron dispuestos a esperar. Luego de un rato pudieron divisar, a pesar de la noche,
que los envolvía, las siluetas de los tres hermanos, que caminaban con dificultad
también a ellos les costaba distinguir el camino. Se levantaron los dos a la vez
El Camino de la Rosa 127

impulsados por la alegría de verlos, para llamar su atención levantaban sus brazos y
gritaban sus nombres. De esta manera los jóvenes guiados por las voces, y un poco por
lo que veían, se fueron acercando hasta llegar.
Las risas, las presentaciones fueron todo uno y juntos se internaron dejando el sendero
para ir a refugiarse a las cuevas. El fueguito cuyas lenguas altas iluminaban el rostro de
los que se acercaban haciéndoles sentir una sensación de comodidad, los estaba
esperando. Se acomodaron alrededor de él y compartieron alimentos.
Santiago estaba ansioso de escuchar noticias de los suyos, pero quería ser prudente
dejaba que ellos tomaran sus alimentos para por fin, preguntar.
Los muchachos se tomaron un breve tiempo para contestar, y fue Santiago, el trovador,
quien lo hacía:
—Estuvimos con tu esposa e hijos. Tienes una gran familia— acotaba—Todos te
extrañan y sufren. Pero cuando supieron de la proposición de Magdalena no cabían en sí
de la alegría. Esto es, para ellos, darles una gran tranquilidad—seguía Enrico mirando al
padre de esa familia—Saben que vas a estar bien con comida y cobijo. Ahora tu hijo
más grande va a tomar las riendas de la familia. Sabiendo que tú “estás bien” a pesar de
tu enfermedad, le va a dar fuerzas para hacerlo, aunque sólo tenga catorce años.
—De todos modos—continuaba Santiago— Nosotros nos hicimos ver por todo el
vecindario y mañana vamos a ir de nuevo cuando regresemos para afianzar la idea de
que tú estás de viaje y que, mientras tanto, nosotros que somos de tu “familia”
estaremos junto a tu hijo al frente de la misma.
—Esto va a disipar los deseos impropios de algunos hombres — decía Enrico—Nadie
sabe de tu situación. Ellos, tus seres queridos, supieron esconderlo muy bien.
El enfermo lloraba y agradecía a los jóvenes por la simpleza con que se manejaron,
cubriendo todos los ángulos de la situación. La emoción cundía en todos ellos.
—¡Qué especie de suerte! O no, sabía que se había presentado para él. Primero la
muchacha y, a través de ella, estos jóvenes que en su humildad demostraban tener un
gran corazón. Es más, ni siquiera le hicieron sentir que tenía una enfermedad
contagiosa, como era la que lo acosaba. Por lo menos era lo que se pensaba.

<<Atraes sólo… lo temido. Lo que no temes no hará mella en ti>>

Estaban todos muy cansados. Necesitaban un descanso reparador.


Santiago agregaba leña y atizaba el fuego para que la noche, que estaba fresca, los
dejara en la comodidad del calorcillo gratificante.
Al otro día muy temprano, estando el fuego muy bajo se habían despertado con la
sensación de frío. Aprovecharon y se levantaron inmediatamente arreglando sus
pertenencias. Magdalena quería llegar en ese mismo día, entonces tenían que partir con
premura. Tomaron comida de lo mucho que María- madre les había puesto, y luego de
despedidas y agradecimientos, los jóvenes partieron nuevamente, como estaba
prometido, hacia la ciudad de los romanos.
Ella y Santiago rumbo al hogar. Era mucho el deseo de reencontrarse con su madre, la
extrañaba.
Caminaban, charlando. No se habían dado cuenta que se presentaban nubes
amenazantes de tormenta. Apuraron el paso. De alguna manera, comentaban, esto los
favorecía para no transitar bajo el sol y el calor.
La tardecita escondida entre las nubes mostraban a los cansados caminantes el recodo
del camino tan conocido por la joven, luego de él estaba su hogar. Aparecía un poco
alejada todavía su casa… el portal de entrada.
El Camino de la Rosa 128

¡Cuán hermosa le había parecido! Su árbol, allí cerca del arroyo. Caía en la cuenta lo
grande que estaba dándole la sensación que la esperaba.
Le dijo a Santiago:
—Lleva al burrito, yo voy a apurar el paso para avisar a mi madre que tenemos huésped.
Así lo hizo, y corría tanto como le daban las piernas entrando al lugar donde la esperaba
su madre.

Rehién, de espaldas, trataba de cerrar ventanas, parecía que no iba a pasar mucho sin
que se soltase una tormenta. Tan ensimismada estaba que recién cuando su hija
ingresaba a la sala escuchaba su voz.
— ¡Mamá! Decía Magdalena.
Rehién se daba vuelta y, con una amplia sonrisa, estiraba sus brazos para rodear con
ellos el cuerpo grácil de la fuerte muchachita, emocionada decía lo mucho que la había
extrañado.
Su hija preguntaba y preguntaba… Cómo estaba y cómo la había pasado sin ella.
—No te apures querida. Estuve muy bien.
Magdalena comenzaba a explicarle el encuentro con Santiago, todas las circunstancias
que lo rodeaban y que estaba enfermo. Se había atrevido a hacerlo aunque no estaba en
sus planes. Simplemente lo hizo, le dijo toda la verdad.
Se hizo un silencio… Casi creía que iba a tener una respuesta negativa pero Rehién
simplemente decía:
—Invítalo a quedarse con nosotras, tengo un rico pan de hierbas esperando para
comerlo. Además de miel, leche de nuestra cabrita y queso.
—Gracias madre— expresaba Magdalena con los ojos llenos de lágrimas por la
emoción. Salía corriendo a llamarlo para presentarle a su mamá.
En esos momentos, Santiago había aminorado la marcha para darle tiempo a que
hablase con la madre. Bien es cierto que sentía temor del resultado. Entraba por el portal
lentamente. Tuvo la imagen de la joven corriendo hacia él, pudiendo distinguir una
sonrisa en sus labios. No necesitaba más para comprender que todo estaba bien y él
sería recibido en aquella casa.
Ella llegaba hasta él, agitada, le faltaba el aliento y apresuradamente le hablaba de un
pan riquísimo que hacía su madre, se notaba que la alegría que tenía la expresaba así,
con palabras que salían a borbotones. El hombre tranquilo ya estaba comenzando con
sus tareas, preguntando a dónde llevaba al animal y dónde debía trasladar las cosas que
descargara.
Ambos entraron a la habitación grande de la casa para presentarle a Rehién, el cansado
caminante.
Estaba en el fogón todo dispuesto, muy calentito para que los viajeros saciaran su
hambre y su sed. Una lluvia apacible había comenzado y, la noche estaba encima.
Luego de saciar el apetito y departir alegremente, la muchacha acompañaba a su
huésped a alojarse en las habitaciones que tenían detrás de la casa cruzando un pequeño
patio. Lo hicieron corriendo para mojarse lo menos posible, la lluvia no amainaba.
Ya estaba preparada con los plumones, sólo faltaba encender el fogón. Le había
acercado la ropa que María le había dado de sus muchachos para él. Santiago no hacía
más que agradecer.
Rehién se había quedado mirando fijamente la lumbre del fuego y por su cabeza
desfilaban todo tipo de pensamientos. En otro momento de su vida quizás no hubiera
aceptado la presencia de este hombre en su casa, pero la vida, que se había manifestado
dura tanto para ella como para su hija la hacía reflexionar.
El Camino de la Rosa 129

¡Quién era ella para juzgar! Este varón las necesitaba y ellas lo ayudarían, no importaba
las circunstancias que lo rodearan.
Magdalena entraba en la sala y se quedaba parada, observando a su madre inmersa en
sus propios pensamientos, casi podía adivinar lo que estaba pensando. La sacaba de
ellos diciendo:
—¿Madre, estás bien?
—¡Oh sí, por supuesto!… ¡Muy bien! —contestaba rápidamente volteando la cabeza
para mirarla— Estaba pensando que nuestro huésped va a necesitar una buena
alimentación para ayudarlo a que no se desarrolle con más rapidez su enfermedad.
No podía decirle a su hija sus miedos escondidos.
Al otro día muy temprano, Santiago se despertaba de un sueño muy reparador. Hacía
mucho tiempo que no dormía así. Tranquilo, con un techo sobre su cabeza, sin
sobresaltarse al menor ruido… ¡Le parecía mentira tanta bonanza!
Ya estaba levantado, antes que las dos mujeres trabajando en el corral, limpiándolo,
sacando los animales a comer y beber. Él mismo se había higienizado. Sentía esa voz
que ya era conocida para él y lo llamaba invitándolo a tomar alimentos. A medida que
se acercaba a la casa, un olorcillo prometedor le abría el apetito. Llevaba en sus brazos
leños para el aparcadero, los acomodaba y se disponía a sentarse junto a las mujeres.
Comieron los tres conversando. Rehién preguntaba sobre su familia.
Santiago era un varón bien parecido, con una barba muy corta. Sus ojos vivaces estaban
siempre atentos a las expresiones de las mujeres, de lo que necesitaban.
Magdalena cariñosamente le decía:
—Relájate. Sé tú mismo. Muévete como en tu casa. No tienes para nada que sorprender.
Y cuando te sientas cansado, o no estés bien por tu enfermedad, no tienes que hacer
nada. Por favor haz lo que tú sientas o puedas. Y pide ayuda cuando lo necesites.
Sonrojado contestó:
—Gracias niña. Tengo mucho por agradecer.
—Bueno, bueno—decía Rehién—Vamos a conversar afuera. ¡El día está tan bello!
Luego nosotras también haremos nuestras propias tareas.
Magdalena buscaba encontrarse consigo misma, en soledad y qué mejor que ir a
reunirse con “su piedra”. Se tendía en ella y los pensamientos la buscaron para traerle la
imagen de Jesús, nuevamente las lágrimas pugnaron por salir, ella las dejaba correr,
estaba sola.
—¿Qué me pasa contigo?—decía para sí—¿Por qué se acelera mi corazón cuando
pienso en ti? ¡Necesito tanto verte!

Tuvo que salir de esos pensamientos pues, escuchaba la voz de su madre que la
reclamaba en forma urgente. Corría hacia la casa para encontrarse con un animalito que
traía en su pico algo llamativo que en un principio no podían ver muy bien puesto que
este corría de un lado a otro. En un momento en que el animal se tranquilizaba la
muchacha se acercaba muy despacio y pudo sacarle del pico una arandela muy brillosa.
¡Un anillo! No comprendía lo que pasaba. ¡Y ese animal! ¡No conocía la especie!
–—Mira sus plumas— decía Rehién— ¡Qué colorido! Debe haber llegado volando.
Magdalena con el anillo en la mano estaba sumamente sorprendida. No dejaba de
observar el ave. ¡Era grande, tan grande!… mucho más que los pájaros.
A los gritos de Rehién, también Santiago llegaba para sorprenderse de lo que estaba
sucediendo. Él creía haber visto uno, les decía a las mujeres, hace muchísimo tiempo
allí en la entrada, justo cuando comienza el ascenso a la montaña, pero no estaba seguro.
Este evidentemente era un ave para tener dentro de un corral para que no se fuera.
El Camino de la Rosa 130

Inmediatamente, puso manos a la obra para hacerlo, eso sí, sería más pequeño que los
otros. Verían con el tiempo para qué sirviera este pajarraco.
Las mujeres se preguntaban, más allá de aparecer el animalito desconocido… de dónde
había sacado ese aro… tan brillante…. tan pulido. No encontraron respuestas. En fin
Magdalena guardaría entre sus pertenencias aquel bonito anillo.
Las mujeres salieron para sus tareas, tratando de entender esta presencia en su hogar.
Recordaba palabras de Moab cuando no quería explicar algo. “Todo a su tiempo”.
Ella diría también. — “Lo sabré a su tiempo”.
—Sí, claro. Todo a su tiempo. Le decía su “abuelo”.
—¡Estás en mí! - Contestaba Magdalena con su pensamiento.
—Siempre estoy en ti.
Sin perder tiempo preguntaba — ¿Qué es esa ave?
—Tú lo has dicho es un ave para que guardes… y muy pronto te dará sus propios frutos.
Tan sólo observa y aprende.
—“Abuelito” ¿Y el aro?
—Pruébalo en tu dedo y dime cómo lo sientes. Magdalena rápido se lo probaba, todavía
no lo había guardado. Le quedaba muy bien.
—Eso es para tu dedo ahora guárdalo. Todo a su tiempo tendrá su explicación.
Quería saber para qué era. Conocía a esa vocecita, no le diría nada hasta que llegue el
momento justo, ni más ni menos.
Magdalena movía la cabeza en señal de… ¡Qué se le va a hacer!
Seguía mirándolo mientras caminaba hacia su habitación, le encantaba el brillo y, al
ingresar se encontraba a Santiago en ella.
Sorprendida preguntaba — ¿Qué haces?— el varón respondía—Limpio María. Debo
dejar en orden.
Magdalena compadecida pensaba que era mucho para un varón limpiar cosas de
mujeres y no iba a aceptarlo.
—Santiago, no tienes que hacerlo— le decía con la voz más dulce que le salía en ese
momento —Tú no debes dejar tu condición de varón por tu enfermedad. Por favor no lo
hagas. Lo tomaba de la mano y lo llevaba hacia el río, conversando y haciéndole
entender que él era un amigo o… un familiar. No un sirviente, ni esclavo, ni cosa que se
le parezca.

Santiago asentía—Está bien. Nunca voy a poder pagarte esta ayuda que me das. Retiró
su mano de la de María. Ella tomaba nuevamente esa mano para decir:
—No lo hagas, ya te dije que no le temo a las enfermedades. Nada va a pasarme.

<<LA VIDA REGALA LAS COSAS NECESARIAS PARA QUE EL SER HUMANO
SE CONTENGA A SÍ MISMO. LA CONTENCIÓN ESTÁ EN EL PLACER QUE
SIENTE ESE SER HUMANO AL SER CONTENIDO POR ÉL MISMO. EL PLACER
DE LA INDEPENDENCIA. AQUELLO QUE LAS ENFERMEDADES LO QUITAN.
AQUELLAS ENFERMEDADES QUE NOS HACEMOS A NOSOTROS MISMOS
AUNQUE NO TENGAMOS CONCIENCIA DE ELLO. >>
El Camino de la Rosa 131

JOSSEÁ DEJA ESTE MUNDO

Luego de la partida de Magdalena con sus hijos acompañándola, la madre de Joshua se


había quedado mirándolos hasta que se perdieron de vista. Caminaba un poco
reflexionando todo lo acontecido en esos días dirigiéndose hacia el árbol, aquel que
había impactado a Magdalena y habían hecho de su sombra un cobijo. Llamaba su
atención una figura que se acercaba. Agudizando la vista caía en la cuenta que era su
hijo Victorio. Sumamente sorprendida pensaba:
—¿Qué lo trae por acá? ¡Recién ha hecho boda! Se supone que tiene que estar con su
mujer.
Seguía aportando detalles a algo que no estaba muy claro.
—¿Por qué caminaba de esa manera? ...arrastrando los pies… ¿Acaso está herido?
María dejaba sus conjeturas para correr hacia él y observar que su hijo lloraba con gran
desconsuelo. Trataba de calmarlo llevándolo hacia el árbol, para que no entrara a la
casa, en ella estaba Joshua y su padre No quería de ninguna manera que lo vieran en ese
estado.
—¡Victorio! ¿Qué te pasa?
—Perdí a Magdalena, la perdí—decía entrecortadamente.
—No se puede perder lo que no se tuvo— reclamaba despaciosamente María.
—¿Qué haces a esta hora? ¿Y tú esposa?
—No preguntes madre.
—Victorio. Escucha hijo, ya has tenido tu boda, y Magdalena no te quiere. Por favor
recapacita.
—Lo sé, pero duele saber que ni siquiera esperanza tengo. ¡Creía que la había olvidado!

María no pronunciaba palabra alguna, sólo trataba de calmarlo, de darle su cariño. Otra
cosa no podía hacer. Lo que dijera en ese momento no servía. Hizo que se acercara al
río y enjugara sus lágrimas, se refrescara.
Al fin, la calma embargaba al varón para quedar mirando hacia la nada. La madre se
levantaba para decir:
—Vamos te acompañaré a tu nuevo hogar, prepara lo que vas a decir a tu esposa, si es
lo que quieres.
—No madre, no temas… ¡Yo regresaré solo!
Su actitud era determinante y sus palabras también.
—Sabré pasar esta situación. Al mismo tiempo de estas palabras, se levantaba y
comenzaba a caminar de regreso a su casa.
María se quedaba mirándolo hasta que desaparecía por las colinas pidiendo a su Ángel,
ese que le anunciaba cosas, que lo ayudara.
—Niña, Niña por dónde pasas dejas corazones destrozados— pensaba en Magdalena —
¿Y Joshua? ¿Sería otro corazón roto?
Luego de un rato se encaminaba hacia dentro del hogar. Joshua estaba con su padre
hablándole, contándole cosas. Josseá ya no podía levantarse de la cama. Lo escuchaba
con atención, su pequeño le hacía reír con su humor.
¡Le estaba haciendo muy bien esta presencia tan anhelada!
Se integraba María a ellos, necesitaba olvidar lo sucedido con el mayor de sus hijos para
escuchar las palabras del menor.
El Camino de la Rosa 132

¡Qué sabio era! Hablaba de una vida perfecta en el más allá. De la importancia de saber
antes de partir a dónde regresar. De encontrar el camino hacia la Luz cuando se dejaran
las vestiduras o lo que es lo mismo, el cuerpo.
María se daba perfecta cuenta, que su hijo estaba preparando a su padre para dar el paso
decisivo en el cambio de plano, o sea para el momento de retirarse de este mundo.

<<Significaba mucho y resultaba difícil para los que se iban por el gran temor que
sentían, primero a la muerte. Segundo, porque haciendo este paso no se daban cuenta o
no querían darse cuenta que la muerte había sobrevenido y entonces, no quedaba más
que quedarse en este nivel de “apegos”, buscando cómo volver a comunicarse con los
que habían dejado. Pasado un tiempo se ponían hábiles en esto de dar ideas a aquellos
que correspondían en afinidad, y muchas veces deseaban saborear del cuerpo de aquel
que lo tenía y hacían lo posible para ingresar a él. Los más débiles les correspondían y
ya no era uno el espíritu sino dos o tres logrando así, enloquecer al pobre humano
encarnado.
Y de esa manera no recordaban que había un lugar de “Luz”, por lo tanto tampoco
podían ir hacia ella, ni hacer la etapa de reflexión, ni tomar cuerpo nuevamente para
seguir con el ciclo de la vida …Con sus aprendizajes para recordar de verdad…

“QUIÉNES SOMOS” “DE DÓNDE VENIMOS” Y “A DÓNDE VAMOS”.

La masa energética que se iba conformando con todos estos espíritus desesperados,
obnubilados, era cada vez más grande, mucho más que la cantidad de seres que estaban
con cuerpo físico. Aquellos que en la vida de la Tierra no habían hecho demasiadas
posesiones o no tenían por qué quedar en este nivel, lograban pasar hacia la Luz por el
solo hecho de no tener ataduras y convenientemente daban vuelta la cara a la Tierra para
encontrarse con el próximo nivel llamado “de las reflexiones”. Eran los menos.
Los espíritus que ingresaban a la Tierra por nacimiento de vientre, eran los que ya
habían pasado ese nivel reflexivo. Otros que venían de otros planos un poco más
elevados que el de la Tierra se habían preparado para ayudar al planeta y su humanidad
dando un toque distinto en vibración y, por supuesto, naciendo de vientre materno.
Eran espíritus que habían logrado hacer de la encarnación un ir y venir fluido. En su
libre albedrío y para su propio aprendizaje elegían la Tierra para encarnar.
Mientras tanto, esa masa energética alrededor del planeta, crecía, crecía pesada, densa y
estaba el mismo corriendo serios riesgos en cuanto a su rotación planetaria con un eje
cada vez más desdibujado.
Un planeta que, si llegaba a detenerse en su girar se iba a autodestruir.
¡Esto no podía pasar!
Se necesitaba la parte física para poder encarnar, era parte de la elección del mismo
hombre, ahora había que llevar adelante este discurrir. Sin él quedarían encerrados,
encapsulados, todos los espíritus… Quién sabe, tiempos y tiempos. Quizás… ¿Crear
otro planeta? Dios, La Creación lo hacía…
¿Y el libre albedrío? Todo un tema.
Nuevamente… ¡No podía ocurrir!

<<El Cosmos había puesto especial énfasis en la preparación de Joshua-Jesús. Su


“venida”, debía ser en las mismas condiciones de los habitantes de la Tierra, sin
mistificaciones, como humano. No era el propósito dejar religiones sino que era la
necesidad de formar un hombre nuevo que se acercara a la Luz y de esa forma recordar
El Camino de la Rosa 133

lo que ese hombre en realidad era. Su venida fue para sembrar, y recoger esa siembra en
un futuro de la Tierra. Sembró Despertares… Sembró Conciencia…. >>

María muy ensimismada pensaba:


—Ojala que su amado esposo comprendiera todo lo que su hijo le estaba hablando, y
pudiera partir en paz a su lugar de origen, recordando que había cumplido con su tarea
en la Tierra… La de poner la semilla de un hijo, de Jesús, en el vientre de María.
Él miraba a su madre y dibujaba una sonrisa. ¡Había tanta ternura en esa mirada!
Las madres en esa época no tenían importancia para los hijos, eran objetos para recurrir.
Nuevamente el desprecio por la mujer y muchas veces eran objetos sexuales para esos
hijos animalizados.
María respondía a esa mirada pasando su mano por la cabeza de su niño, porque todavía
para ella era “su niño” ese joven que despertaba a la vida de hombre, pues unos dulces
ojos y una cabellera rojiza habían impactado en él.
—¿Era Victorio el que estaba contigo? — preguntaba con curiosidad.
María tuvo un momento de duda al responder…
—Sí… pero…
—No te afanes, ya sé qué pasa. Es difícil abstraerse de Magdalena. Más allá de su ser
físico, es lo que ella contiene.
—¿Qué contiene? Preguntaba su madre.
—Lo que tú contienes madre querida. El amor, el respeto por la vida, la compasión…
Tantas virtudes…

Durante la conversación, el anciano, que estaba muy cansado se había quedado


dormido. Era la oportunidad de ofrecer a su hijo algo calentito, en voz baja se refería a
una rodaja de pan recién hecho con queso y miel que había traído Magdalena como
regalo. Ambos salieron en puntillas de pie para saborear estos alimentos allá, debajo del
árbol, el mismo que Josseá y María habían buscado su sombra luego que plasmara el
varón la semilla que fecundaría en la mujer.
Pasaron dos días antes que los muchachos regresaran, luego de acompañar a su amiga.
Contentos, felices por lo que habían logrado, ayudar al hombre enfermo.
Entraron por el portal de su casa.
María los estaba esperando, un poco intranquila, pues se estaban demorando más de lo
que pensaba. A cado rato se asomaba por si los veía llegar.
Se abrazaron todos y junto con Joshua departieron las situaciones acaecidas en esos días
de ausencia. Magdalena había cumplido con lo prometido, no había entrado a esa
ciudad.
Los jóvenes dejaron como última novedad, el relato de la reacción de Victorio para con
la muchacha, lo hacían porque les preocupaba esta situación. Recalcaron sentirse
sorprendidos de la fuerza que había puesto la joven, al rechazar los requerimientos del
varón despechado. Contaban que había forcejeado para soltarse de esos brazos que
parecían garfios, y le había puesto la mano en el pecho para separarlo, diciendo a la vez
palabras merecidas.
—No se andaba con pocas esa mujer, a la hora de tomar ciertas determinaciones…—
decían con admiración.
Joshua volteaba la cabeza y miraba a su madre. No hacían falta las palabras. Ella asentía
con un movimiento de su cabeza.
Rápidamente, para cambiar el tema, María iba en busca de alimentos, pues debían estar
hambrientos y cansados.
El Camino de la Rosa 134

Así pasaron los días, acentuándose cada vez más la debilidad del anciano, haciéndose
muy notoria. Sus hijos se turnaban para acompañarlo y poder así, asistir a su madre que
no quería despegarse de él. Decía que iba a aprovechar todo lo que podía para estar al
lado de su amado esposo.
Victorio venía retomando las tareas junto con sus hermanos en los trabajos que
usualmente hacían en madera. También acompañaba a su padre, pero tenía especial
cuidado de evitar estar a solas con su hermano menor. Todavía recordaba las miradas
que se entrecruzaron él y la pelirroja. Le costaba guardar sus celos para él.
Pedro el amigo de confianza de la familia, principalmente de Victorio, hacía sus visitas,
sobre todo ahora que Josseá se estaba apagando, quería acompañarlos en esos
momentos difíciles. Victorio aprovechaba en las limitaciones que el dolor le imponía
por haber sido rechazado por una mujer, hacer confidencias cargadas de animosidad
contra la muchacha. Aumentando así las que ya tenía Pedro para con ella, quien no
aceptaba que una mujer ofreciera batalla.
Además era muy real que el amigo entrado en años, tenía ciertos problemas con su
propia madre y, de alguna manera, volcaba este resentimiento en todas las mujeres.
La historia de Simón Pedro se relacionaba con la madre desde pequeño. Era una mujer
sumamente sufrida que, en una oportunidad, cuando era más joven se había prendado de
un varón al que le gustaban las mujeres que no le pertenecían. Este desliz había tomado
cuenta el esposo, que furioso la había castigado dejándola inconsciente, tirada en el
suelo, no permitiendo que nadie se acercara y mucho menos para ser ayudada.
Pedro era muy niño, había quedado en su retina y en sus sentimientos la golpiza
propinada por su padre. Él no entendía por qué su madre, cuando pudo levantarse por
sus propios medios, actuaba como una autómata.
Nunca más ella fue la misma. No le quedaban sentimientos para su familia.
También recordaba que su padre le gritaba fuera de sí, que agradeciera que no la
denunciara, que le estaba haciendo el favor de no morir apedreada. Más adelante se
había dado cuenta que él no la había acusado, tan sólo para no quedar en ridículo ante
sus pares.
Todo había quedado en familia.
Para Pedro, quien era el mayor de los hermanos, este hecho lo había marcado para
siempre. Algunos años después su madre fallecía sumida en un estado depresivo
intenso. A partir de ese momento, el padre, cargando en su mochila la pena, la culpa, la
ira, estaría ausente en la vida de sus hijos.
Hoy Pedro tenía las mismas actitudes hacia las mujeres que su padre, maltratando a su
esposa, descargando en ella todas sus miserias humanas.

Josseá se iba apagando cada vez más.


Jesús hacía una seña a Enrico para que vaya a buscar a sus hermanos pues el padre
estaba por partir. Corría llamando a todos. Veía a Victorio que estaba entrando por el
portal y le hacía señas para que se apurara. El joven de la montaña seguía hablando con
su padre.
—Padre querido, quiero que sepas que ya estás al partir hacia la verdadera vida.
Le acomodaba su propia mano sobre el corazón.

—Cuando dejes tu cuerpo te darás cuenta porque nos verás a todos nosotros. Estaremos
felices que tú vuelvas a tu casa, que no es esta. Nos verás como si tú estuvieras aquí
pero desde otro lugar. Nos verás y no querrás irte, pero tienes que hacerlo. Puedes ver
todo si quieres… el poblado, cada uno de los que lo habitan, el mundo entero si tú
quieres. Puedes hacerlo, para recrearte, pero recuerda… Debes irte en busca de algo
El Camino de la Rosa 135

todavía más bello que este estar de la Tierra. Escucharás mis palabras— proseguía con
voz calma—No las pierdas, puedo esperarte a que veas todo lo que tú quieras, pero no
pierdas mi voz. No acudas a ningún lugar aunque te llamen. No permitas que te
confundan. Sigue mi voz. Cierra los ojos del espíritu que te parecerán tus ojos de la
Tierra en amplitud.
Haciendo una pausa y acariciando su frente seguía hablándole cada vez más lento en su
decir.
—Y cuando estés listo, yo lo sabré. Desea que la Gran Puerta se te presente. Ella estará
y entrarás por un espiral de luz, tan maravilloso que toda la paz de tu ser te embargará.
Escucharás cánticos, verás colores, verás movimientos y allí, al final de ese espiral,
estarán los ángeles que te recibirán, principalmente uno… Ese que a tu esposa habla. Él
te dará su mano y tú la tomarás. Allí, padre amado, habrás pasado rumbo hacia tu
verdadero hogar. Harás contacto con nosotros más adelante. Para ello serás cuidado y
sabrás muy bien cómo hacerlo.

<<Este relato de la partida de Josseá, no fue tan rápido, había llevado varios días. Jesús
era el guía de su padre para ir recorriendo paso a paso los niveles de ascenso, para poder
entrar luego al túnel de Luz.>>

<<Esta guía era sumamente necesaria pues aquellos que dejaban su cuerpo a través de la
muerte sentían muy fuerte la tentación de quedarse, pues no conocían otra cosa, además
la sensación de poseer el cuerpo era todavía muy fuerte. Una forma de ser ayudados por
el impacto sufrido, era tener momentos de ensoñamiento o letargo para que, cuando
despertaran, haya pasado tiempo en la Tierra y encontraran las cosas habituales,
distintas, de tal modo que los desconcertaran, así de esa manera desearan retirarse.
Muchas veces en ese deseo encontraban el túnel de Luz o Espiral.
A este proceso se lo ha llamado el descanso del alma. Si bien es cierto que este descanso
favorece a despegar de ese nivel, también tiene su contrapartida pues, demora su paso
hacia la Luz. Aún así, había seres que no querían, bajo ninguna circunstancia, dejar ese
nivel y no sólo ellos sino que buscaban la forma de que otros no lo hicieran.
De tanto estar, observar habían obtenido habilidades de comunicación y de incidencia
sobre aquellos que tenían cuerpo. Es más, lo hacían a través del miedo y de la
inducción. Estos espíritus que sabían que no tenían cuerpo pero tenían la conciencia de
poder irse, no lo hacían porque extrañaban ciertos vicios humanos además de
sentimientos de venganza, de odios, de cosas no resueltas mientras tuvieron cuerpo. Y
no aceptaban el perdón como medio para despegar del lugar y permitirse por fin tener
paz en su corazón.
Lo preocupante para el Cosmos era la acumulación de esas “almas en pena”, como las
llamaban los propios encarnados, la densidad energética que ocasionaba y, lo que era
peor, la poca ayuda que podían dar los seres de luz al no poder pernoctar en el lugar,
pues no resistían tamaña vibración negativa.
Esto y otras cosas había que cambiar. Jesús lo sabía y era la parte más importante de su
tarea. De su “venida” con todo lo que implicaba, aún a costa de su propia vibración.>>

Pedro había hecho correr la voz que Josseá padre de esta gran familia de varones había
muerto. Se presentaron algunos pobladores para acompañar a la familia en la pérdida,
otros sólo los llamaba la curiosidad sorprendiéndose de ver a Jesús, ese hijo que por
mucho tiempo no había estado y según los hermanos estaba adquiriendo fuerzas por su
salud.
El Camino de la Rosa 136

Las mujeres de ese poblado rodeaban a María, ella muy cariñosa con todos, pero
prefería la soledad de su habitación. Jesús no las dejaba que se acercasen a su madre
aduciendo que necesitaba descansar. Ellas sólo querían saciar curiosidades. María
estaba en paz, lo iba a extrañar pero sabía que él estaría mucho mejor que lo que estaba
en los últimos tiempos y que la acompañaría siempre.
Otra cuestión la tenía un poco ansiosa no dejando de pensar:
—¿Qué pasaría a partir de ahora? ¿Qué harían esos muchachos al no estar ya su padre?
¿Quizás querrían ese sitio para ellos? ¿Y Joshua se iría otra vez a la montaña?
De pronto entraron a la habitación Joshua y sus hermanos para buscarla. Había llegado
la hora de acompañar a Josseá hasta la última morada de ese cuerpo. Enrico la abrazaba
fuertemente y de la misma manera los otros hijos.
Parecía la respuesta a sus inquietudes.
—Madre decían:
—Tú eres ahora nuestro único sostén. Te necesitamos. Acompáñanos a llevar a nuestro
padre.
Se levantaba María… Y rodeada de sus hijos caminaron hacia las tumbas. Estaba en el
centro de ese círculo formado por ellos. Saltaba a la vista que la cuidaban, la
preservaban para que nadie la molestara. Cualquier observador vería sin duda lo que esa
mujer irradiaba y lo que pesaba en su familia donde el respeto y el amor estaba por
sobre todas las cosas. No importaba que no fuera la madre biológica.
¡Ella se había ganado definitivamente el amor de esos varones!
Esta actitud de los hijos, era la respuesta que María necesitaba a sus cavilaciones.
María despertaba en las mujeres una cierta envidia por la consideración, por el buen
trato que había tenido su esposo, por el amor que le había entregado reflejándose en sus
hijos que también se movían en los parámetros de respeto y de amor para con ella.
Envidia que ella, con sus virtudes lograba disipar.
Mientras caminaba con los suyos, veía a Jasminne con las demás mujeres notando que
su rostro indicaba enojo y tristeza. Detenía el paso de los varones a la vez que le hacía
una seña para que se acercara. La tomaba del brazo y la llevaba junto a ella. María había
dado un lugar a su nuera en la familia. Jasminne respondía a ello con un apretón a esa
mano que estaba apoyada en su brazo.
Una vez depositado los restos del maravilloso hombre en la tumba familiar, se reunieron
todos para hablar de él y recordar los momentos felices compartidos. Jasminne mucho
más animada preparaba alimentos calientes para todos, no dejaba que la madre se
levantase para esos quehaceres.
En otras situaciones, como costumbres de la época, las mujeres hubieran tenido que
esperar afuera mientras los varones conversaban.

MAS ESTA FAMILIA HABÍA VENIDO A ENSEÑAR CON SUS EJEMPLOS Y…


MARCABAN LAS DIFERENCIAS.
El Camino de la Rosa 137

NOTICIAS PARA MAGDALENA

En el hogar de las mujeres, ahora acompañadas por Santiago, los días transcurrían
calmos, con alegrías, viendo las mejoras realizadas en todo el predio por el huésped.
Acababan de tomar alimentos y decidieron los jóvenes ir hasta la piedra del portal para
conversar animadamente acerca de las cosas hechas y planear otras con las buenas ideas
de ella.
De pronto los desviaba de lo que estaban organizando, un grupo de personas que se
acercaban hasta donde ellos estaban, fijando la vista se dieron cuenta que era un grupo
de soldados. Santiago actuando rápidamente, se levantaba y casi empujando a la
muchacha le decía que corriera hacia adentro de la casa pues, él manejaría esta
situación. Ella corría tanto como le daban las piernas, dándose vuelta mientras lo hacía,
cuando se hubo alejado un poco se escondía detrás de un árbol para observar y para
brindar ayuda en caso que se necesitare.
Los soldados demostrando poder le preguntaron quiénes eran los que vivían allí, y por
qué no estaban registrados para el tributo. Santiago les explicaba, con buena
disposición, que ignoraba tal disposición pero que a partir de ahora irían a la gran
ciudad a realizar esa gestión. Mientras hablaban se notaba que la cuestión que los traía
era otra. Miraban más allá de Santiago como para ver algo que buscaban. Sin esperar
más, uno de ellos preguntaba por las mujeres que vivían allí.
—¿Qué mujeres? –—decía el joven haciéndose el tonto.
—Las mujeres que sabemos viven acá—respondía ya de mala manera el soldado.
—¿Acaso las mujeres te van a pagar el tributo? — insistía el joven. Uno de ellos lo
empujaba amenazándolo con el puño cerrado.
—Ve y busca a las mujeres— seguía insistiendo el soldado fortachón.
Para calmar los ánimos, les ofrecía comida y bebidas, a la vez que les preguntaba cómo
sabían que había mujeres.
Uno de ellos, que estaba atrás de todo, decía:
—Yo las conozco, sobre todo a la joven pelirroja. La vi cuando pasaba por estos lugares
acompañada de varones.
—Por lo visto ellos no están— insistía el otro soldado.
—Ellos están al llegar— mentía Santiago— Deben irse.
Amenazante uno de ellos sacaba su espada, sobre todo ahora que habían confirmado la
ausencia de los otros varones. Empujaban al hombre y caminaban hacia la casa. Estaba
claro que querían tomar por la fuerza a la muchacha reclamada.
Santiago rápidamente se interponía en el camino y decía con voz cortante:
—¡No entres si no quieres enfermarte!
El soldado volteaba la cabeza para mirarlo ante esas palabras y él en ese mismo
momento abría su túnica, se daba vuelta y mostraba sus llagas para decir:
—Mi hermana igual de enferma está.
Los ojos de los hombres mal intencionados se agrandaban en señal de pánico. Se
echaron para atrás corriendo a buscar sus animales para subir y prestos salir del lugar
cual si fuera el demonio que los estaba persiguiendo.

La enfermedad de Santiago causaba terror en las personas, el miedo al contagio y lo que


ello implicaba para sus propias vidas, tal como le pasaba a este noble varón.
El Camino de la Rosa 138

María salía de su escondite tentada de la risa por la manera que corrieron parecía que
hubieran visto al mismo “demonio”. Por así decir.

De todas maneras quedaba una preocupación, el regreso de éstos. Analizando la


situación, es lo que hacían estos jóvenes, podían pasar dos cosas: que denunciaran y
vinieran en multitud, hicieran desmanes, hasta quemar sus pertenencias o... callar
porque esta visita no era oficial y demostraría los deseos que tenían de divertirse con la
mujer, con Magdalena.
Esta condición era tomada con cuidado por los romanos, sobre todo porque los que
habían iniciado la misma eran soldados comunes y lo que menos querían era tener
enfrentamientos con los judíos a pesar del profundo desprecio que ellos les tenían.
También sabían, que podían perder mucho de lo que ellos les daban.
Tenían ambos una convivencia de respeto mutuo por los miedos. Los judíos, por un
lado, el miedo a las armas y por otro los romanos sabían que si estos se unían, no les
darían alimentos, dinerillos y otras cosas, entre ellos una que otra mujer… Estaban muy
lejos de su lugar de origen y no recibían ninguna ayuda, además los que tenían poder
castigarían a los soldados que se habían atrevido a ponerlos en riesgo. Vivían muy bien
y no querían perder de ninguna manera esta forma de vida.
Estas eran las conjeturas que hacía Santiago con respecto a los romanos pues, él había
vivido en la ciudad y los conocía. Ya más tranquilos se quedaron un rato más en la
“piedra” observando si se animaban a volver, cosa que no creían, por el pánico que
sintieron ante esta enfermedad.
Habían quedado sensibilizados ante este hecho y hablaron de hacer un muro de piedras
desde el recodo del camino para tener más oportunidad de defenderse. Cosa que en el
futuro no hicieron por lo dificultoso que se presentaba.
Ingresaron al hogar como si no hubiera pasado nada y tampoco le contaron a Rehién, no
querían preocuparla.
El día no terminaba todavía y cada quien seguía con sus ocupaciones. Ella se había ido a
lavar ropa al río, tarea que le gustaba mucho, mezclando la labor con el placer de estar
en contacto con el agua y con las muchas plantas que había ido trasplantando en ese
lugar. Se identificaba con ellas, tanto que dejaba la ropa en descanso luego de haberlas
golpeado con las piedras para quitar la suciedad. Era el momento aprovechable para ir
formando cercos con las tantas plantas que había hecho de pequeños gajos. Regresaba a
su ropa, ya el sol había ayudado a blanquearlas, era hora de ponerlas a secar bien
estiradas.
Esperaría un poco más por su ropa, dándole un tiempo para soñar, para regresar a sus
“sueños en suspenso”. Se recreaba recordando a Jesús con su rostro tan varonil, con esa
fuerza interior que se enmarcaba en el mismo rostro.
Su mirada profunda aparecía ante ella ¡Decían tantas cosas esos ojos avellanados!
Con qué precisión podía observar con sus pensamientos, en detalle, cada parte de su
cara. Su nariz con un pequeño montículo en su parte superior, hablaba de una raza, una
raza jerarquizada a partir de él. Esa barba, muy corta, diría pegada a su cara, raleada por
partes.
¡Claro que no era común esa barbilla! … ¡Él tampoco era común!
Su cabello, no muy largo, con algunas ondulaciones y que muchas veces lo tomaba por
atrás de la nuca dándole una comodidad a la hora de ayudar en los trabajos familiares.

No se ponía, por ninguna razón, turbantes en su cabeza como acostumbraban en ese


tiempo. Aún si hubiera inclemencias del tiempo. Gustaba mucho de estar en contacto
El Camino de la Rosa 139

con el sol, decía que lo alimentaba en energía y lo coloreaba, haciendo de su tez un poco
más moreno de lo que naturalmente era.
Admiraba en Jesús el amor por su madre. Recordaba cuando la había levantado en sus
brazos, para luego sostenerla por los hombros, demostrando el cariño que sentía,
reconociendo en ella el hecho de ser madre y mujer. A través de María él fijaba
posiciones de amor y respeto, dando un lugar a todas las mujeres de esa sociedad
advenediza.
…¡Ay Joshua! ¡Cuántos desvelos causas en esta mujercita!...
Magdalena estaba tan absorta, que no escuchaba la voz de su madre hasta que estuvo
muy cerquita de ella.
—Hija, ¿No escuchas que te llamo? ¿En qué piensas chiquita?
Se sintió descubierta en sus sentimientos, y enjugaba sus ojos con su mano, rápidamente
a modo de ocultar sus emociones. Rehién no preguntaba más, pero su corazón le decía
que su hija estaba sufriendo por algún varón. Esperaría con paciencia, ya vendrían en
algún momento las confidencias.
—Vamos hija— le decía, a la vez que recogía la ropa — El sol ya cerró sus puertitas y
tú necesitas tomar algo calentito. Ven, vamos a buscar a Santiago para que nos
acompañe a saborear esos pancitos con hierbas que tanto te gustan.
Bajo del brazo ponía el canasto con la ropa y con el otro abrazaba a su niña querida
llevándola hacia la casa.
A las voces de las mujeres llamándolo, también Santiago dejaba lo que estaba haciendo,
dirigiéndose hacia la hermosa casa. Así la sentía.
La alegría de esas mujeres contagiaba al joven, lo hacían sentir muy bien aunque
algunas veces extrañaba a los suyos. No obstante dejaba de lado sus rememoraciones y
departía con ellas, mostrando su sentido del humor logrando un ambiente de alegría. Se
descubría a sí mismo, en esta etapa de la vida que tenía mucho para dar en
agradecimiento por como estaba viviendo más allá de su enfermedad.
¡Qué extraño se manifestaba su apreciación de la vida!
¡Cómo quisiera curarse!
Si ocurriera tal milagro sería un hombre distinto, sobretodo con su familia.
No supo darle antes el valor que ahora tenía para él. No se había dado tiempo para
degustar de lo que lo rodeaba. Se reconocía como un hombre siempre ocupado, a veces
hosco con los suyos. Cuántas veces había tenido deseos de pasar la mano sobre la
cabeza de sus hijos o de abrazar a su esposa… y no lo hizo. Primaba en él estas
actitudes de hombre fuerte, que no podía regalarse un dejo de amor. Ahora comprendía
el tiempo que había perdido. Ahora que no podía hacerlo, ahora que no podía dar lo que
sentía su corazón.
Embargado en sus pensamientos y sentimientos los trasladaba al momento para decir en
voz alta…
—Dios. Te prometo que si algún día sano de mis heridas. ¡Voy a ser otro hombre!
Las mujeres lo miraron realmente sorprendidas, esas palabras que habían salido desde
su corazón hicieron impacto en el de ellas. La emoción de descubrir este deseo intenso
que había surgido de pronto, hizo que las lágrimas pugnasen por salir.
Santiago las miraba y con un dejo de humor decía:
—Mis pensamientos se escaparon otra vez.
Magdalena entre emocionada y divertida expresaba tenuemente:
—¡Qué pensamientos hermosos tienes querido amigo!

Ya, la noche se avecinaba y era el toque para ir a descansar. Mañana sería otro día.
El Camino de la Rosa 140

Un sol radiante entraba raudamente por las ventanitas del hogar y estaba llamando al
trabajo. Así lo habían interpretado los habitantes de aquella casa. Y para allí fueron,
contagiados por el calorcillo de esa mañana muy temprano.
Mientras recorrían los lugares dónde conseguían el material para armar sus canastos,
escuchaban de boca de la madre canciones interpretadas con una voz muy afinada. Ella,
su hija se sentía plena pues Rehién estaba muy bien de salud. De verdad, era lo que
necesitaba para sentirse realmente tranquila.
El trabajo en sí, consistía en atar las pajas y ponerlas a secar. Luego las iban
amontonando en un corral para tejerlas, en el caso de los canastos, o así como estaban
más un entretejido simple para cubrir techos. La tarea se hacía más liviana y rendía
mucho más a partir de la llegada de Santiago. Y era bueno todo lo que acopiaban, les
serviría para venta o trueque en la feria. Ya habían ido con Santiago una vez y los
feriantes se preguntaban quién era este joven varón, prestas decían, pertenecía a la
familia y no se faltaba a la verdad, pues ese era el sentimiento.
En días luminosos y cálidos, se prestaba para tejer afuera conversando, riendo de las
ocurrencias de la muchacha festejadas por Santiago.
Estaban tan abstraídos en sus conversaciones, que no vieron que entraban por el portal,
personas que levantaban sus brazos en señal de saludo, tomando por el caminito que
Magdalena tan bien había dibujado con árboles de un lado para que, en un futuro, se
unieran por sus copas con el otro y ofrecieran su belleza al visitante que llegara a ese
hogar. No habían escuchado tampoco las voces de júbilo hasta que estuvieron muy
cerca y, por supuesto, grande fue la sorpresa manifestada por ellos, sobretodo por
Santiago al ver a uno de los varones que habían acompañado a Magdalena cuando él y
ella esperaban en las cuevas.
Los visitantes eran Santiago, hermano de Jesús, Moab, un jovencito de unos catorce o
quince años, dos pequeños más y una mujer.
Santiago llevaba su vista más atrás y... ¡No lo podía creer!
—Dios… Dios…. ¡Gracias! ¡Gracias!
Caía de rodillas en el suelo y mirando a las mujeres explicaba:
—¡Es mi familia!
Sus lágrimas salieron a borbotones y entre gemidos decía:
—¡Cuánto los necesitaba! ¡Cuánto los extrañaba! No sabía si ir corriendo o ser
prudente, pero ellos se adelantaron y corrieron hacia él abrazándolo.
No pudo ser prudente.
A todos los embargaba la emoción de este reencuentro.
—Bueno—decía Rehién— Vamos a sentarnos y dejémoslos solos— mirando a los
recién llegados— Mucho tendrán por decirse.
Santiago y su familia caminaron para el lado del río, necesitaban contarse tantas cosas
pasadas en esta ausencia obligada.
Moab saludaba con un abrazo cálido a las mujeres, lo mismo hacía el hermano de Jesús.
La conversación del momento giraba sobre los hechos ocurridos con la muerte de
Josseá, que Santiago supo explicar con lujo de detalles, lo que llevaba a la joven a
preguntar por el estado en que había quedado María.
A sabiendas de la necesidad que tenía la jovencita de saber de Jesús, hábilmente Moab
contaba el proceso que había hecho el espíritu, para dejar el cuerpo del fallecido hacia
otros planos y gracias a la guía de su propio hijo.

—¿Cómo es eso? —preguntaba curiosa la muchacha.


El Camino de la Rosa 141

Moab se tomaba el tiempo necesario para explicarle paso a paso, el camino tomado por
Josseá hacia los cielos. Magdalena estaba fascinada. Le llegaba al corazón saber “de la
vida después de la vida”.
—¿Todo eso sabe Jesús?
—Sí, querida mía. Ya con el tiempo lo irás descubriendo.
Se quedaba callada pensando en las últimas palabras del anciano esas…“Ya con el
tiempo…”
—A qué se refería, quizás… ¿Lo vería otra vez?... Se alegraba su corazón.
¿Sería posible qué pudiera estar nuevamente con él?

Regresaba Santiago con su familia del río. Contentos, felices por el reencuentro. Los
invitaron a acomodarse a la rueda que habían formado para poder departir juntos.
Reinaba en el ambiente una gran alegría.
Santiago tomaba a su esposa por los hombros y se la presentaba a las dueñas de casa.
De pronto alguien nombraba a Jesús, se daba vuelta para preguntar:
—¿Quién es Jesús?
Moab contestaba: —El hermano de Santiago. ¿Por qué preguntas?
—No sé… Sentí algo, como si lo conociera desde siempre.
—Seguramente lo conocerás… aseveró Moab.
Quedando allí la conversación, Magdalena pensaba:
—Este viejito querido no dice cosas por decir, y si Jesús va a conocer a Santiago… y…
él se encuentra aquí. Quiere decir que…
La dulce pelirroja sacaba sus propias conclusiones. Sonreía para sus adentros, tratando
de no mostrar esa cara a los demás. Levantaba la vista y Moab la estaba mirando
dulcemente.
Se sonrojó. La había atrapado en sus pensamientos.
Ágilmente, y como para esconder esa gratificación interna, se levantaba de la rueda para
dirigirse a otras habitaciones pegadas a la de Santiago, e ir acomodando para darles a la
familia lo necesario para poder descansar.
Estaba poniendo plumones cuando escuchaba unos pasos que se acercaban. Era Moab
quien ya estaba entrando a la habitación. Apenas llegado, la joven levantaba la vista y le
decía:
—Tienes que ayudar a Santiago con su enfermedad—era como un reclamo, como si no
tuviera caso esperar más puesto que él podía.
A lo que él contestaba. “Todo a su tiempo”
—¡Como! ¡A su tiempo! ...Moab— le replicaba un poco molesta—¿Te parece que tiene
que haber un tiempo en la enfermedad?
—Sí—afirmaba con fuerza—El tiempo para que este joven comprenda muchas cosas.
Ya comprenderás tú también.
No dijo más nada, acerca de este tema.
Magdalena tampoco respondía pero no dejaba de pensar que muchas veces era un
viejito encantador… ¡Pero tan tozudo!
—Hija, no te preocupes por la familia de él— agregaba muy dulcemente como para
conformar a la tempestuosa muchacha— Deja que se acomoden con tranquilidad, nada
ha de pasarles.
—Sí, lo pensé. Gracias Moab.
El viejito encantador, como le decía ell,a regresaba a la rueda de los invitados y hablaba
con la familia para que se manejaran con total sosiego con respecto a la enfermedad de
Santiago. Bea, así se llamaba la esposa de él, se levantaba presta e iba al encuentro de
Magdalena quien estaba terminando de arreglar las habitaciones. La abrazaba y le
El Camino de la Rosa 142

agradecía por todo lo que había hecho por su esposo. La joven se había sentido
sumamente reconfortada, era la primera vez que una mujer le agradecía por ayudar a su
hombre sin estar de por medio los celos u otro sentimiento que menoscabara ese apoyo,
más allá de la enfermedad.
Respondía con fuerza a ese abrazo, sabía que se había ganado una amiga.
Mientras tanto, Rehién preparaba alimentos para todos dentro del hogar, encendiendo
un fuego alto, acogedor que daba una gran luminosidad al ambiente además de expandir
una tibieza que hacía falta en esos momentos, pues afuera se había tornado en un clima
bastante fresco.
Otra vez se sentaron en el suelo, sobre plumones, conversando animadamente. El viejito
destacaba que cuando regresaran acompañaría a la familia y al joven trovador hasta su
casa, así, de esa manera regresaría a la montaña con Jesús.
Magdalena se sobresaltaba al escuchar esto y le preguntaba:
—¿No le hace falta a su madre en estos momentos?
—Su madre tiene para compartir a sus otros hijos— respondía el anciano— Y va a ser
una buena oportunidad para que ella se afiance en esta nueva vida sin su esposo, y sin
reemplazarlo, apoyándose en Jesús. Además él irá seguido a su casa, es el tiempo que
así sea.

Fueron dos días maravillosos, especialmente para Santiago, pudiendo compartir con su
familia y sobretodo con su hijo las muchas cosas de la vida. Hablaron de cómo
conducirse dentro y fuera del hogar. También las mujeres conversaron mucho,
conociéndose y compartiendo confidencias. Habían entablado una gran amistad.
Había llegado la hora de la despedida, aunque se hacía dolorosa para la familia y para
Santiago, a la vez dejaba un sabor de tranquilidad al saber que el hombre de la casa no
estaba desamparado y que tenía, en esos momentos acuciantes, comida y un techo para
vivir.
Todos juntos llegaron hasta el portal, y ahora sí, no quedaba más que las despedidas.
Los abrazos, las emociones, los llantos eran todo uno. Santiago y su esposa habían
aprovechado muy bien el tiempo juntos, se habían prodigado todo el amor que sentían
sin restricciones, tanto así que la esposa se había sorprendido gratamente por la forma
de manifestarse que había tenido su varón. Se llevaría con ella esa imagen de hombre
apasionado que la había amado con todo su ser como nunca antes lo había hecho. Sentía
en su corazón a un nuevo esposo.
Todos con las manos en alto se saludaban hasta que llegaron al recodo del camino para
perderse de vista. Los moradores de la casa regresaron en silencio y lentamente, cada
uno abstraído en sus propios pensamientos.

LAS EMOCIONES VIVIDAS DEJARON EN CADA QUIEN UNA ENSEÑANZA


SIENDO EXTRAÍDAS DE LA PROPIA VIDA, AÚN CON SUS VICISITUDES.
El Camino de la Rosa 143

JESÚS REGRESA A LA MONTAÑA

Jesús, o Joshua, como le decía su madre, conversaba mucho con ella. Buscando su
apoyo para ayudar a Josseá a pasar por los distintos niveles que lo llevarían hasta el
umbral de la Luz. Para ello, era necesario que su madre tuviera sentimientos de paz,
para que él no se sintiera atraído por el dolor o la desesperación de los suyos. Sabido era
que el sufrimiento de los seres queridos invita al espíritu del que se va, a quedarse para
solucionar de alguna manera ese dolor. María sabía de todo ello, no obstante, necesitaba
la contención de su hijo para no flaquear. Las dos cosas hacía Joshua en esos días
posteriores a la muerte de Josseá, guiar a su padre y apoyar a su madre para que ella
también con su buen ánimo ayude en este recorrer al difunto.
Ya pasado los días necesarios, y cumplido el paso del espíritu por el umbral de Luz,
comenzaba a prepararse el joven para regresar a la montaña, previo acuerdo con Moab
quien vendría a buscarlo.
María deseaba con todo su corazón que su hijo se quedara. Necesitaba de su compañía
pero también sabía que él de alguna manera debía cumplir con su tarea. Era curioso ya
no se expresaba ni siquiera con sus pensamientos la idea de que la montaña era un lugar
de escondite sino que era parte del ciclo de vida que tenía que realizar. Estuvo muy
dispuesta a esta separación ayudándolo en esos preparativos.
El joven aprovechaba ese tiempo que le quedaba para compartir con sus hermanos, no
sólo las tareas comunes, sino de mantener largas charlas contando lo que él vivía en la
montaña, y lo mucho que había aprendido. Juan era el que le ponía más atención, sus
preguntas no cesaban y era el que más deseaba tener contacto con esos conocimientos y,
por ende, deseaba profundamente visitar el lugar. Estas inquietudes necesitaron de una
promesa, la de pedir autorización a los sacerdotes para tal cuestión.
A todo esto se esperaban las presencias de Santiago y Moab, quienes no habían vuelto
todavía del acompañamiento hecho a la familia de ese nuevo amigo de Magdalena que
ella alojaba en su casa.
Los pensamientos de Jesús corrían hacia la joven, despertando en él, una gran
admiración por el empuje que tenía esta mujer a la hora de tomar decisiones. Más aún
disponer llevarse ese varón enfermo a su casa, no importándole consecuencia alguna.
¡Sólo la idea de ayudar a alguien que lo necesitaba!
Desde donde se mirara esa situación era una locura llevar… ¡Que digo llevar!... Tan
sólo acercarse a alguien que tuviera semejante enfermedad… ¡Lepra!
Por lo general hasta los familiares los abandonaban, podían considerarse “muertos en
vida”. Al menor vestigio de la enfermedad los sacaban de las viviendas para que se
fueran, muchas veces por la fuerza, así, de esta manera su propia familia no tendría
contacto. No les quedaba otra que desear la muerte como solución a sus sufrimientos y
ser comida de los pajarracos, pues ni siquiera una tumba digna los esperaba.
Lo sacaba de esas reflexiones la voz de su madre que se acercaba, pues lo había visto
abstraído y adivinaba por dónde andaban sus pensamientos.
La profundidad de la conversación hacía que ella preguntara:
—¿Te sientes atraído por Magdalena?

El joven acusaba el golpe. Sabía que su madre le iba a preguntar pero aun así se había
impactado.
El Camino de la Rosa 144

—Bueno… No sé qué decirte— balbuceaba por la impresión de la pregunta—Sentí algo


muy fuerte en mi corazón, se aceleraron mis latidos y me inundó la necesidad de
abrazarla, de sentirla como mujer.
No quiso seguir explicando sus sensaciones puesto que estaba hablando con su madre y
se sentía vergonzoso pero agregaba:
—Tú sabes que no tengo experiencia en estas cosas pero me encuentro demasiado a
menudo pensando en ella. También se presenta mi hermano Victorio interponiéndose
con su sufrimiento… Yo no quiero que él se sienta lastimado.
—Hijo querido— decía María abrazándolo— Me imaginaba que esto te estaba pasando.
Tomando su rostro entre sus manos y mirándolo a los ojos le decía con énfasis:
—Tú tienes derecho a ser feliz y no tienes que rendirle cuentas a nadie. Tu hermano
creó una situación, se inventó una historia que nunca existió. Ella jamás le dio ninguna
expectativa. Muy por el contrario desde el principio dejó sentado que él no le
interesaba— agregaba con voz suave—además tu hermano tiene esposa y tendrá que
olvidarla.
—Sí, entiendo… Igual no es fácil decía el Nazareno bajando la vista.
—Querido mío ¿Y qué piensas que ella siente por ti?
—Creo que ambos sentimos lo mismo.
No le dijo a su madre que, de alguna manera, esta atracción que sentían estaba pactado
mucho antes de ingresar a este mundo, necesitando la manifestación humana que es lo
que requiere este plano de la Tierra. Un sentimiento forjado en la vida de la sutilidad y
un sentimiento que se está forjando en lo físico. Un amor de hombre y mujer, un lazo
indestructible.
Jesús dejaba a su madre preparando el alimento diario. Necesitaba salir, poner en claro
sus ideas y para ello, qué mejor que dirigirse hacia el árbol, ese que había impactado a
la bella muchacha. Su madre lo acompañaba con la vista mientras se alejaba
comprendiendo que su hijo necesitaba estar solo.
Ya entrada la tarde, aparecieron los viajeros por el portal. Venían cansados. María salía
a recibirlos, acercándose también Jesús con la esperanza de saber de la muchacha. Tenía
necesidad de preguntarles… Le urgía… Pero se callaba y esperaba que fueran ellos los
que se explayaran y de esa manera no demostraba su ansiedad.
Entraron todos a la casa, prestos para ubicarse y departir sobre lo vivido por los viajeros
en el hogar de María Magdalena. Él se guardaba las preguntas, sólo escuchaba con
atención, no quería que se dieran cuenta de lo que pasaba en su corazón.
Victorio también entraba a la casa para ser partícipe de la reunión, no perdiendo la
oportunidad para observar el rostro de su hermano menor cada vez que el sacerdote o
Santiago nombraban a su amor no correspondido. No hubo un solo gesto de Jesús que
denotara algún sentimiento de lo que le estaba pasando. Se cuidaba muy bien de
preguntar, no quería que el varón despechado sufriera, aún sabiendo que en algún
momento tendría que enfrentar a su hermano. Trataría que entrara en razón, más allá
que él y Magdalena pudiera compartir una relación de amor.
Al otro día, muy temprano Moab y su alumno partieron hacia la montaña. Se despedía
de su madre con un beso muy suave, no quería despertarla. Más ella presta se daba
vuelta para decir:
—Hijo espera, no te vayas sin despedirte y sin tomar una leche caliente. Ya me levanto.
—Está bien madre.

Luego de haber tomado alimentos. De despedidas con muchas recomendaciones,


emprendieron el camino hacia la montaña. Hicieron aquel que había tomado Magdalena
hasta llegar a las cuevas bajas doblando allí para tomar el sendero. Internándose por él
El Camino de la Rosa 145

llegaron al arroyuelo que traía abundante agua. Aprovecharon para beber y descansar
por unos momentos para luego seguir hasta encontrar el caminito. Aquel que Moab
decía que “sólo los nobles de corazón podían verlo”. Éste llegaba hasta arriba de la
montaña ya casi a los pies de la llamativa piedra. Jesús la tocaba apenas y ella se abría
cuan grande era para dejar paso a los dos caminantes
¡Qué bien se sentía el joven en ese lugar! La imponencia del paisaje, el cúmulo de
vibraciones amorosas hacían su efecto.
Se dirigía a la cabañita, tan abstraído estaba que no se percataba que el sacerdote ya no
lo acompañaba pues él también se había retirado a su lugar de descanso. Lo esperaba
Niev con comida especial, sabía muy bien lo que le gustaba. Era una forma de mimarlo
y suplir de alguna manera las atenciones de su madre.
Alborotados… Con alegría los sacerdotes se fueron acercando para saludarlo y hacerle
saber que lo esperaban con ansiedad, que lo extrañaban.

En ese momento, uno nuevo entraba a ese recinto, y con una amplia sonrisa le estiraba
su mano para tomar la de Jesús.
—¿Dónde estabas que no te había visto? — decía el joven.
—No siempre estamos a la vista pero conozco todo lo tuyo en este lugar. Me puedes
llamar Lyón. Estoy abocado al estudio de las masas ígneas del planeta, principalmente
las del centro de la Tierra. Ejerzo el control de ellas para equilibrar constantemente el
movimiento. Con ello el estudio de todas las piedras con sus energías. Es una tarea
ardua—agregaba por último— Ya juntos observaremos este acontecer, por ahora lo
dejaremos hasta luego que descanses.
Sin decir más se despedía con una inclinación de su cuerpo con la mano derecha puesta
en su pecho.
Jesús dibujaba una sonrisa, pensaba que esto ayudaría para que sus pensamientos no
volaran tanto hacia los sentimientos terrenales como lo estuvo haciendo hasta ahora.
Aprovecharía muy bien todas las enseñanzas que recibiera, equilibraría su vida dejando
que los conocimientos fluyeran por sí mismos. Era una buena forma de contactarse con
su propio Ser. Es más, era su tarea encomendada por el Cosmos, tan necesaria para
poder llegar a la humanidad a través de su *despertar y plasmar la puerta que utilizarían
tantos y tantos en un futuro, haciendo también sus propios despertares.
Su propósito de equilibrar estaba muy bien, pero no podía dejar de pensar en su
hermano Victorio, necesitando estar solo para ordenar sus ideas por lo que se iba
caminando despacio hasta el arroyuelo a sentarse en su orilla. Mas no tuvo tiempo de
hacerlo, sentía pasos detrás de él y al darse vuelta veía a un Moab que ágilmente se
acercaba para sentarse a su lado y decir:
—No pienses tanto en ese problemita que tienes. Deja que se solucione por sí solo, con
el pensamiento lo haces más reticente. Un día le dije a Magdalena que estaba seguro que
tu hermano iba a olvidarla, y hoy yo te confirmo que así será. Dale tiempo.
No le sorprendía que el viejito supiera lo que le pasaba, era su guía y sabía todo de él.
No obstante le hacía su confidencia:
—Yo no he hablado con ella. Esa es la realidad, me baso en conjeturas pero sí sé que
estoy impactado, movilizado... ¿Crees que es bueno esto que siento? ¿Acaso ella
responderá a este sentimiento?

—Deja ya estos pensamientos. Si te contesto habrás perdido la oportunidad de


saborearlos por ti mismo. Cuando sea el momento tú irás a verla, yo te acompañaré y
podrás salir de dudas.
El Camino de la Rosa 146

No preguntaba “cuándo” porque conocía la respuesta… “cuando sea el”….


Cambiaron el rumbo de la conversación. Fijaron el ingreso del joven al Templo Ovoidal
en compañía del maestro Lyón para el otro día.
Así que por la mañana, muy temprano, llegaba el sacerdote en busca de Jesús para
caminar hacia el templo. Se sentaron cómodamente en los amplios sillones para iniciar
el vuelo espiritual que llevaría concretamente al conocimiento que necesitaba el
discípulo en esos momentos.
Esta vez se apoderaba de él un calor inmenso. Casi no lo podía soportar, no veía nada,
sólo sentía ese calor y la sensación de girar cada vez más rápido a medida que se
aproximaban a un fuego que dominaba todo. Su cuerpo era invadido por la sensación de
caída haciéndole un vacío en su estómago, aumentaba la velocidad y no lo podía
detener.
—¿Es que iba a estrellarse en ese fuego? ...Cerraba los ojos esperando el impacto.
A medida que ingresaba en el Centro de la gran masa ígnea, la velocidad del girar
disminuía para ir cesando el calor paulatinamente. Junto con esto, comenzaba a sentirse
maravillosamente bien, flotando en total armonía y paz. Con ese sentimiento se daba
cuenta que habían logrado entrar a lo más interno del planeta Tierra. Al corazón, al
centro, a la vivificación del mismo Ser. La tarea de ese gran momento era la unificación
del Espíritu de Jesús con el Ser planetario.
Esa unificación, le daba la posibilidad de observar la misma Esencia del planeta Tierra
en la amplitud del Espíritu, además de la parte física con todas sus capas tectónicas, sus
cortes y su forma de apilarse. Eran como tablas perfectas que tenían un movimiento
continuo y muchos de esos movimientos tenían que ver con el exterior o lo que era
mejor decir con lo que pasaba sobre su corteza refiriéndose a la paz y a la armonía entre
los seres humanos. En caso de romperse esa geonomía, los movimientos resultarían
bruscos desequilibrando todo lo que habitara en su exterior.
La capacidad de observación era muy grande, parecían miles de ojos que miraban todo
hasta llegar a las profundidades de la Tierra para ver cómo corría por esas capas, gran
cantidad de material incandescente que derretía todos los minerales a su paso haciendo
de él un alimento que se inflamaba vorazmente tendiendo a subir en búsqueda de una
salida hacia el exterior. Cuando lo lograba era cuando ingresaba oxígeno a través de las
filtraciones del suelo.
A medida que los movimientos de la Tierra eran frecuentes, más filtraciones, más
rajaduras en el suelo surcaban dando lugar nuevamente a la elevación de este material
encendido, vivo, que pugnaba por salir.
De esta manera Jesús hacía su unificación:
Su cuerpo físico con el Centro Planetario físico.
Su parte Energética- Espiritual con su propia ESENCIA ESPIRITUAL.

JESÚS ES PARTE DE LA TIERRA… QUÉ DIGO… ES LA TIERRA MISMA.


JESÚS SE ENRAÍZA EN LA TIERRA COMO EL ÁRBOL Y SE EXPANDE COMO
LAS RAMAS DE ESE MISMO ÁRBOL.

De a poco iba retornando de ese viaje espiritual tomando conciencia del lugar que
estaba, sentado al lado de Lyón, en el Templo. Lo miraba fascinado por todo lo visto y
oído. Aunque iba mucho más allá que ver y oír, significaba tener la comprensión de la
existencia de un mundo paralelo acompañando al mismo desarrollo físico, que no se
ve… pero está.
Están las profundidades de la Tierra. Está el movimiento de nuestra sangre que no
vemos y, tantas otras. Lo mismo pasa con el espíritu, no lo vemos, pero está.
El Camino de la Rosa 147

Salieron del templo conversando y reflexionando sobre lo vivido en imágenes y


sentimientos. Lyón era un sacerdote que se había abocado a investigar todo aquello que
correspondía a la Tierra en Esencia física y energética.
Mientras dejaban sus lugares para iniciar el regreso se preguntaba Jesús cómo era que
no había visto al sacerdote antes. En caso de que no hubiera estado… ¿Cómo había sido
el ingreso de Lyón a la montaña?
No se lo dijo pero se daba cuenta que él había percibido o leído su pensamiento, pues, le
contestaba sólo con una sonrisa. El sacerdote tenía apariencia de una persona joven, lo
mismo que Kryon.
Ya en los umbrales del templo se acercaban bandadas de pájaros que se arremolinaban
alrededor de ellos. Era ensordecedor el sonido de los piares. Las alas batientes los
tocaban y uno que otro se posaba en los hombros de los varones. Lyón sacaba de su
túnica un puñado de pequeñas semillitas esparciéndolas por el suelo por lo que las
avecillas volaron presurosas hacia ellas.

—¿Ves? —decía el sacerdote—Así de esta manera, el amor debe ser esparcido para que
la necesidad sea tal, que se arrojen sobre él.
Nadie escapa del amor. Pero… ¡Cómo encontrarlo!
Primero en sí mismo. Amarse para poder amar a los demás. Descubrir ese amor en los
otros, aunque atisbos sean y tener la capacidad de receptarlos.
Y como la semillita, hará su proceso de germinación para luego dar sus frutos.
Eso es lo que harás tú, sembrarás las semillitas en el corazón de esta humanidad para
que sus frutos sean en un futuro.

Jesús asentía con una sonrisa pero, en verdad, no sentía seguridad que pudiera hacerlo,
tal como le decían los sacerdotes que iba a colocar su célula en la humanidad, para que
ésta, recordara su origen.
También le decían que no se preocupara que cuando él se encontrara con su propio Ser
Interno, allí no necesitaría de ellos pues despertaría al Todo.
Este proceso de “despertar” que él estaba haciendo, y debía hacerlo en el transcurrir de
la montaña, lo haría también la humanidad física y la humanidad espiritual con la ayuda
de “su célula” para que algún día, despierte al Todo.

Jesús descendió desde los cielos hacia la Tierra para tomar vientre, en ese lapso
“olvidó” de alguna manera, opacó su Luz, se introdujo en el “velo” de la no
recordación. Esta es la ley o el juego terrestre para todos los que nacen de vientre.
Los que no nacen de vientre, el caso de los sacerdotes y algunos más que estaban fuera
de la montaña, podían ingresar a este plano, obviando el “velo” pero sólo por lapsos
cortos de tiempo. Hacían su tarea y se retiraban. Debía ser así en caso de quedarse más
tiempo comenzaba a caer sobre ellos el manto neblinoso de la obnubilación.

Jesús y Lyón se retiraron del templo. Comenzaron a bajar por la tenue colina hacia el
puente. Al cruzarlo, se mecía suavemente acompañándolos en el movimiento que se
acentuaba a medida que se desplazaban por sobre él. Se observaban plantas exuberantes
que cubrían sus barandas cayendo fastuosamente hasta tocar el recurrir del río. Ya en el
otro lado, escaleras de piedras de colores adornaban el paso del caminante.
Las diferentes especies de pájaros del planeta tenían su asentamiento en aquel lugar,
volando con total libertad, sin temores, desplazándose en un vuelo danzarín, en total
armonía con la misma naturaleza. No conocían humano alguno que les quisiera hacer
daño.
El Camino de la Rosa 148

Viniendo del Templo Ovoidal, cruzando el puente colgante, estaba la biblioteca que
Jesús visitaba con asiduidad convirtiéndose en uno de los pasatiempos favoritos a la
hora de explayarse en conocimientos. Había otro lugar que le llamaba poderosamente la
atención. Ese sí estaba más alejado del templo subiendo por una parte de la montaña,
mucho más arriba. Se vislumbraba el mismo, sólo desde el Templo dejando ver apenas
una explanada muy brillante. Tanto era así que esos mismos fulgores no dejaban ver
más allá.
—Ya llegaría el tiempo de saber de qué se trataba— pensaba el joven conformándose.
Si algo había aprendido en la montaña era a ser paciente, pues sabía que por mucho que
preguntara, no le contestarían, pero también tenía la certeza que llegado el momento iba
a conocer aquello que había despertado su curiosidad.
Lyón seguía su camino hacia un conjunto de habitaciones donde se alojaban los
sacerdotes. Desde afuera, se veía una gran fachada de troncos con una puerta grande de
madera maciza, adornada con arabescos y algunas incrustaciones de piedras
semipreciosas de gran colorido y brillo. Al abrirse, salía majestuosamente una
luminosidad que no permitía ver para dentro. Por allí había desaparecido el sacerdote.
Jesús caminaba unos pasos hacia la misma con la intención de entrar, absteniéndose
para dejar de lado la curiosidad por el sentimiento de respeto. Pues no había sido
invitado.
Decidía entonces caminar hacia sus propios aposentos para tomar algún alimento, iba
pensando lo que…
¡Un rozar de alas tocaba su cabeza!
Se cubría con el brazo respondiendo a un movimiento instintivo de preservación. El
aleteo lo había sorprendido, no dejándolo ver qué estaba pasando. Entre los espacios
que dejaban sus brazos que estaban sobre su rostro, podía observar un inmenso
pajarraco con sus alas extendidas, revoloteando sobre su cabeza. Le sorprendía los
bellos colores de su plumaje de un azul profundo enmarcado su cuello con plumas de
color blanco abriéndose en abanico. La cabeza salía de ese collar destacándose un pico
corvo, puntiagudo del cual dejaba caer un aro dorado. El mismo en ese movimiento de
caída entre las piedras hacía un sonido cantarino. No esperó más para salir raudamente
en busca del aro que se le escurría entre las piedras. Cuando lo tuvo entre sus manos
levantaba la vista para observar que el animal hacía un revoloteo más en señal de saludo
para alejarse y perderse de vista.
Había quedado pensativo, no entendiendo lo que significaba ese anillo, lo daba vuelta
en su dedo, tocaba la suavidad de ese metal dorado y lo que sí sentía muy fuerte, es que
era muy personal. Como todas las cosas a las que no le encontraba respuesta, decidía
guardarlo entre sus cosas hasta que fuera el momento de tomar relevancia. No obstante
se quedaba mirándole un tiempo más.
Bueno, ahora sí era hora de tomar sus alimentos. Tenía apetito y Niev estaba haciendo
señas con sus manos para que se acercara. Apuraba su caminar apresurándose en llegar
con pasos cada vez más grandes, evidentemente tenía una altura considerable y un buen
estado físico, claro el camino facilitaba las cosas, ese tramo era muy regular.
Le diría a Niev que, luego de sus alimentos, iría a la biblioteca a buscar conocimientos
acerca de este “Plan” gestado en el Cosmos para ser plasmado en la Tierra.

—Jesús—recomendaba Niev—Te convendría dejarlo para mañana, con la plena luz del
día. Tienes que descansar, has hecho un gran desgaste de energía en tu encuentro con
Lyón en el Templo.
—Tienes razón, así he de hacerlo.
El Camino de la Rosa 149

Luego de comer, se sentaba un rato más en el portal de la vivienda, observando el sol


que dejaba sus reflejos para dar paso a la noche. Esta sensación del día y de la noche era
respetado en ese lugar “intraterreno”, aunque no en la oscuridad absoluta.
Pensaba en los conocimientos saboreados desde su corazón aquellos le decían que algún
día la humanidad sería alumbrada por dos soles no dejando para nada paso a oscuridad o
noche. Era el premio futuro de la humanidad cuando esta se permitiese despertar y
poder entonces dar el paso hacia un nuevo ciclo a una nueva Tierra.
¡Y él sería el mentor de ello! Le costaba creerlo.
El sueño lo estaba buscando, casi se quedaba dormido apoyado en el dintel de la puerta.
Era hora de levantarse e ir en busca de sus plumones para poder así descansar. Se
acostaba cerrando sus ojos. Inmediatamente se reflejaba en su mente el rostro de
Magdalena. Carita grácil, sonrisa picaresca, de un humor picaresco también. Toda ella
se manifestaba en su cabeza… Y en su corazón… Se agitaba en sus latidos, tan sólo a la
sensación del recuerdo.
El día había llegado con todo su esplendor. Se desperezaba cuan largo era para luego
levantarse y sentir que ese sol lo estaba invitando a encuentros con la naturaleza. No se
hacía rogar, salía y pisaba descalzo esa tierra que se ofrecía y que le hacía sentir en sus
pies un cosquilleo tal, que despertaba su emoción al saber que él, un Ser vivo, estaba
receptando a otro Ser vivo que era la Tierra.
Seguía caminando hasta llegar a orillas del río, metiendo sus pies en el agua cristalina
para sentir nuevamente esa sensación de cosquilleo. No necesitaba más para saber que
los *elementos del agua lo estaban acompañando, como lo hacen asiduamente con todo
ser humano. Sonreía y los saludaba desde lo profundo de su corazón.
Fue entonces cuando escuchaba la voz de Moab, quien lo llamaba para sacarlo de la
abstracción en la que estaba en ese momento. Levantaba sus pies del agua y,
despaciosamente, caminaba por encima del pasto hasta llegar al lugar de donde lo
convocaban.
Podía divisar, mientras se acercaba, al sacerdote con otra persona, un varón bien
plantado. Parecía que pertenecía, de alguna manera, a la montaña. Eran las reflexiones
del joven. De otra manera no hubiera podido llegar. También se daba cuenta que este
hombre había nacido de vientre, por lo tanto tendría el velo de la obnubilación. Luego
supo que se llamaba José de Arimatea y vivía allá abajo, en la ciudad de los romanos.

<<Con el correr del tiempo muchos han hablado de él, tanto así que lo nombraban los
libros oficiales como aquellos no aceptados, los llamados apócrifos.
José de Arimatea. Ese era su nombre de la Tierra. Su nombre cósmico se manifestaba en
diferentes sonidos, decodificado para la Tierra como Asthar Sherand. Este nombre iba a
ser muy reconocido en futuros tiempos, pues su tarea iba a ser clave para la entrega de
conocimientos; para la preparación de esa humanidad en un tiempo diferente con
grandes aires de cambios.
Este hombre sabía a lo que había venido, para apoyar, para contener, para sostener al
Nazareno. Y era el tiempo de “encontrarse”, por decirlo de alguna manera.>>

Cuando estuvo frente a él, Jesús sentía que lo conocía desde toda su existencia,
inmediatamente le daba un abrazo fraternal. Lo había sentido muy fuerte y no iba a
dejar, de ninguna manera, escapar ese momento pleno de amor hacia un verdadero
amigo. Ambos se abrazaron sin decir palabras pues éstas no eran necesarias.
Los tres se sentaron cerca del portal de entrada y conversaron animadamente.
Moab hacía hincapié que José, había llegado a la montaña por primera vez respondiendo
a un llamado interno muy fuerte. Los sacerdotes sabían de él, y también que iba a llegar
El Camino de la Rosa 150

en algún momento, para saborear de algunos conocimientos que le iban a dar la fuerza
necesaria para hacer lo que, como tarea, tenía en el elenco de esa gran obra.
Aquí estaban hablando, contándose un poco sus vidas. El sacerdote se levantaba para
dejarlos en la intimidad de esas confidencias.
Arimatea era un joven casi de la edad de Jesús, no reconocido como judío sino como un
hombre que había venido de pueblos lejanos, aquellos que creían en un Dios llamado
Alá. La comprensión que tenía él en ese momento, era de un solo Dios para todos.
En el diario vivir, el nuevo amigo se mezclaba con los judíos y no se notaban
diferencias muy marcadas, salvo que usaba su cabello sumamente ensortijado, muy
corto. Quizás no era común tener de esa manera el cabello en esos tiempos, pero
marcaba la personalidad de José.
No había contraído boda con ninguna muchacha, pues, decía que no era su tiempo de
tomar esposa, por lo que vivía solo en la ciudad de los romanos. Todo lo que tenía había
quedado en aquel pueblo lejano. Evidentemente, José poseía medios económicos para
vivir holgadamente en esa ciudad, por lo que era respetado a pesar de ser extranjero.
Los amigos se encontraron en estos momentos decisivos de sus vidas, para alcanzar
energéticamente la unificación de lo que cada uno, como humanos y como tarea, debían
hacer por un compromiso sutil en el Cosmos para la expansión de esa misma tarea.
Más tarde, se reunieron con los sacerdotes para iniciar una relajación física, y ser
guiados a través del túnel radiante que une estos dos planos terrestres, el físico y
energético, además hacer el encuentro con sus propios guías para ser acompañados a su
lugar de origen y, de esta manera, saborear de esa luz que trae recuerdos en sus propios
seres. Ayuda muy necesaria para esos momentos de búsqueda de su YO INTERNO.
Luego de finalizada la experiencia, fueron convidados con sendas tazas de una infusión
caliente hecha con hierbas que abundaban en la montaña.
Fue maravillosa la práctica de relajación vivida por estos dos amigos. Se reconocieron
como tal en ese momento, en la montaña y mucho más en el otro mundo.
Había llegado la hora de despedirse. Fueron varios los días que habían estado juntos y
José debía regresar.
Sin ningún rodeo Moab le decía a Jesús:
—¡Prepárate! Que mañana muy temprano bajaremos la montaña e iremos a visitar a
Magdalena y su madre—agregaba—y además acompañaremos a nuestro amigo hasta
las cuevas.
No decía nada más. Se retiraba hacia el interior, caminando muy despaciosamente,
dejando con la boca abierta al joven Nazareno.
No supo qué contestar, tampoco le dio tiempo a nada. Sólo se quedaba mirándole… Su
corazón golpeaba fuerte…

LOS LATIDOS, POCO A POCO SE IBAN ACOMPASANDO. REFLEXIONABA…


CÓMO LOS SENTIMIENTOS MOVILIZABAN ESE CORAZÓN SIN SIQUIERA
PROPONÉRSELO TAN SÓLO RESPONDÍA A LA LLAVE QUE LO ABRÍA.
El Camino de la Rosa 151

LA SORPRESA

Estaban los habitantes de la casa de las mujeres haciendo cada quien sus propias tareas.
El olorcillo a comida les escarceaba el apetito y era ya la hora de reunirse para comer
frugalmente. Luego debían seguir con sus trabajos.
—Magdalena, hija. Llama a Santiago para comer—decía Rehien—Está todo listo.
Al rato entraban los dos para ubicarse todos juntos y así compartir aquellos sabrosos
alimentos además de una amena conversación.
Magdalena se sentía un poco cansada y quería regalarse unos momentos para ella.
Últimamente buscaba espacios para estar en soledad. Entonces, qué mejor que dirigirse
hacia la “piedra” grande que estaba en el portal de entrada. ¡Esa que a ella tanto le
gustaba! Aprovechaba para soñar un poco, dejando libres sus pensamientos. Sobre todo
aquellos que le hacían bien.
Cerraba sus ojos, y el cansancio pudo más. La llevaba por los pasillos del sueño hasta
que se dormía plácidamente. Entre sueños escuchaba una voz…
—María, María— repetía una y otra vez.
—Qué… Qué… ¡Abuelo! —balbuceaba la pelirroja.
En la confusión del sueño pensaba que la vocecita en su oído era la que la llamaba.
—María, María—nuevamente la nombraba.
Se sentaba con dificultad y adormilada como todavía estaba, veía una figura… Mejor
dicho, dos…
—¿Moab? —decía la muchacha que iba corriendo su mirada poco a poco hacia la otra
persona que estaba allí parado al lado de la piedra.
¡Y!… ¡No lo podía creer!
—¡No puede ser! –se dijo, el hijo de María estaba allí. Y ella medio dormida. —¡Por
Dios! —se tocaba el cabello pensando— ¡Como se vería su cabello!… ¡Su ropa, sin
arreglar! ¡Descalza! Se tocaba el pecho, el corazón galopaba. Se apoyaba en sus manos
por atrás de su cuerpo para sostenerse. Creía que iba a desmayarse.
En todo ese torbellino observaba una mano que se ofrecía para ayudarla a bajar de la
piedra. La tomó aunque su cuerpo no respondía a ella, temblaba toda.
Esa mano cálida y fuerte… ¡Era la mano de Jesús!
Una sonrisa comprensiva se manifestaba en el rostro de Moab, para observarlos y hacer
su análisis. Magdalena, niña tan fuerte, tan avasalladora, en esos momentos sólo quería
salir corriendo. Casi diría que no sabía enfrentar esta situación. Jesús, con su rostro
pálido, se desdibujaba el temple siempre manifiesto por la sola presencia de la
mujercita.
—María perdona que te hemos despertado—decía Moab— ¿Vamos a saludar a tu
madre y a Santiago?
—¿Santiago? — preguntaba Jesús —Me había olvidado de él. ¿Cómo está?
—Bien, creo. No hemos hablado más de su enfermedad— respondía Magdalena. Tiene
muy buen ánimo.
Todavía no coordinaba sus pensamientos con las palabras. En los primeros iba mucho
más adelante de lo que estaban hablando.
El sacerdote llenaba los espacios de silencio contando al joven de la visita de la familia
de Santiago y lo bien que le había hecho este acercamiento, al pobre enfermo.
Magdalena casi no escuchaba lo que hablaban, sumida en sus propios pensamientos,
sólo sabía que él estaba allí, en su casa, y ese hecho inesperado la ponía nerviosa. No
lograba calmarse. Más aún, tenía que disimular y tampoco podía. Sus sentimientos eran
El Camino de la Rosa 152

una vorágine, se mezclaban el miedo, la alegría y unos deseos de llorar que casi ya no
podía contenerse. Apuraba el paso llamando a su mamá y con ese pretexto corría, corría
entrando a la casa como una exhalación.
—¡Mamá!… ¡Llegaron Moab y Jesús!
No dando más palabra, corría a su habitación. Trataba de tranquilizarse secándose las
lágrimas que por fin dejaba caer. Respiraba profundo, tanto como le daban sus
pulmones y luego iba equilibrando esa respiración.
Rehién, ante las atropelladas palabras de su hija, salía hacia la entrada de su casa para
recibir también sorprendida a los visitantes. Moab la abrazaba con gran cariño y
mirando a Jesús le decía.
—Ella es la madre de María.
Jesús la abrazaba cariñosamente despertando en ella una sensación de bienestar que la
llevaba a pensar:
—¡Con razón mi hija perdía el control de sí misma!
Este joven emanaba algo muy fuerte, el deseo de estar y compartir todo momento con
él.
Ingresaron a la vivienda y presta, la dueña de casa acomodaba los plumones para
sentarse.
—¡Siéntate hijo!— lo invitaba.
Volteaba su cabeza para dirigirse al sacerdote —Moab está en su casa. No lo olvide.
Rehién sentía una alegría interna difícil de explicar, ella misma no lo entendía. Quería
agasajar a sus visitantes preparando una infusión calentita que les ofrecía, como así
también alimentos. Jesús agradecido aceptaba sólo la infusión. La conversación era muy
agradable pero el joven estaba ansioso. Miraba por momentos la puerta por dónde
entraría la mujer que lo desvelaba por las noches y ocupaba sus pensamientos una y otra
vez.
Luego de un rato aparecía Magdalena. Estaba diferente más allá de haberse cambiado y
arreglado sus cabellos, tenía una “presencia”, algo que emanaba de ella misma, una
fuerza pujante como diciendo “He aquí que estoy para lo que de lugar”.
Se presentaba como si no pasara nada, se movía con delicadeza sentándose y
compartiendo infusiones con sus invitados. De vez en cuando, por el rabillo del ojo
miraba a Jesús.

En esos instantes entraba Santiago, irrumpiendo la conversación para preguntarle algo


del corral a María, se detuvo en medio de la estancia al ver invitados, enseguida ella lo
tomaba de la mano y lo acercaba al joven para presentárselo. Ambos varones se
levantaron y lo abrazaron.
Santiago sumamente agradecido por el abrazo, presto se apuraba a explicarle al joven
que tenía una enfermedad contagiosa, y no debía acercarse a él.
Jesús con una sonrisa y como no dándole importancia le decía:
—No me expliques nada, amigo. Ya no tienes por qué preocuparte, no hay enfermedad
alguna en tu cuerpo. Es el tiempo que ella te deje.
—No entiendo— replicaba Santiago. — ¿Qué me estás diciendo?
Apenas se escuchaba su voz y su rostro había cambiado la expresión. Estaba
consternado.
—Siéntate con nosotros— le decía Jesús obviando su reclamo—Siéntate y
compartiremos esta rica bebida que Rehién preparó con sus manos amorosas.
Magdalena y su madre tampoco entendían nada, no hicieron tampoco preguntas al notar
que el joven no estaba dispuesto a aclarar nada.
Optaron por tomarse sus bebidas calentitas.
El Camino de la Rosa 153

Mas a Santiago le repiqueteaban en su cerebro las palabras del recién llegado. Estaba
inquieto y con una gran congoja en su corazón. Pasaba de las ganas de llorar el enojo
contenido.
—¿Cómo podía decirle este joven esas palabras?— pensaba para sus adentros— O
quizás él había entendido mal. Y si había entendido bien… ¿Quién era este varón para
jugar con una situación así?… ¿Es que no se daba cuenta que esta enfermedad le estaba
llevando la vida? ¿Cómo podía decirle lo que le dijo?
Los deseos de llorar eran cada vez más fuertes, sentía que se burlaban de él y no podía
soportarlo pero tendría que contenerse, estaba en juego la tranquilidad de las mujeres
que tanto habían hecho por él.
Aguantaba todo lo que podía el estar allí, compartiendo esas bebidas con los visitantes.
No quería ni mirar al joven recién llegado.
¡Ya no podía más! Se levantaba diciendo: —He de guardar los animales. María.
—Está bien— contestaba ella dándose cuenta que a su amigo algo le estaba pasando y
sentía que era por las palabras de Jesús.
¡Pobre Santiago! ¡Cuán confundido se sentía!
Salía casi corriendo del lugar para dirigirse a su habitación y llorar… Por su estado…
por su poca hombría al no responder a esas palabras como se merecía ese joven que se
burlaba de él. Y por otro lado sabía que no podía poner en “su lugar” al invitado, corría
el riesgo de perder el cobijo que tanto necesitaba.
Mientras estaba en estas reflexiones notaba que no sentía las molestias acostumbradas
cuando caminaba y mucho más si corría.
¡Y estaba corriendo!
Entraba a su habitación, le urgía sacarse la túnica y observar sus llagas…
¡Sus ojos no podían creer lo que estaban viendo! Sus heridas, esas que le carcomían la
piel ya no estaban.
No había señales de la enfermedad, su piel perfecta. Limpia. Por donde se miraba, todo
estaba bien.
Grandes eran sus sollozos. Lloraba de felicidad.
Inmediatamente vinieron a su mente las palabras del joven de la montaña…
—Dios… Dios ¿Es que te has acordado de mí? ¿Mandaste a este joven para curarme?
¡Qué necio fui! — pensaba arrepentido—¿Como pude tener estos sentimientos?
Se levantaba de su camastro con brusquedad para regresar de la misma forma como
había salido. Con una sola diferencia ingresaba al lugar de reunión gritando de júbilo.
—¡Estoy curado! ¡Estoy curado! — ¡Gracias a ti amigo!
Se tiraba sobre Jesús, esa era la expresión correcta, estaba encima y no dejaba de
abrazarlo.
Magdalena se había asustado ante los gritos del amigo. No entendía qué estaba pasando
ante tanto revuelo. Poco a poco empezaba a comprender para verse de pronto al lado del
varón compartiendo las emociones que la embargaron hasta las lágrimas.
Con el rostro mojado sus ojos buscaron aquellos que le quitaban el sueño.
¡Miraba a Jesús, no podía dejar de mirarlo! ¡Ya no podía dejar de mirarlo!
Sentía a su madre que la abrazaba por detrás apoyando la cabeza en su espalda y que
lloraba con grandes sollozos.
¡Más ella no podía dejar de mirarlo!
Rehién comprendía, en lo más profundo de su corazón, lo que su hija amada sentía en
esos momentos por el joven que vivía en la montaña. La muchacha se daba vuelta y
abrazaba a su madre reteniéndola en su pecho.
Jesús calmaba al varón que había desbordado por tantos sufrimientos escondidos. Se
acercaba a su oído para decirle algunas palabras que, de seguro, Santiago las llevaría en
El Camino de la Rosa 154

su corazón. El hombre nuevo agradecido quiso besarle los pies, mas Él rápidamente lo
levantaba de un brazo. Tan sólo le decía:
—No es necesario… Sé feliz, lo mereces.

Cuando ya estaba todo calmado, se sentaron todos para compartir ese momento. Al
varón al que, de alguna manera le habían devuelto la vida, le costaba poner atención. Su
cabeza era ahora un torbellino de pensamientos que lo llevaban a sonreír para sí mismo.
Tenía la mirada perdida. No dejaba de pensar en su hogar, en su esposa, en sus hijos.
¡Ahora podría volver!
¡Y ahora!… También se le presentaba otra situación difícil— ¿Cómo decirle a
Magdalena esto de volver a su casa? ¿Cómo dejarlas ahora que tanto lo necesitaban?
¿No sería desagradecido?
Estaba en estas conjeturas cuando sentía la voz dulce de Magdalena que le decía:
—Santiago… Santiago— tuvo que poner su mano sobre el brazo de él para que se diera
cuenta que le estaba hablando.
—¿Qué? ¿Qué me decías Magdalena?
—Ahora puedes regresar a tu casa.
Él la miraba tomando sus manos, dándolas vuelta para besarlas en sus palmas y decirle
con los ojos inundados de lágrimas…
—¡Sería un desagradecido mujer! ¡Tanto que me has ayudado!
—No es así, amigo querido— tratando de que no se sintiera mal—Tú te quedabas por tu
enfermedad. Ahora eres libre de elegir lo que tú quieres. Y estoy segura que lo que tú
más quieres es regresar con tu familia. Y me parece maravilloso. Además así debe ser.
—Gracias Magdalena. Toda mi vida estaré agradecido a ti y a Jesús.
Moab intervenía en esa conversación para decir:
—Nosotros luego de acá nos dirigiremos a casa de la familia de Josseá, nos puedes
acompañar y cuando estemos cerca de los portales de la ciudad de los romanos, te
desvías y vas con tu familia.
Sin contestar, miraba a la muchacha, esperando primero que fuera ella quien diera su
aprobación. La respuesta no se hizo esperar, ella asentía haciendo un movimiento con su
cabeza.
Una sonrisa ancha se enmarcaba en el rostro del nuevo hombre. Así lo haría.
Se levantaba para decir nuevamente:
—Iré a guardar los animales.
María Magdalena lo miraba con ternura pensando…
—¡Qué gran persona! Todo lo hacía desde el corazón. No por ello era menos hombre.
Hacía estas reflexiones por las reglas conque jugaba esa sociedad enferma, que no
aceptaba en un varón sentimientos provenientes desde el propio corazón, lo calificaba
como debilidad.

Todos hablaban y reían.


Las miradas de los jóvenes se cruzaron quedando pendientes una de la otra. En los ojos
del varón, se notaba el rebosar de una mirada dulce, conmovedora, la muchacha se
perdía en ellos para darse cuenta, con un sentimiento muy fuerte, que había encontrado
al hombre de su vida.
La voz de su madre que ofrecía ir a descansar la había sacado de esa abstracción, presta
se levantaba para acompañarla a acomodar la habitación de los visitantes.
Ya era entrada la noche. Tanto Moab como Jesús se dispusieron a descansar luego de
tan larga caminata. También las mujeres y Santiago se retiraron a sus aposentos.
El Camino de la Rosa 155

¿Quién dormiría esa noche? Pues había sido una jornada de tantas sorpresas.

Al otro día, muy temprano Jesús estaba ya levantado. No había podido dormir mucho.
Había estado pensando en sus sentimientos hacia la dulce muchacha y no congeniaba su
razonamiento con lo que le dictaba su corazón.
¿Qué decisión tomaría?… ¡Cuánta incertidumbre!
Mientras más le daba vuelta al asunto, más se enredaba
¿Cómo combinar su amor por Magdalena? Con el sufrimiento de Victorio y con su
“Tarea” para la humanidad. Cómo combinar su amor con todo esto.
Y dijo “su amor”. Sentía deseos de irse y de quedarse a la vez. ¡Quería abrazarla,
besarla!
Moab, ya levantado había estado observando a un Jesús pensativo, sufriente por una
mujer. Se acercaba y poniéndole una mano en el hombro le decía:
—No te afanes con tantos pensamientos que te hacen sufrir.
Surgían las palabras sabias del sacerdote

—ERES UN MAGNÍFICO “SER HUMANO” Y ESTÁS ACTUANDO COMO TAL.


SI EL PADRE, DIOS ETERNO, TE HUBIERA DESIGNADO PARA SER
TODOPODEROSO, PUES NO ESTARÍAS EN ESTE LUGAR MARAVILLOSO
QUE ES LA TIERRA-.
TU “TAREA” ES AQUÍ EN ESTE PLANETA… Y AQUÍ ERES HUMANO, CON
UN CUERPO FÍSICO, CON SENTIMIENTOS DE ESTE MUNDO. ENTRE ESOS
SENTIMIENTOS ESTÁ EL ENAMORARSE. LO QUE TE DIFERENCIA DEL
RESTO DE LOS HUMANOS, ES QUE TÚ TE ESTÁS “DESPERTANDO”. TE
ENAMORAS Y SIGUES SIENDO “UN MAGNÍFICO SER HUMANO” POR ESE
MISMO DESPERTAR.

—En cuanto a tu hermano, ya te dije… Él olvidará.— Aseveró y continuó — Una vez


te hablé que había dos mujeres en tu vida… ¿Recuerdas?... Tu madre y Magdalena. Una
vez más se está cumpliendo lo que está escrito. Estas dos mujeres están. Podía ser tan
sólo una amiga la mujer en cuestión. Tu libre albedrío quiso que fuera mucho más
profundo, y ello es el complementar. Tranquilízate y déjate fluir. Haz tu vida como tú
quieras. Nada va a cambiar lo que tienes que hacer, lo que tú has escrito. Salvo de que
tú mismo decidas no hacerlo. También cabe esa posibilidad.
—Sabes Moab que lo que tengo que hacer… se hará. —Replicaba Jesús — Gracias por
tus palabras querido amigo.
Por otro lado, también Rehién trataba de apoyar a su hija hablándole del joven de la
montaña y, palabras más o palabras menos, le decía que sólo su corazón la guiaría en
ese transcurrir de su vida.
Las mujeres tomaban en cuenta que sus invitados ya se habían levantado y habían
estado conversando por largo rato en el patio. Tan bien había cuidado la joven ese lugar,
que lo había convertido en un verdadero vergel, las muchas plantas y un pequeño
recorrido del agua desviado desde el arroyuelo servía como riego surcando esa
propiedad. Se levantaron prestas para traer algo calentito y ofrecérselos.
Se acercaban los madrugadores. Magdalena se acomodaba su cabello saliendo al
encuentro para saludarlos. Moab dejaba a los jóvenes solos para entrar a la casa y
ayudar a Rehién con el amasijo que pronto pondría a las brasas en el fogón.
Magdalena dibujaba una sonrisa débil en su rostro, se notaba cansada, como si no
hubiera dormido bien. Aún así invitaba al joven a seguirla, quería mostrarle lo que a ella
la hacía sentir orgullosa y eran sus hermosas plantas todas conjugadas en la orilla del
El Camino de la Rosa 156

arroyuelo que serpenteaba por el amplio terreno de su propiedad. Había cambiado la


expresión de su rostro para sentirse liberada de presiones, dejándose fluir y poniéndose
a tono con la hermosa naturaleza que la rodeaba. Su risa cantarina era contagiosa y no
dejaba de moverse y hablar.
Él sólo la seguía, la escuchaba y no podía desviar su mirada de ella hasta que, en un
momento, sus manos se rozaron y entonces… él las tomaba para dejarlas asidas en la
tibieza de las suyas, ya no las soltaría. El contacto hacía que las palabras se perdieran
pues ya no las necesitaban. Caminaron en silencio mientras un cosquilleo en el
estómago hacía de las suyas. Eran como mariposas que no dejaban de aletear
demandando la explosión de esos sentimientos que ya no podían contener por más
tiempo.
Y llegaron hasta debajo de la gran arboleda. Se detuvieron mirándose a los ojos,
sintiéndose inmersos en un mundo de sensaciones que sólo podía dispararse en dos
personas que se amaban, se necesitaban y se deseaban.
Él pasaba amorosamente su mano acariciando la cabeza de Magdalena, jugando con sus
rizos rojizos, acercando su cabello a la nariz para sentir su aroma y depositar un beso en
ellos.
¡Estaban muy cerca el uno del otro!
Pasaba su brazo por atrás de la espalda de ella y la abrazaba atrayéndola fuertemente
hacia él. Ella, casi sin respiración, levantaba su rostro recorriendo con su mirada esos
ojos subyugadores, para ir bajando la misma por la barbilla raleada y encontrarse con
unos labios que iban en busca de los de ella, invitando al contacto para traslucirse en un
beso apasionado plasmando como un sello ese amor compartido.
Por primera vez Jesús buscaba los labios de una mujer. Y ellos habían sido los de María
Magdalena. Fueron los únicos labios que él había besado también lo había sido para
ella. Ese contacto que fue el más amoroso, el más dulce y a la vez el más apasionado.
Había creado un momento mágico que sólo un amor profundo podía hacerlo, logrando
dejar en sus corazones el recuerdo de algo maravilloso que nunca iban a olvidar.
Luego de ese beso vinieron otros cada vez más inflamados en el amor hasta quedar
inmóviles, abrazados sin mediar palabras por un largo tiempo, en el que sus corazones
palpitaban al unísono, y en ese latir acelerado estaban complementadas sus propias
almas.
Era hora de regresar y necesitaba tenerla aún un poco más entre sus brazos, así que la
llevaba tomándola de la cintura a través de los árboles hacia el patio de la casa. Se iban
acercando y vergonzosos se soltaron para entrar a la vivienda.
Magdalena arrebolada en su semblante, no podía simular que no había pasado nada,
aunque pusiera su mejor sonrisa, y a él, la felicidad le traspasaba los poros de su piel.
Moab y Rehién levantaron la vista al sentirlos entrar. Se miraron entre sí, trataron de
contenerlos invitándolos a sentarse para tomar el primer alimento del día.
—El pan está recién hecho—decía a modo de dar conversación, la madre de Magdalena.
Nadie contestaba nada.
—Tomen un pedazo, está muy rico… Le puse hierbas—seguía insistiendo.
Sabía que los jóvenes estaban muy movilizados.
El anciano, para cortar ese silencio y queriendo ayudar a Rehién expresaba:
—Beban este brebaje caliente, les hará bien.
Jesús recién hacía algún movimiento, aceptando su cubo para ofrecérselo a la
muchacha. Ella lo tomaba en sus manos temblorosas.
La mujer de la casa seguía sirviendo la infusión a los que aún les faltaba, tratando de
mantener una conversación con el sacerdote.
Ellos vivían su mundo, ese mundo maravilloso que sólo el amor otorga.
El Camino de la Rosa 157

La voz del joven resonaba en el recinto para decir:


—Rehién. Amo a tu hija.
Magdalena se sobresaltó. No había pasado por su cabeza, ni un instante que él le dijera
esas palabras a su madre. Lo miraba sorprendida tal es así que el joven enamorado le
tomaba una mano como diciéndole que no se preocupara porque estaba haciendo lo
correcto.
Tampoco Rehién esperaba esa declaración así que con una sonrisa plasmada en su
rostro contestaba:
—Me haces muy feliz Joshua.
A lo que él, entonces se animaba a tomarla de los hombros, abrazando a esa mujercita
valerosa, fuerte, pero tan frágil a la hora de amar.
Todos se pusieron a reír, reinaba gran alegría en esa casita que albergaba a las mujeres y
a todo aquel que necesitara de ellas.
Magdalena sentía que su cara hervía embargándola la emoción y sintiendo cada vez más
fuerte ese abrazo. Por primera vez en su vida sentía que era amada, protegida por un
hombre… ¡Tan esperado por ella!
Un hombre que venía a despertarla, a hacerla sentirse mujer a hacerla vulnerable al
amor.

El resto del día, estuvieron juntos, ya no necesitaban esconder nada, acompañándose,


disfrutando de la nueva relación. No querían separarse. Sabían que tendrían que tomar
decisiones, pero éstas debían esperar un poco más todavía. La estadía de Jesús en la
montaña no había finalizado.
Magdalena sabía que él era parte de la montaña, sabía que allí manifestaba las vivencias
que necesitaba así que, de ninguna manera ella sería obstáculo para la realización de su
amado hombre. Por el contrario, lo acompañaría en todo lo necesario. Ahora más que
nunca tenía la certeza de que nada la separaría de su Jesús, Joshua… ¡Su Amor!

AHORA MÁS QUE NUNCA SABÍA QUE “SUS SUEÑOS DEJARON DE ESTAR
EN SUSPENSO”.

El tiempo que les quedaba antes de volverse el varón nuevamente a la montaña, trataban
de disfrutarlo al máximo en un ambiente de alegría compartiendo ese amor que sentían
con los demás. Era gratificante observar cómo se manejaban, jugaban como niños a la
vez que se necesitaban como hombre y mujer.
Santiago era uno de los que estaba más contento, pensaba que su amiga era merecedora
de lo que estaba viviendo, pues era una mujer íntegra. Los mimos que se prodigaban le
hacían recordar a su esposa y el también sentía urgencia de volver a verla. La vida de
había dado una segunda oportunidad y no iba a desperdiciarla. Esta vez le haría saber
cuánto la amaba y le prodigaría todas las atenciones necesarias para alimentar ese amor
que tenían.
Pasaron algunos días y Jesús caía en la cuenta que debía volver. Entonces buscaba
palabras, las mejores que encontraba en su vocabulario para decirle a su dulce
muchacha:
—Magdalena, mi amor, debo ir a visitar a mi madre y luego a la montaña. Vendré a
verte todas las veces que pueda sobretodo ahora que van a estar solas. La próxima vez
vendremos Moab y Yo para ir de ferias. Así que nos esperas.
—Sí mi corazón, te esperaré ansiosa.
Unos lagrimones se escapaban de esos ojazos mezcla de verde y grises. El joven las
secaba con su mano para decirle:
El Camino de la Rosa 158

—Espérame y despídeme con alegría. Es lo que me acompañará y hará más rápido y


fácil mi regreso. Cuando pienses en mí, saborea del amor que vivimos porque los dos
hemos despertado a la verdadera vida. Recuerda que este es el preludio de todo lo que
vamos a vivir porque tú y yo no nos separaremos nunca… ¡Estaremos más allá de la
muerte!
Estas palabras quedaron en los oídos y en el corazón de Magdalena. Se abrazaron
fuertemente.
Al otro día muy temprano los tres varones comenzaron a despedirse de las mujeres,
cada uno con lo que tenía para ofrecer. Moab palabras de aliento. Santiago sólo
agradecía, y Jesús volcaba su amor en la mujer más importante en su vida de hombre.
Comenzaron a alejarse y el Nazareno no quería darse vuelta. Si lo hacía no sabía si iba a
tener fuerzas suficientes para proseguir. Así que se perdieron en el recodo del camino y
las mujeres entraron a su casa, pensativas, cada una con sus propios sabores.

LA HUMANIDAD DE TODOS LOS TIEMPOS:


¿ENTENDERÍA LA TAREA DE JESÚS EN LA TIERRA?
¿ENTENDERÍA QUE PEREGRINAR ENSEÑANDO, EXPRESÁNDOSE EN EL
AMOR ERA PARA QUE EL HOMBRE DE TODOS LOS TIEMPOS DESPERTARA
A ESO… AL AMOR?
ENTONCES… POR QUÉ ÉL DEBÍA NEGARSE A UNA RELACIÓN DE PAREJA
QUE SÓLO BUSCABA DESPERTAR ESE MISMO AMOR Y SER EJEMPLO DE
MUCHOS. O SEA… PEDÍA UN DESPERTAR EN EL AMOR Y… ¿ÉL NO PODÍA
AMAR Y SER AMADO?
CUÁNTA INCONGRUENCIA EN EL RAZONAR HUMANO DE TODOS LOS
TIEMPOS, JESÚS NO TENÍA SECRETOS, ÉL VENÍA A ENSEÑAR A AMARSE
LOS UNOS A LOS OTROS, CON SENTIMIENTOS HUMANOS, NO CON
SENTIMIENTOS MÍSTICOS LEJOS DE ALCANZAR. ENSEÑABA CON EL
EJEMPLO, EL AMOR DE ESPOSOS, DE HIJOS Y PADRES, RESPETO Y AMOR
POR LA MUJER.
ERA LA ÚNICA MANERA, QUE EL HOMBRE SINTIENDO PRIMERO EL AMOR
EN LOS SUYOS PODÍA LUEGO TRASLADARLOS A LOS DEMÁS, ENTONCES
ALCANZARÍA EL DESPERTAR EN EL AMOR UNIVERSAL, ÚNICA ENERGÍA
QUE MUEVE ABSOLUTAMENTE TODO EN EL UNIVERSO.
El Camino de la Rosa 159

RUMBO AL HOGAR

tres caminantes iban despacio, en silencio. Jesús no tenía deseos de hablar, tan sólo
quería recordar los momentos vividos en esos días. Santiago y Moab respetaban ese
silencio.
Santiago, por su parte, también estaba inmerso en sus propios pensamientos, ya
saboreaba de antemano lo que le diría a su esposa ante esta curación inesperada.
Repasaba en su mente una y otra vez lo que haría:
Al llegar se levantaría su túnica y les mostraría la piel perfecta sin ningún signo de
enfermedad. Imaginaba el rostro de su esposa y sus hijos. ¡No podrían creerlo! ¡Qué
gusto le daba ese pensamiento!
¡Cuánto le había regalado la vida! Una familia, amigos como Magdalena y su madre y
ahora este joven enamorado y el viejito.
¡Qué raro! Esta persona cavilaba refiriéndose al “viejito” siempre acompañando a Jesús.
Siempre estaba cuando se lo necesitaba. Esa situación le había llamado mucho la
atención desde el principio, además decía ser monje o algo así. Y vivía en la montaña.
La voz de Moab lo sacaba de tantos pensamientos encontrados, regalándole una sonrisa
le decía:
—Qué quieres preguntarme.
—Eh…este…no. No dije nada de preguntas.
—Pero quieres preguntar— insistía el “viejito”
—En realidad un poco.
—Está bien pregunta por favor.
—¿Qué hay en la montaña?
—Muchísima sabiduría. Puedes conocer el misterio de la vida. Puedes darte cuenta que
esto que palpas todos los día no es tan real.
Poniendo énfasis en las palabras continuaba:
—Hay otro mundo… y te puedo asegurar que no es este. El tiempo te dará muchas
respuestas, sobre todo si mantienes esta amistad con Jesús.
—Claro que quiero mantener esta amistad con el hombre que me devolvió la vida.
Luego que esté en mi casa, y todo esté más calmado, iré a visitarte estés donde estés.
Dijo Santiago mirando a Jesús.
—Cuando tú quieras amigo. Respondía el joven.
Nuevamente el silencio. El paso de Jesús era bastante rápido, por lo que el “viejito” le
reclamaba ese andar, resultándole muy cansador seguirlo y no precisamente por ser
viejito, sino que al cuerpo no terrestre del sacerdote le costaba mucho la densidad del
ambiente.
—Perdona— se disculpaba— sólo trataba de llegar a casa sin tener que pernoctar en las
cuevas, aunque lleguemos tarde a ver a mi madre.
—Está bien—decía Moab, a la vez que tomaba del brazo a Santiago. Así también lo
hacía Jesús e inmediatamente el caminante invitado comenzaba a sentir muchísimo
sueño, tanto era así que no podía mantener sus ojos abiertos. Pensaba preocupado que
así no iba a poder seguir caminando.
Lo estaban sosteniendo… ¿Qué le pasaba?

Cuando despertó se encontraban caminando muy cerca de los portales de la ciudad de


los romanos. El sol todavía estaba alto.
El Camino de la Rosa 160

—No podía ser… —pensaba Santiago. Ya llegaba él a su hogar. Estaba confundido.


¿Qué había pasado?
Muchas eran las preguntas para ninguna respuesta. Moab le decía que ya podía él
caminar lo que faltaba, que era muy poco, para estar con su familia.
Ese solo hecho le hacía olvidar las preguntas que tenía, para interesarse solamente en
llegar con los suyos y saborear la alegría de estar juntos otra vez.
Se despedía de sus amigos con abrazos y agradecimientos por todo lo que habían hecho
por él, mas tenía urgencia de reencontrarse con sus seres amados.
Jesús dándole palmadas en la espalda le decía:
—Apúrate hombre que te esperan.
Caminaba apresuradamente el que sería para Jesús un acompañante fiel, un hombre que
había despertado al amor, primero con su propio entorno y luego… aprendería de Jesús.
Caminaba casi corriendo dándose vuelta y levantando su mano en señal de saludo.
Llegaba a las puertas de la ciudad y tomaba por su derecha a un costado de la misma
para dirigirse a su casa. Había tomado esa precaución por ser el camino que menos
gente había y además lo llevaba directamente a su hogar. De todas maneras tomaba su
manto, se lo ponía por la cabeza y se cubría la cara con él. No quería encontrarse con
nadie que le hiciera preguntas que no tenía deseos de contestar. Era demasiado su
anhelo por llegar.
Los últimos tramos, lo hacía corriendo para encontrarse de pronto frente a la puerta de
su casa. La abría y la primera persona que sus ojos veían era su esposa, que estaba
enfrascada haciendo amasijo para comer, probablemente para esa misma noche. La
mujer no había escuchado el ingreso de su esposo. Él dejaba caer una bolsa que traía en
su mano con alimentos que le habían dado sus amigos para su familia, aún así ella no se
daba cuenta.
—Bea —decía ansioso.
Ella volteaba su cabeza sobresaltada al escuchar esa voz tan amada. Cuando lo veía, su
expresión decía a las claras que no podía creerlo.
—¿Qué haces aquí, mi amor?
—Regreso a casa. Estoy curado. ¡Mira! Se sacaba la túnica para que su esposa
constatara ese milagro.
Observando la mujer esa piel limpia de su esposo llorando decía:
—¡Cómo puede ser! ¡Qué es lo que pasó!
Él sólo la abrazaba, la besaba y lloraban los dos.
Explicaba como podía, en medio de la emoción que los embargaba la situación vivida
con el joven de la montaña en la casa de Magdalena.
Al finalizar recalcaba:
—Recuerda mi amor siempre este nombre… Jesús… Joshua…. o como quieran
llamarle— seguía abrazando a su esposa que estaba apoyada en su pecho y continuaba
entre el llanto que entrecortaba sus palabras— Recuerda que él nos devolvió nuestra
vida.
Los hijos entraron a la habitación atraídos por el grito de su madre y la voz conocida de
su padre.
¡No sabían qué pasaba! Los veían llorar abrazados y preguntaban una y otra vez. Ellos
conmocionados no podían todavía dar respuestas. Santiago y su mujer, como pudieron,
entre sollozos contaron el motivo de su cura. Y nuevamente él se levantaba la túnica y
mostraba su piel limpia, perfecta.
Todos juntos, abrazados y bendiciendo la vida, dando gracias a Dios, porque su padre,
su amado padre ¡Había vuelto al hogar!
El Camino de la Rosa 161

¡Cuánto había aprendido la familia ante la ausencia dolorosa de la cabeza del hogar!
Cuántos miedos aquietados por la sola presencia del padre. El milagro estaba allí, frente
a los ojos de todos. Recuperarían el tiempo perdido pero con la enseñanza de disfrutar
cada momento compartido en familia.
Ya para esa hora, Jesús junto a Moab estaban llegando también al hogar donde María,
no se esperaba semejante sorpresa. Poder ver a su hijo, el tan bien amado Jesús
María estaba haciendo la tarea de preparar alimentos para su familia. Dentro de poco
sus hijos estarían llegando de trabajar desde el lugar que les había legado su padre, la
carpintería en la que, con entusiasmo, trabajaban la madera haciendo todas clases de
utensilios para facilitar la tarea hogareña.
Se iban acercando los viajeros hasta la casa. No observaban movimiento alguno. Jesús
empujaba la puerta de entrada y tampoco había nadie en esa primera estancia. Entonces
a viva voz comenzaba a llamar a su madre:
—¡Madre! ¿Dónde estás?
Sintiendo la voz de su hijo, corría a su encuentro para abrazarlo. No cesaba de darle
besos, pellizcos como cuando era niño. Todavía para esta madre amorosa Jesús era su
niño.
La algarabía estaba en pleno y se iba sumando a medida que llegaban los hermanos con
preguntas que no cesaban, para ellos el hermano menor siempre tenía algo que contarles
o trasmitirles, quizás alguna enseñanza aprendida en la montaña. Estos muchachos eran
rudos en su manera de actuar pero blandos en sus corazones.
Ni Moab ni Jesús hablaban todavía de la visita a la casa de Magdalena. Él se reservaba
este detalle para cuando estuviera en la intimidad con su madre. Ella sabría manejar la
situación para que todos se sintieran bien. El sacerdote respetaba y compartía los dichos
del joven, sabía que de esta manera no habría malos entendidos.
María terminaba de cocinar. Pedía que rápidamente se ubicaran formando una rueda con
todos sus hijos, para comenzar así a servirles el plato de comida que ella había
elaborado con todo su amor.
Unas palabras que solía decir y las aplicaba cantando rudimentariamente y con sonidos
inventados, tanto es así que cada vez que lo hacía cambiaba la tonalidad de la canción.
“Lo que se hace con amor no lo deshace el desamor”
Iba sirviendo cada plato mientras cantaba pero en un momento dejó de hacerlo.
—Sólo falta Josseá.
Ese pensamiento se había reflejado en su rostro. Seguía sirviendo pero su mirada había
quedado en la nada.
Jesús tomaba de la mano a su madre y le decía:
—Él está muy bien.
La miraba por unos instantes, y luego les hablaba a todos en forma espontánea y simple
como si lo que fuera a decir era algo de todos los días.
—¿Recuerdan que nuestro padre no quería morirse sin encontrar a ese hijo que cuando
él era muchacho había tenido con una mujer que sus padres alejaron de él?
Enseguida todos quedaron prendidos de las palabras del hermano menor.

—Bueno ese hijo—continuaba— En un nivel de la Tierra por donde pasan los espíritus
ya muy cerquita de ingresar al túnel de Luz, estaba esperando a nuestro padre para
ayudarlo a pasar ese último tramo hacia su encuentro con el mismo nivel de Luz.
Nuestro padre supo inmediatamente quién era. Esto de saber—aclaraba—es una
cuestión de sentir muy fuerte como también supo que este hijo había fallecido al nacer.
Y fíjense ustedes él había venido a cumplir su parte del trabajo.
—¿Cómo su parte del trabajo? —pedían aclaración los otros hermanos.
El Camino de la Rosa 162

—Sí—proseguía Jesús—Ese hijo nace, fallece y se queda a la espera de nuestro padre


para compensarlo y ayudarlo en ese paso. También tuvieron algo que aprender la madre
y los padres de ella.
—Entonces— decía Enrico— ¿Él al fin se encontró con su hijo?
—Así es— contestaba el Nazareno.
María sonreía… — ¡Cuánto sabía su hijo! Y… ¡También cómo darle tranquilidad!
Luego la charla iba de un tema a otro por un buen rato. Era tarde y la madre los invitaba
a ir a descansar. ¡Les hacía falta a todos!
Joshua se acostaba en los plumones, estaba realmente cansado, cerraba sus ojos y la
última imagen que tenía antes de dormirse era la carita de Magdalena.
El día después se engalanaba con el sol a plena luz, una brisa suave, fresca, avisando
que el invierno estaba ya pasando para dejar lugar al crecimiento de las flores, del
verdor, de los aromas. El hijo de María se dirigía a la piedra que usaban de mesa, bajo
ese gran árbol, cuyos frutos agradaban tanto a Magdalena y en los “confites” de
Victorio se sirvieron.
—¡Victorio! —pensaba en su hermano—¿Cómo recibiría la noticia de su amor con
Magdalena? No quería que sufriera pero tampoco podía esconder mucho tiempo más
esa situación.
Se sentaba apoyando sus codos sobre la piedra, sosteniéndose la cabeza con sus manos a
manera de darle vuelta a la situación, buscando la forma más accesible para decirle…
Sentía de pronto una mano grácil que le tocaba el hombro. Se daba vuelta para ver el
rostro sereno de su madre que le preguntaba:
—¿Qué te pasa hijo mío?
—Nada madre—Contestaba presto no queriendo preocuparla todavía.
—A ti te pasa algo, lo siento en mi corazón. Me preocupa más no saber qué es lo que te
causa esa tristeza, quizás juntos podemos resolver esto que te aqueja.
—¡Tienes razón, como siempre! —la tomaba de la mano y le hacía lugar al lado suyo.
—Está bien, siéntate al lado mío y conversaremos.
Se hizo un silencio profundo, buscaba las palabras para poder empezar.
—Amo a Magdalena.
—Eso ya lo sé, hijo.
—Como hombre— aclaraba— Quiero que en un futuro sea mi mujer.
—También lo sé—se expresaba con firmeza — ¿Y ella?
En realidad era una pregunta que también conocía la respuesta. No hacían falta muchas
reflexiones para darse cuenta de los sentimientos que habían despertado cuando se
vieron, en la boda de Victorio.
La otra pregunta que estaba latente entre ellos y que no se decía todavía...
¿Y Victorio?
— Ella— contestaba Jesús—Responde a mis sentimientos. Nos amamos. Queremos ser
esposos.

—¿Ya lo hablaste?
Su hijo asentía con la cabeza—sorprendida preguntaba— ¿Cuándo?
—Antes de venir a verte fuimos a la casa de Rehién y su hija. Moab decía “que estaba
bien que supiera que pasaba con este sentimiento que abrazaba como un fuego a mi
corazón. ¡Qué debía saber si era correspondido, para tener tranquilidad!”
Movía su cabeza y agregaba reflexionando…
—No sé si logré tranquilidad. Creo que avivé las brazas para convertirse en un caldero
ardiente.
La miraba a su madre y le sonreía vergonzoso por las palabras que se le escaparon.
El Camino de la Rosa 163

—De todas maneras, sé que nos amamos. Queremos estar juntos. También sabemos que
tenemos que esperar a que sea el tiempo de bajar de la montaña.
—Por lo que me dices está todo resuelto—Expresaba María.
—No, no está todo resuelto. Hay algo que me preocupa mucho, y es mi hermano.
Allí estaba la ficha que faltaba a la pregunta… ¿Y Victorio?
—Sí… Victorio…—decía María, quedándose un momento en silencio, para agregar con
énfasis—Él ya está con su mujer. Tendrá que aceptarlo. Es parte de lo enseñado a estos
varones desde pequeños, el saber aceptar aquello que nos corresponde pasar. Con altura,
con gallardía, para ello fueron, hijos de Josseá.
—Aún así… No es fácil.
Cambiando el tono de esa conversación preguntaba ansioso.
—Tú qué piensas madre querida de este amor… de Magdalena.
—Magdalena es una gran mujer—mientras hablaba le arreglaba a su hijo un mechón del
cabello que caía sobre su mejilla— Deja marcas profundas en el corazón, sobre todo de
los hombres… Sin ella tener intención alguna—aclaraba— Tiene algo que emana, que
atrae también a las mujeres. Si éstas son nobles de corazón, la quieren enseguida, la
admiran. En otras despierta envidia, celos, y que he de decirte si hay un varón de por
medio. Es el caso de Jasminne la esposa de Victorio.
Haciendo una pausa se levantaba, daba algunos pasos hasta ponerse atrás de su hijo para
ponerle las manos en sus hombros, moviéndolas a modo de masajes y continuaba con
sus opiniones.
—En cuanto al amor que se tienen, es maravilloso y me alegra, sólo una mujer como
ella puede hacer feliz a mi Joshua… mi hijito querido. María llenaba de besos la cabeza
de su hijo. Se encontraron riendo entre mimos y pellizcos.
La energía que emanaban esos dos seres como madre e hijo era perfecta en los cánones
del amor. Comprendía al sentirse tan amado… ¡Cuán cierto era lo que le había dicho
Moab cuando expresaba “Hay dos mujeres en tu vida que complementan este tu
hacer…”! ¡Cuánto comprendía ahora estas palabras!
Desde la ventanita de su habitación, el anciano los observaba y no era extraño para él
ver la inmensa aura que generaban esos dos seres luminosos, los sentimientos de amor
se expandían a través del áureo azul dorado.

SI EL HOMBRE DE LA TIERRA SE DEJARA LLEVAR POR LOS


SENTIMIENTOS DE AMOR HUMANOS, NO DIGO AMOR DE VIBRACIONES
SUPERIORES, DIGO AMOR DE PERSONAS HUMANAS, TERRENALES, SE
ENALTECERÍA EL CUERPO FÍSICO, NO TENDRÍA SUFRIMIENTOS, NO
TENDRÍA QUE SOPORTAR ENFERMEDADES, NI TENDRÍA QUE VER SU
OCASO EN LA VEJEZ DE ESE MISMO CUERPO.

En estas reflexiones estaba el sacerdote, cuando Juan lo llamaba para tomar alimentos
que él había preparado. En esa casa todos ayudaban a su madre, todos habían recibido
de igual manera el amor que esa mujer supo brindarles.

MARÍA, VALEROSA, AMPLIA, PERSISTENTE A LA HORA DE ENTREGAR


AMOR, HIZO QUE SE CREARA UNA GRAN ENERGÍA ALREDEDOR DE ELLA.
ÉSTA PERDURARÍA A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS Y LAS HUMANIDADES
SUBSIGUIENTES SABOREARÍAN DE ELLA TOMANDO SU FIGURA COMO
REPRESENTACIÓN DEL AMOR DE “MADRE”.
El Camino de la Rosa 164

Ya todos se preparaban para ir a su lugar de trabajo que era la carpintería. El hijo menor
hacía incursiones esporádicas en ella, toda vez que venía. No sólo trabajaba, sino que
les señalaba las formas de hacer algunos muebles que él veía en la montaña como sillas,
mesas. Sería este el lugar de trabajo definitivo cuando bajara de la montaña.
Los hermanos se dispusieron a tomar alimentos para luego ir a cumplir con sus tareas.
María estaba un poco ansiosa por hablar con el anciano y su hijo acerca de Victorio
¿Quién le diría esa verdad? ¿La verdad de Jesús, de su amor?
Moab consideraba que había que esperar un poco más todavía.
—No era el momento—decía— Había que darle tiempo al muchacho a hacer su proceso
de olvido o por lo menos para que tuviera una mejor disposición para aceptarlo. —Así
quedaron, en esos términos.
Dejaron ese tema y siguieron conversando animadamente bajo el árbol. Allá, a lo lejos,
antes del portal se veía una figura que se acercaba, y por lo visto era una mujer. María
agudizaba su vista y, cuando caía en la cuenta de quién era, decía sorprendida
agradablemente:
—Es Jasminne—Seguro que viene a ayudarme con la ropa de los muchachos— se
expresaba en voz alta—Es muy buena mujer, lástima que no puede sacarse esos
sentimientos con Magdalena. Es razonable también—se decía a sí misma—Su esposo la
hace a un lado en sus sentimientos y ella sabe, aunque nunca se lo hayan dicho, que es a
causa de la pelirroja.
Ya estaba cerca de ellos. Jesús se levantaba y tomaba de las manos a la mujer que sufría
por amor. La abrazaba cálidamente con la intención de trasmitirle paz a su corazón.
Lo había logrado.
Jasminne miraba con nuevos ojos a su cuñado, viéndolo como si nunca lo hubiera visto,
sintiendo que él la ayudaría siempre. En el mismo momento, tenía otra comprensión de
lo que le pasaba con Victorio, aún cuando su esposo no había cumplido todavía como
hombre. No la había tomado, y ello la había hecho sentir degradada como mujer. Más
ya no importaba, tuvo la certeza que todo sería cuestión de tiempo.
Ella sabría conquistarlo con paciencia, con su buen decir. Estos pensamientos lograron
darle una seguridad distinta, una alegría diferente, tanto es así que a partir de ese
momento cambiaría su actitud por otra más firme, ya no sería la esposa quejosa, ya no le
mostraría ese rostro compungido que ella misma ya no se aguantaba. Y a partir de ese
momento cambiaría su actitud para con él, le demostraría que ella era feliz con el solo
hecho de amarlo.
Comprendió también al instante que era una mujer valiosa; que tenía tanto para dar y
mucho por agradecer, sólo observando a todas las personas que la rodeaban. Estaba su
suegra que le había dado un lugar en la familia; los hermanos de Victorio que la
respetaban y la integraban a la misma familia. Y estaba Victorio quien era el amor de su
vida con el que quería tener sus hijos.
—¡Y lo lograría! ¡Claro que sí!
Comprendía que esa mujer que ella odiaba, no tenía la culpa de despertar esos
sentimientos en su esposo. Ella no había hecho nada para conquistarlo, si Magdalena
hubiera querido, podría haberse quedado con él. Sin embargo no lo hizo. No tenía
sentimientos para con Victorio, además estos habían florecido en su marido antes de
conocerla a ella. Caía en la cuenta también que su rival quiso acercarse para ser su
amiga y no la había dejado. Sus rencores, sus celos no permitieron este acercamiento.
¡Veía y sentía todo clarísimo! Tan sólo había bastado el abrazo de su cuñado para
despertar esta comprensión en su corazón.
Jasminne siempre admiraba a la familia de su esposo, principalmente por la integración
y el respeto hacia la mujer. Ella no había hallado en su propia familia esta forma de
El Camino de la Rosa 165

vivir. Había sufrido en carne propia un padre déspota que castigaba a su madre, a ella
misma y a sus hermanas. El varón sufría por la situación de tener en su casa cuatro
mujeres, digamos que era una multitud para la época. Un judío acérrimo con escasos
recursos, casi sin dote para ubicar a sus hijas, lo hizo un hombre intolerante. Si hubiera
sido por él, las hubiera dado como esclavas desde pequeñas. La actitud valerosa de la
madre había evitado tan cruel desenlace.
La situación de Jasminne al ponerse de novia y ser aceptada sin dote, e ingresar como
integrante de la familia más respetada de la zona, traía un alivio enorme para los padres
de la muchacha. La madre, antes de la boda, le hablaba a su hija recomendándole “que
soportara cualquier cosa, hasta golpes, si era necesario pero ella no debía volver nunca a
esta casa que en pocos días iba a dejar”
¡Pobre Jasminne! Así estaban las cosas.
Llegaba la luz a su corazón, y su semblante había cambiado. Sus ojos adquirieron
chispitas para mirar de otra manera. Sentía muy en lo profundo de su ser, que Jesús
tenía que ver con esto. Se ponía en puntillas, sus brazos se alzaron y rodearon el cuello
de él para darle un beso muy fuerte en la mejilla.
—Gracias Joshua— le decía emocionada.
No hacían falta palabras para comprender lo que le estaba pasando a la chiquilla.
Las dos mujeres fueron en busca de ropa para lavar, nada más que esta vez María le
decía que podían dejarlo para después… ella necesitaba estar con su hijo.
Jasminne, por el contrario le expresaba:
—Madre, no te afanes. Por supuesto que tienes que estar con tu hijo. Yo lavaré.
Terminaba con los dichos y sacaba la ropa de las manos de María.
Ella, agradecida, se dirigía hacia los varones que la esperaban en el patio— sentía que
Jasminne le decía:
—Gracias madre mía. Te quiero.
María sorprendida volvía sobre sus pasos para abrazar a la mujercita valerosa, que tan
bien sabía llevar lo que le estaba pasando. No necesitaron palabras sólo el abrazo
bastaba.
Ahora sí llegaba María dónde estaban los varones esperándola, ella con su manga se
secaba los rezagos de lágrimas que le quedaban por la emoción.
Los tres se miraron y sonrieron, la vitalidad de Jasminne los conmovía.
Moab le decía a Jesús:
— Cuando tú quieras partimos hacia la montaña.
—Nos quedamos un día más ¿Quieres?
—Está bien.

AH, MARÍA… MARÍA POR DÓNDE VAS TU ENERGÍA DESPIERTA EN LOS


DEMÁS EL RECONOCIMIENTO DE LA MADRE QUE ERES.
El Camino de la Rosa 166

EL ANILLO

Ambas mujeres, luego de la partida de los visitantes, entraban abrazadas, caminando


despacio por el portal que se había transformado en un acceso precioso, cubierto de
plantas y árboles en pleno crecimiento. El follaje establecía un acompañamiento para
aquel que transitaba ese camino… Ese verdor que se distraía con algunas flores de
diferentes colores que Magdalena, en un toque de adorno, las había agrupados en
distintos lugares de ese camino. Ya estaba muy próxima la estación de las flores y de los
pájaros. Ese lugar era un verdadero oasis, comparado con el resto del paisaje.
Madre e hija nuevamente quedaron solas. Esta situación en sí no les preocupaba porque
tendrían compañía cuando diere lugar la necesidad.
Los pensamientos de la muchacha volaban hacia el joven de la montaña ¡Qué hermoso
era saber que había un varón que pensaba en ella! ¡Ese que estará atento a sus
necesidades! No estaba sola, más allá de su madre. Ahora tenía un hombre que la
cobijaría, que le daría su amor. Con estas reflexiones se dirigía hacia su casa. Triste y
contenta a la vez, conjugándose ambos sentimientos, el uno por la partida de Jesús y el
otro por la esperanza de que muy pronto su amado estaría con ella.
El último tramo que les faltaba para llegar, lo hicieron apurando el paso para entrar a los
corrales y sacar a los animalitos, llevarlos a pastear y beber agua. Más tarde se
reunieron para tomar un brebaje de hierbas en ese lugar que las llenaba de placer, el
patio. Allí se veía claramente la mano femenina cuidando los detalles con cercos de
piedras en que se alzaban hermosas, las hierbas que necesitaban para recrear las
infusiones que degustaban con tanta fruición. Se sentaron en esas rocas y comenzaron a
hacer sus tareas de armado de canastos y otros utensilios que servirían para hacer
intercambio en la feria del poblado cercano.
De pronto, la joven recordaba que tenía que regar un arbusto muy especial. Aquel que
cuando recién había llegado lo había encontrado perdido entre la maleza,
inmediatamente se disponía a recuperarlo removiéndole la tierra y ubicándolo en el
camino de entrada. No sabía en ese momento lo que le regalaría esa planta que llamaba
la atención a todo visitante, por la forma de expansión que tenían sus ramillas, cuyas
flores enracimadas de un color blanco brillante le daban una presentación única, con un
aroma que se expandía por todas partes. Se levantaba presta a buscar agua en el
arroyuelo para llenar los cubos y volcarlos sobre la planta. No sabía por qué le atraía
tanto, se tomaba su tiempo no sólo para cuidarlo sino para observarlo en su crecimiento.
Luego de la partida de Jesús miraba con añoranza el camino por donde él había
transitado para irse de su lado. Sabía que era demasiado pronto para que regresara, pero
aún así tenía un estado de ansiedad que pocas veces podía controlarlo.
¿Qué le pasaba?
Trataba de tranquilizarse y abocarse a las tareas diarias. Ese día era uno de esos en que
no podía hacerlo, decidiendo que sería mejor, buscando relajarse, recurrir a “su piedra”
aquella en que él la había despertado de su sueño. En realidad la había despertado a la
vida.
Se quedaba allí, quietecita por largo rato, engolosinándose con los recuerdos de esos
momentos de extrema dulzura vividos con él. Cerraba los ojos y podía sentir en sus
labios el beso apretado que le diera, podía sentir sus manos tomando las de ella, el roce
de su rostro… Un suspiro profundo salía de su corazón, un hormigueo por su cuerpo la
volvía a la realidad. Se decía a sí misma:
—Tienes que recuperar la sensatez. Pero es bonito saborear de los buenos recuerdos.
El Camino de la Rosa 167

Santiago había hecho un buen trabajo con los corrales, con la extensión de tierra, ahora
le tocaba a ella mantenerlos en las mismas condiciones y para ello tenía que trabajar
duro.
Pasaban los días con tranquilidad, su madre se ocupaba de las tareas más simples como
el cocer la comida y ella de los trabajos más fuertes de la casa. Nadie podía decir que
Magdalena necesitaba algo o alguien para cubrir sus necesidades. Era una mujer de
fuerte temple.
Estaba sentada, descansando de sus tareas en el amplio patio, cuando divisaba en su
portal la figura de una persona que se parecía mucho a un sacerdote por la forma de
vestir. Magdalena le hacía señas para que ingresara mientras ella caminaba a su
encuentro. A la mitad de la larga entrada, tenía frente a frente a un beato que decía que
venía de la montaña a traerle un recado de Jesús.
—Está bien, te escucho— le decía la muchacha impresionada por la visita.
Él traía en su mano una cajita y extendía su mano ofreciéndosela.
La muchacha no sabía qué pensar, la tomaba para levantar la pequeña tapa y encontrarse
con una piedra de un azul brillante, un cristal perfectamente pulido. Levantaba la vista y
miraba al joven que se había sacado la capucha de su cabeza y que a la vez la estaba
observando con una sonrisa en sus labios.
—Qué significa— preguntaba sumamente curiosa.
—Me dijeron que tienes que poner esta piedra sobre el aro dorado que tú tienes y… en
el momento que lo hagas esta piedra se adosará a él.
Asombrada la joven, confundida balbuceaba…
—¿Cómo saben qué tengo el anillo? …Yo no dije nada, no sabía siquiera para qué era.
No lo recordaba tampoco.
Su corazón latía cada vez más fuerte. Sus preguntas no tenían respuestas.
El beato sólo se encogía de hombros y decía lo que le habían mandado a decir.
Guardaba la cajita en un bolsillo de su delantal de tareas. Lo invitaba a tomar algo
caliente y a quedarse a pernoctar pues la noche estaba cerca. El joven alegremente sólo
aceptaba a saborear de la infusión, no se quedaría. Magdalena insistía
¡Cómo iba a regresar si la luz del día se estaba perdiendo!
Él sólo sonreía y decía que no importaba. Entregaba el cubo en el cual tenía su bebida y
comenzaba a caminar hacia la salida. La muchacha apuraba el paso para poder
acompañarlo hasta el portal, su madre venía detrás de ella. En ese recorrido el joven ya
no emitía palabra alguna sólo se colocaba su capucha y tomaba camino, al llegar antes
del recodo no lo vieron más y aún, alumbraba el día.
¡Qué cosas extrañas pasaban en el entorno de su Jesús! Cuando lo viera le preguntaría.
Sacaba la cajita y la tomaba para dirigirse a su habitación en busca del anillo que tenía
guardado tomándolo entre sus dedos para observarlo detenidamente.
—¿Cómo hago para colocar esta piedra en él?— pensaba.
Buscaba de ubicarla mirando si había algo en ese aro que hiciera de contención. En eso
estaba cuando comenzaba a sentir a medida que acercaba ambos objetos una fuerte
atracción y prácticamente se encontraron para quedar fuertemente adosadas. Trataba de
moverla pero ya no pudo.
Una sonrisa se dibujaba en su rostro. Y… cómo todas las cosas que venían de la
montaña eran…
No pensaba más, dedicándose a observar el brillo de ese anillo hermoso que ahora tenía
una piedra. Se lo probaba en el dedo y estiraba su brazo para ver cómo le quedaba. En
un momento en el brillar de la piedra le pareció ver el rostro de su amado.
—¡Ay, Magdalena! ¿Cómo se te ocurre?— se decía a sí misma.
Quiso dejar el anillo en su dedo y… escuchaba la voz del abuelo que le decía:
El Camino de la Rosa 168

—No todavía. Todo a su tiempo.


Sonreía otra vez y expresaba en voz alta:
—¡Abuelo! Te pareces a Moab.
Hacía caso guardando el anillo en la cajita para quedar nuevamente entre sus
pertenencias.
Salía de su habitación, satisfecha con el pensamiento del anillo, silbando bajito, era
graciosa cuando se lo proponía. Iba en busca de su madre y la veía inmersa en la tarea
de preparar alimentos.
¡Su madre! Siempre estaba atenta a lo que a ella le gustaba. La abrazaba y le decía:
—Mamita, mamita… ¿Qué haría yo sin ti?
Ambas por un rato quedaron abrazadas. Luego, cuando compartían sus alimentos,
comentaban este nuevo acontecer. El fuego alto las invitaba a conversar y recordar
situaciones que no tenían explicación, como esto del anillo, la curación de Santiago…
En fin… Tendría muchas preguntas para hacerle a su enamorado cuando viniera a
visitarla.
El Camino de la Rosa 169

JUAN

Habían descansado como los dioses y el día tan soleado era un placer que invitaba a
compartirlo, entonces tomaron la mejor decisión “ese día sería para hacer tareas afuera”
principalmente aquellas que requerían del sol y agua en abundancia.
Parloteaban al lado del río, que estaba a una distancia considerable, pero pertenecía a su
casa, en él aprovechaban para bañarse, lavarse sus cabellos. La muchacha se cubría
apenas con su túnica para dejar al aire las partes que necesitaba para sentir el calorcillo
del sol.
Sentía ruidos de graznidos y buscaba con la vista de dónde provenían. Evidentemente
sucedían en el corral que Santiago había hecho para el animalillo, el que se había
presentado en su hogar con los aros. Escuchaba un poco más atentamente y… no podía
definir qué pasaba, así que se levantaba para observar por sí misma. Grande fue su
sorpresa cuando veía una especie de redondeles blancos, que se abrían dando lugar a
otros animalillos chiquitos iguales a ese pajarraco. Corría la muchacha llamando a su
madre que, en ese momento, había entrado a la casa en busca de ropa para lavar.
Requerida por los gritos de su hija dejando lo que estaba haciendo, se apuraba para ver
lo que estaba pasando. Grande fue también para ella la sorpresa que le estaba brindando
esta manifestación de vida. Magdalena observaba todo este proceso que le parecía
maravilloso. A través de los días se daba cuenta que esos redondeles como ella le decía
habían necesitado del calor de su madre para que se produjera el nacimiento y aún
después lo seguían necesitando.
¡Habían llegado a su hogar nuevos habitantes!

Los días que corrieron fueron de plena satisfacción para las mujeres, pues les encantaba
mirarlos y seguir el crecimiento de los animalitos. Estuvieron tan entretenidas que no
tomaron en cuenta el tiempo transcurrido desde que Jesús se había ido, señalando ya
casi dos meses y las últimas noticias que tuvieron se las había dado el beato. En verdad
la preocupación era porque se acercaba el tiempo de ir a hacer compras a la feria del
siguiente poblado, y Jesús había recomendado no ir de ninguna manera sin él o en todo
caso con Moab. Mas al no tener noticia alguna, la muchacha pensaba que, de seguir así
no quedaría más remedio que ir ella sola pues les estaban faltando víveres. Ni pensar en
contar con su madre para un viaje así, su salud no se lo permitía. Sin embargo, ante esta
circunstancia ella hablaba de hacer este esfuerzo, pues no aceptaba de ninguna manera
que su hija lo realizase sola. Era todo un problema, lo único que retenía a la joven eran
los requerimientos de su madre, si por ella fuera ya hubiera emprendido ese viaje sola.
Pasaron varios días más, y la “mujer de espadas” estaba preparando la mucha mercancía
que habían realizado las manos laboriosas de Rehien ayudada por ella, ya no podía
mantenerse quieta por más tiempo, y esto de acomodar era como para dar un poco más
de tiempo a los demorados acompañantes aún ausentes. De no presentarse, ya lo tenía
decidido, emprendería el viaje sola, pues, se estaban quedando sin las cosas necesarias
para su diario vivir.
En estas reflexiones estaba cuando sentía voces, primero lejanas y luego más cercanas
como si del portal provinieran. Salía rápidamente a cerciorarse, y divisaba la figura del
viejito ingresando por el mismo con paso cansino.
¡Venía acompañado!
El Camino de la Rosa 170

Agudizaba la vista para ver mejor y, para decepción de su corazón, no era su amado
sino un joven bien parecido que venía caminando atrás del “viejito”. En honor a la
verdad estaba desilusionada, había pensado que él vendría para acompañarla.
Desanimada como estaba, iba al encuentro de los caminantes, mirando al sacerdote le
decía:
—Creía que ya no venías.
—Y consideraste irte sola- expresaba Moab-
—Sí— respondió.
—Sabes que no debes hacerlo es muy peligroso. ¿Quieres ir y quizás no tener la
oportunidad de volver a tu hogar, con tu madre sola y a la espera?
—Está bien— contestaba de mala gana—Cuándo salimos.
—No salimos.
—¡Cómo que no salimos! Yo… Nosotras… Necesitamos…
Moab detenía las conjeturas con un movimiento de su mano. De la misma manera
señalaba un burrito que habían dejado un poco más atrás y le decía al muchacho que lo
acompañaba que lo trajera. Era en verdad muchas las bolsas que traía cargado el
borriquito. No faltaba nada de lo que necesitaban esas mujeres… y más.
Magdalena, orgullosa y tozuda, sobre todo porque estaba enojada al no tener la
presencia del joven de la montaña, decía que ella no aceptaría regalos porque tanto su
mamá como ella estaban en condiciones de ganarse la vida.
—¿Quién dice que te voy a regalar?— decía el “viejito” usando el mismo tono
empleado por la muchacha —Me voy a llevar los canastos, tal como tú piensas hacer en
la feria— con la voz más alegre algo cachacienta agregaba — Lo único que hice fue
adelantarme para que no hagas un viaje engorroso.
Rápidamente cambiaba la conversación, no dando lugar a réplicas.
“Viejito versado en convencimientos aunque estos fueran de “prepo”.
—Te presento a este joven que suele trabajar con nosotros en la montaña.
Magdalena todavía desilusionada, no podía disimular su mal humor así que hacía un
movimiento de cabeza, no dándole más importancia al hecho de esta visita. No tenía
ganas de hablar.
Moab insistía en la presentación, y decía que el joven se llamaba Juan, y estaba
aprendiendo muchas cosas en la montaña.
—En realidad—seguía aclarando, como si no pasara nada— Él vivía en otra parte de la
misma montaña, cuidando ovejas y carneros. Tenía una choza por vivienda y el mal
tiempo de este invierno había matado a muchas de sus ovejas.
—No solo eso —enfatizaba— también a él lo encontramos aterido de frío, casi al borde
de la muerte en su choza no resistiendo las inclemencias del tiempo. —Seguía Moab—
lo traje porque pensé que él necesitaba de ustedes, de tener un techo sobre su cabeza y
ustedes necesitan de él, para que las acompañe, para que haga las tareas fuertes de este
hogar. —¡Eh! ¿Qué me dices María Magdalena?
MÁs que una pregunta había sido una aseveración del sacerdote.
La muchacha pelirroja, tuvo en cuenta lo de “techo sobre su cabeza” y asentía con un
movimiento.
—Vamos a sentarnos bajo el árbol—decía la joven dejando poco a poco los
sentimientos de frustración— Para que descansen un poco. A la vez que le hacía seña al
muchacho para que se acercara y dejara para más tarde la tarea de traer las bolsas que
había bajado del animal.
Rehien también los había visto y corría presurosa para atenderlos, sirviéndoles panes
calentitos recién sacados del fogón.
El Camino de la Rosa 171

Magdalena, sumamente callada, hacía sólo presencia de acompañamiento, pues ella se


había ilusionado con la llegada de Jesús y en cambio había sido Moab el que viniera.
—¡Él se lo había prometido! …o por lo menos es lo que había entendido su corazón. —
No preguntaría, por ninguna razón, qué había pasado— pensaba enfurruñada—No le
daría importancia.
El sacerdote la observaba, mientras hablaba y contaba las peripecias que Juan había
sufrido con el crudo invierno. En un momento dado, cambiaba de tema para comentar
que Jesús le mandaba todo su amor, que la tenía en su pensamiento, y que pronto iba a
venir a verla. Estaba preocupado por ella porque presentía que quería hacer ese viaje al
poblado sola.
—¿Cómo? … Repíteme por favor. Estaba distraída.
—Ya me di cuenta… y… nuevamente el sacerdote repetía palabra por palabra lo dicho
por el joven de la montaña. También les contaba lo acontecido con Jasminne en el hogar
de la madre de Jesús cuando habían estado allí. Magdalena se alegraba de corazón que
esa mujercita dejara de sufrir inútilmente por ella.
Poco a poco se le iba pasando el enojo por la ausencia, regresando la sonrisa a su rostro,
adornándosela y creando alrededor de ella un halo de alegría que se percibía y que
contagiaba a los demás.
Así era ella, un montoncito de sentimientos pujantes que, a la hora de los
acontecimientos, muchas veces no sabía cómo manejarlos porque, como su madre
decía:
—Ella siempre los ponía al frente, así como las palabras para decir lo que pensaba.
No siempre agradaban trayendo descontento en aquel que las escuchaba. María
Magdalena era así, simple, leal, no escondía nada de lo que sentía, era un libro abierto
con lo que le pasaba.
Juan, rápidamente, luego de tomar ese brebaje calentito, pedía permiso para dirigirse a
terminar de bajar las bolsas, preguntando luego dónde las ponía, siendo Rehien quien le
indicaría el lugar. El muchacho era fuerte, acostumbrado a vivir como pudiera, sin
ninguna comodidad, lo que lo hacía hosco, desconfiado. Se notaba que había sufrido
mucho y que aún sufría.
Mientras el sacerdote hablaba con Magdalena de lo importante que sería que él se
quedara para acompañarlas, el recién llegado no se perdía nada de esa conversación,
observando atentamente las expresiones de la joven y… la verdad, que no le gustaba lo
que veía. Una muchacha que, por estar sumida en sus propios pensamientos, no hacía
caso a lo que expresaba el sacerdote. Ante esta situación el joven se retiraba un poco y
le hacía señas a Moab para hablar en privado.
—Creo que voy a regresar con usted—decía en tono imperativo el muchacho—No
quiero molestar ni que nadie se haga cargo de mí por mis sufrimientos.
—Estás equivocado muchacho—decía alargando las palabras y dándole un acento de
convencimiento— Estás confundido por la actitud de Magdalena.
Tomándolo por los hombros lo llevaba un poco más lejos para seguir diciendo:
—Ella no tomó en cuenta, todavía, tu presencia así que mucho menos puede estar
molesta por ti. Ya la conocerás—hablaba dándole seguridad— Está molesta porque no
pudo venir la persona que ella ama. Si ella estuviera incómoda por ti, te puedo asegurar
que ya lo sabrías.
Hacía una pequeña pausa para decir:
—Te pido que te quedes un tiempo, así puedas averiguar si quieres estar o no. Si a esa
altura no te gusta la permanencia, eres libre de ir a dónde quieras. Yo creo que tanto tú
como estas mujeres se necesitan.
—Está bien, respetado sacerdote, haré lo que usted me aconseja.
El Camino de la Rosa 172

Sin más, Juan preguntaba dónde debía poner sus cosas.


Magdalena se levantaba y lo llevaba hacia una habitación que estaba más atrás de la
casa, allí donde se había alojado Santiago. Tenía intención de dejar libre la más cercana
para cuando Jesús viniera.
Le mostraba el lugar para que se acomodase. El joven observaba todo sintiéndose muy
bien. Le gustaba esa habitación cálida, donde se notaba la mano de una mujer en el
arreglo. Advertía los plumones, tirándose sobre ellos para darse cuenta que él nunca
había dormido sobre ninguno. Sonreía para sí…
¡Qué bueno! ¡Se sentía tan bien!
Se había olvidado de la muchacha, que lo estaba observando con una sonrisa escondida
en sus labios. Caía en la cuenta para levantarse con ímpetu, disimulando esta debilidad
y haciendo como que acomodaba sus cosas. Magdalena se retiraba no sin antes decirle
que se sintiera como en su casa. Ahora sí, la sonrisa de la muchacha se transformaba en
una carcajada, ponía su mano en la boca tratando que el joven no la escuchara.
—Pobre muchacho— pensaba para sí recordando la imagen de hace unos momentos.
Recién se daba cuenta que este muchacho podía ser de gran ayuda para ellas. Haría todo
lo posible para que él se sintiera bien en su hogar.
Reunidos todos, se acercaron al fogón en busca del calorcito y de los alimentos que, por
su olorcito, invitaban a comer y conversar. Departieron largo rato hasta que el sueño y
el cansancio hicieron la hora del reposo. Juan era el que más sentía los efectos, estaba
verdaderamente cansado, cabeceando de a momentos por el sueño que tenía, cosa que
divertía a la pelirroja.
Al otro día partiría Moab hacia la montaña.

Una mañana espléndida se presentaba en la tibieza que auguraba un sol que estimulaba
hacer tareas afuera. Cuando se levantaron las mujeres, ya estaba el joven trabajando,
había limpiado el corral grande de los animales y había sacado a pastorear sus propias
ovejas. Magdalena, sorprendida, observaba divertida a los animales. No las había visto
cuando llegaron el día anterior evidentemente estos animalitos se habían dispersado. Las
mujeres tenía un par de carneros, pero este muchacho tenía varios y, era lindo observar
cómo todas iban buscando rápidamente sus alimentos.
En la montaña acostumbraban a dispersarse, y había que buscarlas al terminar la tarde,
tarea que hacía el pastorcillo. En la soledad de las laderas de la montaña, el joven les
hablaba a sus ovejas buscando la forma de sentirse menos solo. Pensándolo bien
prefería esa vida a la de la ciudad. Su estómago le hacía remolinos al solo pensamiento
de la ciudad, no sabía por qué.
Juan, muy entusiasmado, comenzaba a construir otro corral para resguardar sus ovejas y
las de la casa. Tenía necesidad de trabajar, de hacer cosas, debía de alguna manera
retribuir la ayuda que le estaban dando en ese hogar. Entre esas tareas, estaba la de
ampliar el corral del pajarraco pues, había tenido pichoncitos y además aumentaba la
cantidad por el aporte de otro más grande traído por él. El joven conocedor del animal
explicaba a las mujeres que los huevos, eran comestibles y él les enseñaría a cocinarlos.
En el instante que la muchacha escuchaba esta explicación llegaba a su mente, el
recuerdo de otras palabras, aquellas escuchadas en su oído…“iba a ver los frutos de ese
animal”.
Su “abuelo” nunca se equivocaba, claro, “todo a su tiempo”…
—¿Huevos? —Preguntaba la niña.
Él asentía con la cabeza. No era de mucho hablar este muchacho.
Moab los había acompañado por un rato más para luego despedirse. Ya tenía que
regresar. Abrazaba a las mujeres con mucho cariño y recomendaba al joven el cuidar de
El Camino de la Rosa 173

ellas. Era importante para Juan la tarea encomendada, “cuidar de ellas”. Era la primera
vez que él podía hacerse cargo de algo. Agradecido al sacerdote por toda su ayuda y su
confianza.
Magdalena levantaba la cabeza mirándolo en señal de pregunta:
—¿Qué las cuiden?
El “viejito sabio” respondía con una seña picaresca cerrando un ojo. Comprendía la
muchacha perfectamente a lo que se refería, y le contestaba regalándole una sonrisa.
Tenía deseos imperiosos de decirle a su amado a través de Moab… ¡Que lo extrañaba!
Y… ¡Que viniera pronto! Pero no. No iba a decir nada.
Seguidamente a sus pensamientos el sacerdote la miraba y movía su cabeza de un lado a
otro en señal de disconformidad. La tomaba por los hombros y le decía:
—¡No dejes de expresar lo que sientes! Se lo diré.
Comenzaba el camino de regreso, para el conocedor de los sentimientos de todos los
personajes que integraban la puesta en escena de esta gran obra. Parte de ellos,
saludaban con las manos en alto. A la muchacha, que lo seguía con la mirada, y todavía
sensible a la ausencia de su amor, se le escapaban algunos lagrimones que secaba
rápidamente con su manga. Al hacerlo y desviar la vista, caía en la cuenta que el
sacerdote no se llevaba ni el burrito, ni los canastos. Corría todo lo que le daban las
piernas y lo llamaba tan fuerte como podía, más él ya había dado vuelta por el recodo
del camino.
—Se los llevaría la próxima vez — pensaron los de la casa.
Regresaban todos a realizar cada quien sus tareas. A Juan le llamaba la atención los
panales y quería aprender a sacar la miel, como lo hacía Magdalena, que no sufría
ninguna picadura y muchas veces ni siquiera se protegía. ¡Allí iba la muchacha a
enseñarle!
A medida que pasaban los días, el joven iba dejando su hosquedad para dar paso a lo
que realmente era, una timidez que no le permitía mantener una conversación fluida. No
estaba en sus anales de vida, no había tenido la oportunidad de aprender a compartir
nada con nadie. No recordaba en qué momento lo habían soltado de la mano; tenía
apenas unas imágenes de una madre con la que vivía compartiendo las mas terribles de
las pobrezas. Ya en ese entonces, solían refugiarse en las cuevas de la montaña, aquellas
cerca del camino, pero se les hacía cada vez más difícil permanecer en el lugar, eran
asiduos los enfermos corroídos de la piel que se alojaban. La necesidad los llevaba un
poco más arriba, a otras cuevas, en la ladera de la montaña. No sabría explicar en qué
momento su madre bajaba de ese lugar, probablemente para buscar alimentos, lo que sí
sabía era que nunca más había regresado.
Él había sobrevivido por milagro de la vida, en ese transcurrir se guarecía del frío
durmiendo con los animalitos que vagaban por la montaña. Una que otra vez bajaba
hasta las cuevas y los mismos enfermos, le daban alguna ropa y alimentos, o lo que
podían, aún dentro de sus propias carencias. Se había acostumbrado a ver las marcas
terribles que dejaba en esos hombres y mujeres la enfermedad pero a él no le hacía
mella. No tenía la conciencia ni el alcance de lo que decían que podía pasar. A medida
que iba creciendo, se animaba a llegar hasta la ciudad para ser uno más de los muchos
indigentes que pedían un pedazo de pan. Los menos caritativos se burlaban de él y a
veces le daban alguna que otra patada, cosa que hacía que se alejara velozmente para
emprender el camino hacia las cuevas. Ya siendo más grande, buscaba trabajos como
ayudar a armar ferias por lo que le daban algunos dinerillos que le servían para comer.
Este era el relato, palabras más o palabras menos, que explicaban los hechos de una vida
azarosa.
El Camino de la Rosa 174

—Ya ves, querida amiga, no hay nada que envidiarme— le decía al terminar su relato.
Ella se veía identificada de alguna manera con la vida de Juan, reflejándose con algunas
diferencias. No había llegado a vivir en la intemperie y eso gracias a los pastorcillos,
que la criaron y le dieron su amor como pudieron. Las imágenes de su infancia pasaban
por su mente para darse cuenta que, una vez más, “el abuelo” había tenido razón.
—¡Ya se iba a dar cuenta!… Según le decía esa voz en su oído.
La muchacha abrazaba a Juan con gran cariño, y era la primera vez que alguien tenía
este acto de ternura para con él, salvo su madre que en ese momento, como un
pantallazo, recordaba que ella también supo tenerlo abrazado sobre su pecho, a la vez
que lloraba con grandes sollozos imposibles de contener. Se emocionaba Juan, no
pudiendo dominar las lágrimas que caían por sus mejillas. En verdad ya no creía que
algo pudiera hacerlo sentir de esta manera.
También contaba que, desde pequeño, tenía sueños tan reales que se despertaba casi sin
respiración, con el corazón latiéndole muy fuerte tal que parecía que se le iba a salir de
su pecho. En ellos veía un lugar nuevo, lleno de paz, con personas cuyos rostros se
veían felices donde nada les faltaba. Todos se amaban y vivían en ciudades
compartiendo lo que había, que era mucho, y estaba al alcance de la mano, sin
sacrificios para obtenerlos. De alguna manera era como la correspondencia por el solo
hecho de “Ser” o “Estar”. Él sentía que estaba allí, que era su lugar y no quería de
ningún modo despertar. No quería volver a su triste realidad.
Estos sueños eran recurrentes, tanto que había hecho mella en él, de alguna manera,
pues despertaba con el deseo profundo de vivir en un lugar así. Y no era únicamente
porque él vivía muy mal, sino que sentía fuertemente que ese lugar existía, no
solamente para él sino para todos los que pisaban esta Tierra bendita. Era muy clara su
percepción para saber que se lograría luego de la venida de una persona magnífica, un
profeta, un iluminado. ¡Señor de los cielos y de la Tierra!
Cada vez que soñaba se agregaba algo para su conocimiento. A partir de ellos lograba
vivir, con una esperanza de una vida mejor. Realmente necesitaba tener esperanza,
necesitaba tener tranquilidad. Sus carencias habían despertado fuertemente los instintos
de conservación, tal que se movía como un animal agazapado, que estaba atento a los
menores ruidos para saber si se escondía o atacaba para defenderse. Aún ahora que tenía
“techo sobre su cabeza”, escuchaba cualquier ruido y se sobresaltaba, quedando
expectante, buscando ver sin que lo vieran. Muchas noches, al principio, se despertaba
gritando, cosa que hacía correr a las mujeres para tranquilizarlo.
—Duerme en paz, recuerda que estás entre amigos —le hablaba con voz queda la
muchacha— Nada ha de pasarte, estás en un lugar que tiene dueños.
—Gracias a ti, y al sacerdote tengo un lugar para dormir bajo cobijo sin sufrir frío.
—Vamos vuelve a dormirte, deja ya de agradecer que mucho haces.
Poco a poco, el joven fue encontrando tranquilidad, para descubrirse a sí mismo con
ganas de hablar y expresar sus recónditos sentimientos, dándose cuenta que abría su
corazón y podía contarles con fluidez lo que pensaba o sentía, o lo que era mejor, sus
sueños que lo llenaban de felicidad, dándole una energía nueva, distinta que no provenía
del exterior sino de él mismo. Sabía que en algún momento canalizaría esta fuerza para
decirles a todos los que quieran escucharle, lo que era la verdadera vida de un ser
humano y que ello estaría en manos de un hombre que salvaría esta decadente
humanidad.
Juan, tenía buena estampa. Varonil, pero muy delgado hasta esos momentos por todas
las carencias sufridas pero, poco a poco, iba recuperando peso al comer habitualmente.
También el hecho de estar limpio hacía que se sintiera más valorizado ante los demás,
dándole pie para manifestar todo aquello que aprendía en sueños. Era un volcán ardiente
El Camino de la Rosa 175

entregando con pasión sus experiencias oníricas. Sólo desde allí se explicaba que
adquiriera tanta información, un joven que había vivido desde pequeño en soledad y
vagando de un lado a otro. No tenía idea dónde había nacido, como tampoco recordaba
el nombre de su madre, y mucho menos saber el por qué de su abandono. Un escozor de
dolor lo sorprendía al recordarlo, recién ahora en compañía de las mujeres podía
expresarlo libremente.
El joven tomaba lo bueno de la vida y dejaba en el olvido los sufrimientos. Sentía que
así debía ser para poder saborear esta nueva etapa, de sueños que se repetían y que lo
presentaban como un hombre de gran fuerza, con voluntad inquebrantable a la hora de
expresarse, que lo iba a hacer diferente ante la vista de los demás. De haber sido un
paria pasaba a ser un hombre con temple, distinto, con un nuevo discernir. Comprendía
que estaba despertando a otra realidad, que no era la que se movía alrededor de él, y que
lo golpeaba con una verdad indiscutible, el de saber que había hecho cambios que lo
llevaban a no actuar como antaño, siendo una desventaja en ese medio duro y cruel. En
otras ocasiones si lo atacaban, respondía con toda su fuerza para defenderse llegando
hasta las últimas consecuencias. No importaba si ello causaba la muerte del otro.
¡Ahora ya no podría hacerlo pero los demás, esa sociedad, sí podía!
¡Cuán difícil se tornaba tener conciencia!
Pero estaba aquí, con sus sueños, sus conocimientos, cada vez más, tenía la certeza que
ellos se relacionaban con la llegada de ese hombre, que venía a traer paz en los
corazones y él tendría que anunciarlo. Las dudas hacían presión en cuanto a la decisión
que quizás tendría que tomar más adelante.
Alejaba estos pensamientos para disfrutar de todo cuanto le rodeaba caminando por el
patio adornado de plantas. Se acercaba al portal, deteniéndose para admirar desde allí
las colinas, el cielo esplendorosamente azul y allá a lo lejos aquellas montañas que le
habían señalado su paso por la infancia y adolescencia.

¿QUIÉN ERA JUAN? ¿APENAS UN NOMBRE? ¿RECORDADO QUIZÁS POR SER


NOMBRADO ALGUNA VEZ POR SU MADRE? ¿QUÉ PERSONAJE LE TOCARÍA
ACTUAR EN LA GRAN OBRA PARA RECREAMIENTO DE LA HUMANIDAD?
El Camino de la Rosa 176

EL SEXTO SACERDOTE

Estaba llegando el anciano a la montaña, y corría Jesús presto a abrirle la piedra de


entrada, tal solicitud hacía que el rostro del pícaro viejito lo mirara displicente. Sin decir
palabra alguna ingresaba y caminaba hacia sus habitaciones, él joven lo acompañaba y
esperaba alguna noticia de la mujer que le causaba tantos desvelos. Abría la puerta de su
morada y Jesús entraba también.
No se iría —pensaba—Lo conocía y sabía que estaba jugando con él.
—¿Me dejas acomodarme? — Preguntaba el anciano—¡Recién llego!
Buscaba los plumones para sentarse cómodamente poniendo sus brazos detrás de su
cabeza y mirando al ansioso muchacho, decía:
—Paciencia… paciencia— demorándose un poco más y sonriendo entre dientes.
—No juegues conmigo… ¡Cuéntame!
—En honor a la verdad— comenzaba su relato midiendo las palabras— Te diré que no
mandó a decir nada, estaba muy decepcionada porque no fuiste en presencia.
—Pero… —quiso articular palabra el joven de la montaña.
—SH…SH—lo hacía callar para decir… —No hacían falta las palabras. Estaba
desesperada por saber de ti. ¡Y ofuscada! Eso sí—enfatizaba el tono de las palabras—La
llevaban los vientos. Luego se le fue pasando poco a poco cuando le dije lo que tú me
habías mandado a decir.
Jesús no había quedado muy convencido.
—De todas maneras— seguía hablando el sacerdote buscando la forma de darle
tranquilidad—Cuando nos despedíamos supe ver sus pensamientos y ellos clamaban por
ti.
—¡Voy a ir lo más pronto que pueda! — decía decidido.
—Cálmate jovencito, tú tienes que hacer todavía muchas cosas para el bien de tu
conciencia. “Todo a su tiempo”….
Jesús tenía sentimientos encontrados, por un lado, los deseos enormes de estar con la
muchacha y por otro, la pasividad del anciano que no comprendía que a él ya no le
interesaba esperar que llegara el tiempo… Tampoco quería contestarle porque lejos
estaba de él ofenderlo. ¡Le había enseñado y ayudado tanto!
Moab percibía ese sentimiento de él y buscaba la forma rápida de tranquilizarlo.
—Está bien— se apuraba en decir— Mira lo que vamos a hacer. Dentro de poco iré a
buscar a Magdalena y la traeré. Así cumplo con un pedido de ella de hace mucho
tiempo. Ahora Rehien tiene con quién quedarse—reflexionaba—Juan la acompañará.
Pero escucha hijo… sólo por unos días. ¿Estás de acuerdo?
—¡Por supuesto! —contestaba el joven, eufórico, abrazando al sacerdote con tanta
fuerza que por poco lo desarticulaba.
¡Había cambiado el ánimo de Jesús! Por ende su predisposición a las enseñanzas, a su
compartir con la naturaleza.
¡Cuánto tiene que ver el estado de ánimo en el ser humano! Cosa que poco se puede
manejar. En un momento, todo era neblinoso y una sola palabra de esperanza, bastaba
para que volviera esa maravillosa luminosidad en el sentir. Para que regresara la
percepción de todo lo que lo rodeaba. Este sentimiento de él había hecho por momentos,
tan sólo segundos que se le cayera el mundo encima. Por ello la prisa de Moab por
El Camino de la Rosa 177

regresarlo al punto de armonía. No obstante había sido un aprendizaje para darse cuenta
que necesitaba manejar sus sentimientos y era importante para luego poder trasmitirlo.
Jesús estaba haciendo su proceso de “despertar”, por ello estaba en la montaña. Él había
nacido de vientre, situación que no le permitía recordar nada de lo que existía del otro
lado del velo como cualquier persona de la humanidad nacida en la Tierra. Eran y son
las reglas del juego. La diferencia estaba en que él debía despertar, y debía hacerlo con
urgencia. Era necesario. Estaba en juego el planeta con su humanidad.

La voz de Niev cruzaba en sus oídos, los llamaba para que se acercaran y mostrarles un
arbusto sumamente curioso y hermoso por las flores arracimadas, blancas, muy bellas
que estaban abriéndose. Observaron los tres y acercaron su nariz para oler el perfume
cautivador de las flores. Niev les explicaba el proceso de este vegetal.
—Era una nueva planta que la tierra otorgaba como regalo a ese “despertar de
conciencia” que se sembraría en ese tiempo para otro tiempo. Esa especie tenía flores
grandes y blancas en forma de racimos, otras de la misma familia eran más chicas y de
diversos colores. Las primeras por sí mismas tenían un toque especial y señalarían un
acontecer.
Siguieron caminando los tres hacia el río y comentando las bellezas que la naturaleza
manifestaba. Moab recordaba de pronto que un nuevo sacerdote trabajaría con Jesús, ya
se le avisaría y… partía raudamente hacia sus aposentos como si ese recuerdo le hubiera
traído otros que debía resolver. Los que quedaron se reían sorprendidos de la decisión
del viejito de irse tan ágilmente. Niev acompañaba entonces a Jesús hasta su casita, en
realidad era la misma que habían habitado sus padres cuando estuvieron en la montaña.
Desde que había crecido, ya con catorce años quería vivir solo, necesitaba su privacidad
y ya no compartir las grandes habitaciones que había en el gran hogar de los sacerdotes.
Una especie de templo con grandes galerías de piedra.
Niev hacía las veces de madre y solía hacerle la comida que a él le gustaba, mimándolo
y dándole con los gustos. Cuando María venía a visitarlo, dejaba “la sacerdote” que
fuera ella la que lo atendiera, porque sabía que disfrutaba en hacerlo. Su hijo nunca
sufría ni tenía ningún sentimiento de abandono, al contrario, era muy feliz en la
montaña además de necesario. Comprendía muy bien la tarea de María el ser esposa y
madre de otros varones que estaban creciendo aunque estos no fueran de su vientre.
También llevaba consigo esta gran mujer el despertar de la energía “amorosa de madre”
para con todos los que se acercaran a ella.
Por otro lado, Niev cumplía muy bien su papel, no sólo era la madre que necesitaba
Jesús, sino que era guía en determinadas situaciones del transcurrir en la montaña.
Era temprano todavía, pero el cansancio se apoderaba de Jesús, y decidía que se iba a
entregar al sueño reparador. Quizás al otro día haría presencia ese nuevo sacerdote de
que hablara Moab. Necesitaba estar muy descansado, pues, el desgaste energético era
mucho con las sesiones de aprendizaje en el templo ovoidal
Apoyaba la cabeza en los plumones y se presentaba en su mente la carita dulce de la
suave pelirroja. Dejándose llevar por los recuerdos de los momentos pasados, su
estómago era un torbellino de mariposas que daban vueltas y vueltas, esa era la
sensación. Sentía urgencia de ella. Trataba de no pensar para poder dormirse, si seguía
en ese camino del recuerdo, no lograría hacerlo y necesitaba estar muy descansado para
la tarea del otro día.

Se levantaba con los primeros albores del día, para caminar hacia el arbusto que Niev le
había mostrado. El perfume lo embargaba y sentía muy fuerte que estas flores tenían
que ver con su vida, además de una atracción especial. Ensimismado estaba en las
El Camino de la Rosa 178

flores, tratando de saber qué tenían que ver con él, cuando escuchaba la voz de Niev
quien lo llamaba para tomar su primer alimento del día y… no se lo perdería. Sabía muy
bien que sería lo que más le gustaba, pan calentito con mantequilla y miel, por supuesto
acompañado por un gran tazón de leche también calentita.
Ya había terminado su desayuno. Comenzaba a caminar lentamente hacia el puente para
cruzarlo y dirigirse al Templo Ovoidal, lo estaba esperando el nuevo sacerdote que él no
conocía aún. Entre sus pensamientos risueños se acordaba del cuerpo desgarbado de
Orión y pensaba que quizás este nuevo sacerdote haya tenido más cuidado en elegir el
suyo. Reía para sí mismo mientras subía los peldaños anchos de piedra pulida que lo
llevarían hasta la entrada del templo. Sentía fuertemente la presencia de alguien,
levantaba la vista, una figura que lo observaba se recortaba al final de la escalera.
Apuraba el paso para llegar hasta él en grandes zancadas.
Lo recibía muy afectuosamente, lo abrazaba con fuerza reteniéndolo en sus brazos.
Decía llamarse Nieshke. Ambos se sentaron en los sillones del salón ovalado donde
recurrían a las enseñanzas.

<<Estaba iluminado con una luz tenue que pasaba del azulino al rosa, por momentos,
uno se hacía de tonalidad más fuerte para dar paso al otro que también subía su color.
Cada vez más rápido cambiaban para convertirse en un titilar que hacía las veces de
expansión y contracción de esa luz. Toda esa maravillosa vivencia lo mareaba dejándolo
como a la deriva. En esos momentos se arrepentía de haber comido, pues su estómago
estaba a punto de devolverlo todo. Pudo contenerse y pudo recuperarse ante ese
movimiento que lo atrapaba para darse cuenta que “él mismo era el movimiento” y
había cambiado, se había convertido en un oleaje de mar que recién estaba conociendo
en ese momento. Se sentía agua en grandes cantidades en una primera instancia para
convertirse luego en una molécula de la misma, que se expandía formando otra, y otra, y
otra más. Ellas con sus componentes se iban chocando para cocrearse en movimientos
constantes, con un aunar de colores y sonidos, formando así las enormes masas de agua
que cubrían gran parte del planeta. Así también podía observar las energías duales del
agua en espejo con el hombre, lo positivo y lo negativo, lo masculino y femenino.
¡Estaba fascinado era la expresión de la Creación!
Su comprensión lo llevaba más allá del orbe del planeta para comprender que, el
elemento agua, estaba en disposición por todo el universo, de una manera u otra.
No tuvo tiempo de seguir analizando.
Una corriente de agua lo llevaba a una velocidad increíble para sumergirlo hasta las
profundidades de los océanos y presentarle a los seres que vivían adaptados a esos
ambientes, y tenían apariencias humanas correspondientes a la Tierra. Eso sí, con una
conciencia diferente, una conciencia superior por decir de alguna manera. Una raza
totalmente manejada en energía positiva. Un plano que, si bien pertenecía a la Tierra,
poseía una vibración diferente. Maravillado le costaba creer cómo diferentes planos
dimensionales podían convivir con otros sin percatarse de sus existencias. Salvo
aquellos que contenían una vibración superior, tenían la conciencia para actuar en pos
de aquellos que no la tenían para que, en algún punto, la adquirieran y pudieran todos
juntos interactuar.
Nuevamente se trasladaba para echar un vistazo a la futura humanidad, dos mil años
después, todavía con sus vicisitudes, tal como la conocemos pero haciendo su camino
para la transformación. Por increíble que parezca llegaría el hombre nuevo, faltando
muy poco para hacer la unificación de todos los niveles vibratorios aún los más densos.
Por otra parte, se presentaba ante él un sitio “subterreno” del planeta, totalmente
desconocido para los humanos de la corteza terrestre. Este lugar estaba muy lejos del
El Camino de la Rosa 179

centro terrenal como para poder alimentarse de la energía Luz del mismo. Estos seres
eran los de la primera etapa del planeta que no lograron abrir su capsula y quedaron
suspendidos en el tiempo. “Las Jerarquías Espirituales” habían dispuestos la creación de
ciudades intraterrenas a modo de acompañar y generar la Luz necesaria para que esas
almas se vieran favorecidas y contenidas para que, en un futuro, ingresasen también a la
conformación cósmica como lo estaría haciendo la humanidad conocida.
En este viaje de idas y venidas, era catapultado desde donde estaba hasta un círculo
correspondiente también al planeta, era el plano de los humanos que dejaban su cuerpo
en reposo final en la Tierra, para vagabundear sus almas por los mismos ambientes pero
en otro nivel, donde no podían ser escuchados ni vistos por los que tenían cuerpo.
Aquellos que se quedaban “pegados” por sus sentimientos con lo que dejaron.
Todas estas imágenes “vívidas” que lo impregnaban eran, nada más y nada menos, que
las enseñanzas dadas para abrir su conciencia y saber de su responsabilidad, de lo
mucho por solucionar aún siendo un hombre nacido de vientre, con cuerpo, con
sentimientos como los de un hombre cualquiera. Un Jesús que sólo estaba
“despertando” a su “Esencia Divina” como lo haría en un punto cualquiera que se precie
ser un humano terrestre.
Cada vez que acudía al “Templo Ovoidal”, salía con una fuerza diferente desde su
interior, también sentía gran cansancio físico, pues el desgaste energético era mucho y
sostenido.
¡Cuánta belleza en la información recibida! ¡Cuánta sabiduría!>>

En el mismo sillón se relajaba, y luego de descansar un poco, ambos comenzaban a


retirarse del lugar. En ese ínterin Jesús miraba curioso más atrás del templo…
¡Quería saber qué había! Se notaba en la lejanía como una construcción, pero no estaba
seguro. Advertido el sacerdote sugería que esperara a que esa información le llegara en
el momento necesario y con el sacerdote apropiado.
Bajaron los escalones despaciosamente, conversando acerca de los temas vividos,
disipando dudas y ampliando todo lo acontecido.
Moab llamaba a Nieshke, su voz denotaba urgencia, parecía que iba a haber una reunión
para hablar y programar pasos a seguir en este Gran Plan Cósmico y Divino para el
planeta Tierra y todas las manifestaciones de vida que hay en él.
Se quedaba solo el joven, recorriendo la margen del río. Era un buen momento para
sentarse a descansar y cerrar sus ojos. Entregado al suave ruido que hacía los
movimientos del agua, aparecía en su entrecejo una imagen que le mostraba su propia
concepción, en el vientre de su madre. Veía la perfección de la naturaleza manifestada
en una mujer y, en ella, a todas las mujeres del mundo. Se emocionaba sobremanera con
la experiencia para sentir una profunda pena por el hombre de ese tiempo que, en su
obnubilación, despreciaba a la mujer.

MUCHOS SON LOS CAMINOS QUE EL HOMBRE DESANDARÁ Y VOLVERÁ A


RETOMAR PARA COMPRENDER POR FIN UNA VERDAD INDISCUTIBLE, LA
HUMANIDAD QUE PISA Y CAMINA SOBRE LA TIERRA SIEMPRE, SIEMPRE,
PROVENDRÁ DE UNA MUJER.

Entre las muchas cosas que hacía Jesús en la montaña era trabajar la madera, como su
padre. Los sacerdotes entendían que él debía seguir la tradición de la familia, para
cuando se insertara en esa sociedad. Así que trabajaba mucho y aprendía a fabricar
algunos muebles rudimentarios. De ese modo, pensando lo mucho que tenía que hacer
para su madre y ahora para Magdalena, se dirigía al lugar preparado para tal fin. Otra
El Camino de la Rosa 180

vez el recuerdo de la joven de sus desvelos acudía a él, con sus rizos rojizos cayendo
sobre su rostro, la sonrisa garabateando en pequeños mohines cuando enfrascada estaba
en sus dichos. Apasionada a la hora de defender a los que necesitaban, como había
hecho con Santiago.

ESTOS RECUERDOS LO ACOMPAÑABAN, LE HACÍAN BIEN, SE


REGOCIJABA EN ELLOS.
El Camino de la Rosa 181

LA FAMILIA DE MARÍA

Desde esa vez que Jasminne abrazó a Jesús, había recuperado su alegría, manifestada en
todo momento y con una nueva actitud hacia Magdalena, lo que tranquilizaba y alegraba
a María. Por fin se daba cuenta la muchacha que ese sentimiento no la conduciría a
ninguna parte, a nada feliz.
Ella también había cambiado con respecto a su esposo, lo trataba, diría con inteligencia
y picardía a la vez. Comenzaba por no darle importancia a sus rechazos, es más, no se
acercaba buscándolo como hacía antes, precisamente para no darle lugar. Se mostraba
con un muy buen humor, sus charlas eran amenas y ricas en reflexiones.
El varón comenzaba a acusar el golpe y a preguntarse:
— ¿Qué le pasaba a su mujer? Parecía que él ya no le importaba.
La observaba mientras hacía sus tareas hogareñas. No la veía hosca ni enojada, hasta
había desaparecido su arruga en el entrecejo ¡Y estaba cantando!
Esta nueva condición lo llevaba a pensar…
—¿Es que su mujer estaría interesada por otro hombre?
El corazón comenzaba a acelerársele y ese sólo hecho, aún en el pensamiento, le
molestaba. Recurría entonces a otro más práctico. Pondría atención a lo que ella hacía.
Así fue, comenzaba a observarla notando que sus movimientos eran gráciles, que era
bonita y ahora… Esa alegría mezclada con el misterio de no saber qué le pasaba, lo
acicateaba para acercarse a ella. La esposa se hacía la desentendida y lo evitaba, se
alejaba muy seductoramente abocándose a la casa, a sus arreglos y cuando podía
visitaba a María para conversar y hacerla depositaria de sus confidencias.
Victorio se había propuesto poner atención a lo que hacía su mujer, la desconfianza y
los celos lo embargaban. Así que regresaba a su casa a una hora no acostumbrada y por
supuesto la mujercita no estaba en el hogar. Esa situación lo ponía sumamente molesto
y su cabeza era una vorágine de pensamientos que ya daba por hecho que su mujer
estaba con otro hombre. Aún dándose una oportunidad la buscaba por los alrededores de
la casa. No estaba. La llamaba a viva a voz. Nadie contestaba.
A grandes zancadas, casi corriendo, se dirigía a casa de su madre. Su corazón palpitaba
fuertemente y se decía a sí mismo.
—¿Acaso ella se cansó y se fue? No, no podía hacerlo, tenía mucho que perder… No
era libre, se arriesgaba a la apedrea.
Un mundo de conjeturas le impedía ver con claridad, sólo lo guiaba la desazón, el
miedo a perderla. Se daba cuenta que por primera vez tenía miedo de perderla. ¿Estaba
loco?
Llegaba y entraba como una tromba de viento que revolvía todo, cerrando y abriendo
puertas para darse de pronto con su madre y su mujer departiendo alegremente.
—¿Qué haces acá que no estás en tu casa?— decía de mal talante, a los gritos…
—María se levantaba acercándose al varón ofuscado, imponiéndose con su voz y con su
actitud:
—¿Qué pasa, hijo?
—Pasa que esta mujer no está en su lugar, esperándome.
—¡Mira qué bien! —decía con voz cachacienta, poniéndose las manos en la cintura.
El Camino de la Rosa 182

—Resulta que ahora una mujer en esta familia debe rendir honores al varón de la casa.
—¿Dónde están las enseñanzas de toda una vida de Josseá para contigo?—seguía
arengando—¿Cuándo en esta familia alguien ha tenido lo que no se ha ganado?
María usaba su voz con firmeza pero sin levantarla. Era característico de ella llevar
hacia la reflexión aunque tuviera que usar palabras duras. Era mansa de corazón pero
con una gran fuerza a la hora de las injusticias. Jasminne con la cabeza baja escuchaba
este diálogo de “su madre” con su esposo. Inmediatamente escuchaba la voz de María
dirigiéndose a ella para decirle:
—Levanta tu cabeza, muchacha, que no tienes nada que reprocharte. Eres una gran
mujer. Y has tenido demasiada paciencia con él, que no sabe ver ni valorar lo que tiene
al alcance de su mano, mirando para otro lado, buscando lo que no tiene ni tendrá y
ahora viene a exigir lo que no ha dado con la obnubilación de la ofuscación.
Se producía un silencio que embargaba a todos. El esposo había decaído en su enojo y
no emitía opinión alguna. Sabía que su madre tenía razón y, en ese momento, la figura
de la mujer adquiría para él una preponderancia muy fuerte en su corazón, la veía como
mujer, como “su mujer” para sorprenderse de no tener ya pensamientos hacia la
pelirroja.
—Perdona madre—le decía abrazándola para luego dirigirse hacia donde estaba la
muchacha que no había emitido palabra— Perdóname Jasminne— se expresaba, a la
vez que extendía su mano para tomar la de ella.
—Nos vamos y discúlpame, por favor. Miraba a María consternado y avergonzado.
Ambos tomados de la mano salieron de la casa. Ella los veía alejarse desde su puerta
emitiendo una sonrisa.
—¡Gracias, Padre de los cielos! ¡Me has escuchado! Mi hijo aunque esté celoso ha
descubierto a su compañera.
Jasminne caminaba de la mano de Victorio. Iban en silencio.
A ella se le mezclaban los sentimientos, dos cosas diferentes pugnaban entre sí. Por un
lado estaba llena de alegría, su esposo la celaba, quería decir que quizás había
conquistado el corazón de sus desvelos. Por el otro, sentía temor que el enojo de él
tuviera consecuencias violentas para ella. No podía olvidar cómo se ponía su padre con
su madre y, con ellas, que eran sus hijas cuando algo le era negado. La expresión de
odio, la cara rojiza, los ojos rabiosos y la furia de golpes sobre ellas, dejándolas
magulladas no sólo en el cuerpo sino en el alma. Muchas veces no podía dormir cuando
escuchaba que su padre levantaba la voz a su madre. Sabía lo que venía y tan sólo
atinaba a taparse los oídos y mirar con terror hacia la puerta temiendo que se abriera.
Allí estaba ella con sus hermanas.
Caminaron prestamente hacia la casita que cobijaba el amor profundo de Jasminne para
con su esposo. Llegaron y apenas entraron, sin mediar palabras, él la abrazaba y la
besaba con una pasión desconocida para ella. Sentía que la levantaban en brazos para
ser depositada en los plumones y por primera vez, con caricias suspendidas, la iba
llevando despaciosamente hasta la vorágine del amor compartido. Ese momento
señalaba la incipiente vida marital, pues el varón no la había tomado como mujer luego
de la celebración de bodas. Se sorprendía de la dulzura manifestada en su hombre
apasionado en ese instante maravilloso.
Ambos estaban entregándose al amor.
Al otro día, ya cerca de la nochecita. María en su casa preparaba los alimentos que sus
hijos pronto degustarían, pues era la hora de regreso del trabajo. Ensimismada estaba en
sus pensamientos cuando, de pronto, sentía que unos brazos la tomaban por la cintura,
sorprendiéndola. Era Victorio y un poco más atrás Jasminne, que observaba risueña la
El Camino de la Rosa 183

expresión de cariño de su esposo con su madre. Voltease María para verlos y ese solo
hecho le hacía darse cuenta de lo felices que estaban.
—Venimos a compartir con la familia el pan de cada día—decía gozoso, tomando ahora
por la cintura a su esposa—Y sobre todo para que te quedes tranquila. Nosotros estamos
muy bien.
—La felicidad no se puede ocultar. No saben la alegría inmensa que me han traído. Con
una sonrisa amplia se expresaba la madre bondadosa. Siendo esa la energía que la
caracterizaba. Y sería esa misma energía la que perduraría a través de los tiempos.
—¡Vamos! ¡Vamos a armar nuestro banquete que hoy, es día de fiesta!
Llegaron los otros muchachos, Enrico preguntaba a su hermano.
—¿Que te pasó que no fuiste en la tarde a trabajar?
Victorio mirando a Jasminne contestaba.
—Estuve con mi mujer.
Se miraron los jóvenes y comprendieron que por fin su hermano había olvidado a
Magdalena.
Comieron todos juntos, en un ambiente de algarabía.
Siguieron los días felices y calmos.
Hasta que un día entraba Victorio llamando a gritos a su madre. Ella asustada salía al
encuentro del hijo para preguntarle:
—¿Qué te pasa querido?
—Madre— le decía todavía jadeando por la corrida en subida de las colinas.
—Jasminne va a tener un hijo mío. Y te juro que no me importa si es mujer. Tú y mi
padre me han enseñado bastante con respecto a ello.
—¡Me alegro tanto, Victorio! Mereces tener una familia en que el amor esté presente.
—Cuando venía para acá con esta felicidad en mi corazón—contaba algo sigiloso…
—Vi una silueta parada como esperando a que pasara por el lugar. Desde lejos no me
daba cuenta quién era, iba acercándome de a poco y con gran sorpresa…
Tomaba aire para poder seguir, poniendo un acento misterioso en sus palabras…
—Mi corazón latía muy fuerte…y más al darme cuenta que esa silueta era la de mi
padre. En un primer momento me detuve y no supe qué hacer pero algo hacía que me
acercara más y más hasta observar su rostro que era pura manifestación de paz, de un
gozo especial y supe, sin que él dijera nada, que me saludaba y bendecía por el niño que
mi esposa llevaba en su vientre. Supe también que ese niño de alguna manera era el
perdido y añorado hijo de él, y que ahora se hacía presente en esta familia.
Movía su cabeza azorado
—No sé cómo explicar esto. No sé cómo puede venir nuevamente… Mientras venía, me
acordaba de Jesús cuando explicaba aquello… luego de la muerte de nuestro padre que
ese hijo lo estaba esperando antes de que ingresara a ese lugar… no …no puedo
recordar las palabras exactas de mi hermano.
María se llevaba la mano al pecho en señal de sorpresa e inmediatamente abrazaba a
Victorio. No emitieron palabra alguna. El movimiento de sus corazones se aunaba en un
solo acompasar.
Mucho había que aprender, “HABÍA QUE SENTIR” era lo que también la familia de
Jesús estaba despertando.

Los muchachos de esa familia trabajaban con mucho empeño. Cada vez eran más los
pedidos de muebles para la vecindad de ese poblado.
Juan se destacaba en una forma nueva de trabajo, haciendo grabados sobre ellos,
dándoles una particularidad especial, por lo que eran muy requeridos por las personas
del lugar. Pronto los grabados se convirtieron en torneados de esos mismos muebles.
El Camino de la Rosa 184

Esta nueva forma de trabajar con grabados, se iban convirtiendo poco a poco en signos.
A la vez que se manifestaban, iban desarrollando la percepción del hermano de Jesús
sabiendo con precisión lo que querían decir. Estaba creando, sin saberlo, la llave futura
de escribir contando a través de ellos lo que iba aconteciendo según hechos importantes
de la familia, quedando plasmados en pedazos de madera o en pergaminos, también
sacados de la misma madera e iban a servir como forma de conservar una verdad que,
por la peligrosidad de la época no sería posible darlo a voces. En algún punto las
humanidades futuras descubrirían estas grafías para comprender, y dejar de lado mitos
que llevarían confusión por siglos y siglos, además de haberlos adoptado como formas
de vida. Cuando la historia de Jesús se hacía más palpable, él comenzaba a hacer los
grabados contando en forma breve lo que estaba pasando.

<<Este joven era agradable a la vista, como todos los hermanos de Jesús. Eran varones
saludables, con una fuerte preponderancia a los valores humanos, cosa que no existía en
el común de la gente de la época.
Esta “actitud” distinta de seres humanos tenía su explicación. Todo el entorno del
Nazareno provenía de vibraciones más elevadas, y se plasmaba en la Tierra como las
cualidades que tendría el hombre, dos mil años después en proceso de despertar.
Asimismo, desde el Cosmos, se puso especial empeño en los que serían padres de esta
gran familia, para que brindasen lo necesario para reafirmar esos valores y aplicarlos a
lo largo de sus vidas.
Usando un poco la imaginación… ¿Cómo se sentiría el hombre de hoy despertando a un
cambio, insertado en aquella sociedad?... ¡Es para reflexionar!... pero tampoco se puede
olvidar que era necesario. Energéticamente hablando se manifestaba en la familia un
aura envolvente que se expandía a gran distancia, ayudando al despertar de los demás
dentro de lo que se podía en el plano denso del momento.>>

Juan era apasionado de su nuevo emprendimiento. Ponía todo de sí para fabricar los
muebles que le habían encargado, también eran el pretexto para captar en
conversaciones amenas lo que necesitaban esas personas afectivamente. Tanto es así
que venían a escucharlo aunque no necesitaran nada. Las palabras le nacían desde su
corazón e impactaban también en el corazón de los demás. Fue desarrollando cada vez
más inquietudes que tenían que ver con percepciones para las personas necesitadas en
cuanto a afectos o dolores por venir, inclusive desarrollaba escrituras que él no sabía de
dónde provenían.
Solía visitarlo Pablo, un hombre comerciante, quien siempre venía a encargar utensilios
para su esposa. Tenía una hija a la que amaba con todo su corazón, a diferencia de otros
padres de la época, era el fruto de sus desvelos. Ponía especial cuidado en los jóvenes
que se acercaban a ella. Si bien es cierto que los hombres no demostraban amor por la
familia, porque era tomado como debilidad, él entregaba a la suya todo lo que contenía
su ser, y de la misma manera era correspondido. No era un judío acérrimo, era
respetuoso de su religión pero obviando aquello que su corazón no sentía.
Su afinidad lo llevaba en busca de Juan para iniciar una amistad muy sentida que se
fortalecía en el día a día, tanto era así que el joven se había convertido en una visita
asidua al hogar de este nuevo amigo.
El comerciante vivía en la ciudad de los romanos y tenía, para la época, un buen pasar
económico cosa que ponía a su hija en la mira de los hombres que buscaban mujer para
casarse y beneficiarse con su dote. Eran judíos, cuya religión se basaba en la opresión
de las mujeres para adaptarlas a su conveniencia. Por supuesto que esa niña era un muy
buen partido, no sólo por lo económico sino por lo grácil y bonita. Era la esposa
El Camino de la Rosa 185

perfecta para el enriquecimiento de cualquier esposo. El padre no tenía ningún interés


que su hija contrajera boda y menos con los serviles de estas reglas acomodadas para
ello.
—Nunca —decía desde la fuerza de su corazón— Daría a su hija a ninguno de estos
sinvergüenzas, amparados en sus cargos como religión y algunos siendo cabezas de la
misma. Cada vez era más difícil mantener la postura de no cederla en boda. Sufría
presiones fuertes que llegaban a la amenaza hacia su persona y hasta a su propia hija.
Cuando Juan no trabajaba, se vestía elegantemente y partía rumbo a la ciudad de los
romanos. Caminaba más o menos dos horas para llegar a la casa del amigo, y siempre se
sorprendía de lo grande y confortable que era su vivienda.
—Había que tener dinerillos para mantener esa forma de vida— pensaba —Claro era un
hombre con gran destreza en los negocios, y los hacía a través de viajes a lugares como
Ceilán, para comprar mercadería muy llamativa que la traía cruzando el mar y las
vendía en la ciudad que vivía y alrededores.
La situación con los hombres que pretendían a la niña, hacía que ya no hiciera ese viaje
tranquilo, pues debía dejar a su esposa e hija solas no pudiendo llevarlas por lo
engorroso y peligroso del viaje. Así se manifestaba el hombre, preocupado, en un plan
de confidencias con Juan.
En ese momento la esposa se acercaba ofreciéndoles bebidas reconfortantes a lo que él
aprovechaba para pedirle que llamara a su hija, quería presentársela al joven, pues, no
había tenido la oportunidad de hacerlo en otras visitas. La mujercita acudía al llamado
de su padre presentándose grácilmente. Juan la miraba asombrado, era muy bonita, algo
tímida, despertaba sentimientos de protección, no era para nada la figura apasionada de
una mujer como él creía. Así mismo se daba cuenta que la intención del padre, de
presentarle a su hija, era por demás notorio que deseaba un muchacho bueno, gentil y de
buena posición como era él, para que su hija se casara. Es cierto que la niña despertaba
sentimientos nobles en el muchacho, pero no todavía los de un hombre hacia una mujer.
No obstante, habían entablado una amistad muy bonita, una corriente fresca de alegría
con el compartir de gustos y charlas muy amenas. Juan ofrecía al amigo para cuando
viajara que dejara su esposa e hija en su casa a modo de ser resguardadas por la familia.
Agregaba que su madre estaría muy feliz de recibirlas.
Al regresar a su casa, el joven refería a su familia todo lo acontecido en la visita. Su
madre, sin esperar a que se lo pidieran, se ofrecía a darles cobijo en caso que el padre
viajara.
—Yo lo sabía— decía Juan—No podía ser de otra manera, conociéndote como te
conozco, madre querida.
Había pasado un lapso corto de tiempo y el comerciante tuvo que viajar, a lo que Juan
buscaba a las mujeres para traerlas a su casa, como había sido prometido. Llegaron las
invitadas contentas de ser visita, además de agradecidas.
Gentilmente, el muchacho les enseñaba la habitación donde ellas se alojarían. Luego se
reunieron todos en amenas conversaciones en el patio de la casa compartiendo ricos
alimentos.
Los hermanos que estaban trabajando, iban llegando uno a uno, y se sumaban al tal
evento siendo presentados por Juan. Santiago miraba con mucho interés a la niña en
cuestión, admiraba su belleza tranquila, sus modos suaves y a la hora de preguntarle
algo se sonrojaba, para luego arrancar con la respuesta. Advertía Juan esos movimientos
de su hermano con Sara, y se alegraba de corazón, aunque era muy temprano todavía
para saber si él tenía un verdadero interés.
Compartieron esos días con sus visitas que, por otra parte, fueron bastantes. El trovador
siempre tenía una canción para ofrecer a favor de la mujercita. La situación causaba un
El Camino de la Rosa 186

agradable divertimento en la familia, pero para la niña era motivo de sonrojos tras
sonrojos. La madre de Sarita observaba a los varones de la familia y no podía dejar de
pensar:
—¡Cuánta razón tenía su esposo cuando le comentaba que quería a Juan para su hija!
Quizás…—se decía a sí misma— No importaba si era Juan, u otro de sus hermanos, lo
importante era que fueran integrantes de esa familia que mostraba a cada momento, la
dignidad, el “hacer” correcto, que sólo las buenas personas podían manifestarlo. Se
había entablado una amistad muy fluida entre María y Elssa, así se llamaba la madre de
esta joven.
Regresaba el padre de familia en busca de su esposa e hija, lo recibieron con gran
algarabía. Fue invitado a quedarse también para compartir con ellos pasando un
hermoso día que serviría para afianzar esa amistad con sentimientos parecidos. Familias
afines en el englobar de la vida.
Lo supuestos vínculos de los jóvenes fueron, por ahora, una amistad alegre, una amistad
compartida de buenos sentimientos.

Llegaba la hora de recibir a un nuevo integrante de la familia. En medio de los dolores


de parto, nacía un niño precioso hijo de Jasminne y Victorio. María se había encargado
de ayudar a nacer al vástago de la familia, entregando en los brazos de Victorio, a su
hijo.
¡No podía creer que esta personita tan chiquita, era su hijo!
Lo miraba emocionado, perplejo, no cabía en sí de los sentimientos conjugados, mezcla
de emoción y alegría, no sabía si reír o llorar. Caminaba despacio teniendo a su hijo en
brazos, temblorosos, para acercarse a su mujer y sostener ambos el fruto de su amor. Al
mirar a su esposa, supo que la amaba mucho más de lo que él podía imaginarse, y ese
hijo era el regalo que su padre le hacía por haber conformado un hogar basado sólo en el
amor profundo. Se besaron con el niño en brazos sintiendo esta unión en el corazón.
Mucho había cambiado Victorio, desde que había dejado que entrara una luz en su
corazón, y mucho había hablado con Simón Pedro de ello, para darse cuenta de cuánta
razón que tenía su madre cuando le aconsejaba con respecto a su amigo. Pero él no
dejaría escapar esta felicidad, menos ahora que había encontrado a su mujer.
¡Pobre Pedro! Cuánto sufrimiento escondido que no lo dejaba abrir su corazón, para
encontrar él también un sentido a la vida y, de esa manera, poder depositar amor en los
que lo rodeaban.
Iban a festejar el nacimiento invitando a esta familia de amigos que habían compartido
por algunos días. También había pasado por la cabeza de María invitar a Magdalena y a
su madre.
¡Mandaría a sus muchachos a buscarla!
Con ese pensamiento, apresuraba el paso para trasmitírselo a sus hijos, pero algo en su
corazón hacía que se detuviera…
—Y si Victorio…. ¿Volvía a las andadas?
Mejor sería que le preguntara si podía invitarla o no. Quizás, también sea esta la
oportunidad de decirle la relación que habían iniciado Jesús y la muchachita pelirroja.
Los acontecimientos familiares se aplacaron un poco. Quedaba por preparar la fiesta
para dar el ingreso oficial al niño en la familia. La costumbre tenía un sentido diferente
para el nacimiento del varón que al de una niña. El primero recorría en brazos de su
padre un camino hasta llegar al Rabí, que daba solemnemente la bendición para ser
aceptado dentro del seno familiar y de la misma comunidad. En el segundo caso se
obviaba toda ceremonia, pero sí era afiliada, por decir de alguna manera, para el
aumento de impuestos de la familia.
El Camino de la Rosa 187

En toda esta preparación María estaba en una gran disyuntiva, no sabía si hablar con
Victorio o dejar pasar un tiempo más antes de invitar a Magdalena nuevamente a su
casa. Decidía que no dejaría pasar más y, dejando lo que estaba haciendo, se ponía un
manto sobre su cabeza y partía hacia la casa del matrimonio con la excusa de visitar a su
nuera y a su nieto. Iba llegando y era Victorio el que le salía al encuentro.
—¡Qué bueno madre que estás aquí!
—Tenía deseos de verlos. Además quiero mantener una conversación contigo hijo, si tú
lo permites.
—Por supuesto, siempre estoy dispuesto a conversar contigo. ¿Quieres entrar? O… nos
sentamos en las piedras bajo el árbol.
—Bajo el árbol—respondía buscando las palabras adecuadas— Bueno, no sé cómo
decirte esto… ¿Te parece que puedo invitar a Magdalena a la fiesta de tu niñito?
Victorio había quedado en silencio, como reflexionando las palabras de su madre. María
aguardaba un poco… Comenzaba a hablar para cortar lo embarazoso del momento.
Su hijo la interrumpía.
—No te afanes madre. Puedes invitarla. Yo estoy muy bien.
Respirando profundo por la tranquilidad que le daban esas palabras, aprovecharía la
ocasión— Hay otra cosa que quiero decirte.
—Te escucho.
—Magdalena se ha enamorado de tu hermano Jesús, y él de ella.
El silencio se acentuaba más profundo todavía. Había impactado en Victorio, pero aún
así se expresaba claramente.
—Yo ya lo sabía. Las miradas que ellos compartían cuando estuvieron en la boda
decían eso y mucho más. En ese momento no quise verlas, pero con el tiempo me fui
dando cuenta que algo así iba a ocurrir. En este momento te puedo decir que me alegro,
Jesús es mi hermano, y lo quiero mucho, como a todos los otros. Los sentimientos no se
mandan. Espero que sean tan felices, como yo ahora.
—Gracias hijo—eran las palabras de su madre con voz entrecortada —No en vano corre
por tus venas la sangre de tu padre y de sus ancestros para caracterizar a esta familia por
la hombría de bien.
Besaba y abrazaba a Victorio con fuerza desde lo más profundo de su corazón. Ambos
emocionados mantuvieron ese abrazo. Y así ingresaron a la casa para compartir un rato
ameno con su nuera y prodigar mimos al niño de la casa.
Ya era hora de volver, la visita se despedía dejando en manos de Victorio la decisión de
contarle a la esposa lo que habían hablado y que, por otra parte, ella había sentido que
Jasminne los observaba a través de la ventana. Salía para dirigirse hacia su casa y
Victorio insistía en acompañarla.
—No te afanes hijo, puedo ir sola, es cerca y además está dentro de nuestra propiedad.
—Pero… madre…
—Quédate con tu esposa. Tengo deseos de caminar sola.
Esta caminata le servía para disfrutar de lo que le rodeaba… ¡Iba tan contenta! ¡Por fin
se acomodaban los sentimientos en su familia!

¡SU FAMILIA!

También María tenía su propia familia. Disfrutaba de su madre, que aún vivía, y era una
persona que le había dado todo su amor. No había sufrido carencias de afectos ni
tampoco económicos, compartió su vida con ella hasta conocer a Josseá. No tenía
El Camino de la Rosa 188

recuerdos de su padre porque era un hombre bastante mayor a la hora de casarse con su
madre que era muy jovencita y habían tenido como fruto de ese matrimonio una sola
hija. La dulce María pero no por ello menos fuerte.
Ana, que así se llamaba su madre, la había cuidado con esmero brindándole su
protección. A raíz de esto es que tiene que tomar una decisión dolorosa para ella, debe
mandar a un convento a su preciada hija con tan sólo diez años de edad.
Todo había comenzado al quedar viuda, encontrándose por esos días, sola con una hija.
Según costumbres de la época, una mujer sola no podía hacerse cargo de su casa ni de
los hijos, y cualquier varón que requiriera podía tomar posesión de sus pertenencias, aún
de ella misma. Ante esta situación, lo primero que hace es resguardar a su pequeña
llevándola con mujeres religiosas.
Mientras tanto, sus pensamientos volaron hacia su hermana, que estaba casada con un
hombre de un pasar económico muy pesaroso y ella podía ofrecerles vivir en su casa
acomodadamente. Así lo hizo creyendo buscar una solución viable para ella y su hija,
también para su hermana, que estaba sufriendo de una pobreza casi en la indigencia. De
esta manera, habría un varón en la casa y ya nadie pondría los ojos en su familia.
No había resultado como estaba planeado. La convivencia con el varón comenzaba a
resultar intolerable. Este personaje al encontrarse en una casa con comodidades, se
regocijaba queriendo cada vez más, volviéndose drástico y soberbio. Utilizaba las armas
que tenía ante la necesidad de las mujeres, coaccionándolas, sabía que le iban a soportar
todo por la situación surgida delante de una sociedad que las tenía cautiva.
La ilusión de Ana de traer a su hija nuevamente con ella se hacía trizas. No podía de
ninguna manera, exponerla al hombre energúmeno que estaba en su casa. Su
sufrimiento era indecible porque sabía que su hija extrañaba aunque comprendiera las
razones de su madre.
Su hermana también sufría los desmanes del esposo, la violencia, el desprecio como
mujer, el hombre la tomaba esporádicamente y se burlaba considerándola vieja y fea. La
ilusión más grande que había tenido Marta, era la de concebir un hijo que no podía
gestar. Menos ahora que era una mujer bastante mayor.
¡Cuántos arrepentimientos! ¡Cuántos sufrimientos! Le había traído esa decisión
equivocada. Ahora se daba cuenta de la vida pesarosa que llevaba su hermana y no
precisamente desde que estaba en su casa, sino desde siempre. La compasión la movía
para darle aliento aunque ella y su hija estuvieran sufriendo las consecuencias. Se tenían
una a la otra.
En medio de todas las vicisitudes que estaban pasando la vida, en su proceso de
compensación, le daba a Marta un embarazo a tardía edad. La felicidad que sentía era
tan grande que hizo que ella adquiriera una actitud distinta frente a la vida y frente a su
marido, es como que una fuerza la empujaba para defender a su hijo y para poner las
cosas en su lugar.
Su esposo no era bien visto en esa sociedad, era vago, prepotente, peleador. Esa
circunstancia había detenido a otros hombres a pedir legalmente hacer uso de la
propiedad y lo que contuviera. Temían por la reacción del irascible hombre que, en su
ignorancia, no había presentado pedido alguno. Su mujer aprovechando esta
circunstancia, se retiraba del hogar de su hermana obligándolo a hacer lo mismo, bajo la
amenaza que otro hombre de mucho dinero se había presentado. Él ya no podía
quedarse, y mucho menos si no estaba su esposa. Sin pensarlo más, la mujer se arrojaba
prácticamente a la calle con tan sólo algunos dinerillos que le había dado su hermana
para sobrevivir. No había tenido oportunidad de usarlos, el hombre enfurecido por
encontrarse nuevamente en la miseria golpeaba a su mujer hasta dejarla tendida en el
suelo sin conocimiento. Mirando para un lado y otro le roba el dinero y la abandona
El Camino de la Rosa 189

creyendo que la había matado. Otros hombres lo corren para detenerlo y golpearlo
también, no por el hecho de defender a una mujer sino que se lo tenían prometido por el
profundo desprecio que sentían por él.
Pone los pies en polvorosa saliendo de la ciudad de los romanos para nunca más volver.
Ella iba reaccionando poco a poco. Otras mujeres la ayudaron a levantarse. Se sentía
muy mareada pero feliz al escuchar de boca de las que la ayudaron, que el hombre en
cuestión había partido raudamente perseguido por otros hasta salir por la puerta central
de la ciudad.
Lloraba Marta, mezclándose sus sentimientos, por los golpes recibidos, por el susto y
por darse cuenta que su vida había cambiado desde ese momento. Su fuerza interna lo
había logrado, no importando ya los dolores y que apenas podía caminar. Volvía casi a
la rastra, despaciosamente, a la casa de su hermana, deteniéndose por momentos para
sostenerse en alguna pared. ¡Le dolían tanto las piernas! ¡Había recibido tantas patadas!
Tenía un ojo moratoso que no la dejaba ver, pero aún así debía seguir caminando.
Por fin llegaba hasta el portal de la casa de Ana. Las fuerzas no le daban más, sólo
atinaba a golpear y llamar con voz queda a su hermana que le abría para recibirla entre
sollozos. Ambas arrodilladas, teniendo en sus brazos a la casi desfalleciente mujer,
quedaron por un rato abrazadas desahogándose de tanto dolor. Ana, con mucho
esfuerzo, la ayudaba a levantarse llevándola a una habitación para limpiar sus heridas.
De pronto, la mujer golpeada se lleva la mano a su vientre temiendo perder al hijo tan
buscado. Ana supo reconfortarla para que se tranquilizara.
—Querida. Todo va a estar bien, ese hijo es un regalo que Dios te hace, no va a permitir
que lo pierdas. Así que tranquilízate y descansa ahora. Por lo demás no te preocupes se
te irá pasando poco a poco.
Hacía mucho tiempo que la mujer no descansaba en total tranquilidad, a pesar que cada
movimiento que hacía con su cuerpo le producía dolor. El tiempo iba curando las
heridas, no sólo las físicas sino las del alma. Por fin podía llevar una vida dedicada a su
hijo, viviendo en la casa con su hermana.
El tiempo pasaba y se sentían magníficamente bien, compartiendo juntas esa vida pero
todavía estaba el problema de estar “solas”. Hasta ese momento, habían dicho que el
hombre había viajado y pronto volvería. No sabían hasta cuándo podrían sostener una
mentira que era necesaria para salvaguardarlas. Por otro lado, María hacía una visita a
su madre desde el convento para trasmitirle que las monjas le exigían tomar hábitos lo
que significaba que no podría salir nunca más de ese lugar, ni ver a sus familiares.
Además de no tener vocación para ello.
María era una muchacha que gustaba de compartir con las personas entregándoles lo
mejor de ella, en actitudes, en bonanza. No era una mujercita para estar encerrada. El
tiempo las apremiaba por lo que Ana decidía traerse a su hija, hablando previamente
con las monjas para comentarles todo lo pasado, todo lo sufrido y recalcaría que, por
sobre todas las cosas, no podían separarse siendo ese, el momento que más se
necesitaban. Supieron comprenderla además de ofrecerle el convento para cuando lo
necesitara.
María regresaba a su casa, junto a su madre y a su tía, feliz de saborear nuevamente su
hogar. Ya verían cómo solucionar el problema candente de ser tres mujeres solas a
merced de cualquiera. Ahora sólo pensarían en compartir esos momentos, los más
bellos y tranquilos que jamás pudieron disfrutar.
En las tertulias de la tarde, cuando se reunían luego de las tareas de la casa, María solía
contarles que en el convento se le había aparecido una presencia que parecía una
persona que ella no podía tocar. La figura era transparente de una luminosidad perfecta
que se veía a través de él. En varias oportunidades se había mostrado, sin hablar, nada
El Camino de la Rosa 190

más que una sonrisa y una dulce mirada que le regalaba para luego desaparecer. Lejos
de asustarla, ella sentía que él quería decirle algo. Y así con esa comprensión, la
manifestación se presentaba como un ángel que se llamaba a sí mismo Gabriel. Sus
palabras eran desconcertantes, le hablaba de un hijo que iba a tener cuando hiciera
bodas, poniendo mucho énfasis en que ese niño era “Muy Especial”.
—Madre. Yo siempre supe que no iba a quedarme en el convento… por lo del ángel.
También me dijo que la tía tendría un hijo a pesar de su edad y de su situación con su
esposo.
Era difícil para Ana comprender las palabras de su hija, aunque era verdad, que su
hermana esperaba un hijo a pesar de su edad y había tenido una situación penosa con su
esposo. No quería pensar en ello era demasiado para ese momento de su vida luego de
tantas frustraciones, así que la escuchaba pero no le ponía demasiada atención.
Luego que María regresara con su madre, solía pasar por el frente de la casa cuando la
mujercita estaba sentada en el portal, un caballero viudo, muy bien visto por la
sociedad, muy respetado por ser un hombre de bien, además de tener posesiones en
tierras, en dinero y una carpintería en la que trabajaban sus hijos, todos varones. El
mayor era el que se acercaba más a la edad de María. Josseá que así se llamaba el
caballero se había prendado de la jovencita, tan grácil y a la vez la veía tan adulta.
Conocía muy bien la vida de las mujeres y las admiraba por ello. Cada vez que hacía
camino por el lugar saludaba ceremoniosamente a la muchachita, por lo que había
logrado llamar su atención. Ella le contestaba con un movimiento de cabeza. A María le
causaba gracia la postura del varón.
El señor encumbrado se sentía cada vez más atraído, la había mirado una vez a los ojos
y ya no podía sacarse de su cabeza esa mirada, también sabía que le doblaba la edad y
un poco más, pero deseaba profundamente ofrecerle matrimonio antes que otro lo
hiciera, o lo que sería peor que tomaran la propiedad junto con las mujeres y quién sabe,
lo que le depararía la vida a la niña de sus amores. Urgía que alguien las amparara y él
estaba en condiciones para hacerlo, para darle todo lo que necesitara, además de su
amor.
Se movía rápido, y lo primero que hacía era conversar con sus hijos de este sentimiento
fuerte por la dulce María. Quedaron sorprendidos, confusos en un primer momento,
hasta lo tomaron en broma. Les parecía imposible que un hombre de la gallardía de su
padre se enamorase de una chiquilla, y más aún, que la mujercita en cuestión no estaba
enterada del sentimiento despertado en él, por lo tanto, tampoco sabía si sería
correspondido. No se opusieron pero tampoco estaban muy conformes. Es más, lo
tomaron como un capricho que no se iba a llevar a cabo.
Josseá, por esos días, no dormía pensando en ella. Así que tomaba la decisión, se vestía
elegantemente luego de asearse convenientemente y partía hacia la casa de la mujer de
sus desvelos.
Golpeaba la puerta y esperaba que le abrieran. Su corazón latía fuertemente. Salía una
señora embarazada…
—¿Qué desea buen señor?— le preguntaba Marta.
—Con su dispensa— sonaba su voz amable— Deseo conversar con la dueña de la casa.
Sorprendida de tanta amabilidad en un hombre para con ella, presta le respondía:
—Sí, pase por favor, voy a llamarla.
Entraba Josseá a esa parte de la casa que daba directamente con un gran patio adornado
con abundantes plantas en que se destacaba una higuera ampulosa en su follaje.
Y allí estaba, se sentía como un jovencito enamorado, le temblaban las manos.
Cruzando el patio se acercaba una mujer joven todavía, con un caminar firme, dejando
que su manto cayera por sus hombros. Tenía el cabello de un castaño oscuro, recogido
El Camino de la Rosa 191

por la nuca. Su presencia denotaba los sufrimientos pasados pero que le habían servido
de experiencia para adquirir una posición de mujer fuerte, que no confiaba y que estaba
a la defensiva.
—Acá estoy… ¿Qué necesita usted de mí?— fueron las primeras palabras de Ana.
—Me costó venir pero sé de vuestra situación.
Se le amontonaban las palabras a medida que los colores de su cara iban tornándose
rojizos y el calor hacía que gotas de sudor corrieran por ella…
—Y...Y…yo estoy enamorado de su hija.
Ana quiso abrir su boca pero no la dejó, para seguir:
—Por favor deje usted que yo termine— le decía con firmeza— No sé si me conoce
pero tengo un buen pasar para ofrecérselos, además de hacerme cargo legalmente de
ustedes sin interferir en vuestras vidas ni en vuestras propiedades. Tan sólo quiero
ofrecerles una seguridad para que ustedes sigan viviendo en tranquilidad. Aún cuando
su hija me rechazara yo igual les propongo salvar esta situación engorrosa que ustedes
como mujeres solas están viviendo.
Tomaba un poco de aliento para seguir…
—Por supuesto vengo a proponer matrimonio porque estoy enamorado profundamente
de su hija.
La madre de la niña, suspiraba, su cabeza era un torbellino de pensamientos, el silencio
se profundizaba entre ellos. Ella sabía muy bien quién era el caballero… ¿Es que el
cielo le mandaba este buen hombre?
—Pues bien—decía con un hilo de voz no saliendo todavía de su asombro— Permita un
pequeño tiempo para que hable con mi hija, no he de ser yo la que imponga nada.
Vuelva usted dentro de tres días.
—Gracias señora por su comprensión.
Hacía una reverencia y se retiraba con una esperanza en su corazón. Ya había dado el
primer paso hacia ella.
Ana, sumamente alegre, entraba en la habitación en la que estaban compartiendo
bebidas calientes, su hermana y su hija. Ambas la miraron curiosas esperando que la
mujer hablara, pues sabía María de esta visita por su tía que había salido a recibir. Las
había preocupado, haber… si la mentirilla dicha al “energúmeno” resultaba cierta que
un hombre de dinero venía para sacarles lo que tenían…
Ana hablaba despaciosamente explicándoles la conversación que había tenido con el
gentil varón, hacía hincapié en el ofrecimiento de boda pero también en la libertad de
aceptarlo o no. Igual él las ampararía.
—Piensa hijita — decía tan sólo para hacerle ver, no para obligarla— Que aunque no
hagas boda lo mismo se solucionarían todos nuestros problemas, pero… igual siempre
estaría acechando alguien para casarse contigo y no sé, por los tiempos que corren, si
sería con la honestidad de este hombre. Él no va a tomar dote de ti.
—Mira María qué buen hombre es. ¡Y qué desinteresado!—agregaba su tía— Lo mueve
sólo el amor por ti.
María bajaba la cabeza. No conocía al hombre, tan sólo sus saludos respetuosos.
Siempre pensaba que un gran amor la llevaría por los caminos del romance. Lo que toda
mujer sueña para sus fueros internos. También pensaba en la situación que estaba
viviendo. En los peligros que corrían y, tenía razón su madre, la acecharían para casarse
y no sólo usarían su pequeña dote, sino que le exigirían a este buen hombre entregar
más y desde el momento que se casase ya no estaría bajo el amparo del gentil caballero.
De todas maneras, se tomaba su tiempo para pensar, pero lo que más rondaba en su
cabeza era:
—No sería ella la que pondría en riesgos a su madre, a su tía y a ella misma.
El Camino de la Rosa 192

Así que reunía a las mujeres de la casa y dirigiéndose a su madre le decía con firmeza:
—He aquí, que tu voluntad sea, madre querida. Tú sabes cómo resguardar.

En el transcurrir de esos tres días en que Josseá debía volver por una respuesta, fueron
lo días más largos de su vida. No podía contenerse. Hubiera querido correr y saber ya
esa respuesta. No dormía, no hacía más que pensar en la chiquilla. Nunca se había
sentido de esta manera, ahora sabía lo que era estar profundamente enamorado.
Por fin el plazo se había cumplido. Esa mañana se levantaba para asearse y vestirse
prolijamente. Estaba listo para ir en busca de esa respuesta que lo podía hacer el hombre
más feliz del mundo o introducirlo en las tinieblas del sufrimiento.
Llegaba luego de la larga caminata. Estaba parado ante la puerta. No se animaba a
golpear, el corazón le quería salir por la garganta, esperaba entonces a calmarse antes de
llamar para que le abrieran. Por fin se decidía a golpear con los nudillos esa puerta que
podría unirlo o separarlo de la mujer que amaba.
Nuevamente la mujer embarazada lo atendía para hacerlo pasar, ya no quedándose en el
patio de plantas sino en una pequeña habitación que hacía las veces de un recibidor. La
mujer se retiraba con una sonrisa para dejarlo esperando por largo rato. La impaciencia
lo carcomía. Ya estaba por golpear sus manos para que alguien saliera.
De pronto, veía la figura grácil de la joven que estaba cruzando el patio para dirigirse
hasta donde él esperaba.
Al entrar en la habitación, el caballero hacía una reverencia en forma de saludo. Sentía
que su corazón parecía un caballo desbocado.
—Buenos días señor—saludaba María—disculpe la tardanza pero usted llegó muy
temprano y no estábamos listas.
—¿Temprano? No sé… pensé que era tarde.
—Por favor siéntese ofreciéndole unos plumones. Mi madre ya está por llegar.
—Gracias— ¿Tú sabes a lo que vengo?
Después de hacer esa pregunta se daba cuenta que era lo más tonto que había
preguntado en su vida, sino, “para que fueron los tres días…
—Sí, he hablado con mi madre—contestaba con firmeza— Pero… por favor la
esperemos, así usted conversa con ella.
—Está bien.
No intercambiaron más palabras hasta que por fin llegaba la madre de la joven,
saludando afectuosamente al visitante. María se retiraba para que ambos pudieran
conversar.
Josseá muy ansioso, preguntaba:
—¿Tiene usted la respuesta a mi pedido?
—Sí, lo hemos charlado con mi hija— hacía una pausa para continuar—decidimos que
sí.
—¡Que sí!… ¿Sí a la boda? — preguntaba atontado.
—Sí, hombre… ¿No es lo que usted solicitó?
—Perdone Ana—por primera vez la nombraba—Estoy tan ansioso que no sé cómo
comportarme.
—Lo entiendo— lo miraba divertida— Bueno disponga usted cuando quiera hacer boda
con mi hija.
—Lo más pronto posible
Le habían salido esas palabras de un solo tirón.
A partir de ese momento, los novios se verían muy poco hasta que llegara el día de su
boda que se realizaría en la casa de Josseá rodeado con sus hijos. Por supuesto,
previamente todos los arreglos necesarios se habían acordado para la seguridad de las
El Camino de la Rosa 193

mujeres de esa casa, además de ayuda económica en caso de necesidad. En honor a la


verdad, Ana no necesitaba lo económico, sí deseaba tener la seguridad de vivir en paz, y
era lo que estaba pactado principalmente. Josseá, a partir de la boda se haría cargo ante
la Ley judía de ellas, y nadie podía hacer intromisión alguna. En caso de morir el varón,
seguiría este pacto el mayor de sus hijos.
Llegaba el día tan esperado, el de la boda.
Estaban todos reunidos en la casa, aquella que estaba rodeada por una gran extensión de
campo en medio de colinas que, aún subiéndolas, todavía seguían las posesiones de
Josseá para bajar hacia el otro lado y encontrarse con una nueva elevación. Él no se
destacaba con una imagen de hombre rico, no haciendo ostentación de lo que tenía, por
el contrario, trataba de que lo vieran como un hombre trabajador de la madera, tal era su
profesión y que, por otra parte, había enseñado muy bien a sus hijos.
María había llegado, acompañada de su madre y su tía, unas horas antes, para vestirse y
arreglarse acorde al acontecimiento. Había usado la habitación que luego sería la que
compartiría con su esposo. Mientras se vestía, tenía un sensación extraña que se
asentaba principalmente en su estómago, un arremolinar de emociones que despertaban
un profundo deseo de llorar. Ya las lágrimas pugnaban por salir cayendo algunas sobre
su rostro, rápidamente las secaba con su brazo. No quería que su madre se diera cuenta
y se preocupara por ella ya que la veía tan feliz.
¡Parecía que la boda era para ella!
A la ceremonia asistieron la familia de él y algunos amigos. Su madre y su tía, como
únicos integrantes de la de ella. Fue una fiesta alegre compartiendo ese momento con
todos aquellos que los querían. Los hijos se mostraron muy respetuosos con la mujer de
su padre, quizás con una distancia de sentimientos lógicos por el cortísimo tiempo que
la conocían, pero que seguramente se acortaría con el recorrer de los días, pues María
con su amor, su don de bien, sabría ganarse el cariño de estos varones.
El Camino de la Rosa 194

LOS ENCUENTROS

El portal de la casa de Magdalena atraía por su belleza. La jovencita había hecho de él


un verdadero vergel. Todos los que allí llegaban se sentían atrapados cuando recorrían
la entrada al hogar.
Lo mismo le pasaba a Juan, quien hacía del lugar un refugio, despertando en él aquellas
ideas que lo hacían sumamente feliz, llenándolo y embargando todo su ser. Había
saboreado de una nueva concepción de vida y ya no podría vivir sin ella, claro que
defendería hasta las últimas consecuencias los conocimientos que estaba receptando.
“Palabras que se manifestaban en su cabeza y en su corazón”
Luego del trabajo, solía pasarse horas sentado, mirando a la nada. Ese era el momento
preciso en que su vida iba cambiando poco a poco pues se estaba colmando de esta otra
realidad. La idea o el sentimiento más fuerte de todos, era aquel que le decía… que un
solo ser humano podía cambiar la historia de la humanidad y ese… él sabría… lo
reconocería en cuanto lo viera.

POR QUE ESE HUMANO ESTABA YA EN ESE TIEMPO, PARA ESE TIEMPO Y
PARA LOS TIEMPOS POR VENIR.

Magdalena solía observarlo con gran curiosidad. No quería interrumpirlo, ni tampoco


preguntarle nada. Sólo esperaba con paciencia para que naciera de él la necesidad de
compartir esto que le estaba pasando. También era muy cierto que, cuando ese estado de
contemplación se extendía, le llevaba más días sin hablar. En el silencio se asentaba lo
recibido. Hacía sus tareas sin pronunciar palabra hasta que, de a poco, la iba
recuperando para maravillar a la muchacha con lo que contaba.
—¿Juan tendrá una voz en su oído? — pensaba la joven.
Las mujeres de la casa seguían con su vida de todos los días, haciéndose más difícil para
la muchacha, que extrañaba demasiado al hombre de sus sueños del cual todavía no
tenía noticias. Esto la angustiaba bastante o acaso… ¿La había olvidado?
Inmersa en estos pensamientos sentía a su madre que la llamaba, casi con urgencia.
Había visto a lo lejos a dos personas que caminaban en dirección a su casa, justo
saliendo del recodo del camino. La joven corría hacia el portal tratando de identificar
quiénes eran, su madre ajustaba la vista por la misma razón. No obstante el corazón de
la pelirroja ya estaba causando estragos en su cuerpo. No sabía si reír o llorar a medida
que estas personas se acercaban.
Le parecía en un momento que era su Jesús, en otros no…
¡Tendría que esperar a que se acercaran más!...
Se acomodaba el cabello, arreglaba su ropa, todo en un momento. Cuando la figura de él
se hacía clara a la vista, los sentimientos que habían despertado la larga espera hicieron
eclosión en el pecho de la muchacha para irrumpir en un llanto apretado, sostenido. Su
madre volteaba para mirarla sin comprender lo que le pasaba, aunque en el fondo de su
corazón… en fin… sí sabía.
Y le dijo —Ve a buscarlo hija.
María Magdalena corría, levantándose la túnica para no tropezarse en ella. Y… corría…
corría… sintiendo de pronto que unos brazos la tomaban por la cintura. Era su amado
El Camino de la Rosa 195

que la abrazaba fuertemente. A los dos les surcaban las lágrimas por sus rostros. A los
dos les repiqueteaban en un solo aunar los corazones. Los dos…

REPRESENTABAN LA GRAN UNIÓN DE LAS ENERGÍAS CÓSMICAS,


FEMENINA- MASCULINA- NECESARIAS PARA ESA GRAN TAREA DE JESÚS
EN LA TIERRA.

Siguieron el resto del camino hasta llegar a la casa, abrazados ante la mirada y la sonrisa
de Moab y Rehién. No quisieron besarse delante de ellos por una cuestión de recato.
Estaban entrando en el portal cuando vieron a Juan, quien se acercaba para hacer sus
meditaciones diarias. Iba distraído, no se había percatado de las nuevas visitas hasta que
su vista se posaba en el hombre que venía caminando y traía tomada por los hombros a
su amiga. Se sorprendía ante esta situación pero sus ojos recorrieron la figura del varón.
Su corazón le daba un salto advirtiéndole algo que él ya conocía, ese hombre que se
presentaba en sus sueños…
¡Era Él!... ¡No podía dar crédito a lo que veía! ¿Qué estaba haciendo que no iba al
encuentro de su Salvador?
¡En cambio estaba allí parado, inmóvil!... ¡Nunca se le hubiera ocurrido que estaría allí
al alcance de su mano! ¡Tenía que mover sus piernas y correr hacia Él!
Por fin sus piernas le hicieron caso para correr con toda su fuerza hacia su encuentro
para tirarse al suelo y tomarle las rodillas a la vez que balbuceaba:
—Señor—Señor Salvador de mundos. Te estábamos esperando.
Jesús le tomaba de las manos para decirle:
—¡Levántate Juan!
Se abrazaban y en ese acto de amor fraterno, se sellaba en los cielos la parte que estaba
asignada a Juan en esta “Gran tarea de Redención para la Humanidad”.
Moab sumamente silencioso, era observador de los sentimientos humanos, mejor dicho
era contemplativo y admirador de estos sentimientos. El resto del camino hasta llegar a
la casita cálida, albergue de desamparados, llevaba Jesús abrazados a Juan con un brazo
y a Magdalena con el otro.
La joven se preguntaba— ¿Cómo era que conocía Jesús a Juan?
Él la miraba y le sonreía para besarle la frente en un acto de comprensión cariñoso.
Rápidamente, Rehién invitaba a todos a pasar, tomarían algo caliente. Luego los
enamorados tendrían su tiempo para contarse sus cosillas.

Moab explicaba que había nacido el hijo de Victorio, e iban a hacer una fiesta cuyo
motivo era dar ingreso oficial al nacimiento del niño en la familia y en la comunidad
según usanza. Venían a buscar a Magdalena y a su madre, también a Juan, si quería ir.
La joven por supuesto se aprestaba a ir, aunque la detenía el pensamiento de lo que
había ocurrido con Victorio, y no estaba segura de la reacción de él para con ella. Le
decía esto en voz queda al sacerdote.
—No te afanes querida mía— le contestaba— las cosas han cambiado, ahora él está
enamorado de su mujer y este niño le ha traído la alegría y la paz en su corazón.
—¡Gracias abuelo! —pensaba para sus adentros acordándose de las palabras de la voz
en su oído.
Su deseo se había hecho realidad. Ahora ella y Jesús podían estar tranquilos porque
nadie tendría motivos para sufrir por esta relación. Y eso era decir mucho.
Ante la invitación Rehién prefería quedarse, tenía la compañía de Juan, salvo que él
quisiera ir… pero el joven no había aceptado, prefería quedarse en soledad, era feliz así,
a su manera.
El Camino de la Rosa 196

Rápidamente la muchacha se preparaba para emprender este viaje a la casa de la familia


de su amado. Esta vez no iría sola sino acompañada por Jesús y el pícaro viejito. <Gran
acompañante de todas las circunstancias especiales>
Así debía ser, estaba escrito no sólo para ese tiempo sino también en otras
circunstancias del futuro.
Los enamorados se fueron a caminar, buscando soledad, sus pasos los llevaban hacia el
río… ¡Era tanto lo que necesitaban decirse!
También para Juan era una necesidad estar con el hombre que le hablaba en sueños.
¡Tenía tanto para preguntarle!
No podía dejar de perseguir a la pareja y hablarle constantemente de todo lo que sabía.
Jesús lo comprendía y dejaba que esto sucediera, pero a Magdalena le molestaba, ella
quería estar con su enamorado a solas.
En un momento dado, la joven le decía a Juan.
—¿Tú sabes que nosotros somos enamorados?
—Tú nunca me dijiste nada—respondía un poco sorprendido.
—¿Pero no tienes ojos, amigo mío?
—Sí… pero son tantas las necesidades que tengo de preguntar, de saber que no me
permitieron ver eso que tú dices. Perdona Mag — se disculpaba Juan.
Jesús se sentía como en falta, se dirigía a la muchacha haciéndole señas para que no
dijera nada. No obstante Magdalena insistía:
—Bueno Juancito, luego hablarás con él. ¿Nos dejas solos?
Juan avergonzado se retiraba del lugar.
—Mag como dice él.
El Nazareno hacía un movimiento con su cabeza, señalando al joven que se retiraba
para decirle con suavidad…
—¿No estuviste un poco ruda?
—¿Sabes el tiempo que estaba esperando este momento?
Era la contestación de Magdalena, plantándose ante él.
—Y sí; cuando de trata de ti, soy egoísta. Te quiero para mí sola.
Él movía la cabeza, a la vez que le acomodaba un mechón rebelde del cabello.
—Tendrás que aprender muchas cosas, mi niña. Poco a poco yo te ayudaré a despertar.
Te asombrarás de ello y vendrá el tiempo que comprenderás que este amor que sentimos
nadie podrá interrumpir, porque será para el mundo el eslabón perdido de la verdadera
realidad del ser humano de la Tierra y su conexión con el Cosmos, con lo Divino, o con
la Creación, o el mismo Dios.
—Bueno ya habrá tiempo para ello, para esas palabritas que tú tan bien dices, mi
amor—interrumpía la niña— Ahora quiero abrazarte, apoyar mi cabeza en tu pecho…
¡Por favor, necesito de ti!... ¿Si?
A lo que Jesús respondía con caricias en su cabello.
Ese perfume de la piel de ella lo absorbía, le hacía olvidar tantas reflexiones sintiendo
sólo como un hombre que amaba a una mujer. Era el momento propicio para prodigarse
mimos, para abrazarse y besarse como toda pareja que necesitaba estar sola.
Jesús, la separaba de sí, le daba un beso en la nariz para tomarla de la mano y llevarla
hacia dónde todos estaban reunidos para compartir ese día con el resto de los que
estaban en la casa.
—Mi amor—le decía mientras la llevaba tomaba de la cintura— Pronto haremos nuestra
boda y compartiremos todo los que nos brinda el matrimonio. Estas caricias
suspendidas, este amor urgente que fluye entre nosotros. Ahora es justo que estemos
con los demás.
El Camino de la Rosa 197

Mag como decía Juancito, no estaba muy convencida, eso de “compartir con los
demás”.
Todos los miraron cuando entraron, se notaba que la felicidad los embargaba para
aunarlos más allá de todo. Las energías se movilizaban no sólo alrededor de ellos sino
que se notaba una expansión que crecía cada vez más. El amor humano de la Tierra
hacía las veces del amor consabido del Cosmos, funcionaba de la misma manera
moviéndose en inimaginables energías de bonanza para los que están sintiendo y los que
están acompañando y mucho más también.
Más tarde pudo tener, el temeroso de Juan, esa charla que tanto estaba necesitando,
manifestando todo lo que sentía y constatando que sus percepciones eran tan reales
como que él estaba frente a frente al hombre que se le aparecía en sus sueños desde
pequeño. Bien valía la aclaración del joven de la montaña cuando le decía:
—Juan, querido amigo. Ahora estás fascinado por todo lo que te pasa, pero ten en
cuenta el ambiente que te rodea. Llegará el día que tendrás que fortalecerte mucho para
trasmitir esto que ahora te embarga, sufrirás desconfianzas por muy hermoso que sea lo
que digas.
—Ya lo sé— contestaba seguro de sus sentimientos para proseguir— Quiero vivir y que
todos vivan en un lugar diferente, un lugar que es la misma Tierra pero con otro sentir,
en el que sólo las bellezas que yo vi, existan. Si tengo que pasar dolores… ¡Bienvenidos
sean! si ello hace, que esta humanidad cambie.

¡Qué increíble encuentro el del profeta y Jesús! Ambos caminantes en un misionar.


Compartieron unos días maravillosos en la casa de las mujeres. También tuvieron los
novios oportunidad de hablar mucho, de contarse cosas. Explicaba él las muchas
vivencias ocurridas en la montaña para asombro de Magdalena. La dejaba pensando.
¿No sería que había comenzado para la niña la cuenta regresiva hacia su despertar?
Todo se relacionaba con todo. Surgía así la conversación acerca de los anillos. Ninguno
sabía que el otro lo portaba, ni tampoco sabía Jesús que un beato había traído esa piedra
para uno de ellos.
¡Ahora estaba todo muy claro! ¡Por supuesto estaba perfectamente comprendido el
sentido de los anillos!

<<Significaba boda, en la Tierra. En el Cosmos unión. En el universo todo se mueve en


círculos de unificación y de expansión. Esta boda con Magdalena haría la unificación de
energías necesarias para la expansión de la misma expresión de la Luz en el planeta
Tierra y todo lo que conlleva en él. Los anillos sólo son símbolos de esa misma
expresión>>

Pensaba Jesús…
—Pues, entonces habría boda.
Si bien él le había hablado de boda a la joven, lo había hecho con un sentido humano,
ahora sabía con certeza que era parte del Cosmos también. Hablaría con los sacerdotes
aún sabiendo que todavía debía esperar a finalizar con su preparación allá en la
montaña.
Rehién estaba afanosa preparando regalos para el niño, tejía en esos días un canastillo
que serviría para acoger al bebé en sus primeros tiempos. Tampoco se olvidaba de
María, y envasaba miel de la mucha que tenían, en las colmenas que tan bien cuidaba su
hija.
Ya estaba todo listo y cargado en el burrito familiar.
El Camino de la Rosa 198

Los tres luego de despedidas, abrazos y recomendaciones, partieron caminando bien


temprano.
Rehién se quedaba tranquila pues su hija iba bien acompañada y era la primera vez que
los jóvenes compartían un viaje. Tratarían de llegar a la tardecita a las cuevas para luego
en la mañana seguir hacia la casa de María que les llevaría unas dos o tres horas más,
según el cansancio que llevaran. Si apuraban el paso, quizás no paraban en las cuevas,
seguían adelante y tarde en la noche llegarían. Pero para ello hacía falta, luna que
alumbrara. Esa noche era de luna llena.
Entre risas y conversaciones los tres agilizaron el paso, llevaban calzado adecuado para
caminar. Palabras que iban y venían pero lo que los acicateaba, estaba por decirse:
—¿Sabías Moab que los dos tenemos anillos que nos llegaron en circunstancias muy
llamativas?
—Sí, lo sé—contestaba el viejito sonriendo capciosamente.
—Bueno… aún sin esto de los anillos nosotros queremos hacer boda. Y creo que esta es
una buena oportunidad para aprovechar avisarle a mi familia.
—Está bien muchacho. Haz lo que tu corazón te dicte. Lo único que no debes olvidar es
que tienes que terminar con tu preparación en la montaña.
—Sí, por supuesto, luego de ello.
Magdalena no cabía en sí de la alegría que tenía ante esta boda.
¡Por fin tendría al amor de su vida! y dejarían de ser sus “sueños en suspenso”.
Cuando regresaran hablaría Jesús con Rehién.
Todavía estaba alto el sol y llegaron a las colinas frente a las puertas de la ciudad de los
romanos; decidieron seguir adelante, había luz del día para un tiempo más. Mag como le
decía Juan estaba cansada, él la levantaba para ponerla sobre el burrito. De esta manera
podía descansar sin parar la marcha.
—Tan sólo un poco más—decía, pues a ella no le gustaba ser peso para el animal.

La noche caía en todo su esplendor, los acompañaba la luna que brillaba e iluminaba el
camino al paso de los viajeros.
<—Así—le comentaba Jesús a la joven — Era iluminado el camino del hombre por los
seres abocados a ello pero éste en su dificultad de sentir, de abrirse, no vislumbraba este
resplandecer.>
Se notaba a lo lejos una lucecita por la ventana de la casa de su familia, era la luz del
fogón encendido. Apuraron el paso en las ansias de llegar estando ya muy cerca del
portal. Entraron y, al momento, ya estaba Jesús abriendo la puerta de su casa. La
primera imagen que tuvo al ingresar era la de su familia rodeando a su madre y
compartiendo alimentos que despedían un olorcito muy particular. Era lo propio de las
comidas hechas por María que tenía mucho que ver con el compartir del hogar… ¡Claro
que sí! ¡Les estaba despertando el apetito!
La sorpresa de los suyos fue grande, se levantaron para abrazar y recibir con gran
alegría a los viajeros.
—Sabíamos que venían por el beato— se apresuraba a decir la madre— Los
esperábamos para mañana.
Dirigiéndose hacia Magdalena la abrazaba.
—¡Qué agradable sorpresa, hija! Ven, siéntate a mi lado.
Enseguida hacía una seña a su hijo indicándole que se sentara al lado de su novia.
Era tal la algarabía que todos hablaban juntos, hasta un punto en que, la dueña de casa
ponía un orden en las conversaciones. Además Moab quería decir unas palabras muy
bonitas con respecto al sentir de los sacerdotes para con Jesús y su familia. Luego le
El Camino de la Rosa 199

tocaba el turno al joven enamorado que, ni lerdo ni perezoso, aprovechaba la ocasión


para expresarse de esta manera:
—Madre, hermanos— hacía una pequeña pausa para tomar aire— Quiero decirles que
Magdalena y yo nos amamos profundamente. Vamos a unirnos en boda muy pronto.
Sólo esperaremos que mi preparación en la montaña finalice.
Todos quedaron estupefactos. Menos María quien sabía de los sentimientos de su hijo,
fue la primera que se levantaba para abrazar a la pareja, muy emocionada, y con
palabras entrecortadas decía:
—Yo sabía que esto sucedería y no saben lo feliz que me hace esta noticia.
Mirando a la joven y tocándose el pecho decía:
— Magdalena tienes un lugar en mi corazón.
Los muchachos sí, estaban sorprendidos. Una vez más Enrico expresaba cachaciento.
—Dónde estábamos nosotros, que no nos dimos cuenta. Tal parece que vivimos
suspendidos en el aire. Aún así creo, hablando por mis hermanos que nos gusta esta
unión.
— Claro—replicaba Santiago—hace boda el más pequeño de los varones. Vamos a
tener que apurarnos mis hermanos y yo.
Juan no emitía palabra. Tenía su cabeza gacha, por lo que llamaba la atención de Enrico
y más todavía cuando un lagrimón recorría sus mejillas.
El hermano lo tocaba con el codo y le preguntaba en voz queda:
—¿No estás contento? ¿Qué te aflige?
—Sí, estoy contento, sólo que me emociona esta boda.
Mirando a Santiago agregaba:
—Cómo tú dijiste es el menor de los varones, yo… no lo veía como adulto. ¡Por
supuesto que me alegra! Magdalena finalmente se quedará en la familia… ¿No es lo
queríamos todos?
Moab los observaba sabiendo quiénes eran cada quien en sus lugares originarios. Ahora
obnubilados por el velo, aún así, conformaban esta familia amorosa y era una buena
ocasión para levantar su jarra con agua y entregar su pureza para que todos reciban de
ella. Tal como si fuera una bendición, que no era otra cosa que los buenos deseos de
felicidad para la nueva pareja en la Tierra, y la representación de la unión de la dualidad
en el Cosmos.
Rápidamente, se levantaba Enrico y buscaba un odre de cuero con un buen vino hecho
por él, era especialista en vides. Tenía cerca de la carpintería algunas plantas que
cuidaba con esmero para cosechar y hacer el buen vino para la familia. Había aprendido,
en un comienzo, de un comerciante que le había explicado las bases del proceso. Ponía
un poco de ese vino en los jarros y hacía lo mismo que Moab, levantaba en señal de
entrega, para que el fruto que provenía de la tierra, fructificase como el buen vino, en el
amor de la pareja.
Estaban todos cansados. Faltaba tan sólo un día para la fiesta de presentación del niño.
Magdalena se dirigía a la habitación donde ya había estado en otro momento. Moab y
Jesús también.
Al otro día, la muchacha se levantaba un poco más tarde que todos, Jesús ya estaba
compartiendo con el sacerdote y su madre debajo del árbol los alimentos diarios.
—No me despertaste corazón— decía la joven dirigiéndose a él.
—Quería que descansaras— le tomaba la mano cariñosamente— Caminaste mucho en
el día de ayer.
Se sentaba con ellos para tomar también el primer alimento del día. Estaba radiante la
joven pelirroja. En un intervalo de la conversación ponía su mano sobre el brazo de
María para llamar su atención y decirle:
El Camino de la Rosa 200

—¿Te ayudo en las preparaciones, madre?


—Gracias, querida. Seremos tres para trabajar. Jasminne debe estar por llegar.
Ante estas palabras que la sorprendieron se ponía tensa mostrando en su rostro
preocupación.
Mag, no articulaba palabra.
María quería explicarle la conversación mantenida con la esposa de Victorio, pero no
había tenido tiempo… ella ya estaba ingresando por el portal.
Magdalena miraba a María, como buscando ayuda. Ella hacía un movimiento con su
mano para tranquilizarla, haciendo una seña para que esperara.
Ya estaba la joven visitante entre ellos saludando a María con un abrazo, lo mismo
hacía con los varones presentes. Mag no sabía qué hacer, sólo esperaba, quizás… un
chubasco. El corazón le latía fuertemente. Para su sorpresa, la esposa, reciente madre se
daba vuelta para quedar frente a la muchacha pelirroja y darle un fuerte abrazo.
Mientras lo hacía, susurraba palabras al oído de Magdalena.
—Perdóname por no haber comprendido.
Con estas palabras se retiraba un poco para tomar las manos de la joven novia por unos
momentos. La madre respiraba profundo y acompañaba este momento con una sonrisa.
Raudamente, como para cortar un poco este ovillo de motivaciones, ofrecía alimentos a
su nuera.
Jesús se apresuraba a tomar de la mano a Magdalena en señal de aprobación. Se
levantaba para abrazarla por los hombros y luego decir:
—Jasminne… Mag y yo vamos a hacer boda. Nos amamos.
Se quedaba con la boca abierta y, poco a poco, en su rostro, se formaba una sonrisa que
pronto se convertía en regocijo y… eufórica abrazaba a los novios.
¡Había sido una gran noticia para Jasminne! ¡Todo se iba acomodando a la perfección!
Las mujeres, todas tranquilas y emparentadas, cada una desde su lugar, se fueron a
preparar los ricos alimentos que se repartirían en el día de la fiesta de presentación.
Celebración que sería bastante íntima, la familia y algunos que otros amigos. Era el caso
de Pedro, amigo de Victorio. Pablo, con su esposa y su hija Sara, amigos de Juan.
Más tarde, cuando habían terminado con sus tareas, la esposa de Victorio invitaba a
Magdalena a ir a su casa para conocer a su bebé. En esos momentos estaba al cuidado
de su hermana. Eran tres con Jasminne las hermanas de esa familia.
Se apresuraron a salir para hacer el trayecto que separaba de la casa de María hasta la
casa que albergaba a los esposos. Se sentían muy bien ambas mujeres, se habían
comprendido y habían iniciado una linda amistad.
Faltando poco para llegar ya estaba Victorio en la puerta esperando a su mujer. Veía dos
mujeres que se acercaban, agudizaba la vista y se daba perfecta cuenta que una era su
esposa pero la otra no, no sabía...
Un solo dato ingresaba por su retina, un reflejo de un cabello rojizo.
No necesitaba más, esa comprensión hacía que su corazón diese una vuelta entera para
luego seguir palpitando muy fuerte. ¡Había reconocido a Magdalena y ya estaban muy
cerca! ¡Debía recomponerse!
Se sobreponía para salir al encuentro de las mujeres, en el acercamiento veía su esposa,
que lo miraba a los ojos como comprobando los sentimientos que en él despertaba esta
presencia. Se sentía confundido pero a la vez un sentimiento de ternura lo embargaba al
notar que esa mujer que lo estaba mirando sin perderse detalle, era la suya, era su
realidad, era “su mujer”. Cuando llegaba hasta ellas, abrazaba con mucha fuerza a su
esposa y le decía:
—Te extrañé.
Ambos se confundieron en un beso en que se mezclaban los diferentes sentimientos.
El Camino de la Rosa 201

Magdalena los observaba con una sonrisa tranquila, radiante.


—¡Victorio merece ser feliz! Es un buen hombre.
Él se daba vuelta para saludarla con mucho cariño, emprendiendo inmediatamente la
marcha los tres juntos hacia la casa.
Al ingresar, el padre tomaba a su hijo en los brazos y se lo ofrecía a la muchacha, que lo
recibía con gran ternura en los propios. Se mostraba un hombre orgulloso de su hijo.
Magdalena lo acunaba y sabía que también ella, algún día no muy lejano, podía estar
abrazando a su propio hijo. Sentía que se despertaba en ella la necesidad de proteger, de
cuidar a un pequeño.

<En honor a la verdad, no era generalizado este sentimiento en esa época, tampoco en
otras más adelante, pero se iba abriendo camino para que el lazo se fuera acentuando y
se hiciera más profundo en la mayor cantidad de padres posibles.>

Decidieron regresar a la casa donde se estaba preparando la fiesta familiar, en el


trayecto en la charla amena, surgían preguntas que Victorio hacía a la joven pelirroja.
Primero quería saber por la salud de su madre, para luego llegar a lo que le interesaba,
que era la relación de ella con su hermano menor.
Esta pregunta la tomaba por sorpresa.
—¿Cómo?… ¿Tú sabes? — contestaba extrañada.
—Me contó mi madre— se apuraba en responder— Te aseguro que me hizo muy feliz
la noticia.
—Lo que tú no sabes— aclaraba la esposa— Es que Jesús y Magdalena pronto hacen
boda.
Victorio recibía el impacto y por unos momentos quedaba en silencio para decir muy
emocionado:
—Mi hermano se merece una mujer como tú Magdalena. No podía ser de otra manera.
Espero que sean muy felices. Te lo digo desde mi corazón.
—Gracias Victorio. No esperaba menos de ti.
No se habló más del asunto.
Llegaron a la casa. Victorio se acercaba a su hermano para abrazarlo y mantenerlo
fuerte entre sus brazos por unos momentos. No hicieron falta las palabras sólo se
mezclaron los buenos sentimientos, tan bien enseñados en esa familia, desde los
comienzos. Compartieron la comida diaria en un ambiente alegre.

La presencia de un hombre se manifestaba cada vez más por la vera del camino. Lo
reconocieron enseguida, era Simón Pedro. Seguramente habría pasado primero por la
casa de Victorio y, al no encontrarlo, venía en su busca a la casa de su madre. Llegaba
hasta ellos, cansado y respirando con dificultad, la subida de las colinas era muy
pronunciada. Saludaba a todos los varones obviando a las mujeres. Conociéndolo,
Victorio instaba amablemente y en tono de broma a saludarlas. Respondía con tan sólo
un movimiento de su cabeza en señal de saludo, pues consideraba que era un acto de
debilidad. Las mujeres, por su parte, lo ignoraron, salvo María quien con palabras
cariñosas lo invitaba a sentarse para salir presto a servirle un plato de comida. Cuando
se hubo acomodado y tenía delante ese alimento que emanaba un olorcillo… que decía
muy bien lo rico que estaba, comenzaba a comer con gran apetito. A lo que María
preguntaba:
—¿Es de tu agrado Pedro?
—Sí, mucho.
El Camino de la Rosa 202

Seguía comiendo con fruición. No reparaba en nadie, toda su atención estaba puesta en
la comida, más que comer, devoraba. Terminaba ese plato y seguía otro, y otro.
—Come más despacio hijo, no ha de faltar comida.
Le decía María con esa voz suave que la caracterizaba.
—¿Sabes? Esta comida ha sido hecha con mucho amor por las mujeres que tú ves
sentadas a tu alrededor.
Dejaba de comer y retiraba su plato para quedarse en silencio. Esta situación provocaba
un malestar en el hombre por unos instantes, cosa que María supo manejar haciendo una
broma a sus otros hijos.
En ese mismo momento escucharon un eructo que cortaba el aire de esa reunión. Todos
hicieron como que no escucharon.
Jesús se levantaba a ayudar a su madre en la tarea de levantar los utensilios usados, las
mujeres recogían los sobrantes para dárselos a los animales de la casa. Victorio también
ayudaba. Pedro, muy ensimismado, miraba a estos varones que se degradaban en pos de
las mujeres, pero se cuidaba muy bien de hacer algún comentario.
El resto de la tarde, las mujeres pasaron haciendo las tareas que faltaban para la fiesta.
Los varones, a su trabajo.
Moab se acercaba a ellas, diciendo que era muy bonito ver los buenos sentimientos que
en ese momento emanaban. No había sido así cuando el visitante compartía la mesa.
También aclaraba que no era esa, una crítica sino una enseñanza para ellas.

<<Podían seguir acompañando en la negatividad, o ver más allá del hombre para saber
que su reacción sólo se debía a la ignorancia que repercutía en su persona por haber
sufrido tanto en la vida. De esa manera movilizarían los sentimientos de compasión
para, entonces sí, ayudar fehacientemente, sin decir palabras. Tan sólo con el manejo de
las propias y buenas energías podían disipar aquellas que se estaban mostrando en
negatividad. Por supuesto les explicaba lo que eran las energías y que todos las personas
estaban rodeadas de ellas, las propias y las de los demás, es más se intercalaban unas y
otras para interactuar entre sí. >>

—Es lo que hizo María —agregaba— se movió en la compasión dejando la enseñanza.


Ella no estaba en ese momento, había ido a buscar una bebida que había hecho con unas
hierbas resultando muy sabrosas. Cuando regresó las jóvenes la miraban con
admiración.
—¿Qué les pasa? ¿Por qué me miran así?
A lo que las niñas respondieron haciéndose las desentendidas.
—Nada madre.
Moab también había dejado su enseñanza en las muchachas.

Se retiraba para caminar saboreando todo lo que la naturaleza le brindaba, para llegar al
lugar de trabajo de los hijos de Josseá. Quedaba un poco retirado del hogar pero así lo
había decidido el padre de familia, pensando siempre en la tranquilidad de la misma, no
mezclando las actividades de un lugar y otro. De esa manera, evitaría la afluencia de
personas en su hogar que iban para encargar lo que necesitaban.
Se notaba que era un lugar de trabajo, las energías de los pensamientos de los que allí
trabajaban, se evaporaban, no formaban nada, porque tan sólo eran energías de trabajo.
El sacerdote se divertía bastante con la observación de ellas, eran globitos transparentes,
como pompas de jabón que se evaporaban al mero contacto con cualquier cosa.
El Camino de la Rosa 203

Jesús trabajaba a la par de sus hermanos, y había traído ideas revolucionarias desde la
montaña, más aún del Templo Ovoidal cuando veía cosas del futuro. Las aplicaba en la
madera creando muebles útiles para la época.
Juan era el que más le ponía atención, saboreando cada palabra de enseñanza que su
hermano decía, es más, le urgía aprender, no sólo lo que se refería al trabajo en madera,
sino los conocimientos despertados en la montaña. Su hermano le prometía que a su
regreso estaría presto a conversar y a enseñarle todo lo que quisiera. Juan tomaba nota
de cómo hacer esto y aquello. Su escritura era rudimentaria pero se entendía a la hora de
repasar lo que había anotado.

Enrico se reía mucho de las ocurrencias de su querido hermano, “el pequeño” como él le
decía, es que Jesús tenía un humor que lo caracterizaba. Lejos estaban esos días de
depresión que habían hecho de Enrico, un hombre angustiado que ya no quería vivir.
Situación generada por él mismo, y acopladas a otras energías que hacía su afín,
presionando cada vez más en la idea de la muerte. Su hermano menor, el pequeño Jesús
había apoyado su manita en la cabeza del enfermo, para sacarlo de esos sentimientos
que lo tenían totalmente obnubilado. El Enrico de hoy estaba muy bien, le gustaban las
reuniones y se sentía atraído por la hermana de Jasminne. Una bonita mujer que
ayudaba a su hermana en la crianza de su hijo y quedaba hospedada en la casa de
Victorio. Por supuesto, situación que aprovechaba el joven para verla unos momentos
acompañando a su hermano luego de trabajar. La muchacha en cuestión trataba de estar
todo lo posible en esta casa, pues, se le hacía difícil estar con los padres por el abuso de
violencia que vivía a diario con su progenitor.
Los pensamientos del joven, hermano de Jesús, disparaban hacia la muchacha. La vería
con más intensidad en el día de mañana en la fiesta y trataría, por todos los medios, de
estar cerca de Inés, así se llamaba la sufrida mujer. Habían llegado a él, rumores de que
era tanto el sufrimiento que padecía, que si no fuera por su hermana, ella hubiera
utilizado como último recurso el irse a vivir con las monjas del monasterio.
Por otro lado, Inés lo miraba con interés, le gustaba, aunque más le agradaba el hecho
de que pertenecía a la familia de varones más respetada de la zona, además de saber que
estos hombres eran sumamente respetuosos con las mujeres. Deseaba tener la suerte de
su hermana. Ese era precisamente el temor de Enrico, que esta bella mujercita estuviera
movilizada por el interés y no por el cariño que, en definitiva, era lo que necesitaba el
vapuleado hombre que no tenía “suerte” en las relaciones emprendidas.

Juan, por el contrario, no se sentía atraído por ninguna mujer, sus objetivos eran otros,
quería desarrollar ese “don” despertado en que recibía símbolos que a él le gustaba
descifrar, para luego escribirlos ya sea en madera en forma de grabados, o empleaba una
escritura que él sólo conocía. Sabía que esto se iba a ampliar para él si ponía el tesón
necesario.
Moab estaba en un rincón de esa gran carpintería, observando con satisfacción a los
hermanos que trabajaban. Una luz especial emanaba de los ojillos entrecerrados del
pícaro viejito, a la vez que pensaba:
—“Si tan sólo la humanidad fuera como estos varones, con sus errores, con sus
avatares, con sus entregas de bien. ¡Y vamos!... Que era la primera vez que el Cosmos
podía reflejar en ellos el sentir universal”

<Tantas veces tantos espíritus venían a la Tierra y no podían siquiera inconscientemente


moverse en este lugar como humanos de bien, siempre hablando desde ese tiempo y en
El Camino de la Rosa 204

ese lugar. Claro, también siempre hubo excepciones a la regla, hubo otros que supieron
sembrar la semilla que forjaría cambios a posteriori.>

Santiago había dejado el trabajo, previa autorización de su hermano Victorio, para


ensayar canciones que ofrecería en la fiesta de presentación de su sobrino.
¡Cómo le gustaba la música!
Ponía todo de sí, en verdad era su verdadera vocación. Aunque los tiempos exigían otra
cosa, el trabajo por la supervivencia. Si bien lo entendía y trataba de hacer su música en
los ratos de ocio que no eran muchos, se sentía frustrado y muchas veces pecaba por
irresponsable a la hora de medir lo que era importante para los demás. Cuando cantaba
se le despertaban las fibras del romanticismo, y se encontraba pensando en Sara, la hija
de Pablo. Le gustaba tanto, esa mujer, que su imagen lo animaba a componer. Aunque
todavía no podía por su timidez decirle nada. Su hermano Juan, cuando era requerido a
dar su opinión, se refería a la muchacha como un poco tonta, claro que, para su gusto.
En cambio el trovador le salía al cruce diciendo que sólo era una joven tímida
¡Y qué tanto! Le gustaba ese candor. Además lo escuchaba, se interesaba por su música,
y cuando le decía algunas estrofas muy cerquita de su oído se sonrojaba y bajaba la
cabeza sonriendo picarescamente.
¡Qué diablos! ¡A él le gustaba!

Al otro día se levantaron temprano. Debían prepararse para la fiesta que iba a comenzar
alrededor del mediodía desarrollándose durante toda la jornada. Tuvieron especial
cuidado de no hacerla en el día señalado para descanso por la religión de ese momento.
Las mujeres aprovechaban para lucir vestidos nuevos y engalanarse ante la vista de los
varones, algunas para seducir, otras para parecer mejor ante los ojos de sus esposos.
Se ultimaban lo preparativos coincidiendo con el sol alto, justo arriba de las cabezas
para iniciar la presentación del niño varón.
La ceremonia consistía en que el padre llevaba a su hijo en brazos, subiéndolo por arriba
de su cabeza para ponerse al frente del rabino, que hacía las veces de representante de la
religión que acogía a ese niño en su seno. Todo ello dentro del marco del respeto y de la
consagración. Más tarde, el varoncito era llevado con su madre y comenzaba la fiesta.
Los invitados se acercaban al padre, y luego del saludo acostumbrado, dejaban sus
regalos. Prestamente, con el buen apetito que todos gozaban, se acercaban a la mesa de
los alimentos donde comían y bebían con fruición. Las bebidas consistían, desde
refrescos hechos con hierbas, como manzanillos, hasta el vino que era fabricado por
Enrico.
Los invitados tenían los ojos puestos en Jesús y Magdalena. Se corrían rumores por lo
bajo, como en susurros, que ellos iban a hacer boda. Pablo se acercaba, sin más vuelta a
preguntarles, a lo que Jesús contestaba afirmando como verdadero lo que se estaba
diciendo. El amigo de Juan los felicitaba desde el corazón abrazándolos. Sabía que en
esa familia las bodas eran por amor.

<<En ese tiempo las bodas, generalmente eran por conveniencia y sólo el varón era
felicitado, según la dote que recibía justo antes de la ceremonia. En ellas las mujeres no
compartían las conversaciones con los varones teniendo que replegarse o estar con otras
mujeres. Las fiestas no eran para ellas sino para el varón que estaba haciendo un favor a
la mujer y a la familia, aunque la dote de ella fuese abultada. En el caso de familias muy
ricas, se miraba muy bien lo que tenían ambos consortes, más allá de la dote. Eran
verdaderos tratados comerciales. >>
El Camino de la Rosa 205

En esta fiesta, aunque no era boda, se compartía todo en forma igualitaria. Era lo que
caracterizaba a la familia y motivo por el que muchas veces era criticada. No pasaba de
la crítica porque, en el fondo, pesaba mucho más la economía acomodada de la misma.
Pablo estaba muy contento de haber conocido a Juan y a través de él a todos sus
hermanos. Le había impactado especialmente la personalidad de María, madre de los
muchachos…

SU SAPIENZA, SU PAZ, SU FORMA DE VER LO COTIDIANO A TRAVÉS DE


VALORES… LA EXPRESIÓN DE AMOR CARACTERIZADA EN ELLA PERO, A
LA VEZ, EL MODO Y LA FUERZA DE PONER LAS COSAS EN SU LUGAR.

Le gustaba el acercamiento de Santiago y su hija Sara.


Necesitaba además ser amigo de Jesús. Ese muchacho, tenía “algo” que él no podía
describir, pero que lo atraía poderosamente. Quizás su condición de bien… En fin, no
sabía… Pero sí sabía que quería ser su amigo.

La fiesta había transcurrido en el marco de la algarabía, le había tocado el turno a


Santiago de expresar sus dotes de músico y cantante. Acumulaba elogios por su voz tan
potente y afinada.
El Camino de la Rosa 206

REJILLA MAGNÉTICA

Al otro día de la fiesta, Moab, Jesús y Magdalena, emprendían el viaje de regreso


acompañando a la joven hasta su casa. Aprovecharían para descansar quedándose un día
más en ese hogar para luego partir hacia la montaña.
Cada vez se hacía más difícil la separación de los enamorados, pero tendrían que tener
paciencia, pues era necesario que él completara su preparación en el lugar que vivían los
sacerdotes que, por cierto, tenía una vibración muy cercana a otras dimensiones.
Llegaron a la montaña, ya muy cerca al caer de la tarde. Niev estaba esperándolos con
alimentos y con el consabido…
—“Luego de comer te vas a descansar”. En realidad necesitaba mucho Jesús ese
descanso.
Al otro día se despertaba con el piar de los pájaros. El sol aventando su calor para
transformarlo en un día que invitaba al esparcimiento en contacto con la naturaleza, para
saborear de las formas, colores que se presentaban como un abanico, acariciando de esta
manera los sentimientos de sentirse uno con esta expresión, tan necesaria en el recorrer
de la vida física.
Observaba a los pájaros que iban y venían buscando palillos para armar sus nidos, como
así también alimentos para sus vástagos.
¡Qué inteligencia consabida! La naturaleza fluía por sí misma, sin esfuerzo.
Reflexionaba lo que ella como conocimiento le estaba brindando, hasta que escuchaba
unos pasos que se acercaban para sacarlo de esa abstracción. Era Niev quien venía para
avisarle que un sacerdote lo invitaría a ir al Templo Ovoidal. Jesús en respuesta asentía
con la cabeza.
Todavía le faltaba caminar hasta el río, y sentir el ruido del agua al caer de piedra en
piedra. Ese sonido, sordo y estruendoso a la vez, que hacía en sus oídos un repiqueteo
constante. Era una fiesta para regocijo del cuerpo, sobretodo cuando se tiraba cuan largo
era de espaldas sobre el suelo y sentía a la Tierra brindándole susurros de sensaciones
que culminaban con una paz infinita.
Quedase todavía un rato más mirando el cielo para recordar, de pronto, lo que
acicateaba su curiosidad. Era esa gran extensión de suelo, totalmente plano bastante más
allá del Templo Ovoidal. Miraba hacia el puente a medida que se incorporaba para
quedarse sentado observando.
—¿Cuándo sería el momento de saber lo que ello significaba?—pensaba para sus
adentros.
Una voz detrás de él hizo que se sobresaltara para escuchar:
—¡Vamos hijo, acompáñame al templo!
Le resultaba familiar esa voz, se daba vuelta para encontrase con el sacerdote
desgarbado, que no era más ni menos que el consabido Orión, aquel quien le había
causado mucha gracia no sólo por su expresión física sino por su forma de ser.
Tenía además un don escondido a la vista, su pasión por el planeta y por el humano que
pisaba este suelo terrestre. Sus conocimientos eran vastos y muy importantes acerca del
manejo energético de la Tierra. Hablaba de la amplitud que tenían las ondas magnéticas
que se conjugaban con otras símiles en las corrientes marinas debajo del mar. A la vez
que eran acompañadas en unificación por la sorprendente energía que originaban los
vientos, relacionándose directamente con la naturaleza vegetal, que emitía también
grandes cantidades de variaciones de las mismas ondas. Su trabajo para la Tierra, era la
investigación de cada una de ellas, para lograr una unificación tal que permitiera a la
El Camino de la Rosa 207

vez el ingreso de ondas magnéticas desde el espacio, para ayudar así al cambio del
movimiento terrestre comenzando por la aceleración de ese mismo movimiento.
Entraron al templo, se sentaron y se tomaron de la mano. El ritual se hacía para que el
vínculo hiciera ingresar lo que uno contenía para el otro en enseñanzas. No era un mero
decir sino que conformaban las sensaciones más completas, más fortalecidas por el
conocimiento acompañado de la energía Amor, por lo tanto ese conocimiento se
convertía en sabiduría.
Ante el contacto de las manos comenzaba el proceso. Esta vez un conjunto de colores
cósmicos los acompañaban en esos momentos, los mismos sumaban sonidos repitentes
como silbidos que sonaban en los oídos de Jesús. Eran tan fuertes que le costaba
sostenerlos. De pronto se olvidaba del sonido porque las imágenes comenzaban a llegar
ante sus ojos.
Ojos físicos y ojos del espíritu. Era todo ver.
De pronto, frente a él, se plasmaba un “enrejado magnético” que envolvía al planeta.
Estaba formado por cuadrantes y, cada uno de ellos, contenía a la vez triángulos que
eran el resultado de la división de los mismos cuadrantes, emitiendo por series ondas
magnéticas recibidas desde el Cosmos. Éstas, en el futuro se asentarían en el planeta
para entregar a través de ellos los conocimientos necesarios para la humanidad del
momento.
¡Sería una gran obra, tan pensada, tan bien articulada! Hasta tomaría una partecita de la
rejilla para un ser humano que estuviera abocado en esos momentos al trabajo de
entrega Luz. Sería el caso de aquellos que hacían escritos, pinturas, músicas y todo
motivo de expansión de la misma Luz.
Jesús supo que no sólo Orión lo acompañaría en esta etapa, sino que seguiría con él a
través de los tiempos. Esta rejilla que se le mostraba era tan sólo el principio de la ‘gran
obra’, todo un hacer para ser colocada en el tiempo preciso. La Rejilla Magnética
articulada, preparada para los cambios futuros, era la creación del sacerdote que había
puesto esfuerzo y mucho amor. Él escribió en las hojas en blanco del libro de Jesús, esta
tarea para el futuro de la humanidad.
No tenía demasiado tiempo para reflexionar que ya se presentaba otra imagen. Esta era
la del sol, estrella del sistema en que se mueve la Tierra, mostrándole cómo el mismo
era fuente de alimentación de la “rejilla”, y por ende, del ser humano. Se veía como un
plato gigante e inagotable de energía para la vida sobre el planeta. No obstante, en un
acto de entrega total, se expansionaba para darla, fusionándose con dos estrellas que en
un futuro regirían en otra vibración a la humanidad terrestre.
Era fascinante observar esa entrega del “sol” de una estrella que en la expansión cuidaba
hasta los últimos detalles. Se iba opacando de a poco para que su luz alimentase al
planeta mientras esté pasando por el cinturón de los fotones o cinturón manásico. Luego
de ello, el sol entregaba su Luz y la Tierra se posicionaba en otra vibración de vida en
que regiría el amor como una constante para los humanos, dónde la Luz estaría en pleno
apogeo.
Desde allí, serían alumbrados por dos soles que harían de la Tierra un vergel. De la
misma manera, el conglomerar de planetas que conforman este sistema. Los soles
regirían desde dos puntos opuestos, el cenit y el nadir teniendo un movimiento
constante en expansión, un titilar para que los días sean una secuencia de luz. La tibieza
ambiental sería consecuente con ello. Dos puntos de hielo se formarían para hacer el
ritmo acompasado del planeta logrando equilibrio y permitiendo el correr del agua por
doquier. Es inimaginable el desarrollo de una naturaleza exuberante que estaría
brindando como alimento sus frutos y su energía por sobre todas las cosas.
El Camino de la Rosa 208

La Tierra habría ingresado a la vida de “regeneración”, con la sutileza al toque de la


mano, con una conciencia diferente, con un vivir compartido. Con una tecnología
también diferente, tanto para el traslado de un punto a otro de la Tierra como hacia el
exterior del planeta, pues nada estará vedado para el ser terrestre, porque se estará
manejando en la energía Universal del Amor.
Orión se movía hacia un costado, para dar lugar al ingreso energético de un Ser que
había escrito en el libro de Jesús, lo que iba a hacer para ayudar en esta gran empresa.
Era fantástico observar cómo las hojas en blanco del gran libro se iban cubriendo con
escritos de tantos seres que se iban plegando con el único objetivo de despertar la
“Conciencia” del ser humano, para que este pudiera regresar a su verdadero hogar.
El “Ser” en cuestión, no hacía falta que tomara cuerpo, podía manifestarse allí por la
vibración del lugar. Era un arcángel que hacía su presentación en ese momento, pero su
verdadero actuar estaría en el futuro, sería el que modificaría sentimientos en el
humano, logrando un equilibrio muy necesario para el camino del despertar. Uriel era el
nombrado arcángel, y se presentaba como un joven mozo donde la paz hacía presencia
en su rostro, reflejando el amenizar de la vida en su totalidad. También su ayuda sería
muy necesaria a la hora de desplegar su Luz, para alimentar a su vez a la Rejilla
Magnética en un punto en que esa Luz, se pondría de manifiesto para lograr lo que él
traía como bagaje de su propio “Ser”.
Esta presencia en el lugar había sido una grata sorpresa para Jesús, trayéndole hermosos
recuerdos de su lugar de origen, en la Estrella más bonita que él podía recordar. Sus
energías se entrelazaban fuertemente con las de Uriel. En una oportunidad, habían
compartido un viaje de ingreso al sol central para observar sus energías puestas en pos
del mismo universo, y en ese universo, la Tierra, cuando estuviera en condiciones de
receptar, cuando hubiera elevado su vibración tan sólo un poco. Recién allí se podría
entregar las energías Oro Rubí del arcángel y las Doradas, propias de Jesús. Pero para
esto faltaba un tiempo todavía.
Se hubiera quedado horas hablando con estos dos compañeros de ruta, pero el contacto
debía suspenderse. El tiempo de la Tierra así lo requería. Se había entregado demasiadas
energías y el cuerpo físico de Jesús sufría el desgaste. El sacerdote y Jesús,
emprendieron el regreso para cruzar el puente y dirigirse a sus respectivos lugares. Jesús
prefería quedarse cerca del río, allí podía pensar en sus cosas o trabajar en proyectos que
mejoraran el interactuar de los hombres de ese tiempo. Uno de ellos había sido el
lenguaje.
En el hebreo había fonemas que no estaban de acuerdo con las reglas básicas de los
idiomas, muy mezclados con dialectos como el arameo y otros, que eran lenguas traídas
de otros lugares, puesto que en la ciudad de los romanos convivían una mezcla de razas
que formaban un verdadero abanico. Le gustaba incursionar en este idioma imperfecto
en sus inicios, para ir hilvanando palabras que hicieran el nexo correcto para conformar
oraciones comprensibles. La raza judía tenía y tiene una cosa más para agradecer a la
voluntad férrea del joven de la montaña, que ponía a disposición un lenguaje limpio
acorde a la evolución desde ese tiempo hasta este tiempo, entregando una herramienta
muy apreciada como es la palabra para poder comunicarse.
Una vez concretado el trabajo, se lo daba a su hermano Juan, para que hiciera la
divulgación por medio de escritos que serían entregados sobretodo a aquellos que se
decían tener el don de la palabra. Por supuesto, Juan había tenido que aprender para
luego poder explicarlo. Este joven era un apasionado de las letras, del descifrar signos.
No había otro mejor que él para llevar adelante esta gran obra de Jesús.
En la montaña, aparte de recibir conocimientos, trabajaba la madera, porque se
consideraba que era parte también de su aprendizaje para luego poder insertarse en el
El Camino de la Rosa 209

mundo del trabajo junto con sus hermanos. Incursionaba en investigaciones que
ayudarían al hombre a vivir mejor.
Cuando estuvo en el Templo Ovoidal con Niev, había visto el crecimiento de todas las
plantas, su reproducción y la virtud que tenía cada una en entregar al ser de la Tierra sus
cualidades para el mejor vivir del humano. Pero él mismo no estaba capacitado para
resolver en alimentos lo mucho que la naturaleza le entregaba. Era importante que no se
desperdiciara la utilidad de las plantas, y se perdieran por la misma ignorancia, por lo
tanto era necesario repartir enseñanzas de su utilidad.
De esta manera, comenzaba observando su entorno más cercano, buscando por sus
inclinaciones lo que podía dejar como conocimiento.
A su hermano Enrico le fascinaba cultivar vides y había logrado un buen rendimiento,
aún así tenía muchas preguntas sin respuestas a lo que Jesús lo instaba a investigar
ayudándolo a encontrarlas.
Magdalena tenía gran capacidad para la comprensión de los temas cósmicos y la forma
de entrega de esos conocimientos, no en vano venía al planeta para sostener en unión
una parte de él en forma energética. Ella tenía un asentamiento en su propio ser de
escuchas que había despertado desde pequeña “la voz de su abuelo” y abriría un vasto
campo de visualizaciones y comprensiones que todavía estaban esperando, y le
correspondería a él ayudarla para que ello sucediera.
‘Todo a su tiempo’… diría Moab.
Ella venía a nacer de vientre en la Tierra pero su verdadero origen estaba en una estrella
“azul”, que correspondía a los planos arcangélicos, en que la fuerza y el poder
caracterizaba a estos seres.

<<Todo es creado por Dios, Padre, Creación o como quiera llamarse y Miguel Arcángel
es el resultado de esa creación como cualquiera. El punto es que él, por su evolución,
estaba autorizado para co-crear con Dios, sus “correspondientes”. Era el caso de María
Magdalena.
¡Cuántas virtudes destacadas en esta mujer! ¡Cuántos sufrimientos contenidos en su ser!
para poder sostener y contener la energía del propio Jesús. Esta materia energética que
rodeaba al Nazareno, y era lo que le sostenía el cuerpo físico, lo equilibraba, le permitía
interactuar en el plano terrestre, porque era sustentada por el amor de dos mujeres, el de
Magdalena y María.
Nuevamente ambas energías en toda su expresión, masculina-femenina- por dar una
idea. La primera con la influencia salvadora, para lograr cambios, para traer a tantos y
tantos de regreso a su verdadero hogar; la segunda repartida en expresiones de fuerza y
poder, de empuje, en esa corriente salvadora interactuando con la expresión más bella
del amor que dejaría por siempre la huella del amor incondicional. Estas dos
expresiones estaban representadas en dos mujeres.
Sabía Jesús que, más adelante, cuando él retomara su vida normal, como humano, como
integrante de la sociedad del momento, tendría que entregar muchos conocimientos para
mejorar la calidad de vida, para plasmar una semilla en los corazones de los hombres
que ayudaran a recordar estas premisas…

QUIÉN SOY… DE DÓNDE VENGO… A DÓNDE TENGO QUE RETORNAR.

Era señalar el camino de “regreso a casa”. A él se lo recordaría como el caminante, el


pastor que llevaba las ovejas descarriadas, o mejor decir, aquellas que no recordaban,
que estaban obnubiladas.
El Camino de la Rosa 210

Parte del “Plan” era dejar en el planeta doce “faros”, para doce tribus que estaban en
asentamientos diferentes. Cada uno de estos focos estarían representados por doce
hombres, cabezas de un conocimiento determinado que, unidos a través de los tiempos,
harían el fructificar en los corazones. Esos doce hombres fueron los llamados
“apóstoles”, propagadores de las enseñanzas de Jesús.
Hablamos de “hombres” en la época porque era lo que se respetaba. Como “Plan” el
movimiento era perfecto, pero muy bien sabía el Cosmos que estaban los imponderables
del humano, aquellos que podían acelerar este proceso o retrasarlo. Los imponderables
están caracterizados por el desamor, que se manifiesta en envidia, celos, gula y otros.
Los cambios por venir estaban dados por el universo, dependía del hombre en su libre
albedrío, tomarlo o dejarlo. Y estaba en él dar marcha a la rueda. El Cosmos entregaba
las herramientas necesarias pero, en definitiva, era un espectador de la felicidad o de la
infelicidad elegida por el humano terrestre.>>

Santiago, hermano de Jesús, era trovador innato, vivía por la música, en ella expresaba
todos sus sentimientos. Le llegaba como “inspiración” las articulaciones musicales para
luego poder escribirlas, y expresar a través de ella la alegría, la emoción y tantos
sentimientos despertados que contribuían a un elevar de vibración del ser humano.
Santiago hizo música que aún hoy se manifiesta, sobre todo aquellas representativas de
la raza judía, y no había sido reconocido. Es más, había quedado como música anónima
que no se sabía su origen. Pero en la balanza del Cosmos igual había trascendido
aunque no su autor. De esa manera entregaron a los hombres de aquel momento otros
conocimientos para el diario vivir.
Jasminne tenía una comprensión de las cosas muy particular, a través de su amor por su
esposo e hijo, podía manifestar su potencial a tantas expresiones distintas. Fue una
discípula de Jesús y seguía a Magdalena en todo su hacer, apoyándola para contenerla
muchas veces. Ella solía explicar lo interpretado de las enseñanzas a otras mujeres,
poniendo especial énfasis en el auto respeto como mujer, sembrando la semilla de
libertad en las mismas. Sabía repartirse y alternar estas tareas con las de su casa, por lo
que Victorio se sentía muy bien con ella, la respetaba y la admiraba.
Todo este movimiento familiar, iba a acompañar el hacer del Nazareno en su momento.
…¡Todo a su tiempo!...
Jesús había requerido de un espacio para su conglomerar de actividades. Sabía que
tendría que apurarse, pues los tiempos lo solicitaban. Tenía veintisiete años de edad y
faltaba ya poco para que bajara de la montaña, se hacía cada día más fuerte la sensación
de enseñar todo el bagaje aprendido de conocimientos, que no estaban por sí solos, sino
acompañados de los sentimientos que podían despertar los corazones de los hombres.
Nuevamente le tocaba recibir nuevos discernimientos en el Templo Ovoidal, y esta vez
sería el sacerdote Aldhon quien se los impartiera.
Como todas las veces, se acomodaba en el sillón esperando a que el sacerdote ocupara
su lugar. No lo hacía. Se quedaba parado, invitándolo a que hiciera lo mismo. Rápido se
levantaba obedeciendo la sugerencia y, casi sin terminar de ubicarse, sentía como si sus
pies comenzaran a elevarse para traspasar todo su cuerpo el techo, oportunidad que
aprovechaba para observar un cielo límpido que iba dejando atrás a las nubes que se
veían plasmadas en el azul intenso del espacio sideral. Allí era recibido por un “tubo de
luz” que permitía su ingreso, aunque tenía la sensación que no podía observar su
alrededor por la Luz intensa que no le dejaba abrir sus ojos. Todo eran sensaciones hasta
que la imagen de un ambiente totalmente dorado, aparecía ante él para mostrarse como
un lugar en que las paredes no tenían cabida, sólo el piso refulgente, columnas y una
escalera que llevaba a otra parte de ese ambiente. Al subirlas se encontraba con una
El Camino de la Rosa 211

habitación en que los colores se confundían unos con otros y, en medio de ellos, una
gran mesa ovoidal en que estaban sentados veinticuatro ancianos. Siete de ellos habían
sido los que moraban en la montaña dándoles sus enseñanzas. Todos creaban un ámbito
de alegría con la mirada puesta en él. Lo invitaban a pasar y observar entre columna y
columna, una Tierra que estaba siendo creada en un nivel superior a la que estaba en ese
momento. La ductilidad era en toda ella. La naturaleza y elementos vitales existían en la
sutileza correspondiente. A medida que iba descendiendo en vibración, iba acoplándose
a la misma forma original de la Tierra un mundo de vegetales para el uso del ser
humano, sin perder su propia vibración.
También se le ofrecía a la vista, cuadros significativos con las diferentes especies de
animales que ingresaban al planeta, pasando a gran velocidad ante él para luego
dispersarse por toda la Tierra. Ellos serían los acompañantes del humano en su recorrido
hasta que éste no los necesitase más.
Era grandioso poder comprender ese camino a través de los tiempos. Los cambios en su
evolución física, tanto del hombre como de los animales, desde el momento en que la
Tierra había alcanzado el descenso vibracional más profundo en la historia del Cosmos,
hasta ese otro en que se estaba viviendo. El cuerpo físico también había descendido en
la escala vibracional, y no respondía para nada a este que habita el humano en la
actualidad. Es razonable que fuera cambiando, se necesitaba un cuerpo acorde a un
espíritu pronto a “despertar” lo que como “Esencia” contenía. Es decir, haciendo
contacto con su “Ser Interno”, o su “Yo Superior”, o lo que es igual para facilitar la
comprensión, hacer contacto con el espíritu engrandecido que está en el Cosmos,
esperando el requerir de aquel que envuelve al ser humano. El espíritu no evoluciona ni
mucho menos involuciona.
¡Cuánta ayuda para el humano! Cuántas Jerarquías Espirituales conmovidas y movidas
a entregar todo lo necesario para el paso del hombre de la Tierra hasta que se diera
cuenta del verdadero sentido de la vida. La que nunca termina, la que es eterna.
Jesús conmovido, hasta las lágrimas, por todo ese trabajo excelso que no escatimaba
esfuerzos de crear lo necesario para el hombre que pisaba suelo terrestre. Esta
comprensión, lo acicateaba más y más a hacer todo lo posible para despertar a estos
hermanos encerrados en su obnubilación. Y por sobre todas las cosas, despertar… él…
en toda su expresión al contacto con su propio Ser.

¡PUES TODO COMIENZA POR CASA!

Jesús regresaba lentamente de donde había partido. Su cuerpo estaba esperándole, pues
su Espíritu se había desprendido para tomar esa clase maravillosa, avivando en él, el
deseo profundo de traer consigo a toda la humanidad, tomada de su mano para ver las
maravillas del universo de la Creación.
El Camino de la Rosa 212

PEDIDO DE MANO

María Magdalena estaba en su hogar nuevamente, satisfecha de su corto viaje a la casa


de María. No paraba de contarle a su madre todo lo que había vivido con aquella
familia. Muy atenta a las palabras de su hija y alguna que otra expresión de… ¡OH! y
¡OH!... No la interrumpía, la dejaba expresarse para poder observarla en sus
movimientos gráciles, en su alegría, manifiesta en cada una de sus palabras, sobretodo
en aquellas que Jesús les decía a todos que iba a haber boda con ella. Llegaba a la
conclusión que su bella niñita, al fin había encontrado al hombre de su vida y a ella,
como madre, le traía suma tranquilidad, pues su hija no quedaría desamparada a la hora
de su partida hacia el más allá.
Se acercaba Juan y se sumaba a la ronda, interrumpiendo un poco las conversaciones de
las mujeres. Se servía en un tazón un poco del brebaje calentito, para sostenerlo en su
mano, mientras la muchacha lo hacía partícipe de lo vivido en su viaje. Juan escuchaba
y tomaba algún sorbo de su tisana, esperando un respiro de la joven que le permitiera
comentar una idea decisiva en su vida. Les decía que llegaría muy pronto el momento
en que tendría que partir hacia la ciudad de los romanos, y dar fe en su lengua que el
Salvador, el Rey llegará para redimir a todos los habitantes de ese lugar, y de otros que
ellos no imaginaban que existían.
Magdalena, arrugando el entrecejo muy preocupada le decía:
—¿Qué dices Juan? ¿A quién te refieres cuando dices “El Salvador”?
—A tu Jesús— ponía especial énfasis en esas palabras y completaba— Las voces en mi
oído me lo dicen.
—A… Tú Jesús…—resonaban las cortas palabras en la cabecita de la muchacha. No
esperando nada para responderle con un tono… ¡No podía creer lo que estaba
escuchando!
—¿Estás loco? ¿Vas a exponer a Jesús con esas… tus palabras? ¿Vas a exponer nuestra
vida?
—¡Es que así debe ser! ¡Está escrito!—contestaba firme pero en un hilo de voz.
—¡No te atrevas Juan! —Apuntándole con su dedo para agregar— No se te ocurra tal
desatino.
Tratando de darle razones que lo convencieran seguía Mag hablándole:
—¿Tú conoces a su madre?
—No… Pero… ¿Por qué me preguntas?
—Es una madre que ama a su hijo, es una persona frágil—seguía en tono
quejumbroso—La matarías si ella se entera de esto. Tantos años llevando a su hijo a la
montaña para su seguridad y ahora tú con tus “palabritas” quieres deshacer toda una
vida de resguardo.
Le faltaba decir y, a mí que estoy por cumplir mis “sueños en suspenso”.
—No te entiendo Juan — suspiraba y su tono de voz se convertía en reclamo—Estás
bien… Es la primera vez en todos tus días, que comes, que estás abrigado… ¿Qué más
quieres?
Juan prefería no dar respuesta y bajaba la cabeza. No volvería a esa conversación pero
en su interior sabía que nadie lo convencería de lo contrario, aunque le costara perder la
amistad que le brindaban en esa casa.
Magdalena volvía a la carga:
—Además… ¿Qué te crees tú, que en la ciudad de los romanos van a decir?…—sonaba
una vocecita burlesca —Bien, Bien, Juancito o… —No terminaba la frase para
asegurar. —¡Te van a dar de palos!
El Camino de la Rosa 213

Seguía en silencio el joven para retirarse con la excusa que todavía le faltaba trabajo por
hacer. Magdalena movía la cabeza en señal de preocupación. Sus ojos se ponían algo
brillosos, habiendo por allí alguna congoja que hacía fuerza por salir y mirando a su
madre decía:
—¡Lo único que nos faltaba!
Rehién se acercaba a ella para calmarla, abrazándola.
—No te afanes hija, sólo son palabras, él no tiene a dónde ir— trataba de convencerla.
—Esperaremos que venga Jesús y le hable para ponerlo en razón.
—No sé madre—replicaba—Juan es callado pero hace lo que él quiere. Me asustan
estas palabras.
Pasaron los días, y la cotidianeidad había hecho olvidar, de alguna manera, las
intempestivas palabras de ‘Juancito’, como le decía la muchacha. Había contribuido el
hecho de estar ocupada con sus plantas que crecían voluptuosas, perfectas, llamándole
sobremanera la atención el arbusto de las flores blancas, que se mostraban en formas de
racimo, aterciopeladas; cada flor tenía la forma de campanitas en punta, muy
aromáticas, de un perfume agradable, suave. Ese arbusto había aparecido en su
esplendor de crecimiento un poco antes que Jesús llegara a su casa. Ahora que lo
pensaba… Así había sido. Además, cuando ella había encontrado a su madre, el mismo
tenía un tamaño que se notaba. Estas reflexiones la llevaron a preguntar:
—¿Madre, tú pusiste semillas de la planta de las flores blancas?
—EH…—la pregunta la tomaba por sorpresa, rápidamente se ubicaba en lo que le decía
su hija para contestar— No, no sé cuándo ni cómo apareció allí.

Estaban en el portal conversando, es más, comentando lo mucho que Juan había


cambiado su actitud para con ellas. Estaba muy callado, centrado en sus quehaceres, sin
articular palabras, cosa que era muy extraño en él, pues solía hacer sus confidencias a
Magdalena, más precisamente lo que escuchaba en sus oídos. Había entrado en un
hermetismo tal que ya no era el mismo de siempre. Rehién recomendaba a su hija que se
tranquilizase que Jesús hablaría con él.

Era una tarde hermosa, el sol apenas se posaba en el horizonte, sin embargo su cabello
pelirrojo tenía unos reflejos acentuados, luminosos.
La noche se perfilaba en un ambiente tibio, su madre ya había entrado para preparar
algunos alimentos. Ella se quedaba observando la simbiosis que se producía entre el sol
que desaparecía y la luna que se mostraba esplendorosa en su brillar. Era noche de luna
llena.
Magdalena se permitía soñar, abriendo la puerta de su interior, sintiendo una emoción
muy grande cuando pensaba lo que Juan solía decirle de un nuevo mundo para los
humanos. De un mundo iluminado constantemente, donde los hombres por fin vivirían
felices. En ese instante escuchaba a “su abuelo” que le decía…
—María, niña amada, deja el hacer de Juan que a ti no te corresponde.
Quedaba pensativa ante estas palabras… ¿Qué quería decir?... ¿Qué ella no debía
meterse con lo que decía Juan?... ¿Aunque estas palabras la perjudicaran?
Respiraba profundo. Comenzaba a sentir una tranquilidad en su corazón que le
cambiaba el ánimo.
—Tenía razón “su abuelo”, dejaría que Jesús resolviera esto. Ella se correría a un lado y
tampoco pondría sus pensamientos.
Las reflexiones siempre la ayudaban, principalmente para que el humor que la
caracterizaba, pudiera regresar. De esta manera se levantaba de la piedra, de su lugar
favorito donde podía escuchar a su abuelo, donde soñaba con su amado y marcaba con
El Camino de la Rosa 214

sus pensamientos una línea de hechos que señalarían un perfecto futuro. Decidía
regresar entrando por el hermoso portal, silbando bajito.
Observaba a su madre afanosa en sus tareas, invadiéndola un sentimiento de ternura que
la llevaba a abrazarla fuertemente. Ambas se sostenían en ese abrazo. Rehién se daba
cuenta que su hija estaba mucho más tranquila… ¿Qué había pasado en el medio? ...No
lo sabía, no importaba, lo principal era que su pequeña estaba bien.
Mag salía hasta la puerta para llamar a viva voz al muchacho. Era la hora de compartir
alimentos. Lo hacía con un sentimiento distinto, con una alegría que contagiaba. Había
cambiado el ambiente y Juan, venía ante el llamado con un rostro que denotaba tristeza.
Al sentir los brazos de su amiga, que lo rodeaban conduciéndolo hasta el fogón, su
armadura se desmoronaba y también su actitud. Nuevamente la algarabía de la juventud
se hacía presente para compartir la comida de todos los días.
Se acercaba el tiempo de ir al poblado para hacer compras, o trueques de lo que ellas
elaboraban, llevándola a pensar que ahora estaba Juan para acompañarla, por lo tanto,
no esperaría a que venga Moab. Surgía el pensamiento y se plasmaba la decisión. Iría
con el muchacho en los próximos días al poblado. Acompañamiento que lo había
entusiasmado.
Salieron con el burrito cargado, caminando despacio y muy temprano, apenas rayando
el alba. Era la forma de hacer posible un regreso a más tardar en la noche, aprovechando
la luz de la luna llena que se mantenía.
Llegaron a las ferias antes que el sol estuviera sobre sus cabezas. Las recorrieron
buscando lo que necesitaban, en el transcurso hacían sociales hablando con los
conocidos y presentando a Juan como a otro de sus hermanos. El comentario anexo era
“familia de varones”, un buen decir que convenía en esos momentos. Hicieron todas las
compras y se les había ido la tarde, no era muy conveniente viajar pues la hora estaba
avanzada.
Luego de hablar bastante sobre lo que iban a hacer, Mag convencía al muchacho para
dirigirse hacia la casa de los amigos que les habrían ofrecido gentilmente alojamiento,
esa vez que había venido con Moab. Emprendieron la marcha hacia allí y fueron
recibidos con gran alegría, extrañados por el tiempo que hacía, que no venían, les
recordaron una vez más que sus puertas estaban abiertas para ellos. Ante esta invitación
se quedaron en ese hogar a pasar la noche.
Toda la familia más los invitados, se acomodaron sentándose alrededor del fuego que
había tomado una altura considerable, llameando en un bailoteo de diferentes colores,
desde el azul hasta el rojo, pasando por el amarillo. Instaron a los visitantes a compartir
alimentos muy variados, y hasta desconocidos de lo que ellos estaban acostumbrados.
La conversación se desarrollaba en un marco de verdadera alegría, amenizada con
historias de esos lugares. En el parloteo de uno y otro, comenzaba a escucharse las
palabras de Juan, quien decía muy pausadamente, con una voz muy dulce que no
parecía la de él.
<Explicaba que en muy poco tiempo, iba a estar entre ellos un hombre que tenía dones
entregados por los cielos y que Él sería, el Icono que marcaría grandes diferencias en la
forma de vida del común de la gente.>

Estas palabras sonaban como música en los oídos y, en su candencia, llevaba a los
dueños de casa a querer saber más y más de lo que estaba hablando. No causaba el
mismo efecto en la dulce Mag. Esta situación la descolocaba y sólo quería que Juan se
callase. El joven había dado rienda suelta a su Ser y… Ya nada, absolutamente nadie
podía detenerlo. Tampoco se podía evitar la congoja que nacía en el pecho de la
El Camino de la Rosa 215

muchacha y, antes que las lágrimas cundieran por su rostro, resonaba el recuerdo de lo
que le decía “su abuelo”… ¡Deja hacer!
Todos sumamente sorprendidos preguntaban a Juan de dónde sabía todo aquello que
decía. Obviando la respuesta, seguía contando las muchísimas bondades que esperaría al
ser humano si cambiaba su forma de ser, de pensar y sobre todas las cosas, su modo de
sentir.
En un silencio en el cual se habían quedado reflexionando sobre las palabras de Juan,
aprovechaba la muchacha para decir que estaba muy cansada, y le pedía a los dueños de
casa que le indicaran el lugar para dormir. Lo mismo le sugería a Juan que hiciera pues
al otro día, muy temprano debían hacer camino de regreso al hogar.
Se irían al despuntar el día, así que estaba bien que saludaran, despidiéndose en ese
momento para no despertarlos en el instante de la partida.
Muy agradecidos por el recibimiento, se intercalaron abrazos y promesas de regreso.
Los nuevos amigos, hacían especial hincapié de que regresara el joven con facilidad de
palabra, que decía cosas tan bonitas y tan esperanzadoras.

Era la mañana muy temprano. Todavía alumbraba la luna. Los jóvenes ya estaban
preparados para partir, apresuradamente habían cargado el burrito con mucha
mercadería, cada vez más. El cielo proveía… ¡Vaya que lo hacía!
Empezaron a caminar cruzando el poblado, algunos perros les salieron al cruce
ladrando. Este hecho trasladaba a la mujercita por viejos recuerdos, cuando había tenido
que cruzar otro poblado, escapando de las injurias, corriendo desesperada por el miedo
de ser descubierta. Y, los perros por atrás, ladrándole
¡Cuánto habían cambiado las cosas desde aquel tiempo a este tiempo!

Tomaron el camino, y ella no sentía reclamarle nada a su amigo por las palabras dichas
en esa casa, también se había dado cuenta que era mucho más fuerte que él, la necesidad
de expresarlas. Él tampoco articulaba palabra, pero en su interior sabía que su amiga
había comprendido.
Llegaron en el comienzo de la tarde, entrando por el portal, cansados por la caminata
pero felices por tener un lugar a donde volver, fueron los pensamientos de los jóvenes
ya que ambos habían sufrido esa carencia, la seguridad de un cobijo.
Juan llevaba el burrito al corral, antes bajaba todo lo que habían traído, y Magdalena
corría en busca de su madre avisándole a viva voz que habían llegado. La encontraba
recostada sobre un plumón, muy agitada y desmejorada en su semblante, con pocas
fuerzas para levantarse. Esperaba con ansiedad la llegada de su hija.
—¡Madre querida! —sonaban esas palabras cargadas de angustia y miedo de perderla al
verla en ese estado.
—No te preocupes querida. Estoy mejor— decía para conformarla.
La hija le servía un brebaje calentito de hierbas. No dejaba de ninguna manera que se
levantase. Sus movimientos eran rápidos y precisos a la hora de atenderla. En su fuero
interno, tenía un nudo en su corazón y pedía a “su abuelo” que no la llevara.
¡Ella la necesitaba tanto!
No quería que su madre se diera cuenta lo preocupada que estaba y los deseos de llorar
que tenía. Esa noche dormiría acompañándola en los plumones, cerca del fogón para
que tuviera suficiente calor, refregaba sus pies, estaban muy fríos.
La enferma fue mejorando con el paso de los días, aunque ya no podía hacer las tareas
que estaba acostumbrada a realizar. No le importaba, sólo pedía a los cielos, no irse
hasta no ver a su hija en boda con Jesús.
El Camino de la Rosa 216

Magdalena tenía mucho más trabajo, haciendo las tareas de su madre y las de ella.
Aprendía a tejer canastos, era necesario, servían para venderlos o cambiarlos en el
poblado cercano. También se ocupaba de que ella caminara despacio para reponer sus
fuerzas, llevándola del brazo a recorrer el jardín, intuitivamente la estaba poniendo en
contacto con la naturaleza. No sabía, porque no veía, las energías que se distribuían
alrededor de ellas, muchas eran sanadoras. Ahora más que nunca esperaba con ansias el
regreso del joven de la montaña.
Recolectaba hierbas que, recordaba, las había señalado Moab como muy efectivas para
ayudar a su madre. Eran sanadoras y había que hacerlas hervir para convertirlas en un
brebaje un poco dulzón.
¡Tenía razón el sacerdote! Después de beberla por varios días había mejorado la
condición de Rehién. Ya podía caminar por sus propios medios, sin ayuda. Eran estos
momentos en que la joven extrañaba la presencia de Jesús. Tenía suma necesidad de
hablar, de compartir aquello que le causaba sentimientos de inseguridad.
En esas reflexiones estaba cuando sentía la voz de Juan que la llamaba, parecía que veía
por el camino, personas que se acercaban. Ella sin pensarlo salía al encuentro aún no
sabiendo todavía quiénes eran. Podía individualizar sólo a una mujer acompañada por
un varón. Trataba de achicar los ojos, ajustando la vista para por fin darse cuenta que los
visitantes eran María y su hijo Juan. No esperaba nada para correr hacia ellos y, en la
carrera, un baldón de lágrimas surcaba su rostro, casi no la dejaba ver. Se abrazaba a
María con fuerza. La madre de Jesús sorprendida preguntaba:
—¿Qué te pasa hija? ¡Me asustas!
—Nada y todo—decía la muchacha entre sollozos— Necesitaba tu presencia.
María la tomaba del brazo cariñosamente, para recorrer juntas el hermoso jardín que se
presentaba ante su vista luego de traspasar el portal. En el camino hacia la casa, María
preguntaba y preguntaba, queriendo saber qué era lo que la tenía tan triste. Ya llegaban
trasponiendo la puerta del lugar donde cocinaban para encontrarse con Rehién, quien
estaba tomando algo caliente. Se saludaron afectuosamente. La mirada de la enferma se
posaba en su hija para darse cuenta que había llorado, y dirigiéndose a las visitas les
explicaba:
—Por mi culpa mi hija está triste. Estuve enferma, pero ya estoy bien.
María hacía que se sentara en los plumones para reposar, haciéndole una seña para que
no hablara. Sólo descansara.
Rehién cerraba sus ojos y el sueño rápidamente la llevaba a dormirse. Ambas mujeres
salieron al patio para poder conversar con tranquilidad. Juan se acercaba al otro Juan
para ayudarle, de esa manera, dejaban que las mujeres hicieran sus confidencias. Mag
exponía sus razones, por lo que no se sentía bien anímicamente, estaba preocupada por
la salud de su madre, por Juan y sus ideas, por Jesús quien no lo veía.
—Me extraña hija—le replicaba dulcemente—Tú eres muy fuerte. Todo pasa,
tranquilízate. Cada cosa a su tiempo. Tu madre, que es lo que quizás más lleve en tu
afanar, ahora está bien. Y si llegara a partir, piensa que lo hace en pos de una vida mejor
como sucedió con mi esposo.
Cambiaba el giro de la conversación para distraer a la muchacha, y en un tono de alegría
le decía:
—¡Es hermosa tu casa!
Ya habían cambiado palabras entre los jóvenes varones. También se habían sentido muy
bien el uno con el otro. Al saber Juan “el decidor” que el visitante era hermano de Jesús
se expresaba diciendo:
—Ah, tú eres hermano del Salvador.
—¿Hermano del Salvador? ¿Qué quieres decir?
El Camino de la Rosa 217

—Luego te voy a explicar. Ahora sería bueno que hiciéramos caso al llamado que las
mujeres de la casa están haciendo, o nos quedamos sin comer.
Quedaba así inconclusa la explicación.
Qué hombre raro… pensaba el hermano del Salvador.
Se acercaron a la luz del fogón para tomar la cena. Ya se pronunciaba la noche y
comieron, luego se prepararon para descansar.
Magdalena los llevaba a sus habitaciones, los varones compartirían y ella dormiría con
su madre dejándole a María la suya.
Los días estaban pasando de tibios a más calurosos, e invitaban al paseo, caminando
despacio y llevándola por el brazo a la madre de la joven, dirigiéndose hacia el hermoso
espacio que formaba el río en un recodo. Aprovechaban para recoger frutos que
brindaban unos arbolitos que ya tenían tiempo en esa propiedad.
Se acercaron para ponerse cómodas en un precioso lugar, preparado por la creatividad
de Mag quien, ayudada por Juan, lo había transformado en un verdadero vergel. Unas
piedras muy bien colocadas formaban sentaderos que se usaban para pasar buenos ratos
en compañía del agua y de la naturaleza verde que rodeaba el lugar. Allí se ubicaron
disfrutando de la sombra y la brisa tibia.
—Ahora que estamos las tres—comenzaba tomando la palabra María— Les voy a
contar el motivo real de la visita.
Se tomaba un respiro para continuar…
—Llegó a casa un beato diciéndome que viniera para acompañarte— miraba a la
pelirroja mientras lo decía—porque estabas pasando por momentos pocos felices. Eso
no es todo—agregaba, moviendo su mano en señal de que no la interrumpieran.
—También que viniera formalmente a pedir tu mano para mi hijo Jesús.
Para dejar claro y que no se malinterpretara agregaba:
—Correspondería ver esto de dotes pero, por supuesto, no nos interesa. No está en
nuestra costumbre como familia.
Así que…. Rehién y tú Magdalena qué me dicen.
La pelirroja daba su respuesta abalanzándose a los brazos de María. Muy emocionada.
Entre risas y llantos las dos mujeres, madres de sus hijos acordaron la unión de los seres
más criticados, más amados a través de los tiempos. Cuando bajara Jesús de la montaña
se realizaría la boda. Antes de ello conversarían acerca de la elección del lugar para
vivir. Cualquiera que fuera la muchacha llevaría a su madre a vivir con ella. No podía
de ninguna manera dejarla sola.
Acordaron que la fiesta de bodas se realizaría en casa de María, como fueron todos lo
eventos familiares y como invitados las personas más allegadas. A Magdalena le parecía
mentira que se esté hablando de su boda, algo que estaba en esos sueños que por tanto
tiempo estuvieron en “suspenso” y ahora se hacían realidad.

<<Entrando en el mundo de las reflexiones… Dos mujeres entregaban a sus respectivos


hijos a la unión, aún con las trabas de la época. Dos mujeres que hicieron posible la
alianza por boda de dos seres que se amaron en profundidad, un hombre y una mujer.
Ese amor perduraría a través de esos tiempos y de todos los tiempos. Fue el instituir del
matrimonio teniendo como base la igualdad, el respeto, el apoyarse mutuamente, el
acompañarse, el sentirse uno parte del otro y tantas virtudes que se podrían destacar
como ejemplos para la humanidad. Aún así se obvió esta unión por el falso hacer de los
hombres. ¡Qué más querían hombres obnubilados!...
¿El hacer de un hombre solo… célibe? …
Y si era tan repulsivo conocer mujer… ¿Por qué lo hacían? ¿Por qué se sigue
haciendo?...
El Camino de la Rosa 218

¿No será que en la unión está la expresión máxima del amor? O acaso la humanidad no
tiene la oportunidad de repetirse una y otra vez, a través de ella.
¿No será que la alianza de las dos energías más grandes que existen en el universo,
hacen el confluir del Todo?
¿No será que esta unión fue entregada al plano terrestre como icono de lo que tiene que
ser una pareja, más allá que el hombre tenga que depurar con el correr de los tiempos,
poniendo sus verdaderos sentimientos en ello?
LA HUMANIDAD NO SUPO VER EL EJEMPLO HUMANO COMO UNIÓN
ENTRE MAGDALENA Y JESÚS. >>

Las tres mujeres, a partir de allí, compartían todos sus momentos en felicidad sobretodo
la pelirroja, que no cabía en sí de la alegría que sentía. Su madre sabía que dejaría a su
hija en buenas manos, no sólo por Jesús sino por esta gran mujer que era María, estaba
segura que, a la hora de partir, su pequeña tendría una verdadera madre en ella.
Juan se acercaba llamado por las risas y la algarabía de ellas.
—¿Qué pasa acá?… ¿Me estoy perdiendo de algo importante?
—Voy a hacer boda con tu hermano—decía radiante la muchacha.
—¡Me alegra mucho! —con énfasis de satisfacción agregaba—¿Y todo está acordado?
—Sí. A ello vinimos… ¿No Juan? — contestaba su madre buscando la aprobación de su
hijo.
—Claro que sí…
Rehién se levantaba para ir a descansar, y presto era ayudada por el varón que la
acompañaba hasta su habitación y la acomodaba en sus plumones.
Habían quedado a solas las dos mujeres, para disfrutar todavía por un rato más de la
sombra de los árboles y el campanillear de las aguas al correr.
Juan, el decidor, hablaba mucho con el hermano de Jesús, en honor a la verdad
mantuvieron conversaciones casi todo el tiempo. El visitante estaba sumamente
interesado en las palabras de este nuevo amigo, creía en ellas. No en vano en sus
recuerdos estaban las palabras que Jesús solía decirle cuando era pequeño. Cada vez
más se daba cuenta que a él lo atraían todas estas informaciones, y por ello se sentía
propenso a una nueva forma de escribir. Esperaba además, con ansiedad, que su
hermano retornara de la montaña para entregarle lo prometido… Una forma de descifrar
signos y, a la vez, saber plasmarlos en el papel… y otra… un perfeccionamiento del
idioma que se hablaba por aquellos tiempos. Admiraba además, la voluntad y el tesón
que tenía el muchacho que había sido alojado en ese hogar. Todo lo escuchado le servía
para sentir que él apoyaría a su hermano en cualquier decisión que tomara, aunque muy
en el fondo de su corazón, sentía cierta preocupación.
Llegaba el momento de las despedidas y las recomendaciones. La familia de Jesús
retornaba a su casa.
Estaban transitando el polvoreado camino. María le comentaba a su hijo la
preocupación que habían despertado en ellas las palabras de Juan, aunque había tratado
de disimularlas delante de Magdalena.
—No te afanes madre— le decía—No te adelantes a hechos que no sabes. Deja que lo
que tenga que ser, sea.
Luego de la escasa conversación, no tocaron más el tema, siguieron caminando cada
uno inmerso en sus propios pensamientos.
El Camino de la Rosa 219

EL SÉPTIMO SACERDOTE

Jesús, en la montaña, cavilaba acerca de su madre… ¿Habría visitado a Magdalena?


Su madre… Su cincel, su apoyo y su entrelazar. Esta mujer que había despertado en él
la fuerza del recurrir como humano, y como el ser cósmico que era. Esta mezcla de
humano de la Tierra con el hombre cósmico, se entrelazaba de una forma tal que
aseguraba su forjar como un hombre común, pero diferente en sus valores para que ello
sea, en un futuro el esplendoroso, regreso de una humanidad obnubilada.
Era cierto que mucho había por pasar, pero también era cierto que valía la pena. Tenía
en sus manos la responsabilidad del regreso al “hogar” de una humanidad confundida
y… Nada iba a hacer que él desistiera… Y tenía esta mujer, amorosamente madre que
lo acompañaría aún con sus confusiones, aún con sus miedos que, en otras palabras, no
eran más que la demostración de amor hacia él y por ende a su accionar.
María Magdalena, la dulce pelirroja… Se le llenaban los ojos de lágrimas, sólo de
pensarla ¿Sería justo pedirle tanto sufrimiento en ese acompañamiento? ¿Y su madre?
¿Sería justo, también? Claro este pensamiento de Jesús, en ese momento, era afín a lo
humano que era.
Para darse un respiro a lo que estaba pensando que, por otra parte, le causaba dolor, lo
cambiaba por otro un poco descolgado. Buscaría su anillo entre sus pertenencias y se lo
pondría en el dedo el día que se uniera a su amada. Esto le gustaba pensar.
Sentía de pronto que lo llamaban. Era la voz de Niev. Ella se acercaba presurosa para
invitarlo a ir al Salón Ovoidal. Era el momento de recibir otras enseñanzas que abrirían
el discernimiento con algo que estaba latente en la vida de los humanos. Era la
naturaleza engalanada que lo invitaba a observar los cambios climáticos que se
producirían en tiempos futuros. También las diferentes escalas de movimientos de la
Tierra aún en su rotación. Estos conocimientos le darían un panorama general de los
acontecimientos por venir.
Los acontecimientos por venir… Más allá de un futuro lejano para otras generaciones,
preocupaban a Jesús los más cercanos, aquellas vivencias que tendrían que vivir sus
seguidores, incluso su propia familia.
Pero… ¡Vamos!
Confiemos en el libre albedrío de esa sociedad, no puede ser tan terrible. O será una
quimera pensar que el corazón humano respondería a lo que del corazón era. Claro ello
respondería con un centro energético o un chakra de corazón perceptiblemente abierto.
Y… esa humanidad no lo poseía.
Por otro lado, los sacerdotes apuraban el paso en lo que se refería a enseñanzas. Estaban
todos muy atareados. Cuando Jesús bajara de la montaña, ya no volvería para vivir allí,
quizás sí para tener un solaz en su vida. Para reforzar, para ayudar y ayudarse a sí
mismo.
Mientras se agolpaban sus pensamientos, se había quedado mirando hacia el puente y
sentía que quería cruzarlo para admirar la belleza que el mismo mostraba a cada paso.
No se cansaba de observar la exuberancia de las plantas que caían por los costados, y la
energía que de ellas emanaba acompañándolo en ese transcurrir. Mientras lo cruzaba,
antes de llegar al final del mismo, sentía una fuerza que lo llevaba a levantar la vista
para encontrarse de pronto con la mirada más dulce percatándose que en esos ojos había
un reflejo amado. Su corazón se volteaba bruscamente y corría carrera al comprender
que los mismos pertenecían a su padre amado en la Tierra.
¡A Josseá! Por Dios…
El Camino de la Rosa 220

A su padre… Su padre bendito que lo miraba con infinita ternura y con una sonrisa en
sus labios. Le estiraba los brazos invitándolo a cobijarse en ellos. Jesús corría para
abrazar un cuerpo sutil, muy parecido a los que tenían Orión y otros sacerdotes. Era tan
pleno, tan dulce ese abrazo, que sus lágrimas se convirtieron en un torrente que no podía
detener. Al cabo de un rato iba logrando la calma apoyado en el hombro de Josseá quien
le acariciaba los cabellos, como cuando era pequeño. La unión de esos dos hombres
rebasaba a toda comprensión, nunca cuando él vivía en la Tierra, había sentido algo
parecido.
Luego de este momento tan sublime, Josseá invitaba a su hijo a recorrer lo que faltaba
del puente. Jesús lo seguía, pensando que irían al Templo pero, para su sorpresa,
tomaron por detrás para dirigirse por un camino bien marcado con piedras pequeñas,
que se iba ensanchando a medida que lo recorrían encontrándose, de pronto, con la
planicie que tanto le había llamado su atención. Era tanto lo que le había acicateado la
curiosidad que, más de una vez, se hubiera ido por sus propios medios. El respeto por
los sacerdotes hizo que no cumpliera ese anhelo.
Llegaban a la explanada. Cada vez sentía más fuerte que estaba por rebelarse algo
increíble. Y, así estaba sucediendo, de pronto empezaba a abrirse el suelo para dar lugar
a un gran estacionamiento de vehículos que tenían una forma circular oblonga, donde se
destacaba una especie de cabina montada en el disco, transparente, como el techo del
Templo Ovoidal. Una de ellas, al extender del brazo de Josseá, se ponía en
funcionamiento para girar únicamente la parte de abajo del disco como si ese
movimiento fuera independiente del resto. Maravillosas luces en forma de rayos salían
por el borde del círculo. Más tarde supo que las mismas hacían, de alguna manera, que
ese vehículo estuviera invisibles a los ojos humanos o podía también, según la
necesidad, formar un vapor que la convertía en una nube brillante y esplendorosa. Hasta
esos momentos no entendía mucho lo que estaba viendo; su padre le decía que se
utilizaban para trasladarse en ellos a gran velocidad y podían hacerlo con cuerpos
físicos que, aunados con el propio espíritu, tuvieran una vibración acorde. Con ellos se
podía llegar al Cosmos y también a cualquier lugar de la Tierra, incluso su centro
terrenal o las profundidades del mar.
Su asombro seguía siendo tan grande que quería saberlo todo…
¿Cómo funcionaban? ¿Quiénes podían manejarlos?…
El movimiento lo ejercía a través de elementos de la Tierra con dispositivos traídos del
Cosmos. En su contextura usaban de los muchos minerales que el planeta ofrece, entre
ellos, algo parecido al uranio que todavía el humano de la Tierra no podría descubrir, si
no estaba latente en él un cambio de rumbo en su vida, específicamente un Cambio
Interno que le permita saber usar estos elementos sólo para el bien de la humanidad. Es
decir cuando su corazón estuviera abierto a la fraternidad, abierto al amor; aunque sea
en atisbos. Cuando el hombre ya no sea capaz de causar daño a otro hombre. En un
futuro este hombre en el cual tenían puesta tanta pasión, tanta fe las Jerarquías de las
Estrellas, sería guiado para reencontrarse consigo mismo y, por añadidura, abriría las
puertas al adelanto tecnológico más avanzado que se pudiera imaginar
El funcionamiento para desplazarse en estos vehículos tenía que ver con el
“magnetismo”, mezcla de energía parecida a la que ejercen los polos en la Tierra con la
que emana el Centro terrenal. Ambas conforman este “magnetismo”. Energías
generadoras de la Fuerza y la potencia por un lado y la armonía, el equilibrio por el otro.
En definitiva estas emanaciones se convierten en vibraciones.
Los planetas de regeneración manejan estas energías, no solamente para sus vehículos
sino para su diario vivir. Cada orbe maneja su propio magnetismo, aún la Tierra que
todavía no había alcanzado vibraciones óptimas, tenía su magnetismo.
El Camino de la Rosa 221

Jesús se daba vuelta, todavía anonadado para mirar a su padre y preguntarle:


—¿Para qué esto? ¿Qué tiene que ver conmigo?
—Lo necesitarás en el momento preciso— respondía, no habiendo despejado con
detalles la respuesta.
Un silencio plagado de conjeturas disparaban en la mente de Jesús.
—¿Sabes? — Cambiaba sus pensamientos rápidamente, expresando…
—¡Qué alegría poder tenerte nuevamente! ¡Nunca me hubiera imaginado esta realidad!
Estaba esperando otro sacerdote para las enseñanzas, algo me decía que no era de los
que estaban en este lugar.
En un arranque de alegría le decía abrazándolo:
—¡OH! Padre querido… ¿Eras tú el otro sacerdote?
—Sí hijo— le decía dulcemente acompañando con un movimiento de su brazo para
tomar el hombro del joven y seguir…
—Luego de dejar el cuerpo enfermo de la Tierra, con tu ayuda pasé los niveles de
apegos, surgiendo en el nivel de purificación o de reflexión para darme cuenta lo que,
como humano, había errado o creía que lo había hecho. Muchas veces nuestras
reflexiones son erróneas con respecto a nuestra vida y nos forjamos culpas, que si,
llevan a otros sentimientos que verdaderamente nos hacen daño. Todo aquel que tomó
cuerpo en la Tierra, debe pasar por todos estos niveles.
Tenías razón con respecto a las voces que llaman, se confunden con voces familiares.
¡Y debes seguir tu camino! Luego de este nivel de Luz, de reflexiones regresé a mi
lugar en el Cosmos
—Padre. ¿Acaso perteneces a los Ancianos del Consejo?
—Sí hijo... “Al club de los viejos”.
Ambos soltaron sendas carcajadas.

<<Josseá pertenece al Consejo de Ancianos… son seres o Jerarquías Espirituales que


contienen la “Sabiduría” del universo y está en sus manos entregarla, en este caso a la
humanidad de la Tierra, a través de Jesús. En otros casos, habitantes de distintas
vibraciones que tienen acceso al Consejo, piden determinados conocimientos para su
revalorización como seres de su planeta que están preparados para seguir
perfeccionándose.
El despertar en el ser humano terrestre, se produce en el nivel o estadio evolutivo que
corresponde, permitiéndole elevar su vibración que será consecuente con el vibracionar
de la Nueva Tierra. Ese es el Gran comienzo del verdadero sentimiento de regreso a
Casa, moviéndose el hombre en su ambiente con más o menos conocimientos.
Algo que se plasmaría en los hombres de la Tierra con esta “Venida de Jesús”, era dejar
al alcance de la mano, los conocimientos cósmicos necesarios para aquellos que se
permitiesen tomarlos. En esos momentos sólo era posible obtenerlos a través de las
enseñanzas que diera una figura física como la del Salvador. Más adelante se tomarían
de este plasmar.
La densidad, la obnubilación asentada en la masa energética que rodeaba al planeta en
esos momentos, no permitía el paso o la confluencia de conocimientos, tanto a nivel de
comprensión como a nivel de sentimientos del corazón.
Josseá había hecho su tarea en la Tierra, pero no lo había tenido en conciencia, tampoco
cuando despegaba de su cuerpo, sino que había necesitado llegar al nivel de las
reflexiones para recién allí… Saber:

…QUIÉN ERA- DE DÓNDE PROVENÍA Y… A DÓNDE TENÍA QUE REGRESAR.


El Camino de la Rosa 222

Y esto, luego de terminar con sus reflexiones “causadas” por el vivir de la Tierra.
¡Cuánta obnubilación! ¡Cuánto olvido!
Esta semilla que sembraría Jesús serviría para que en un futuro, el hombre de la Tierra
comprendiera las tres premisas sin necesidad de llegar al nivel de las reflexiones. Las
gozaría antes de dejar su cuerpo.
La razón primordial por la cual los sacerdotes no habían nacido de vientre materno, sino
que habían tomado cuerpo en el Cosmos, era la obnubilación del nacimiento que no les
hubiera permitido “despertar” a tiempo para poder ellos, a su vez, buscar a Jesús.
Además, por supuesto, de encontrar la montaña e ingresar a ella. Sus propias
vibraciones por el sólo hecho de encarnar no se lo hubieran permitido. Hubo que
preparar el lugar para poder albergar al hombre terrenal que debía despertar y en ese
transcurrir ir modificando la escala vibracional para una mejor convivencia>>

ESTA HISTORIA NO ES PARA DESPERTAR FANTASÍAS HISTRIÓNICAS, SINO


PARA DARNOS CUENTA QUE EL RAZONAMIENTO LÓGICO LA ACOMPAÑA
PARA DECIRNOS A VIVA VOZ… “SÓLO LOS BLANDOS DE CORAZÓN
PUEDEN LLEGAR”.
El Camino de la Rosa 223

LAS FAMILIAS SE PREPARAN

Los acontecimientos que se daban, tanto en la familia de Jesús, como en todo su


entorno, apuntaban a un solo objetivo, el comienzo de un camino en que el joven
sembraría para el mundo, algo tan simple y tan difícil según cada quien: “La semilla del
Amor”. Hablar de esta energía, significa decir que es un sentimiento que en la Tierra
sólo se manifiesta en pequeños atisbos y se confunden con el amor humano, un
sentimiento de padres a hijos o amor de parejas. Nada comparable con el Amor del
Universo. Amor incondicional plasmado en todos los corazones. En este nivel de la
Tierra hay que encontrarlo, hay que “despertarlo”.

En el hogar de Magdalena se estaban preparando para la gran boda. Por supuesto, ella
luciría ropas elegantes, acorde al acontecimiento más hermoso que le podía suceder en
su vida. Preparaba una túnica, cuya tela había traído Pablo de sus viajes y se la había
regalado a María quien, a su vez, se la había obsequiado a Magdalena para la gran
ocasión. Con sus manos hábiles, madre e hija, fueron transformando la tela en una
túnica bordada en todas sus orillas. Tomaría su cintura con un cordel muy brilloso de
una tonalidad dorada y que lo había conseguido en la feria la última vez que había ido.
Le venían muy bien con sus sandalias, aquellas que también fueron adquiridas en otra
feria, cuando servía en una casa y tuvo que huir. Tan sólo esa vez las había usado y las
cuidaba sobremanera porque le gustaban mucho.

Por otro lado, María hacía lo suyo para preparar esta boda que a ella particularmente la
satisfacía enormemente. Hacía visitas para invitar y avisar que su hijo Jesús iba a hacer
boda con Magdalena. Prepararía el patio de su casa, adornándolo con flores para esa
ocasión. Algo que le llamaba poderosamente la atención, era el crecimiento acelerado
de un pequeño gajito que ella había plantado, lo había recibido de manos de la madre de
la novia y se estaba convirtiendo en un arbusto adornado con flores aterciopeladas,
blancas, realmente hermosas y que le había impactado además, por tener un perfume
suave y persistente.
Los hermanos del joven novio, se mostraban también felices. Admiraban y querían
mucho a la mujer pelirroja, fuerte en sus apreciaciones y a la hora de tender una mano,
estaba para el que la necesitara. Las muestras estaban a la vista, se había llevado a
Santiago y a Juan a su casa para proveerles de techo y comida cuando lo necesitaron.
Esto, desdichadamente, no le había traído buena fama a Magdalena, no era común que
una mujer tuviera estas actitudes y tomara decisiones. Los susodichos, en su afán de ser
agradecidos, contaron tal situación en la fiesta de la boda y bastó este pequeño detalle
para que mujeres del lugar, con sus celos y envidias, despertadas por la pelirroja con su
belleza bien estampada, no pudieran soportarlo. Desde entonces, las habladurías
hicieron corrida como el trayecto de un río, mas no hicieron mella en la fuerte
muchacha.
Todo era preparativo, cuando Jesús bajara de la montaña… ¡Habría boda!
Los vecinos de la familia se asombraban de recibir invitación, ya que no conocían al
novio por lo poco que había estado en la casa familiar. No obstante, ser invitado por
esta familia de varones era todo un agradable acontecimiento. María cuidaba los detalles
a la hora de hacer las invitaciones, no quería de ningún modo despertar malos
sentimientos en esos vecinos que vivieron siempre cerca de ellos.
El Camino de la Rosa 224

Otras invitaciones, se hacían a las amistades que tenían sus hijos.


Había un muchachote que tenía alguna amistad con Enrico y frecuentaba la casa de
Pedro, era pescador como él, solían acompañarse uno con el otro en estas actividades.
Se llamaba Juan, hombre rudo con un trabajo que apenas le permitía vivir junto con su
hermana. El varón se quejaba que las mujeres no querían saber nada de él, se daba
cuenta que era por sus carencias económicas. Más allá de esto, él se mostraba muy
tímido, sentía una profunda desvalorización de sí mismo.
La “hermana”, que no era tal, pues su padre la había traído a vivir con ellos desde
pequeña con la intención de que, cuando creciera, le sirviera como amante y fuera la
ocasión de las alegrías de un hombre viejo. No había llegado a cumplir sus sueños
porque la muerte le había salido al cruce. Mientras estuvo el padre, habían convivido
como hermanos pero al quedarse solos, comenzaba Juan a sentirse atraído por la joven.
Sus necesidades eran más fuertes que sus razonamientos y, sin más, la tomaba como
mujer sin siquiera pedírselo para convertirse en una relación clandestina.
La gran mayoría de la gente que conocía a Juan, creía que la mujer era su hermana. La
“línea del parentesco” se cortaba cuando afloraban los sentimientos o las necesidades
del varón. Juan tenía buenos sentimientos para con ella, aunque no sabía manifestarlos,
actuaba desde la rudeza. Las personas que lo conocían lo apreciaban, era un hombre que
siempre estaba presto para ayudar, cosa que hacía a menudo con su amigo Pedro,
cuando no se encontraba a sí mismo y vivía en enojo constante con la vida.
Enrico le había tomado simpatía al muchachote. Solían charlar largo tiempo sobre sus
actividades; sobre lo que deseaban de la vida con respecto a relaciones. En fin, se hacían
confidencias. Lo que no esperaba Enrico, es que comenzara a gustarle cada vez más la
hermana de Juan, por supuesto, sin siquiera conocer la relación carnal que ellos
mantenían.
En una de esas charlas el hermano de Jesús le confesaba a Juan sus sentimientos. Sus
palabras gozosas no condecían con la expresión de su amigo.
Se callaba abruptamente.
¡No sabía qué estaba pasando!... El rostro de él se transfiguraba desde el color escarlata
hasta la palidez profunda. Tanto, que lo había asustado y no sabía qué hacer.
—¿Qué te pasa? Te veo mal— le decía acercándose a él.
—Yo… La tomo, como mi mujer— balbuceaba.
—¿A quién?—contestaba no entendiendo nada.
—A ella…
Acompañaba estas palabras, con un movimiento de su cabeza señalando para adentro de
la casa. Recién caía en la cuenta a lo que se refería el tímido pescador… Casi
inmediatamente le gritaba:
—¡Es tu hermana!
—No, no— contestaba angustiado—Ella fue traída de la calle por mi padre y para él,
cuando creciera. El murió y yo…
—Está bien—decía Enrico, comprendiendo por fin lo que su amigo quería decirle. Con
un nudo en la garganta y con bronca contenida…
—No te afanes... ¡Olvida lo que te dije! ¡Demonios! —casi a los gritos y mirándolo
fijamente—Deberías decirlo, blanquearlo—y ya con un hilo de voz, con la angustia
apretándole la garganta —No puedes dejar que suceda una situación tan confusa como
esta.
El hermano de Jesús se levantaba para irse, a lo que Juan, sumamente afligido le pedía
seguir siendo su amigo.
Enrico asentía con su cabeza, pero en su mirada se reflejaba toda la tristeza del mundo.
En ese momento sólo quería desaparecer. Nuevamente la vida lo ponía en situación de
El Camino de la Rosa 225

desventaja con respecto a las mujeres. Pero esta vez no entraría en depresión. Sólo
olvidaría.
Llegaba a su casa, con el paso cansino y el rostro apesadumbrado. No necesitaba mucho
María para darse cuenta que a su hijo, algo le pasaba. Lo instaba a que le contara y poco
a poco salían las palabras con lo que le había sucedido. Su madre permanecía en
silencio hasta que al fin decía:
—No juzgues a Juan. Es un hombre bueno. No ha tenido una madre que lo apoye, ni un
padre que le enseñe, porque el de Juan estaba pero no existía como padre. Y… esa niña
no tuvo culpa alguna. Ella, como Juan, tenían que sobrevivir. Hicieron lo que pudieron
combinando el vivir juntos y las necesidades de los dos.
María acariciaba la cabeza de su hijo.
—Ya pasará.

Al irse Enrico de la precaria casa de Juan, lo dejaba llorando. Se tomaba la cabeza entre
sus manos no pudiendo evitar soltar fuertes gemidos. La mujer que había escuchado la
conversación, no sabía si salir de su cuarto y exponer lo que sentía.
¡Por Dios! ¡A ella le gustaba el amigo de su “hermano”! O… quizás dejar las cosas
como estaban. Se decidía por esto último, un sentimiento de compasión nacía en su
pecho. De algún modo, la pobreza, la soledad los había unido y quizás así debían seguir.

En el hogar de Magdalena los preparativos seguían. Ahora se ocupaban de tejer canastos


para la habitación de los esposos, los que puestos uno arriba de otro, servían para
guardar los elementos necesarios. Los pensamientos de la novia saltaban de una cosa a
otra. Se daba cuenta que no habían hablado con Jesús del lugar en el cual fijarían su
residencia. Estaban, por un lado, las conjeturas que quizás en los primeros tiempos
después de la boda, podrían vivir allí en su casa, pues no había todavía vivienda en el
predio de Josseá. Por otro lado, él necesitaría trabajar y tendría que ser en el negocio
familiar. En fin ya evacuaría estas reflexiones cuando lo viera la próxima vez.
El amigo de la casa, por su parte, seguía trabajando y ayudando en todas las tareas de
ese hogar. Había entrado en una etapa de silencio, no se lo sentía hablar de lo mucho
que él decía. Mag pensaba que quizás ya se le había pasado esa vehemencia loca.

La naturaleza acompañaba a Magdalena cuando lo requería. Los días tibios la llevaban a


hacer largos paseos por su propiedad; los árboles la cobijaban con su sombra; las flores
mostraban su sonrisa y las piedras, que eran muchas y grandes, le ofrecían el descanso.
Solía hablar con ellos en su intimidad. Era parte de ella contarle a la naturaleza lo que
sentía, mezclándose muchas veces con la voz de su “abuelo” en el oído. Cada vez más
iba desarrollando su percepción, aunque no se diera cuenta. Sería una herramienta
importante de ayuda en el transcurrir de su vida. En ese momento le contaba a los
árboles de su felicidad, sabiendo que con hablarle a las plantas, tratarlas con cariño,
ocupándose, ellas crecían en plenitud. Entonces, podían escucharla.
Magdalena había experimentado diversas sensaciones en este conjugar con la naturaleza
que la rodeaba. Una de ellas, era sentir alrededor de las plantas una energía vivificante.
Cuando abrazaba un árbol, la misma la envolvía y la hacía sentir diferente. Otra, cuando
se acostaba cuan larga era en el suelo, la tierra emanaba un calorcillo que, cuando no se
sintiera bien, hacía que su ánimo cambiara. Y por último, una sensación especial
sintiendo que fuerzas que no sabía explicar, la dirigían a cortar tal o cual hierba que,
convertida en un brebaje, hacía fuertes efectos de sanación, además de crecer las
mismas con mucha más fuerza al realizar la acción de curar. Era un mundo desconocido
El Camino de la Rosa 226

y no valorado por los hombres de la Tierra. Todo esto aprendía la joven con el solo
hecho de ponerle un poco de atención.
Moab le había mostrado una hierba específica para ayudar a su mamá, y había sido el
disparador para que ella buscase otras para diferentes dolencias. Su intuición la llevaba
a cortarlas. Sabía perfectamente el uso que debía darles, previamente les pedía que le
otorgaran sanación para tal o cual malestar. Así fue armándose de una muestra muy
variada en su jardín.
Entre sus muchas ocupaciones por los cambios producidos en su vida, una era la de
preservar estas hierbas para llevarlas al lugar de su nueva residencia. Estaba en esos
pensamientos cuando su vista se dirigía hacia el recodo del camino, llamándole la
atención una figura que comenzaba a vislumbrarse y rápidamente estaba ya ingresando
por su portal. Agudizaba un poco más su vista para darse cuenta que era el viejito Moab.
No esperaba más para salir corriendo en busca del visitante, llegando hasta allí con el
envión de la carrera para abrazar fuertemente al sacerdote.
—Casi me volteas, hija— le decía con su clásica sonrisa picaresca.
—Moab… ¡Qué contenta estoy! Te estaba necesitando— no lo soltaba del cuello
todavía— ¡Tantas cosas quiero preguntarte!
Ante un gesto del viejito… la muchacha lo soltaba.
—Ya sé, todo a su tiempo—le decía amorosamente.
Caminaron los dos tomados del brazo hasta llegar a la casa.
Rehién, quien había escuchado los gritos de su hija, salía también, quedándose a la
espera de que llegaran hasta allí. Qué increíble el sentimiento despertado en las dos
mujeres por este viejito, tan querido y tan esperado en muchas ocasiones. Ella
particularmente, sentía que la embargaba una emoción muy grande con el solo hecho de
que él se acercara. Se daba cuenta además de la importancia que había adquirido la
presencia del sacerdote en sus vidas. Siempre con la palabra justa y por sobre todas las
cosas, siempre su mano tendida y muchas veces sin que los demás se percatasen de ello.
Tan callado, tan sabio… Sólo manifestaba la palabra justa y en el momento preciso.
Ahora que lo pensaba se daba cuenta lo que significaba Moab para ellas. Lo abrazaba
también con fuerza y unos lagrimones corrieron por sus mejillas.
—¿Qué les pasa hoy a las mujeres de esta casa?—decía Moab, también visiblemente
emocionado.
Rehién y Magdalena sonrieron, y una mueca en sus bocas denotaba más que querían
llorar que reír. Pero por la emoción. Claro.
Buscaron las piedras del patio para sentarse, y tomar algún brebaje calentito de los que
preparaba Rehién. Conversaron acerca de Joshua; de sus actividades en la montaña, y
llegaba por fin el punto por lo que había venido Moab a visitarlas.
—Prepárate hija para viajar conmigo a la montaña—le decía tomándola de una mano
para agregar— Si es lo que tú deseas. Tan sólo vengo a cumplir un pedido tuyo de hace
tiempo… ¿Qué me dices?
Magdalena miraba a su madre y ella prestamente le decía:
—Ve hija. Yo me quedaré acompañada por Juan.
—Ella estará muy bien— expresaba con seguridad Moab—No te invitaría si ello
ocasionara trastornos en tu madre.
Magdalena abrazaba a ambos, manifestando así su felicidad.
—Mañana partiremos bien temprano.
A modo de recomendación decía:
—Ponte calzado cómodo. No sólo caminaremos sino que subiremos una montaña.
Mag hacía una muequita graciosa, como si la asustara. En ese momento, con tal de ver
al joven de la montaña, subía no una, sino todas las que sean necesarias.
El Camino de la Rosa 227

El sacerdote aprovechaba su tiempo manteniendo una conversación con Juan. Bastante


extensa para el gusto de la joven. Parecía que lo conocía de toda la vida. Por mucho que
se esforzara no podía escuchar lo que hablaban, y Dios sabe que hubiera dado cualquier
cosa para saciar la curiosidad que tenía en esos momentos. Acercarse no hubiera sido
una buena idea. Dejaban muy bien sentado que no querían ser interrumpidos.
Se acercaba la noche. Era la hora de compartir alimentos. También se manifestaron las
recomendaciones para el cuidado de Rehién en ausencia de ellos.
—¡Quédate tranquila Mag, yo sabré cuidar de tu madre!— le decía después de escuchar
la cantidad de cosas que tenía que observar para que ella se sintiera bien.
Rehién le hizo una seña a Juan dándole unos golpecitos en su mano como diciendo…
¡Están exagerando! No te preocupes.
El sacerdote invitaba a ir a descansar, pues saldrían temprano, sin el burrito y casi sin
bultos que retrasaran el caminar.
El Camino de la Rosa 228

MAGDALENA EN LA MONTAÑA

Cuando despuntaba el alba, Mag se levantaba casi sin hacer ruido, dirigiéndose al fogón
del hogar para atizar las brasas y poner a calentar leche. Por una orilla, acercaba un
pedazo de pan, para que adquiriera nuevamente la textura del recién horneado. Tomaba
de un estante el queso y la miel, alimento diario, sabroso que degustaban con tanto
entusiasmo. Preparaba también una vianda para reforzarse en alguna parada de ese
recorrido.
Emprendieron la marcha los viajeros, llevando Mag en su bagaje, las ilusiones de toda
joven que va a encontrarse con su amado.
Caminaron hasta las cuevas y allí desviaron por el sendero que ella había visto en otras
oportunidades. Estaba gozando ese viaje, sobre todo de esa parte en que la naturaleza se
manifestaba en toda su expresión. Diferentes arroyuelos bajaban de la montaña para
unirse y señalar un solo camino hacia el río principal, ese que bañaba diferentes costas
pero, a la vez, unía su casa con la de María, madre de Jesús.
Comenzaron a subir por un sendero bastante marcado. Algunas rocas que había que
trepar hacían un tanto desgastador el viaje pero, más allá se hacía más cómodo para el
caminar. A cada vuelta de ese camino, Magdalena detenía su marcha para observar la
inmensidad del paisaje. Podía desde allí identificar la ciudad de los romanos, aquella
que le traía sentimientos encontrados, aún no conociéndola pero la resultante al fin, era
que no le gustaba. Observaba al sacerdote y se daba cuenta que era muy ágil en su
caminar, más que ella y, eso que observaba una edad avanzada. No veía ninguna
edificación cercana como para vivir en la montaña y estaban, según Moab, muy cerca de
la cima. Le llamaba la atención y no quería preguntar pues sabía la respuesta.
En un recodo del camino se presentaba una gran piedra, una que casi no permitía el paso
para seguir subiendo, por el contrario, se angostaba tanto que la montaña se cortaba a
pique. No había más alternativas para seguir.
—¿Y ahora qué?— pensaba la joven, quedándose parada esperando a ver qué resolvía
su acompañante... ¿Cómo iban a hacer para seguir?
Observaba que Moab también detenía su marcha. En vez de hacer algún comentario
sobre como continuar, se ubicaba frente a la gran piedra y, muy suavemente, apoyaba en
ella su mano. Al solo contacto esa gran puerta se abría.
¡No podía creer lo que veían sus ojos! Se quedaba quieta mirando todo…
¡Qué maravilla!... ¿Existía esto o era un sueño?...
El sacerdote movía su mano arengando para entrar:
—¡Vamos María!—le decía, ella no acusaba recibo todavía, estaba alelada por lo que
estaba viviendo.
Estiraba su mano el viejito para tomar la de ella y prácticamente arrastrarla hacia
adentro. Más aún era la confusión, el asombro… al ver la exuberancia de la naturaleza,
el río, las casitas y más allá un puente sobre ese río, tan ondulante, tan perfecto en su
sonido y en la claridad de sus aguas. Todo ello había sido la percepción en sólo
segundos, o minutos… No sabía. Estaba sin habla. Moab sonreía…
—¡Ey, despierta niña!
Magdalena trataba de recomponerse ante tanta belleza a su alrededor y seguía como
podía los pasos del sacerdote.
Tan conmovida estaba que no veía que Jesús, su Joshua venía hacia ella. Unos brazos la
tomaron de la cintura y la levantaron, se sentía volar para caer en la cuenta que su
amado estaba allí, con ella.
El Camino de la Rosa 229

¡Ese momento tan deseado! ¡Tan esperado!


Se confundieron en un abrazo y ambos, emocionados, guardaron palabras, pues no las
necesitaban.
El viejito los dejaba solos.
Jesús la llevaba de la mano hacia el río para sentarse en el suelo, apoyados en un árbol.
Seguían abrazados. Las pocas palabras que salieron de sus labios fueron aquellas que se
dicen los enamorados en el reencuentro, cuando los embarga el amor. Ese amor
profundo que unificaría las sublimes energías, para apoyar y contener al hombre que
sería estandarte de la verdadera vida, para entregarla luego a la humanidad.
No en vano había ido Magdalena a la montaña. La verdadera boda se realizaría en ese
magnífico lugar, entre los sacerdotes. Estas nupcias se plasmarían en unión del cóndor y
la paloma en los cielos. Dos corazones que habían logrado palpitar al unísono, por el
solo hecho de amarse. Por eso ella, antes de salir, había sentido la necesidad de tomar el
anillo que tenía en su habitación. No sabía dónde ponerlo y, para no perderlo, se lo
había puesto en su dedo. Fugazmente se lo tocaba, sin querer recordándole que lo tenía,
llevándola inmediatamente a dirigir su mirada hacia el anular izquierdo de su novio y
comprobar que él también traía puesto el suyo, un aro dorado, refulgente. Sabía muy
fuerte que iba a ser así… No necesitaba explicaciones… Entendía todo.

<<El símbolo de unión, el anillo, el emblema de que la vida gira en círculos. El


movimiento vibracional del Cosmos se moviliza en círculos. El bebé que genera vida
sale del canal vaginal de su madre en círculos. Nuestras energías… y tantos, tantos
ejemplos más.>>

Los jóvenes se quedaron por un rato más, en silencio. Tenían muchas cosas para
contarse, pero en ese momento sólo querían estar abrazados y saborear, desde lo
profundo de sus corazones, el estar uno con el otro.
Luego se levantaron y caminaron hasta donde Niev y Moab los esperaban. Niev
abrazaba a la muchacha y enseguida ofrecía alimentos calentitos.
El sentimiento de plenitud era grande para la dulce pelirroja. Sólo quería saborear cada
momento vivido, tanto así que se relajaba para comenzar a sentir los efectos del viaje.
No paraba de bostezar. Sus ojitos comenzaban a cerrarse. Jesús, sentado al lado de ella,
la instaba para que comiera algo antes de dormirse mas, en vano fueron los apuros. La
muchacha se quedaba rendida, dormida apoyando su cabeza en el hombro de él. Sólo
quedaba llevarla en brazos y depositarla en los plumones.
Al otro día, con la luz del sol en su rostro, se despertaba para estirarse cuan larga era. En
un primer momento le parecía que estaba en los plumones de su hogar, pero de pronto
recordaba que estaba en la montaña. Se enderezaba rápidamente para levantarse
descalza buscando a Jesús, quien hacía bastante que estaba dando de comer a unos
pajarillos en su mano. La muchacha se acercaba despacio, lo abrazaba por la cintura
apoyando su rostro en la espalda, tratando a la vez que las aves no se fueran. Para su
asombro, siguieron tranquilas comiendo, también lo hacían de su mano.
—¡Qué hermoso es este lugar! Me quedaría contigo y no necesitaría más nada— decía
entusiasmada la joven.
Una sonrisa surcaba el rostro de Jesús asintiendo con su cabeza, mientras pensaba lo
mucho que había por hacer. No le respondía para no desencantarla. Él no podría darse
ese lujo, por así decir.
Sintieron la voz de Moab que los llamaba... Ambos se apuraron para llegar hasta él.
—Hijos, quiero hablarles:
El Camino de la Rosa 230

—Ustedes se aman y están preparando boda allá con sus familiares. Les propongo que
lo hagan también en este lugar, entre nosotros—se apuraba a explicarles viendo la cara
de asombro que ponía la joven— Bien, este lugar tiene una vibración especial, distinta a
la de vuestros hogares, una vibración que se aunaría con la de ustedes para asentar una
base fuerte a partir de vuestra unión.
El rostro de ella denotaba incomprensión, por lo que Moab se apuraba en decir:
—Explícale luego, Jesús—y volviendo su mirada hacia ella aclaraba— Esto sería como
un compromiso, después harían su boda con sus familiares… ¿Qué me dicen?
—Sí, por supuesto— dijeron los futuros esposos.
—A la tarde entraremos al Templo y celebraremos esta boda.
Sin más palabras, se retiraba el sacerdote hacia sus habitaciones.

<<Esta unión iba a ser representativa de las virtudes humanas, en función a crear una
base familiar en que reinara el amor. La energía estaba otorgada a partir de esta boda,
para que cada quien encontrara su otra parte de la semilla que se había partido en dos en
los principios de los principios, o la mitad de un corazón que encuentra a su otra mitad.
Ello a nivel espiritual. A nivel de la Tierra el hombre y la mujer tendrían la oportunidad,
si estuviera en el corazón de cada quien, de hacer asentamientos muy fuertes basados en
el respeto, en la solidaridad, en la comprensión mutua, dejando asentado los cimientos
para futuras generaciones.>>

El resto del día, se dedicaron a pasear por esos hermosos lugares, saboreando de la
naturaleza, caminando entre las casitas hechas con troncos de árboles. Llegaron a
lugares recónditos pero no cruzaron el puente. Quedaría para más tarde con la
autorización debida de los ancianos.
Llegaba la hora de reunión en el Templo. Los novios esperaban a que los llamasen
sentados sobre piedras a la orilla del río, poco antes de cruzar el misterioso puente.
Veían desfilar de a uno hacia el Templo, a los siete sacerdotes que se habían ocupado de
dejar enseñanzas en Jesús, para su despertar. Luego de un considerable tiempo de espera
era Moab quien salía para hacerles señas con su mano invitándolos a acercase. Ellos
respondieron inmediatamente.
Magdalena, no salía de su asombro, la belleza del Templo, sus grandes pilares, esas
paredes de una forma tan extraña y el suelo… tan brillante.
¡Nunca había visto algo así!
Del asombro pasaba a la emoción, sintiéndose invadida por algo sublime, como si ella
fuera el centro de toda existencia. Daba y recibía… Amor… Amor… Y en ese conjugar
como humana, tenía deseos de abrazar a los árboles, al río. Entendía la función que
cumplía cada uno y todos unidos en esa Energía. Sentía un Amor infinito por los
sacerdotes, pues… ¡Los conocía de tantos y tantos tiempos!
Volteaba su cabeza y posaba sus ojos en Jesús, comprendiendo claramente quién era ÉL
y lo que venía a hacer. Toda esa comprensión manifestada en segundos la llevaba a
saber también lo que ella como bagaje tenía para acompañar, para apoyar.
Cuando su cuerpo ya no resistía más la energía del Amor, comenzaba a ceder poco a
poco, lo que permitía a su espíritu ubicarse en donde estaba en un principio. Satisfecha
ponía una mano en su corazón para sentirlo en su galope.
Se pararon frente a Moab, quedando los otros sacerdotes un poco más atrás. Él les
tomaba las manos poniendo una arriba de la otra para luego dirigirse a la joven en
palabras…
—María Magdalena, ya sabes quién es tu futuro esposo. Grabaste en los cielos este
compromiso. Ahora yo te pregunto:
El Camino de la Rosa 231

—¿Quieres? ¿Deseas renovarlo? ¿Sabiendo la gran tarea del Cristo?


—Sí, Quiero —contestaba Magdalena con la fuerza que la caracterizaba.
—¿Jesús, tú quieres a esta mujer como tu compañera, por ese mismo compromiso,
manifestada ahora y a través de los tiempos? ¿Quieres la unión de las Huestes de la
Espada con el Corazón dorado?
—Sí, quiero— Decía el Salvador irguiendo su cabeza… HACIENDO PRESENCIA

—“GRACIAS AMADOS MÍOS, GRACIAS POR SER QUIÉN SOIS, GRACIAS POR
EMPRENDER ESTA ENTREGA DE AMOR, LA MÁS GRANDE QUE HAYA
RECIBIDO UNA HUMANIDAD QUE, COMO HIJOS DE DIOS, TENDRÁN LA
OPORTUNIDAD DE REGRESAR A SU VERDADERA VIDA”.

Dichas estas palabras significativas, se vieron rodeados por un sin fin de palomas que
ingresaban al recinto como dándoles la bienvenida. Otra vez el asombro en la carita de
la desposada, nunca había visto palomas cuyas plumas eran doradas, sedosas y con un
brillo que se engrandecía en diferentes tonos. Revoloteaban y algunas se posaban en sus
hombros.
Nuevamente la sensación de despegar del lugar la embargaba para observar colores que
provenían de las palomas, y se expandían para mantener el dorado como brillar
principal. Resonaba en sus oídos una música que la transportaba a la plenitud de la
existencia. No sólo la escuchaban sus oídos sino que ella era toda esa música,
engalanada con un repiquetear de su corazón que le hacía desplegar alas para volar. Y
ese vuelo le otorgaba la visión de todo el planeta desde el espacio. Iba acercándose a
gran velocidad, pudiendo vislumbrar el verdor de las plantas con un agregado de Luz en
su entorno. De pronto, aparecía frente a ella una humanidad encolumnada que pasaba
por una puerta inmensa cuya Luz enceguecía sus ojos. Todos pasaban, hasta el último
caminante, y al lado de ella estaba su amado, esperando cerrarla luego de que pasara la
“Humanidad de la Tierra.”
Otra vez volvía de regreso a la normalidad. Se encontraba sentada en un sillón que le
permitía estar cómoda. Jesús le tomaba de la mano.
—¿Qué había pasado? ¿Acaso se había dormido y había tenido un sueño fantástico?
No sería la misma María Magdalena luego de su boda en la montaña. Marcaría en su
corazón un antes y un después.
Los sacerdotes fueron de a uno abrazando a los esposos. Cada quien de ellos les
regalaba su avocación, su virtud. Les hicieron ver y sentir en lo profundo del ser lo que
recibían. No había pues, regalo en el mundo que se comparara.
Orión les había entregado su investigación del “magnetismo” para la Tierra. Ellos lo
recibían como representantes de esa humanidad y de las subsiguientes.
Niev entregaba su hacer con la naturaleza y sobre todo el “Amor”, el cobijo, de esa
naturaleza para con el humano.
Moab la correspondencia de unión entre los seres humanos.
Lyón el despertar del “Fuego sagrado escondido en el centro de la Tierra.
Nieshke el conocimiento del recóndito ingreso de los verdaderos hacedores de las
profundidades de los mares.
Lothor se relacionaba con un sentir, con una verdadera virtud, la alegría, el humor, la
forma de ser con los demás. Este sentimiento es una de las herramientas más
importantes del Despertar en Amor.
Se acercaba Josseá para abrazar a su hijo y a su nuera en un abrazo sostenido. Allí caía
en la cuenta que ese sacerdote que la abrazaba era el padre de su esposo en la Tierra…
y… ¡Si había muerto! ¿Cómo era posible?
El Camino de la Rosa 232

Se desprendía del abrazo y no podía dejar de mirarlo. Había cambiado de alguna manera
sus facciones… claro… se lo veía joven, con otra piel, delgado, pujante. Pero era él,
Josseá.
¡Increíble…pero era Josseá!
Salieron del templo y con gran algarabía, Niev los dirigía hacia un salón en el que
estaban preparados alimentos riquísimos para deleitar a todos… ¡Caramba! Se festejaba
una unión, una boda que se expandía desde el cielo a la Tierra.
Más tarde, los novios fueron caminando despaciosamente hacia el río, abrazados
prodigándose mimos. Allí Jesús le pedía a su amada que se descalzara pues él le lavaría
los pies como “símbolo” de la unión del agua con la tierra.
De la purificación de la Tierra por el agua.
De la purificación del ser humano en el transcurrir de su camino por el planeta,
repitiéndose el mismo lavado de pies, cuando el hombre dejara sus vestiduras para
seguir su camino a otros planos de existencia, regresando una y otra vez a iniciar la
aventura de vivir en la Tierra, hasta llegar a la compresión que debía despertar su “fuego
interno” encontrándose consigo mismo, con la Divinidad que le va a corresponder por
“Derecho de Conciencia”.
Abrazados, se encaminaron hacia una de las cabañas donde estaba preparado el lecho
nupcial. Se acostaron en silencio para abrazarse y mantenerse así todo el tiempo
sintiendo en ese abrazo una comunión infinita… El de SER a SER

<<El Cosmos había puesto a estos dos seres humanos en un mismo transcurrir, los había
calificado para que uno integrara la parte del otro y así, entre los dos, conformaran el
TODO y a la vez cada quien, el UNO. Muy difícil de entender porque la mujer, para la
sociedad de ese tiempo y para otros por venir, no valía nada. Se reflejaba claramente en
María Magdalena, mujer relegada y lo que es peor, difamada, solamente para no darle
cabida en la vida del hombre como pieza fundamental. Y no entendieron que el hombre
con su ejemplo y con su palabra estaba enalteciendo a la mujer.>>

Se acercaba la hora de regreso para María Magdalena, bajaría de la montaña en


compañía de un beato, para seguir con sus preparativos para la boda humana que iba a
compartir con familia y amigos. Todavía le faltaba al joven de la montaña, algunos
pasos por hacer en el camino del conocimiento y del despertar en ese lugar maravilloso.
Se despidieron con alegría, sintiéndose muy felices y pronto, los desposados ya no se
separarían.
El Camino de la Rosa 233

BENDITA ERES…

María Magdalena estaba muy cerca de su casa. Ya veía la curva que hacía el camino.
Detrás aparecería su hogar. Corría presurosa el último tramo que le faltaba. Se daba
vuelta con la intención de apurar al Beato que la acompañaba.
Se detenía bruscamente mirando para atrás… No estaba… ¿Dónde se había metido?
Buscaba con la vista y no lo encontraba... ¡Desapareció!
Luego de un rato seguía hacia su casa con una sonrisa en la boca. Después de todo lo
que había vivido ya no la asombraba más nada. Entraba por el portal e iba parándose en
cada planta. ¡Sus árboles! Era otra la mirada hacia la naturaleza, era otro su sentir.
Llegaba hasta la puerta de su vivienda buscando a su madre… ¡Cuánto tenía para
contarle!
La encontraba enfrascada haciendo una manta tejida para su hija.
—Madre— le decía con ternura— Ya estoy aquí.
—¡Hija mía!— de un salto se levantaba con los brazos abiertos para abrazarla y besarla
como si fuera una niña.
—Te extrañé. ¿Viniste sola?
—No. Me acompañó un Beato de la montaña, pero tú sabes como es esto…
Desaparecen y ya.
Rehién no entendía mucho lo que decía su hija. Se quedaba mirándola.
Mag explicaba nuevamente:
—Recuerdas cuando vino aquel Beato trayendo el anillo ¿Y se fue en la noche? Bueno,
de la misma manera se fue el que me acompañó.
—Son raros— acotaba la madre. Pero cuéntame todo lo que pasó en la montaña.
—Claro… fíjate que llegamos y Moab…

Contaba todo lo acontecido en la montaña, con lujo de detalles. Su madre escuchaba


muy atenta, casi no respiraba. ¡Era tan fantástico! Tan absorta estaban que no se dieron
cuenta que había llegado Juan para quedarse silencioso parado en el dintel de la puerta
escuchando el maravilloso relato.
—Esas palabras— pensaba el joven decidor—Le estaban dando respuestas a las muchas
preguntas existenciales que tenía en lo profundo de su ser.
Cuando terminaba Magdalena de contar todo lo vivido… El joven se expresaba
visiblemente emocionado en un primer momento subiendo el tono de su voz e
irrumpiendo entusiasmado y eufórico.
—¿Sabes?... Mag — Tu verdadera boda ya fue realizada, siendo el pie inicial para el
camino del Salvador y el tuyo. Y pronto comenzará el mío. Gracias Mag por permitirme
estar en este lugar contigo. Gracias por permitirme conocer esta historia maravillosa de
tu hacer. Y por sobre todas las cosas, por darme la seguridad de que pronto viviremos la
verdadera historia del ser humano, esa que hará llegar al hombre a una nueva Tierra, al
paraíso, el mismo que se perdió por obnubilación del mismo hombre.
Todo de un tirón, casi respirar encendido en su pasión, engalanando cada palabra con su
sentimiento, aquel que sólo la luz sabe procurar cuando se asienta en el corazón del
hombre de la Tierra.
Magdalena y su madre, sorprendidas por las palabras de Juan, se quedaron mirándolo.
Él no esperaba más, regresaba a sus tareas silbando bajito.
¡Era la primera vez que lo veían tan feliz!
El Camino de la Rosa 234

Mientras tanto, en casa de María-Madre los preparativos eran muchos. Siempre faltaba
alguien por invitar. Tan afanosa estaba que no había visto a un joven que se acercaba.
Hasta que escuchaba una voz que le decía:
—Bienaventurada señora— se expresaba con respeto— Quiero entregar un presente
para la boda de su hijo Jesús.
Recién entonces se percataba que había venido un visitante.
Se levantaba para atenderlo, observando que vestía con galas. No se parecía a nadie de
los que habitaban por esos lugares. No era hombre de la ciudad de los romanos. Sin
embargo, luego se enteraría que allí vivía desde hacía poco tiempo.
—¿De dónde conoces a mi hijo? — preguntaba María.
—De la montaña—contestaba el joven —Y… Mi nombre es José.
—Ah…—expresaba la madre de Jesús, notablemente sorprendida— ¿Conoces a los
sacerdotes?
—Sí. En realidad sentí un fuerte llamado en mi corazón, como si el fuego encendido en
mí, se pudiera aplacar llegando a esta montaña—se tomaba un respiro para seguir— Yo
vengo de tierras lejanas y dejé familia. No de mujer e hijos, pues no los tengo, pero si
familia del corazón. Cuando subí ese monte y llegué casi a la cima, los sacerdotes me
estaban esperando. Allí conocí a su hijo. En esa instancia nos dimos cuenta que nos
conocíamos, el afecto era tal, que nos abrazamos. Lo curioso era que nunca nos
habíamos visto, pero el sentimiento que se manifestaba era de grandes amigos.
—Ven hijo entra a la casa que te serviré un plato de comida— le decía dulcemente.
El joven José de Arimatea había hecho contacto con la familia de Jesús.
—¿Sabe madre, que mi padre la conoce a usted?
—¿Quién es tu padre, José?
—Mi padre la acompañó cuando nació su hijo, allá en los corrales. Él siempre me
contaba desde de pequeño que había conocido a una mujer que había parido en los
corrales, y el fruto de sus entrañas era un niño que sería el Salvador del mundo—ponía
su mano en su corazón y acentuaba— Él se sintió llamado a ese lugar, como yo, a la
montaña. Me relataba esto una y otra vez y decía que su descendencia iba a hacer la
tarea que a él le faltaba. Así que estoy aquí a su entera disposición, pues he de velar por
todo lo que tenga que ver con su hijo Jesús.
María lo abrazaba y lo retenía en sus brazos para decirle:
—Gracias hijo, eres ya parte de mí familia.
José sacaba, de una bolsa que traía colgada de su pecho, una cajita que contenía un
anillo con una piedra azul de un fulgor especial.
—Esto es para ti, regalo de mi padre. Acéptalo por favor.
Buscaba nuevamente en ella, para sacar otra cajita en la que también había otro anillo,
completamente liso, dorado, señalando un círculo perfecto. Este es para la novia de
Jesús. Tan sólo dáselo y ella va a saber.
—José dáselo tú. Estás invitado a la boda.
—Gracias madre, gracias por invitarme ¡Volveré a ver a tu hijo!
Con el anillo en la mano, se lo ofrecía diciendo:
—Consérvalo tú hasta ese día.

La llegada de los muchachos de María señalaba el fin de la jornada, así que… a preparar
sendos platos de comida. Hacía las presentaciones de rigor. El visitante se levantaba con
la intención de retirarse, la madre no lo dejaba ir. Le pedía que compartiera con ellos su
alimento y su cobijar.
Al otro día, su hijo Victorio con Jasminne y su niño venían a visitarla. Siempre era una
fiesta verlos llegar, tan contentos estaban con su niño. Conversaron acerca de la boda de
El Camino de la Rosa 235

Jesús, en esos días era el tema principal, advertía María sobre la invitación a Pedro, para
que Victorio le hiciera una visita y le recordara que podía asistir con su esposa a la
boda. Victorio movía la cabeza en señal de duda.
—Espero que quiera venir, está sentido por el giro que tomaron las cosas, con respecto a
mí y a Magdalena. En fin, creo que ya se le va a pasar.
Tu hermano Enrico también está algo sentido pero con Juan, el pescador. De todas
maneras dile a Pedro, cuando lo veas, que lo invité junto con su hermana.
—¿Por qué está mi hermano sentido con Juan? —preguntaba curioso Victorio.
—Eso es algo que él, si tiene deseos de contarlo, lo hará. Tú no lo apremies.
—Está bien madrecita. Siempre tienes razón.
Justamente, por la vera del camino se acercaba Pedro, con su caminar cansino, subiendo
la lomada para ingresar por el portal. María le hacía una seña a su hijo para que mirara
hacia allí. Victorio se daba vuelta al mismo tiempo que se levantaba para alzar su brazo
saludándolo. Él apreciaba mucho a su amigo. De la misma manera le contestaba Pedro
para llegar a donde lo esperaba.
Luego de los abrazos afectuosos, era María la que le convidaba un brebaje calentito y
sabroso cuya receta la había aprendido de Rehién. Cuando se retiraban las mujeres para
preparar más de la bebida, aprovechaba Victorio para invitarlo a la boda de su hermano
menor con la dulce Mag.
—¿Tú estás bien? — había sido la respuesta a la invitación.
—Por supuesto, Pedro. Soy el hombre más feliz, amo a mi mujer. No hay ningún rencor
con Magdalena, si a eso se refería tu pregunta.
Seguía aclarando intentando cambiar la actitud de su amigo
—En definitiva ella nunca me dio esperanzas. Yo solo me atribuí su amor… ¿Lo puedes
entender?
—Sí… Vendré a la boda.
—Trae a tu esposa querido amigo.
—No sé, si ella quiera acompañarme.
—Pedro. Dijiste… si ella… ¿Te das cuenta? Hay un mundo detrás de los cambios en
uno mismo. Yo comprendí a tiempo. Si no hubiera perdido a mi esposa y no estaría en
su corazón, si la hubiera obligado a hacer algo que no quería.
Regresaban las mujeres con el brebaje para todos, siguieron las charlas compartiendo
con Simón Pedro.
—¡Qué bien se sentía en ese lugar! — pensaba Pedro. Tendría que conocer un poco más
al hermano de su amigo. No había tenido oportunidad por las pocas veces que él había
estado en el hogar. Recordaba lo que la gente del lugar hablaba con respecto a Joshua,
hacían notar que era muy buen decidor, usaba palabras muy bonitas, demasiadas para un
hombre. De todas maneras sería bueno conocerlo mejor, además era hermano de su
mejor amigo, Victorio.
María lo sacaba de sus reflexiones para preguntarle cómo le iba con la tarea de captar
peces y venderlos a lo que contestaba:
—Bien madre. A veces la pesca es abundante, otras no. Pero sirve igual. No era de
muchas palabras el pescador. Ya había hecho la visita así que se levantaba para regresar
a su casa.
María sorprendida por la corta visita le preguntaba:
—¿Ya te vas? Hijo. ¿No quieres quedarte a compartir el día con nosotros?
—No puedo madre, tengo que trabajar.
—Está bien. Que Dios te acompañe. Lo abrazaba poniéndole su mano en el sufrido
corazón del hombre, ya entrado en años, a la vez que le regalaba una sonrisa.
El Camino de la Rosa 236

Con su mismo caminar de siempre, el pescador emprendía el regreso. Victorio lo


acompañaba con la mirada, mientras se alejaba despertando en él un sentimiento de
compasión por el viejo amigo; muy querido, a pesar de las ambivalencias de su carácter.
Luego que Jasminne viniera de atender a su hijo, le pedía a su esposo que la
acompañara a buscar en su hogar unos utensilios que ellas necesitaban para utilizarlos
en los preparativos de la boda. Al rato estaban en camino para su hogar.
María, al quedarse sola, sentía la necesidad de sentarse bajo la sombra de su querido
árbol, compañero de tantos momentos felices de su vida sintiéndose muy cobijada.
Precisaba estar con ella misma… ¡Cuánto extrañaba a su esposo! ¡Cómo le gustaría
compartir esos momentos de preparativos con él!
Su pensamiento volaba hacia su hijo, no tenía noticias aún de la fecha exacta de la boda.
Pero igual había que apurarse, en cualquier momento le mandaba a avisar con un beato.
El fuerte contacto de una mano sobre su hombro, la sacaba de sus cavilaciones, a la vez
que un golpe en su corazón le hacía cambiar su propio ritmo. Levantaba la vista para
encontrarse con un caballero que había dejado su caballo en el portal de la casa. Vestía
armadura de cuero, era un soldado que ella no conocía, y que había ingresado a sus
posesiones sin siquiera pedir permiso.
Muy asustaba, al instante se levantaba prestamente.
—No te asustes mujer. Sólo quiero un poco de agua de tu cántaro, para poder seguir
viaje.
—¿Eres romano? —preguntaba María.
—No precisamente. Soy soldado de una estirpe extranjera y vengo buscando a un joven
que hace muchos años nacía en unos corrales. Quiero encontrarlo, tengo un compromiso
con él desde antaño. Desde su nacimiento. Y ahora es el momento para verlo, es más
tengo que darle una joya que lo respaldará en futuros tiempos.
La voz grave sin cambios en su tono continuaba.
—Como ves, soy soldado, pero estoy ya viejo para seguir en estas lides
—¿Cuán viejo eres?
—Tenía treinta cuando nació el niño. ¿Sabes de algún niño que haya nacido en los
corrales?
Asustada, dudosa. María no sabía qué responder. Invocaba mentalmente a su esposo
para que la ayudara en ese momento. No quería mentir.
Se quedó mirándole… Para sentir de pronto que podía confiar en él.
Tomándose un respiro contestaba:
—Sí, te puedo decir… lo conozco.
El soldado la miraba curioso, sin decir nada, pero interrogándola con la vista, dándole el
tiempo para que contestara.
—Es mi hijo—respondía luego de un largo silencio.
Ante estas palabras, el hombre desenvainaba su espada y con una fuerte presión la
clavaba en el suelo. Al mismo tiempo que se arrodillaba frente a ella para decirle,
visiblemente emocionado…

“BENDITA ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES, MADRE DEL SALVADOR”.


El Camino de la Rosa 237

A todo esto, María no cabía en sí de su asombro… Ese hombre que había desenvainado
su espada… Hizo que su corazón diera un vuelco… Luego, para sorpresa suya,
arrodillarse ante ella y… ¡Con esas palabras!
Más allá de la escena vivida, sentía que la situación le tocaba el corazón.
Lo ayudaba a levantarse. Casi no podía por sí mismo. Le causaba gracia, dentro de todo,
la vehemencia del caballero ante esta debilidad de no poder levantarse sin ayuda. Una
vez de pie, le daba los últimos datos para que él pudiera reencontrase con su amado hijo.
—¡Sabía que estaba en una montaña! — irrumpía con ímpetu su voz grave y carrasposa
—He tenido sueños recurrentes con respecto a ello. ¡Yo lo sabía!
Seguía eufórico dándole fuerzas a las palabras, y en esa vehemencia, carraspeaba,
tosiendo ahogado, teniendo que parar de hablar por unos momentos. Más no iba a ser
obstáculo para seguir…
—El dedo de Dios me ha señalado el lugar, pues te he encontrado y a través de ti a Él.
Voltease como para emprender camino, estirando su brazo y señalando con su dedo
hacia la montaña.
—¡Para allí voy!
María hacía unos pasos hacia él deteniéndolo
—Espera… Espera. Hijo, por favor. Acepta comida y cobijo antes de emprender ese
viaje a la montaña. Además necesitas ropa más ligera, pues tendrás que subir caminado.
Volvía sobre sus pasos, las palabras de la mujer sonaban coherentes.
—Te agradezco Madre. Tienes razón. Acepto, estoy cansado.
La Madre, como le había dicho el viejo soldado, iba en busca de todo lo necesario para
que el hombre se repusiera del viaje tan largo que había hecho. Descansaba un rato,
sentado y apoyado en el viejo árbol, mientras lo hacía, conversaba con María
contándole los pormenores de su travesía, cuando había nacido el niño de los corrales.
Asimismo relataba que a causa de esa fuerte expresión había formado allá lejos en su
lugar una “Orden”. Él particularmente había sido el artífice de ello, por una gran
necesidad interna luego de conocer al niño y su madre en los corrales.
Provenía de tierras lejanas cruzando el mar igual que los que estaban conviviendo con
ellos, los romanos. Su lugar de origen se ubicaba muy cerca de los mismos, es lo que
llamarían a posteriori “La France”. Por otra parte, la creación de la “Orden” había sido
una expresión de buenas intenciones, que ponían el acento en la valoración de virtudes
que consideraban que el hombre debía tener. Asentadas ellas en la fuerza, el respeto y la
gallardía del Ser.
Ya sabían, desde entonces, que el niño era el comienzo para la bienaventuranza de la
Tierra y su humanidad. Ya sabían que era el pie inicial para la revalorización de esas
virtudes, y ellos acompañarían, dando cobijo y protección a la familia de Jesús.
La tan mencionada orden se llamaba “El Templo”. Así comenzaba, con ese nombre,
pues su capacidad de recepción o de despertar le decía que “el hombre era un templo”
que acondicionaba esas virtudes, y que debían tener temple o temperamento para poder
sostenerlas. Así que, con el tiempo, el nombre de la orden iba cambiando por una letra
para convertirse en “Orden del Temple”.
En su fantástico relato, así lo consideraba María. No dejaba este personaje de hacer
hincapié que había otros dos varones, que junto con él habían visitado el lugar de
nacimiento del niño y, también ellos, desde lugares lejanos habían sentido el mismo
compromiso formando sus propias reuniones apuntando también a estos ideales. Al
escucharlo, la joven madre recordaba a su reciente visita con palabras más o menos
parecidas y le parecía justo comentárselo.
Realmente, estaba muy asombrada, anonadada.
El Camino de la Rosa 238

¿Sería quizás la palabra justa para expresar los sentimientos que concurrían en la madre
de Jesús?
¡Tantos datos o información acerca de su familia!
No la halagaba en absoluto tal situación, prefería que esto no estuviera sucediendo aún
no sabiendo en profundidad el alcance de las palabras del soldado. Le venía a la mente
lo de “especial” y, en honor a la verdad, no le interesaba. Sólo quería vivir en
tranquilidad con su familia.
Tan inmersa estaba en sus pensamientos que no escuchaba lo que estaba diciéndole el
visitante.
—¿Sabes que la joven que va a ser esposa de tu hijo es “Una mujer de Espadas”?
Le tuvo que repetir la pregunta. Al fin contestaba:
—No. No sé. ¿Qué quiere decir?
—Pregúntale a ella. Esa información le pertenece. Sólo ella puede decirte.

Su cabeza le daba vueltas. María no podía receptar más nada, sentía un gran cansancio,
sólo quería que se concluyera todo y que el soldado se fuera.
El hombre, como intuyendo el sentimiento de la mujer, se levantaba para seguir su
camino, rumbo a la montaña. Ella se alegraba que él partiera y se llevara sus palabras.
La sacaban de lo suyo, de la sencilla vida que llevaba… Sólo añorando a su hijo y
repartiendo todo su amor con el resto de su familia. No necesitaba más.
El hombre de la espada se despedía tomando con una mano la de ella para llevarla hacia
su corazón y con la otra la levantaba en forma tal que las palmas quedaban a la vista de
de María. Daba media vuelta para retirarse y tomar su caballo.
No sabía qué pensar, no les diría nada a sus hijos. Además, no sabría explicarles todo lo
que ese soldado le había dicho. Sentía un cansancio tan grande que la obligaba a
sentarse debajo del árbol para entrar en un sueño profundo.

Ya en la tranquilidad de su hogar, Magdalena recordaba todo lo vivido en la montaña.


También había quedado en reflexiones por lo que había sabido. En ese momento le
había parecido maravilloso pero, ahora surgían dudas, miedos. En verdad, sólo quería
estar con su amor aún sabiendo que era mucho más complicado que un simple deseo.
Había un compromiso pactado… pero… por ahora prefería no pensar. No obstante le
daba vueltas por su cabeza. Sabía que las personas, en su “Esencia”, no eran como las
conocía. Sabía que tenían que cambiar en su parte humana, y su esposo era el hacedor
de ese cambio. Lo había visto en el “Templo”. No podía negarlo. Pero… cómo… ¡Esa
era la cuestión!
Quizás Juan, con sus palabras, podría dilucidar esta confusión.
Ahora que estaba en su hogar ya no le parecía tan fantástico todo, es más, le daba un
poco de temor. No quería estar expuesta a la gente, ella sabía cómo reaccionaban
cuando alguien se les cruzaba en su camino, en sus creencias.
Se sentía ansiosa. Sería mejor que se abocara a los preparativos y dejara que la boda con
los familiares se hiciera. Luego con Jesús hablaría de todas estas incertidumbres.
—Mag— decía Juan, quien la había estado observando—No estés tan pensativa que
abrumas a tu madre y está preocupada por ti.
Ella volteaba la cabeza para mirarlo:
—Tienes razón. Me voy a poner a lavar ropa. El día está espléndido.

<<En los confines de la Tierra, y en cualquier lugar que se encontrara un ser humano
vivo, sentiría como percepción, un extrañar de cosas conocidas y que no estaban. Esta
El Camino de la Rosa 239

sensación embargaría a tantos y tantos por segundos, tendría una fuerza tal que sería
muy difícil olvidarla. Es más, trataría de recordarla para sentirse en plenitud.
Hablando en palabras sencillas, lo que se había abierto en el Cosmos a partir de la unión
de los novios en la montaña, era una energía especial que se plasmaba en el recurrir de
la Tierra para ayudar a su humanidad, dándole la oportunidad de recordar otros haceres.
Más específicamente, ir corriendo el velo de la obnubilación con lo que todos los seres
humanos nacen.>>

LA BODA DE JESÚS Y MAGDALENA ABRÍA UN GRAN “PORTAL”, CON UN


MOVIMIENTO VIBRACIONAL DIFERENTE, ORIGINANDO UNA
HERRAMIENTA FABULOSA PARA AYUDAR A LA HUMANIDAD EN SU
DESPERTAR.
El Camino de la Rosa 240

LOS TRES MAGOS

Jesús, en la montaña, también recordaba lo vivido con su amada, y también sus


reflexiones lo llevaban mucho más allá de lo que lo rodeaba. Se daba cuenta que lo que
le decía Moab con respecto a Magdalena y a su madre se había hecho realidad.
¡Cuánta comprensión se manifestaba en Él ahora! Si esto estaba pasando… se daba
cuenta que los tiempos se estaban acortando.
Niev lo sacaba de estos pensamientos, buscándolo para ir al salón “Ovoidal”, lugar en
donde ya estaban esperando los sacerdotes que lo habían acompañado hasta estos
tiempos. Recorría despaciosamente, la distancia que le faltaba para entrar a dicho salón.
Al hacerlo, se encontraba con tres personas que él no conocía, en realidad eran dos
porque uno era José de Arimatea. El segundo era un soldado que representaba unos
cincuenta años de edad, se lo veía muy fuerte y vigoroso. El tercero era representante de
un lugar muy alejado llamado India, siendo un hombre muy moreno, su piel se
confundía con los ébanos, madera de un color ennegrecido con que hacían los muebles
en la carpintería de su padre.
Se acercaba a José para abrazarlo fuertemente. Nuevamente los dos amigos se habían
encontrado. No escatimaba abrazos para los visitantes. Cada uno marcaba diferencias,
no sólo en el vestir sino en su modo de ser, en su cultura abrazada según la raza de cada
quien.
El soldado, emocionado, le contaba a Jesús que él había estado presente en su
nacimiento en los corrales. No quedándose atrás para nada el hombre moreno para
hablar de la presencia de su padre en él. Arimatea también repetía lo mismo,
refiriéndose al suyo, aclarando que estaba allí porque él ya no estaba, y en su lecho de
muerte le había pedido con fervor que él, su hijo, cumpliera con este pacto. Los
sacerdotes se dirigieron a los visitantes pidiéndoles que tomaran asiento en lugares para
ese efecto. Así lo hicieron.
En ese mismo instante, las energías del “Templo” comenzaron a hacer su trabajo,
observando todos, en una gran expresión de Amor, lo que cada uno había elegido hacer
en la Tierra, plasmando así un compromiso realizado en el Cosmos y ahora, ratificado
en el plano que se iban a desarrollar los hechos. Luego de ver esas imágenes, que cada
quién las tenía en su mente, desarrollándose con una nitidez, con una preponderancia
tal, que no quedaban dudas de ello. Luego de un largo silencio de reflexión, de saboreo
del momento y, a medida que iban saliendo de ese éxtasis, los tres “Magos” como los
llamaría la humanidad por tiempos y tiempos, se pusieron a disposición de Jesús y su
familia.
Los tres hablaban idiomas distintos en su origen. Dos hablaban con dificultad unos de
los tantos dialectos que usaban los judíos, salvo Arimatea, que se lo habían enseñado
desde niño y ahora, con el tiempo que hacía que convivía con ellos, era mucho más
fluida su comunicación.
Hablaron mucho de lo que cada uno ofrecía, a la humanidad de ese tiempo y las
subsiguientes. El moreno traía en su bolsa una esfera dorada en la que se plasmaba un
pequeño símbolo, icono significativo de la obra conducida por Jesús con temple y
sabiduría. El dorado representaría la energía que tendría el planeta cuando llegara la
hora del cambio, del regreso a casa.
El Camino de la Rosa 241

Salieron del “Templo”, todos conversando animadamente. Llegaron a la orilla del río y
los tres “Magos” desenvainaron sus espadas y las clavaron de punta en el suelo. “Se
había sellado el compromiso”.
Luego de alojarse en el lugar y descansar de sus viajes, decidieron regresar a sus lugares
de orígenes, quedando a disposición y prestos para lo que se requiriera. José de
Arimatea sólo debía viajar hasta la ciudad de los romanos, pues su vivienda estaba allí.
Había decidido instalarse de manera permanente.
Jesús, a partir de allí, sentía que le costaba expresar palabras. Era como si los sonidos no
salían de sus cuerdas vocales. Se daba cuenta que necesitaba estar solo, consigo mismo.
El mejor lugar que sentía que debía estar era a la orilla del río. Allí se sentaba, apoyado
en un árbol, acompañado del ruido de las aguas al correr. Se quedaba inmóvil no
necesitando nada más.
¡Estaba despertando en su propio Ser!
Las horas pasaban vertiginosamente para él. No se daba cuenta que tenía que ir a
descansar. Niev lo buscaba y casi lo llevaba a la rastra. Tres días con sus tres noches fue
el estado contemplativo de Jesús.
¡Se había encontrado con su propio Ser! ¡Había despertado!
No se puede describir con palabras el sentir del despertar. El Amor lo invadía todo. Este
despertar estaría a flor de piel cada vez que él lo requiriere. Un despertar con cuerpo
humano. Con las experiencias de un humano… pero con una mirada distinta, con un
sentir distinto. Con un Poder Espiritual que se trasluciría en todo el transcurrir de esta
“Gran Obra del Cristo”.
En el último día de su estado contemplativo, recibía por sobre de él un haz de Luz por el
cual descendía una paloma dorada, representando el despertar en Esencia. El mismo se
transformaba en un círculo de Luz alrededor de su cabeza que muchos, en el momento
oportuno, pudieron observar en Jesús.
En el transcurrir de los tres días, el joven no había probado bocado por lo que Niev,
presurosa, le preparaba un tazón de leche caliente, pan y miel, alimento que le gustaba
mucho. Se lo traía a la mesa para sentarse junto a él y acompañarlo hasta que terminara,
para luego llevarlo a dormir.
La compañía de Niev y su avocación para con él, le hacía despertar nuevamente una
sonrisa, iluminando su rostro, agregando a la vez, chispitas en sus ojos. La pequeña
elevación del hueso de su nariz le daba un aspecto oriental, lo convertía en una
personalidad atrayente. Otra vez el humor y la alegría eran en él. Terminaba su comida
para levantarse presto, y abrazar a esa mujer sacerdote, que lo cuidaba como su madre.
Desde allí se dirigía a las habitaciones del resto de los sacerdotes, para abrazarlos uno
por uno. Era muy significativo el abrazo, en él volcaba todo el agradecimiento por la
disponibilidad constante de las Jerarquías Espirituales en pos de “su despertar”. Muy
agradecido a los sabios del espacio, que habían conformado un “Consejo de Ancianos”
que perduraría a través de los tiempos.

<<El “Consejo” estaba integrado por veinticuatro ancianos, representando la ancianidad


como sabiduría. Su función específica, era entregar herramientas para un despertar a la
humanidad encarnada y desencarnada; también para los seres del Cosmos que estaban
entregados a esa tarea y necesitaban de guías y autorizaciones para conformar una
“Gran Obra”, perfectamente planeada y llevada a cabo. Todo lo que correspondía al
“Plan para la Tierra” debía pasar por la autorización de los Ancianos. Cabe destacar que
ellos no solamente fueron guías o proveedores de autorizaciones, para tal o cual
situación, sino que no escatimaron esfuerzos a la hora tomar cuerpo cósmico y trabajar
así con más soltura para enseñar y transmitir la “Verdad”.
El Camino de la Rosa 242

Los siete ancianos que acompañaron a Jesús, desde niño hasta su madurez, con su
accionar, energéticamente hablando, plasmaron en la memoria colectiva, una especie de
leyenda o creencias pasadas de boca en boca. Se escribieron relatos con autoría
anónima. Tal había sido el caso del cuento que relataba a… “siete enanitos que querían
despertar a la “Bella Durmiente” a través del beso del príncipe”, En realidad este cuento
se refería a siete sacerdotes (enanitos) que ayudarían despertar a “la humanidad” (Bella
durmiente”) a través de Jesús (príncipe). Y esa humanidad estaría embargada por la
energía femenina, por la energía del Amor cuando sea despierta en su totalidad por el
príncipe.
Jesús se sentía pleno, pronto estaría con sus seres queridos que lo acompañaban en este
recorrer de vida humana. Podía separar muy bien el amor terrestre del Amor Divino,
sabía que ambos se conjugaban. De no ser así no podía moverse en los niveles de la
Tierra.
Ya estaba presto para bajar de la montaña. Sólo esperaría que los sacerdotes lo
autorizaran. En el ínterin había comprendido la organización que tenían como Jerarquías
Espirituales. Algunos sacerdotes se quedarían un tiempo más en la montaña, luego que
Jesús descendiera, otros estarían hasta que él terminara con lo que tenía que hacer.

Había llegado el día esperado, pero también, el día en que le costaría más que nunca
dejar la montaña, su hogar por tanto tiempo. Niev, afanosa, preparaba sus pertenencias.
Ya estaba todo listo... ¡Ya estaba frente a la piedra!
No más faltaban los saludos de despedida. Los sacerdotes lo abrazaban haciéndole
recordar que podía venir cuando quisiera, o cuando sintiera la necesidad, tanto él como
su esposa. Es decir le recordaban “Sólo los mansos de corazón llegarán frente a la
piedra”. Otra vez los abrazos y, en ellos, el infinito Amor que le entregaron para que
Jesús en su despertar tuviera muy claro:

- QUIÉN ERA - DE DÓNDE VENÍA - Y A DÓNDE DEBÍA VOLVER-

<<Estas premisas eran las que debía enseñar al mundo, para que una humanidad
cansada, encontrara la puerta de una nueva vida que ya por los tiempos, correspondía al
hombre por Derecho de Conciencia. La emoción cundía en el lugar.
Niev no dejaba de hacerle caricias en el rostro, ella representaba la energía de su madre,
por lo tanto simbolizaba a la máxima expresión de la Naturaleza.
Moab, bajito y gordito, representaba al hombre que intercomunicaba a todos los
personajes de esta historia real, y a todos los que estaban en el Cosmos también.
Orión o Kryon, como se lo conocerá en el mundo a través de los tiempos. Su infinito
amor, su admiración por el hombre humano. Reconocía en él la capacidad de hacer
cambios aún absorbidos por la obnubilación, naciendo una y otra vez, caminando a
tientas, sin acordarse de nada y, aún así, eligiendo regresar las veces necesarias para
lograr un encuentro del hombre con su divinidad. Bien valía la investigación de las
energías terrestres de ese tiempo, y del futuro, para poder implementar su creación… La
Rejilla magnética… ayuda necesaria para entrega de conocimientos, sentimientos que
hasta ese momento sólo pertenecían al Cosmos y ahora tendrían la oportunidad de ser
receptados por humanos terrestres preparados para tal fin.
Lothor hacía su parte mostrando con el ejemplo que sólo la alegría, el bienestar del
hombre hacía que generara vibraciones altamente satisfactorias para el despertar y era la
parte más importante del Amor.
Nieshke, entregaba apasionado desde su corazón, el conocimiento de la estructura
molecular de las aguas, la forma de tratarlas para que contribuyeran al despertar de la
El Camino de la Rosa 243

humanidad. Ponía especial énfasis, en dar a conocer la existencia de ciudades que


estaban en el fondo de los mares. A través de ello, sabrían que podían comunicarse y
serían ayudados en forma consciente para ese recurrir. Enseñaba al mundo que las aguas
respondían al amor o desamor del hombre.
Lión dejaba en enseñanza, que el centro de la Tierra era fuego, y se estaba refiriendo al
fulgor del alma o a la Esencia del planeta que, como ser vivo, se manifestaba en todo
momento. Enseñaba además, que esa luz interna pequeñita, en ese momento, se
agrandaría con el aporte que haría la humanidad colocando como granitos de arena las
bondades del corazón humano. Sería especial el punto de encuentro, pues allí estaba
seguro que nadie podía tocarlas, por lo tanto podrían fluir para resplandecer hasta un
tiempo que el mismo, sobrepasaría la corteza terrestre para dirigirse hacia la Ascensión
del mismo planeta.
Aldhom le había mostrado el lugar de asentamiento de los ancianos del Consejo y allí la
gran variedad de animales que iban a acompañar al hombre en su evolución física y en
su despertar espiritual.
Josseá cumplía con su tarea en la Tierra haciendo de padre humano de Jesús. Lo
rodeaba de amor y conformaba una familia de contención para él. Le mostraba la
tecnología usada en el Cosmos. Josseá pertenecía a ese “Consejo de Ancianos”, no así a
los siete de la montaña. >>

Luego de las despedidas Jesús tomaba el camino en descenso hacia su casa. Esta vez,
viajaba solo, es decir sin compañía física. Él mismo quiso cerrar la piedra que era usada
como puerta. Aún, a través de ella, Moab le repetía que esa puerta se abriría las veces
que él quisiera con sólo tocarla con su mano. Esa expresión causaba una sonrisa en su
rostro, le hacía caer en la cuenta que de tanto amor que le brindaba una energía humana
actuaba en él, pues recomendaba como el mejor padre de la Tierra.
No quería mirar para atrás. Sentía tristeza dejar la montaña y sus queridos sacerdotes.
Un ciclo había terminado para iniciar otro y, en ese otro, estaba su vida como hombre.

UN HOMBRE CON GRANDES CAMBIOS INTERNOS, UN HOMBRE CON


NECESIDADES HUMANAS, AMBOS SE CONJUGABAN PARA HACER EL
EQUILIBRIO QUE SE NECESITABA EN ESOS MOMENTOS.
El Camino de la Rosa 244

LA BODA DE CANAAN

Entraba Joshua por el camino que llevaba al portal de su casa. Le extrañaba que nadie
saliera a recibirlo, aunque era temprano para que sus hermanos llegaran del trabajo. Su
madre, siempre estaba atenta… Empujaba la puerta llamando a viva voz, nadie le
respondía. Recorría su casa para darse cuenta que estaba solo. Sin más, decidía
calentarse un poco de leche por lo que se acercaba al fogón para atizar las brazas. Se
servía en un tazón la leche humeante endulzada con miel y salía para sentarse cómodo
bajo el árbol que su madre tanto amaba.
Luego de un buen rato, aparecía la figura de María recortada entre las colinas, venía
distraída y no se había percatado todavía de la presencia de su hijo. La dejaba llegar
para levantarse y presentarse frente ella, quien venía caminando mirando el suelo por las
muchas piedras que atenuaban el paso. Cuando levantaba la vista y veía a su hijo tan
esperado, tan añorado, corría el tramo que le faltaba, para tomarse de su cuello y
abrazarlo con todo su corazón.
—No me avisaste que venías, hijo… —decía con tonito de reproche. Te hubiera
esperado con lo que te gusta para comer.
—No te afanes madrecita, tenemos tiempo para ello, vine para quedarme. Vamos a la
casa y allí conversaremos.
Entraron los dos tomados por la cintura, la madre no cabía en sí de la felicidad que le
daba la presencia de su hijo. Se sentaron alrededor de una mesa que Jesús había
diseñado en la montaña y sus hermanos la hicieron en la carpintería.
—¿Te gusta esta mesa madrecita?
—Sí hijo, es muy cómoda. Ya no hay que agacharse para sentarse. Te diré que los
muchachos tienen varios encargues de mesas para distintos hogares. Bueno, bueno…
hablemos lo que nos interesa en estos momentos, tu boda.
—Te contaré algo maravilloso—sus palabras se hacían eco de lo que sentía su corazón
para trasmitirlas a su madre— En la montaña hicimos boda con Magdalena a pedido de
los sacerdotes para renovar nuestro compromiso con Dios antes de venir a este mundo.
—¿Entonces ya no hay boda?—se apresuraba a preguntar con voz que manifestaba
preocupación pensando en las invitaciones.
—Sí madre, la hay para los familiares y amigos. Pero no te afanes en llamar al Honorato
en la ciudad de los romanos, tan sólo llama al humilde Rabí que está en nuestro
poblado.
—Está bien— Pero no sé si puede hacer boda. Por su rango.
—No importa madre, nosotros necesitamos su bendición. Y si no quiere llamaré a
Moab, él tiene todo su amor para darnos y eso es lo más importante para bendecir una
unión.
—¡Ay hijo!... Tu forma de pensar me da un escozor… por la gente del lugar.
—Ellos tienen que aprender a diferenciar aquellas obras que se hacen con el sentimiento
y las que no lo son.
María, siempre tan ubicada no comentaba nada. Vería cómo las cosas se iban
presentando. Se levantaba para preparar los alimentos diarios, ya estaban por llegar los
muchachos de su trabajo.
El Camino de la Rosa 245

Y allí estaban… Cálidos en el abrazo con su hermano, contentos de estar con él. Se
vivía en esa casa un clima de dulces encuentros.
A todo esto, la llegada de Jesús, corría como noticia por todas partes, pues era el novio
que iba a contraer nupcias. Los preparativos fueron con más intensidad, sólo faltaba la
novia que todavía no sabía que su amado estaba ya en su casa. Habían acordado que
fueran los muchachos a buscarla con unos días de anticipación a la boda. Joshua decidía
que él sería el que fuera en su busca.
Días después partían, lo acompañaba su hermano Santiago. Aprovecharían, ya que
pasaban cerca de la ciudad de los romanos, para invitar a la boda al otro Santiago, el que
había convivido en la casa de Magdalena por su enfermedad.

Cuando estuvieron frente a los portales de la ciudad de los romanos, tomaron hacia ella
para entrar sintiendo de inmediato un olor nauseabundo que los recorría. Se encontraron
con una fila de harapientos hombres, tan sucios que era insoportable el olor que
despedían, además de los excrementos que estaban desparramados por doquier.
Se acercaban a Jesús pidiendo comida, presto les decía que lo obtendrían si primero se
acercaban al río y limpiaban sus cuerpos, era importante cuidarlo. La respuesta no se
hacía esperar, risas burlonas lo acompañaron. El joven de la montaña se ponía firme en
el pedido así que no tuvieron más remedio que acceder si querían comer. A medida que
iban llegando con los cuerpos mojados, les pedía que enterraran los excrementos
diseminados. No les gustaba para nada pero debían hacerlo.
Recién allí les repartía los alimentos que traía para el viaje, y que había preparado su
madre en abundancia. Santiago lo instaba a seguir camino si querían llegar en el día a
casa de Magdalena.
—Está bien—se apuraba a decir—Debo enseñarles que la limpieza del cuerpo es
fundamental porque ellos son importantes, sus vidas son trascendentales. La suciedad
del cuerpo, la dejadez no trae más que energías afines, que no las ven pero pululan en
los ambientes. Más aún en esta ciudad.
Siguieron los jóvenes su camino para llegar hasta la vivienda de Santiago. Rápidamente,
la esposa se asomaba para ver quiénes eran los que llamaban con golpes de manos. Al
verlos, presurosa iba en busca de su esposo. Salía a recibirlos un Santiago remozado,
feliz, acompañado de su familia y, entre ellos, un par de niños más que habían nacido
luego de su regreso al hogar. Otros niños vecinos se acercaron también. Jesús les tocaba
sus cabezas entregándoles energías para alimentar sus corazones. Ellos eran los
receptores más fáciles para captarlas.
La alegría se hacía presente en la familia y, más todavía, por sentirse contados entre los
invitados a la boda. Santiago sabía que su amiga querida iba a estar algún día con este
hombre maravilloso. No había más que mirarlos para darse cuenta que eran el uno para
el otro. El amor fluía por sus poros con tan sólo cruzar sus miradas y él se había
percatado de ello.
Los invitaron a compartir alimentos antes de proseguir viaje. Los jóvenes, agradecidos,
no aceptaron. Les urgía continuar camino si querían llegar ese día, a la casa de la joven
pelirroja. Dejaron atrás los portales de la ciudad. Santiago, el joven cantor, respiraba
profundamente… por fin estaban fuera de ese lugar… él se quedaba con su campiña,
con la tranquilidad de sus colinas.
Llegaron al recodo del camino, antes de ingresar por la hilera de árboles que
caracterizaba la entrada del hogar de las mujeres. Los mismos se balanceaban por el
viento y parecía que sacaban acordes de algún instrumento. El trovador se hacía eco e
imaginaba una canción.
¡Cuán bello se presentaba ese caminito! ¡Cuánto cuidado de su dueña!
El Camino de la Rosa 246

No podía negarse el trabajo de las manos amorosas de Mag para con sus plantas. Ese
portal de entrada señalaba un ingreso único, estaba sellado en él la energía de la
naturaleza que respondía al amor que la muchacha les había entregado en el día a día. Y
allí en el fondo, en un rinconcito, se levantaba airoso el mismo arbusto que Niev
cuidaba en la montaña. Estaba florecido, de suaves aromas, de blancas flores
enracimadas. Al darse cuenta el joven se acercaba para sentir su aroma.
Era ya avanzada la tarde. No se veía movimiento fuera de la casa. Evidentemente, sus
habitantes estaban adentro.
Empujaba Santiago la puerta para poder ingresar, y encontrarse con Rehién, quien
estaba cocinando. Saludaron en voz alta. La mujer se daba vuelta para sorprenderse
gratamente. La abrazaron con fuerza.
—¡Voy a buscar a mi hija!— decía secándose sus manos en un trapo para tal fin.
—No lo hagas. Iré yo— respondía un Jesús ávido de la presencia de la mujercita,
saliendo en su busca con el corazón latiéndole muy fuerte.
La encontraba en un rinconcito del patio, sumida en sus pensamientos, dejando que la
tarde cayera sobre ella.
¡Cuán ensimismada estaría! Que no había visto la llegada de los visitantes.
Él se acercaba, muy despacito, para rodearla con sus brazos. Al instante ese movimiento
fue contestado con otro, sobresaltándose, no pudiendo creer que él estaba allí. Por fin,
su amor, el hombre que llenaba toda su vida, estaba en su casa. Se daba vuelta presta
para responder con un abrazo, a la vez que apoyaba su cabeza sobre su pecho para sentir
su marcado palpitar. Quedaron así por largo rato, en silencio, para encontrarse sus labios
en el beso profundo que hacía que sus corazones latieran al unísono.
Luego de un rato, entraron para compartir con Santiago, Juan, y su madre, los ricos
alimentos que Rehién preparaba.
Un buen acontecimiento para los viajeros, que estaban famélicos, pues Jesús había dado
todo el alimento a los que pedían en la entrada de la ciudad de los romanos.
Conversaron acerca de la boda; de los preparativos de ambas familias; acordando que,
en un par de días más, viajarían hacia la casa de Jesús para llevarla a cabo.
Otro tema tratado que no se había hablado, era del lugar de residencia de los
contrayentes, luego de las nupcias. Decidieron hacer asentamiento en un primer
momento, allí en la casa hasta tanto se construyera la otra de troncos en el predio de
Josseá. Utilizando los mismos medios que Victorio cuando se hizo la suya. No se
necesitaba conversación alguna para saber que Rehién tendría un lugar en la nueva casa
al lado de su hija.
Juan no tenía deseos de asistir a la boda de los jóvenes, pues no se sentía parte de ese
bullicio. A él le bastaba con verlos felices. Los consortes comprendieron la idea o el
sentir de Juan y respetaron su decisión. Él se quedaría en la casa para resguardo de la
misma.

Los jóvenes prepararon y cargaron al burrito para el viaje hacia la casa de María. Al
otro día muy temprano partirían.
Ya en camino, la alegría los colmaba. El joven trovador cantaba sus canciones y Mag lo
acompañaba al son de las melodías. Rehién hacía su viaje en el lomo del burrito,
disfrutando de la alegría de su hija, que estaba aprovechando lo que la vida le otorgaba.
Era bueno observarla saltando las piedras o tomando algunas pequeñas para comparar
sus colores.
Habían llegado a las cuevas. Ayudaron a la madre de Magdalena a bajar del animal para
que descansara. La tarde envejecía y el sol ya se ocultaba en el horizonte. Debían
decidir si se quedaban en el lugar haciendo noche, o seguían viaje acompañados de la
El Camino de la Rosa 247

luna. En honor a la verdad, por los jóvenes hubieran seguido, pero Rehién estaba muy
cansada. Entonces prepararon un fueguito para calentar algunos alimentos y saborearlos
alrededor de él. Luego descansaron para entonces sí, cuando despuntara el alba,
continuar con este viaje.
¡Cuán esplendido día! El sol invitaba a seguir.
Mag se desperezaba y miraba a su alrededor, buscando con la vista a Jesús quien ya se
había levantado. No lo veía.
—Seguramente, estaría atrás de las cuevas, en el arroyo—pensaba la joven.
Rápidamente se ponía de pie, acomodándose el vestido para dirigirse al lugar y
encontrarlo absorto. Estaba mirando las aguas correr, no escuchaba nada, su atención no
estaba aquí. No quería interrumpirlo. Lo dejaba hasta que él saliera de esa situación.
Regresaba hasta donde los demás ya estaban levantados. Acomodaron las cosas y
pusieron sobre el burrito. Santiago preguntaba curioso por su hermano.
—Está atrás, en el arroyo— respondía la joven.
Santiago se movía con la intención de ir a buscarlo.
—No lo busques— agregaba rápidamente—Está como si no estuviera aquí
El rostro del hermano hacía un gesto, como no comprendiendo lo que la muchacha
decía.
—Ya vendrá, no te preocupes—le decía tranquilizándolo.
No había pasado mucho tiempo. Aparecía el joven en cuestión. Contento, halagando el
día que se presentaba. Ella lo miraba y le regalaba una sonrisa, no necesitaba preguntar
nada. Recordaba a Moab en una situación parecida.
De inmediato, se dispusieron a emprender la marcha. Sorteando la ciudad de los
romanos; bordeando las colinas; tomando el sendero que los llevaría a la casa de los
muchachos.
Se divisaba, a lo lejos, la casa que los acogería. Nunca se había dado cuenta, hasta ese
momento, que estaba dispuesta en lo alto, casi al comenzar la otra colina y también se
percataba Mag, de lo frondosos que estaban los árboles, algunos rodeando por atrás y
otros por delante. No podía dejar de mirar el paisaje que se presentaba. Alcanzaba a
divisar el lugar de trabajo de los muchachos de esa familia. Lo que no conseguía ver, era
la casa de Victorio, seguramente estaría tapada por alguna colina. Hacia la izquierda de
donde estaba la casa de María, a una distancia considerable, se observaba una cantidad
apreciable de árboles, Jesús le decía que eran olivares.
Ya prestos por llegar, enfilaban hacia el portal para ser recibidos por María, quien a
cada rato miraba, observando el camino.
Por fin podía abrazarlos con gran ternura. Caminaron todos juntos, despacio el último
tramo ayudando a Rehién quien había bajado del burrito.
En la casa, todavía no había movimiento del resto de la familia, estaban trabajando.
Se acomodaron en las habitaciones preparadas para tal fin. La única que se quedaría en
la habitación sería Rehién. Estaba sumamente cansada. El resto se iría a descansar bajo
la sombra de los árboles y compartir conversaciones. Dispusieron alimentos sobre la
piedra que les servía de mesa y había sido usada en las fiestas de la familia. Todo estaba
preparado.
Al día siguiente se realizaría la boda, comenzando por la mañana, y extendiéndose
durante todo el día. Los invitados que vivían más lejos, en la ciudad de los romanos, se
los acomodaría entre las viviendas que había en el lugar para que al día siguiente, por la
mañana regresasen a sus hogares.

Llegaba el día tan esperado. Por la mañana, muy temprano, era hora en que la joven
novia comenzara a vestirse. El día anterior había abreviado el paso tomando un baño
El Camino de la Rosa 248

antes de irse a dormir. Peinaba sus cabellos rojizos antes de ponerse su vestido nuevo.
Estaba en la duda, no sabía si dejarlos sueltos, o recogerlos, o… cubrirse la cabeza con
el manto… No, no se cubriría, mejor sería usarlo para el momento en sí de la boda. Se
acomodaba el cabello, recogiéndolo por atrás de la nuca, lo levantaba un poco más,
hasta quedar conforme con el arreglo. Ahora le tocaba el turno a los pies, se pondría las
sandalias doradas que tanto le gustaban. Las miraba una y otra vez, realmente le
gustaban. Una vez calzada pasaba su vestido por la cabeza y lo acomodaba
diligentemente. Abrazaba su cintura con el cordel dorado que también lo había
adquirido en la feria del poblado. Se miraba el vestido y en verdad… ¡Le encantaba!...
El tono claro, a diferencia de su manto, que tenía un toque de color azul y lo usaría sólo
en el momento de la ceremonia.
Estaba en esto de acomodarse cuando María, luego de dar unos toquecitos a la puerta,
entraba con unas flores en sus manos. Las acababa de cortar con mucho cuidado de su
arbusto, ese del que había traído unos brotecitos de la casa de Rehién y tan bien se
habían desarrollado. Magdalena, gratamente sorprendida, tomaba las flores pasándole
una mano, acariciándolas, sintiendo la sedosidad de sus pétalos. La emoción la
embargaba, significaban mucho para ella estas flores, las de su casa, habían nacido solas
y las había ayudado a crecer con su amor, regándolas, cuidándolas. Las mismas flores
que un momento después de la boda en la montaña, Niev tomaba en sus manos
arreglando un pequeño ramito. Y ahora resultaba que también María tenía en su hogar
un arbusto de ellas. No lo pensaba más, las acomodaría en su cabello, allí donde lo tenía
recogido, atrás y arriba de su nuca. Mirándola podríamos decir que esta florcillas se
acomodaban a la forma de la cabeza de María Magdalena, dándole una prestancia tal
que llamaba la atención el rojo de su cabello y las blancas flores de Juncias.
Tomaba su manto para acomodarlo en sus hombros.
¡Ya estaba lista! Sólo respiraría profundo para calmar su ansiedad.
Jesús también tenía su ropa de boda. Ya estaba vestido y saliendo de la habitación para
esperar que su novia terminara con sus arreglos. Se acercaba al fogón de la sala para
sentarse al lado de la mesa. Él, por su parte se había puesto una túnica azul y un manto
muy claro, casi como el color del vestido de ella.
Su madre venía con Magdalena, se levantaba presto para recibirla. Se miraron a los
ojos. Él sólo atinaba a darle un beso en su frente, se tomaron de las manos y se
dirigieron al patio, donde los esperaban los invitados que entregarían ofrendas a los
novios. Luego de ello se iniciaría la ceremonia dirigida por el humilde Rabí de la zona,
cosa acostumbrada en esos tiempos.
Una sorpresa de Amor les deparaba el conjugar del Cosmos. Por la lomada, venía Moab
para asistir a la unión de los jóvenes, ratificando de alguna manera la misma unión
concebida en la montaña.
¡No les faltaba nada a los cónyuges! ¡No cabían en sí mismos de felicidad!
Moab los abrazaba, y en él sintieron el amor verdadero que el Universo les otorgaba por
ser hijos de la misma Creación.
María madre no cabía en sí, también de gozo por sus hijos. Los sentía felices y ello era
lo más importante. Ella también se había vestido con una túnica blanca y un manto azul,
nada más que, este manto, era de un azul más oscuro, muy significativo para un futuro.
En una de las últimas apariciones de la “Madre” o “Virgen”, o como se quiera llamar en
lejanas tierras, en el sur del planeta y en un futuro se reflejaría ese vestir tal cual fue
usado en la boda de su hijo.

<<Las “apariciones” o expresiones plasmadas a lo largo del siglos, tuvieron siempre


como fin último, el “despertar del hombre de la Tierra”, para que se preguntase a sí
El Camino de la Rosa 249

mismo el significado de ellas, para que se diera cuenta que en su hacer cotidiano había
algo más profundo que vivir lo de todos los días. Siempre que habría una aparición
dejaría mensajes muy claros manifestados en la figura de la “Madre”, acompañada con
una energía excelsa de la parte femenina, por así decir, que no era otra cosa que la
energía del Amor en su máxima expresión. María, madre de Jesús, recibía en los cielos
esta energía antes de nacer, de tal manera que sería un icono para todas las
civilizaciones a través de los tiempos desde dos mil años atrás. Estas “apariciones” eran
proyecciones cósmicas con dicha imagen que las Jerarquías Espirituales usaron como
herramienta para el despertar>>

Los invitados comenzaron a acercarse, saludaban y entregaban sus ofrendas. Uno de los
primeros fue Simón Pedro, quien se presentaba acompañado por su amigo Juan. Más
tarde llegaron Santiago y su familia… Pablo y los suyos. En fin, amigos queridos,
vecinos. Algunos concurrieron por el agradecimiento que sentían por el Nazareno, otros
por un verdadero sentimiento de amistad y otros, por pura curiosidad.
El joven que venía de tierras lejanas, José de Arimatea, hacía presencia para entregar a
Magdalena el anillo dorado. Ofrenda ofrecida en nombre de su padre.
Estaban los novios rodeados de invitados. Pidiendo permiso, José se acercaba para
tomar la mano de Magdalena ofreciendo poner el anillo en su dedo, a la vez que
acompañaba con cálidas palabras:
—“Mujer que plasmas el “Temple” en tu Ser, reconocida por tu linaje, por tu fuerza.
Eres la representación en la Tierra de las Huestes azules, “Mujer de Espadas” que
señalarás con ella un camino, el camino de tu amado”.
Magdalena sorprendida lo recibía dándose cuenta que era igual al que tenía su esposo.
Quitaba el que tenía en su dedo, el de la piedra azul para acomodar el aro dorado y
luego sí, introducía su dedo nuevamente al que ya tenía. Ambos hacían una conjunción
especial de brillos y fulgores.
La ceremonia se celebraba según los cánones de la época. El Rabí oficiaba la boda y
Moab hacía su parte como representante varón de María Magdalena y Victorio, de su
hermano.

<Esta boda dio para hablar por mucho tiempo, tanto de los que asistieron como los que
no. Hicieron de ella una especie de leyenda, teniendo en cuenta que la energía plasmada
en esos momentos desde el Cosmos había servido para abrir un gran portal >

Luego de la sencilla ceremonia, vinieron las expresiones de alegría en el festejo.


Victorio con su esposa acompañaban a la pareja que recién se iniciaba. Santiago con sus
cantos amenizaba la reunión. María y Rehién satisfechas por la felicidad de sus hijos.
Enrico comenzaba nuevamente a sentirse atraído por la hermana de Jasminne. Ella
también correspondía a esos requerimientos.

Se pasaba el día y llegaba la hora de retirarse. La nueva pareja debía irse a su hogar. En
el caso de ellos, quedaba lejos la casa de Magdalena, así que Victorio y su esposa,
ofrecieron la de ellos. Se retiraron los jóvenes tomados de la mano rumbo hacia la casa
de Victorio.
El sol, en el horizonte plasmaba su color rojizo para notarse cada vez menos. En ese
transcurrir, dejaba una estela brillante, dorada, hasta desparecer. Este reflejo se asentaba
en los cabellos rojizos de Magdalena, acentuando el color y dándole a su rostro un
marco brillante, conjugándose con sus ojos verdosos y haciendo de ellos, una expresión
de dulzura volcada en la mirada fresca que dirigía a su esposo. Se había soltado sus
El Camino de la Rosa 250

cabellos, dejando libre a las flores que ocupaban un lugar en su cabeza y que ahora las
llevaba en sus manos. Él la conducía tomada de la cintura rumbo a esa casa que
representaría el hogar que los cobijaría. Entraron en ella, todo estaba preparado para
recibirlos, el ambiente cálido, las flores dispuestas en agua adornaban el lugar.
Magdalena dejaba las suyas en una de las fuentes, para que su aroma perdurara en el
ambiente.
Se miraron a los ojos. Había llegado el momento tan esperado. Se abrazaron y se
besaron. Poco a poco fueron disfrutando de las caricias, logrando el clímax para
consumar la unión de dos personas que se amaban más allá de todo. Tan sólo un hombre
y una mujer en esta Tierra.

<<En lo cósmico, esos corazones rebosantes de amor, hicieron de esa unión un plasmar,
un sello, que permitiría el ingreso a este plano terrestre… a tomar vientre… y a nacer…
a espíritus que correspondían, como había dicho Arimatea, a las Huestes Azules. El
primer compromiso realizado con Jesús antes de su “venida” era precisamente el de las
Huestes Azules o sea, la conjunción de Miguel Arcángel con el “Plan Cósmico” de
Jesús para la Tierra. Hablando en el nivel físico y también energético. La vibración
terrenal en esos momentos no dejaba que vibraciones superiores pudieran ingresar, ya
sea en forma espiritual o físico-espiritual. Sólo algunos espíritus tomaron cuerpo para
este evento de Jesús, y con una gran preparación antes del ingreso.
Esta boda dio mucho para hablar, y por mucho tiempo. Se corrió por todo el valle hasta
transformarse en casi una leyenda. Sin embargo, con el correr de los tiempos, por los
intereses de los hombres, esta “gran verdad” fue ignorada.

TOCARON LAS TROMPETAS EN LOS CIELOS, UN PORTAL SE ABRÍA


TRAYENDO LA ESPERANZA DE AYUDA PARA EL HUMANO OBNUBILADO,
PERMITIENDO INGRESAR A LOS AMBIENTES DE LA TIERRA A TANTOS Y
TANTOS SERES ESPIRITUALES.
LAS TROMPETAS HACÍAN ECLOSIÓN, DANDO LA RELEVANCIA A UN SOLO
HECHO: LA CONSUMACIÓN DE AMOR DE JESÚS Y MAGDALENA EN EL
VALLE DE CANAAN.

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